Chivato

Chivato

Chivato.

A los verdugos se les reconoce siempre.Tienen cara de miedo. —Sartre—

Se han llevado a Nicasio Sacristán a la plaza de toros.
—Mecagüendios.
El Árcangel San Miguel recibe el exabrupto con indolencia, sus ojos de madera ni siquiera esbozan un reproche. Es de noche y ambos se encuentran en la capilla del Patronato, iglesia que con los años será lugar de reunión de asambleas clandestinas de la HOAC (que con el tiempo germinarán en la creación de CCOO). Pero estamos a martes 6 de mayo de 1947 y esa noche la capilla sestaoarra no ofrece otro amparo que el más evidente: ser un escondite.
—Mira —José Luis El Maño le extiende a su compañero un papel de prensa de fecha 3 de mayo—. Lee lo que han escrito sobre nosotros estos fascistas.
Roberto Díaz coge la hoja de El Correo Español – El Pueblo Vasco que se le ofrece. Aunque tiene veintitrés años y los ojos de soldador empiezan a flaquear, Roberto acierta a leer en la semioscuridad: «¡Víctimas siempre de la falta de conciencia de los agitadores profesionales que no dan la cara, atentos a eludir su responsabilidad criminal!». Pero ¿qué acusaciones eran esas? ¿Agitadores profesionales? ¿Criminales ellos? Una rabia intestina cruza el estómago de Roberto. Es verdad que ambos habían secundado la huelga general convocada el 1 de mayo por UGT, ELA-STV y CNT, ¿pero acaso eso les convertía en criminales? ¡Ellos eran trabajadores de la Babcock Wilcox! ¡Caldereros metalúrgicos, carajo!
—Cuentan que Bilbao está tomada por el ejército —añade El Maño con deje cansado—. Y que son tantos los detenidos que han empezado a meterlos en la plaza de toros. Como a Nicasio.
—Hijosdeputa —susurra Roberto.
—También se cuenta que ayer Altos Hornos fue ocupado por la Policía Armada.
La situación, sopesa Roberto, es ciertamente desesperada. Llevan huyendo desde que un par de días antes, el 3 de mayo, desobedecieran la orden de libertad vigilada del Gobernador Civil de Vizcaya, Genaro Riestra. Eso les convertía en fugitivos, en víctimas propiciatorias para las patrullas de falangistas que recorrían la margen izquierda. Es más, a todos los efectos ambos podían considerarse entre los 14.000 despedidos con que se saldó la primera jornada de huelga, edicto franquista mediante. No tenían trabajo, no tenían apoyos y los enemigos se multiplicaban.
—¿Qué podemos hacer? —pregunta Roberto, pero más parece una pregunta retórica.
Roberto se fija en las manos de su amigo, grandes como palas, bruñidas como el metal. Manos de fundición, ardientes, trabajadas. Manos igual que las suyas. Ellos sólo están luchando por unas condiciones de vida más dignas, por enfrentar el hambre, ¿cuándo y cómo se han convertido en delincuentes? Era cuestión de tiempo que fueran apresados, torturados quizá, y ambos lo sabían.
—¿Qué vamos a hacer? Te voy a decir lo que vamos a hacer —en el rictus de El Maño se dibuja una mueca cruel—, así sea lo último que hagamos en vida. Vamos a ir a por El Comadreja.

II.
Roberto y José Luis aprovechan el amanecer para salir del Patronato y subir por Queipo de Llano (calle que la gente sigue llamando Los Baños). Los amaneceres en Sestao son siempre grises —gris metal, gris del cielo, de las nubes amenazando con fría lluvia gris—, y esa mañana de miércoles 7 de mayo de 1947 no es una excepción. El gris no es un color, es la ausencia del mismo, pondera Roberto. Perpetuo gris Sestao.
Así las cosas, lloviznando, la pareja asciende la cuesta que lleva hasta la Gran Vía de Carlos VII. Observan y se sienten observados, vigilantes de que una patrulla de falangistas no aparezca al final de la calle. Eso sería el fin. Pero ahora comparten un objetivo y caminan hacia él con determinación. El Comadreja, de nombre Jesús Carrasco, es el delegado falangista que dio sus nombres cuando empezó la huelga. El chivato. El maldito chivato. Le darán la paliza de su vida.
—Chist, ¡calla! —Roberto le hace un gesto a su compañero—. Rápido, escondámonos.
Veloces como flechas se esconden bajo el balcón de La Galana, al amparo de una sombra, justo a tiempo de ver pasar una patrulla. Sus camisas azules les delatan, falangistas con patente de corso. Un transeúnte se cruza con ellos y los falangistas le gritan «¡Viva Rusia!». Se trata de una provocación, claro; así que el transeúnte agacha la mirada y continúa acobardado su camino, en silencio. Ha hecho bien. Si hubiese respondido al viva, o incluso si hubiera contestado cualquier cosa, le habrían apaleado sin compasión. Pasar inadvertido es el único método de defensa propia en estos días de 1947.
—Malditos sean —musita bajo su barba José Luis El Maño—. ¡Cómo odio a estos sembradores de miedo!
—Guarda tu rabia para El Comadreja —le tranquiliza Roberto con la ligereza de su juventud—. Él pagará por todos.
Dejan transcurrir cinco minutos hasta que abandonan su refugio oscuro del balcón. Cualquier precaución es poca. Aspiran una bocanada de angustia y reparan en que el aire hoy no huele a humo, señal inequívoca del éxito de la huelga. Aunque ésta flaquee, han conseguido detener las perennes fumaradas.
Sin más contratiempos, hisopados bajo el sirimiri, consiguen alcanzar el caserío Landa y de ahí a la pequeña casa de El Maño donde confían no les hayan ido a buscar. De todas formas no van a perder más de diez minutos, otro curso de acción sería insensato. Comer algo de pan, hacerse con cuchillos de cocina y salir de nuevo. Ese es el plan. Pero están a puntos de abandonar la casa cuando llaman a la puerta.
—¡Silencio! —ordena Roberto—. Puede ser la Guardia Civil. O los falangistas.
Una calma tensa, como si la realidad se filtrara a través de una gasa, flota en ese momento. Les resulta sencillo imaginar su futuro cercano, siendo detenidos, arrastrados, golpeados hasta la extenuación. Un futuro cercano de dolor y sangre. ¡Pom, pom!, alguien vuelve a golpear la puerta. Los aldabazos son el sonido del terror.
—¿José Luis? —al otro lado de la puerta alguien pronuncia su nombre—. Soy yo, Ernesto. Tu primo.
Ambos respiran aliviados, soltando todo el aire de su pecho. Ernesto es un amigo y compañero, trabajador de La Naval. Le hacían detenido desde el principio de la huelga, no obstante ahí está. Abren la puerta con sigilo y le hacen pasar.
—Ernesto, mecagonlaleche —le dice José Luis—, ¡qué miedo nos has hecho pasar!
—No es para menos, ¿no os habéis enterado? —informa Ernesto—. En Bergara han asesinado a un sindicalista. Un tal Unzurrunzaga, apodado Xabale. Un suicidio, han dicho. Ya sabéis, un suicidio de los que estos son expertos.
—Asesinos —define Roberto.
—Hijosdeputa.—concreta El Maño.
—Por lo demás —prosigue Ernesto—, la Papelera de Arrigorriaga se ha sumado a la huelga. También los panaderos. Pero cuanta más gente se suma, tanto más aumenta la represión. Dicen que hay más de 5.000 trabajadores retenidos en la plaza de toros.
—Ayer detuvieron a Nicasio y lo llevaron allá —interviene Roberto—. Pronto no será suficientemente grande para contener a todos.
—Cuando eso ocurra, no tengas dudas de que comenzarán a tirar gente a la ría —apostilla José Luis—. Esta gente no tiene madre.
Un silencio pesado cae sobre los tres. No tienen duda de que así ocurrirá si llega el caso.
—¿Y vosotros qué hacéis aquí? —inquiere Ernesto—. No es lugar seguro.
Roberto y José Luis se escrutan, dudando si hacer partícipe a Ernesto de su plan. No es un tema de desconfianza, sino de precaución. Ernesto luchó en la guerra civil y acabó confinado en el campo de concentración de Buchenwald, donde le marcaron con un triángulo rojo invertido, identificativo de comunista. Sobrevivió de milagro. No, absolutamente ninguna suspicacia hacia el camarada Ernesto. Pero cuanto menos sepa, mejor para él.
—Hemos venido a recoger algunas cosas —explica Roberto de forma inespecífica —. Nos íbamos ya.
Ernesto mira el rostro desencajado de sus amigos, la gravedad de su gesto. Y entiende. A menudo hay silencios más elocuentes que las palabras.
—Tened cuidado —es capaz de decir.
Se despiden con un abrazo y salen de la casa; Ernesto por un lado y Roberto y José Luis por otro, hacia el Valle de Trápaga, donde habita El Comadreja. Con la determinación de los homicidas, caminan. Como estantiguas justicieras descienden por los terrenos de Galindo, sosteniendo sus armas mientras atraviesan la rivera pantanosa, los barrizales de óxido. Sus dientes son de caimán.

III.
Cerca del Palacio Olaso. Es la madrugada del 7 de mayo de 1947 y sobre el Valle de Trápaga cae una pátina oscura, desdibujando los edificios, confiriendo al conjunto alma de daguerrotipo. Roberto y El Maño se han escondido en las huertas lixiviadas de Elguero, esperando la noche, y la humedad se les ha metido en los huesos. Tienen frío y están hambrientos. Por la mente de Roberto cruza un recuerdo de su padre, que formó parte de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) y falleció en la guerra. José Luis El Maño tiene cuarenta y tres años y también piensa en la guerra, pero en primera persona: él estuvo en la batalla de Belchite y no le gusta hablar de ello
Son poco antes de las dos de la madrugada cuando escuchan el tintineo de una bicicleta, su soniquete metálico rompiendo la paz de esa hora. Jesús Carrasco, El Comadreja, no tiene otro vicio conocido que las dos ruedas. Las dos ruedas y la delación. Al final aparece por la esquina.
—Se creerá Gino Bartali, el mamón —escupe Roberto.
El Comadreja desciende de la bicicleta y saca las llaves de su casa. A pesar de la escasez de luz, el azul de su camisa brilla con el color de la vileza. Azul falangista, azul sangre. El azul abismo de la maldad.
—Como grites, te clavo esto en el pulmón —José Luis El Maño ha salido sigiloso de su escondrijo y apoya un punzón sobre la espalda del chivato—. Como hay puto Dios que te lo clavo.
—Vamos, adentro —ordena Roberto.
Las gigantescas manos de José Luis sostienen el punzón con fuerza, atravesando la ropa de El Comadreja, que obedece y calla. El rostro del chivato se muestra lívido, ajeno a cualquier otra expresión que no sea el terror. Es curioso, reflexiona Roberto, seguramente ha pasado el día repartiendo el mismo miedo, disfrutando del poder que le da atacar en grupo. Pero en soledad sólo es un cobarde más. Un mierda cobarde más.
Con el arma entibada tras su hígado, acceden a la vivienda del chivato. La casa de El Comadreja, observan, no es mucho mejor que la suya, no muestra la prosperidad que cabría esperar de una alimaña delatora. Las paredes muestran desconchados como una piel que se despellejase. Por todas partes hay repartida suciedad, mugre en tal cantidad que la estancia posee un efecto emético, esto es, da verdadero asco. El Comadreja es un animal, concluyen, y vive como tal.
—Esperad… esperad… —espesos churretones de sudor caen desde el pelo aceitado del del chivato—. Antes de hacer nada, escuchadme. Os puedo ofrecer un trato. Un buen trato. Hablemos.
—¿Hablar? —con severidad la voz de José Luis rompe la noche—. Con los fascistas no se puede hablar, hay que combatiros a hostias.
Pero El Comadreja no escucha y les tiende un papel. Se trata de un papel manoseado con membrete oficial del Régimen.
—Leed, leed lo que pone—les insta el chivato—. Se ha hablado con el subsecretario de industria y antiguo director de AHV, Eduardo Mellero. Tiene la orden de no negociar con huelguistas. Franco no negocia.
Roberto y El Maño leen la orden ministerial y en su cara se dibuja algo parecido al desánimo. El Comadreja continúa:
—Además, internacionalmente no tenéis apoyos. Me consta de buenas fuentes que José Antonio Aguirre va a desconvocar oficialmente la huelga en un par de días. El PNV ordena la rendición desde el exilio, aparecerá en el Euzko Deya. Se acabó.
Si eso era cierto, el cinturón industrial de la Ría del Nervión estaba perdido y la huelga habría sido un fracaso. Sin embargo, a la mente de ambos viene entonces el momento de la asamblea del 30 de Abril, en la Babcock Wilcox. José Luis El Maño había estado entre las voces cantantes y en un momento dado la juventud entusiasta de Roberto había levantado el brazo de su amigo y proclamado: «¡Abriremos la cabeza de los esquiroles!». Eso les puso en la picota. El Comadreja no necesitó más para señalarles como instigadores. Al día siguiente fueron despedidos.
—La huelga quizá habrá sido un fracaso —Roberto arruga con rabia el papel ministerial—, pero tú pagarás por todos.
—Pero, ¿no entendéis? —El Comadreja junta las manos en señal suplicante, agrandando sus ojos de topo—. Ahora mismo soy vuestra mejor opción. Puedo conseguir que os readmitan en la fábrica. ¡Que os readmitan a los dos! Y prometo no contar nada de esta noche.
Durante una fracción de segundo, ambos sopesan la oferta del chivato. Pero, ¿acaso alguien se puede fiar de un delator? ¿De un falangista? ¿De una rata? Sin mediar palabra, la mano gigante de El Maño impacta contra el estómago del chivato. Un golpe seco, demoledor, del mismo mineral de hierro que esa mano trabaja a diario.
— ¡Chivato! —y escupe al suelo.
Jesús Carrasco, El Comadreja, cae al entarimado. Sus brazos se retraen y parecen los de un tullido. Se dobla de dolor y gimotea lastimeramente.
—Mira, se ha meado —señala Roberto.
Es cierto, un olor amoniacal invade la estancia y un surco oscuro se dibuja en la pernera del chivato. Pero algo resulta anormal en sus movimientos: El Comadreja ha comenzado a convulsionarse. Se golpea la cabeza contra el suelo a la vez que violentos espasmos le recorren el cuerpo.
—Hostia, le está dando un ataque. ¡Qué fuerte le has pegado!
— Sólo ha sido un puñetazo —se excusa El Maño.
Pero el organismo del chivato no escucha y sigue con su baile enérgico, las cuencas de sus ojos blanqueándose, su lengua retrocediendo hasta la tráquea, bloqueando el aire que debería entrar por su garganta. Todo sucede muy rápido, en segundos el rostro de El Comadreja torna de un color rojo cereza, sus facciones desencajadas, su nariz rezumando una mucosidad gelatinosa. Roberto y José Luis contemplan la escena sin atreverse a intervenir; además, si piden ayuda, ¿cómo explicar qué hacían a esa hora en casa del delegado falangista?
La agonía se prolonga un par de minutos hasta que en un momento dado el cuerpo del chivato se detiene. Deja de moverse. Del todo. Un hilo de saliva fluye de esa boca antes delatora. Su pelo lardoso cae ahora exangüe.
—¿Está muerto? —pregunta Roberto, sus ojos dejando entrever el terror por lo observado.
—Sí —El Maño se ha agachado y toma el pulso en el cuello—. Mecagondios, si casi no lo he tocado.
Roberto se echa a llorar. Sus veintitrés años fantasean con acusaciones de asesinato y el garrote vil. Su juventud nunca ha visto tan cerca la muerte.
—Nosotros sólo queríamos asustarlo, darle una lección, ¿verdad, José Luis?
—Se ha muerto de miedo, no le des más vueltas —su amigo se inclina hacia él y lo arrastra hacia el exterior—. Vamos, Roberto, salgamos. Es mejor que marchemos de este lugar cuanto antes.
La noche cerrada de Trápaga les recibe como una placenta acogedora. La oscuridad es su amiga, oh, brillante calígine que les ampara y les oculta mientras huyen, corriendo entre huertas, dejando atrás el cadáver del chivato.
—Nosotros no somos asesinos, ¿verdad, José Luis? —Roberto no se cansa de preguntar—. No lo somos, ¿verdad, maño?

IV.
La arena se mezcla con la desesperanza sobre el coso bilbaíno. Se estima que, a falta de un lugar mejor donde retenerlos, son más de 6.000 los huelguistas confinados en la plaza de toros de Vista Alegre. Roberto y El Maño llevan en ella desde ayer, 9 de mayo, cuando se entregaron a las autoridades. Han dormido al raso, sobre el hormigón, y están exhaustos.
—¡Roberto! ¡Maño! —a mediodía alguien les saluda entre la marea humana.
Delante de ellos aparece Nicasio Sacristán, sonriente, sus brazos fraternalmente abiertos. José Luis le abraza con efusividad; Roberto le da la mano, pero esta cuelga blanda. Roberto muestra un semblante triste, lleva varios días sin dormir.
—Esto ha terminado, amigos míos —les informa Nicasio—. En Radio Euskadi no dejan de emitir el comunicado de José Antonio Aguirre. En nombre del Consejo de la Resistencia y de las tres organizaciones sindicales, el Gobierno Vasco pide que nos reincorporemos al trabajo.
—¿Reincorporarnos al trabajo? —pregunta El Maño—. ¿Cómo?
—Se habla de solicitudes individuales de readmisión —comenta Nicasio—. Cada trabajador ha de solicitar su incorporación y será la empresa quien decida. Pero se da por hecho que perderemos la antigüedad. Es su manera de hacernos saber que hemos sido derrotados.
Definitivamente, la huelga había sido un fracaso. Ningún objetivo había sido conseguido, más allá de cierta repercusión internacional. Pero a efectos prácticos, los trabajadores del metal estaban peor que antes de empezarla.
— De lo malo —sonríe Nicasio—, también se rumorea que a ese compañero falangista vuestro, Carrasco, lo han encontrado muerto en su casa.
— ¿Muerto? ¿Cómo que muerto? —le interpela Roberto sin intentar ocultar su nerviosismo.
— Un cólico miserere, que sé yo —se burla Nicasio—. Le debió pegar un ataque. Lo mismo da, un fascista menos.
Roberto agacha la mirada y densas lágrimas de drupa, incontinentes como calamocos, se descuelgan desde sus ojos. La tensión acumulada en los últimos días ha sido brutal. El miedo. La incansable culpa.
—Tranquilo —El Maño cruza una mano por el hombro de su amigo, intentando tranquilizarle—. No pasa nada, tranquilo.
Una idea fugaz cruza la mente de José Luis: quizá dentro de décadas la huelga será recordada como un acto de resistencia y dignidad, pero esa mañana de 10 de mayo de 1947 la huelga es lo más parecido a un naufragio. Por lo que a él respecta, lo único bueno que sacaba de ella era la muerte de El Comadreja. Joder, qué coño, sólo por ver la lengua fuera del chivato, sus ojos de pescado muerto, ya había valido la pena.
Sin mucho más de que hablar, se despiden de Nicasio y aguardan sobre el tendido. Al igual que ellos, los miles de huelguistas conforman una tropa desmoralizada. Trabajadores de Altos Hornos, de Euskalduna, de La Naval, de Aurrera, de Basconia, todos vencidos. Nadie se ha preocupado en días de darles de comer, así que están cansados y famélicos. Sobre el graderío se suceden los cuerpos tumbados, exánimes. José Luis El Maño dedica las horas a mirar con aburrimiento un punto en el infinito. Por su parte, Roberto entrelaza sus manos en contracciones repetitivas, sistemáticas, definitivamente histéricas, los músculos de su cuello tensos como cadenas de Vicinay.
— Voy a mear —anuncia Roberto en un momento dado.
Pero cuando vuelve, no regresa solo. José Luis, estupefacto, le ve llegar acompañado de dos guardiaciviles que le escoltan. Roberto gimotea como un niño, de una forma patética e inconsolable, pero aun con los ojos anegados, levanta el brazo y señala a El Maño en presencia de los verdes. Es un gesto sencillo realizado con el dedo, pero cargado de un significado macabro. José Luis comprende, al igual que comprenden todos los que presencian lo que acontece. ¿Quieres hacer daño a un hombre? Es sencillo, clávale un puñal y consigue que la empuñadura la sostenga su mejor amigo.
— ¡Chivato! —grita alguien a espaldas los guardiaciviles.

No hay nada que hacer. Sin oponer resistencia, los dos guardiaciviles levantan a El Maño y lo conducen a través del patio de arrastre. José Luis intenta cruzar la mirada con Roberto, mirarle a los ojos, escrutar algún gesto de vergüenza en su semblante traicionero, pero este humilla la cabeza avergonzado. Al contemplar la escena, resulta inevitable no pensar en El Maño como en un toro camino al desolladero.
Los guardiaciviles se van y Roberto queda en el centro de la plaza. Rodeado de gente y sin embargo solo. El desprecio que experimenta, autodesprecio en gran medida, no le abandonará nunca.
A José Luis El Maño nadie le volverá a ver. Jamás. Ni vivo ni muerto.

V.
La margen izquierda regresa a su cansancio ferruginoso, a su vivir atabacado. Las chimeneas de Sestao, Baracaldo, Ortuella, Bilbao, pertinaz, indestructiblemente, vuelven a respirar triste ceniza cris. La contaminación recupera su aliento. 12 de mayo de 1947 y los mandos franquistas hacen público el siguiente texto:
“Ante la inexactitud de las informaciones esparcidas por las radios extranjeras a propósito de los conflictos de Bilbao y de Guipúzcoa, la Dirección General de Seguridad comunica que, tanto en Bilbao corno en Guipúzcoa, todos los obreros han reanudado el trabajo sin el menor incidente. La situación en todo el País es absolutamente normal.”
La situación en todo el país es absolutamente normal, aseguran; y no mienten. Nada ha cambiado. Las fábricas vuelven a humear, los trabajadores a trabajar y los falangistas a su siniestra y metódica labor. Obediente, el dinero continúa al lado del dictador —situación, que perdurará décadas, incluso muerto el caudillo—, y la sensación compartida es que la huelga general no ha servido para nada.
El mundo gira y sobre el mundo hay un nuevo chivato.
Absolutamente normal.

Mesa redonda sobre ¡Cava y Calla!

Mesa redonda sobre ¡Cava y Calla!

Mesa redonda sobre ¡Cava y Calla!

“La persistencia en conseguir un mundo mejor y la capacidad de afrontar retos, resistencias y
derrotas aplicando la consigna de ¡Cava y calla! .

Génesis de la obra:
Pepe Gálvez: Lo más natural al empezar a hablar de una obra es explicar ¿por qué y cómo nace?. En este caso como se trata de la biografía de una persona, de Marcelo Usabiaga, creo que lo que toca es que Manel y Sento expliquéis como lo conocisteis y la huella que os dejó ese conocimiento.

Manel Granell: Conocimos a Marcelo en 2009 en la presentación del libro de Luis Vilar-Sancho, “Cuando Valencia fue capital de la República”. Luis tenía a un lado a un antiguo combatiente de la guerra civil, requeté, al otro lado estaba Marcelo Usabiaga, combatiente también, comunista. Ambos tenían 95 años.
Tras la presentación, rodeamos a Marcelo que comenzó a contar cosas de su vida. Quedamos fascinados y le citamos para cenar con él al día siguiente. En aquella cena nos cautivó la personalidad, la bondad y la fidelidad a un ideal que marcó toda su vida de luchador antifascista. Le invitamos a que volviese a Valencia meses más tarde a nuestra tertulia republicana y allí siguió contándonos su azarosa e impresionante vida. Tras su muerte en 2015 la tertulia lleva su nombre.

Pepe: ¿Y como surgió la idea de realizar la novela gráfica?
Manel: Pues fue una idea de su hijo Miguel que acababa de publicar La joven guardia, extenso relato de las vivencias y recuerdos de su padre y pensó que se podía realizar una novela gráfica sobre dicho libro. Le sugirió dibujar el cómic a Sento Llobell, miembro de la tertulia. Sento estaba inmerso en un amplio proyecto y me propuso que fuera yo el dibujante, con él asesorando, corrigiendo y aportando su gran experiencia en el terreno del cómic.
Faltaba un elemento fundamental, realizar el guión. Hablando con mi cuñado Juanjo López me comentó que era amigo de un guionista que vivía en Barcelona. Ambos, siendo estudiantes en Valencia habían sido detenidos y torturados en la caída del PCPV de 1971.

Pepe: Ahí entro yo, que en cuanto Juanjo me explica de que va, me apunto al proyecto como guionista. En mi caso el conocimiento de Marcelo, lo hago a través de lo que me explicáis vosotros y de la lectura de los libros de Miguel sobre su padre .

Una consigna por título

Manel Granell: Y luego tuvimos una reunión en Zaragoza de los implicados en la obra. Miguel acudió desde San Sebastián, Pepe desde Barcelona y Sento y yo desde Valencia. Allí se fijaron las coordenadas, apartados, concepto….incluso surgió el título: ¡Cava y calla!, una frase que acompañó a Marcelo toda su vida, nos pareció perfecta y contundente como título de la obra.
Sento Llobel: – Hay personas que tienen una fe total en sus convicciones, Marcelo era una de ellas. Parecen no dudar nunca de sus obligaciones con los demás y con su conciencia. Su vida da buena muestra de ello. “Cava y Calla” era su íntima consigna vital.
Pepe: Y además tenía una gran virtud como título, la de llamar la atención, la de interpelar a la potencial mirada lectora sobre el contenido del libro. El caso es que después ya entramos en la fase de documentación, esa que está oculta pero sobre la que se sostiene el relato.

La documentación

Manel: El trabajo de documentación, para mí, es fundamental. Hay que intentar que el lector se sitúe cómodamente en la acción y el momento que estás narrando. Sin llegar a ser obsesivo, que puede desvirtuar la lectura, había, creo, que recrear lo que pudo ser aquello que vivió Marcelo.
Los escenarios de los diferentes lugares en los que transcurre ¡Cava y calla! son “reales”, al menos “creíbles” así como las armas, vehículos, ropajes… Por eso meses más tarde, acompañados por la fotógrafa Mayte Piera viajamos a Euskadi a recorrer con Miguel escenarios de la vida de Marcelo, Irún, Pikoketa, Arrona….

Pepe: Se trataba de hacer una especie de inmersión en la realidad que vivió Marcelo, de conocerla y hacerla un poco nuestra para después poder recrearla después con credibilidad. De hecho, en una obra como ésta que quiere reflejar una realidad social, geográfica y temporal determinada, la documentación no es algo que se limita a una fase previa sino que aparece continuamente, sobre todo para el dibujante.

Sento: Creo que si estás dibujando no puedes pretender un realismo total, yo no puedo ni quiero. Para mí es la expresividad inherente al dibujo, la “opinión gráfica” lo que me interesa. Partiendo de esa base lo que siempre busco es una mera verosimilitud cuando pienso en la documentación y ritmo entre imagen y texto cuando pienso en narración. Seamos conscientes de que en una novela gráfica es todo artificio (arte). De estas cosas hablábamos Manel y yo, cuando la documentación excesiva trataba de bloquearnos.

Pepe: El viaje a Euskadi nos vino muy bien también en otro aspecto muy importante, el de formar equipo, porque íbamos a hacer una obra a seis manos. Además no sólo era la primera vez que trabajaríamos juntos, sino que lo haríamos desde la distancia, yo en Barcelona ellos en Valencia-Sagunto.

La realización

Pepe: Hablemos ahora de la realización,. A diferencia de cuando se trata de una obra de ficción, en esta ocasión no teníamos que inventar nada, sino seleccionar los diferentes momentos significativos de la vida de Marcelo que queríamos que aparecieran en el libro,. A partir de ahí y sobre la base de lo escrito por Miguel en La joven guardia, y en otros libros, me puse a convertirlos en propuestas de secuencias gráficas, con sus correspondientes diálogos, que enviaba a Manel y Sento, muchas veces acompañadas de documentación gráfica. Y muchas veces mis guiones eran enriquecidos por sus aportaciones.

Manel: En cuanto al sistema de trabajo, podríamos decir, que ha sido tradicional por mi parte, papel, grafito, tinta…
Incluso renuncié a las tramas tras algunas pruebas. El ordenador solo se ha utilizado para colocar los bocadillos y los textos de apoyo. He querido que la obra tuviera un aspecto de realismo.
La labor de Sento ha sido fundamental, podemos decir que sin él no habría ¡Cava y calla!. Todos los bocetos pasaban por su mano. Opinaba y sugería cambios y correcciones. Incluso realizaba unos sencillos esquemas a partir de los guiones de Pepe.

Sento: Manel es tradicional en sus formas de expresión.

Al final ha logrado que su trabajo se redujera a una pelea solo entre el blanco y el negro. Una actitud radical sin concesiones a los medios tonos ni al color que yo le sugería al principio.
Mi amigo es un trabajador responsable que ha cumplido siempre los plazos estrictamente. Yo me he limitado a ayudarle puntualmente, dada mi mayor experiencia en esto de las narraciones gráficas

Implicación

Pepe: No sé vosotros pero el escribir el guión y revivir las experiencias de Marcelo hace que de alguna manera las sienta mías y me afecten como si fueran cercanas, aunque sean extrañas a lo que hoy vivimos. No deja de impresionar esa vecindad continua con la muerte en plena juventud, y al mismo tiempo ese intento continuo de construir vida, de amar y de ser amado.

Manel: Sin duda la parte del libro que más me ha impacto es lo sucedido en Pikoketa. He intentado reflejar el dramatismo, lo tremendo de estos hechos, el fusilamiento despiadado de un grupo de jóvenes.
Los fusilamientos de Paterna, las torturas de Melitón Manzanas, la detención en la estación de Valencia son otros momentos que personalmente me han motivado mucho.
Sento: Una vida intensa como ésta, me hace pensar también en los momentos intermedios, esos que parecen no tener acción dramática, los silencios en la celda, el momento de espera a la inmediata tortura, que sabes que va a venir. Esos momentos de no acción también deberíamos reflejarlos en las páginas. Quizás en un próximo libro.

Pepe: Lo que planteas me parece muy sugerente, como dices quizás en un próximo libro.

Memoria y viñetas

Pepe: ¿Qué os parece que puede aportar este libro a la recuperación de la memoria democrática de nuestra sociedad?

Manel: Creo que el cómic tiene una importancia enorme en la recuperación de la memoria democrática. Durante décadas miles de voces no se han podido escuchar o se han escuchado en voz muy baja. El desconocimiento general de nuestra historia reciente es impresionante. Gracias a los tebeos parte de aquellas voces se están empezando a oír.

¿Cuánta gente, joven y no tan joven ha sabido que republicanos españoles han luchado contra el nazismo?

¿Qué un hombre de Borriana, Amado Granell, fue el primero en entrar en París para liberarlo? Gracias a la obra del popularísimo Paco Roca cosas así se están sabiendo. Y descubrir estas cosas hace que la gente se interese por otros temas similares descubriendo un mundo hasta ahora tapado. Afortunadamente se están publicando obras con esta temática que ya es casi un género dentro del mundo del cómic.

Sento: Cuando los tebeos pasaron, de ser un producto destinado solo a un público infantil y juvenil, para convertirse en libros para adultos, los temas cambiaron mucho. Primero las narraciones para adultos eran historias sicalípticas, eróticas, porno, etc… sencillamente cosas prohibidas a los menores. Con el tiempo se ha ido normalizando la temática para adultos y cada día es más parecido a los géneros que encontramos en literatura o cine. Las mal intencionadas mentiras que el régimen de la dictadura franquista vertió sobre la denominada guerra civil española nos impulsa a muchos autores a compensar, la vil propaganda que se difundió en su tiempo, con historias verídicas que en muchos casos hemos oído de nuestros padres y abuelos. Hay que lograr revertir las mentiras y cambiarlas por los datos que los historiadores y los protagonistas han aportado a este tema.

Manel: ¡Cava y calla! aporta un grano de arena en esta recuperación. Lo veo en las presentaciones que hacemos en librerías y centros culturales y cívicos.
Gente que se sorprende con la vida intensa y dramática de Marcelo. Que se sorprende de que le hayamos conocido, de que sea real.
Pero lo fundamental es cuando muestran interés y quieren saber más. Se dan cuenta de que hay muchas vidas y momentos por descubrir y que son historias apasionantes, crueles, tremendas y próximas.
La esperanza de que ¡Cava y calla! sea un acicate para indagar y conocer más es, en definitiva, lo que nos mueve.

Sento: Estoy de acuerdo contigo, Manel. Me sorprende la incultura ilimitada de mis conciudadanos, sobre la historia pero también en otros muchos temas.
Ver concursos de cultura general en la tele es muy triste, sobre todo porque ya no existe la vergüenza de ser inculto.
En 1995 estuve trabajando un tiempo en una empresa publicitaria en EEUU. Un día llegó un alto ejecutivo (de los que cobraban sueldos astronómicos) y me dijo que una empresa quería lanzar unas nuevas pizzas con nombres de generales romanos como, Julio Cesar o Napoleón. Lo dijo sin despeinarse y cuando le informamos de que Napoleón no era romano sino francés no mostró la más mínima vergüenza y se fue a seguir ganando dinero. Me sorprendió aquel desprecio radical por la cultura, que yo creía que no existía en España.
Pero hoy el orgullo de ser inculto ya está aquí. ¡Menos mal que no todo el mundo es así!
La lucha contra la desmemoria histórica es necesaria, es básica para cambiar poco a poco el país… creo que tenemos que seguir cavando y cavando y cavando… como aconsejaba Marcelo Usabiaga.

Pepe: Es que según mi opinión esta sociedad ha sido sometida a un desmemoria programada. Desmemoria de lo vivido por una parte de la sociedad. Desmemoria de la razón de los derrotados en la guerra de España del 36-39, de los que sufrieron la feroz represión posterior que se prolongó durante cuarenta años de dictadura y de los que construyeron la democracia en las fábricas, universidades, barrios… Y sobre esa desmemoria crece la extrema derecha y el peligro de involuciones antidemocráticas. Por eso estoy plenamente de acuerdo con lo que planteáis, tanto sobre la necesidad de recuperar la memoria democrática como de la utilidad del cómic para ello. Sólo añadiré un aspecto que me merece la pena destacarse, la importancia de referentes personales positivos frente a la consigna “cuñadista” de todos son iguales. Así, la trayectoria vital de Marcelo nos comunica la importancia de la coherencia, de los valores que practicó, la persistencia en conseguir un mundo mejor y la capacidad de afrontar retos, resistencias y derrotas aplicando la consigna de ¡Cava y calla! .

Arquitectura y Revolución La mirada del Che

Arquitectura y Revolución La mirada del Che

Arquitectura y Revolución
La mirada del Che.

por Lorenzo Goikoetxea: Arquitecto

La UIA (Unión Internacional de Arquitectos) es una organización no gubernamental que se funda en 1940 en Francia, a la que pertenecen la inmensa mayoría de los arquitectos del mundo, al haberse añadido la casi la totalidad de las asociaciones profesionales existentes.Esta agrupación viene organizando Congresos desde su creación, a la que acuden no sólo miembros las organizaciones agrupadas, si no más colectivos, desde las revistas de arquitectura a los profesores y estudiantes de arquitectura, o externos, según la temática del congreso.

En septiembre de 1963 la UIA celebra el VII Congreso Mundial de arquitectos en Cuba, siendo el primer congreso celebrado en América. Al mismo se inscribieron 430 extranjeros (de los cuales 395 eran estudiantes) y 432 cubanos (388 estudiantes). Se hicieron representar por delegados oficiales 57 Escuelas de Arquitectura y otras 17 escuelas enviaron delegados en calidad de observadores, representando un total de 43 países, en un momento en el que el bloqueo estadounidense hace difícil las conexiones con la isla. Fue el “Che” Guevara el que cierra dicho Congreso con un discurso que Herri reproduce íntegramente en las páginas de este número. En ese cierre apunta una reflexión sobre la profesión de arquitecto, Guevara señala que: “…Pretenderé definir, con mis escasos recursos ,qué entiendo yo por un arquitecto. Creo que un arquitecto -como prácticamente todo profesional-, es un hombre en quien se conjugan la cultura general de la Humanidad, alcanzada hasta ese momento, y la técnica general de la Humanidad, o la especial de cada pueblo…….. que la técnica es un arma, y que quien sienta que el mundo no es perfecto ni lo debiera ser, tiene, debe luchar porque el arma de la técnica sea puesta al servicio de la sociedad, y por eso rescatar antes a la sociedad para que toda la técnica sirva a la mayor cantidad posible de seres humanos, y para que podamos construir la sociedad del futuro, désele el nombre que se quiera”.

Esta reflexión del profesional comprometido con la sociedad sirve para todas las profesiones y el mismo Che, como médico que era, lo llevaba interiorizado, pero esa reflexión en un congreso de arquitectos, probablemente a nuestro entender tenía una segunda derivada, recordaremos que el padre del Che, Ernesto Guevara Lynch, abandonó los estudios de arquitectura para casarse, y su hermana menor, la favorita, Ana María es arquitecto, por lo que no le era una profesión extraña.

No sabemos si el Che era consciente de que, a lo largo de su recorrido vital, en muchos sitios en los que había tenido contacto, había estado rodeado de arquitectos que habían tomado ese compromiso social como parte de su vida, y en la mayoría de los casos habían pagado por ese compromiso. La misma ciudad de la Habana en la que se celebraba el congreso, apodada “la ciudad de la columnas” por el escritor Alejo Carpentier – que también inició estudios de arquitectura- fue el refugio en 1902 del padre de Alejo, de Georges Julien Álvarez Carpentier, arquitecto francés que había tomado partido en el Caso Dreyfuss a favor del el ingeniero, capitán y judío, Richard Dryefus injustamente acusado de traición, y es que dada la polarización social de la III República Francesa decidió trasladarse a Cuba para distanciarse y probablemente no verse represaliado por su elección.

El Che estuvo varios años en México antes del desembarco en la isla, como exiliado y trabajando en varios oficios: fotógrafo, investigador de Hospital e incluso impartiendo clases nocturnas, sin cobrar, en la Universidad Autónoma de Méjico (UNAM), periodista, vendedor de juguetes,…. Ese Méjico, que había vivido también una guerra civil, era el lugar de asilo de multitud de españoles exiliados de la guerra civil española, es seguro que tuvo contactos con ellos. Un ejemplo es el de Alberto Bayo, luchador republicano, que fue instructor del Che, del que dijo era su mejor alumno.

Tras la guerra civil, dentro del todo el éxodo republicano, hubo también arquitectos que debieron huir por su compromiso social. Se repartieron por todo el mundo, pero el grueso se repartió inicialmente en sudamérica. Es en ese México que abre los brazos a los españoles huidos a finales de los años 30 del siglo pasado, y dentro de ese variopinto grupo que abarcaba desde escritores a trabajadores, también habían llegado arquitectos españoles con compromiso social. Arquitectos que en su mayoría habían combatido en el Cuerpo de Ingenieros republicano y que tuvieron que iniciar una nueva vida, en la gran mayoría de los casos manteniendo su compromiso, algunos hasta el fín de sus días. No es tan seguro que pudiera tener contacto con ellos, pero algunos de estos arquitectos seguían comprometidos e incluso fueron profesores de la UNAM.

Recordaremos a uno entre tantos como ejemplo de compromiso desde una situación, casi domestica: Enrique Segarra Tomás. Segarra fue un arquitecto valenciano, amigo de Lorca, Alberti, Herrera, Fernandez Balvuena, en la residencia de estudiantes de Madrid, que se implica desde el principio en la FUE (Federación Universitaria Escolar), y es militante del PCE desde 1930, obteniendo el título de arquitecto en 1934. Se incorpora voluntario junto a su esposa Toni Idiazabal, una vez iniciada la guerra, asignado al Cuerpo de ingenieros con el grado de comandante principal de ingenieros, participando en las Jornadas de Propaganda promovidas por Max Aub, y fundando en 1936 en Valencia, el Sindicato de trabajadores de la arquitectura y la ingeniería. Durante la guerra, junto con otros arquitectos como Félix Candela y Ovidio Botella, juegan un papel destacado en construcciones militares, principalmente en la batalla del Ebro a las órdenes de Lister. Tras la derrota acaba en el Campo de Saint Cyprien en Francia , junto con casi todos los arquitectos que acabarán exiliados en Méjico.
Consigue llegar a México, donde recordaremos que la antigua población española elitista, tacha de rojos y ladrones a los exiliados, creando un ambiente de recelo general antes los nuevos emigrantes a pesar del apoyo institucional del Presidente Cárdenas. Acaba recalando al tiempo en la ciudad de Veracruz, donde a través de empresas de construcción acaba teniendo un hueco profesional. En todo este periplo mantiene contacto con sus compañeros del PCE y tras asentarse re-establece relaciones con Leon Felipe, Ángel Gaos, Wenceslao Roces, etc. creando la Casa de la República Española, el Frente Democrático español de Veracruz como centros de reunión de miembros de la cultura y de la política exiliada. Se hacen famosas sus arengas radiofónicas desde mediados de los años 40, entre las que destaca la anual del 14 de abril, en las que ejerce la critica política y la critica arquitectónica a la arquitectura franquista.

No hemos comentado aún, sus capacidades, para hacernos una idea, entre las que tenía, estaba haber cursado cursos de matemáticas aplicada y la educación de tocar varios instrumentos; disciplinas que aúna en artículos de carácter científico en los que aplica a la arquitectura los complejos cálculos de acústica para utilizar en salas audiovisuales, siendo el primer exiliado que publica artículos científicos en Méjico.

En los años siguientes además de ejercer de arquitecto, es profesor de la Facultad de ciencias y técnicas de comunicación de la Universidad veracruzana; donde se recuerda cómo los alumnos se pusieron en huelga para que le designasen director, cargo que exigía el nacimiento en Méjico, por lo que no podía serlo; y al final lo fue, con un eufemismo de titulación. Recuerdan cómo entre situaciones reivindicativas en los años 70, como director, a la critica y al exabrupto, señaló a los alumnos que la labor de un revolucionario era cultivarse, cultivar su inteligencia y ampliar su cultura, que ni Lenin ni Marx, ni otros, hubieran podido hacer su compromiso revolucionario al estudio. Unos alumnos señalan en su empecinamiento que : Entregamos nuestros «trabajos» y el maestro lamentó nuestro incumplimiento. Mendo entregó varios papelitos con notas ¡manuscritas! (con su grafología críptica) y yo el rollo cantusiano, malo como el más malo jamás escrito.
Segarra entonces nos volvió a decir lo de la educación y la cultura de los revolucionarios pero nosotros respondimos, con más ardor que la vez anterior, que creíamos en la urgencia de la lucha y en eso empeñábamos nuestras fuerzas.
Y, otra vez, el espíritu superior del maestro: reflexionó sobre nuestras palabras, se le llenaron los ojos de lágrimas y nos dijo que a su edad ya no podía darse el lujo de cuestionarse si toda su vida había estado equivocado, pero que tampoco iba a ser un obstáculo para que nosotros -quizá- probáramos que estábamos en lo cierto.

Nos regresó al mundo con un 9 de calificación a cada uno… y para siempre con el alma conmovida y una deuda moral que nunca fuimos capaces de resarcir.
Era un arquitecto, uno de tantos exiliados, que después de años aun continuaba con un compromiso político en todos sus aspectos vitales, en la medida que el Che señalaba.

Siguiendo la línea de arquitectos comprometidos, en un arquitecto se aúna ser el más importante arquitecto de todo el cono sur y ser a la vez el arquitecto más comprometido, hablamos de Oscar Niemeyer.
Niemeyer se titula en 1934 como arquitecto y se afilia en 1945 al Partido Comunista de Brasil. Desde un primer momento su quehacer profesional está comprometido con la arquitectura moderna, seguidor de Le Corbusier por un lado, por otro comprometido con la sociedad en la que desarro-lla su actividad, con profundas desigualdades sociales. Con una gran obra construida en Brasil y a nivel mundial, fue uno de los pocos arquitectos, por no decir el único, en la historia que ha podido diseñar y construir una capital de estado como hizo con Brasilia en 1960.

El día de la inauguración decide no estar en la tribuna de honor y quedarse abajo con los trabajadores que habían materializado la obra muestra de su firme y sincera convicción por transformar radicalmente el mundo que le tocó vivir. Durante la dictadura militar de Brasil, en 1965, doscientos profesores, entre ellos Niemeyer, dimiten en la Universidad de Brasilia, en protesta contra la política universitaria. Niemeyer se exilia en Europa en 1966, y en 1967 realiza el proyecto de la sede el Partido Comunista Francés, al que se vinculó al estar fuera de la tierra brasileña.

Su discurso manifestaba continuamente el compromiso de su hacer profesional «Nunca me callaré la boca. Nunca esconderé mis convicciones comunistas. Y quien me contrata como arquitecto conoce mis concepciones ideológicas…. (…) Hay que conocer ante todo la vida de los hombres, su miseria, su sufrimiento para hacer arquitectura de verdad».

Quizás fue el arquitecto más próximo a los postulados del Che como técnico comprometido, del que por cierto su archivo incluye cartas manuscritas de Guevara, sin que conozcamos si tuvieron relación, si la tuvo con Fidel viajando varias veces a Cuba.

Su actitud se resume en su frase: «No quiero cambiar la arquitectura, lo que quiero cambiar es esta sociedad de mierda».

El Che de Korda

El Che de Korda

El Che de Korda.

Lo paradójico de esta fotografía es que a pesar de ser la foto más reproducida de la historia, no se enriqueció con ello.

Al emprender la aventura de recuperar la histórica cabecera de la revista de cultura que editaba el Partido Comunista de Euskadi durante la Guerra Civil, nos marcábamos un horizonte estratégico a la hora de elegir los temas monográficos, que se orientaría por tres vías, y una de ellas era la de la recuperación de grandes pensadores, poetas, artistas, que siendo inequívocamente comunistas, al haberse convertido en iconos, el sistema había conseguido adormecer su fibra revolucionaria.

En ese camino nacieron los números sobre Miguel Hernández, Picasso, o Frida Kahlo. Y seguramente quien obedece mejor a ese patrón de análisis es el Che Guevara.
Y es sobre todo una imagen del Che la que se ha convertido en un icono universal, de masas, la de la instantánea que le tomó el fotógrafo cubano Alberto Díaz, “Korda”.

La historia de esa fotografía ya es conocida, pero ya que resume muy el hecho de la experiencia artística y su inserción en las sociedades contemporáneas modernas, vale la pena recordarla. Cuando Korda contaba en cualquiera de sus entrevistas cómo había sido el momento en el que tomó esa foto, le arrebataba siempre la misma emoción.

La fotografía la tomó el 5 de marzo de 1960, en el cortejo fúnebre celebrado en la capital cubana para honrar a las víctimas del atentado que la CIA preparó contra el buque belga La Coubre, que transportaba armas para Cuba, en el puerto de La Habana. En ese atentado murieron cerca de 100 personas en dos explosiones, la segunda ocurrida treinta minutos después de la primera y mientras cientos de voluntarios estaban socorriendo a las víctimas de la primera bomba.

Korda, un reportero que cubría los principales actos de la Revolución, asistía a la ceremonia fúnebre que había organizado el gobierno revolucionario, y observaba a través del visor de la cámara a los dirigentes de la tribuna que presidían el acto, donde también se encontraban Jean Paul Sartre y Simone de de Beauvoir. El clima era silencioso, tenso, el de un duelo muy sentido. El Che, que estaba en la tribuna, desapareció un momento del primer plano de la escena y se fue detrás de Fidel, mientras dialogaba con él. Los ojos de Korda observaban el vacío que el Che había dejado, cuando reapareció para volver a ocupar su puesto en la tribuna y en el encuadre de la cámara. Korda vio al Che y se asustó. Vio unos ojos con una fuerza y un brillo que le sacudieron, que le lanzaron hacia atrás, hasta casi hacerle caer.

Así contaba Korda, preso siempre, aunque hubieran pasado muchos años, de la misma conmoción que sintió en aquel momento. Sufrió una experiencia artística, en la que se juntaron su ideal estético con su compromiso revolucionario, que cristalizaban en la imagen del Che. Por suerte, Korda pudo reponerse de la conmoción y tomar dos fotografías, en apenas un minuto, una de encuadre horizontal y otra de formato vertical, que descartó tras analizarla en el estudio, porque tras el hombro del Che aparecería la silueta de otra persona, y restaba pureza a la imagen. Al revelar la fotografía elegida, Korda le puso un título: “Guerrillero Heroico”, que acompañaba la potencia que él ya había sentido y observado en el encuadre. Supo enseguida que era una foto especial porque había captado en ella toda la humanidad del Che, los elevados ideales que le iluminaban las pupilas, su determinación de luchar por ellos hasta el fin, su fiereza, su belleza de hombre y de luchador, todo eso estaba en sus ojos.

La fotografía se hizo famosa años después, en 1968, cuando el editor de izquierdas italiano Feltrinelli buscaba una imagen del Che Guevara para la portada del libro póstumo del Che, “Diario en Bolivia”. Hasta entonces había permanecido guardada en el archivo de Korda, a pesar de que éste supiera de su valor icónico. Feltrinelli conocía a Korda, y se encontró con él en su estudio de La Habana, para pedirle alguna foto del Che poco vista. Korda le mostró su fotografía, que cautivó de inmediato al editor italiano. Fue la imagen que utilizó como portada del libro, un libro que tuvo una gran acogida entre el público. La imagen corrió como la pólvora, y muy pronto se divulgó en pósters y carteles, que sirvieron para alentar la lucha de los jóvenes, de los estudiantes, de los movimientos sociales.

Lo paradójico de esta fotografía es que a pesar de ser la foto más reproducida de la historia, (se ha computado ese dato y es así), de reproducirse millones de veces, en murales, carteles, objetos, camisetas, Korda no se enriqueció con ello. Nunca quiso ejercer su derecho de autor, porque compartiendo la ideología del Che, le gustaba su divulgación, y pensaba que ya que había muerto, la foto lo mantenía vivo en las ideas y multiplicaba su obra. Sólo una vez ejerció Korda su derecho de veto e impidió su uso, cuando esa fotografía del Che quiso ser usada como imagen publicitaria por una marca de vodka.


Esta actitud de Korda nos demuestra que, en este caso, a diferencia de lo que enunciábamos al principio como un peligro, la amplia difusión de la imagen del Che no ha supuesto ese riesgo que señalábamos, el de la trivialización y banalización por el consumo de las ideas de la persona convertida una vez convertida icono. Al parecer de Korda, la reproducción y multiplicación de su foto entre las masas, ha ensanchado la figura del Che, ha alimentado los sueños revolucionarios en los jóvenes de todo el mundo, y ha servido durante generaciones como un imán para acercarlos al compromiso, a la lucha por la justicia social, al combate para transformar la vida. Si preguntamos en cualquier lugar del mundo por el Che, o le mostramos esa foto, lo conocen, y lo admiran.

Podemos decir, analizando la foto de Korda, que en este caso se demuestra que una imagen artística, que llega hasta la verdad del personaje, y es capaz de mostrarla, puede convertirse en un altavoz de sus ideas, y extenderlas, amplificarlas. Es lo que consigue esa foto, que veamos toda su lucha áspera como guerrillero, en Sierra Maestra, en el Congo, en Bolivia, que veamos a un hombre que se jugó su vida, y la dio, por sus ideales, que veamos esa verdad, y nunca a un burócrata del pensamiento. Sino que veamos a éste vivo, ardiente, en acción, a través de su mirada encendida, y que nos llama a unirnos a su causa.

Ése es un aspecto central de la importancia de la batalla de las ideas en el terreno de la cultura, y me atrevo a decir que también en el terreno político, el de saber transmitir nuestra verdad, toda nuestra humanidad, y nuestra pasión por esa verdad y esa humanidad; como lo hace el rostro del Che en la foto de Korda.

Miguel Usabiaga: Escritor, Arquetecto,.Director de Herri

 

 

 

Sabina de la Cruz,  mujer de ciencia y conciencia

Sabina de la Cruz, mujer de ciencia y conciencia

Sabina de la Cruz,
mujer de ciencia y conciencia.

La edición crítica de la obra de Blas de Otero resume su tarea intelectual
El ayuntamiento de Sestao pone su nombre a la Biblioteca Municipal y le nombra hija predilecta

La obra intelectual y humana de Sabina de la Cruz (1929–2020) se explica y reconoce en su camino vital junto con el poeta Blas de Otero (1916–1979). Haber dedicado la mayor parte de esa labor intelectual e histórica a promover, estudiar, custodiar y publicar la poesía completa del poeta vasco va mucho más allá de una tarea intelectual: es un acto de amor. Pero a esos méritos hay que añadir el tiempo y el fervor dedicado a la Universidad –como profesora en la Universidad Complutense de Madrid– y a esa otra labor cívica y política, militante y digna, que ejerció en el Partido Comunista en el tiempo de la clandestinidad, cuando oponerse al régimen de Franco era jugarse la libertad y en ocasiones la vida.

Pero para conseguir la libertad, gentes como Sabina de la Cruz pusieron al servicio de su tiempo lo mejor de su vida, resumido en el compromiso histórico.
Tras tres décadas de profesión en la Universidad Complutense, Sabina de la Cruz, que descuidó conscien-temente su poesía para dedicarse a la de Blas de Otero, y tras varios libros sobre la obra del hombre que amó, su doctorado, conferencias y estudios, volvió a Bilbao y a las Encartaciones, para inspirar, crear y presidir la Fundación Blas de Otero, institución que nace en 1999, con la tutela del Ayuntamiento de la Villa. Aunque el gran mérito de esta mujer está en haber rematado el estudio y fijación de textos de la Obra completa (1935–1977) de Blas en 2013. Dicha Fundación convoca anualmente un premio de poesía que lleva el nombre del poeta bilbaíno, con lo que proyecta el objetivo de situar en el tiempo la memoria del poeta vasco.

Hombro con hombro

Sabina de la Cruz nace en Sestao en el seno de una familia de comerciantes instalados en dicha villa a finales del siglo XIX. Desde niña siente especial inclinación por la lectura y por las artes plásticas. Desde muy joven participó en diversas asociaciones culturales de Bilbao, como la Asociación Artística Vizcaína, relacionándose, hombro con hombro, con poetas y artistas del momento, como Agustín Ibarrola, Vidal de Nicolás, Alfonso Irigoien, Dionisio Blanco, Javier de Bengoechea, Ángela Figuera Aymerich, Ángel María Ortiz Alfau, Federico Krutwig, (quien introdujo a Otero en el conocimiento de la filosofía oriental), Rafael Morales, Gabriel Aresti, y el propio Blas de Otero, de quien sería su compañera en el trecho más importante de su vida, desde finales de 1961 hasta la muerte de éste, que tuvo lugar en el verano de 1979. Pero ya en la década de 1950 participó en las actividades de la Asociación Artística, dando recitales de poesía y contribuyendo a las actividades musicales y teatrales que promovía esta institución cultural.
Para reconocer su dedicación y amor por los libros, el Ayuntamiento de Sestao decidió en 2020 poner el nombre de Sabina de la Cruz a la Biblioteca Municipal. El ayuntamiento nombró a su vez a Sabina como hija predilecta, en un acuerdo tomado por unanimidad de toda la corporación.
En la Universidad Complutense fue profesora de Literatura, pero tuvo un papel fundamental en la incorporación del euskera a dicha Universidad.

Lo cuenta en unas declaraciones de 2002: “Si hay lengua vasca en la Universidad Complutense de Madrid es porque yo acepté encargarme de ella. Yo había hecho mi tesina sobre la relación del euskera y el castellano, trabajando con Mitxelena.

Sin embargo no sabía hablarlo, así que cuando me ofrecieron la plaza al principio me pareció una locura. Para entonces había bastantes alumnos apuntados a las clases por lo que accedí a darlas con la condición que en cuanto hubiera una persona que dominara la lengua, yo dejaba el puesto. Y así fue.

Durante aquel período hice muchos amigos; conocí gente con la que sigo manteniendo una gran amistad. En cuanto pude solté la asignatura a una de las alumnas, a Pilar Muñoa de San Sebastián, que después fue durante muchos años profesora de lengua vasca. Así mismo he tenido alumnos que después han sido importantes investigadores en lingüística vasca como Maite Etxenike”.

Doctora en Filología Románica, en la referida Universidad Complutense de Madrid impartió clases de Filología Románica, Dialectología Italiana, Lingüística Vasca y Literatura Española Contemporánea.

Colaboró como investigadora en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia de la Lengua Española. Especialista en la obra literaria y en la biografía de Blas de Otero, sobre el que ha escrito numerosos trabajos y ofrecido conferencias en España y en el extranjero.
Su obra poética, a la que ha dedicado poca atención, se ha publicado en diversos periódicos y revistas: Papageno, Orejudín, de Zaragoza (dirigida por los hermanos Miguel y José Antonio Labordeta), Norte-Sur, Txistulari, en el periódico Hierro, de Bilbao. Su etapa poética abarca de 1950 a mediados de 1960. A partir de 1970 se dedica a la investigación literaria, publicando desde entonces numerosos trabajos sobre poesía contemporánea.

Al estudio de la obra Otero ha dedicado la mayor parte de su actividad como crítica literaria, haciendo la edición, introducción y fijación de textos de prácticamente todos los libros de Otero. En 1983 finalizó una tesis doctoral sobre dicho poeta que mereció el “Premio Extraordinario 1983”.

Ha sido la principal promotora de la Fundación que lleva el nombre del poeta bilbaíno, auspiciada por el Ayuntamiento de la Villa, y de la que Sabina fue primera presidenta. Ha participado en diversos cursos, conferencias y jornadas sobre Blas de Otero, publicando trabajos de análisis de su obra en libros colectivos.

La edición de las obras completas de Otero, empeñada en la fijación rigurosa de textos, le llevó varios años de trabajo. Entre otros estudios, centrados en la obra de Otero, cabe destacar: “Contribución a una edición crítica de la obra literaria de Blas de Otero” (Universidad Complutense, Madrid, 1983) y “La erotización del espacio en los poemas de amor de Blas de Otero” (Eros literario, Universidad Complutense, 1989), entre otros.

Ha realizado la edición de los siguientes libros de Blas de Otero: “Historias fingidas y verdaderas” (Alianza, Madrid, 1980), “Blas de Otero, mediobiografía” (Turner) [En colaboración con Mario Hernández] y “Poesía escogida de Blas de Otero”, (Vicens Vives, Barcelona, 1995) [En colaboración con Lucía Montejo] y “Los poemas vascos de Blas de Otero” (Ayuntamiento de Bilbao, 2002). Y, como hemos señalado, la edición, tras tres décadas de profesión en la Universidad Complutense, Sabina de la Cruz, que descuidó conscientemente su poesía para dedicarse a la de Blas de Otero, y a esos libros sobre la obra del hombre que amó, su doctorado, conferencias y estudios, volvió a Bilbao y a las Encartaciones, para inspirar, crear y presidir la Fundación Blas de Otero, institución que cuidará por su trascendencia.

Aunque el gran mérito de esta mujer está en haber rematado el estudio y fijación de textos de la Obra completa (1935–1977) de Blas en 2013, una edición que dirige de la Cruz con la colaboración de Mario Hernández, quien es coautor con Sabina de la Introducción a tan completa edición.

Sabina conocía de memoria la obra de Blas de Otero antes de que en 1961 lo conociera en persona. En una entrevista para Euskonews & Media, realizada por Estibalitz Ezkerra en 2002, la profesora reconoce aquel instante en que se lo presentaron: “En septiembre de 1961 (fue en 1961, hay un error en la entrevista, que pone 1971) en mi casa. Lo trajo Agustín Ibarrola y otros amigos pintores que como Blas llegaban de París. Aparece en uno de sus poemas: En septiembre del 61 salí del oui y entré en el bai de mi país. Por aquel entonces yo me sabía la obra de Blas de memoria.

Acababa de publicar “En castellano”, y lo habíamos traído escondido de Francia para pasar la frontera. Cuando me dijo que era Blas de Otero me quedé impresionada. Era un hombre con mucho atractivo. Ha sido una relación realmente de amor. Juntos hemos pasado muchas cosas, las enfermedades –Blas tenía bastante mala salud–, pero todo ha sido llevado con alegría y mucho amor. Murió muy joven, 63 años no es una edad para morir, pero me consuelo pensando que sucedió de repente, sin tiempo para sentir nada”.

La palabra y la paz

Pero nadie como ella ha señalado, por haber sido testigo y cómplice, los momentos y significados de la obra de Otero. En la referida entrevista en Euskonews & Media ofrece este testimonio, sobre cuanto significa en la obra de Blas de Otero tanto la palabra en sí como la palabra Paz: “En todos sus poemas –afirma Sabina– está la dimensión completa del ser humano: la dimensión del ser social, y la dimensión íntima y existencial de quien tiene su propio sufrimiento.

En aquel momento en España hay una situación histórica terrible: la posguerra. Una guerra civil es terrible, porque es una guerra entre hermanos y tras ella hay que seguir conviviendo en la misma casa. Los odios, las cárceles, las muertes… Murieron muchos más después de la guerra que durante ella. Un joven como Blas, que empieza a salir a la vida y se encuentra con una situación en la cual no hay libertad, sino una dictadura donde se prohíbe todo, en primer lugar los libros. Esa situación le lleva a conseguir que salga la palabra que sirva para luchar por la dignidad y la libertad de la gente, de la inmensa mayoría. Esa inmensa mayoría que no lee poesía –eso Blas lo sabía muy bien–, pero que la leerá cuando cambie la situación histórica y social. También hace protagonista del poema a la inmensa mayoría, habla en nombre de todos, en busca de la dignidad y la libertad.

Muchas veces me han preguntado el porqué de la obsesión por la paz en los poemas de Blas, pero era un hombre de guerras: nació en 1916 a los dos años de empezar la Primera Guerra Mundial. A sus diecinueve años estalla la guerra civil, termina ésta e inmediatamente comienza la Segunda Guerra Mundial, después la posguerra española, tan terrible. Yo fui una niña de la posguerra y lo sé muy bien. Una persona que ha vivido siempre en esas situaciones, inevitablemente tiene que desear la paz para todos”.

Y remata Sabina de la Cruz: “Cuando se habla de la paz, no solamente se habla de una paz sin guerra, hay más clases de paz: tener libertad dentro de la propia casa para ser quien realmente eres, para poder expresarte como eres, esa paz también la ansiaba Blas. Todavía hay otro tipo de paz, la de sentirse satisfecho de si mismo. Esa paz íntima también Blas la buscó por algún tiempo. Cuando él dice “yo doy todos mis versos por un hombre en paz”, está hablando de todas estas formas de paz”.

La poesía, en la cocina

Sabina de la Cruz, además de profesora, promotora de cultura, editora de la obra de uno de los más grandes poetas del siglo XX, era mujer. Y era mujer consciente y lo dijo en muchas ocasiones, porque también tenía que ocuparse de la administración y tareas de la casa en la que vivía con el poeta.

En la citada entrevista nos da un testimonio de cómo dejó de escribir poesía porque su tarea y su compromiso como persona e intelectual estaba en cantar la poesía de los demás, aunque su dedicación especial fuera el estudio y difusión de la poesía de Blas de Otero: “Cuando era joven –afirma Sabina de la Cruz– escribía poesía, y ahí sí que influyó en mí el haber conocido a Blas. Conociendo a un poeta tan bueno, ¿quién se atreve a escribir poemas? Sin embargo sí que tenemos una serie de poemitas que aún están sin publicar –porque forman parte de mi intimidad– que nos dejábamos en la cocina entre los apuntes de lo que había que comprar. Yo escribía algún que otro pequeño poema, y al día siguiente me encontraba otro que me había dejado Blas. Después me dediqué siempre a trabajar sobre crítica, comentarios de texto. Mis clases me llevaban mucho tiempo.

Aparte, como toda mujer, tenía que encargarme de la casa. Por otra parte, en mi tesis doctoral pude hacer una edición crítica de su obra porque he hablado tanto con Blas sobre sus textos, sobre las variantes que tienen.

Todo eso es muy importante a la hora de hacer la edición crítica. Saber cómo trabaja un creador, sobre todo un poeta. Un poeta es un creador muy especial, no trabaja como los novelistas día a día; el poeta trabaja como envuelto en una especie de ola rítmica que llega casi sin darse cuenta y lo tiene durante unos días completamente enajenado, y todo lo demás prácticamente no existe. En el caso de Blas es muy curioso porque en estos periodos estaba muy tranquilo. Era como si viviera en paz. Escribía por la noche, dormía unas horas durante el día, oía mucha música. Era silencioso, feliz.

Cuando pasaba ese periodo se dedicaba a pasar a máquina los poemas. Jamás he leído un poema de Blas hasta que me decía “siéntate” y me los leía. Una no se atreve a entrar en lo más íntimo de la otra persona precisamente porque la quieres tanto que no quieres romper su intimidad. Una vez leídos los comentábamos. He aprendido muchísimo de Blas”.

Nada como este testimonio puede resumir el trayecto intelectual de Sabina de la Cruz, como mujer, poeta, profesora, crítica y promotora en el tiempo de la obra de Blas de Otero. Una mujer que se realizó al lado, hombro con hombro, de un hombre “fieramente humano”.

¿Qué mayor vivencia poética puede haber?

El 5 de mayo de 1976, Blas de Otero escribió este poemita de amor correspondido, entre tantos otros que dedicó a Sabina de la Cruz

Sabin, el día es nuestro,
las noches, un poco cuadriculadas,
son tuyas y mías, de los dos.
Porque tú las ganaste hasta tenderse
sobre este niño cuaderno de Orihuela,
como este amor que merecimos
por amor
Solo por amor.

UN POEMA DE SABINA DE LA CRUZ

CAMPESINOS

A bandadas,
a ramos de ardida primavera,
llegan los campesinos
con manos de raíces.
Hombros para la mina,
piel de tierra
para el suavísimo aliento de los ácidos.
Mulas de hierro les quema los ijares,
y a las noches se aduermen
en cielos sin estrellas.
Miradlos.
Robles con pelliza,
se les pierden los ojos
en la luz de neón de las ciudades.
Caminan como en sueños.
Huelen a estiércol,
a balido
y a perfume caliente de las eras.
Sueñan con mares de espigas,
con ganados, y hablan
de la tierra que han perdido
como de una querida arrebatada.

Bilbao, 1962

SABINA DE LA CRUZ

Por Félix Maraña

Ángela Figuera Aymerich, la voz desgarrada e integradora

Ángela Figuera Aymerich, la voz desgarrada e integradora

Ángela Figuera Aymerich, la voz desgarrada e integradora

por Félix Maraña: Escritor y Periodista

En su libro “Examen de ingenios” (2017), donde recoge un centenar de semblanzas de intelectuales, refiere José Manuel Caballero Bonald un suceso del que fue testigo, ciertamente grave. Dámaso Alonso, poeta del grupo del 27, y filólogo de prestigio, convocó en su casa de porte señorial a un grupo de intelectuales, entre los que estaban, a decir de Caballero, “excombatientes franquistas y combatientes antifranquistas”. El motivo era una recepción al poeta Jorge Guillén, que había vuelto del exilio americano y pasaba por Madrid.

En el transcurso de aquella velada, en la que había pasión, tensión y alcohol en exceso, surgió una discusión sobre el comportamiento de los intelectuales ante el franquismo. En la contienda verbal, Ángela Figuera Aymerich (1902–1984) se permitió calificar a Dámaso Alonso, el anfitrión, como “ejemplo de intelectual domesticado”. Alonso se abalanzó sobre Ángela y propinó a la mujer un puñetazo en la mandíbula, derribándola y cayendo desplomada al suelo. No sabemos si Guillén vio resumido en aquella brutal escena la representación de las dos Españas, o de la tercera, como ahora se empeñan en decir algunos.

En aquel puñetazo se resumía algo más que el carácter violento de Alonso, exacerbado en cuanto rozaba con el alcohol, en aquella agresión se contenía la frustración de un poeta que, efectivamente, había sido domesticado. Ángela, en cambio, formaba parte de la resistencia, hecha día a día con el silencio, con la poesía y con la conciencia de que en modo alguno los vencidos debían parecerse a los vencedores, rechazando de plano que aquella resistencia tuviera cualquier connotación o acción violenta. Pero en aquel puñetazo estaba también el intento de acallar las voces críticas, que molestaban a algunos intelectuales como Alonso, que se habían quedado en el llamado exilio interior, pero acomodado. Dámaso administró mucho poder y lavó en cierto modo aquella acomodación al nuevo sistema político al publicar en 1944 su libro de poemas “Hijos de la ira”. Podíamos decir que Alonso –que presidió la RAE durante catorce años– no fue una víctima de la guerra civil. Figuera, sí. Figuera había nacido en 1902, cuatro años después de quien le propinó aquel vergonzoso puñetazo. El puñetazo era la prueba de que no todos los intelectuales del exilio interior se comportaron de igual manera.

Y debido a ese comportamiento, unos medraron y otros y otras, como Figuera, construyeron vida y obra en el silencio, “a duras penas y a duras alegrías”. A Figuera, como a su marido, Julio Figuera, se les aplicó la ley de responsabilidades políticas, apartándola de su cargo de profesora de enseñanzas medias. Pasados muchos años logró un puesto de asistente en una biblioteca ambulante que recorría los barrios de Madrid. Alonso, presidía la Real Academia de la Lengua y vestía de chaqué. Y cuando, en 1969, Max Aub vino por vez primera a España, Dámaso Alonso, que actuó como anfitrión, no convocó a Ángela Figuera para encontrarse con Aub, sino a otro poeta vizcaíno, Mario Ángel Marrodán. Aub se llevó de España y de los escritores españoles una pésima impresión. Lo cuenta en su libro “La gallina ciega” (1971). Quiero decir que Alonso siguió teniendo mucho poder, y que enseñó de la realidad española del momento no lo más valioso, sino lo que le servía para salir del paso.

Afortunadamente, la violenta agresión de la que fue objeto Figuera no hizo mella en la escritora, sino que fue acicate para seguir su camino. Cuando se habla de que Figuera no está considerada en la historia cultural del siglo XX como una escritora de la más alta significación tanto literaria como cívica, no sólo es por ser mujer, que también, sino por su conciencia crítica. Y que sus colegas varones no alentaran su conocimiento con una mejor difusión, en el escaso panorama que el régimen político concedía a quienes no se acomodaron, creo que tiene otras causas. La primera, es una cierta envidia, sana e insana –al menos, cierto celo o recelo–, por el hecho de que León Felipe, nada menos que León Felipe, la conciencia de la dignidad intelectual del exilio republicano, eligiera a la escritora vasca como embajadora o mediadora de un mensaje de los “españoles del éxodo y el llanto”, a sus colegas escritores del exilio interior.

En 1958, Ángela Figuera ganó con su libro “Belleza cruel” el premio León Felipe de poesía que otorgaban los exiliados españoles en México. El premio tenía mucho valor, por cuanto, como cierto día me dijo el poeta Francisco Giner de los Ríos (1917–1995), los intelectuales del exilio, sobre todo en México, donde se concentró la mayoría, por desprecio al sistema político derivado de la guerra, llegaron a pensar, de modo equivocado, que todo lo que se escribiera dentro del país no podía ser bueno. “Belleza cruel” les hizo cambiar de opinión. León Felipe, que presidía el jurado que premió a Figuera, hace del prólogo a su libro un altavoz de hermanamiento con los poetas del interior, nombrando a Otero, Celaya, Figuera, incluso a Dámaso Alonso, devolviendo aquella canción que se llevó al partir al exilio, para que el “hermano voraz y vengativo”, Franco, no pudiera recoger la mies. Es un prólogo de entraña, hermanamiento y restauración histórica. Y los poetas del interior, casi todos, como un día me reconoció José Hierro –no quiere decir que él lo sintiera–, sintieron cierto celo de que Figuera hubiera sido la elegida para el envío de una misiva de tanta significación. Figuera, además, era reconocida como gran poeta, era poeta, lo decía nada menos que León Felipe. Y era mujer. Era 1958.

Un año antes, en el París de 1957, Figuera se encontró con Pablo Neruda. Ángela le informó a Neruda, interesado por el discurrir de la vida intelectual y política de España de todo cuanto ella conocía, porque lo había vivido y padecido. Neruda tenía también para con los intelectuales que habían quedado en el interior cierto recelo. De hecho, no quería volver a España, primero también porque tal vez no se lo permitiera el régimen, pero también porque él había roto la relación con los poetas del interior. La escritora vasca, que allí residió algún tiempo en casa del escultor Lobo, otro exiliado, convenció a Neruda para que escribiera una carta a los poetas españoles del interior. Ángela enseñó la carta a alguno de estos poetas en privado y no la podrá publicar hasta que muere Neruda en 1972. Se publica en la revista Triunfo. Figuera nos había enviado dicha carta para su publicación en la revista Kurpil, que publicábamos en San Sebastián, pero la repentina muerte del poeta chileno, y la lenta periodicidad de nuestra revista, aconsejó la publicación en una revista de máxima difusión. La poeta vasca, tanto en 1957, como en 1958, hizo de puente, mediación y acercamiento fraternal entre los poetas de ambos lados de una frontera invisible pero cierta. Sin esa humanidad, ese entendimiento, esa manera de comportarse cívicamente de nuestra escritora, aquellos lazos no se hubieran anudado, enlazado, unido.

Gabriel Aresti consideraba que la poesía de Figuera podía enlazar y convocar a todos los poetas de los años sesenta del siglo pasado en una empresa de renovación cívica. Cuenta Aresti en un poema que dedica a los jóvenes poetas Kepa Enbeita y Joxe Azurmendi, que viven en el convento de Arantzazu, que, como no viera en estos un espíritu decidido, les encomendó la poesía de Figuera.

La poeta vasca era considerada como una voz que enlazaba mundos, en aquel momento el mundo euskaldún y el de los poetas de expresión castellana, como era la poesía de Figuera. A Gabriel Aresti le llega “Belleza cruel” en una fotocopia que le regala Ortiz Alfau. No sabemos en qué modo influye, aunque influye, en su obra poética, pero este libro de Figuera hace que Aresti lo tome como una insignia de lo que está buscando. Así, se lo recomienda a todos, especialmente a los jóvenes poetas de Arantzazu.

En el poema a los dos jóvenes de Arantzazu, publicado en su libro “Euskal harria”, Aresti nos dice: “Cuando conocí el joven Kepa Enbeita, no le encontré mucho parecido con su abuelo. Por ello, le dejé el libro de Ángela Figuera”. Es decir, como Aresti cree que Kepa no se parece a su abuelo bertsolari, le entrega el libro “Belleza cruel”, para que se parezca a su abuelo. Tal era la importancia que la obra de Figuera tenía para Aresti. La invocación de Aresti a Figuera es constante en su obra, así, en el poema “Q”, el más extenso de su libro “Harri eta herri”, poema que dedica a Jorge Oteiza, Aresti se refiere a Ángela como alguien a traer hacia su espíritu, aunque lo que entendía Aresti entonces por espíritu era la militancia política, el deseo de que entre todos conformaran una militancia desde la cultura como resistencia al poder.

Por su parte, Joxe Azurmendi, en un testimonio que recogí de su boca en 1985, nos dice: “La poesía de Ángela –que él tradujo al euskera para leer en Radio San Sebastián– me causó una honda impresión. De algún modo comprendí que su historia personal, su simbología poética, iba paralela a la mía. Mi padre, minero, había muerto joven. Sus imágenes sobre el trigo, los campos, eran para mí la traducción de los frutos sociales del trabajo, y así entendía aquella Figuera poética tan estimable”.

A raíz de ese encuentro con su poesía, Azurmendi sostuvo una relación epistolar con Figuera, así como con Blas de Otero, quien por entonces, asegura Azurmendi, “sólo bebía sidra, alegando que el vino no era bebida de los vascos”. Pero, por encima y al mismo tiempo que este sistema de relaciones, de su papel de mediadora y relatora entre los poetas vascos con Figuera y de Figuera con los poetas del mundo hispano, se aparece la voz de su poesía, retrato de humanidad sintiente y doliente, que se perpetúa.

La voz poética de la bilbaína Ángela Figuera Aymerich (1902-1984) está atravesada por una herida: haber sabido advertir que la belleza es cruel en ocasiones, sobre todo cuando desde la belleza no se advierte el mal del mundo, o se utiliza para esconderlo cobardemente. Ángela Figuera se aplicó a todo lo contrario: decir al mundo que la belleza es cruel si nos distrae o entretiene del camino de la dignidad e, incluso, para advertirle también, desde la poesía, que la belleza desaparece en el momento en que no sentimos la injusticia elemental. Y también nos dijo que la humanidad es esa contradicción de belleza y deterioro, que nos atrapa y nos vigila. Pero Ángela no fue una predicadora o una poeta que se sumó a moda alguna para reclamar la atención: aunque fue vencida por el ángel, en realidad, nunca derrotada, y la rebeldía de su verbo fue bien reconocida por aquella voz de la dignidad en el tiempo de la poesía, León Felipe.

Ángel Figuera Aymerich, poeta de Bilbao, fue puente, mensajera, mediadora y mujer de conciencia. Una suerte de mujer solidaria, que no piensa en su obra sino en la obra de los demás, en los demás, en poner en relación a los demás, como ejercicio de civilidad. Toda su obra es una suerte de puñetazo a la violencia, a la injusticia, al dolor del mundo. Basta con acercarse al volumen de sus Obras completas ( con prólogo de Roberta A. Quance, Hiperión, 1986), para darse de frente con una poesía armónica, crítica, de bello lenguaje, de incisión punzante en el dolor del mundo y sus pobladores, de visión, revisión y estampa de toda la belleza cruel que la vida imprime.

Toda la poesía de Ángela Figuera es una bofetada a la oscuridad de los días, a las heridas del tiempo. Así, en “Belleza cruel”:

Porque es lo cierto que me da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el rostro y el vestido
de tantos hombres con el miedo al hombro,
de tantos hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada
por la escondida rabia de la sangre.
… … …
Que me perdonen todo este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta belleza cruel, tanta belleza.

 

Entre Blas de Otero y Maiakovski

Entre Blas de Otero y Maiakovski

Entre Blas de Otero y Maiakovski

“Ambos tienen un don especial: parece que ven con la voz, que miran con las palabras.”.

Cuando leo a Blas de Otero no puedo evitar que sus palabras me trasladen a Vladimir Maiakovski. Conozco numerosos análisis sobre las influencias en Blas de Otero de unos y de otros, de Juan de la Cruz, de Machado, de Neruda, de Hikmet, de Vallejo, pero ninguno sobre la del gran poeta soviético. Se trata de una conexión profunda, emocional, que no viene a mí tras el rigor comparativo y estructural de un lingüista, sino con la claridad de su eco poético, de su alcance en mi alma. Una correspondencia que se guía por dos patrones:
Ambos tienen un don especial: parece que ven con la voz, que miran con las palabras. Y con ellas nos acercan los paisajes, la geografía, los lugares. Maiakovski, en su autobiografía “Yo”, hace una expresa declaración de intenciones:
“Yo soy poeta. Es lo que me interesa. De eso escribo. Si amo, o si soy jugador, o también cuando amo las bellezas del Cáucaso… sólo cando todo eso es un depósito de palabras”
Así le interesan a Blas de Otero los lugares, por las palabras que guardan, por la vida que condensan. Y sabe encontrar esas palabras para hacernos ver, y viajar a su mundo. Como en tantos poemas, donde habitan sus paisajes, Bilbao, Orozco, la lluvia, China, URSS, Cuba, descritos con palabras vibrantes de colores, o de claroscuros, o de grises, que nos acercan y nos permiten observar esos sitios con la fuerza de su voz, porque, como Maiakovski, sabe sacar las palabras que esos lugares contienen.

En segundo lugar, la correspondencia con Maiakovski se refiere al contenido de su obra poética, más evidente cuando Blas de Otero se convierte en un poeta social (1950). Es la sonoridad de una voz poética épica, de combate, muy cercana a la de Maiakovski en sus famosos poemas en escalera, sus poemas en marcha.

150 MILLONES (Vladimir Maiakovski)

Y la única idea es
brillar para el alba que se acerca
Ese mismo año,
ese mismo día y esa misma hora,
bajo la tierra
Sobre ella,
en el cielo
más arriba incluso
Aparecieron estos
carteles
pasquines
octavillas:
A TODOS
A TODOS
A TODOS
A todos
los que no pueden aguantar más
Juntos,
salid
y caminad

Venimos cruzando capitales
A través de la tundra hicimos camino
En el barro y la ciénaga hemos andado
Venimos a millones
Millones de trabajadores
Millones de obreros y empleados
Venimos de los alojamientos,
Nos hemos escapado de los almacenes
De pasajes iluminados por incendios
Venimos a millones
Millones de objetos
quebrados
rotos
arruinados.

Un tono agitador, de soflama, que reconoce la acción de los que hasta el momento han estado oprimidos y se rebelan para ser los protagonistas, una poesía que incita a sumarse a ese movimiento; y que es similar a la del Blas de Otero más social, como en su poema “En castellano”.

Aquí tenéis mi voz
alzada contra el cielo de los dioses absurdos
mi voz apedreando las puertas de la muerte
con cantos que son duras verdades como puños.

Él ha muerto hace tiempo, antes de ayer. Ya hiede.
Aquí tenéis mi voz zarpando hacia el futuro
Adelantando el paso a través de las ruinas,
hermosa como un viaje alrededor del mundo.

Mucho he sufrido: en este tiempo, todos
hemos sufrido mucho.
Yo levanto una copa de alegría en las manos,
en pie contra el crepúsculo.

Borradlo. Labraremos la paz, la paz, la paz,
a fuerza de caricias, a puñetazos puros.
Aquí os dejo mi voz escrita en castellano.
España, no te olvides que hemos sufrido juntos.

Una voz poética que hace suya el sentir profundo de las masas, el sentir de la mayoría, de los que mueven la rueda de la Historia, que se convierte en su voz.

En la casa donde vivió Maiakovski, en Moscú, hay una placa sobre la fachada que dice:

“Toda mi fuerza sonora de poeta
yo te la doy a ti,
clase, a las armas”

Tan cercanas de aquello que expresará Blas de Otero al impregnase a fondo, sus palabras, su lenguaje , en el compromiso:

“Pero yo no he venido a ver el cielo,
te advierto. Lo esencial
es la existencia, la conciencia
de estar
en esta clase o en la otra”

Cartilla (poética) 1963

Lide Arrillaga

«Harri eta Herri». Gabriel Aresti

«Harri eta Herri». Gabriel Aresti

«Harri eta Herri». Gabriel Aresti

Beti esanen dut
egia.
Nire ahotik ezta hitzik aterako,
Egia eztena.
Ezpainak apurtuko zaizkit,
hortzak eroriko zaizkit,
mihina ebakiko didate,
baina nik
eztut
gezurrik
esanen.
Eta inoiz,
nire juramentua hautsirik,
gezur bat badiot,
izanen da
eguzkia ilundu eztadin,
ilargia argitu dadin,
arrosak orriren bat irabaz dezan,
krabelinak usainik gal eztezan,
haurra beti ditiaz goza dadin,
edo dontzeihari
biriindadea joan dakion
nobleziaz.

Nire aitaren etxea
defendituko dut.
Otsoen contra,
sikatearen contra,
lukurreriaren contra,
justiziaren contra,
defenditu
eginen dut
nire aitaren etxea.
Galduko ditut
aziendak,
soloak,
pinudiak;
galduko ditut
korrituak,
errentak,
interesak,
baina nire aitaren etxea defendituko dut.
Harmak kenduko dizkidate,
eta eskuarekin defendituko dut

Beti esanen dut
egia.
Nire ahotik ezta hitzik aterako,
Egia eztena.
Ezpainak apurtuko zaizkit,
hortzak eroriko zaizkit,
mihina ebakiko didate,
baina nik
eztut
gezurrik
esanen.
Eta inoiz,
nire juramentua hautsirik,
gezur bat badiot,
izanen da
eguzkia ilundu eztadin,
ilargia argitu dadin,
arrosak orriren bat irabaz dezan,
krabelinak usainik gal eztezan,
haurra beti ditiaz goza dadin,
edo dontzeihari
biriindadea joan dakion
nobleziaz.

Nire aitaren etxea
defendituko dut.
Otsoen contra,
sikatearen contra,
lukurreriaren contra,
justiziaren contra,
defenditu
eginen dut
nire aitaren etxea.
Galduko ditut
aziendak,
soloak,
pinudiak;
galduko ditut
korrituak,
errentak,
interesak,
baina nire aitaren etxea defendituko dut.
Harmak kenduko dizkidate,
eta eskuarekin defendituko dut

CUATRO POETAS Y UN PAÍS: FIGUERA, CELAYA, OTERO Y ARESTI.

CUATRO POETAS Y UN PAÍS: FIGUERA, CELAYA, OTERO Y ARESTI.

CUATRO POETAS Y UN PAÍS: FIGUERA, CELAYA, OTERO Y ARESTI.

“Una lectura integradora.” por Félix Maraña.

ay cuatro poetas que orientan, definen y pro-yectan el universo de la poesía en el País Vasco en la segunda mitad del siglo XX: Ángela Figuera Aymerich (1902–1984), Gabriel Celaya (1911–1991), Blas de Otero (1916–1979) y Gabriel Aresti (1933–1975). Figuera, Otero y Aresti, hijos de Bilbao. Celaya, guipuzcoano. Aunque los cuatro tienen un origen social y familiar distinto, su obra, actuación cívica, situación histórica y conducta personal les hermana y unifica, definiendo su trayectoria por conductas inequívocamente solidarias, progresistas y generadoras de los sentimientos humanos más hondos y universales. Y los cuatro tuvieron estrecha relación, cuando no militancia, en el Partido Comunista, que era la instancia o institución clandestina que alentaba la más decidida oposición a la dictadura de Franco. Su régimen político, inspirado en el terror, tras la guerra de 1936–39, afectó a las personas, conductas y destino de muchos ciudadanos, algunos, muchos de los cuales, acabaron en el patíbulo, en las trincheras y fosas anónimas o el desamparo de las cunetas en las más diversas carreteras de España.
Y ese régimen afectó de modo especial a los intelectuales y artistas, por cuanto el régimen entendía que la represión de la ideas y el pensamiento era una de las formas de sometimiento de la población. A los cuatro poetas vascos les afectó aquella privación de libertad de pensamiento. Si hacemos un repaso somero a la peripecia vital de los cuatro, advertiremos de inmediato que esas circunstancias en las que tuvieron que vivir determina en medida esencial su propia creación poética. Y la determina porque los cuatro son ciudadanos que, además de poetas, o precisamente por ello, tomaron conciencia. La toma de conciencia personal ante la historia hace de su obra un testimonio y añade un valor fundamental, que ha sido menos apreciado en la historia cultural reciente: el compromiso del intelectual ante su tiempo y con su gente. Los cuatro son ejemplo de esa conciencia cívica comprometida.

ÁNGELA, MUJER DE BARRO Y MEDIADORA

Así, Ángela Figuera, joven catedrática de Instituto, que había contraído en 1933 matrimonio con Julio Figuera, su primo, ingeniero y republicano por la causa de la libertad como ella, ve que en 1939 es desposeída de su profesión y anulada civilmente. Había perdido no sólo la guerra, sino el futuro. Ángela, que había perdido durante la contienda a su primer hijo, tendría posteriormente otro, Juan Ramón, a quien puso este nombre en honor al poeta autor de “Platero y yo”. Ángela Figuera, que tenía una vocación pedagógica de verdadero cuajo y proyección, fue mutilada de por vida. Su marido, condenado a muerte, pasó por varias cárceles y nuestra escritora, que tenía una hermana maestra y un hermano pintor de excelencia, nunca pudo ejercer una profesión que hubiera colmado su vida. Por demás, y como revindica en su poesía, quiso y fue madre, esposa y generadora de vida. Sus libros son canto a esa idea motora de la Naturaleza y la Historia que es el amor, a los seres inmediatos y a la Humanidad. Todo ello sin desconocer que el mundo está compuesto de luz y tinieblas, y en ese mundo hay que estar, decidir y apostar.
Figuera, que es consciente y víctima de la atmósfera en que viven los intelectuales del llamado exilio interior, escribió de este modo un libro determinante, el que califica su proyección en la historia de la cultura, pero profundo como todos los demás que escribió: “Belleza cruel” (1958). El título nos ilumina sobre el contenido luminoso de todos sus poemas. Y es un libro tan determinante desde un punto de vista histórico, que fue premiado en México por un jurado presidido por quien ostentaba, junto con Juan Ramón Jiménez, la representación más digna del exilio cultural republicano: León Felipe. Aquella mujer, que había quedado en la “vieja heredad acorralada”, cuando otros ciudadanos del éxodo y el llanto habían partido hacia la nada del exilio, era de este modo la embajadora, la mediadora, la que levantaba el ánimo de los exiliados. Para muchos de éstos, como escribió Max Aub, o Francisco Giner de los Ríos (el poeta, no confundir con su tío, el fundador de la Institución Libre de Enseñanza), de manera equivocada e injusta, y sin duda para rechazar el franquismo, pensaban que todo lo que viniera del interior del país no podía ser bueno, por cuanto estaba dominado o contaminado por aquella atmósfera y realidad de miedo, terror y ausencia de libertades. Tan sólo al ver aquel libro de Ángela Figuera Aymerich cambiaron de opinión, y basta con leer el prólogo de León Felipe a dicho libro para entender cómo la autoridad de aquel gran poeta y ciudadano daba su espaldarazo a un libro como “Belleza cruel”. En dicho prólogo, Felipe reconocía una nómina de poetas, entre los que estaban, por supuesto, Ángela, Celaya y Otero. La lectura de los poemas de esta bilbaina nos pondrá a la altura de su significación.
Y si fue trascendente esa embajada de Figuera para enhebrar la relación ante el exilio republicano, no lo fue menos en su papel para llamar la atención y corregir el mismo divorcio de poetas de tanta significación histórica y tan vinculados al discurrir del país, como fue Pablo Neruda. Figuera tuvo una especial visión histórica para advertir el divorcio, distancia y desencuentro que había entre los grandes poetas del exilio republicano (Neruda se podía considerar un exiliado de España) y los nuevos poetas e intelectuales del interior. Así, un día, en París, convenció, decidida, nada menos que a Pablo Neruda, para que se dirigiera a los poetas españoles (1957), y se rompiera aquel abrasador silencio que generó la guerra civil, en la que Ángela fue castigada, simplemente por ser ciudadana republicana y profesora. Como recordó en su día Buero Vallejo, cuando se habla de esa carta a los poetas españoles de Neruda, ya ni se cita a Ángela, que fue, además de la mediadora, la promotora, incitadora, la que consiguió aquel mensaje que, de lo contrario, Neruda tal vez nunca hubiera escrito. Es decir, Ángela no fue una cartera, sino una cooperada necesaria para el reencuentro.
Pero no sólo puso en relación a Neruda y a León Felipe con los poetas del interior, sino que vivió relacionando y relacionándose aquí con los poetas y artistas, desde los euskadunes emergentes de Arantzazu (Joxe Azurmendi, Bittoriano Gandiaga, Pello y Josu Zabaleta), hasta sus colegas, y hermanos, Blas de Otero, Gabriel Celaya y Aresti Segurola. Y, en un tiempo, sobre un Bibliobús, Ángela enseñó a leer a los niños de Madrid, para quienes escribió “Cuentos tontos para niños listos”. Entre otras cosas, claro.
Para ser prácticos, la poesía toda de Ángela Figuera, la fundamental, por supuesto, está recogida en un volumen, editado por Jesús Munárriz en “Hiperión”: “Obras completas” (1986). Recientemente se ha reeditado su “Soria pura” (2020, Lastura).

GABRIEL CELAYA, CONCIENCIA Y HUMANIDAD

El caso de Gabriel Celaya, su personalidad y papel en la vida política del país supera por todos los márgenes el título de poeta. Celaya es un hombre de pensamiento. Uno de sus primeros libros, “Tentativas”, escrito en la postguerra, es un libro de pensamiento, de argumento existencial, vital y agónico, un libro de filosofía. Celaya fue capitán de gudaris en el Ejército Vasco. Entre otros asientos y destinos, estuvo en Gernika, en vísperas del bombardeo, siendo compañero en la oficialidad de un hermano del lehendakari Aguirre. La formación del escritor guipuzcoano había coincidido en Madrid, mientras sus estudios de ingeniero industrial (era, por demás un gran científico, como lo prueban algunos de sus libros de poemas como “Función de uno, equis, ene” o “Lírica de cámara”), formación que se agrandó jubilosamente durante su estancia en la Residencia de Estudiantes. En este edificio singular convivió con intelectuales de Europa cuya nómina compone la cultura de mayor excelencia de un siglo. Allí se encontró y amistó con Neruda y Lorca. El encuentro con Lorca fue un encontronazo, pero que explica la personalidad independiente y el criterio de Celaya. Gabriel, que era más joven que Federico, llegaba cierto día a la Residencia, llevando en sus manos el libro “Romancero gitano”, del poeta andaluz. Lorca, a quien le gustaba jugar y ejercitar su ego, preguntó al joven poeta vasco qué le parecía ese libro que tenía entre manos y que llevaba dobladas varias páginas, con anotaciones. Gabriel, que no sabía aún quién era Federico, le espetó: “Una mamarrachada gitana”. Nos contaba Gabriel que la carcajada de Lorca fue tan estruendosa que se podía oír años después en los pasillos de aquel edificio que respiraba cultura. Pero, desde aquel momento, hechas las presentaciones, Lorca le tuvo por amigo.
Esa amistad fue muy positiva para nuestro poeta, pues, como está documentado, le llevó a conocer a Neruda y a todos los poetas, para él mayores, de la llamada Generación del 27. Bien es verdad que Gabriel venía aprendido ya de casa. En la calle Prim de San Sebastián, Gabriel, Oteiza, el pintor Jesús Olasagasti, o el poeta Joaquín Gurruchaga, habían bebido los aires, ideas y formas de la vanguardia artística en el despacho del arquitecto José Manuel Aizpurua, una víctima de la guerra civil también. Cuenta Gabriel en su libro “Poesía y verdad” cómo en las vísperas de la guerra civil de 1936, Lorca vino a Donostia y le convocó a un café en el hotel de Londres junto con Aizpurua. Gabriel puso reparos a esa entrevista, porque las tensiones con éste eran muy fuertes, pues Aizpurua era el jefe de la Falange en Donostia. No obstante, a insistencia de Lorca, acudió. Ni Aizpurua ni Celaya se dirigieron la palabra en aquel café de abril de 1936, en el que sólo habló Federico. Aizpurua se excusó y se fue. En ese momento, Lorca amonestó a Celaya, culpándole de la tensión y de cómo no había siquiera saludado a un amigo. Celaya le dijo al poeta andaluz que era un ingenuo, y lo era, porque Aizpurua en ese momento estaba en la conspiración contra la República.
Terminada la guerra, Celaya fue detenido y encarcelado. Se libro del pelotón porque, como aseguraba y dejó escrito, fue un cobarde. Les dijeron que los oficiales, como él, serían sometidos a un juicio justo al amparo del Convenio de Ginebra. Él y otros oficiales, temiendo que eso no fuera así, como no fue en algunos casos, se quitó los galones, se vistió de soldado y se entregó como uno más. Con el tiempo, Gabriel se dolía de no haber luchado hasta la muerte en defensa de la República. Y soy testigo de cómo, cuando se le invitó en el Ministerio de Justicia a rellenar la solicitud para pedir la pensión de oficial de su ejército, cogió los papeles de la instancia, los rompió en añicos y los tiró a la papelera, haciéndonos saber que él no era digno de aquella pensión, por haber sido cobarde, lo repetía.
Gabriel fue llevado a un campo de concentración en Palencia, hecho que se desconocía hasta hace muy poco, porque él prefería borrar aquel territorio histórico de dolor personal y social. Fue degradado y hubo de cumplir en Burgos dos años en un ejército cuya existencia diaria le repugnaba hasta el punto que pensó en el suicidio en varias ocasiones.
La historia está en sus libros. Aquel desgarro, aquella conciencia social, que le despierta en los años de depresión y silencio de postguerra, la enhebró en 1947, al conocer a quien sería su segunda esposa, Amparo Gastón, familia de militantes comunistas, con cuyo aliento puso en marcha una editorial, “Norte”, que publicó los libros de la mejor poesía, tanto de poetas europeos como españoles.
Celaya sería en los años sesenta y setenta de su siglo un poeta popular. Una veintena de cantantes, comenzando por Paco Ibáñez, pusieron música y voz a algunos de sus poemas, que se convirtieron en himnos. Entabló desde “Norte” un sistema de relaciones con muchos poetas del silencio, como los hermanos Labordeta, Leopoldo de Luis, Ramón de Garciasol, y otros intelectuales, como Jorge Semprún, quien tuvo la buhardilla celayiana de la Parte Vieja como refugio de reuniones clandestinas del Partido Comunista. Celaya, en 1977, participó en la lista del partido a las primeras elecciones democráticas para el Senado.
La obra poética y narrativa de Celaya, la mayor parte, que no entera, está recogida en cuatro volúmenes publicados a promoción de la Diputación Foral de Gipuzkoa por la editorial Visor. Pero son muy diversas las ediciones de sus libros en editoriales como Turner, Hiperión o Seix Barral, que publicaron algunos de sus poemas a través del tiempo. En 1984, la Diputación de Gipuzkoa publicó en un volumen, “Canto en lo mío”, “Baladas y decires vascos” y “Rapsodia euskara”, que junto con “La higa de Arbigorriya” eran sus tres libros más vascos, más vascos hasta entonces, porque “Buenos días, buenas noches”, es todo un retrato, cultivo y canto a la obra de los escultores vascos. Pero toda su poesía está transida de una inspiración atlántica, como lo hemos demostrado en dos libros que siguen siendo capitales: “Gaviota” (con fotografías de Sigfrido Koch) y “San Sebastián, ciudad abierta” (también con fotografías de Sigfrido Koch). De ambos libros existen ediciones de bolsillo. Y en 1990, con motivo de un Curso de Verano, publicamos en la Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, dentro de la colección “Poesía vasca, hoy”, su libro “Ixil”, en edición bilingüe, con portada original de Chillida. Fue su última obra publicada en vida. El prólogo que escribió Gabriel para dicho libro es un tratado de conocimiento de la vida del pueblo vasco.
Para acercarnos a su obra no hay otro camino que la lectura personal. Celaya fue un ensayista riguroso, su libro sobre Bécquer, sus ensayos sobre la poesía y lo poético, su libro sobre Eduardo Chillida, certifican lo que digo. Y su poesía, que corona toda su obra. Para ello tendríamos que invocar aquí a poetas que así lo han considerado, como José Hierro, Gil de Biedma, Martínez Sarrión o Ángel González, entre otros, como Armando López Salinas. O este testimonio de José María Valverde, en el prólogo a las obras completas de Gabriel, que comenzó a publicar en su día la editorial Labor: “Al lado de la figura habitual del poeta de hoy, afinando su calidad hasta el paroxismo de la monotonía, Gabriel Celaya es un escándalo de invención, de riqueza, de originalidad, de variedad y –legitimándolo todo líricamente–, de gracia personal en el acento”.
Celaya es un poeta poco y mal leído, a pesar de haber sido un poeta más conocido que la mayoría, un poeta popular. Su fondo documental está en el Koldo Mitxelena Kulturunea. Pero sí fue un poeta muy querido. De hecho, Gabriel Aresti aprovecha su viaje de novios, que lo hace a Madrid, con la secreta y manifiesta intención de conocer a Ángela Figuera y a Gabriel Celaya. Hombro con hombro.

BLAS DE OTERO, PALABRA Y TIEMPO EN EL TIEMPO

Terminada la guerra, Celaya fue motivo de encuentro para muchos intelectuales. Blas de Otero reconocía cómo la relación de amistad y hermandad, se llamaban hermanos, con Gabriel le ayudó a respirar en momentos de gran depresión. Las cartas poema que se escriben entre ambos es un grito de entraña y liberación de todas las angustias que provocaban en ellos la falta de libertad. Todavía no conocía Blas a quien sería su compañera, Sabina de la Cruz, profesora y poeta, recién fallecida. Ambos fueron militantes del Partido Comunista. Con motivo de la muerte de Sabina, el dibujante Cabanas Onsurbe recordaba con afecto a ambos, afirmando que había sido para ellos correo de tareas clandestinas en los tiempos difíciles por encargo del partido.

La poesía de Blas de Otero, al contrario que la de Celaya, se resume en un volumen, que en 2013 publicó Galaxia Gutenberg, al cuidado de Sabina de la Cruz, la gran impulsora de la memoria de Blas, particularmente con la creación de la Fundación que lleva su nombre con el objetivo de extender su obra y memoria en el futuro. Otero ha sido un poeta más leído que Celaya por los poetas de los últimos tiempos, no me atrevo a hablar de generaciones, porque me parece un reduccionismo. A Celaya le ha faltado una Fundación en Donostia, como merecía su obra, pero nadie apoyó mi propuesta. En 2011, con motivo del centenario del nacimiento de Gabriel, la Diputación asumió en cambio una propuesta mía, consiguiendo que se convocara un premio Internacional de Poesía Gabriel Celaya. Pero eso no es todo.
Cuando Blas de Otero era joven estudiante en Madrid participó en la campaña de los estudiantes vascos para conseguir en los años treinta del siglo XX una Universidad Vasca. Blas formó parte del grupo Álea, o Alea, que alentó José Miguel de Azaola, quien, a su traslado a Donostia desde Bilbao, fue el verdadero promotor la revista “Egan”, entonces bilingüe y hoy sólo en euskera, junto con Celaya, el músico y folklorista “Padre Donostía”, Tomás Arocena y José de Arteche.
Los grandes temas universales –el amor, la muerte, la idea de Dios, la solidaridad–, la noción de que la vida cobra sentido en los demás, con los demás, y su conciencia del desarraigo, de la levedad de los días, componen los referentes de su poesía. Una poesía que, además de su belleza y su noción ética, tiene, ya desde su comienzos –“Ángel fieramente humano” (1950), “Redoble de conciencia” (1951)–, un estilo personal inconfundible. Acaso ese estilo tan depurado –ahí la perfección de sus sonetos–, que va más allá de lo estrictamente literario, es lo que explica la consistencia de su voz y que Otero sea, como lo fue en años anteriores, un referente para muchos poetas de ahora.

Eugenio García de Nora lo ha expresado con otras palabras de 1986, con motivo de la celebración de la “II Jornadas Internacionales de Literatura Blas de Otero”, organizadas por la Universidad de Deusto en San Sebastián: “Hay en Otero un culto a la vida por encima de todo, incluso por arriba de la obra. Justamente, una de sus diferencias netas con lo que representaba o encarnaba Juan Ramón Jiménez, está no sólo en la famosa contraposición de la ‘inmensa mayoría’ y la ‘inmensa minoría’, sino en el hecho de poner la vida absoluta y netamente por arriba de la obra. Y al hombre, por arriba –mejor dicho, en la base, o en el origen, o en el núcleo–, del poeta. El poeta era la “consecuencia”: y la vida era en definitiva lo más importante. Recordemos aquellos versos espléndidos:

…quiero vivir, vivir como si nada
hubiera de quedar de lo que escribo.

Pero –añade García de Nora–, puede asegurarse que incluso sin obra, incluso sin haber escrito o publicado nada, en efecto, puede darse testimonio de que Blas de Otero era una gran personalidad, era todo un hombre. Era alguien que resumía en sí, realmente, la condensación de todo lo que puede haber de positivo (y de problemático, también, por supuesto), en el ser humano. Alguien que, como Whitman, “contenía multitudes”.
Otero estuvo relacionado durante toda su vida con escritores (Celaya, Ángela Figuera, Gabriel Aresti, entre otros), y amigos de Bilbao, aunque su propia evolución personal, ideológica y literaria, y su residencia en Barcelona y Madrid en los últimos años, en un buen trecho de su vida, en realidad, hicieran variar la intensidad o el sentido de esas relaciones. Sus amigos de anteguerra son Pablo y Antonio Bilbao Arístegui, Antón Elías Martinena, Jaime Delclaux; es decir, cuatro poetas. Tras la contienda, Otero continúa con estas amistades, así como la de Azaola, y se relaciona con otros amigos, como el pintor José Barceló y el poeta Javier de Bengoechea, Eugenio Abásolo, Gabriel Celaya, Jorge Oteiza, Ángela Figuera Aymerich, su hermano, el pintor Rafael Figuera, y con Federico Krutwig. Éste tuvo una amistad muy estrecha con Otero, a quien inició en el conocimiento de la cultura oriental.

Y es que Blas de Otero es poeta que tiene un profundo sentido de la historia. En apenas dos versos define una época (1916–1936), llamada de Belle Epoque y de sonrisas: “Durante veinte años la brisa iba viento en popa/ y se volvieron a ver sombreros de primavera”. No menor visión del tiempo y de la necesidad de recuperar la razón presiente el poeta al referirse a otro periodo (1939–1945), que era tiempo de superar el deterioro: “Apuntalando ideas renqueantes, cimentado nuevas bases en que asentar la vida”, como nos dice en Historias fingidas y verdaderas.

Como dice también Manuel Mantero (1986), “Otero es un testigo honesto de su tiempo, de “esta hora / horrorosa, de trágico destino”, hora de sangre y pavor, y el ángel que en su poesía no sabe salvar a los hombres, los salvará, intentará salvarlos al menos. Los hombres serán el tema futuro de Otero, aunque estos dos libros (se refiere a AFH y RC) dirán para siempre de uno de los más hermosos triunfos poéticos en el siglo XX. Y una de las más hermosas derrotas personales”.

Existe un volumen de poemas con los Poemas Vascos de Blas de Otero, poemas que recogió y seleccionó el propio poeta a instancia y empeño de su amigo el escritor bilbaíno Ángel María Ortiz Alfau. Ahora se ha hecho una nueva edición de dicho libro, traducido al euskera por Andrés Urrutia.

GABRIEL ARESTI, PIEDRA Y PUEBLO

Lo más importante de la obra de Gabriel Aresti, tanto en lo poético, como en lo lingüístico e histórico, se condensa en su libro “Harri eta Herri”. Bien es verdad que no puede hacerse uno visión cabal del resto de su poesía y pensamiento si no nos detenemos en “Maldan behera” y en un poemario que supera en lo formal, aunque no en el mensaje a “Harri eta Herri”, como es “Euskal harria”. La muerte temprana de Aresti cortó de cuajo la obra de un poeta y un intelectual de decidida intención y conciencia política, quien estaba llamado a ser una autoridad en la cultura de la democracia que no pudo conocer, pues murió unos meses antes que el dictador. Pero para la llamada que ahora quiero hacer sobre la obra y figura de Aresti conviene tener en cuenta algo que no por conocido está mal repasar: Aresti, junto con Mitxelena, es el principal alentador y valedor de la unificación de la lengua vasca y, en lo poético, es el poeta que pone el euskera al servicio de aquella modernización y modernidad.
Toda su poesía se puede leer hoy en las dos lenguas, porque Aresti se preocupó y ocupó de traducir sus propios poemas al castellano. Esto, aunque a algunos les pueda parecer paradójico, es un signo de integración. Gabriel era muy consciente de la realidad en la que vivía o moría el euskera, y, aunque dice en un poema que no se cortará la barba mientras no se salve la lengua, es consciente de que el castellano, como dijo Koldo Mitxelena, “también es nuestro”. Aresti es un protagonista principal de la conocida fotografía de Arantzazu, donde los académicos dieron el paso definitivo para la unificación de euskera.
Aresti era consciente también de ciertas actitudes excluyentes, que él mismo padeció al ser considerado un “españolista” (algo de esto nos pueden decir Natxo de Felipe y sus colegas de “Oskorri”), por el hecho de ser simpatizante del comunismo y escribir aquellos versos de tan profundo sentido integrador:

Cierra los ojos suave
Meabe
pestaña contra pestaña
solo es español, Meabe,
quien sabe
las cuatro lenguas de España.

El vasco Tomás Meabe fue uno de los primeros discípulos de Sabino Arana, si bien terminó fundando las Juventudes Socialistas.
Pero el mayor sentido integrador, de asunción de la historia cultural del pasado está en su libro “Harri eta Herri”. Todo él está dedicado a intelectuales, prohombres y políticos que han tenido una significación en el País Vasco contemporáneo. De algún modo, Aresti daba así el paso para reconocer aquello que había venido a cambiar. Es evidente que él no era clerical y ni siquiera era religioso, pero sabía que clérigos como Azkue o Barandiarán formaban parte de la nómina de la cultura que explicaba a este país en el tiempo. Es cierto que el poema más extenso de dicho libro, el poema “Q”, se lo dedica a Jorge Oteiza. Aresti era consciente de lo que significaba Oteiza en aquel momento. No merma nada el valor de “Harri eta herri” si decimos que lo escribió tras la lectura del “Quousque tandem!” (1963). Aresti, lo he repetido a veces, quería mucho a Oteiza y Oteiza quería mucho a Aresti, pero eran muy distintos. Oteiza tenía una visión del teatro moderna, revolucionaria, en su estructura y su factura. Aresti no había pasado en este sentido de las pastorales suletinas, el teatro popular europeo medieval. Sin embargo, su poesía es revolucionaria, en la intención y en la forma. Por demás, Aresti se enfrentó a Oteiza con motivo de una exposición que hizo el de Orio en el Bellas Artes de Bilbao. Los mensajes de Aresti y de Ramón Saizarbitoria a Jorge Oteiza con motivo de aquella exposición no son tan integradores como lo es el espíritu y la expresión de “Harri eta Herri”, porque son condenatorios. Ambos le vienen a decir que el arte es perder el tiempo, y que lo que tiene que hacer Oteiza es dedicarse a aprender euskera. Fue algo muy duro para Oteiza, y que sólo podemos entender si aceptamos que tanto Aresti como Saizarbitoria y su colega Rikardo Arregi estaban en la misión urgente de salvar al euskera, y entendían que todas las energías deberían dedicarse a ese objetivo.

Pero Aresti, desde su poesía, entendió a Oteiza como nadie: Dedicó a Oteiza el poema más extenso de “Harri eta Herri”, el poema Q. Pero si reparamos en este libro, en el conjunto de nombres, hombres y mujeres, a quienes invoca Aresti en su más conocido libro, veremos el sentido integrador del poeta, que iba con el mismo sentido que en esos años se entendía la cultura en la izquierda, una cultura hecha hombro con hombro. En el libro, por referirnos a los poetas aquí invocados por nosotros, Aresti dedica poemas a Otero, a Celaya, a Ángela Figuera. Es conmovedor por su parte el poema que Blas escribe el día de la muerte de Aresti. No sabemos qué hubiera sido de la obra y de la proyección política de Aresti, muerto temprano, pero sin duda el corolario de consideraciones históricas y personales que hace en sus libros, así como los problemas que relata, a pesar de la censura, son en sí una muestra de su conciencia de la realidad, y de aquella necesidad de entendimiento entre los vascos.
Aresti también escribió en castellano. Recordemos aquí los dos sonetos que dedicó a pintor y escultor Agustín Ibarrola, otro militante de la libertad y amigo suyo, preso simplemente por pensar. Son dos sonetos de un maestro del castellano. Están en su obras completas que editó “Susa”, y se han reeditado posteriormente. En un libro que dedicamos en el Museo de Bellas Artes de Bilbao a Ibarrola recojo ambos sonetos, porque me parecen, en lo literario, en la intención y el mensaje dos obras maestras.
Falta hacer un biografía, tanto de Ángela Figuera, como de Gabriel Celaya, como de Blas de Otero, como de Gabriel Aresti. Sería una contribución del País Vasco que amaron a cuanto estos cuatro poetas entregaron a su tiempo. Se lo debemos. Claro está que, mientras no leamos el conjunto de su obra, no somos merecedores de sus merecimientos.
La deuda crece de este modo.
Porque los cuatro poetas vascos pusieron su nombre y su nombre en el mapa de la cultura universal.

 

La tribuna de Lenin de El Lissitzky

La tribuna de Lenin de El Lissitzky

La tribuna de Lenin
de El Lissitzky

Una de las imágenes más relacionadas con la iconografía de Lenin es la de estar en la calle, en una tribuna elevada hablando al público ante una concentración numerosa de personas. Con la llegada del nuevo estado social tras la revolución de octubre y la posterior guerra civil, el nuevo orden debía transmitir su ideario a una población mayoritariamente analfabeta, circunstancia a la que su unía la extensión del país, con los medios de comunicación mínimos propios de la época.

Esto obliga a replantearse las nuevas formas comunicación y de expresión que debían guiar y responder a las necesidades políticas. Una de estas nuevas formas fueron los trenes de “agitprop”. Hubo barcos, pero los trenes fueron el principal vehículo utilizado, una infraestructura que ya se había utilizado durante la guerra civil. Estos trenes se desplazaban a través del país dotados con una biblioteca, un aula, una cantina, una sala para el partido, una sala de proyecciones, y una imprenta. Su llegada a los remotos lugares suponía un desembarco deslumbrante: los vagones iban totalmente decorados exteriormente con imágenes de una propaganda política colorida, se proyectaba cine (por primera vez en muchos sitios), y se realizaban mítines con oradores. Además, la pequeña imprenta, permitía la generación y duplicación de carteles propagandísticos, que eran arrojados por las ventanas, a medida que el tren pasaba por pueblos y aldeas.

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Junto a las necesidades de llevar el ideario, la cultura, a la población, se formula una nueva estética para todas las acciones, como reflejo del nuevo orden. La vanguardia artística entiende que el artista puede ser un agente más del cambio social en esa revolución, y se compromete a fondo. La cartelería se concibe con una utilización nueva de la imagen, en pintura, fotografía, o combinadas ambas en fotomontajes. Y no sólo la que contiene un fin político, sino que abarca a todos los ámbitos sociales y sus necesidades; traduciéndose en anuncios de películas, portadas de libros, anuncios de comidas, tabaco, etc.

Uno de los aspectos centrales de la nueva comunicación era la realización de mítines, para los que se utilizaban tribunas de madera provisionales, llamadas arengarios. La novedad principal es que en estos actos se unían la voz y el cine; con el planteamiento de primar los sentidos de la vista y el oído, para llegar al máximo número de asistentes. Para ello se investiga en varias líneas: Alexander Rodchenko proyecta kioscos de prensa en los que su cubierta servía como tribuna para oradores y con mástiles para la colocación de carteles. Gustav Klutsis, fotógrafo, diseña tribunas de cine-foto, y radio oradores, elementos urbanos en los que se ubicaban aparatos de radio con distintos altavoces para lograr mayor alcance.

Estas labores las desarrollan multitud de artistas en muchos campos, englobados en lo que se denomina “constructivismo”. Uno de ellos es El Lissitzky (1890-1941): arquitecto, fotógrafo, diseñador de carteles, escenógrafo, comisario de exposiciones, etc. Un artista total, que plantea claramente la cultura de la imagen como vehículo del mensaje.

El Lissitzky, ruso de origen judío, se había formado como arquitecto en la Alemania de Weimar, y era profesor de la Vhujtemas (talleres de enseñanza superior de Arte y técnica). Sus investigaciones formales, experimentales, nunca perderán de vista el contexto político y social, y tanto en las exposiciones que organiza, como en la literatura que escribe, argumenta que son las necesidades sociales nuevas, nacidas del régimen socialista, las que originan la nueva arquitectura tanto en formas, como en necesidades: clubs obreros, nueva vivienda comunitaria, fábricas, etc. Su trabajo de organizador de la parte rusa de la Exposición de la Prensa de Colonia (Pressa) en 1928, es considerado un punto de inflexión para otras exposiciones soviéticas en occidente, por su innovadora pantalla justo en la entrada, las imágenes crudamente realistas de la vida soviética y por sus audaces consignas políticas.

“La tribuna de Lenin” de El Lissitzky es seguramente una de las imágenes más icónicas de la arquitectura constructivista soviética de este periodo, junto a la Torre de la III Internacional de Tatlin, y al pabellón de la URSS de Melnikov para la Exposición de París de 1925.

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El proyecto de “La tribuna de Lenin” se redacta en 1929, y propone un arengario para oradores de carácter universal. No está proyectada para ningún sitio en concreto, y aunque está reflejado el propio Lenin en los dibujos de la obra, deberíamos recordar la simbología que dicha imagen representa, tal como apunta el poeta Maiakovsky, “cuando hablamos de Lenin nos referimos al partido”. Se ha señalado que El Lissitzky contribuyó sobremanera a la utilización de la imagen de Lenin como parte de la mitología soviética, casi al mismo nivel que la hoz y el martillo.
“La tribuna Lenin” es una construcción de unos 25 metros de alto –altura similar a un edificio de 6 plantas–, formada por una estructura inclinada de barras, en apariencia metálicas, apoyada sobre un dado macizo de hormigón. Toda la construcción está coronada por un gran plano vertical blanco de unos 5 metros de alto, sobre en el que se ha escrito “PROLETARIN” (Proletarios), plano con una triple función: por un lado el panfletario, sirviendo de apoyo de la cartelería política; como pantalla sobre la que proyectar textos, imágenes o cine; y por último para funcionar como amplificador de la voz del orador hacia los asistentes. En un nivel inferior al panel pero en la parte alta de la estructura, se sitúa una plataforma cerrada con paneles de fibrocemento sobre la que se situaba el orador, en la imagen original, el propio Lenin. Completando la instalación otra plataforma móvil, un ascensor, dotada también de un mecanismo de elevación y recogida del gran plano superior, según se desprende de las secciones dibujadas.

La importancia de este objeto arquitectónico, radica en el nuevo sistema de referencias arquitectónicas utilizadas. La nueva arquitectura soviética toma unos referentes nuevos: los de las estructuras industriales. La tribuna se perfila casi como una grúa industrial. Así lo expresa Ginzburg, arquitecto ruso de gran peso en la arquitectura de esa época, refiriéndose a la arquitectura residencial: “la arquitectura industrial, al estar más próxima a las fuentes del entendimiento moderno de la forma, debe ejercer su influencia sobre la arquitectura doméstica, que es la más tradicional y estancada de todas. Es de la arquitectura industrial, más que de cualquier otra cosa, de la que podemos esperar unas indicaciones realistas, sobre cómo pueden encontrarse estos caminos. De lo que estamos hablando aquí es de añadir al paisaje ya existente de la modernidad (la maquina y las construcciones ingenieriles e industriales) el último eslabón de la cadena arquitectónica: unos edificios residenciales y públicos que estén a la altura de esas construcciones”

La nueva arquitectura soviética ejerció una clara influencia en Europa. En un periódico francés, con motivo de una exposición de arquitectura soviética, se señala su fascinación de ésta por conceptos nuevos y diferentes, como el hecho de “oponer el hierro y la madera, materiales proletarios, a la aristocracia de la piedra”. La arquitectura moderna europea también estaba seducida por el vidrio y el acero, pero su utilización venía determinada por su posibilidad de construir espacios diáfanos y muros ligeros, no como una valoración del material en sí mismo, como postulan los constructivistas, para los que el material es mensaje con voz propia.
El interés de una obra, no construida, como “La tribuna de Lenin”, está en su carácter de manifiesto, en el que se aúnan las nuevas técnicas con la poética de lo productivo, y también como símbolo de la ideología como elemento de producción artística.

Lorenzo Goikoetxea: Arquitecto