La llegada de Lenin a Petersburgo.

“Entre los compañeros se hablaba de la llegada de un marxista procedente
de la región del Volga, dotado de grandes conocimientos”.

Vladimir Ilich llegó a Petersburgo en el otoño de 1893, pero no trabé relación con él inmediatamente. Entre los compañeros se hablaba de la llegada de un marxista procedente de la región del Volga, dotado de grandes conocimientos; más tarde me trajeron un cuaderno dedicado a la cuestión de los “mercados” que, por el estado en que se hallaba. se veía que había pasado por muchas manos. En el cuaderno se exponían, de una parte, las concepciones de un marxista de Petersburgo, el tecnólogo Herman Krassin, de otra, las del compañero recién llegado del Volga. El cuaderno estaba doblado por la mitad: en un lado exponía sus puntos de vista H. Krassin con una caligrafía desaliñada, con borrones e intercalaciones; en el otro lado, cuidadosamente, sin ningún borrón, exponía sus observaciones y objeciones el compañero del Volga.

La cuestión de los mercados interesaba mucho en aquel entonces a todos nosotros, jóvenes marxistas.

En los círculos marxistas petersburgueses de la época había empezado a cristalizar una tendencia particular, que sustancialmente consistía en comprender los procesos de la evolución social como algo mecánico, esquemático. Según esta concepción de la evolución social, las masas, el proletariado, no desempeñaban papel alguno. Se arrojaba por la borda la dialéctica revolucionaria del marxismo, no quedaban más que el esquema muerto de las “fases de la evolución”. Naturalmente, en la actualidad no le costaría nada a un marxista cualquiera refutar esa concepción “mecánica”, pero en aquel tiempo la cuestión afectaba mucho a nuestros círculos marxistas petersburgueses. Estábamos todavía muy mal formados; los partidarios de la interpretación “mecánica” enfocaban habitualmente la cuestión de un modo muy abstracto.
Desde entonces han transcurrido más de treinta años. EI cuaderno aludido, por desgracia, no se ha conservado. De lo único que puedo hablar es de la impresión que nos produjo a todos nosotros.

El marxista recién llegado planteaba la cuestión de los mercados de un modo muy concreto, establecía una relación directa entre dicha cuestión y los intereses de las masas, y por la forma en que el problema era enfocado, se tenía la clara impresión de hallarse ante un marxismo vivo que analizaba los fenómenos en su situación concreta y en su desarrollo.

Todo ello incitaba a conocer más de cerca al recién llegado, a conocer más en detalle sus puntos de vista.
Vi solamente a Vladimir Ilich a fines de la cuaresma. Se decidió organizar una reunión de algunos marxistas petersburgueses, junto con el compañero del Volga, en el Ojta, en casa del ingeniero Klasson, uno de los marxistas preeminentes de Petersburgo y con quien dos años antes formaba yo parte de un círculo marxista. Por motivos de clandestinidad, se escogió como pretexto de la reunión la celebración de una pequeña fiesta íntima a base de blini . A la reunión mencionada acudieron, además de Viadímir Ilich, Klasson, Y. P. Korobko, Serebrovski, S. I. Radchenko y otros; también se esperaba a Potresov y Struve, pero si la memoria no me engaña, no acudieron. Recuerdo uno de los momentos de la discusión. Se hablaba de la orientación que era preciso seguir. No había modo de hallar un lenguaje común. Uno de los reunidos —Schevliaguin, creo recordar—, dijo que era muy importante la labor en el comité para la lucha contra el analfabetismo. Viadimir llich se rió con una risa seca y maliciosa, una risa que después no le oí más.

“¿Qué puedo decir? Si hay alguien que quiere salvar a la patria en el comité para la lucha contra el analfabetismo, es libre de hacerlo. No le opondremos ningún obstáculo”…

La observación maliciosa de Vladímir Ilich era compren-sible. Había venido con el fin de ponerse de acuerdo sobre la manera de ir conjuntamente a la lucha y como respuesta oía un llamamiento a la difusión de los folletos del comité para la lucha contra el analfabetismo.

Más tarde, cuando tuvimos una amistad más íntima, Vladimir Ilich me contó en cierta ocasión cuál había sido la actitud de la “opinión” (de los liberales) con respecto a la detención de su hermano mayor. Todos los conocidos se apartaron de la familia de los Ulianov. Dejó incluso de frecuentar la casa un viejo profesor que antes iba todas las noches a jugar al ajedrez. Por aquel entonces no existía aún la línea férrea hasta Simbirsk. La madre de Vladimir Ilich tenía que trasladarse en carruaje hasta Sizrani para ir a Petersburgo, donde su hijo se hallaba preso. Mandaron a Vladimir Ilich a buscar a un acompañante; nadie quiso efectuar el viaje con la madre del detenido. Vladimir Ilich decía que esta cobardía general le produjo entonces una impresión muy fuerte.

Estos acontecimientos vividos durante su juventud indudablemente ejercieron influencia en la actitud de Vladímir Ilich con respecto a la “opinión”, a los liberales. Las circunstancias le habían dado la ocasión de conocer muy pronto el verdadero valor del charlatanismo liberal.
Es conocido el punto de vista de Vladímir Ilich sobre los liberales, su desconfianza hacia ellos, su afán constante por desenmascarados… He citado sólo algunos extractos que se refieren al mismo año en que tuvo lugar la reunión en casa de Klasson.

Naturalmente, en la “fiesta familiar” no se llegó a ningún acuerdo. Vladímir Ilich habló poco; más que nada, observaba a los reunidos. Gentes que se consideraban marxistas acabaron por sentirse incómodos bajo la mirada penetrante de Ilich.

Al regresar a casa desde el barrio de Ojta, por la orilla del Neva, me hablaron por primera vez del hermano de Vladímir Ilich, a quien éste amaba mucho. Ambos tenían muchas preferencias y hábitos comunes; tanto el uno como el otro sentían la necesidad de quedarse solos con el fin de tener la posibilidad de concentrarse. Habitualmente vivían juntos, y cuando les visitaba alguno de los numerosos primos o parientes, la frase preferida de los muchachos era la siguiente: “Hacednos el favor de librarnos de vuestra presencia”. Los dos hermanos sabían trabajar tenazmente, los dos tenían un espíritu revolucionario. Pero, probablemente, se manifestaba en ellos la diferencia de edad. Alejandro Ilich no le contaba todo a Vladímir Ilich.
El hermano era naturalista. El último verano que pasó en casa se consagraba a la preparación de una disertación sobre los anélidos y trabajaba constantemente con el microscopio. Para aprovechar el máximo de luz se levantaba al apuntar el alba e, inmediatamente, se entregaba al trabajo. “No, mi hermano no será un revolucionario, pensaba yo en aquel entonces —contaba Vladímir Ilich—, un revolucionario no puede consagrar tanto tiempo al estudio de los anélidos”. No tardó en convencerse de su error.

El destino del hermano ejerció indudablemente una profunda influencia sobre Vladímir Ilich. En ello desempeñó, sin embargo, un gran papel el hecho de que en aquella época Vladímir Ilich había ya reflexionado mucho por su propia cuenta y había decidido por sí mismo la cuestión de la necesidad de la lucha revolucionaria.

Si no hubiera sido así, el destino del hermano le habría causado únicamente un profundo dolor o, en el mejor de los casos, le hubiera estimulado a seguir la senda que su hermano había escogido. En las condiciones en que se hallaba, el destino del hermano estimuló la actividad de su pensamiento, contribuyó a forjar en él una serenidad extraordinaria, el acierto de contemplar la verdad cara a cara, de no dejarse llevar ni un momento por la frase, por la ilusión, en una palabra, forjó en él una rectitud extraordinaria en el modo de enfocar todas las cuestiones.

Nadezhda Krupskaia