Como redactó Lenin
el Decreto sobre la tierra.

“Monté los revólveres, pensando que podían irrumpir en la vivienda
y detener o matar a Vladimir Ilich”.

Cuando el Palacio de Invierno fue tomado por las tropas revolucionarias, bolcheviques,Vladimir Ilich, que estaba muy inquieto por la lentitud de acción de nuestros jefes militares, respiró al fin aliviado y, rodeado de sus viejos amigos políticos, se presentó en la sesión del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado, que esperaba la culminación de los acontecimientos.

No se puede comparar con un trueno, fue algo más grande, verdaderamente impresionante: una tromba de sentimientos humanos agitó la sala cuando Vladimir Ilich apareció en la tribuna. Se abrió la sesión. Y resonaron de nuevo los vivas, las aclamaciones, los gritos de júbilo… Así, impetuosa, rebosante de fogoso entusiasmo, transcurrió la histórica y famosa sesión.
Se terminaron por fin todos los asuntos y, a altas horas de la noche, nos dirigimos hacia mi vivienda, para pernoctar allí. Cenamos un poco; después de cenar, procuré facilitar todo lo necesario para el descanso de Vladimir Ilich, que estaba excitado, pero evidentemente rendido de cansancio. A duras penas, se consiguió convencerle de que aceptase mi lecho, en una pequeña habitación independiente, donde tenía a su disposición una mesa escritorio, papel, tinta y libros.

Yo me acosté en la habitación contigua, en el diván, y decidí no dormirme hasta que no estuviera completamente seguro de que Vladimir Ilich dormía ya. Para mayor seguridad, cerré bien, con todas las llaves, cadenas y cerrojos las puertas de entrada y monté los revólveres, pensando que podían irrumpir en la vivienda y detener o matar a Vladimir Ilich, pues era aquélla nuestra primera noche, y podía esperarse cualquier cosa. Como prevención, anoté inmediatamente en un papel los números que yo conocía de los teléfonos de los camaradas, del Smolny, de los comités distritales obreros y de los sindicatos, no fuera a ser que se me olvidasen con las prisas.

…Vladimir Ilich, en su habitación, ha apagado ya la luz eléctrica. Presto atención para comprobar si duerme. No se oye nada. Empiezo a conciliar el sueño y estoy a punto de quedarme dormido, cuando, de pronto, se enciende la luz en la habitación en que se encuentra Vladimir Ilich. Oigo que se levanta casi sin hacer ruido; entreabre silencioso la puerta de mi cuarto y, cerciorado de que yo “duermo” (huelga decir que yo estaba en vela), se acerca cauteloso, de puntillas, para no despertar a nadie, a la mesa escritorio; se sienta frente a ella, abre el tintero y, después de extender unos papeles, se abisma en el trabajo…
Escribía, tachaba, leía, hacía acotaciones, se ponía de nuevo a escribir, y, por último, empezó, al parecer, a pasar en limpio. Alboreaba ya, se percibían los grises clarores de la tardía alba otoñal petrogradense, cuando Viadímir Ilich apagó la luz, se acostó en el lecho y se quedó dormido.

Por la mañana, a la hora de levantarse, advertí a todos los de la casa que no hiciesen ruido, porque Vladimir Ilich había estado trabajando toda la noche y sin duda estaría sumamente cansado. De pronto, cuando nadie lo esperaba, salió de la habitación completamente vestido, enérgico, lozano, animoso, alegre y bromista.
—¡Les saludo en el primer día de la Revolución Socialista!
—dijo a todos, y su rostro no denotaba el menor cansancio, como si hubiera dormido magníficamente, pero en realidad, sólo había disfrutado de dos o tres horas de sueño, todo lo más, después de una jornada de veinte horas de espantoso trabajo. Cuando todos se reunieron para tomar el té y salió del cuarto Nadiezhda Konstantínovna -que también había pasado la noche con nosotros-, Vladimir Ilich sacó del bolsillo unas hojas de papel, escritas ya en limpio, y nos leyó su famoso “Decreto sobre la tierra”.
—¡Ahora, sólo hace falta promulgarlo, darlo a conocer y difundirlo ampliamente! ¡Y que prueben entonces a volverlo atrás! Se quedarán con las ganas, no habrá Poder alguno capaz de quitar este decreto a los campesinos y de devolver la tierra a los terratenientes. Ésta es una importantísima conquista de nuestra Revolución de Octubre. La revolución agraria será llevada a cabo y consolidada hoy mismo.
Cuando alguien le dijo que aún habría en los distintos lugares toda clase de desórdenes y luchas en torno a la tierra, respondió al instante que todo eso eran ya menudencias que se arreglarían, siempre que se comprendiese el verdadero fondo de la disposición y se penetrase en él. Y empezó a explicar con detalle que aquel decreto sería especialmente aceptable para los campesinos por haberlo basado en las peticiones contenidas en todos los mandatos de los campesinos a sus diputados y que habían sido recogidas en las recomendaciones generales al Congreso de los Soviets.
—Pero todos ésos eran socialrevolucionarios. Y por consiguiente, dirán que les hemos copiado —hizo notar uno de los presentes.
Viadímir Ilich se sonrió:
—Que lo digan. Los campesinos verán claro que nosotros apoyaremos siempre todas sus justas reivindicaciones. Debemos acercarnos por completo a los campesinos, a su vida y afanes. Y si se ríen algunos mentecatos, que se rían. Nunca hemos pensado entregar a los socialrevolucionarios el monopolio sobre los campesinos. Somos el principal partido del gobierno, y, después de la dictadura del proletariado, la cuestión campesina es la más importante.

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Aquel mismo día, por la tarde, había que promulgar en el Congreso el “Decreto sobre la tierra”. Se decidió pasarlo inmediatamente a máquina y entregarlo a la imprenta, para que apareciese al día siguiente en los periódicos. En el mismo momento se le ocurrió a Viadimir Ilich la idea de hacer público el Decreto y de que fueran insertados en todos los periódicos con carácter obligatorio, todos los comunicados del gobierno.
Se acordó imprimir inmediatamente el “Decreto sobre la tierra” en librito aparte, con una tirada de no menos de cincuenta mil ejemplares, y distribuirlo en primer término entre los soldados que volvían a las aldeas, pues por conducto de ellos el Decreto llegaría con la mayor rapidez a lo más profundo de las masas. El acuerdo fue magníficamente cumplido en los días siguientes.
Poco después nos dirigimos a pie hacía el Smolny; luego, tomamos el tranvía. Vladimir Ilich, al ver el orden ejemplar que reinaba en las calles, estaba resplandeciente de alegría. Con impaciencia, esperó la llegada de la tarde. Después de la aprobación por el Segundo Congreso de los Soviets de Rusia del “Decreto sobre la paz”, Vladimir Ilich dio lectura con singular claridad al “Decreto sobre la tierra”, que fue aceptado con entusiasmo y por unanimidad.
En cuanto lo aprobaron, lo envié con unos mensajeros a todas las redacciones de Petrogrado, y a otras ciudades lo mandé sin demora, por correo y telégrafo. Nuestros periódicos lo habían compuesto previamente, y por la mañana temprano lo leyeron ya centenares de miles, millones de personas. Toda la población trabajadora lo acogió con júbilo. La burguesía lo recibió con silbidos de serpiente y ladridos de rabia en todos sus diarios. ¿Pero quién hacía caso de ellos entonces?
Vladímir Ilich estaba gozoso.
—Solamente esto —decía—, dejará ya huella en nuestra historia para muchos, muchísimos años. La época de fecunda labor creadora revolucionaria se iniciaba con gran éxito. Durante largo tiempo, Vladimir Ilich siguió mostrando su interés por el “Decreto sobre la tierra”; deseaba saber de continuo cuántos ejemplares del mismo, aparte de los periódicos, se habían repartido entre los soldados y los campesinos. El librito con el Decreto era reeditado muchas veces y distribuido gratuitamente en multitud de ejemplares no sólo en las capitales de provincia y cabezas de distrito, sino en todos los subdistritos municipales de Rusia.
El “Decreto sobre la tierra” llegó a ser, verdaderamente, conocido por todos. Quizá ninguna ley haya tenido en nuestro país tan amplia difusión como la alcanzada por este Decreto, que constituye una de las leyes fundamentales de nuestra nueva legislación, socialista, a la que Vladimir Ilich dedicó tantas fuerzas y energías y a la que concedía tan enorme importancia.

Vladimir Bonch-Bruévich
Colaborador de Lenin
Jefe de la Secretaría del Consejo de
de Comisarios del Pueblo