Las olimpiadas obreras

Las olimpiadas obreras

“Jakvo Schram” Publicado en “Sennaciulo”, octubre 2004.

En las instalaciones deportivas del distrito Hoboken, en Amberes, existe una nueva plaza. Su nombre será el de “Parque Jacques Schram”. De esta forma el distrito de Hoboken desea homenajear a mi tío, que durante toda su vida activa luchó para promocionar el deporte obrero. Durante muchos años fue delegado de la Olimpiada Popular o, como él siempre la llamó, los Juegos Obreros.

He hecho algunas investigaciones en el Instituto de Historia Social (AMSAB), y he encontrado textos muy valiosos, de los cuales extraigo la información para éste. Escribo con mucha rabia en el corazón. Decenas de veces acudí como joven ayudante de mi tío a las casas populares y a las instalaciones deportivas para mostrar las diapositivas que él había tomado durante diversas Olimpiadas Populares en las que había participado, y no puedo pensar en las imágenes sin que mi corazón se llene de pena por el gran ideal. Por el grupo de entusiastas comprometidos y cuya batalla se ha perdido ya por completo.

Juegos olímpicos burgueses – obreros
A fines del siglo XIX se fundó el movimiento deportivo obrero, muy parecido en su estructura a la variante neutral o burguesa. Sin embargo, de forma relativamente rápida tras su fundación el movimiento comenzó un proceso de fijación de su propio perfil ideológico. El movimiento pasó a manos de pensadores de izquierdas, con una ideología cada vez más concreta: que el deporte no es un sistema para ganar dinero o gloria, sino para mejorar la salud y las condiciones generales de vida. Entre los deportistas burgueses la variable económica desempeñaba un papel significativo, mientras que entre los deportistas obreros lo más importante eran las cinco reglas siguientes:
– primero – no se buscaba la competición en forma extrema, sino el espíritu de superación;
– segundo – el cultivo de los deportistas per se era perjudicial y se evitaba;
– tercero – fuerte rechazo de la comercialización del deporte y promoción del amateurismo de los deportistas;
– cuarto – el deporte debe servir a la masa, lo que significa que todas las personas deben tener la posibilidad de hacer deporte;
– quinto y último – por medio del deporte y de los consiguientes contactos internacionales alcanzar la paz mundial.
Los trabajadores, de inspiración socialista y comunista, entraron en competición con los clubes burgueses, argumentando que el deporte aficionado era el verdadero deporte, según el pasado mítico de “deporte auténtico”, “espíritu deportivo” y el cultivo armonioso del espíritu.

El gran medio de propaganda de los deportistas burgueses era evidentemente las Olimpiadas, donde se reunían en paz y armonía según el ideal olímpico. Pero tal como rebatían los deportistas obreros (socialistas y comunistas) y los defensores del verdadero deporte: las Olimpiadas eran sólo propaganda para los sentimientos nacionalistas, un espectáculo comercial donde el dinero contaba más que los movimientos corporales armoniosos. Las Olimpiadas no eran otra cosa que un reflejo del modelo social capitalista. La afirmación del Barón de Coubertin (fundador de los Juegos Olímpicos modernos en 1894) de que “el deporte obrero se aproxima más al ideal deportivo”, los deportistas rojos lo emplearon y publicitaron muy a menudo.

En 1931 el Comité Olímpico Internacional (COI) decidió que los XI Juegos tendrían lugar en Berlín. En ese momento el gobierno alemán era políticamente de centro-derecha, y el Comité no previó que Hitler tomaría poco después el poder.
De hecho los nazis no estaban demasiado a favor de las Olimpiadas, ya que ellos preferían el movimiento gimnástico alemán, reaccionario y fuertemente estructurado según una versión nacionalista, donde se escuchaba música de marcha, y donde el ondear de las banderas y los símbolos era igual de importante que el propio deporte. Además, el presidente del Comité Olímpico Alemán Theodor Lewald y el secretario Carl Diem tenían familiares judíos. Los nazis exigieron inmediatamente después su expulsión del Comité.
Sin embargo, el 16 de marzo de 1933 Hitler aceptó a T. Lewald y al contrario de lo que éste preveía, Hitler presentó su pleno apoyo a las Olimpiadas.

No obstante, los problemas no desaparecieron completamente. Las reglas olímpicas prohibían cualquier forma de discriminación racial o religiosa, y a este respecto la Alemania hitleriana no gozaba de la mejor reputación.
Durante una reunión del COI de junio de 1933 en Viena, se estudió la situación. El centro de la discusión fue: ¿tenían cabida los judíos en el equipo olímpico alemán? Según los dos comisionados alemanes, Karl Ritter von Halt y Theodor Lewald no había ningún problema al respecto. Incluso dieron garantías por escrito. También durante la reunión del COI en Atenas, en mayo de 1934, se confirmaron las decisiones anteriores.

Como ahora sabemos la garantía alemana no era más que una maniobra política. Los judíos fueron ‘purgados’ de la vida pública y evidentemente también de los clubes deportivos. Debido a la ausencia de facilidades de entrenamiento se les despojó de cualquier posibilidad de participar en los Juegos Olímpicos. Se usaron también otros trucos. La atleta judía Gretel Bergmann que lo había hecho claramente mejor que su rival aria Elfriede Kaun no alcanzó la selección oficial por no estar registrada en un club deportivo. De hecho ningún judío, hombre o mujer, consiguió un lugar en el equipo alemán.

Aunque el COI estuvo satisfecho con sus decisiones, la mayoría afirma sin embargo que la Alemania fascista, con su propaganda antijudía, anticatólica, antisocialista y anticomunista, no era un lugar donde podían celebrarse los Juegos Olímpicos. Se produjeron protestas a nivel mundial. Las organizaciones judías desempeñaron en ellas un gran papel, especialmente en los Estados Unidos. En la vieja Europa, las protestas más fuertes vinieron de las federaciones deportivas obreras de izquierdas. Las federaciones internacionales socialistas y comunistas incluso olvidaron los vetos de muchos años. Durante una reunión general en Praga el 6 de septiembre de 1935 condenaron tanto el nazismo como los ya cercanos Juegos Olímpicos berlineses.

A pesar de la elección en mayo de 1936 de un gobierno frentepopulista en Francia bajo la presidencia del judío Léon Blum, el secretario de estado de deporte Léo Lagrange prometió continuar con los compromisos contraídos. Como compensación los deportistas obreros recibieron la promesa de que Francia daría un apoyo significativo a los juegos obreros alternativos de Barcelona.

En Bélgica el asunto consumió gran cantidad de tinta. En noviembre de 1935 la cúpula de las federaciones deportivas obreras se adhirió al Comité Internacional en defensa del Ideal Olímpico. De esta forma siguieron la dirección fijada por la Internacional Deportiva Obrera Socialista (SASI). Uno de los principales activistas en SASI era Louis Lalemand.
Curiosamente, en Gran Bretaña apenas hubo oposición a los Juegos de Berlín.
Barcelona 1936 como contra-Olimpiada

Durante los años 30 la vida deportiva y especialmente los deportistas obreros se vieron influidos por el Frente Popular. El “Esport Popular” catalán combinaba el deporte con la política. Se exigía que todos tuvieran acceso a una forma no comercial del deporte, donde los valores de igualdad, fraternidad, solidaridad y juego limpio no fueran conceptos vanos. Al mismo tiempo el deporte era un instrumento en la lucha política por una mayor democracia y contra los ideales fascistas.

Las diversas asociaciones deportivas de la región catalana se unieron en el año 1936 en el “Comitè Català pro Esport Popular”. Era una organización popular, sin ligaduras formales con las organizaciones políticas o sindicales.
Desde su fundación se comenzó a trabajar con gran entusiasmo en la organización de diversas manifestaciones deportivas. El plan más ambicioso era la Olimpiada Popular, que no debía ser únicamente un medio de propaganda del deporte aficionado, sino, sobre todo, una denuncia de los Juegos Olímpicos en la Alemania fascista. La idea inicial era que se organizaran a escala nacional, pero el entusiasmo en países como Francia y Bélgica ocasionó que finalmente la olimpiada alternativa tuviera un carácter internacional.

A pesar de que incluso hoy algunos afirman que la Olimpiada Popular española era una iniciativa del movimiento deportivo de la izquierda trabajadora, la historia debe ser contada adecuadamente. La mayoría de los participantes pertenecían a las asociaciones deportivas de izquierda, pero el proyecto era mucho más amplio. El Comité internacional en defensa del Ideal Olímpico pretendía unir a las personas contrarias a los Juegos berlineses. En la terminología actual hablaríamos de unión de tendencias progresistas y de izquierdas. La Federación deportiva catalana que lo organizaba era autónoma, no ligada a ningún partido político. De hecho la Olimpiada Popular fue una iniciativa de grupos de diversas tendencias que se encontraron en el común Ideal olímpico, la hermandad de los pueblos. Sólo la Olimpiada Popular representaría el carácter desprendido de los verdaderos Juegos Olímpicos: “el espíritu olímpico no estará en Berlín sino en Barcelona”, afirmaba la prensa de izquierdas.

La organización acarreó muchísimos problemas. A pesar de la falta de tiempo, el gran entusiasmo se encargó de que se llevara a cabo el gigantesco proyecto. El apoyo financiero vino de los gobiernos español, francés y catalán. También el ayuntamiento barcelonés proporcionó ayuda económica. Afortunadamente se disponía de la infraestructura de la Exposición Mundial del año 1929. Se inscribieron veintitrés delegaciones. Los países y las regiones sin independencia política como Argelia, Palestina, País Vasco recibieron en la Olimpiada Popular un status con los mismos derechos. De esta forma se deseaba subrayar la libertad de todos los pueblos.

Se crearon tres categorías de deportistas: los atletas de élite, los atletas expertos y los aficionados. Se deseaba conseguir la participación del mayor número posible de personas, independientemente de sus condiciones físicas. También se estimuló la participación de mujeres.
Las Olimpiadas Populares iban a comenzar el 19 de julio con diversas manifestaciones y fiestas y duraría una semana.

El 18 de julio – el día anterior a la inauguración oficial – se hizo un ensayo general. Muchos miembros del comité organizador estaban cansados y decidieron quedarse a dormir en el estadio.
Desgraciadamente el 19 de julio de 1936 entró en la historia por una causa totalmente distinta a la fiesta de la Olimpiada Popular.
Del diario de un atleta belga que participó en las Olimpiadas Obreras se puede leer: “Las calles están vacías bajo un sol abrasador (…) en la Plaza del Comercio chocamos con las primeras barricadas (…) cientos de metros más lejos vemos a unos sindicalistas armados (…) las barricadas aparecen cada 100 metros. Todas las calles laterales están bloqueadas (…) nos deslizamos a lo largo de las fachadas de las casas. Las balas silban a través de la plaza. Instintivamente doblamos la espalda y nos refugiamos en un portal (…) Vemos claramente cómo desde el campanario de una iglesia los francotiradores disparan por la espalda a los trabajadores que se encuentran tras las barricadas.”
Las olimpiadas berlinesas fueron un éxito colosal. Hitler quería impresionar al mundo y lo consiguió; Berlín lo superó todo.

Sólo en las últimas décadas los investigadores se hacen preguntas sobre todo el proyecto. En 1936 se consideró a los Juegos Olímpicos de Berlín como modelo para el futuro. También por esta razón la Olimpiada Popular se vio condenada a la oscuridad. Sofocada por la Guerra Civil Española, se convirtió en una insignificante nota a pie de página en una historia casi olvidada.
Sin embargo, la Olimpiada popular de Barcelona muestra la potencia que puede venir del compromiso y el entusiasmo. El valor de este ejemplo escapa a cualquier límite, provenga del tiempo o del espacio, es imperecedero.

 

Un estadio Olímpico para Montjuich

Un estadio Olímpico para Montjuich

Un estadio Olímpico para Montjuich

El estadio iba a serel telón de unos juegos internacionales a favor de la paz y contra el fascismo.

Decía el arquitecto italiano Aldo Rossi que los edificios son “el escenario del teatro de la vida”, donde se unen memoria, tiempo y lugar. Aprovechando el interés de la revista ERI de recordar las Olimpiadas Populares de Barcelona en 1936, pincelaremos esa memoria del estadio de Montjuich, que desde el inicio tuvo un destino olímpico, y que no lo pudo realizar hasta mucho tiempo después, en 1992.

En 1905 el arquitecto y político catalán Josep Puig i Cadafalch publicó un artículo reclamando una nueva Barcelona, materializada a través de una nueva exposición universal que sirviera para catapultarla hacia la modernidad y el futuro. Fue el embrión de un deseo que cuajó en la burguesía catalana. La experiencia de la exposición universal de 1898 en la misma ciudad, hizo que la propuesta prosperase en la clase política catalana. En 1913 desde el Ayuntamiento se creó una comisión para la organización del evento, siendo nombrados comisarios de la organización el mismo Josep Puig i Cadafalch, con el político Francesc Cambó y el empresario Juan Pich y Pon.. Se eligió el emplazamiento de Montjuich, a pesar del grave inconveniente de encontrarse en una montaña poblada de canteras. Los organizadores tuvieron la oposición de aquellos que habían especulado con la posibilidad de que la zona de las Glorias Catalanas fuera la elegida, comprando terrenos a la espera de poder venderlos a mejor precio para la exposición. El contenido de la exposición debía ser el de mostrar la industria catalana al mundo, al que se añadiría la construcción de un gran parque en Montjuich, con nuevas instalaciones deportivas, y un nuevo estadio; un conjunto para dar un impulso a la socialización de la cultura física en Barcelona..

El arquitecto Pedro Domenech i Roura, hijo del reconocido arquitecto modernista LLuis Domenech, fue el autor del proyecto del estadio que se convertiría en el segundo de mayor capacidad de Europa, con una capacidad de 60.000 espectadores..
El día de la inauguración, el periodista Masferrer, señala la clave del segundo acto de la operación:
“¡Vamos a movilizar al ejercito deportivo ¡ … Hagámonos dignos en ocasión de la exposición de 1929, de que el Estadio de Montjuich se considere el marco más adecuado para los juegos olímpicos de 1936, suprema y ultima aspiración del que suscribe.”
Ese fin último olímpico, queda claramente definido en la tribuna de autoridades el día del partido de inauguración, disputado entre una selección de futbolistas catalanes contra el campeón de la liga inglesa, el Bolton Wanderers. Junto al rey Alfonso XII estaba como principal invitado el presidente del COI, el conde de Baillet Latour, que fue nombrado padrino del estadio y puso la primera piedra en 1928, junto a ellos entre otras autoridades estaban el barón de Güell, miembro del Comité Olímpico Español, y el Barón de Polignac, representante del Comité Olímpico francés.
La candidatura de Barcelona se había formalizado en el año 1929. El conjunto deportivo de Montjuich, se completaba con la construcción de una piscina de 50 metros y unas pistas de baloncesto y boxeo, las bazas deportivas para apoyar las aspiraciones barcelonesas.
Las sesiones para elegir la sede de las Olimpiadas se realizaron en la propia ciudad condal, en 1931, con dos candidatos, Berlín y Barcelona. Berlín obtuvo 43 votos, y Barcelona 16, con ocho abstenciones. Quizá una compensación para resarcir la capitalidad olímpica que Berlín había tenido en 1916 y que la Guerra Mundial impidió realizar. Esta elección supuso una gran decepción para todo el sistema político y empresarial catalán.
Cuando en 1933 sube el partido nazi al poder en Alemania, sus políticas raciales, antisemitas, supusieron que los judíos alemanes fueran expulsados de los clubes deportivos, con la prohibición expresa de entrar en cualquier instalación. Estados Unidos y otros países se mostraron reacios a participar en los Juegos de Berlín, pero al final acudieron.

Se alzaron voces de boicot desde algunos países, pero la oposición principal fue la iniciada por los comunistas alemanes exiliados, surgió del movimiento obrero internacional. Los partidos comunistas y organizaciones sindicales de todo el mundo, que ya organizaban asociaciones deportivas obreras y realizaban eventos como las “Olimpiadas obreras” o las “Espartaquiadas”, en las que se pretendía trasmitir a los Juegos Olímpicos un carácter de solidaridad internacionalista, el deporte como caminos para la amistad entre los pueblos y no la rivalidad extrema, más propia del ideario burgués, de unos juegos nacidos en el seno del nacionalismo decimonónico. Los partidos de la izquierda europea, y especialmente los comunistas a través de la Internacional Deportiva Roja, unidos a los judíos expulsados de Alemania, e incluso algunas agrupaciones católicas, fueron los encargados de promover la Olimpiada Popular en contra de la Olimpiada nazi.
Barcelona, era perfecta para la candidatura alternativa. Había sido la ciudad que se había quedado sin los Juegos, por lo que existía un estado de frustración al respecto; y tanto el Gobierno de la II República Española, como el de la Generalitat de Cataluña, estaban a favor del boicot a Berlín. España fue el único país que tomo la postura de boicot total.
La participación para Barcelona fue enorme y con carácter internacional, se inscribieron 6.000 atletas de 22 países, incluyendo selecciones no estatales y otras representando a los judíos exiliados. Los equipos de Alemania e Italia estaban compuestos por exiliados de dichos países. La Olimpiada Popular que se diseñó inicialmente para realizarse entre los días 22 y 26 de julio de 1936; tuvo que ampliar su duración, dado el éxito de la convocatoria, y adelantó su comienzo al 19 de julio. El 18 de julio, cuando se produce el golpe de estado, ya estaban presentes en la ciudad la mayor parte de los participantes, con motivo los desfiles preparados por la ciudad. Ante la gravedad de la situación, los Juegos se suspendieron, y algunos deportistas, coherentes a sus ideales opositores a unas Olimpiadas fascistas, cambiaron las zapatillas por las botas militares. Fueron más de 200 atletas los que se unieron contra el intento de imponer el fascismo en España, formando parte de las milicias populares en la defensa de la ciudad, y más adelante de las Brigadas Internacionales..
A los pocos meses de iniciada la guerra, empezaron a llegar refugiados a Barcelona, principalmente de Sevilla, Córdoba y Guipúzcoa. El estadio olímpico comenzó a utilizarse como centro de primera acogida para esos contingentes civiles que huían, compuestos principalmente de mujeres y niños. En el libro “Flores de la Republica”, de Miguel Usabiaga, Luis Argote, entonces niño, recuerda aquellos momentos:

“En la capital catalana nos alojaron en el estadio olímpico de Montjuich. Entre la fachada y la parte inferior de la grada habían construido tabiques y puertas con madera y habían instalado una muchedumbre de refugiados vascos. Para un niño, aquella amalgama caótica era divertida. ¡todavía no pasábamos hambre¡ (..) había una cocina colectiva, y uno de los cocineros era de Irún y familiar de otro de los fusilados en Pikoketa. (..). Poco a poco el estadio se fue llenando demás y más gente. A los refugiados que nos alojaban allí, se sumaban los heridos, porque una parte fue habilitada como hospital de guerra.”
En las zonas cubiertas de pasillos y vestíbulos del estadio se conformó una pequeña ciudad, con dormitorios, un comedor colectivo, escuela y enfermería, con una capacidad de unas 2.000 personas. En las gradas, niños y mujeres desarrollaban la vida en un estadio vacío.
Tras la Guerra Civil el estadio se utilizó circunstancialmente para encuentros deportivos varios, quedando en un estado de abandono general toda la zona de la Exposición Universal, hasta que se recupera la idea de unos nuevos Juegos Olímpicos, 70 años después. El estadio brilló de esplendor en la inauguración de 1992, tras una rehabilitación del mismo y una reordenación de todo Montjuich en un anillo olímpico con nuevas edificaciones deportivas. A día de hoy, salvo eventos puntuales relacionados principalmente con la música, el estadio y las instalaciones olímpicas, vuelven a estar infrautilizadas, casi abandonadas.

El estadio iba a ser el telón de unos juegos internacionales a favor de la paz y contra el fascismo. Su derrota fue el preludio de una pesadilla. Lo que se perdió y lo que significaban, se resume en la actitud de Pau Casals cuando la noche del 18 de julio dirigía los ensayos del himno que compuso Hanns Eisler, y de la Novena Sinfonía de Beethoven, la que incluye el “himno de la alegría”; que la orquesta y el coro iban a ejecutar al día siguiente en la inauguración de la Olimpiada. Durante el ensayo se presentó un emisario oficial que informó de que el concierto y la Olimpiada habían sido suspendidos por el alzamiento militar. Casals se dirigió a los músicos y a los coristas y les dijo: “No sé cuando nos volveremos a reunir; os propongo que, antes de separarnos, todos juntos ejecutemos la sinfonía”. Años después contó que las lágrimas le impedían ver la partitura.

 

Lorenzo Goikoetxea

Arquitecto

 

Marina Ginestá, la atleta miliciana que en los ojos tenía fuego

Marina Ginestá, la atleta miliciana que en los ojos tenía fuego

Marina Ginestá

La atleta miliciana que en los ojos tenía fuego

No somos justos

Marina Ginestá fue un auténtico icono de la resistencia durante la Guerra Civil, se convirtió en un referente gracias a una fotografía en la que aparece vestida de miliciana en la terraza del Hotel Colón de Barcelona. La imagen muestra a una muchacha de 17 años con una mirada desafiante, despeinada, con un fusil al hombro y, como comentó Alba Martínez, “en los ojos tenía fuego”.

El retrato realizado por Hans Gutmann se convirtió, con el paso de los años, en una fotografía que trascendió por todo lo que representaba. Era una instantánea tomada en julio de 1936 en la que se simbolizaba el triunfo obrero sobre la sublevación fascista contra la II República. Su figura fue portada del libro “Trece rosas”.
Pero lo que poca gente sabe es que Marina Ginestá fue atleta. El dato lo sacó a la luz pública Daniel Justribó, autor de un libro sobre los inicios del atletismo femenino catalán (“Feminitat, Esport, Cultura” pioneres de l’atletisme català 1921-1938) Además, es evidente el compromiso Ginestá y de las JSUC (Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña) al que ella pertenecía, en la celebración de la Olimpiada Popular que tendría lugar en el mes de julio de 1936.

La protagonista de la foto estuvo en el anonimato hasta que en 2008 un documentalista de la Agencia EFE, Xulio Garcia Bilbao, emprendió una búsqueda activa en los archivos de la Guerra Civil de Salamanca. Xulio García logró, después de una intensa investigación, dar con el nombre de la protagonista y con su posterior paradero en París.
Marina Ginestá había nacido en Toulouse (Francia) el 29 de enero de 1919 en el seno de una familia obrera y muy comprometida políticamente. Sus padres eran sastres que habían emigrado a Francia. El padre, Bruno Ginestá, era miembro del Comité de la Federación Catalana del vestido de UGT y fue secretario del Comité de enlace CNT-UGT de Cataluña. Su madre, Empar Coloma, fue miembro del Partido Comunista y de la Agrupación Femenina de Propaganda Cooperativista. Su abuela materna era Micaela Chalmeta (también conocida como Amparo Martí, por ser ese su seudónimo), una intelectual muy comprometida con el socialismo y cooperativismo a principios del siglo pasado.

Marina siguió los pasos de sus ancestros y tuvo una fuerte implicación política, pero también deportiva. Esta segunda, quizá motivada por la primera.
En 1932 se concedieron, por parte del COI, los JJ.OO de 1936 a Berlín, en detrimento de Barcelona. La votación arrojó una victoria contundente de la candidatura alemana, pero la llegada de Hitler al poder, un año más tarde, desembocó en fuertes críticas y se instrumentó una oposición política a todos los niveles. El poder político no era ajeno al potencial propagandístico del deporte e intentó instrumentarlo en beneficio propio, así que las primeras medidas de corte racista tomadas por Hitler sublevaron a muchos sectores.

La historiografía escrita por los vencedores siempre resalta la supuesta humillación que sufrió Hitler al ver a un atleta de raza negra como Jesse Owens venciendo en cuatro pruebas. Este mito perduró sin tener en cuenta que fue Hitler el que más se benefició y que fue la Alemania nazi, y no Owens, la verdadera ganadora de esos JJ.OO. Hizo propaganda, negó la participación a atletas judíos y, a nivel deportivo, Alemania arrasó en el medallero.

La oposición a los JJ.OO fue muy grande en los países y partidos de izquierda, pero en EE.UU también se produjo una fuerte división. La palabra boicot merodeó hasta el último momento y muchos sectores se opusieron a la participación, incluyendo los embajadores de Alemania y Austria.

En este escenario prebélico se decide organizar una Olimpiada Popular que sirviera de contrapeso a la máquina propagandística del nazismo. La elección de Barcelona podía ser debida a que fuera precisamente esta ciudad la que había sido la rival de Berlín en la elección de los JJ.OO. Además, era una ciudad con tradición deportiva, obrera, asociativa y con unas instalaciones deportivas de gran nivel. El Estadio de Montjuic había sido inaugurado en 1929 y era un marco perfecto para las pruebas atléticas.

El organizador fue el CCEP (Comitè Català Pro Esport Popular), agrupación de entidades deportivas y culturales barcelonesas que había nacido poco después de las elecciones de febrero de 1936, que llevaron al Frente Popular al poder, con el fin del desarrollo y fomento del deporte entre los trabajadores.

Entre los actos que organizaron previos a la Olimpiada Popular es donde participaba por primera vez Marina Ginestá. La prueba tuvo lugar en el Camp de la Bordeta el 15 de septiembre de 1935, en las pruebas de 80 metros, 600 metros y salto de longitud dentro de un festival pro Olimpiada Popular que se iba a celebrar días después y distinta a la que se iba a celebrar en 1936.

Según indica Daniel Justribó, éstas son sus marcas: 12 segundos en 80 metros, 2’15”02 en 600 metros y 3.85 metros en salto de longitud, unos buenos registros para esa época y, sobre todo, para una principiante. Justribó señala que su motivación quizás no era del todo deportiva y sí más ligada al movimiento popular de lucha. Las fuentes de la época le atribuyen el club ‘Poniente’, que no era ningún club, sino que en realidad era el nombre del bar donde se reunían sus compañeros comunistas y socialistas.

La República había concedido derechos a la mujer, por primera vez tenían derecho a voto, divorcio y llegaron a tener aborto en Cataluña. El deporte no fue ajeno a esta ola aperturista y democrática que tuvo en el atletismo un eslabón más. Durante la II República, tenían lugar los primeros Campeonatos de España femeninos y la igualdad dejaba de ser una utopía. Sin embargo, la llegada del franquismo arrinconó a la mujer en el deporte y pasó a relegarla ya que lo fundamental, para ellos, era tener hijos y cuidar de la familia. En el mundo del atletismo, la oscuridad atlética femenina dura desde el año 36 hasta el 63, año en el que volvieron a permitir unos Campeonatos de España femeninos.

Ginestá pertenecía a uno de los dos núcleos atléticos que había durante la República, el de Cataluña. El otro núcleo atlético, menos numeroso en cantidad, estaba en Madrid.

La Olimpiada Popular suponía un proyecto innovador y rupturista con el modelo deportivo imperante. El deporte nacía en las Islas Británicas de la mano de la aristocracia. Los movimientos obreros, a los que pertenecía Ginestá, plantearon un modelo de deporte más popular y no solo de las clases altas. Su modelo llevaba a la creación de instalaciones públicas, el acceso de todas las clases sociales a la misma y un elemento muy importante era la progresiva implantación del deporte femenino. Esta idea tampoco era generalizada en los movimientos antifascistas. Los anarquistas, de fuerte tradición e implantación en Cataluña, nunca tuvieron interés por el deporte. Pero la Olimpiada Popular tuvo más que ver con una idea de contrapeso a la propaganda nazi.

Finalmente, tuvo que suspenderse debido a que un día antes de su inicio se producía el golpe de estado fascista. Ahí acabó el sueño de muchos deportistas. Según Santacana y Pujadas, los deportistas participantes eran unos 6000, unos 3000 eran gallegos, catalanes y vascos. Además, 20.000 espectadores y 23 países participantes eran los que estaban previstos. Entre los atletas que iban a participar se encontraba Onni Niskanen, que con el tiempo se convertiría en el entrenador de Abebe Bikila y Mamo Wolde, entre otros. Sin embargo, el Golpe de Estado lo halló de viaje a Barcelona.
La Olimpiada Popular, además de una vertiente deportiva, también tendría una vertiente cultural con más de 3000 actuaciones en la llamada ‘Olimpiada Cultural’. Entre las actuaciones previstas se contaba la presencia del violonchelista Pau Casals. Así narró uno de los atletas los hechos y vivencias de esos días. “Éramos tan ingenuos que pensamos que el levantamiento era en contra de la Olimpiada Popular, tardamos días en darnos cuenta de lo que en realidad estaba sucediendo”, relata Ginestá.

Volviendo a la foto, se produce en el inicio de la Guerra Civil. Las fuerzas golpistas se atrincheran en el Hotel Colón, en la plaza de Cataluña. A su rendición, le piden que tome el fusil para hacer la foto. Varias fuentes señalan que ella entró en combate durante la Guerra Civil, pero ella lo desmintió. En una entrevista a TVE relataba que le dijeron que subiera a la terraza con un fusil, que luego devolvería: “a los 17 años no estaba en condiciones de hacer la guerra”, comentaba Ginestá en una entrevista a TVE. .

La realizó Hans Gutmann, un fotógrafo comunista alemán que había llegado a Barcelona a cubrir la Olimpiada Popular, pero que se quedó con el inicio de la sublevación e inmortalizó pasajes de la Guerra Civil hasta que la contienda acabó. Gutmann acabaría exiliado, como tantos otros, en México.

Durante la Guerra Civil, Ginestá ejerció de periodista y de traductora de Mijail Koltsov, corresponsal del diario Pravda. Ginestá sufrió mucho al ver la muerte de cerca y más aún cuando perdió a su novio en el paso de los Pirineos en su huida de España. Esta escenografía recuerda a los millares de españoles que huían del genocidio franquista, entre ellos la figura de Machado y su madre, que acabarían falleciendo a los pocos días de pasar los Pirineos, como consecuencia de las duras condiciones.

Ginestá se encuentra en Francia con sus padres, que habían estado en el Campo de concentración de Argelès-sur-Mer. Su sola mención estremece. De Francia, huyeron a la República Dominicana pero en 1946 tuvo que volver a marchar por la persecución del dictador Rafael Trujillo. De ahí marchó, con sus padres, a Venezuela. Ellos acabarían su días allí pero ella regresaría a Europa, en concreto a Prades (Francia) y, luego, a Bélgica y Holanda pero, mayoritariamente, a París, donde acabaría falleciendo.

 

 

Experiencias de unidad popular

Experiencias de unidad popular

Experiencias de unidad popular

“No se busca la competición en forma extrema, sino el espíritu de superación”.

Este número de la revista aborda de manera mo-nográfica el tema de las Olimpiadas Populares de Barcelona, y acierta al hacerlo, por ser muy necesario divulgar aquel acontecimiento aún tan desconocido, entre la población en general, e incluso entre nuestra gente, entre la gente de izquierdas. Y es necesario volver a visitarlo, darlo a conocer, por su relevancia y porque ese asunto del deporte popular y obrero, tan alejado de ese otro deporte de la “vedettes”, como dice el mismo Manifiesto de las Olimpiadas barcelonesas frustradas, fue un germen del gran movimiento político que alumbró al Frente Popular. La gran operación política de unidad de las izquierdas, que permitió el acceso de las clases subalternas al poder político, aunque fuera por el breve periodo entre febrero y julio de 1936, tuvo como campo de pruebas dos momentos estelares necesarios para la unidad popular, sin los que, me atrevo a decir, que no se hubiera conformado el Frente Popular.

Uno es la JSU, la unidad con la que se dotaron los jóvenes comunistas y socialistas, haciendo converger sus organizaciones, para caminar juntos por un nuevo camino revolucionario. Esa unidad de la JSU no se produjo al instante, ni en un laboratorio, sino que estuvo precedida de varios años de trabajo en común, mediante comités de enlace en la base, en los pueblos, actuando y ensayando su unidad de criterio ante los problemas reales de la vida de la clase trabajadora.

Esa unidad en la JSU disparó la adhesión hacia el cambio político y social, atrajo a sus filas a muchísimos jóvenes, llenó de nueva savia, de una desconocida alegría revolucionaria la actividad política juvenil. Transformar la vida para cambiar el mundo cobraba un sentido verdadero, entusiasta.

El otro germen imprescindible fue el del deporte obrero y popular, que culminó en la formación de la F.C.D.O, la Federación Cultual Deportiva Obrera. Ésta nació en 1931, recién instaurada la República, desde una indicación dada a los jóvenes comunistas españoles por la Internacional Deportiva Roja, un organismo con el que la Internacional Comunista pretendía llevar a las masas trabajadoras la idea de una vida sana, y ganar adeptos para la revolución socialista. En algunos países se pretendía contrarrestar la influencia reformista que hasta entonces tenía en la clase obrera la tendencia socialdemócrata, que también había creado sus organizaciones deportivas. No tanto en España, donde éstas eran prácticamente inexistentes.

El despegue de la FCDO en la sociedad española, su tremenda popularidad e influencia en la vida social, vino precedido, como en el caso de la JSU, por un trabajo común entre la clase obrera, en los clubs deportivos, sin sectarismo.

A eso ayudó sobremanera el cambio en el seno de la Internacional Comunista, cuando se pasó de la táctica de la oposición frontal, de “clase contra clase”, a la estrategia unitaria de los Frentes Populares. Eso creo una escuela de unidad que se propagó a todas las células comunistas. Del izquierdismo con el que se recibió a la República, en el que los comunistas en la Puerta del Sol gritaban el 14 de abril de 1931, ¡Abajo la Republica burguesa! ¡Vivan los Soviets!; se pasaba a ensanchar alianzas, a seducir, no sólo a los hermanos socialistas, sino a las fuerzas progresistas y avanzadas en la pequeña burguesía. El militante tipo cambió. Ya no obedecía al perfil del revolucionario profesional de identidad secreta, forjado en la clandestinidad y la persecución, escondido tras un sinfín de alias y seudónimos de guerra.

Ahora llegaban jóvenes a cara descubierta, normales, con su nombre, alegres, dichosos de emprender la lucha. Eran los primeros en defender a la Republica, antes burguesa, ahora un paso necesario para la transformación social.

El historiador marxista Eric Hobsbaw, hablando del tiempo de los Frentes Populares, que fue cuando él se adhirió al partido comunista británico, decía que aquellos que se habían incorporado a la lucha en ese momento álgido de la unidad popular, de apertura, de avance, de ofensiva de nuestras ideas, tenían una naturaleza especial.

Yo también lo creo. He conocido a muchos veteranos, que vivieron esos tiempos aquí, los tiempos de la unidad en la JSU, en la FCDO, en el Frente Popular, y todos tenían una mezcla de firmeza y ductilidad que los hacía muy fuertes, todos eran hombres llenos de luz en los momentos más sombríos, de sonrisa invulnerable, a pesar de las derrotas, de las torturas, gentes de mirada limpia, entregada al pueblo, llena de la unidad verdadera, cercanos al hombre nuevo que tantas veces hemos proclamado buscar.

Esa FCDO obtuvo un empujón enorme también cuando el Comité Olímpico Internacional, COI, designó como sede oficial para las Olimpiadas de 1936 a Berlín, en lugar de a Barcelona, que se postulaba y que era la candidata favorita. Al parecer, la burguesía hegemónica en ese órgano del COI, incluso la catalana presente en él, tuvo miedo ante una situación de revolución que ya preveían en el horizonte próximo para España.

La indignidad de celebrar unas Olimpiadas en el Berlín nazi, contraviniendo todos los principios del olimpismo, como bien subraya el Manifiestito de la Olimpiada Popular, provocó un gran movimiento para organizar los Juegos alternativos en Barcelona, como desagravio por la decisión del COI, y como expresión del auténtico olimpismo. Por eso se llamaron populares, porque extendían su alcance a toda la población antifascista, antirracista, antixenófoba, y no sólo obreras, como se habían llamado otros Juegos que ya se habían celebrado en Praga-1921, Francfort-1925, Viena-1931 y Berlín-1931 (Spartakiada), Moscú-1928 (Spartakiada), Y como se llamarían las que tendrían lugar después en Amberes-1937.

La FCDO fue el motor de ese movimiento. Se extendió por todas las ciudades y pueblos, instaurando comités pro-olimpiada de Barcelona. Otra estrategia de crecimiento fue la de la captación de clubs deportivos; los militantes de la FCDO que participaban en distintos clubs, intentaban que éstos se adhirieran a la FCDO, plateándolo en sus asambleas de socios.

Es lo que contaba Marcelo Usabiaga, que como miembro del Boxing Club de Irún propuso a éste su incorporación a la FCDO, cosa que el Boxing aceptó. Así fue creando una potente red social. Además de la labor de conseguir apoyos para Barcelona, las FCDO convocaron campeonatos y competiciones en las distintas modalidades deportivas. Propugnaban un deporte distinto, como decían en sus principios: “No se busca la competición en forma extrema, sino el espíritu de superación”.

La izquierda ha abandonado ese terreno, un espacio de fuerte alienación actual, paradigmática, donde se enajena al individuo en lugar de hacerlo crecer, empoderarse, superarse; convirtiéndolo en un consumidor, un ser pasivo, un adorador de las “vedettes” en un espacio mercantilista, donde se manejan cantidades estratosféricas de dinero, tan elevadas que se sitúan en otra realidad, que son repugnantes. La izquierda, que tuvo aquella osadía de inventar, ha abandonado el campo de batalla, no hay nada, nada de sus de valores en el deporte, ninguna influencia de nuestros ideales, del otro mundo que soñamos. Es su asignatura suspendida; y sin embargo, se ve todo tan claro…

«Hay que transformar la vida para cambiar el mundo»

Miguel Usabiaga

Arquitecto – Escritor, Director de Herri

 

Club Ciclista Clarion

Club Ciclista Clarion

Club Ciclista Clarion

Cuatro ciclistas de los clubs Clarion murieron en la Guerra Civil como brigadistas internacionales.

No somos justos

El club ciclista Clarion A fines de 1880 se produjeron en Gran Bretaña dos fenómenos paralelos que sincronizaron perfectamente, el auge de la bicicleta y de los principios de las ideas socialistas que proliferaron en los núcleos urbanos afectados por la revolución industrial. La bicicleta trajo al obrero un escape de las duras condiciones en las fabricas.  Se convirtió en el único lujo que podían permitirse aquellos obreros de fines del siglo XIX ya que la bicicleta les ofrecía la posibilidad de abandonar la ciudad después del trabajo y les otorgaba el poder de desplazarse por carretera sin importar la clase a la que se perteneciera. Es ahí donde nace el club Clarion.
En febrero de 1894 tuvo lugar un primer encuentro de aficionados a la bicicleta y  unos meses más tarde siete de ellos decidieron realizar un viaje en bici por Gran Bretaña. Un año más tarde, ya eran 120 los que se reunieron para crear el Club Clarion. El objetivo era constituir una asociación que agrupara a las diversas secciones del Club Clarion repartidas por todo el país con el fin de propagar las ideas socialistas además de promover carreras y excursiones.
Hoy en día, el actual National Clarion Cycling Club 1895, rama del antiguo club National Clarion Cycling Club, sigue apoyando los principios originales del club cuyo eslogan en aquellos años decía “El compañerismo es vida, la falta de solidaridad lleva a la muerte”.

Historia del diario Clarion
En Manchester en 1891, el 12 de diciembre, se creo el diario Clarion bajo el patrocinio de la sociedad cooperativista de Manchester Coop. Su editor,  Robert Peel Glanville Blatchford, hijo de un comediante del partido conservador, escribía bajo el seudónimo Nunquam, que decía habérselo puesto porque venia de “Nunquam dormio”, nunca duermo.
En el primer número escribió lo siguiente: “El Clarion es un periódico pensado por sus redactores para decir la verdad francamente y sin miedo. Quizás no siempre con razón pero con honestidad y siempre intentando ser consecuente con sus principios. Su personal no pretende ser gracioso o sabio pero si honesto. No escriben para facciones sino para el pueblo. No luchan para la victoria sino para la verdad. No quieren provocar sino convencer. Donde exista la injusticia intentaran desvelarla. No habrá perdón para la cobardía, el egoísmo y la corrupción, independientemente de en que estamento se produzca. La esencia de este nuevo periodismo en el que se han embarcado estos hombres es la verdad y les recuerdo a nuestros amigos más serios que la verdad puede estar también detrás de una sonrisa, no sólo detrás de una cara seria.
La política del Clarion es una política de humanidad, justicia y razón, no de partido, secta o credo. Más de la mitad de nuestros lectores no son obreros. Si cometemos el error de otros diarios laboristas de dedicarnos solo a artículos que hablen de los problemas laboristas estaremos en la ruina en tres meses.”
La circulación del periódico llego a 50.000 y algunos lectores iniciaron, inspirados por el diario, clubs deportivos como, por ejemplo, los club ciclistas Clarion, fundados  en 1895 y repartidos por todo el país. Blatchford hizo campana a favor de los sin techo y frecuentemente atacaba a los propietarios de las factorías y terratenientes de la época por la explotación que ejercían.  El periódico sobrevivió hasta 1935. Murió a los 92 años, en 1943.

Club Clarion y la Guerra Civil.
En marzo de 1936, el encuentro del Clarion en Chester, con unos 200 asistentes, condenó los juegos olímpicos de Berlín que iban a tener lugar aquel año. Declararon en su resolución: ” La Alemania fascista, con su discriminación racial y religiosa y la persecución política es un horror para los deportistas de todo el mundo. Esta conferencia hace un llamamiento para que las olimpiadas se celebren en otra capital y nos negamos a participar en ningún acto celebrado por la Alemania de Hitler.”
En la delegación que Gran Bretaña envió para competir en las Olimpiadas Populares, había cinco corredores de los clubs Clarion. Algunos se incorporaron posteriormente a las Brigadas Internacionales, y, combatiendo en sus filas, cuatro ciclistas de los clubs Clarion murieron en la Guerra Civil.
Septiembre de 1936. El comité nacional del Clarion organizó un encuentro en su sede de Menston para hablar sobre lo que estaba ocurriendo en España, afirmar su solidaridad en su lucha contra la amenaza del fascismo. La resolución que tomaron fue la de pedir públicamente al gobierno británico que dejara de apoyar a los fascistas ya que  la  prohibición del gobierno británico de dar armamento a los republicanos estaba mermando el poder de lucha. También hacían una llamada a los transportistas británicos para declararse en huelga en caso de transportar armas para los fascistas.
1937. Unos meses más tarde, en el encuentro del Clarion del 37, en Durham, los delegados de todas las secciones ya no sólo criticaban la situación como habían hecho en la anterior reunión sino que se habían movido hacia una posición más activa, optando por acudir en ayuda de la Republica con las brigadas internacionales. En la resolución de aquel año mencionaron la situación en España como  heroica lucha por la libertad contra las fuerzas del fascismo internacional y mostraron sus condolencias por los dos ciclistas del Clarion que ya habían fallecido en la lucha cerca de Madrid, Roy Cox y Tom Durban. En la resolución final escribieron:  “Reconociendo que el fascismo destruye la libertad de los deportistas y que el único uso que les dan es el de militarizarles, esta conferencia  ruega  a los presentes que apoyen activamente a las fuerzas antifascistas tanto en Gran Bretaña como en el extranjero.” Al finalizar la conferencia se acordó que una suma de veinte guineas se dividiera entre el comité de ayuda medica a España y las brigadas internacionales.

Raymond Cox trabajaba como oficinista en una constructora en Southampton cuando los franquistas lanzaron su ataque contra el gobierno y era delegado sindical en Southampton. Había sido miembro fundador de la sección local del club ciclista Clarion  y secretario del club para la zona  Londres y  sur de Inglaterra.
Renunció a su trabajo y pagó de su bolsillo el viaje para acudir como brigadista. Antes de irse dijo a su madre viuda y a su hermano mayor que había sentido la llamada para ir a luchar por la libertad. Conocido como Tommy por sus amigos estaba entre los primeros voluntarios en septiembre del 36,en la centuria Tom Mann. También fue uno de los primeros en morir, el 15 de diciembre del 36, cuando fue herido mortalmente durante la heroica defensa de Madrid. Escribió desde el frente a su madre:” Creo que al luchar en España estoy ayudando a preserva la paz en Europa“. Tenia 22 años.
Roy Watts trabajaba como vendedor de muebles en Porstmouth y luego en Leicester, para la emblemática cooperativa británica Co-op. Como miembro del partido comunista y del sindicato de su rama laboral daba discursos en diversos mítines. fue presidente de la sección ciclista Clarion de Portsmouth y uno de sus socios más populares. Murió en septiembre de 1938 herido por munición proveniente de un avión franquista mientras el se encontraba en su posición durante la ofensiva del Ebro. Tenia 23 años.
Escribió estas líneas a unos amigos suyos poco antes de su muerte: “Me siento feliz y orgulloso poniéndome al servicio de los trabajadores de España en su lucha heroica contra las bestialidades del fascismo. No tenemos nada en común con la mentalidad de los fascistas, quienes glorifican la muerte como su ideal. Nosotros amamos la vida pero, precisamente porque la amamos, no dudamos en sacrificarla para salvar a la humanidad de los enemigos de la vida. Muchos de nuestros mejores camaradas han caído ya y no escondemos el dolor amargo de su perdida pero sus muertes no son motivos de luto sino de acción”. Roy escribió una carta antes de morir a su amigo Walton hablando de sus experiencias en el frente.  “He servido en acción con la artillería antiaérea, infantería y la unidad de transmisiones. He estado en la mayoría de los territorios en manos de los republicanos y he sido hecho prisionero. Aparte de fiebre y un poco de metralla que me ha llevado tres veces al hospital , puedo decir que he salido hasta ahora sin apenas rasguños.
He aprendido a amar este país. La belleza es impresionante. Es demoledor pasar por estos preciosos pueblos y ciudades después de haber sido bombardeados por los fascistas.
Se que una experiencia como esta estimulara a los de casa para moverse contra los responsables. Desde nuestro avance, la furia fascista parece no tener limite.
Con la guerra siendo lo que es, uno no puede hacer pronósticos con certeza pero espero estar de vuelta en casa para Navidad.”  La carta la recibió Walton justo después de su muerte.
Tom Oldershaw murió tras la retirada de Belchite el 15 de marzo del 38. Aparece mencionado en el libro de William Rust “Britons in Spain”.
Obituario del socio ciclista del Clarion y brigadista Tom Oldershaw, publicado en la revista de octubre de 1938 del club ciclista Clarion
“Con el más sincero pesar tenemos que decirles que un socio de la sección de Clapham ha muerto a los 24 años. Tom Oldershaw. Carpintero de profesión, era uno de los grandes luchadores de la causa socialista, había sido presidente de su sindicato y miembro del partido comunista de Battersea. También secretario general del Comité de ayuda a España. Hizo un tremendo trabajo por el movimiento laborista en Battersea. Era un gran ciclista y pedaleo con la sección de Clapham, en compañía de Edgar Priest, por Francia y Alemania y también cruzó los Pirineos. Era un socio ideal para el club, con gran sentido del humor. Se alistó como voluntario en la lucha contra Franco y estuvo en la ofensiva de Aragón en marzo de este año. Quedo herido y sus compañeros no tuvieron otra opción que dejarlo allí. Todos los esfuerzos posibles se han llevado a cabo para saber su paradero pero no se encuentra en la lista de prisioneros  y tampoco en los hospitales franquistas. Después de meses de ansiedad nos sentimos obligados a concluir que murió en la batalla. Es realmente triste saber que no tenemos con nosotros este compañero maravilloso y heroico entre nosotros”.
Así es como sus socios se enteraron de su muerte. Él fue uno de los cuatro socios del Clarion que cayeron en combate en España luchando contra el fascismo. Los otros tres fueron Ray Cox, Roy Watts y Tom Durban. Todos jóvenes con poco más de veinte años que abandonaron a su familia y amigos para ir a luchar a España a luchar por los derechos de los españoles y contra el golpe fascista que llevo a cabo el ejercito en julio del 36.

En julio de 1936 Geoff Jackson, socio del Clarion estaba en Barcelona  junto a otros cuatro ciclistas del Clarion para representar al equipo en las Olimpiadas  alternativas que se habían organizado, paralelas a las de Berlín.
Pero justo un día antes de que comenzaran estallo el golpe de Estado franquista con lo cual tuvieron que verse obligados a regresar pero no por ello dejaron de pensar en Catalunya que tan bien les había recibido.
Comenzaron a preparar un viaje que les llevaría pedaleando por Escocia, Inglaterra y Francia con el fin de ayudar a las victimas de la guerra civil. Dos años más tarde, los preparativos tomaron forma y decidieron en mayo del 38 salir en ruta en sus rudimentarias bicicletas de la época. Geoff y otro socio del Clarion, Ted Ward, salían desde Glasgow en dirección a Barcelona.
Fueron parando en las ciudades y pueblos de Gran Bretaña en donde el club Clarion tenia sus diferentes secciones y en cada lugar al que llegaban los ciclistas la gente les salía a recibir mostrando su solidaridad con la causa republicana. Cada noche la sección local del Clarion en donde paraban se encargaba de organizar su alojamiento y también un mitin para que la gente de la zona supiera lo que estaba ocurriendo en la Península.
Para cuando llegaron a Newhaven, puerto del sur de Inglaterra, ya habían conseguido 350 libras que luego aumentarían en cada etapa. Cuando cruzaron el canal de la Mancha y llegaron a Dieppe, primera localidad tras cruzar el canal les esperaban ciclistas franceses que les acompañaron hasta la frontera con Catalunya.

En el poster que publicaron Ted y Geoff decían lo si-guiente: Durante dos años España ha estado en guerra. Miles de niños y mujeres, miles de jóvenes han muerto. La lucha continua. A pesar del hambre y las bombas, la población sigue en la lucha. Por eso, porque apreciamos su lucha, que es la nuestra, los ciclistas británicos saldremos para España para darles nuestro apoyo. Una de las peores calamidades de la guerra es ver sufrir a niños inocentes.

Los ciclistas recaudaran a lo largo del camino fondos para ayudar a los niños, victimas de la guerra.  Contribuyan a ayudar a los niños de España. No dejen que los niños pasen más hambre. Pedaleando hasta España. Glasgow- Barcelona. Mayo 1938.

Equipo ciclista femenino Clarion de Bolton, Inglaterra

Irene Euba y Pedro Fernández

 

EL PABELLÓN ESPAÑOL DE LA EXPOSICIÓN MUNDIAL DE PARIS DE 1937

EL PABELLÓN ESPAÑOL DE LA EXPOSICIÓN MUNDIAL DE PARIS DE 1937

EL PABELLÓN ESPAÑOL DE LA EXPOSICIÓN MUNDIAL DE PARIS DE 1937

UN EDIFICIO PARA UNA IDEA.UN “ARTE-FACTO” DE PERSONAS PARA UN COMPROMISO

Se suele hacer siempre referencia a que en el pabellón de España de la Exposición Universal de París de 1937 estuvo expuesto el Guernica de Picasso, y es cierto, pero ese edificio efímero fue algo más que un contenedor del manifiesto picassiano, fue la materialización de una idea en la que participaron muchos actores con un idea común. Probablemente tanto su ubicación fuera del tablero real de la Guerra Civil, como su característica temporal han desdibujado la importancia de representación de la España Republicana que supuso ante el mundo en un momento tan significado como el verano de 1937 en el que estuvo vivo.

La Exposición Universal de Paris.
Las exposiciones Universales vienen desarrollándose desde el S. XIX. Inicialmente con el fin de generar relaciones comerciales entre los países exponentes, donde conseguían un entorno de publicidad general favorable dados los escasos canales de comunicación de la época. A principios del s. XX las exposiciones habían adquirido una derivada más enfocada a la exaltación nacional que a la comercial, como así sucedió en las exposiciones americanas previas a la europea de 1937. Es importante contextualizar la de Paris en un clima de tensión general latente entre países europeos: son los años previos a la Guerra Mundial, con una Europa en situación de crisis general en lo económico y con un gran dinamismo de reivindicación social.
La exposición de Paris, tenía como lema “Artes y técnicas en la Vida Moderna”, y se ubicó en el centro de Paris, en los mismos terrenos de la antigua exposición que legó la torre Eiffel en 1887, pero ampliados; se dedicaron más de 100 Hectáreas de superficie, participando 44 países, y en su construcción llegan a trabajar 20.000 trabajadores, lo que da una idea de la magnitud del evento, tanto a nivel participativo como económico.

La exposición se realiza en un momento en el que el debate cultural está también agitado. Algunos artistas se replantean el papel que deben jugar en la sociedad, tras el artista al servicio del poder como había sido hasta poco antes, se plantean su labor ya en términos de colectividad, en busca de un arte para el pueblo. Un planteamiento que origina una lucha cultural entre los viejos próceres y los nuevos artistas, que se evidencia en situaciones como el caso de Le Corbusier y su pabellón ”des temps nouveaux” para esta exposición; trabajo que se le encarga porque no puede quedar fuera de la misma una figura reconocida internacionalmente, pero se le relega en un lugar casi inaccesible: en los límites de la exposición, llegando a ocultarse en un momento de visitas de algunas autoridades. Circunstancia similar se da en los pabellones de Alemania y la URSS, con gran presencia en tamaño y ubicación, enmarcados en un clasicismo grandilocuente y torpe, que tienen un sitio privilegiado en la entrada de la exposición, enfrentados uno contra otro casi como metáfora de lo que iba a ocurrir en unos pocos años. Propuestas formales alejadas de los pabellones de Alemania, del arquitecto Mies Van der Rohe en la exposición de Barcelona en 1929; o el de Melnikov de la URSS en el mismo Paris, en 1925; exponentes de una nueva arquitectura moderna que han trascendido a la historia arquitectónica. Al nuevo arte le costaba hacerse sitio.

El Gobierno de España y el pabellón. .

Los preparativos de la exposición por parte de las autoridades españolas quedan en segundo plano, cuando un año antes estalla la guerra civil. Las prioridades son otras, y la embajada española de Paris es un centro neurálgico para la compra de material militar, dificultada sobremanera por la política de “no intervención” general, y no parece haber tiempo para un edificio efímero, un capricho frívolo en circunstancias tan graves. Es la intervención del nuevo embajador Luis de Araquistaín, nombrado en septiembre de 1936, antes embajador en Alemania y diputado socialista, lo que hace tomar consciencia de la posibilidad de utilizar el evento como plataforma propagandística de la situación del Gobierno de la República y casi como “aviso a navegantes” de lo que asomaba en Europa.
La Exposición tenía fecha de inauguración en mayo de 1937 pero el pabellón se inaugura el 12 de julio de 1937 ya empezada la misma. A finales de 1936, siete meses antes de la inauguración, lo que da la idea de la carrera contrarreloj que se iniciaba, el embajador solicita la designación de un arquitecto y de una partida para la obra. Su toque de atención a Madrid hace que en diciembre de 1936 se nombre al arquitecto Luis Lacasa, con un encargo no definido claramente, que estaba entre arquitecto y comisario de la exposición. Lacasa, arquitecto de perfil social como reflejan sus escritos, y con experiencia de trabajo en el ámbito europeo, había trabajado en Alemania y había tenido relación con el centro de vanguardia Bauhaus, que había sido cerrado en 1933 por los nazis. Una vez en Paris la embajada le propone que colabore con José Luis Sert, también arquitecto, con experiencia parisina, ya que había trabajado el estudio de Le Corbusier, y conocía perfectamente el medio profesional de la construcción francesa, y que en ese momento se encontraba en Paris, trabajando para el Patronato Nacional de Turismo y para la Generalitat de Catalunya en varios stands temáticos para la exposición universal. Posteriomente, el cargo de comisario de la exposición queda definido en la persona de José Gaos específicamente. El equipo que rodeó al comisario se compuso de intelectuales de prestigio: desde escritores como Max Aub y José Bergamín, que fueron comisarios adjuntos, o el pintor Hernando Viñes que actuó como secretario. Completaban el grupo el director general de Bellas Artes, Josep Renau, cartelista y fotomontador; el cineasta Luis Buñuel; y los escultores Alberto Sánchez y Julio González, así como el pintor Joan Miró.

Ambos arquitectos dan inicio a la preparación de los croquis ante un solar de dimensiones escasas, irregular en desnivel, con una serie de árboles que había que respetar, y con un presupuesto mínimo fruto de una economía de guerra obligada. Ambos toman decisiones de carácter trascendental, que van desde la forma de construcción que debe ser “seca”, esto es de montaje de piezas, que favorecerá una mayor rapidez de construcción, a la formalización del mismo, como una arquitectura moderna, lejos de columnas y frontones clásicos, un arquitectura de los nuevos tiempos, al servicio del contenido, apoyándolo y resaltándolo.

No se puede resumir más el fin y el contenido del pabellón de la Republica, que leyendo las palabras de Luis Araquistaín el 27 de febrero colocando la primera piedra:

“parece que algunos se han extrañado de que en plena guerra la España Republicana encuentre el tiempo y el estado de ánimo para presentarse a esta manifestación de la cultura del trabajo. (..) Para la España Republicana la guerra sólo es un accidente, un mal impuesto y transitorio, que no le impide, de ninguna manera, continuar creando obras espirituales y materiales. Es precisamente por esto por lo que quiere vivir, por lo que lucha: por ser libre en la creación intelectual, en la justicia social y en la prosperidad material. Por eso debe vencer. Nuestro pabellón será el mejor ejemplo y la mejor justificación de su continuidad histórica. Veremos como el pueblo español debe vencer porque posee, como Minerva, todas las armas: las de la libertad, las de la cultura y las del trabajo.”

Esta triada de creación intelectual, justicia social y prosperidad material, es el resumen en torno a lo que gira todo el pabellón y el espíritu que guió a todos los participantes, cada uno desde su capacidad, como señalaremos posteriormente. La República presentó un pabellón de reducidas dimensiones y medios, pero exponente de la arquitectura moderna puntera; con un contenido en artes plásticas excepcional, con las primeras figuras internacionales españoles: Picasso, Miró, Julio González, Alberto Sánchez , Buñuel y otros; con una exposición de trabajos folklóricos y populares que interesó tanto, que tras finalizar la exposición, se trasladó dicha exposición al Museo del Hombre parisino, a solicitud de este; y con una interesante exposición socio económica sobre carteles y fotomontajes que mostraban los logros en esos campos de la Republica, incluyendo un mapa en cristal a gran tamaño que señalaba mediante iluminación el desarrollo de la guerra civil. No se podía olvidar que había una guerra y el pabellón era un frente más.

El pabellón un “arte-facto” de personas para un compromiso

El pabellón de España era de reducidas dimensiones como se ha comentado pero tenía una presencia propia importante, situado tras los pabellones grandilocuentes en lo formal de Alemania y Rusia, aparecía con una escala humana de planta baja y dos plantas aun lado del recorrido. Cada planta contaba con unos 300 metros cuadrados, diseñado con un recorrido nítido explicativo de su contenido y que no ofrecía dudas de su mensaje desde que el viandante llegaba a su acceso y se internaba en él.

Justo a los pies del pabellón el visitante se encontraba con una escultura de Alberto (Albero Sánchez) de 12,50 m de alto en tonos rojizos como un tótem proclama, que se titulaba “el pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella”, que en su textura recordaba a los surcos de arados de la tierra colocados en vertical y coronados por una estrella, el carácter simbólico del trabajo del campo y sus aspiraciones sociales es evidente. Tanto la escultura como el autor eran excepcionales. El escultor había nacido en una familia humilde y no tuvo educación escolar, trabajó desde los siete años como porquerizo, repartidor de pan, aprendiz de herrero, zapatero, escayolista, y panadero; hasta que en su madurez, como autodidacta se dedicó a la escultura, trabajó de profesor de pintura, y fue enviado por el gobierno en 1938 con este papel con los niños exiliados en Moscú, donde falleció en 1962. Es importante señalar la implicación del escultor en el pabellón y su idea, ya que tras instalar la escultura, quedó a trabajar en la obra del pabellón, que iba contrarreloj, como un albañil mas cobrando el sueldo correspondiente a dicho oficio.

En el jardín exterior previo al pabellón, además de la escultura de Alberto, se situaban dos esculturas de Picasso, “Gran cabeza de mujer” y “Dama Oferente”; y también la genial “Montserrat” de Julio González, esta escultura es todo un símbolo, ya que por un lado es un homenaje a la mujer madre y trabajadora, muy activa durante la guerra civil, alistándose también en las milicias, y por otro lado con su nombre establece una referencia con el origen catalán del autor.

El pabellón presentaba una fachada neutra, con materiales metálicos y paneles de madera, fruto tanto de la elección de la arquitectura moderna como imagen, como por la necesidad de rapidez en su ejecución. Sobre la fachada se colocaban, en el más puro “agit-prop” mensajes relativos a la Guerra Civil y el papel de la Republica, reproduciendo cartelería republicana que se cambiaba diariamente.
La planta baja era porticada y libre y justo a la izquierda se situaba el Gernika de Picasso delante de la fuente de mercurio de Alexander Calder.

Si bien se ha escrito mucho y bien sobre el Gernika y Picasso, desde el punto de vista que nos trata, sólo apuntaremos los datos referidos su relación con el pabellón. Picasso en aquel momento era director del museo del Prado desde octubre de 1936, aunque nunca tomó posesión del cargo por las razones de la contienda.

Se ha debatido si el Gernika como tal fue un encargo expreso o no, lo cierto es que había un encargo no definido para Picasso por parte del Gobierno de la Republica, pero no recibe un encargo formal hasta los inicios de la definición del pabellón por parte del comisariado del mismo, en el que se le encarga un “mural de 36 metros cuadrados“, dimensionado ya, enfocado a la ubicación del mismo en el pabellón. Curiosamente dada esta dimensión y para una mejor visión de la obra, los arquitectos eliminan el pilar del vano frente a la pintura, para permitir una visión general del mismo, aunque curiosamente dicho pilar sigue apareciendo en todos los planos que se reproducen. Picasso participa no sólo con la pintura mural sino con cinco esculturas más, con una presencia muy importante, pero lo más importante para él, es que se implica directamente en el proyecto, siendo una presencia habitual en la obra del edificio, asistiendo tanto con los arquitectos como con Miró. Para Picasso era una manera de estar en la España en guerra aunque muy lejos de allí, como un “miliciano de la cultura” como se le ha definido en ocasiones. Reflejo de esa identificación con la causa son títulos de sus obras como ”Sueño y mentira de Franco”, para un grabado que se vendía en la tienda del pabellón, o el propio título del Gernika.

“La pintura no ha sido hecha para decorar las habitaciones. Es un instrumento de guerra ofensiva y defensiva contra el enemigo.” -Pablo Picasso

En una entrevista en una exposición de carteles de Nueva York sobre la guerra civil española Picasso declaraba lo siguiente: “La guerra de España es la batalla presentada por la reacción contra el pueblo, contra la libertad. Toda mi vida como artista no ha sido otra cosa más que una lucha continua contra la reacción y la muerte del arte. ¿Cómo podría pensar nadie ni siquiera por un momento que yo pudiera estar de acuerdo con la reacción y la muerte?… En el mural en el que estoy trabajando y al que llamaré Guernica, y en todas mis obras recientes, expreso con claridad mi aborrecimiento hacia la casta militar que ha sumido a España en un océano de dolor y de muerte”.

Justo enfrente en el mismo espacio, y opuesto al Gernika, en la zona de tienda y venta de libros, se situaba un retablo homenaje a Federico García Lorca y entre ambos quedaba la fuente de mercurio de Alexander Calder, el único artista
no español que contribuía con su obra, saltándose las bases de la exposición que no permitía dichas intervenciones. La obra se trata de una fuente de líquido negro grisáceo como es el mercurio, que hacía referencia a la producción de un material muy valorado en ese momento, del que España era el primer productor europeo a través de las minas de Almadén en Ciudad Real.

Siguiendo con el recorrido natural de visita, al salir del espacio porticado, se llegaba a un gran espacio al aire libre que servía de zona de actuaciones, cine, y recepciones. El espacio se cubría con unos grandes toldos , al más puro estilo mediterráneo, hábil decisión proyectual de los arquitectos, tanto por la economía de medios como por la utilización de un sistema constructivo histórico en climas cálidos que genera sombra y permite que el aire caliente se mitigue, y Paris en verano es un sitio caluroso. Se evidenciaba aún más el carácter mediterráneo con el uso en el suelo de baldosas de terracota cerámica y con dos enrejados metálicos en los laterales. En el frente, se respetaba el árbol que formaba a pasar parte del escenario como un elemento arquitectónico más.

un recorrido que llevaba a la planta segunda y más alta. Como curiosidad constructiva, la planta de cubierta del edificio del pabellón estaba configurada por un sistema de aspersores, entre la cubierta y el falso techo, que refrigeraban el aire que circulaba por ella y que servía tanto para refrigerar la propia cubierta como para enfriar un aire que pasaba al interior mediante ventiladores, sistema de tradición árabe aplicado a un edificio moderno.

Esta segunda planta consistía en una planta libre acabada en paneles de cemento en techos, con paredes de fibrocemento y con suelos enmoquetados con una estera del mismo material de los sacos del campo. En esa planta se situaban las exposiciones de artes plásticas y de artes populares, colocadas sobre un montaje muy novedoso basado en grandes fotomontajes, y configurada por paneles que obligaban a un recorrido hasta la escalera de descenso a la planta inferior. Estas exposiciones iban renovándose para mostrar los máximos objetos posibles y que llegaban con cuentagotas dadas las dificultades del transporte desde España.

Las artes plásticas se centraban en cuadros y esculturas realizadas por profesionales del “arte”, con un carácter culto, y en muchas ocasiones con temáticas que reflejaban la propia guerra civil, y por otro lado las artes populares que iban desde cerámicas a trajes populares, realizados por artesanos de carácter popular. La Generalitat y el Gobierno de Euskadi dispusieron de sendos espacios propios para la exposición de sus contenidos. En una parte del recorrido, había un balcón que comunicaba la planta primera con la segunda, enmarcando un mapa de la península que mostraba el devenir de la guerra, y que unía conceptualmente las dos plantas, los elementos culturales de la segunda y la de las actuaciones sociales de la primera. Se accedía a la escalera de descenso acompañando a un panel que contenía una frase del Quijote: “Uno debe exponer su vida por la libertad”, no había equívocos en la intención del pabellón.

Mientras se desciende la escalera para acceder a la planta inferior el visitante se encontraba de frente con la obra de Miró “payés catalán en revolución”, también llamada “el segador”, una obra pintada sobre los propios paneles del pabellón de gran colorido pero con un gran trasfondo trágico y que se perdió con el desmantelamiento del mismo. Miró era gran amigo de Jose Luis Sert, el arquitecto coautor, del que fue padrino de su boda junto con Le Corbusier, y a su vez también era muy amigo de Picasso. Parece cierto que Miró no tenía mucha conciencia política, pero en estos momentos trágicos, se implicó desde el primer momento en la filosofía general, como el mismo señala : “participé en el pabellón porque me sentía humanamente solidarizado con lo que representaba”. Se le permite elegir el sitio de la obra, y ubica la pintura en el rellano de la escalera, de una manera muy escenográfica, dadas las dimensiones de la pintura, de 5,50 x 3,60 metros, su iluminación cenital de luz natural, y la obligada vista de frente de todos los visitantes al descender.

En la planta primera se exhibían los logros sociales y económicos de la Republica en lo tocante a economía, sanidad, agricultura, educación, industria, etc. Toda esta información se presenta mediante fotomontajes que dieron una personalidad propia a la presentación de estos temas, y como un inmejorable canal de propaganda con gran trascendencia en medios. Esta exposición se necesitaba iluminar, pero al ser un piso intermedio no se podía realizar superiormente como la anterior, por lo que, los arquitectos permiten pasar la luz desde las fachadas mediante un ventanal corrido, que permite también una ventilación cruzada de refresco. Las exposiciones, dado su de carácter, se podían ubicar mediante paneles móviles sin ocupar las fachadas, y además con sus juegos de vidrio impreso. Todo un avance, que permitió también que la iluminación natural llegase al interior de la planta.

De esta planta se salía a una plataforma en la que se colocaban paneles alusivos al frente y que se cambiaban cada día. Éstos quedaban enmarcadas por tres mástiles que recogían tres banderas, la republicana la senyera y la ikurriña. La Generalitat y el Gobierno Vasco tenían comisiones propias integradas en la dirección del pabellón y con contenidos propios. Desde esa plataforma se accedía mediante una escalera a la salida del pabellón.

La exposición universal finalizó oficialmente el 25 de noviembre, y si bien en un momento hubo vientos de ampliación de la misma, lo cierto es que las labores de demolición empezaron a realizarse aproximadamente en enero del 1938. El pabellón fue desmontado en condiciones desoladoras, sólo quedaron los arquitectos y el contable para realizar dicho trabajo, llegando a comunicar que no tenían despacho para poder trabajar , circunstancia que fue resuelta. A la dificultad de la falta de medios se aunaba el acicate del gobierno francés para su desmontaje y se sumaba la dificultad de expedición de destino de los elementos del pabellón: yendo algunos a las sedes del Gobierno, a Valencia y a Barcelona; y quedándose algunas piezas en Paris. Se desconoce bien que pasó con parte del continente y contenido, si bien han ido apareciendo en ocasiones fruto de la casualidad. El día 13 de julio de 1938 se da por cerrado el expediente y algunos pagos que habían retrasado su liquidación definitiva.

Las personas
De las circunstancias que acompañaron a los artistas que trabajaron en el pabellón son fácilmente conocidas, pero, desde mi punto de vista, interesa saber que paso con los arquitectos que dieron forma al pabellón.

Quedando libres del encargo los arquitectos tomaron caminos diferentes. Josep Luis Sert se quedó en Paris, donde se había casado con su esposa española, que estuvo trabajando como apoyo en la tienda del pabellón, pero en condiciones limite de trabajo. Se dio el caso de que se partió una pierna y no tenía dinero para sacarse una radiografía. Hay que apuntar que los sueldos de los arquitectos delegados por la Republica eran unos sueldos normales de carácter administrativo, no de estrellas, y aunque Sert era de familia pudiente, su tío era el gran pintor José María Sert, la familia le dio la espalda a José Luis porque su esposa no era del nivel social que ellos consideraban “apropiado” para él. Incluso hubo un incidente diplomático surrealista con el Vaticano en el que se señalaba en una carta: ”tampoco deja de sorpréndeme que un sobrino del Conde de Sert sea arquitecto de la Exposición. Cierto que según me informan de todas partes ese joven es comunista, pero yo de los Condes comunistas tengo ciertas reservas mentales.”

Esta relación con el comunismo probablemente viene desde su asociación en Barcelona con Josep Torres Clavé, arquitecto con el que realiza varios edificios y de marcado compromiso político que pasó desde la creación del sindicato de arquitectos, la nacionalización de la Escuela de Arquitectura, hasta su muerte en el frente de Teruel.

Lo cierto es que, tras atravesar muchos pesares, Sert y su esposa no pueden volver a España, Barcelona ha caído en enero del 39 y parten con nombre falso a Cuba desde donde después de unos meses pasó a EE.UU. donde gracias a sus relaciones con arquitectos internacionales, Sert pudo dedicarse a la docencia y trabajar como arquitecto de éxito en todo el mundo.

Volvió a España en el 75 y estuvo a caballo con sede en EE.UU. hasta su muerte en 1979.

La vida de Luis Lacasa es otra, vuelve a España, a Barcelona y es movilizado con su quinta, si bien había formado anteriormente parte de la sección de Agit-prop del 5º regimiento. Como muchos, sale por la frontera francesa siendo internado en el campo de Argeles, de donde es liberado gracias a la intervención de algunos arquitectos franceses. Se traslada a Moscú trabajando en la Academia de Arquitectura donde realiza numerosos informes de urbanismo occidental. En España, el Ministerio de Vivienda, mediante la  Orden de 9 de julio de 1942,  por la que se imponen sanciones a los arquitectos, condena a Luis Lacasa y a otros dos más, a la inhabilitación perpetua para el ejercicio público y privado de la profesión. En 1954 se traslada a China hasta 1960, en que vuelve a Moscú. Realiza un viaje a Madrid en 1960 de donde es expulsado al cabo de un mes, de manera precipitada y urgente, aunque se le había empezado a organizar un homenaje por parte de algunos jóvenes arquitectos. Fallece en 1966 en Moscú.

Su talla intelectual queda fuera de dudas, y su relación con artistas que lo valoraban, queda más que demostrada en estas tres reseñas: en 1931 García Lorca publica en la revista Occidente un bello poema surrealista titulado ‘Vaca’ dedicado expresamente a Luis Lacasa. Rafael Alberti escribe un soneto titulado “A Luis Lacasa’”, en el que escribía: «España sin morir espera. Pronto, arquitecto, sobre su aire puro, podrás tranquilo y con tu sabia mano levantarle otra nueva primavera”. Y Pablo Neruda, en su Elegía de 1971, tras la muerte de Lacasa, escribe: «Allí en Moscú bajo la nieve, yace el duro esqueleto de mi buen compañero, compañero».

Probablemente este escrito no haya sido más que un excusa para poder contar la vida de Luis Lacasa y de otros intervinientes en el pabellón, es imposible abarcarlos a todos, pero es el exponente de persona comprometida con una profesión y una causa de la que a lo largo del escrito hemos querido transmitir: más allá de la obra hay personas con compromisos en tiempos trágicos, el homenaje debe ser a ellos no solo a su obra.

Lorenzo Goikoetxea Arquitecto

La paloma de la paz de Picasso, nació en Wroclaw, Polonia, 1948

La paloma de la paz de Picasso, nació en Wroclaw, Polonia, 1948

La paloma de la paz de Picasso, nació en Wroclaw, Polonia, 1948

La paloma de la paz de Picasso, y nuestro combate en la Europa del Este hoy.

Al observar las diferentes “Palomas por la paz” que Picasso diseñó para el Movimiento por la Paz hasta 1962, me doy cuenta de que la Paloma de la Paz es parte de mí, de nuestro patrimonio mental. Crecimos, los que nacimos de 1948 a 1989, con esta imagen enraizada en nuestra memoria, duplicada en los libros escolares, carteles, literatura infantil, sellos y postales (que las jóvenes generaciones internet no conocen, las colecciones de sellos jugaron un papel importante en la producción del imaginario, hasta nuestra generación, nacida en los años 70). Un símbolo tan familiar y un obvio que eclipsó totalmente la rama de olivo de la antigua Grecia. Incluso hoy, los habitantes de Wroclaw, a pesar de treinta años de fascinación ultraliberal de Polonia, están orgullosos de haber sido el centro del mundo intelectual y político en el Congreso Mundial de Intelectuales por la Paz, del 25 al 28 de agosto de 1948. Ellos están orgullosos de la estancia de tantos intelectuales prestigiosos en su ciudad y especialmente de la estancia de Pablo Picasso. Incluso, aunque el famoso diseño de la paloma realizado en las servilletas de papel del Hotel Monopol es ya un mito; es importante mencionar también que Picasso realizó y ofreció a la ciudad de Wroclaw un dibujo de la “Joven polaca”, que hoy en día se puede ver en el Museo Nacional de Varsovia, y se interesó en la cerámica y artesanía polacas. La ciudad de Wroclaw todavía estaba en ruinas, al igual que Varsovia y Gdansk, pero la idea del Congreso Mundial por la Paz, llevada a cabo por el intelectual comunista Jerzy Borejsza, trataba de internacionalizar Polonia, para resaltar el esfuerzo de los polacos en la reconstrucción de su país, para evitar la ruptura mundial de la Guerra Fría y, finalmente, para evitar que el mundo volviera a ser un terreno de caza aterrador para una nueva guerra cuyos pueblos pagarían el precio. El Congreso de Wroclaw fue un éxito a pesar de que no pudo detener la Guerra Fría dirigida por los estados poderosos que consagró la división del mundo intelectual entre los bloques del Este y del Oeste. El Congreso permitió la constitución del comité de preparación para el Congreso Mundial de Partidarios de la Paz, cuya paloma fue el símbolo y el lanzamiento del llamado de Stokholm contra la carrera armamentista atómica.

Yo crecí de 1971 a 1989 en una sociedad que todavía estaba atormentada por la guerra, entre películas de guerra para adultos y para niños, con el culto a los Héroes Resistentes, -fueran comunistas o no, el arte y el cine polaco de los años 70 y 80 exhibieron obras sobre la Insurrección de Varsovia, liderada por el Ejército Nacional, contra la URSS y contra los nazis-. El 1 de septiembre, el año escolar comenzaba con una “llamada”: una reunión de todos los niños en el patio de la escuela para conmemorar el 1 de septiembre de 1939: un homenaje a los muertos, un recordatorio del horror de la guerra y una sirena estridente y triste rasgando el aire sobre la escuela de nuestro vecindario. El 12 de octubre siguiente tendríamos que celebrar el “día del soldado polaco”, fecha de la primera batalla liderada por el ejército polaco en la URSS en Lenino; el 17 de enero, la liberación de Varsovia por el Ejército Rojo antes de encadenar el 8 de mayo y 22 de julio, Fiesta Nacional de la Polonia Popular que conmemoraba el comienzo de la Liberación de Polonia con el Comité Polaco de Liberación Nacional PKWN. En la escuela leíamos la literatura de la guerra: Zofia Nalkowska y su relato de los campos de concentración; el clásico “Popiol i Diament” (“Cenizas y diamantes”), de Jerzy Andrzejewski; los terribles poemas de Krzysztof Kamil Baczynski, joven estudiante del liceo Batory asesinado en la Insurrección de Varsovia, como tantos otros de esta generación de “Columbuses” (nombre basado en Cristóbal Colón, descubridores como él, porque descubrieron Polonia, la Polonia independiente. Término acuñado con éxito por el libro “Kolumbowie rocznik 20”, otro famoso libro de Roman Bratny sobre la Resistencia polaca) Sin mencionar los poemas del poeta comunista Wladyslaw Broniweski, de quien aprendíamos con el corazón su triste “Bagnet na bron” (“La bayoneta en tu arma”) a la edad de 12 años; y la canción desgarradora de Konstanty Ildefons Galczynski sobre “los soldados de Westerplatte que fueron directamente al cielo de “cuatro en cuatro”.

A veces la escuela nos pedía que escribiéramos re-dacciones, preguntando a nuestros abuelos sobre sus memorias de guerra. Recuerdo una redacción de éstas, en 1982, cuando tenía 11 años. Me vuelvo a ver haciendo las preguntas a mi abuelo Mieczyslaw Gronek, que se negaba a hablar sobre los horrores de la guerra cuando él era un partisano. Me cantó torpemente una canción de partisanos, para después decirme, con pudor, que todo aquello no era un juego, y en su lugar me contó una anécdota positiva: cómo habían escondido un cerdo en un sótano debajo del granero mientras los nazis confiscaban toda la comida a los campesinos. No fue hasta mucho después que supe que este escondite se usaba para salvar a los compatriotas judíos y fue sólo después de la muerte de mi abuelo cuando mi abuela habló de sus amigos judíos asesinados con toda la población de la ciudad de Tarnobrzeg. Me veo sentada en el regazo de mi querido abuelo, diciéndome que no puedo saber cómo me habría comportado en estos tiempos violentos de heroísmo extremo. En mi generación, rodeados de rock, consumo, drogas aquí y allá, “dinero y apariencia”, estábamos cansados por el recuerdo de la guerra.

Habíamos llegado felizmente a los años 1988-1989, los de la transformación “democrática”, convencidos de que al exigir la partida de las divisiones soviéticas de nuestro país, al promover la reunificación pacífica de Alemania, y al construir la “Casa Común de Europa” querida por Gorbachov; vamos a disfrutar por fin de la insolente prosperidad con la que Occidente, el otro bloque, se burlaba de nosotros. Teníamos sed de viajar, escribir y publicar, para hacer fotos y películas libremente sin pasar por las tijeras de los severos caballeros de la calle Mysia (Oficina de Censura). Ciertamente, a los 17 años, con mi bachillerato de la escuela secundaria Batory en la mano, y comenzando mis estudios de historia, ya había comprendido que Solidarnosc era un movimiento más bien conservador dirigido por personas bastante irresponsables; pero tenía fe en nuestra cultura patriótica y una fe en la “democracia” y la inteligencia colectiva del pueblo. No sabía que yo no estaba preparada para lo que me iba a pasar, a mí y a todo mi país: destrucción económica, desempleo, dislocación cultural, remodelación social y política por Occidente, prostitución masiva y pornografía, y la guerra, la verdadera guerra finalmente, con la destrucción de países enteros, hogares destruidos, mujeres y niños en las carreteras bajo las bombas, milicias de hombres sedientos de sangre, violaciones como arma de guerra, luego una “pseudo paz” desgarrada por negociaciones controladas por los poderosos ; los acuerdos de Dayton no tienen nada que ver con la Verdadera Paz de los Pueblos simbolizada por la Paloma de Picasso. Estoy hablando, por supuesto, de la guerra devastadora en Yugoslavia, pero también de las guerras en Georgia, Osetia, Abjasia, Ingusetia, Armenia, Chechenia, Moldavia, Tayikistán, Argelia y los horrores terroristas en Rusia y Francia (1995-96). Afganistán a lo lejos, pero el primer lugar de todas las manipulaciones por parte de la superpotencia estadounidense y todos los peores horrores contra la población civil.

La guerra en Yugoslavia nos dejó estupefactos, aturdidos e inmóviles. ¿Cómo admitir que un país que amamos y respetamos en el “bloque oriental”, por su indudable antifascismo, su política económica original y finalmente su independencia frente a los bloques puede desaparecer en tales convulsiones? Los europeos del Este estaban en silencio frente a este terror -excepto Tadeusz Mazowiecki, un ex primer ministro que intentó publicitar los abusos cometidos por las milicias sin demonizar a los serbios-. Tal vez ése era el objetivo, callarnos para siempre. Nunca más los intelectuales de Europa del Este desempeñaron ningún papel en la geopolítica de Europa. Por otra parte, ¿qué intelectuales? En mi generación, no somos más que disidentes proletarizados, exiliados en Occidente como migrantes, gerentes y funcionarios al servicio de Occidente, o precarizados en alguna ONG, pagada por Soros. Hoy sería imposible rehacer en Polonia un Congreso Mundial de Intelectuales para la Paz, ni en ningún país del Este, excepto en Rusia.

Habiendo sobrevivido a todo esto, equipada con mi feroz voluntad de sobrevivir al capitalismo y del viático “nunca más los malditos años 90”, me esfuerzo por reconstruir una izquierda, un proyecto comunista, una “Polonia Popular 2.0” como dicen mis amigos del KPP (Partido Comunista Polaco). Habiendo comprendido que ya no tenemos excusas para la desinformación, en la era de Internet; juré, como los militantes de la nueva izquierda yugoslava, que nunca dejaremos que los imperialistas occidentales manipulen a nuestros ciudadanos, metiendo armas en sus manos para matar a nuestro vecino. Nunca más las jóvenes Olga Sucic y Suada Dilberovic, asesinadas el 6 de abril de 1992 por francotiradores desconocidos e impunes en el puente sobre el Drina en Sarajevo, durante la manifestación de paz que habían organizado, el que fue el macabro inicio de la guerra en Bosnia. Es por todo esto por lo que entendí de inmediato qué era el “Maidan” ucraniano y corrí lo más rápido posible a Odessa cuando la masacre del 2 de mayo de 2014, para apoyar a las familias de las víctimas. Unir a activistas por la paz con mis amigos en Europa y evitar más masacres por parte de milicias fascistas. Luché con las armas de la paz contra las masacres perpetradas por los ejércitos de Kiev en Donbás y apoyé a todos los que pudieron visitar el Donbás y documentar lo que ocurría. Estas razones guían mi preocupación por la política de guerra de Washington, que busca explotar una vez más nuestra Europa Oriental herida junto al Medio Oriente devastado. Estoy luchando contra las bases de la OTAN, la presencia de las fuerzas armadas estadounidenses, de sus servicios secretos en Polonia, de la mano que tienen en nuestro Estado, nuestra diplomacia, el ejército y los servicios secretos polacos. Combato contra la represión y el encarcelamiento de mis camaradas comunistas del KPP, contra la destrucción de nuestra memoria popular, de los monumentos y cementerios soviéticos, contra la «rebautización» anticomunista de calles y lugares públicos. Me opongo a la entronización oficial de las milicias fascistas de NSZ como “héroes de la libertad” por la propaganda del gobierno actual. Pero la represión toma un giro más europeo: Mateusz Piskorski, político polaco que critica la sumisión de Polonia a los Estados Unidos, es perseguido por estas ideas y su actividad política pacífica y pasó 3 años en prisión sin juicio acusado de “espionaje pro ruso”. Los chalecos amarillos franceses fueron saqueados, mutilados, torturados por la policía francesa, encarcelados en masa por un poder judicial a instancias de los políticos. Una anciana y un joven fueron asesinados por la policía. Julian Assange, periodista y editor que publicó la evidencia de los crímenes de Estados Unidos, ha sido encarcelado durante años y corre el riesgo de ser deportado de Europa a Guantánamo en cualquier momento por los gobiernos de una burguesía europea sumisa y cómplice.

Los pueblos se levantan contra la injusticia, la guerra y la persecución, como en 1936, 1948. Pero necesitamos un Partido Comunista fuerte y una Nueva Internacional para tener éxito.

Monika Karbowska
Militante del KPP (Partido Comunista Polaco), y feminista.
Diplomada en Historia de las relaciones internacionales. Universidad de la Sorbona, Paris.
Activista internacionalista en el movimiento
“Otro mundo es posible”.

El ‘Guernica’ de Picasso,  el Picasso de todos los bombardeos

El ‘Guernica’ de Picasso, el Picasso de todos los bombardeos

El ‘Guernica’ de Picasso,
el Picasso de todos los bombardeos

Otros Gernikas continúan a día de hoy sin un cuadro-rosa de los vientos que los sitúe en el planeta azul.

Leer con el alma su firma conduce a pensar que primero fue Arte y, después, hombre preocupado por sus semejantes. Picasso rubricó el cuadro ‘Guernica’. Su impronta como el bombardeo aliado internacional, del estado nazi alemán y el estado fascista italiano junto a los militares golpistas, contra la villa foral vasca de igual nombre fue instantánea en todo el mundo en el sangriento 1937.

Otros Gernikas continúan a día de hoy sin un cuadro-rosa de los vientos que los sitúe en el planeta azul. Por cercanía personal, por ser el episodio histórico que más he labrado en décadas de periodismo, citaré como ejemplo Durango, raid ocurrido 26 días antes en nuestra histórica. No tuvo cuadro que le catapultara. Pero no tropezaré en el error de emitir preguntas innecesarias, de podios vanos.

Ninguna acción de bombardeo está por encima de ninguna otra. Como tampoco está justificada por el empirismo, es decir: Derechos Humanos y, por consiguiente, libertades. Todos los ataques bélicos contra civiles son picassianos, cubistas irrazonables, a pesar de no tener quien los bocete en más de 42 ocasiones como hiciera Pablo el andaluz, quien los pinte.
El autor malagueño es asilo de todos y cada uno de esos municipios huérfanos -pictóricamente hablando- bombardeados. De los miles de ataques aéreos y, también, de los de artillería. Y de los de aún por exhumar con siempre básicas nuevas investigaciones. La aportación de Picasso a la memoria y a los refugiados de la época tiene una importancia paralela a la de otros insignes así como anónimos comunistas (o presuntos). Expondré algunos casos que me vienen a la mente.

Así, gracias al marchante de Arte, Paul Rosenberg, el Comité de Ayuda a los Refugiados Españoles de Londres consiguió recaudar fondos exponiendo el Guernica de Picasso -que a día de hoy en Madrid es intocable, inamovible, por lo tanto insolidario- por toda Inglaterra entre 1938 y 1939. Aquella labor continúa plausible.

Para entonces llevaba años fusilado Federico García Lorca, otro -posible- comunista. Su acervo rima por sí solo. Y la a la postre premio nobel chilena, la poetisa Gabriela Mistral, donó en 1938 los derechos de su famoso libro Tala en beneficio de niños vascos durante la Guerra Civil. Ella, la autodenominada India vasca, por su férrea defensa de todo lo indígena en América y por su ancestral segundo apellido Alcayaga, notorio de Euskadi. Posible comunista, ella también.

La misma ideología abrazó el también nobel y chileno, Pablo Neruda. El 4 de agosto se cumplen 80 calendarios de que el barco francés Winnipeg levara anclas con más de dos millares de personas refugiadas en campos de concentración. Eran españoles. Había también vascos. El poeta fue quien viajó de un país a otro recabando posibles para conducir el navío a Chile. Lo logró.

El objetivo llegó, no sin dificultades, a buen puerto fluvial un mes después. El origen dicen que partió de una misiva que el gaditano Rafael Alberti -comunista- remitió a su colega transatlántico. Neruda se entrevistó, entre otros, con los delegados del lehendakari José Antonio Aguirre -nacionalista vasco- en su país. Y con un joven socialista entonces llamado Salvador Allende, acudió el poeta a recibir en Valparaíso -jornadas antes arribaron a Arica- a los protagonistas de su poema Misión de amor. “De Francia tambaleante / por mi boca llamados / acudieron, Saavedra, dije, y vino el albañil, / Zúñiga, dije, y allí estaba, / Roces, llamé, y llegó con severa sonrisa, / grité, ¡Alberti! y con manos de cuarzo acudió la poesía”.

Su solidaridad, como el cuadro de Picasso se hizo huella benéfica. Y en el Guernica caben aún más bombardeos, entregas y firmas históricas: una de las dos eses del apellido de Pablo, puede ser la de Antoine Saint-Exupéry, piloto galo que acudió a la España en guerra y acabaría firmando El Principito. Un ejemplo paralelo fue el de George Orwell. “Voy a matar fascistas porque alguien debe hacerlo”, enfatizó para el futuro el británico.
Todos y cada uno de ellos, de ellas, pusieron su grano de comino para combatir el odio, lo irracional de una guerra. Lo que algunos italianos fraguaron como fascismo. No en vano, sin Gernikas, sin Durangos ni Hiroshimas o Sirias -con cuadro o no- Picasso hubiera seguido siendo el pacifista comunista que dijo ser.

Iban Gorriti Periodista

 

Como tú Rosa Luxemburgo

Como tú Rosa Luxemburgo

Como tú Rosa Luxemburgo

Cien años han transcurrido desde tu fallecimiento, nadie puede predecir el futuro, aun así, tras otros cien, de seguro tu nombre será recordado.

Rosa, flor de pétalos, flor de espinas.
Naciste en la Polonia del imperio ruso, en la Polonia de los zares, corría el año 1871. Al igual que tantos, desde niña aprendiste a sobrevivir a sus mezquindades, a sus usuras. Años después, la gran Alemania sería tu destino. Con Gustav Lübeck firmaste en matrimonio, lo era de conveniencia, nada más, conseguiste la nacionalidad, era el objetivo mutuo, pactado. Tu amor, el amor pasional lo tenías reservado a Leo Jogiches; en la vida, en la lucha, caminasteis juntos durante años, hasta los últimos días. La socialdemocracia, representando en ella el ala más radical, fue tu primera militancia en el nuevo país. Tu obsesión: oposición tajante a las guerras nacionalistas. Nunca aceptaste la patria como trampa, como reparto impositivo e injusto del bien común, ese que pretende unificar a los de «arriba» y a los de «abajo». A lo sumo, ante la guerra, internacionalismo como seña de identidad —decías.

De cerca conociste la Revolución Soviética, visitaste a Lenin, fraguasteis amistad, también discrepancias. Felicidad por el revolcón al imperio zarista y, acierto en la resistencia a las crueles guerras imperialistas. Desencuentro en la interpretación de la llamada Dictadura del Proletariado, del papel del Partido y del pueblo en la andadura hacia futuros más gloriosos. Defendiste que, la libertad en exclusiva para los que apoyan al Gobierno y al Partido, no es tal. Defendiste que la libertad lo es, siempre que la pueda disfrutar quien piensa de manera diferente.

Corta vida tuviste —qué pena—. Si la barbarie, la brutalidad de los adversarios no hubiera llamado a tu puerta, a pesar de tu quisquillosa salud, con arrugas en el rostro, con voz anciana, con visión de futuro enriquecida del pasado, mucho después, acaso con cien años, explicarías con sabiduría el porqué de tanta incongruencia. Qué pena.

Amaste a los desprotegidos. Hasta el final, hasta la hora última, cuando el soldado Otto Runge, en el Berlín agitado, en el Hotel Edén, a culatazos pretendió romper tu cráneo. Como siempre habías hecho en vida, a eso, aunque por poco tiempo, también resististe —eras dura de pelar—. El malvado Otto no acertó a consumar el designio. Otro militar, el teniente Kurt Vogel (siempre militares), habría de ser quién completara el encargo. Un tiro a la cabeza y… ¿Misión cumplida? ¡No! Aún faltaba el primero de los estribillos de la ignominia. Cerca del Puente Cornelio, en uno de los canales del río Spree, amarrada tu hechura a un saco de piedras, tú, Rosa Luxemburgo, en el fondo embarrado asentabas tu sufrido cuerpo. 15 de enero de 1919, cuarenta y siete años. Y, a continuación… ¿Misión cumplida? ¡Tampoco! Aún faltaba el segundo de los estribillos: «Linchamiento de las masas» rezaba en el informe oficial. Qué pena.

Del compañero de partido, Karl Liebknecht, parlamentario y, al igual que tú, opuesto a la financiación alemana para participar en la Primera Guerra Mundial, se informó a la población de la inevitable aplicación de «ley de fugas». Horas antes, ese mismo 15 de enero, también en el Hotel Edén, el amigo Karl, tras el culatazo de rigor, en vehículo fue traslado al parque Tiergarten. Allí, a sangre fría sería rematado de un disparo en la cabeza. El cuerpo, abandonado sobre la tierra fría y húmeda, se deshacía del interés para los malvados.

El tuyo, Rosa, flotando en el canal, aparecería dos semanas después. Ambos, asesinados por soldados prusianos. Leo Jogiches, el lituano, el amante fiel de Rosa, quiso investigar, llegar hasta el final, denunciar los delitos. No se lo permitieron, fue arrestado y, escasamente dos meses después, el diez de marzo, ejecutado. Alemania había perdido la Gran Guerra, era tiempo de responsabilidades, tiempo de revolución ante la cicatería del Kaiser. La nueva Alemania, a trompicones, sin mayores miramientos, renacía del pasado. Luego, el futuro cercano, fue lo que fue.

Cien años han transcurrido desde tu fallecimiento, nadie puede predecir el futuro, aun así, tras otros cien, de seguro tu nombre será recordado.

Rosa, nombre bello, insignia de libertad, también de resistencia. Trece tuvimos aquí, en nuestra guerra, hermosas y valientes. Como tú, víctimas de la sin razón, fusiladas en Madrid, la más joven dieciocho años, la más veterana veintinueve. «Trece Rosas»

Como tú, heroicas.
Como tú, delicados pétalos, combativas espinas.
Como tú, Rosa.

Vladimir Merino, Escritor

 

Liebknecht y Luxemburgo en Euskadi

Liebknecht y Luxemburgo en Euskadi

Liebknecht y Luxemburgo en Euskadi

Comandantes invisibles de dos batallones que los comunistas vascos organizaron para enfrentarse a las tropas franquistas.

Cuando Milton Wolff, el legendario Coman-dante de la Brigada Lincoln en la Guerra Civil, volvió a España, tras la desaparición de la dictadura franquista, fue invitado a varios homenajes, organizados para celebrar su visita por las asociaciones republicanas. En todos ellos, los republicanos españoles repetían las mismas palabras, agradecían solemnemente a Milton, y en su nombre a todos aquellos norteamericanos de la Lincoln, que vinieran a combatir aquí por la libertad. Milton, para sorpresa de la mayoría, les reprobaba el gesto, y contestaba: “No, no sois vosotros quienes nos lo tenéis que agradecer, al contrario, somos nosotros los que tenemos que agradeceros, al pueblo español, que nos permitierais luchar a vuestro lado contra el fascismo”.

Recordando esto, imaginamos a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht como Comandantes invisibles de dos batallones que los comunistas vascos organizaron para enfrentarse a las tropas franquistas. Eran los primeros albores de la guerra, aunque ya se tenía el amargo sabor de la derrota en Irún, Donostia, en Gipuzkoa, y en el repliegue hacia Bizkaia, aquellos milicianos de las MAOC guipuzcoanas, de la Compañía Roja de Alza, de la Bala Roja, de los combatientes de Eibar; de la pionera columna de Larrañaga; más los comunistas de Bizkaia; y los de las merindades burgalesas y la Rioja, que escapaban del ejército sublevado, se organizaron en batallones; bautizando a dos de ellos con el nombre de la pareja mártir de comunistas alemanes: el batallón Rosa Luxemburgo, y el batallón Karl Liebknecht. Los imaginamos llenos de orgullo capitaneando en la sombra las dos formaciones, continuando la batalla que abandonaron en Berlín. Bajo sus banderas, unos ochocientos milicianos por cada batallón, marcharon al frente, en Villareal de Alava, en Markina, en Sollube, en Peña Lemona, en la defensa de Bilbao, en Cantabria. Dejando cientos de bajas y muertos. Fueron batallones ejemplares, cohesionados por la fuerza de los ideales que a buen seguro sus Comandantes invisibles, Karl Rosa, les insuflaban.

Aquella fue una guerra en la que el componente ideológico era decisivo. En la aplastada revolución alemana, Karl y Rosa, también Leviné, subrayaron la importancia de la necesaria madurez y preparación revolucionaria en el proletariado para alcanzar la victoria, sin ella se perdería. Aunque los comunistas librarían la batalla con honor, incluso sabedores de su derrota. Sabían que era un eslabón encadenado a las luchas precedentes y futuras, que enseñarían el camino. Y de esa enseñanza de Berlín, de las derrotas, tomó nota la República, y la principal fuerza que la defendió, los comunistas. Por eso se instauraron los Comisarios políticos en los batallones, no con un fin punitivo, represor, como el revisionismo histórico, al que nada le interesa la verdad, y la derecha, tantas veces dicen; sino con el fin primordial de llevar la conciencia al último hombre de cada batallón de porqué se luchaba, para hacerle ver que luchaba por sus intereses de clase, que la joven República, con su potencial de transformación social, era la suya, era suya. Y así imaginamos a Karl y a Rosa también como Comisarios políticos de sus dos batallones, transmitiéndoles sin descanso la idea de que participaban en una batalla decisiva, que se jugaban acabar con la explotación capitalista; insistiendo hasta la saciedad, en cada hombre y mujer, que sólo contando con sus propias fuerzas podrían obtener la victoria, que la clase obrera sólo puede conseguir la liberación por sí misma, haciendo ella la historia, con su movimiento. Lo comprendieron con un precio muy alto, el de sus vidas, pero quedó su ejemplo de claridad, de fidelidad a la clase trabajadora frente a los traidores. En España, en Euskadi, se trataba de conseguir que cada combatiente diera lo mejor de sí, por él, para él, por su propia causa, y que sintiera ese combate como tal, como suyo, por eso y para eso nacieron los Comisarios. Así lo entendía Leviné; pocos meses después del asesinato de Rosa y de Karl, así comprendía la fuerza de la clase obrera consciente, revolucionaria, y el papel de sus líderes.

“Los trabajadores pelearán cualquiera que sea nuestra instrucción. Un revolucionario no está menos dispuesto a dar su vida para defender el honor de su causa que el patriota que lucha hasta la última zanja y prefiere la muerte antes que rendirse. Los trabajadores solo despreciarían a un líder que cayera por debajo de sus propias normas de honor revolucionario, habiendo predicado, sin embargo, de antemano, el sacrificio de armas. Puede parecer irracional, pero no se lograron grandes logros sin este espíritu”.

Era lo que habían aprendido en Berlín. Y aquí, en Euskadi, os decimos, Rosa y Karl, lo mismo que nos dijo Milton Wolff: “Gracias por habernos contado las enseñanzas de la revolución, gracias por permitirnos usar vuestra bandera, y gracias por el honor de dejarnos pelear con vosotros como Jefes, como Comisarios, como Comandantes”.

Y a buen seguro ellos nos habrían contestado con un escueto y preciso grito:

¡Abajo las fronteras!