Las olimpiadas obreras
“Jakvo Schram” Publicado en “Sennaciulo”, octubre 2004.
En las instalaciones deportivas del distrito Hoboken, en Amberes, existe una nueva plaza. Su nombre será el de “Parque Jacques Schram”. De esta forma el distrito de Hoboken desea homenajear a mi tío, que durante toda su vida activa luchó para promocionar el deporte obrero. Durante muchos años fue delegado de la Olimpiada Popular o, como él siempre la llamó, los Juegos Obreros.
He hecho algunas investigaciones en el Instituto de Historia Social (AMSAB), y he encontrado textos muy valiosos, de los cuales extraigo la información para éste. Escribo con mucha rabia en el corazón. Decenas de veces acudí como joven ayudante de mi tío a las casas populares y a las instalaciones deportivas para mostrar las diapositivas que él había tomado durante diversas Olimpiadas Populares en las que había participado, y no puedo pensar en las imágenes sin que mi corazón se llene de pena por el gran ideal. Por el grupo de entusiastas comprometidos y cuya batalla se ha perdido ya por completo.
Juegos olímpicos burgueses – obreros
A fines del siglo XIX se fundó el movimiento deportivo obrero, muy parecido en su estructura a la variante neutral o burguesa. Sin embargo, de forma relativamente rápida tras su fundación el movimiento comenzó un proceso de fijación de su propio perfil ideológico. El movimiento pasó a manos de pensadores de izquierdas, con una ideología cada vez más concreta: que el deporte no es un sistema para ganar dinero o gloria, sino para mejorar la salud y las condiciones generales de vida. Entre los deportistas burgueses la variable económica desempeñaba un papel significativo, mientras que entre los deportistas obreros lo más importante eran las cinco reglas siguientes:
– primero – no se buscaba la competición en forma extrema, sino el espíritu de superación;
– segundo – el cultivo de los deportistas per se era perjudicial y se evitaba;
– tercero – fuerte rechazo de la comercialización del deporte y promoción del amateurismo de los deportistas;
– cuarto – el deporte debe servir a la masa, lo que significa que todas las personas deben tener la posibilidad de hacer deporte;
– quinto y último – por medio del deporte y de los consiguientes contactos internacionales alcanzar la paz mundial.
Los trabajadores, de inspiración socialista y comunista, entraron en competición con los clubes burgueses, argumentando que el deporte aficionado era el verdadero deporte, según el pasado mítico de “deporte auténtico”, “espíritu deportivo” y el cultivo armonioso del espíritu.
El gran medio de propaganda de los deportistas burgueses era evidentemente las Olimpiadas, donde se reunían en paz y armonía según el ideal olímpico. Pero tal como rebatían los deportistas obreros (socialistas y comunistas) y los defensores del verdadero deporte: las Olimpiadas eran sólo propaganda para los sentimientos nacionalistas, un espectáculo comercial donde el dinero contaba más que los movimientos corporales armoniosos. Las Olimpiadas no eran otra cosa que un reflejo del modelo social capitalista. La afirmación del Barón de Coubertin (fundador de los Juegos Olímpicos modernos en 1894) de que “el deporte obrero se aproxima más al ideal deportivo”, los deportistas rojos lo emplearon y publicitaron muy a menudo.
En 1931 el Comité Olímpico Internacional (COI) decidió que los XI Juegos tendrían lugar en Berlín. En ese momento el gobierno alemán era políticamente de centro-derecha, y el Comité no previó que Hitler tomaría poco después el poder.
De hecho los nazis no estaban demasiado a favor de las Olimpiadas, ya que ellos preferían el movimiento gimnástico alemán, reaccionario y fuertemente estructurado según una versión nacionalista, donde se escuchaba música de marcha, y donde el ondear de las banderas y los símbolos era igual de importante que el propio deporte. Además, el presidente del Comité Olímpico Alemán Theodor Lewald y el secretario Carl Diem tenían familiares judíos. Los nazis exigieron inmediatamente después su expulsión del Comité.
Sin embargo, el 16 de marzo de 1933 Hitler aceptó a T. Lewald y al contrario de lo que éste preveía, Hitler presentó su pleno apoyo a las Olimpiadas.
No obstante, los problemas no desaparecieron completamente. Las reglas olímpicas prohibían cualquier forma de discriminación racial o religiosa, y a este respecto la Alemania hitleriana no gozaba de la mejor reputación.
Durante una reunión del COI de junio de 1933 en Viena, se estudió la situación. El centro de la discusión fue: ¿tenían cabida los judíos en el equipo olímpico alemán? Según los dos comisionados alemanes, Karl Ritter von Halt y Theodor Lewald no había ningún problema al respecto. Incluso dieron garantías por escrito. También durante la reunión del COI en Atenas, en mayo de 1934, se confirmaron las decisiones anteriores.
Como ahora sabemos la garantía alemana no era más que una maniobra política. Los judíos fueron ‘purgados’ de la vida pública y evidentemente también de los clubes deportivos. Debido a la ausencia de facilidades de entrenamiento se les despojó de cualquier posibilidad de participar en los Juegos Olímpicos. Se usaron también otros trucos. La atleta judía Gretel Bergmann que lo había hecho claramente mejor que su rival aria Elfriede Kaun no alcanzó la selección oficial por no estar registrada en un club deportivo. De hecho ningún judío, hombre o mujer, consiguió un lugar en el equipo alemán.
Aunque el COI estuvo satisfecho con sus decisiones, la mayoría afirma sin embargo que la Alemania fascista, con su propaganda antijudía, anticatólica, antisocialista y anticomunista, no era un lugar donde podían celebrarse los Juegos Olímpicos. Se produjeron protestas a nivel mundial. Las organizaciones judías desempeñaron en ellas un gran papel, especialmente en los Estados Unidos. En la vieja Europa, las protestas más fuertes vinieron de las federaciones deportivas obreras de izquierdas. Las federaciones internacionales socialistas y comunistas incluso olvidaron los vetos de muchos años. Durante una reunión general en Praga el 6 de septiembre de 1935 condenaron tanto el nazismo como los ya cercanos Juegos Olímpicos berlineses.
A pesar de la elección en mayo de 1936 de un gobierno frentepopulista en Francia bajo la presidencia del judío Léon Blum, el secretario de estado de deporte Léo Lagrange prometió continuar con los compromisos contraídos. Como compensación los deportistas obreros recibieron la promesa de que Francia daría un apoyo significativo a los juegos obreros alternativos de Barcelona.
En Bélgica el asunto consumió gran cantidad de tinta. En noviembre de 1935 la cúpula de las federaciones deportivas obreras se adhirió al Comité Internacional en defensa del Ideal Olímpico. De esta forma siguieron la dirección fijada por la Internacional Deportiva Obrera Socialista (SASI). Uno de los principales activistas en SASI era Louis Lalemand.
Curiosamente, en Gran Bretaña apenas hubo oposición a los Juegos de Berlín.
Barcelona 1936 como contra-Olimpiada
Durante los años 30 la vida deportiva y especialmente los deportistas obreros se vieron influidos por el Frente Popular. El “Esport Popular” catalán combinaba el deporte con la política. Se exigía que todos tuvieran acceso a una forma no comercial del deporte, donde los valores de igualdad, fraternidad, solidaridad y juego limpio no fueran conceptos vanos. Al mismo tiempo el deporte era un instrumento en la lucha política por una mayor democracia y contra los ideales fascistas.
Las diversas asociaciones deportivas de la región catalana se unieron en el año 1936 en el “Comitè Català pro Esport Popular”. Era una organización popular, sin ligaduras formales con las organizaciones políticas o sindicales.
Desde su fundación se comenzó a trabajar con gran entusiasmo en la organización de diversas manifestaciones deportivas. El plan más ambicioso era la Olimpiada Popular, que no debía ser únicamente un medio de propaganda del deporte aficionado, sino, sobre todo, una denuncia de los Juegos Olímpicos en la Alemania fascista. La idea inicial era que se organizaran a escala nacional, pero el entusiasmo en países como Francia y Bélgica ocasionó que finalmente la olimpiada alternativa tuviera un carácter internacional.
A pesar de que incluso hoy algunos afirman que la Olimpiada Popular española era una iniciativa del movimiento deportivo de la izquierda trabajadora, la historia debe ser contada adecuadamente. La mayoría de los participantes pertenecían a las asociaciones deportivas de izquierda, pero el proyecto era mucho más amplio. El Comité internacional en defensa del Ideal Olímpico pretendía unir a las personas contrarias a los Juegos berlineses. En la terminología actual hablaríamos de unión de tendencias progresistas y de izquierdas. La Federación deportiva catalana que lo organizaba era autónoma, no ligada a ningún partido político. De hecho la Olimpiada Popular fue una iniciativa de grupos de diversas tendencias que se encontraron en el común Ideal olímpico, la hermandad de los pueblos. Sólo la Olimpiada Popular representaría el carácter desprendido de los verdaderos Juegos Olímpicos: “el espíritu olímpico no estará en Berlín sino en Barcelona”, afirmaba la prensa de izquierdas.
La organización acarreó muchísimos problemas. A pesar de la falta de tiempo, el gran entusiasmo se encargó de que se llevara a cabo el gigantesco proyecto. El apoyo financiero vino de los gobiernos español, francés y catalán. También el ayuntamiento barcelonés proporcionó ayuda económica. Afortunadamente se disponía de la infraestructura de la Exposición Mundial del año 1929. Se inscribieron veintitrés delegaciones. Los países y las regiones sin independencia política como Argelia, Palestina, País Vasco recibieron en la Olimpiada Popular un status con los mismos derechos. De esta forma se deseaba subrayar la libertad de todos los pueblos.
Se crearon tres categorías de deportistas: los atletas de élite, los atletas expertos y los aficionados. Se deseaba conseguir la participación del mayor número posible de personas, independientemente de sus condiciones físicas. También se estimuló la participación de mujeres.
Las Olimpiadas Populares iban a comenzar el 19 de julio con diversas manifestaciones y fiestas y duraría una semana.
El 18 de julio – el día anterior a la inauguración oficial – se hizo un ensayo general. Muchos miembros del comité organizador estaban cansados y decidieron quedarse a dormir en el estadio.
Desgraciadamente el 19 de julio de 1936 entró en la historia por una causa totalmente distinta a la fiesta de la Olimpiada Popular.
Del diario de un atleta belga que participó en las Olimpiadas Obreras se puede leer: “Las calles están vacías bajo un sol abrasador (…) en la Plaza del Comercio chocamos con las primeras barricadas (…) cientos de metros más lejos vemos a unos sindicalistas armados (…) las barricadas aparecen cada 100 metros. Todas las calles laterales están bloqueadas (…) nos deslizamos a lo largo de las fachadas de las casas. Las balas silban a través de la plaza. Instintivamente doblamos la espalda y nos refugiamos en un portal (…) Vemos claramente cómo desde el campanario de una iglesia los francotiradores disparan por la espalda a los trabajadores que se encuentran tras las barricadas.”
Las olimpiadas berlinesas fueron un éxito colosal. Hitler quería impresionar al mundo y lo consiguió; Berlín lo superó todo.
Sólo en las últimas décadas los investigadores se hacen preguntas sobre todo el proyecto. En 1936 se consideró a los Juegos Olímpicos de Berlín como modelo para el futuro. También por esta razón la Olimpiada Popular se vio condenada a la oscuridad. Sofocada por la Guerra Civil Española, se convirtió en una insignificante nota a pie de página en una historia casi olvidada.
Sin embargo, la Olimpiada popular de Barcelona muestra la potencia que puede venir del compromiso y el entusiasmo. El valor de este ejemplo escapa a cualquier límite, provenga del tiempo o del espacio, es imperecedero.