París, tomar el cielo por asalto.

París, tomar el cielo por asalto.

París, tomar el cielo por asalto.

 “Se debía haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles”.

La apreciación que Marx hace de la Comuna de París,
corona sus cartas a Kugelmann. Y esta apreciación es particularmente instructiva si la comparamos con los métodos empleados por los socialdemócratas rusos de ala derecha. Plejánov, que después de diciembre de 1905 exclamó con pusilanimidad: y ¡No se debía haber empuñado las armas!”, tenía la modestia de compararse con Marx, afirmando que también Marx frenaba la revolución en 1870.
Sí, también Marx la frenaba. Pero fíjense en el abismo que hay entre Plejánov y Marx en la comparación hecha por el primero.
En noviembre de 1905, un mes antes de que llegase a su punto culminante la primera ola revolucionaria rusa, Plejánov no sólo no advertía resueltamente al proletariado, sino que, por el contrario, afirmaba sin ambages que era necesario aprender a manejar las armas y armarse. Pero cuando un mes más tarde estalló la lucha, Plejánov, sin sombra de análisis de su papel e importancia en la marcha general de los acontecimientos, de su enlace con las formas anteriores de lucha, se apresuró a pasar por un intelectual arrepentido gritando: “¡No se debía haber empuñado las armas!”

En septiembre de 1870, medio año antes de la Comuna, Marx advirtió francamente a los obreros franceses, diciéndoles en el famoso Manifiesto de la Internacional que la insurrección sería una locura. Marx puso al descubierto de antemano las ilusiones nacionalistas respecto a la posibilidad de que el movimiento se desarrollase en el mismo sentido que en 1792. Marx supo decir muchos meses antes, y no ya después de los acontecimientos: “No se debe empuñar las armas”.
Pero, ¿qué posición asumió Marx cuando esta obra desesperada, según su propia declaración de septiembre, empezó a tomar vida en marzo de 1871? ¿Acaso Marx aprovechó esta ocasión (como lo hizo Plejánov con respecto a los acontecimientos de diciembre) únicamente en “detrimento” de sus adversarios, los proudhonistas y blanquistas que dirigían la Comuna? ¿Acaso se puso a gruñir como un bedel: “ya os decía yo, ya os advertía, y ahí tenéis vuestro romanticismo, vuestros delirios revolucionarios”? ¿Acaso Marx se dirigió a los comuneros como Plejánov a los luchadores de diciembre con su sermón de filisteo autosatisfecho: “No se debía haber empuñado las armas”?
No. El 12 de abril de 1871 Marx escribió una carta llena de entusiasmo a Kugelmann, carta que con gran placer colgaríamos en la casa de cada socialdemócrata ruso, de cada obrero ruso que supiera leer.

Marx, que en septiembre de 1870 consideraba la insurrección como una locura, en abril de 1871, al ver el carácter popular y de masas del movimiento, lo trata con la máxima atención de quien participa en los grandes acontecimientos que marcan un paso adelante en el histórico movimiento revolucionario mundial.
Esto —dijo Marx— es un intento de destrozar la máquina burocrática militar, y no simplemente de entregarla a otras manos. Y Marx canta un verdadero hosanna a los “heroicos” obreros de París dirigidos por proudhonistas y blanquistas. “¡Qué flexibilidad —escribió Marx—, qué iniciativa histórica y qué capacidad de sacrificio tienen estos parisienses!” (pág. 88)… “La historia no conoce todavía otro ejemplo de heroísmo semejante”.

La iniciativa histórica de las masas es lo que más aprecia Marx. ¡Oh, si nuestros socialdemócratas rusos aprendieran de Marx a valorar la iniciativa histórica de los obreros y campesinos rusos en octubre y diciembre de 1905!
A un lado, el homenaje a la iniciativa histórica de las masas por parte del más profundo de los pensadores, que supo prever medio año antes el revés; y al otro, el rígido, pedantesco, falto de alma: “¡No se debía haber empuñado las armas!” ¿No se hallan acaso tan distantes como la tierra del cielo?
Y en su calidad de participante en la lucha de masas, en la que intervino con todo el entusiasmo y pasión que le eran inherentes, desde su exilio en Londres, Marx emprende la tarea de criticar los pasos inmediatos de los parisienses “valientes hasta la locura” y “dispuestos a tomar el cielo por asalto”.
¡Oh, cómo se habrían mofado entonces de Marx nuestros actuales sabios “realistas” de entre los marxistas que, en 1906-1907, se mofan en Rusia del romanticismo revolucionario! ¡Cómo se habría burlado esta gente del materialista, del economista, del enemigo de las utopías que admira el “intento” de tomar el cielo por asalto! ¡Cuántas lágrimas, cuántas risas condescendientes, cuánta compasión habrían prodigado todos estos hombres enfundados respecto a las tendencias motinescas, utopistas, etc., etc., con motivo de semejante apreciación del movimiento dispuesto a asaltar el cielo!

Pero Marx no estaba penetrado de la “archisabiduría de los gobios, que temen analizar la técnica de las formas superiores de la lucha revolucionaria, y analizó, precisamente, estas cuestiones técnicas de la insurrección. ¿Defensiva u ofensiva?, pregunta, como si las operaciones militares se desarrollasen a las puertas de Londres. Y responde: sin falta, la ofensiva, “se debía haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles… .”

Esto lo escribía Marx en abril de 1871, unas semanas antes del grande y sangriento mes de mayo…
Los insurrectos que se lanzaron a la obra “loca” de tomar el cielo por asalto (septiembre de 1870) “debieron haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles”.
“No se debía haber empuñado las armas” en diciembre de 1905, para defenderse por la fuerza contra los primeros intentos de arrebatar las libertades conquistadas… |
¡Sí, no en vano se comparaba Plejánov con Marx!
“El segundo error —continúa Marx en su crítica de carácter técnico—, consiste en que el Comité Central” (es decir, la dirección militar; tomen nota, pues se trata del CC de la Guardia Nacional) “renunció demasiado pronto a sus poderes…”
Marx sabía prevenir a los dirigentes contra una prematura insurrección. Pero ante el proletariado que asaltaba el cielo, adoptaba la actitud de consejero práctico, de participante en la lucha de las masas que elevan todo el movimietto a un grado superior, a pesar de las teorías falsas y los errores de Blanqui y Proudhon.
“De cualquier manera —escribía Marx—, la insurrección de París, incluso en el caso de ser aplastada por los lobos, cerdos y viles perros de la vieja sociedad, constituye *la proeza más gloriosa de nuestro partido desde la época de la insurrección de junio”.
Y Marx, sin ocultar al proletariado mi uno solo de los errores de la Comuna, dedicó a esta proeza una obra que hasta hoy día es el mejor guía para la lucha por el “cielo”; y el espanto más temido por los “cerdos”, liberales y radicales.
Plejánov dedicó a diciembre una “obra” que se ha convertido casi en el evangelio de los demócratas constitucionalistas.
Sí, no en vano se comparaba Plejánov con Marx. Kugelmann respondió a Marx, manifestándole, por lo visto, algunas dudas, haciendo alusiones a lo desesperado de la empresa, al realismo en oposición al romanticismo; en todo caso, comparaba la Comuna, la insurrección, con la manifestación pacífica del 13 de junio de 1849 en París.
Marx inmediatamente (el 17 de abril de 1871), da una severa réplica a Kugelmann.
“Naturalmente —escribe—, sería sumamente cómodo hacer la historia universal si la lucha se pudiese emprender sólo con infalibles probabilidades de éxito”.

En septiembre de 1870, Marx calificaba la insurrección de locura. Pero, cuando las masas se sublevan, Marx quiere marchar con ellas, aprender al lado de las masas, en el curso mismo de la lucha, y no dedicarse a darles consejos burocráticos. Marx comprende que los intentos de prever de antemano, con toda precisión, las probabilidades de éxito, no serían más que charlatanería o vacua pedantería. Marx pone, por encima de todo, el que la clase obrera crea la historia mundial heroicamente, abnegadamente y con iniciativa. Marx consideraba a la historia desde el punto de vista de sus creadores, sin tener la posibilidad de prever de antemano, de un modo infalible, las probabilidades de éxito, y no desde el punto de vista del filisteo intelectual que viene con la moraleja de que “era fácil prever…, no se debía haber empuñado…”

Marx sabía apreciar también el hecho de que hay momentos en la historia en que la lucha desesperada de las masas, incluso por una causa sin perspectiva, es indispensable para los fines de la educación ulterior de estas masas y de su preparación para la lucha siguiente.

A nuestros quasi-marxistas actuales, a los que gustan citar a Marx al tuntún, con el único fin de utilizar su apreciación del pasado y no de aprender de él a crear el futuro, les es completamente incomprensible, incluso ajena en principio, semejante manera de plantear el problema. Plejánov ni siquiera pensó en ella al emprender, después de diciembre de 1905, la tarea de “frenar…”

Pero Marx plantea precisamente este problema, sin olvidarse en lo más mínimo de que, en septiembre de 1870, él mismo consideraba como locura la insurrección.

“Los canallas burgueses de Versalles —escribe Marx—, plantearon ante los parisienses la alternativa: aceptar el reto a la lucha o entregarse sin luchar. La desmoralización de la clase obrera en este último caso habría sido una desgracia mucho mayor que el perecimiento de cualquier número de líderes”,

Con esto terminaremos nuestro breve esbozo sobre las enseñanzas de una política digna del proletariado, tal como nos las ofrece Marx en sus cartas a Kugelmann.

Lenin
Del prefacio de las “Cartas de C. Marx a L. Kugelmann”.
5 de febrero de 1907

Testimonio de Marcelo Usabiaga sobre Melitón Manzanas

Testimonio de Marcelo Usabiaga sobre Melitón Manzanas

Testimonio de Marcelo Usabiaga sobre Melitón Manzanas.

“INICIATIVA JUDICIAL DE IZQUIERDA UNIDA, PARA LA RETIRADA DE SU MEDALLA AL MÉRITO POLICIAL”.

ACTA DE PRUEBA TESTIFICAL En DONOSTIA – SAN SEBASTIAN, a veintiocho de mayo de dos mil tres. HORA:10,30.

TESTIGO
Nombre y apellidos MARCELO USABIAGA JAUREGUI
Abierto el acto
señores/as Letrados, Procuradores y
comparece el TESTIGO también indicado que presta juramento / promesa de decir verdad. Por S.S’. se le instruye de las penas con que el Código Penal castiga el delito de falso testimonio manifestando que queda enterado.
Seguidamente el/la testigo es examinado/a a tenor del pliego de preguntas y repreguntas acotadas para el mismo,

DECLARANDO:
A LAS GENERALES DE LA LEY: que su nombre y circunstancias son las que han quedado expresadas y que no le comprenden las demás circunstancias que le han sido explicadas.
A la 1ª: Que lo conoció personalmente porque, el referido Melitón Manzanas, le detuvo al declarante en un piso de la Calle de San Martin, frente al Buen Pastor. Que los llevaron a la Comisaria de Irún.
A la 2ª: Que lo conoció en el momento de la detención en el piso de la calle San Martin. Que sabia que era Manzanas por que los otros policías le llamaban por ese nombre.
A la 3ª: Que efectivamente fue interrogado directamente por el señor Manzanas cuando fue detenido. Que Manzanas quería saber quien le dijo a Lapeira que el declarante estaba en el piso de la calle San Martin.
A la 4ª: Que los interrogatorios, como ha dicho antes consistieron en que Manzanas quería saber quien le dijo a Lapeira que el declarante estaba en el piso de la calle San Martin.
Que en el piso en que tuvo lugar la detención, le pegó en dos ocasiones violentamente. La primera vez fue en la cocina nada mas detenerle y le dio una fortísima patada en los testículos, al mismo tiempo que le decía que “ahora se iba a enterar de lo que era bueno”. Que posteriormente cuando vino Lapeira otra vez le pego varios golpes al declarante, porque el declarante no había avisado que Lapeira iba a venir al piso.
Que después le llevaron a Irún. Que en la Comisaría de Irún, el jefe parecía ser Manzanas. Que al poco de llegar al declarante lo metieron en un cuarto a él solo y en dicho cuarto entró Manzanas. Aquí nuevamente el señor Manzanas amenazó y pego un fuerte golpe con la rodilla en los testículos al declarante.
Posteriormente, Manzanas, llamó a dos policías nacionales armados, y le dijo que se lo llevaran que no tuvieran ningún tipo de contemplación con el declarante y que a la más mínima que le mataran. Los policías se lo llevaron y el declarante pensó que le iban a matar, pero lo llevaron a la nueva Comandancia Militar que estaba en la Avda de Francia.
Que en la Comandancia Militar estuvo una semana. Que a la Comandancia iba casi todos los días el señor Manzanas sobre media mañana. Que el señor Manzanas, cuando iba, le ataba al declarante las manos por detrás y luego le hacía descalzarse. Que a cada momento el señor Manzanas pisaba fuertemente los dedos del pie descalzos del declarante. Que esa operación la efectuaba a lo largo de todo el interrogatorio, y dicho interrogatorio se produjo a lo largo de casi todos los días que estuvo detenido en la Comandancia. Que estos pisotones en los dedos descalzos, al declarante le producían un grandísimo dolor.
Que alguno de los días también, el señor Manzanas, le propinó fuertes golpes en la parte del estomago. Que la única persona que le pego al declarante fue el señor Manzanas.
A la 5ª: Que efectivamente sufrió un simulacro de fusilamiento y se produjo en las circunstancia que ha relatado más arriba, es decir cuando el señor Manzanas, ordenó a dos policías armados que le trasladaran y les dijo en presencia del declarante “bueno ya sabéis, a éste sin compasión, y a la mínima fuego”. Que esto lo interpreto el declarante como que lo iban a fusilar.
A LA 6ª: Que sí, que fue el propio señor Manzanas.
A la 7ª: Que los días que estuvo en la Comandancia de Irún, que fue una semana, cree recordar el declarante.
A la 8ª: Que el declarante no vio que el señor Manzanas recibiera órdenes de nadie y sin embargo si vio que el señor Manzanas daba órdenes a otros.
A la 9ª: Que el declarante no sabe.
A la 10ª: Que el declarante estuvo 21 años en la Cárcel y como estaba en libertad condicional, tenía que presentarse todos los medes en la Audiencia de San Sebastián, pero dicha Audiencia le dijo que en vez de presentarse en la Audiencia debía hacerlo en el Cuartel de la Guardia Civil de Hernani. Que no obstante un domingo recibió una llamada telefónica del señor Manzanas y le dijo que fuese al Gobierno Civil. Que allá lo estaba esperando el señor Manzanas y le dijo que en lo sucesivo debía de presentarse todos los domingos ante él en el Gobierno Civil. Que el declarante así lo hizo y todos los domingos el declarante estaba sobre media hora en el pasillo sentado. Que delante de él pasaban frecuentemente policías y otras personas. Que bastantes policías cuando pasaban delante del declarante se le quedaban mirando y le decían “éste es el cabrón de Usabiaga” y continuaban. Que Manzanas lo tenía allá situado para vejar y humillar al declarante, y le hacía ir todos los domingos al Gobierno Civil aun cuando lo única obligación legal que tenia era la de ir al Cuartel de la Guardia Civil de Hernani. Que trabajando el declarante en Orbegozo, también ha tenido algún incidente con un trabajador y con un Comisario de policía, que el declarante sospecha que fueron por motivo del señor Manzanas.
A la 11ª: Que aproximadamente durante un año.
A la 12ª: Que ha oído en varias ocasiones que el señor Manzanas había pegado y torturado a varias personas, pero son comentarios, que los ha podido oír cualquiera. Que no obstante cuanto estuvo detenido en la Comandancia de Irún, el tercer día que estuvo detenido oyó muchos ruidos y gritos en la habitación de abajo de la que estaba el declarante y que a consecuencia de esto el declarante puso el oído en el suelo y puedo escuchar que una voz que era la del señor Manzanas decía gritando “cuidado, cuidado, que se nos va; traed una botella de coñac”. Que en aquel momento no supo a quien estaban maltratando pero después pudo saber que dicha persona era Javier Lapeira. Que también ha oído que a Rafael Iglesias lo mataron en la Comisaria aunque luego apareció ahorcado. Que Rogelio Fernández, que tenía una imprenta en Irún. también le dijo que Manzanas le había torturado en Comisaria.

Leída la presente es hallada conforme siendo firmada por el declarante, que se ratifica y firma con S.S’. y demás asistentes, conmigo el/la Secretario. Doy fe.

Nunca quise ser clandestino …

Nunca quise ser clandestino …

Nunca quise ser clandestino…

“¿A quién? ¿Dónde podrán oírle? ¿Entenderle?”.

El sonido, el habla, hubo un principio que fue el silencio; Cuando el ser humano necesita comunicarse, romper el silencio, surge el aullido dolorido, el gruñido sonoro, hablado, los golpes en la piedra, la madera, el hierro… todo aquello próximo a la persona, al ser; Llamar comunicar al aire, al espacio, hacer llegar su mensaje, su aliento, su dolor, su conocimiento, su vivir,… TODO….

¿A quién? ¿Dónde podrán oírle? ¿Entenderle?

Hasta las montañas, hasta las llanuras, los valles, en las proximidades de las aguas dulces o saladas, cada ser tenía, sentía la necesidad de propagar su presencia.
Al mismo tiempo oía sonidos que auguraban presencias, existencias como la suya,

Desde paredes cerradas en pequeños talleres, profundas e insondables minas, aulas, fábricas insaciables, procelosos mares, latifundios agrícolas; en espacios tan amplios que hasta la muerte, la más cercana o la más distante tenían cabida.

Al mismo tiempo también silencios grandes, pequeños, apagados, dolorosos, cuchicheados, vigilados, ojos, ojos malvados, aviesos, ojos que eran oídos, ojos que eran pasos, ojos oídos y pasos que estaban en las paredes de las viviendas, de las fábricas, de los talleres, de las minas, de las aguas saladas y dulces de las montañas y los valles, del falso amigo, pasos – oídos – ojos que eran la llamada al orden establecido, al dictado único, a la única acera, al camino recto, a lo bien dicho, a esto es lo derecho, y todo ello por la gracia de dios (Joder que chiste la gracia de dios y de su majestad)

Y aquellas personas, que lanzaron, las que oyeron las llamadas, las mismas, las diferentes que estaban en el aire, sonaban, rebotaban en las paredes de las minas de las fábricas de los talleres de los campos de las minas de las aulas TODAS ellas comprendieron que tenían el mismo grito, la misma necesidad.

Iniciaron un fluir que al poco creció, y vieron que todos aquellos anhelos gritados en diferentes lugares relataban las mismas inquietudes,

Diferentes sonidos ocultaban realidades iguales, los que no conocían las palabras usaron las de sus nuevos compañeros,

Un pálpito Una Angustia Una necesidad.
Organización Complicidad Lucha….
detención ausencia desnudez silencio

Pedro M. Fernández Sandino

Mateo Obra, jefe de la guerrilla en Bilbao.

Mateo Obra, jefe de la guerrilla en Bilbao.

Mateo Obra, jefe de la guerrilla en Bilbao.

“Cuando fue detenido en la comisaría le arrancaron la piel a tiras, pero se mantuvo digno y no reveló ninguno de los secretos que conocía”.

Mateo Obra era originario de la región
castellana de Guadalajara, apenas tenía 16 años cuando se incorporó voluntario al ejército de la república durante la guerra civil. En el exilio en Francia se incorporó desde el primer momento de la Resistencia y terminó siendo uno de los más destacados jefes de guerrillas.
Pasó por una escuela de cuadros, y volvió a España clandestinamente en el periodo de los “Maquis” en 1945. Fue el jefe de uno de los destacamentos guerrilleros de Santander. Fue el organizador y jefe del llamado grupo de guerrilleros “Malumbre”. Se desplaza con una guerrilla a la zona minera de Vizcaya. Capturado por las fuerzas de la guardia civil en la operación de Lujua, fue condenado a muerte por un tribunal militar y ejecutado el mes de Junio de 1949 en la cárcel Larringa de Bilbao. Era un muchacho tranquilo nacido en el año 1921 en una familia de modestos campesinos que se vieron obligados a abandonar su casa de labranza a causa de la guerra en 1936. Mateo, que siempre deseaba aprender sin cesar, se puso a su vez a enseñar a los destacamentos guerrilleros, a aportar sus experiencias de la lucha armada antifascista y su agudo sentido de la guerrilla. Era muy apreciado y querido. Sus camaradas decían de él que era un verdadero brujo en el manejo de los explosivos, detonadores, trampas y emboscadas, etc. El combate a la granada, el conocimiento de las armas clásicas, la táctica del uso de la sorpresa, el tirar y desaparecer, no eran ningún secreto para los hombres de su destacamento. Sin embargo, la preocupación fundamental de Mateo no era la de formar técnicos, sino la de formar cuadros. Es decir, gentes capaces de comprender a los hombres, a ayudarles a organizar de manera satisfecha la vida de la pequeña sociedad que era una unidad guerrillera. Personalmente mantenía contactos frecuentes con Mateo. Unas veces en Bilbao, otras veces en Santander y también en plena montaña. Circulaba sin ningún nerviosismo, con mucha serenidad, en estas ciudades donde pululaban fuertes contingentes de la policía.

La última vez que nos vimos fue en la cueva que hay a la altura de Basurto que era una de las bases de la guerrilla bilbaína. Cuando fue detenido en la comisaría le arrancaron la piel a tiras, pero se mantuvo digno y no reveló ninguno de los secretos que conocía. Al contrario, se hizo responsable de todas las acciones de su destacamento. Este coraje y sus ideas de progreso pesaron mucho en los días inmediatos. Los nombres de Mateo y de su camarada Fari estaban señalados con una cruz roja por el Sr. Riestra, gobernador civil en la época quien manifestó que se imponía un castigo ejemplar. Mateo no se hacía ninguna ilusión sobre su suerte. Sentía preocupación por sus ancianos padres. Cuando éstos llegaron a Bilbao lo irreparable se había consumado. No obtuvieron la autorización para poder abrazar a su hijo. Les entregaron los últimos objetos que poseía Mateo. Un abrigo azul, y una cajita negra con agujas e hilo de coser. Cuando fue fusilado en junio de 1949 tenía 28 años.

Del libro “Combates por la libertad”
Victoriano Vicuña, alias “Julio Oria”.
Comandante de guerrilleros

 

A finales de Enero

A finales de Enero

A finales de Enero.

“ Entrevista a Javier Padilla, autor del libro.”

Herri: La historía que cuentas en tu libro es fascinante, 3 personas conectadas, Enrique, Lola, Javier, que comparten amor, compromiso y un destino trágico. ¿Cómo conociste esos hechos?
Javier: Todo comenzó con una conversación con Sergio Suárez, editor de Pre-Textos, en el Colegio Mayor Chaminade de Madrid. Sergio me habló por primera vez de Dolores (Lola) González Ruiz en enero de 2016. Lola había muerto un año antes. El obituario que escribió sobre ella Cristina Almeida me impresionó profundamente.

Herri: ¿Qué es lo más signficativo que has descubierto en la investigación para tu libro?
Javier: Hay muchas cosas que he ido descubriendo, gracias por un lado a las entrevistas que he realizado, como a los archivos consultados. Sobre todo, tuve acceso privilegiado al sumario del caso Enrique Ruano, así como a parte de su familia y su abogado. Creo que en “A finales de enero” se cuentan muchos detalles nuevos sobre el caso Enrique Ruano. Por ejemplo, cuál fue la reacción de Torcuato Luca de Tena, del que pude acceder a su archivo personal. Torcuato Luca de Tena era el de ABC, periódico que publicó un insidioso editorial sobre Enrique Ruano. En su archivo, pude ver las numerosas cartas quejándose por la cobertura de ABC. También cuál fue la arrogante respuesta de Torcuato.

Herri: ¿Ha sido muy difícil reconstruir un hecho sucedido en 1969, como el asesinato de Enrique? ¿Has encontrado facilidades o dificultades en los archivos policiales?
Javier: Ha sido muy complicado, pero sobre todo porque la policía del franquismo oscureció todo lo posible lo que ocurrió con Enrique Ruano. Tampoco ayuda que en muchas ocasiones es muy complicado acceder a los archivos públicos en España. Sin embargo, la ayuda de Margot Ruano y de José Manuel Gómez Benítez facilitó mucho mi labor. José Manuel Gómez Benítez, que fue el abogado de la familia Ruano tras la reapertura del juicio, me ayudó en la entrevista que tuvimos que aclarar muchos datos sobre el caso. Le estoy muy agradecido.

Herri: ¿Cuál fue el papel de Manuel Fraga en ese crimen?
Javier: Manuel Fraga tuvo un papel muy oscuro al participar activamente en las tergiversaciones que rodearon a la muerte de Enrique. En ese sentido, sorprende ver los honores que se le hacen en la democracia española a un hombre que se encargaba de tapar las miserias del régimen franquista. Además del caso Ruano, el papel de Fraga en tapar las otras defenestraciones del franquismo resulta lamentable.

Herri: Hubo una revisión judicial del caso Ruano, ¿Crees que se llegó a la verdad, que novedades reveló?
Javier: La reapertura del caso Ruano, veinte años después de su muerte, fue clave para que se supiera qué ocurrió. Gracias a esta revisión, se pudieron saber las numerosas irregularidades que cometieron las autoridades franquistas. Sin embargo, hubo cosas que quedaron sin poder esclarecerse del todo debido a la acción de la policía franquista.

Herri: Lola fue el amor de Enrique, y, tras su muerte, compañera de Javier. Háblanos de esas relaciones. Cómo eran esas 3 personas.
Javier: Enrique y Javier eran como la noche y el día. Eran muy diferentes en muchos aspectos de su personalidad. Javier era mucho más intelectual, mientras que Enrique era una persona más cercana y agradable. Lola era una mujer comprometida que tuvo una vida muy infeliz. Fue muy difícil reescribir las vidas de los tres. El recuerdo de las desgracias que pasaron dificultó el esfuerzo memorístico de mis entrevistados. Lola fue novia de Enrique y, unos años después de su muerte, esposa de Javier. Enrique y Javier eran buenos amigos, pero tenían una relación compleja. Enrique tenía celos de Javier en ocasiones.

Herri: ¿Cómo recibió la sociedad tu libro? ¿Crees que la transición y sus miedos taparon mucho hechos de esa zona de la historia que aborda tu libro?
Javier: El libro, gracias a la Editorial Tusquets y a haber recibido el Premio Comillas, ha sido un éxito. Sólo puedo estar agradecido. Y sí, es evidente que durante la Transición hubo episodios que siguen siendo muy incómodos. Recordar lo que ocurrió debería servirnos para poner más matices a la historia de España. No cabe duda de que la Transición tuvo muchas cosas buenas, pero también estuvo plagada de momentos oscuros que luego no se han debatido lo suficiente en la sociedad española.

La responsabilidad del escritor

La responsabilidad del escritor

La responsabilidad del escritor

Ponencia de Gabriel Celaya en el Congreso Cultural de La Habana. Enero 1968.

Durante la década del sesenta la Poesía social entró en crisis. Creo que esto se debía, más que al agotamiento de sus posibilidades, a la gran difusión que alcanzó pese a los malos augurios con que había nacido. Al cansancio que produce cualquier corriente literaria dominante y a la proliferación de epígonos que, como ocurre siempre, acabaron por convertir en un cliché lo que había comenzado como un deslumbrante descubrimiento, debe añadirse que el clima de furor y esperanza en que había nacido la primera Poesía social se había ido extinguiendo con el paso de unos años en los que no se produjo el tan esperado cambio de nuestra Sociedad sino tan sólo una derivación hacia una incipiente sociedad de consumo. Una vez más pudo comprobarse cómo las superestructuras culturales dependen de la base socio-económica en que se producen. Así vimos cómo unos poetas que seguían creyéndose rebeldes al stablishment fueron volviéndose acomodaticios.

Creo que la última vez que me pronuncié públicamente como «poeta social» fue, un poco forzado por las circunstancias, durante mi estancia en la Cuba de Fidel.

LA RESPONSABILIDAD DEL ESCRITOR
(Ponencia en el Congreso Cultural de La Habana. Enero 1968)

Aunque los investigadores y técnicos científicos son indudablemente intelectuales, como ha subrayado Fidel, su acción es de un orden distinto a la de los escritores y artistas. Los investigadores y técnicos científicos transforman la naturaleza y la reali-
dad objetiva, y con ello hacen posible el advenimiento de un hombre nuevo. Los escritores y artistas, en cambio, actúan sobre algo tan impreciso como la conciencia de los hombres, y es modificando esa conciencia y el viejo modo de ver el mundo como contribuyen de hecho a la transformación de éste. Las dos formas de acción son igualmente valiosas, creadoras y necesarias. Es más, transformar el mundo y cambiar la conciencia son dos acciones implicadas en una misma dialéctica de lo real. No obstante hay una problemática característica del escritor.

El problema fundamental para el intelectual responsable está en la diferencia de nivel cultural y de formación que existe entre él y el Tercer Mundo, o entre él y ese otro Tercer Mundo que es gran parte del proletariado en los países industrializados capitalistas. El intelectual oscila así entre dos extremos igualmente peligrosos.

El primer extremo es el de quienes producen una literatura barata y esquemática pensando que éste es el modo de lograr la audiencia de las grandes masas. Su error es evidente. Todos sabemos que al pueblo hay que darle siempre lo mejor porque hacer otra cosa sería desconfiar de su capacidad receptiva e ignorar la maravillosa intuición artística de que da testimonio el arte popular. No podemos olvidar por otra parte que el escritor crea su público, como crea conciencia haciendo patente lo que estaba latente o informulado, y es en este sentido un educador.
No quiero decir con esto que las obras literarias deban ser obras de tesis, esquemáticas ilustraciones de ideas o cantos incondicionales a la Revolución. Cualquier tema puede tratarse de un modo revolucionario porque lo importante no está en el asunto, sino en la toma de conciencia del escritor.
Es precisamente escribiendo obras libres, siempre que entendamos con Engels que “la libertad es la comprensión de la necesidad”, como se crean, no sólo obras que por libres son mejores, sino también obras que crean más conciencia revolucionaria que las escritas sobre la falsilla de un dogmatismo. Pues no podemos olvidar hasta qué punto el infierno de la mala Literatura está empedrado de buenas intenciones. Y con obras desprovistas de calidad no se ayuda ni al Tercer Mundo, ni al pueblo de ningún país.

El otro extremo, opuesto al que critico, y no menos peligroso que él, es aquel en que se puede incurrir partiendo del principio justo de que una obra literaria debe ser ante todo una obra bien hecha. Hay quienes separan su actividad de ciudadanos y su quehacer de escritores poniendo en la primera su militancia político-social pero escribiendo al margen de cualquier preocupación de este tipo. Tal dualismo, en la situación urgente de hoy, es inadmisible y prácticamente imposible para un escritor con verdadera conciencia revolucionaria. Lo que ocurre es que en todos los países, salvo en la URSS, la mayoría de ]os intelectuales procede de la burguesía, y esa impronta no se borra con un mero cambio revolucionario de ideas, por muy sincero que éste sea. Es cierto que, como decía Marx, en un texto archiconocido «así como una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días, un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico», pero es cierto también que las actitudes dualistas que acabo de señalar son un ejemplo de la facilidad casi inconsciente con que esos intelectuales de origen burgués recaen en su condición de clase. Se repite así lo que denunciaba Lenin en los intelectuales de vanguardia de su época: «Su condición “no de casta” no excluye en lo más mínimo el origen de clase de sus ideas.»

Entiendo que es fundamental para el intelectual, no sólo en cuanto por sentido de su responsabilidad quiere ayudar al Tercer Mundo, sino también en cuanto quiere que su obra sea valiosa y significativa, mantenerse en contacto con el mundo subdesarrollado y en general con el pueblo, pero son estos quienes actualmente están haciendo la Historia. El intelectual, precisamente porque usufructa una preparación cultural superior a la del pueblo y tiene conciencia “del conjunto del movimiento histórico moderno” está obligado a levantar al pueblo y marchar un paso delante de él. Pero si creyéndose un adelantado, pierde, por suficiencia, el contacto que la vanguardia debe mantener con la base, y olvida que en ésta se halla la energía impulsora que lo moviliza todo, v también lo que el escribe, teoriza y se queda solo en su abstracción y su esteril utopismo. La participación en la lucha armada, en la lucha clandestina o en el trabajo manual, según las circunstancias, son indispensables para mantener un contacto real con el pueblo y corregir la tendencia al «mandarinismo» de los intelectuales.
Teniendo en cuenta lo que llevo dicho, entiendo que la posición correcta del intelectual responsable ante el Tercer Mundo se debe definir sobre la base de estos dos puntos:

1) El Tercer Mundo, en el plano internacional, y el proletariado dentro de los paises industrializados capitalistas, son el motor de la Historia Contemporánea, y de ese motor deben tomar su impulso los intelectuales. Sólo en la medida en que tomen conciencia de esa fuerza serán también una fuerza progresista y crearán una obra auténtica.

2) El intelectual, al sumirse en el pueblo, debe conservar despierto su sentido crítico, pues tal sentido es el que le define como intelectual, y el que precisamente le permite ayudar al mundo subdesarrollado y al pueblo en general.

Nada de «alondras mongolas» por lo tanto. Pero nada tampoco de un neutralismo que tiene más de abstención que de disposición para la critica positiva. Porque el intelectual es ante todo un hombre, y ningún hombre puede hoy día ser neutral.

Pese a los cambios naturales que con el tiempo se han pro­ducido en mi obra, los presupuestos de la Poesía social, si en­tendemos por ésta la lucha contra los mitos de la Metapoesia, la inspiración mágica, el prurito de originalidad, el personalismo, el hermetismo, el perfectismo formalista, la inmortalidad literaria, etc., me parece aún válida.

Como redactó Lenin  el Decreto sobre la tierra.

Como redactó Lenin el Decreto sobre la tierra.

Como redactó Lenin
el Decreto sobre la tierra.

“Monté los revólveres, pensando que podían irrumpir en la vivienda
y detener o matar a Vladimir Ilich”.

Cuando el Palacio de Invierno fue tomado por las tropas revolucionarias, bolcheviques,Vladimir Ilich, que estaba muy inquieto por la lentitud de acción de nuestros jefes militares, respiró al fin aliviado y, rodeado de sus viejos amigos políticos, se presentó en la sesión del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado, que esperaba la culminación de los acontecimientos.

No se puede comparar con un trueno, fue algo más grande, verdaderamente impresionante: una tromba de sentimientos humanos agitó la sala cuando Vladimir Ilich apareció en la tribuna. Se abrió la sesión. Y resonaron de nuevo los vivas, las aclamaciones, los gritos de júbilo… Así, impetuosa, rebosante de fogoso entusiasmo, transcurrió la histórica y famosa sesión.
Se terminaron por fin todos los asuntos y, a altas horas de la noche, nos dirigimos hacia mi vivienda, para pernoctar allí. Cenamos un poco; después de cenar, procuré facilitar todo lo necesario para el descanso de Vladimir Ilich, que estaba excitado, pero evidentemente rendido de cansancio. A duras penas, se consiguió convencerle de que aceptase mi lecho, en una pequeña habitación independiente, donde tenía a su disposición una mesa escritorio, papel, tinta y libros.

Yo me acosté en la habitación contigua, en el diván, y decidí no dormirme hasta que no estuviera completamente seguro de que Vladimir Ilich dormía ya. Para mayor seguridad, cerré bien, con todas las llaves, cadenas y cerrojos las puertas de entrada y monté los revólveres, pensando que podían irrumpir en la vivienda y detener o matar a Vladimir Ilich, pues era aquélla nuestra primera noche, y podía esperarse cualquier cosa. Como prevención, anoté inmediatamente en un papel los números que yo conocía de los teléfonos de los camaradas, del Smolny, de los comités distritales obreros y de los sindicatos, no fuera a ser que se me olvidasen con las prisas.

…Vladimir Ilich, en su habitación, ha apagado ya la luz eléctrica. Presto atención para comprobar si duerme. No se oye nada. Empiezo a conciliar el sueño y estoy a punto de quedarme dormido, cuando, de pronto, se enciende la luz en la habitación en que se encuentra Vladimir Ilich. Oigo que se levanta casi sin hacer ruido; entreabre silencioso la puerta de mi cuarto y, cerciorado de que yo “duermo” (huelga decir que yo estaba en vela), se acerca cauteloso, de puntillas, para no despertar a nadie, a la mesa escritorio; se sienta frente a ella, abre el tintero y, después de extender unos papeles, se abisma en el trabajo…
Escribía, tachaba, leía, hacía acotaciones, se ponía de nuevo a escribir, y, por último, empezó, al parecer, a pasar en limpio. Alboreaba ya, se percibían los grises clarores de la tardía alba otoñal petrogradense, cuando Viadímir Ilich apagó la luz, se acostó en el lecho y se quedó dormido.

Por la mañana, a la hora de levantarse, advertí a todos los de la casa que no hiciesen ruido, porque Vladimir Ilich había estado trabajando toda la noche y sin duda estaría sumamente cansado. De pronto, cuando nadie lo esperaba, salió de la habitación completamente vestido, enérgico, lozano, animoso, alegre y bromista.
—¡Les saludo en el primer día de la Revolución Socialista!
—dijo a todos, y su rostro no denotaba el menor cansancio, como si hubiera dormido magníficamente, pero en realidad, sólo había disfrutado de dos o tres horas de sueño, todo lo más, después de una jornada de veinte horas de espantoso trabajo. Cuando todos se reunieron para tomar el té y salió del cuarto Nadiezhda Konstantínovna -que también había pasado la noche con nosotros-, Vladimir Ilich sacó del bolsillo unas hojas de papel, escritas ya en limpio, y nos leyó su famoso “Decreto sobre la tierra”.
—¡Ahora, sólo hace falta promulgarlo, darlo a conocer y difundirlo ampliamente! ¡Y que prueben entonces a volverlo atrás! Se quedarán con las ganas, no habrá Poder alguno capaz de quitar este decreto a los campesinos y de devolver la tierra a los terratenientes. Ésta es una importantísima conquista de nuestra Revolución de Octubre. La revolución agraria será llevada a cabo y consolidada hoy mismo.
Cuando alguien le dijo que aún habría en los distintos lugares toda clase de desórdenes y luchas en torno a la tierra, respondió al instante que todo eso eran ya menudencias que se arreglarían, siempre que se comprendiese el verdadero fondo de la disposición y se penetrase en él. Y empezó a explicar con detalle que aquel decreto sería especialmente aceptable para los campesinos por haberlo basado en las peticiones contenidas en todos los mandatos de los campesinos a sus diputados y que habían sido recogidas en las recomendaciones generales al Congreso de los Soviets.
—Pero todos ésos eran socialrevolucionarios. Y por consiguiente, dirán que les hemos copiado —hizo notar uno de los presentes.
Viadímir Ilich se sonrió:
—Que lo digan. Los campesinos verán claro que nosotros apoyaremos siempre todas sus justas reivindicaciones. Debemos acercarnos por completo a los campesinos, a su vida y afanes. Y si se ríen algunos mentecatos, que se rían. Nunca hemos pensado entregar a los socialrevolucionarios el monopolio sobre los campesinos. Somos el principal partido del gobierno, y, después de la dictadura del proletariado, la cuestión campesina es la más importante.

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Aquel mismo día, por la tarde, había que promulgar en el Congreso el “Decreto sobre la tierra”. Se decidió pasarlo inmediatamente a máquina y entregarlo a la imprenta, para que apareciese al día siguiente en los periódicos. En el mismo momento se le ocurrió a Viadimir Ilich la idea de hacer público el Decreto y de que fueran insertados en todos los periódicos con carácter obligatorio, todos los comunicados del gobierno.
Se acordó imprimir inmediatamente el “Decreto sobre la tierra” en librito aparte, con una tirada de no menos de cincuenta mil ejemplares, y distribuirlo en primer término entre los soldados que volvían a las aldeas, pues por conducto de ellos el Decreto llegaría con la mayor rapidez a lo más profundo de las masas. El acuerdo fue magníficamente cumplido en los días siguientes.
Poco después nos dirigimos a pie hacía el Smolny; luego, tomamos el tranvía. Vladimir Ilich, al ver el orden ejemplar que reinaba en las calles, estaba resplandeciente de alegría. Con impaciencia, esperó la llegada de la tarde. Después de la aprobación por el Segundo Congreso de los Soviets de Rusia del “Decreto sobre la paz”, Vladimir Ilich dio lectura con singular claridad al “Decreto sobre la tierra”, que fue aceptado con entusiasmo y por unanimidad.
En cuanto lo aprobaron, lo envié con unos mensajeros a todas las redacciones de Petrogrado, y a otras ciudades lo mandé sin demora, por correo y telégrafo. Nuestros periódicos lo habían compuesto previamente, y por la mañana temprano lo leyeron ya centenares de miles, millones de personas. Toda la población trabajadora lo acogió con júbilo. La burguesía lo recibió con silbidos de serpiente y ladridos de rabia en todos sus diarios. ¿Pero quién hacía caso de ellos entonces?
Vladímir Ilich estaba gozoso.
—Solamente esto —decía—, dejará ya huella en nuestra historia para muchos, muchísimos años. La época de fecunda labor creadora revolucionaria se iniciaba con gran éxito. Durante largo tiempo, Vladimir Ilich siguió mostrando su interés por el “Decreto sobre la tierra”; deseaba saber de continuo cuántos ejemplares del mismo, aparte de los periódicos, se habían repartido entre los soldados y los campesinos. El librito con el Decreto era reeditado muchas veces y distribuido gratuitamente en multitud de ejemplares no sólo en las capitales de provincia y cabezas de distrito, sino en todos los subdistritos municipales de Rusia.
El “Decreto sobre la tierra” llegó a ser, verdaderamente, conocido por todos. Quizá ninguna ley haya tenido en nuestro país tan amplia difusión como la alcanzada por este Decreto, que constituye una de las leyes fundamentales de nuestra nueva legislación, socialista, a la que Vladimir Ilich dedicó tantas fuerzas y energías y a la que concedía tan enorme importancia.

Vladimir Bonch-Bruévich
Colaborador de Lenin
Jefe de la Secretaría del Consejo de
de Comisarios del Pueblo

La llegada de Lenin a Petersburgo.

La llegada de Lenin a Petersburgo.

La llegada de Lenin a Petersburgo.

“Entre los compañeros se hablaba de la llegada de un marxista procedente
de la región del Volga, dotado de grandes conocimientos”.

Vladimir Ilich llegó a Petersburgo en el otoño de 1893, pero no trabé relación con él inmediatamente. Entre los compañeros se hablaba de la llegada de un marxista procedente de la región del Volga, dotado de grandes conocimientos; más tarde me trajeron un cuaderno dedicado a la cuestión de los “mercados” que, por el estado en que se hallaba. se veía que había pasado por muchas manos. En el cuaderno se exponían, de una parte, las concepciones de un marxista de Petersburgo, el tecnólogo Herman Krassin, de otra, las del compañero recién llegado del Volga. El cuaderno estaba doblado por la mitad: en un lado exponía sus puntos de vista H. Krassin con una caligrafía desaliñada, con borrones e intercalaciones; en el otro lado, cuidadosamente, sin ningún borrón, exponía sus observaciones y objeciones el compañero del Volga.

La cuestión de los mercados interesaba mucho en aquel entonces a todos nosotros, jóvenes marxistas.

En los círculos marxistas petersburgueses de la época había empezado a cristalizar una tendencia particular, que sustancialmente consistía en comprender los procesos de la evolución social como algo mecánico, esquemático. Según esta concepción de la evolución social, las masas, el proletariado, no desempeñaban papel alguno. Se arrojaba por la borda la dialéctica revolucionaria del marxismo, no quedaban más que el esquema muerto de las “fases de la evolución”. Naturalmente, en la actualidad no le costaría nada a un marxista cualquiera refutar esa concepción “mecánica”, pero en aquel tiempo la cuestión afectaba mucho a nuestros círculos marxistas petersburgueses. Estábamos todavía muy mal formados; los partidarios de la interpretación “mecánica” enfocaban habitualmente la cuestión de un modo muy abstracto.
Desde entonces han transcurrido más de treinta años. EI cuaderno aludido, por desgracia, no se ha conservado. De lo único que puedo hablar es de la impresión que nos produjo a todos nosotros.

El marxista recién llegado planteaba la cuestión de los mercados de un modo muy concreto, establecía una relación directa entre dicha cuestión y los intereses de las masas, y por la forma en que el problema era enfocado, se tenía la clara impresión de hallarse ante un marxismo vivo que analizaba los fenómenos en su situación concreta y en su desarrollo.

Todo ello incitaba a conocer más de cerca al recién llegado, a conocer más en detalle sus puntos de vista.
Vi solamente a Vladimir Ilich a fines de la cuaresma. Se decidió organizar una reunión de algunos marxistas petersburgueses, junto con el compañero del Volga, en el Ojta, en casa del ingeniero Klasson, uno de los marxistas preeminentes de Petersburgo y con quien dos años antes formaba yo parte de un círculo marxista. Por motivos de clandestinidad, se escogió como pretexto de la reunión la celebración de una pequeña fiesta íntima a base de blini . A la reunión mencionada acudieron, además de Viadímir Ilich, Klasson, Y. P. Korobko, Serebrovski, S. I. Radchenko y otros; también se esperaba a Potresov y Struve, pero si la memoria no me engaña, no acudieron. Recuerdo uno de los momentos de la discusión. Se hablaba de la orientación que era preciso seguir. No había modo de hallar un lenguaje común. Uno de los reunidos —Schevliaguin, creo recordar—, dijo que era muy importante la labor en el comité para la lucha contra el analfabetismo. Viadimir llich se rió con una risa seca y maliciosa, una risa que después no le oí más.

“¿Qué puedo decir? Si hay alguien que quiere salvar a la patria en el comité para la lucha contra el analfabetismo, es libre de hacerlo. No le opondremos ningún obstáculo”…

La observación maliciosa de Vladímir Ilich era compren-sible. Había venido con el fin de ponerse de acuerdo sobre la manera de ir conjuntamente a la lucha y como respuesta oía un llamamiento a la difusión de los folletos del comité para la lucha contra el analfabetismo.

Más tarde, cuando tuvimos una amistad más íntima, Vladimir Ilich me contó en cierta ocasión cuál había sido la actitud de la “opinión” (de los liberales) con respecto a la detención de su hermano mayor. Todos los conocidos se apartaron de la familia de los Ulianov. Dejó incluso de frecuentar la casa un viejo profesor que antes iba todas las noches a jugar al ajedrez. Por aquel entonces no existía aún la línea férrea hasta Simbirsk. La madre de Vladimir Ilich tenía que trasladarse en carruaje hasta Sizrani para ir a Petersburgo, donde su hijo se hallaba preso. Mandaron a Vladimir Ilich a buscar a un acompañante; nadie quiso efectuar el viaje con la madre del detenido. Vladimir Ilich decía que esta cobardía general le produjo entonces una impresión muy fuerte.

Estos acontecimientos vividos durante su juventud indudablemente ejercieron influencia en la actitud de Vladímir Ilich con respecto a la “opinión”, a los liberales. Las circunstancias le habían dado la ocasión de conocer muy pronto el verdadero valor del charlatanismo liberal.
Es conocido el punto de vista de Vladímir Ilich sobre los liberales, su desconfianza hacia ellos, su afán constante por desenmascarados… He citado sólo algunos extractos que se refieren al mismo año en que tuvo lugar la reunión en casa de Klasson.

Naturalmente, en la “fiesta familiar” no se llegó a ningún acuerdo. Vladímir Ilich habló poco; más que nada, observaba a los reunidos. Gentes que se consideraban marxistas acabaron por sentirse incómodos bajo la mirada penetrante de Ilich.

Al regresar a casa desde el barrio de Ojta, por la orilla del Neva, me hablaron por primera vez del hermano de Vladímir Ilich, a quien éste amaba mucho. Ambos tenían muchas preferencias y hábitos comunes; tanto el uno como el otro sentían la necesidad de quedarse solos con el fin de tener la posibilidad de concentrarse. Habitualmente vivían juntos, y cuando les visitaba alguno de los numerosos primos o parientes, la frase preferida de los muchachos era la siguiente: “Hacednos el favor de librarnos de vuestra presencia”. Los dos hermanos sabían trabajar tenazmente, los dos tenían un espíritu revolucionario. Pero, probablemente, se manifestaba en ellos la diferencia de edad. Alejandro Ilich no le contaba todo a Vladímir Ilich.
El hermano era naturalista. El último verano que pasó en casa se consagraba a la preparación de una disertación sobre los anélidos y trabajaba constantemente con el microscopio. Para aprovechar el máximo de luz se levantaba al apuntar el alba e, inmediatamente, se entregaba al trabajo. “No, mi hermano no será un revolucionario, pensaba yo en aquel entonces —contaba Vladímir Ilich—, un revolucionario no puede consagrar tanto tiempo al estudio de los anélidos”. No tardó en convencerse de su error.

El destino del hermano ejerció indudablemente una profunda influencia sobre Vladímir Ilich. En ello desempeñó, sin embargo, un gran papel el hecho de que en aquella época Vladímir Ilich había ya reflexionado mucho por su propia cuenta y había decidido por sí mismo la cuestión de la necesidad de la lucha revolucionaria.

Si no hubiera sido así, el destino del hermano le habría causado únicamente un profundo dolor o, en el mejor de los casos, le hubiera estimulado a seguir la senda que su hermano había escogido. En las condiciones en que se hallaba, el destino del hermano estimuló la actividad de su pensamiento, contribuyó a forjar en él una serenidad extraordinaria, el acierto de contemplar la verdad cara a cara, de no dejarse llevar ni un momento por la frase, por la ilusión, en una palabra, forjó en él una rectitud extraordinaria en el modo de enfocar todas las cuestiones.

Nadezhda Krupskaia

“Los diez mandamientos del proletario”.

“Los diez mandamientos del proletario”.

“Los diez mandamientos
del proletario”.

1 No permitas que Kolchak, Denikin o Mannerheim aplasten tu poder. No permitas que echen a tus sindicatos de sus sedes, a tus comités de las fábricas y plantas, a tus hijos de los campamentos infantiles, a tus apoderados de la ya tomada fortaleza del capital: los bancos.

2 Clava el ojo al fusil que está en tus manos. Si te quedas sin él, acortarás tu vida indefensa y tus enemigos te escupirán a la cara.

3 Mantente alerta en todo momento, en el frente y en la retaguardia. Puesto que están espiándote tras la esquina aquellos a quienes derribaste y de cuya esclavitud te liberaste. Te han aplastado durante siglos y van a imponerte una carga aún más cruel, si dejas que te cojan por sorpresa.

4 No toques al campesino medio en tu lucha contra el kulak. Dirige toda tu fuerza contra los ricos, no toques a los medios y ayuda a los pobres.

5 No permitas que el hambre te aplaste. Defiende el Volga, libera el Don y el Kubán de terratenientes, refuerza el poder de los Soviets en Ucrania.

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6 Siembra en la ignorancia de los pueblos, para que los pobres sepan que son tus hermanos, que estás con ellos y a su favor. Lanza contra el pueblo cientos de vagones llenos de tus ideas y de tus palabras. De lo contrario, tus hermanos no te comprenderán.

7 Sé fuerte. Protege a tu partido, multiplica sus fuerzas y haz que crezca, como harías con tu flor favorita. Construye organizaciones como las abejas construyen sus panales. Mantente fiel al partido hasta el final. Porque sólo de esta forma vas a vencer.

8 No confíes en tus enemigos, quienes te invitan a vestir de nuevo el yugo autoritario. Tu camino es difícil. El hambre te atormenta y mata a tus hijos. El viejo orden va en tu contra. Pero ahora te has convertido en tu amo y señor. Ahora eres libre. Ahora puedes construir tu propia vida.

9 No dejes escapar el poder de entre tus manos. No entregues fortalezas que ya has tomado. Aguanta el asedio. Observa: las llamas abrazan al mundo entero. Los pueblos se alzan en un gran levantamiento. Los proletarios húngaros ya caminan codo con codo a nuestro lado. Los obreros de Alemania, Austria e Italia atacan las bases de su propio capitalismo. En Francia e Inglaterra se remueve el mar popular. Muere el viejo mundo de opresión, depravación y violencia.

10 Sé duro como una roca en la última y decisiva lucha. Haz todos los esfuerzos para vencer a Kolchak y a Denikin. Aniquila sin piedad a todos los enemigos del pueblo. Recuerda: el mundo entero observa temblando nuestra lucha. Nuestra victoria será la victoria de los oprimidos del mundo entero.

¡Aprieta con fuerza el fusil! ¡Cierra filas!
¡Más altas las banderas rojas!

Comité Ejecutivo Central Panruso de los Soviets de Diputados obreros, campesinos, militares y cosacos.
1920

 

Buscando a Golber

Buscando a Golber

Buscando a Golber.

“Un polaco, miembro de la primera dirección nacional de la JSU”.

Cuando escuché a Marcelo Usabiaga hablarme de un joven camarada de la JSU, un judío polaco llamado Adolfo Golber, con el que había compartido, en la dirección de la JSU, momentos dramáticos en la defensa de Asturias, inmediatamente se instaló en mí una enorme curiosidad.

Marcelo me contaba que, en esos últimos momentos de la derrota, a la gente más comprometida, a los que aguantaron hasta el final, se les planteó un problema: cómo huir para salvar la vida. Se encontraban en Gijón y con el enemigo, los fascistas, a las puertas. En ese dilema, la dirección de la JSU se partió en dos; hubo un grupo que decidió escapar por barco, en uno de los pocos barcos que quedaban en el puerto gijonés del Musel, y otro grupo que decidió huir por las montañas, en plan guerrillero, atravesando los montes de León, hasta encontrar territorio republicano.

A Marcelo esta fuga le pareció una temeridad, y, medio en broma medio en serio, decía que era porque a aquellos “guerrilleros” les dio miedo el mar. Entre éstos se encontraba Golber. Marcelo ya nunca más supo de él, aunque lo buscó y preguntó por él, durante el resto de la guerra, y en cada una de las cárceles que visitó tras la derrota. Como no encontró ningún rastro, se imaginó que había muerto, como tantos miles de republicanos, capturado y fusilado sin juicio en alguna fosa común de los montes leoneses. Le pregunté más detalles del chico con el que era visible que había forjado una hermosa amistad. Me dijo que no era muy alto, que era un poco gordito, con el pelo rizado y rubio. Que hablaba bien el idioma español, que provenía de la juventud comunista, que era estudiante de Derecho en Madrid antes de la guerra, y que no era, por tanto, en sentido estricto, un brigadista internacional, y que, como miembro de la dirección nacional de la JSU, había acudido a un congreso de unificación regional de la UJC y la FJS a Galicia el 18 de julio de 1936, donde le había pillado el alzamiento franquista, y de donde pudo escapar también por monte, no sin dificultades.

Sin duda ahí había una gran historia por contar, que era necesario contar. Pero lo que más me atrajo desde el primer momento, no fue la suma de aventuras que podía imaginar que había pasado el joven polaco por los montes de León, en su huida de los fascistas, hasta su, quizá, dramático final. Lo que más me llamó la atención fue que siendo un polaco, fuera miembro de la primera dirección nacional de la JSU. Eso le daba, a mi modo de ver, un empaque más verdadero, coherente, más consecuente, a esta nueva organización, que así se mostraba internacionalista de verdad, revolucionaria no sólo de palabra.

De inmediato me recordó a un ejemplo, donde la teoría y la práctica fueron juntas, el de Leo Frankel, ministro de trabajo en el gobierno obrero de la Comuna de Paris. La Comuna, que, además de las aspiraciones sociales de justicia, había nacido de la desesperación provocada por el largo asedio alemán de París y el disgusto que provocó en la población la rendición sin luchar. Un momento, en ese Paris de 1871, en el que los sentimientos nacionalistas, o incluso chovinistas, podrían haber sido muy fuertes, y aún así la Comuna “concedió a todos los extranjeros el honor de morir por una causa inmortal”. Nombró ministro de Trabajo a Leo Frankel, un obrero judio húngaro, y “honró a los heroicos hijos de Polonia, Dombrowski y Wroblewski, colocándolos a la cabeza de los defensores de París”, como dirá Karl Marx en “La Guerra Civil en Francia”.

Como en la Comuna, como a Leo Frankel, la JSU concedía a los extranjeros el honor de luchar, en primera fila, de ser capitanes, de esa causa inmortal que dijera Marx, aquí, entre nosotros, haciéndola universal, coherente con su principio internacionalista. Eso es lo que provocó mi inmediata simparía con aquella JSU.

Y me puse manos a la obra a buscar los rastros de Adolfo Golber. Como en las investigaciones históricas, sucedió un sentimiento agridulce, muy feliz por los hallazgos, y amargo por lo que no se encontraba. Fui encontrando pieza por pieza aquello de lo que Marcelo me había hablado. En el diario “El Pueblo Gallego” del sábado 18 de julio de 1936, encontré la siguiente nota:

“COMISIÓN PROVINCIAL DE UNIFICACIÓN”

El próximo domingo día 19 se celebrará en el “Danubio azul” a las cuatro de la tarde, un acto como clausura al Congreso Provincial de Unificación de la Juventudes socialistas de Pontevedra en el que intervendrán los oradores Ramón Conde por la Comisión provincial, Adolfo Golber y Segundo Serrano Poncela por la Comisión nacional.
A continuación, habrá un gran baile en el que intervendrá una afinada orquesta.”

Tal cual recordaba Marcelo, ahí estaba la primera pieza del rompecabezas. Hallé muchos anuncios, en la prensa madrileña de la época, de actos previos a la unificación juvenil, en los que se le anunciaba como orador en nombre de la juventud comunista. Encontré que fue detenido y encerrado en la cárcel de Monforte de Lemos, de donde consiguió escapar. Y lo mejor fue que encontré rastros posteriores a la caída de Asturias, participando de nuevp en el ejército popular, en Valencia, en Catalunya, a lo largo de 1938. De manera que pude darle la buena noticia a Marcelo de que Golber había sobrevivido a su aventura por la sierra leonesa. Sin embargo, a partir de ahí se perdía su pista, y no hallé nada posterior a la guerra, ni en los registros de prisiones. Quizá, escapó de la muerte tras la caída de Asturias, pero ésta le encontró después, siendo uno de los tantos asesinados en fosas, sin rastro.

Es la única explicación que encuentro, porque ese joven nacido en 1916 en Czestochowa, Polonia, era el secretario de cultura en la primera dirección de la JSU emanada tras la unificación de las juventudes comunistas y socialistas. Una persona conocida a la que habría resultado muy difícil esconderse en el régimen franquista, y tampoco habría evitado el fusilamiento o una larga condena de haber sido detenido. A finales de 1938, su huella desaparece. Mientras le buscaba, otro Golber imaginario se instaló en mi cabeza y dio pie a una novela. Pero eso es otro cantar.

«Sigo buscando su rastro, para rescatar su nombre en honor a su lucha por nuestra libertad, el honor de combatir por esa causa inmortal».

Miguel Usabiaga: Arquitecto – Escritor, Director de Herri.