Un estadio Olímpico para Montjuich
El estadio iba a serel telón de unos juegos internacionales a favor de la paz y contra el fascismo.
Decía el arquitecto italiano Aldo Rossi que los edificios son “el escenario del teatro de la vida”, donde se unen memoria, tiempo y lugar. Aprovechando el interés de la revista ERI de recordar las Olimpiadas Populares de Barcelona en 1936, pincelaremos esa memoria del estadio de Montjuich, que desde el inicio tuvo un destino olímpico, y que no lo pudo realizar hasta mucho tiempo después, en 1992.
En 1905 el arquitecto y político catalán Josep Puig i Cadafalch publicó un artículo reclamando una nueva Barcelona, materializada a través de una nueva exposición universal que sirviera para catapultarla hacia la modernidad y el futuro. Fue el embrión de un deseo que cuajó en la burguesía catalana. La experiencia de la exposición universal de 1898 en la misma ciudad, hizo que la propuesta prosperase en la clase política catalana. En 1913 desde el Ayuntamiento se creó una comisión para la organización del evento, siendo nombrados comisarios de la organización el mismo Josep Puig i Cadafalch, con el político Francesc Cambó y el empresario Juan Pich y Pon.. Se eligió el emplazamiento de Montjuich, a pesar del grave inconveniente de encontrarse en una montaña poblada de canteras. Los organizadores tuvieron la oposición de aquellos que habían especulado con la posibilidad de que la zona de las Glorias Catalanas fuera la elegida, comprando terrenos a la espera de poder venderlos a mejor precio para la exposición. El contenido de la exposición debía ser el de mostrar la industria catalana al mundo, al que se añadiría la construcción de un gran parque en Montjuich, con nuevas instalaciones deportivas, y un nuevo estadio; un conjunto para dar un impulso a la socialización de la cultura física en Barcelona..
El arquitecto Pedro Domenech i Roura, hijo del reconocido arquitecto modernista LLuis Domenech, fue el autor del proyecto del estadio que se convertiría en el segundo de mayor capacidad de Europa, con una capacidad de 60.000 espectadores..
El día de la inauguración, el periodista Masferrer, señala la clave del segundo acto de la operación:
“¡Vamos a movilizar al ejercito deportivo ¡ … Hagámonos dignos en ocasión de la exposición de 1929, de que el Estadio de Montjuich se considere el marco más adecuado para los juegos olímpicos de 1936, suprema y ultima aspiración del que suscribe.”
Ese fin último olímpico, queda claramente definido en la tribuna de autoridades el día del partido de inauguración, disputado entre una selección de futbolistas catalanes contra el campeón de la liga inglesa, el Bolton Wanderers. Junto al rey Alfonso XII estaba como principal invitado el presidente del COI, el conde de Baillet Latour, que fue nombrado padrino del estadio y puso la primera piedra en 1928, junto a ellos entre otras autoridades estaban el barón de Güell, miembro del Comité Olímpico Español, y el Barón de Polignac, representante del Comité Olímpico francés.
La candidatura de Barcelona se había formalizado en el año 1929. El conjunto deportivo de Montjuich, se completaba con la construcción de una piscina de 50 metros y unas pistas de baloncesto y boxeo, las bazas deportivas para apoyar las aspiraciones barcelonesas.
Las sesiones para elegir la sede de las Olimpiadas se realizaron en la propia ciudad condal, en 1931, con dos candidatos, Berlín y Barcelona. Berlín obtuvo 43 votos, y Barcelona 16, con ocho abstenciones. Quizá una compensación para resarcir la capitalidad olímpica que Berlín había tenido en 1916 y que la Guerra Mundial impidió realizar. Esta elección supuso una gran decepción para todo el sistema político y empresarial catalán.
Cuando en 1933 sube el partido nazi al poder en Alemania, sus políticas raciales, antisemitas, supusieron que los judíos alemanes fueran expulsados de los clubes deportivos, con la prohibición expresa de entrar en cualquier instalación. Estados Unidos y otros países se mostraron reacios a participar en los Juegos de Berlín, pero al final acudieron.
Se alzaron voces de boicot desde algunos países, pero la oposición principal fue la iniciada por los comunistas alemanes exiliados, surgió del movimiento obrero internacional. Los partidos comunistas y organizaciones sindicales de todo el mundo, que ya organizaban asociaciones deportivas obreras y realizaban eventos como las “Olimpiadas obreras” o las “Espartaquiadas”, en las que se pretendía trasmitir a los Juegos Olímpicos un carácter de solidaridad internacionalista, el deporte como caminos para la amistad entre los pueblos y no la rivalidad extrema, más propia del ideario burgués, de unos juegos nacidos en el seno del nacionalismo decimonónico. Los partidos de la izquierda europea, y especialmente los comunistas a través de la Internacional Deportiva Roja, unidos a los judíos expulsados de Alemania, e incluso algunas agrupaciones católicas, fueron los encargados de promover la Olimpiada Popular en contra de la Olimpiada nazi.
Barcelona, era perfecta para la candidatura alternativa. Había sido la ciudad que se había quedado sin los Juegos, por lo que existía un estado de frustración al respecto; y tanto el Gobierno de la II República Española, como el de la Generalitat de Cataluña, estaban a favor del boicot a Berlín. España fue el único país que tomo la postura de boicot total.
La participación para Barcelona fue enorme y con carácter internacional, se inscribieron 6.000 atletas de 22 países, incluyendo selecciones no estatales y otras representando a los judíos exiliados. Los equipos de Alemania e Italia estaban compuestos por exiliados de dichos países. La Olimpiada Popular que se diseñó inicialmente para realizarse entre los días 22 y 26 de julio de 1936; tuvo que ampliar su duración, dado el éxito de la convocatoria, y adelantó su comienzo al 19 de julio. El 18 de julio, cuando se produce el golpe de estado, ya estaban presentes en la ciudad la mayor parte de los participantes, con motivo los desfiles preparados por la ciudad. Ante la gravedad de la situación, los Juegos se suspendieron, y algunos deportistas, coherentes a sus ideales opositores a unas Olimpiadas fascistas, cambiaron las zapatillas por las botas militares. Fueron más de 200 atletas los que se unieron contra el intento de imponer el fascismo en España, formando parte de las milicias populares en la defensa de la ciudad, y más adelante de las Brigadas Internacionales..
A los pocos meses de iniciada la guerra, empezaron a llegar refugiados a Barcelona, principalmente de Sevilla, Córdoba y Guipúzcoa. El estadio olímpico comenzó a utilizarse como centro de primera acogida para esos contingentes civiles que huían, compuestos principalmente de mujeres y niños. En el libro “Flores de la Republica”, de Miguel Usabiaga, Luis Argote, entonces niño, recuerda aquellos momentos:
“En la capital catalana nos alojaron en el estadio olímpico de Montjuich. Entre la fachada y la parte inferior de la grada habían construido tabiques y puertas con madera y habían instalado una muchedumbre de refugiados vascos. Para un niño, aquella amalgama caótica era divertida. ¡todavía no pasábamos hambre¡ (..) había una cocina colectiva, y uno de los cocineros era de Irún y familiar de otro de los fusilados en Pikoketa. (..). Poco a poco el estadio se fue llenando demás y más gente. A los refugiados que nos alojaban allí, se sumaban los heridos, porque una parte fue habilitada como hospital de guerra.”
En las zonas cubiertas de pasillos y vestíbulos del estadio se conformó una pequeña ciudad, con dormitorios, un comedor colectivo, escuela y enfermería, con una capacidad de unas 2.000 personas. En las gradas, niños y mujeres desarrollaban la vida en un estadio vacío.
Tras la Guerra Civil el estadio se utilizó circunstancialmente para encuentros deportivos varios, quedando en un estado de abandono general toda la zona de la Exposición Universal, hasta que se recupera la idea de unos nuevos Juegos Olímpicos, 70 años después. El estadio brilló de esplendor en la inauguración de 1992, tras una rehabilitación del mismo y una reordenación de todo Montjuich en un anillo olímpico con nuevas edificaciones deportivas. A día de hoy, salvo eventos puntuales relacionados principalmente con la música, el estadio y las instalaciones olímpicas, vuelven a estar infrautilizadas, casi abandonadas.
El estadio iba a ser el telón de unos juegos internacionales a favor de la paz y contra el fascismo. Su derrota fue el preludio de una pesadilla. Lo que se perdió y lo que significaban, se resume en la actitud de Pau Casals cuando la noche del 18 de julio dirigía los ensayos del himno que compuso Hanns Eisler, y de la Novena Sinfonía de Beethoven, la que incluye el “himno de la alegría”; que la orquesta y el coro iban a ejecutar al día siguiente en la inauguración de la Olimpiada. Durante el ensayo se presentó un emisario oficial que informó de que el concierto y la Olimpiada habían sido suspendidos por el alzamiento militar. Casals se dirigió a los músicos y a los coristas y les dijo: “No sé cuando nos volveremos a reunir; os propongo que, antes de separarnos, todos juntos ejecutemos la sinfonía”. Años después contó que las lágrimas le impedían ver la partitura.
Lorenzo Goikoetxea
Arquitecto