El Accidente de Frida Kahlo

El Accidente de Frida Kahlo

El Accidente de Frida Kahlo

17 de Septiembre de 1925

El 17 de septiembre de 1925 Frida viajaba en un autobús que fue embestido por un tranvía. Murieron varias personas en el brutal impacto, y Frida sufrió graves heridas, que la afectarían durante toda su vida. El pie derecho, y la pierna derecha, ya muy debilitados por la poliomielitis, quedaron aplastados. Una barra de metal le atravesó la pelvis. Tardó un mes en salir del hospital, y otros tres meses hasta que pudo ponerse en pie. Sufrió los siguientes daños: una clavícula rota; la tercera y la cuarta costilla, fracturadas; tres fracturas pélvicas; once fracturas en la pierna derecha, y el pie derecho aplastado y dislocado.

Alejando Gómez Arias, líder de “Los Cachuchas” y novio por entonces de Frida, que la acompañaba, contó cómo la ropa de Frida estaba desgarrada, llena de sangre y de polvo de oro, que, al parecer, llevaba un pasajero al que se le había desparramado con el accidente. Frida aparecía inundada de rojo y dorado; y mientras Gómez Arias la sacaba entre los hierros retorcidos del autobús, la gente gritaba: “la bailarina, la bailarina”. Por los llamativos colores, habían confundido a Frida con otra artista.

Cuando México rompió sus cadenas.

Cuando México rompió sus cadenas.

Cuando México rompió sus cadenas.

La lucha contra el capitalismo, las injusticias y la opresión de los trabajadores y de los pueblos, siguen manteniendo la llama de Emiliano Zapata por un mundo más justo.

Acabamos de dejar el año del centenario de la muerte de Emiliano Zapata (1919-2019), y cien años después de su desaparición física, sus ideas y su ejemplo de lucha siguen muy presentes en el día a día de millones de personas del mundo entero. Allí donde hay injusticias, donde hay campesinos sin tierras, donde se encuentran los oprimidos, se escucha el grito del valiente guerrillero.

El movimiento zapatista sigue muy vivo:
Recordamos que nada más comenzar el año 1994, el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional liderado por el Subcomandante Marcos (desde 2014 pasó a denominarse Subcomandante Galeano) inició una insurrección armada en el estado de Chiapas al Sur de país. La lucha armada continuó hasta 2006 y desde entonces es un movimiento político que mantiene las reivindicaciones y la lucha contra el capitalismo, las injusticias y la opresión de los trabajadores y de los pueblos, en definitiva siguen manteniendo la llama de Emiliano Zapata por un mundo más justo.

LA MUERTE DE ZAPATA

Era el 10 de abril de 1919, en la Hacienda de Chinameca, estado de Morelos, Emiliano Zapata, el indomable guerrillero caía acribillado por una vil traición.
Zapata fue víctima de la traición, algo que durante toda su vida temió y odió con toda su fuerza. Un complot orquestado con gran cuidado por el coronel Jesús Guajardo mano ejecutora de su jefe el general Pablo González, autor intelectual del asesinato. Ambos al servicio del carrancismo y por lo tanto enemigos del movimiento revolucionario campesino de los zapatistas.

La traición se fraguó de la siguiente manera:
Llegaron rumores a Zapata de desavenencias entre algunos oficiales carrancistas. Éste escribió una carta a Guajardo intentado convencerle para que se sumara a la rebelión. Dicha carta la interceptó el propio Pablo González, y la utilizó como medida de presión y chantaje a su subalterno. Guajardo para reivindicarse y mostrar su lealtad al jefe, inicia un plan aprovechando la ocasión y responde al guerrillero para hacerle creer que está descontento con Carranza y está pensando unirse a él. Además, Guajardo sabiendo que los zapatistas están muy necesitados de municiones, promete al caudillo del Sur la entrega de miles de cartuchos.
Zapata fue durante toda su vida muy desconfiado y cuidadoso, por lo que para comprobar su lealtad pide a Guajardo que fusile a los hombres que tenía presos de Victoriano Bárcenas (antiguo zapatista que estaba causando muchos estragos en Morelos). Éste accede y fusila a varias decenas de los soldados de Bárcenas que militaban en las filas carrancistas.

El 9 de abril de 1919, Zapata y Guajardo se conocieron personalmente en Tepalcingo. Emiliano lo felicitó por incorporarse a la causa del plan de Ayala y brindaron. Sabedor de que una de las grandes pasiones de Zapata eran los caballos, como muestra de buena voluntad, Guajardo le regaló un caballo alazán, llamado el ”As de Oros” . El coronel expresó a su nuevo jefe, que le entregaría los cartuchos al otro día en la hacienda de San Juan Chinameca (dicen que le prometió más de diez mil).
Paradojas del destino, aquel hombre que había hecho de la desconfianza una virtud, confió por vez primera y fue suficiente para ser alcanzado por la muerte.

Salvador Reyes Avilés, fue secretario particular del gran guerrillero, y como testigo directo redactó el parte oficial de su muerte, y describió de la siguiente forma aquellos trágicos momentos:
“(Ordenó Zapata)“ Vamos a ver al coronel y que vengan nada más diez hombres conmigo”. Y montando su caballo, se dirigió a la puerta de la casa de la hacienda. Lo seguimos diez, tal como él lo ordenara, quedando el resto de la gente muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas. La guardia formada parecía preparada para hacerle los honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor, y al apagarse la última nota, al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, de la manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar las pistolas, los soldados que presentaban armas descargaron dos veces sus fusiles y nuestro inolvidable general Zapata cayó para no levantarse más”. (Ref.: Salvador Reyes Avilés, “Parte oficial sobre la muerte de Zapata” 10 de abril de 1919, en “Emiliano Zapata” de Octavio Paz Solorzano, pp. 377-378).

EL PLAN DE AYALA

El 28 de noviembre de 1911 (apenas un año después de iniciada la revolución mexicana), en la localidad de Villa de Ayala (actualmente Ciudad de Ayala), situada en el Estado de Morelos, al sur de México, fue proclamado el texto más importante para los zapatistas, el Plan de Ayala. Desde entonces los gritos revolucionarios campesinos de TIERRA Y LIBERTAD, y LA TIERRA ES DE QUIEN LA TRABAJA, no han parado de sonar en el sur de México.
El Plan de Ayala consta de 15 puntos y entre las consignas más importantes están la del desconocimiento de Madero como presidente de México por considerarlo traidor, y el reparto de las tierras que acapararon los hacendados así como la restitución de los terrenos que fueron despojados durante el porfiriato.

Zapata y sus compañeros decidieron levantarse contra Francisco Madero e iniciar una nueva revolución dentro de la revolución ya existente, por la desconfianza y las pocas esperanzas que tenían en que el nuevo gobierno cambiase realmente la situación de los campesinos ya que veían que no iba a ser los suficientemente ambicioso con la reforma agraria y las reivindicaciones campesinas.
A continuación se hace un breve resumen del momento histórico: Había transcurrido un año desde que  Francisco Madero mediante el Plan de San Luis -(20/11/1910), con-vocara al pueblo a levantarse en armas contra el dictador Porfirio Díaz, lo que originó el inicio de la revolución mexicana. Durante el año 1911, con el dictador ya huido, hubo enfrentamientos entre las fuerzas maderistas y las tropas leales al régimen. El irrepetible guerrillero Pancho Villa ya comenzaba a infundir respeto en el norte del estado mexicano en apoyo de la Revolución maderista.
Se llevaron a cabo elecciones presidenciales en octubre (1911), en las cuales salió elegido Francisco Madero como presidente del país.
Emiliano Zapata y su gente, que ya habían comenzado la revolución campesina en el Estado de Morelos triunfando en pocos meses frente a las fuerzas federales porfiristas, solicitaban a Madero una reforma agraria profunda. Pedían la colectivización de todas las tierras que estaban en manos de explotadores, caciques y grandes terratenientes para que pudieran ser gestionadas exclusivamente por aquellos que trabajaban la tierra, los campesinos y jornaleros.

BREVE ESBOZO DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

El 20 de noviembre de 1910, Francisco Madero con el Plan de San Luis de Potosí, convoca al pueblo mexicano a levantarse en armas para derrocar al tirano Porfirio Díaz, comenzaba así la Revolución mexicana. No podemos olvidar a los hermanos Flores Magón, verdaderos precursores del movimiento revolucionario.
En la que fue la primera Revolución política del siglo XX, se debe destacar por encima de todo que el peso principal de la lucha arrancó y se desarrolló desde las capas más bajas y oprimidas de la sociedad. Sin embargo, como en tantas otras revoluciones, los intereses liberales de la burguesía terminaron por imponerse a los ideales de libertad y justicia del pueblo. Un sector de aquellos primeros combatientes, se encaramó al poder y terminó por traicionar la verdadera esencia de la revolución de la forma más abyecta, en aras de un capitalismo que favoreciese exclusivamente a las clases acomodadas. Quienes representaron un problema o provocaban cierto grado de incomodidad hacia estos oscuros intereses del nuevo poder, fueron aniquilados. En 1919 asesinaron a Zapata como ya hemos explicado anteriormente, y cuatro años más tarde hicieron lo propio con Villa (cuando ya se encontraba totalmente retirado de la lucha armada y de cualquier escenario político).

La revolución mexicana fue la primera gran revolución del siglo XX, y tuvo importantes ecos y repercusión principalmente en América Latina. Un proceso social y político, que encumbró a la categoría de mitos a incansables guerrilleros del pueblo como Pancho Villa y Emiliano Zapata, que provenían de la clase más olvidada y explotada de la sociedad, la indígena. Los oprimidos, los braceros, los campesinos, los sin tierra, se levantaron contra sus amos, contra los ricos hacendados y enseñaron sus dientes.
Fruto de la revolución, en 1917 se creó una Constitución muy avanzada para su tiempo (de hecho a día de hoy sigue vigente), que fue ejemplo para muchos países del mundo, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Se considera la primera Constitución que integró Derechos Sociales en su texto, procedente sin duda de las luchas de las clases populares en la revolución.
Pudo haber sido más ambiciosa y más revolucionaria, pero los acontecimientos inclinaron la balanza hacia el lado moderado de la revolución. La burguesía liderada por Venustiano Carranza había resultado vencedora entre los años 1915 y 1916 derrotando al campesinado y a las fuerzas populares revolucionarias, lideradas por Villa en el norte y Zapata en el sur.
Un siglo después, con gran tristeza y preocupación observamos que México se desangra día tras día. Al infinito grado de corrupción de los sucesivos gobiernos se le añade el gravísimo problema del narcotráfico, el terrorismo de estado con sus hordas de paramilitares, los intereses del atroz capitalismo de grandes multinacionales yanquis, que someten a buena parte de la población a un estado de explotación y miseria, apropiándose injustamente de los recursos naturales que realmente pertenecen a todos los mexicanos y mexicanas.
Con el triunfo electoral de Manuel López Obrador a finales de 2018 llegaron algunos rayos de luz para pensar en la esperanza, y esperemos que México pueda dar un giro hacia la izquierda con políticas en favor de la clase trabajadora.

Para terminar, creo que el noble y guerrero espíritu de Zapata y Villa nos debe acompañar cada día, para que nos rebelemos ante toda forma de injusticia y sobre todo ante este sistema tan despiadado e injusto que padecemos, el capitalismo. Ojalá que el actual gobierno mexicano siga el ejemplo de estos guerrilleros y del resto de revolucionarios que pusieron en pie a México hace más de un siglo.

De la Iª Internacional a la Internacional 5.0

De la Iª Internacional a la Internacional 5.0

De la Iª Internacional a la Internacional 5.0

Necesitamos esa perspectiva, esa certeza, esa herramienta de la Internacional.

FUNDACIÓN DE LA PRIMERA INTERNACIONAL OBRERA

A las pocas semanas de morir Lassalle, el 28 de septiembre de 1864, fue fundada en Londres, en un gran mitin celebrado en el St. Martín Hall, la Asociación Obrera Internacional. Esta organización no era obra de un individuo, un “cuerpo pequeño con una gran cabeza”, ni una banda de conspiradores errabundos; no era ni una sombra fingida, ni un monstruo voraz, como afirmaba, en pintoresca altematividad, la fantasía de los heraldos capitalistas, aguijoneada por los escrúpulos de su conciencia. Era simplemente una forma transitoria de la cruzada de emancipación del proletariado, cuyo carácter histórico la hacía, a la par, necesaria y perecedera.

El régimen capitalista de producción, que es la más flagrante de las contradicciones, engendra los Estados modernos a la vez que los destruye. Fomenta y exalta las diferencias nacionales, y al mismo tiempo crea todas las naciones a su imagen y semejanza. Esta contradicción es irresoluble en su seno y contra él se han estrellado todos los movimientos de fraternidad de los pueblos, de que tanto hablan las revoluciones burguesas. La gran industria, predicando la libertad y la paz entre las naciones, convierte el planeta en un inmenso campo de batalla como jamás lo conociera la historia. Con el régimen capitalista de producción desaparece también la contradicción que entraña. Cierto es que las campañas de emancipación del proletariado sólo pueden plantearse dentro de las fronteras nacionales, ya que, desarrollándose el proceso de la producción capitalista por países, cada proletariado tiene que enfrentarse necesariamente con su propia burguesía. Pero sobre el proletariado no gravita esa concurrencia inexorable que mata en flor despiadadamente todos los sueños internacionales de libertad y de paz de la clase burguesa. Tan pronto como el obrero adquiere la conciencia —y la adquiere en cuanto empieza a alborear en él la de sus intereses de clase-, de que no tiene más remedio que sobreponerse a la competencia intestina con los demás trabajadores para poder oponer una resistencia eficaz a la supremacía del capital, da un gran paso hacia la etapa superior, consecuencia lógica de ésta, en que las clases obreras de los diferentes países dejan de competir entre sí para cooperar, unidas todas contra el imperio internacional de la burguesía. Esta tendencia internacional empieza a despuntar muy pronto en el movimiento obrero moderno. Lo que ante la conciencia de la burguesía, obstruida por sus intereses egoístas, no era más que antipatriotismo, falta de inteligencia y de cultura, constituye una condición vital para la campaña de emancipación del proletariado. Sin embargo, el hecho de que esta campaña pueda superar la eterna discordia entre las tendencias nacionales e internacionales, de la que no acierta a salir la burguesía, no quiere decir que disponga, ni en éste ni en ningún otro respecto, de una varita mágica capaz de convertir su sendero ascensional, duro y escarpado, en una calzada lisa y llana. La moderna clase obrera lucha bajo las condiciones que le ofrece la historia, y estas condiciones no pueden allanarse en un asalto arrollador, sino que han de superarse comprendiéndolas, según la frase hegeliana: comprender es superar.
Franz Mehring*

*Nació el 27 de febrero de 1846 en Schlawe, Polonia. En 1891 ingresó en el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). Entre 1902 y 1907 Mehring fue el editor jefe del periódico socialdemócrata Leipziger Volkszeitung. Miembro del parlamento prusiano entre 1917 y 1918. Durante la Primera Guerra Mundial se alejó del SPD, fundando la Liga Espartaquista junto a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, simpatizando con los bolcheviques y abrazando la Revolución de Octubre. Autor de la más prestigiosa biografía de Karl Marx. Encontrándose enfermo, se vio profundamente afectado por el asesinato de sus camaradas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht el 15 de enero de 1919, falleciendo dos semanas después, el 28 de enero, en Berlín.

LA INTERNACIONAL 5.0

El internacionalismo es, ahora, un imperativo ético.

Este prólogo de Franz Mehring me parecía muy adecuado para conectar las raíces del internacionalismo obrero con las luchas actuales y sus carencias estratégicas. Leía las palabras tan certeras con las que Mehring describe el ambiente y la necesidad en los que se gestó la I Internacional obrera, y me preguntaba sobre por qué ahora los trabajadores carecemos de ese instrumento de lucha. Las condiciones que refleja el viejo texto son exportables, con precisión milimétrica, a los días de hoy. La burguesía crea los Estados nacionales y luego los enfrenta en guerras que los destruyen; la gran industria convierte el planeta en un inmenso campo de batalla como jamás lo conociera la historia. ¿Hay algo más parecido a nuestro escenario?

Aquellos hombres y mujeres pioneros, que deseaban cambiar de raíz ese estado de cosas, el capitalismo, observaron la necesidad de una herramienta superior. Pensaron que si había que oponerse de forma eficaz a la supremacía del capital, si la emancipación proletaria verdadera sólo era posible en un orden superior, supranacional, en el que los obreros debían estar unidos y no enfrentados entre sí; debían inventar ese instrumento. Y lo hicieron, fundando la Internacional. Y al hacerlo no sólo alumbraron la herramienta, sino que hicieron de ella un nuevo motor del pensamiento revolucionario. Hasta que la II internacional arrastró por los suelos todos los postulados internacionalistas conduciendo a los trabajadores al fratricidio en la trincheras de la I Guerra Mundial. Y por eso hubo que reinventar de nuevo el internacionalismo, la herramienta, con la III Internacional, que reunía a aquellos socialdemócratas que abominaron del militarismo, convertidos en comunistas tras la revolución rusa. Y esa nueva Internacional volvió a empujar al movimiento obrero en la buena dirección, a iluminar el camino, a revivir el significado de la emancipación obrera, opuesta inexorablemente a la burguesía, como dijera Marx. Porque para eso habíamos nacido, no para otra cosa. Como dice en el Manifiesto Comunista: “lo que diferencia a los comunistas de los otros partidos obreros, es que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes de todo el proletariado, independientemente de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en la que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto”.

Ahora, con el planeta asolado por la barbarie de las guerras, insufladas por el imperialismo, que enfrenta a unos pueblos con otros; con los países sorprendidos por repentinos estallidos de cólera, de indignación popular, que estallan por doquier; ahora, que los mares se han convertido en una fosa colectiva de proletarios que buscan otros lugares donde vender su fuerza de trabajo, simplemente para poder sobrevivir; ahora, el internacionalismo no sólo es el necesario instrumento de combate de los oprimidos, sino que se ha convertido en un imperativo ético.

Y, sin embargo, ahora ni siquiera tenemos ese instrumento. ¿Por qué? Creo que resulta decisiva la falta de perspectiva en la cuestión de la clase. Como se puede ver al repasar las palabras de Mehring, ése es el eje de la Internacional, la idea inexcusable de la sustitución del poder político de la burguesía por el de la clase obrera, para acabar con el capitalismo. Ese mismo espíritu podemos encontrarlo en este número de Herri en las palabras de Alexandra Kollontay cuando se refiere a las luchas parciales de las mujeres, hay que trasmitirles –viene a decir-, que si no se cambia el sistema, sin la revolución, nunca obtendrán todas sus reivindicaciones, y su libertad nunca será plena. Es lo que falta ahora, la perspectiva en el imaginario popular, en su fantasía, de que es la clase trabajadora, antagónica del capital, la única que puede construir una sociedad nueva. Sin esa certeza, sin esa construcción mental, ideológica, todas la luchas, por violentas que sean las eclosiones, la ira con la que despiertan, se disuelven finalmente y son reintegradas al sistema.

Por eso el interés de este número de Herri sobre la III Internacional en el año en el que celebramos su centenario, por la pertinencia de no olvidar el eje de clase, porque eso es lo unitario y común, entre tanta diversidad y fragmentación de luchas. Hay que insuflar de nuevo ideología de clase para instalar el deseo de socialismo, crear la Internacional 5.0, la nueva, que vuelva a ser motor de ideas para ese cambio, porque el pueblo y también nosotros, los militantes, necesitamos saber que el capitalismo puede ser derrotado, sustituido, relevado de la Historia.
Es necesario, para que cuando lleguemos al gobierno con mayoría, no seamos un parche reformista más, para que ese día sepamos qué hacer, coherentes con nuestros orígenes, con lealtad hacia las ideas para las que nacimos, porque nacimos para acabar con el capitalismo, nacimos para eso, no para otra cosa. Necesitamos esa perspectiva, esa certeza, esa herramienta de la Internacional.

Miguel Usabiaga
Director de Herri

La Internacional Comunista y su contexto histórico en España

La Internacional Comunista y su contexto histórico en España

La Internacional Comunista y su contexto histórico en España

“En cortijos y ciudades, aparecieron pintadas y pancartas que decían “¡Viva Rusia!”, “¡Viva Lenin!” “¡Vivan los soviets!”

LOS EFECTOS DE LA 1ª GUERRA MUNDIAL
La llegada de la Gran Guerra fue acogida con cierta incertidumbre en la población española. La neutralidad del país fue aprovechada por los capitalistas, que navegaron en las aguas de la especulación.
El resultado fue el de una auténtica vorágine de beneficios para los bancos y las grandes empresas, mientras por el otro lado hubo un estancamiento en el nivel de vida de la inmensa mayoría de la sociedad.
Los precios de los bienes de consumo, principalmente los más básicos, se incrementaron notablemente durante estos años, pero sin embargo los salarios crecían muy poco, lo cual provocó una fuerte pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores. Mientras tanto, las ganancias de las élites económicas y empresariales se multiplicaban, siendo en muchos casos desorbitantes. Esta situación provocó que la lucha de clases se destapara definitivamente en buena parte del territorio y se mostrara en su forma más cruda y descarnada.
Extensas capas populares se sumaron al movimiento obrero, trabajadores industriales y del campo se politizaron y tomaron cada vez más conciencia política y se adhirieron a las movilizaciones y a la lucha en las organizaciones obreras, políticas y sindicales, aumentando notablemente la politización y participación de las masas. Los principales epicentros de la movilización obrera fueron en aquel momento Bilbao y Barcelona.
Por otro lado, la violencia estatal y la represión para proteger a patronos y propietarios se elevaron hasta límites insospechados.
En resumen, la coyuntura internacional provocada por la guerra imperialista, agravó de forma obscena la desigualdad, poniendo a un lado a los grandes beneficiarios, las oligarquías, y al otro a la inmensa mayoría de la población. Por supuesto, los distintos gobiernos nada hicieron por transferir o distribuir parte de esas ganancias a la colectividad nacional.

1917 año de huelgas. La gran huelga de agosto.
En 1917 las huelgas y conflictos laborales se sucedían y multiplicaban por todo el país. Son destacables las huelgas en Bilbao de 27.000 metalúrgicos, y la de los ferroviarios en Valencia que se convirtió en general.
A raíz de la huelga de los ferroviarios de Valencia en el mes de julio, acabó estallando un gran conflicto social. Se pedía la readmisión de los trabajadores despedidos y una serie de mejoras laborales. Debido a la intransigencia de la patronal, los sindicatos acabaron convocando una huelga para el 13 de agosto.
Entre el 13 y 14 de agosto en muchas ciudades el paro fue total. Hubo movilizaciones muy fuertes en Madrid, Bilbao (en Vizcaya hubo más de 100.000 obreros en huelga), en Asturias donde los mineros se hicieron dueños de la situación, y también en Cataluña con Barcelona a la cabeza.
El gobierno sacó al ejército a las calles desde el día 13, hubo constantes ráfagas de ametralladoras y balazos para acallar las protestas. El resultado de la feroz represión se estima en más de 100 obreros asesinados, y más de 2.000 encarcelados.
En los meses siguientes hubo grandes movilizaciones pidiendo la amnistía de los cientos de encarcelados, fue en estos mítines y manifestaciones a comienzos de noviembre de 1917 donde empezaron a llegar las primeras noticias de la revolución proletaria en Rusia, y se escucharon los primeros gritos de ¡Viva Rusia! y ¡Vivan los Soviets!

LOS ECOS DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE

La toma del poder por parte de la clase obrera en Rusia fue como un inmenso relámpago en mitad de una noche oscura. Un auténtico estruendo y terremoto revolucionario de proporciones jamás vistas hasta entonces, que se propagó en poco tiempo por la inmensa mayoría de países del planeta.
La España de 1917 como hemos visto, era un auténtico hervidero de luchas sociales. El ejemplo de los bolcheviques con su triunfante revolución corrió rápido como la pólvora a lo largo y ancho del territorio, y fue un verdadero catalizador revolucionario, especialmente en el campo.
Trienio bolchevique (1918-1920)
El campesinado español tomó el relevo del movimiento obrero y emprendió una impresionante movilización de masas. Miles de campesinos pobres y jornaleros de las grandes fincas de los caciques andaluces se lanzaron a la lucha con sucesivas huelgas generales, ocupaciones de fincas improductivas y la proliferación de sociedades y organizaciones obreras en los pueblos y aldeas. Se pasó de 1’8 millones de jornadas perdidas en huelgas en el campo en 1917, con 71.400 huelguistas, a 7,3 millones de jornadas y 244.700 huelguistas en 1920.
En cortijos y ciudades, aparecieron pintadas y pancartas que decían “¡Viva Rusia!”, “¡Viva Lenin!” “¡Vivan los soviets!” Se ocuparon fincas y se expulsaron a terratenientes que se apoyaban en la Guardia Civil y el ejército para masacrar a los campesinos. Por primera vez en la historia del campo andaluz, los señoritos y caciques eran los que salían despavoridos huyendo ante el empuje revolucionario de braceros y jornaleros. La respuesta no se hizo esperar y hubo una durísima represión, con fusilamientos, detenciones en masa, y fuertes condenas de prisión.
Este periodo de intensas luchas y movilizaciones al calor de la ola revolucionaria procedente de Rusia, se denominará “Trienio Bolchevique”.

LA HUELGA DE “LA CANADIENSE”

Entre febrero y marzo de 1919 tuvo lugar la huelga de “La Canadiense”. Que es recordada como una de las mayores y más importantes huelgas de la historia del movimiento obrero español, la cual supuso una gran victoria de los trabajadores consiguiendo entre otras conquistas, la jornada de ocho horas.
El conflicto se inició el día 5 de febrero en la empresa Riegos y Fuerzas del Ebro, filial de la compañía de capital más conocida como “La Canadiense” que era la principal productora y suministradora de energía eléctrica de Cataluña.
La huelga se extendió a otros sectores y se llegó a paralizar el 70% de la actividad industrial de Cataluña durante más de un mes. La patronal intentó reventar la huelga, respondiendo con cierres patronales de fábricas, pero ni eso, ni los tres mil encarcelados en Montjuïc, ni el estado de guerra decretado en la provincia, fueron suficientes. Tras 44 días de conflicto, se alcanzó un acuerdo: readmisión de todos los despedidos, liberación de los encarcelados, el pago de los salarios por los días de huelga y el aumento de los jornales. En el mes de abril el gobierno firmó el decreto de la jornada de ocho horas, en definitiva una gran victoria de los trabajadores.
Para muchos significa la huelga más importante de la historia sindical española, por su enorme magnitud en todos los sentidos, siendo recordada con pavor entre la burguesía, y como un hito y orgullo para la clase obrera.

LA TERCERA INTERNACIONAL Y SUS CONSECUENCIAS

A iniciativa de Lenin nació la Tercera Internacional, también denominada Internacional Comunista (Komintern en su abreviatura en ruso), cuyo I congreso se celebró en Moscú del 2 al 6 de marzo de 1919.
Este hecho tuvo una rápida acogida en el movimiento obrero español. Se crearon numerosos grupos de apoyo y se fundó un Comité Nacional de Partidarios de la III Internacional, que llegó a tener un periódico, “La Internacional”.
Debate y escisiones en el PSOE
En el seno del PSOE se generó un amplio debate en torno a la adhesión a la Internacional Comunista. El 15 de abril de 1920 en Madrid se reunió el Comité Nacional de la Federación de Juventudes Socialistas y decidió transformarse en el Partido Comunista Español. Entre sus fundadores estaban Merino Gracia, Dolores Ibárruri y Juan Andrade entre otros jóvenes, y tuvo como órgano de prensa “El Comunista”.
El 19 de junio de ese mismo año, se reunía el Congreso extraordinario del PSOE para tratar la adhesión a la Tercera Internacional. En un principio la mayoría estaba en favor de la adhesión. El congreso decidió por 8.269 votos a favor contra 5.016 y 1.615 abstenciones separarse de la II Internacional e ingresar en la III. Pero dicho acuerdo se aplazaba y estaba sujeto a las condiciones de la adhesión, y para este objetivo fueron designados dos delegados, uno de cada tendencia, para viajar a Moscú, que fueron Daniel Anguiano partidario de la adhesión y Fernando de los Ríos, contrario y muy crítico. Dentro de la propia dirección del PSOE se observaban claramente dos tendencias muy enfrentadas, la reformista y la revolucionaria.

Del 19 de julio al 7 de agosto de 1920 se celebró en Moscú el II Congreso de la Internacional Comunista, cuyos objetivos principales eran marcar los principios ideológicos y formas organizativas de los partidos que iban a integrarse en esta nueva Internacional. Para ello, se aprobaron las 21 condiciones que se exigían para adherirse, encaminadas a buscar la unificación ideológica de los partidos comunistas que habían surgido e iban apareciendo en cada país.

La CNT por su parte, partidaria de la revolución soviética en un primer momento tras el triunfo bolchevique, envió a Ángel Pestaña que era reacio a los 21 puntos en base al “apoliticismo” de su organización, poco después tomarían distancia y se separarían del apoyo al modelo bolchevique.
El recién creado Partido Comunista Español envió como delegado a Merino Gracia, que fue recibido por Lenin, quien mostró un gran interés por la situación en España, especialmente por los problemas del campesinado.
En marzo de 1921 tuvo su I Congreso el joven Partido Comunista Español, que eligió a su Comité Central (Rafael Millá, Merino Gracia y Juan Andrade entre otros).
Un mes después en el Congreso del PSOE, se debatieron las tesis de Daniel Anguiano partidario de ingresar en la Internacional Comunista, y las de Fernando de los Ríos, contrario a la adhesión y en favor de recuperar una nueva II Internacional. Resultaron vencedoras las del segundo, (8.808 votos contra 6.025), por lo que se rechazaban las 21 condiciones, y decidían ingresar en la Comunidad del Trabajo con sede en Viena, denominada “Segunda Internacional y Media”.
Tras la votación, Antonio García Quejido se levantó para anunciar que los partidarios de la Tercera Internacional abandonaban el PSOE para constituir un nuevo partido comunista. Por tanto, tras la derrota de las tesis lideradas por Anguiano, los delegados partidarios de esta postura, abandonaron el Congreso, firmaron una declaración y constituyeron el Partido Comunista Obrero Español. Nacía así el segundo partido comunista en España, adherido a la III Internacional. El Comité Nacional provisional quedó integrado por Antonio García Quejido, Manuel Núñez de Arenas, Daniel Anguiano, Virginia González, y Facundo Perezagua.
La fusión de los dos partidos comunistas y el nacimiento del PCE
Desde la Tercera Internacional se apostaba por la unificación de los partidos comunistas, para conseguir la existencia de un solo partido comunista en cada país. Esto facilitó la fusión de los dos partidos comunistas existentes en España.

Del 7 al 14 de noviembre de 1921 se celebró en Madrid una Conferencia común para la fusión de ambos partidos, el Partido Comunista Español y el Partido Comunista Obrero Español, surgiendo así el Partido Comunista de España (PCE).
El primer Congreso del PCE tuvo lugar el 15 de Marzo de 1922 en Madrid, y se eligió un Comité Central compuesto entre otros militantes, por Antonio García Quejido (Secretario General); Ramón Lamoneda (Secretario del Interior); Virginia González (Secretaria Femenina); Antonio Malillos (Secretario Sindical). El órgano de prensa central del Partido fue “La Antorcha”.

Al mismo tiempo que el Partido, se fusionaron las dos Juventudes Comunistas, quedando constituida la Federación de Juventudes Comunistas de España. Su órgano de prensa fue «El Joven Comunista».

REACCIÓN Y DICTADURA

Tras la Revolución rusa, el miedo de las oligarquías y burguesía de todos los países era más que evidente y en España no lo fue menos. A partir de 1918 la confrontación fue en aumento llegando hasta cotas realmente virulentas y feroces, aunque en clara desigualdad de condiciones.

Finalmente acabó imponiéndose la vía reaccionaria, y llegó la dictadura en septiembre de 1923 con el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, inaugurando un periodo represivo y dictatorial de siete años.

En la decisión de la oligarquía de imponer una dictadura estaba de fondo el impulso democratizador que se apreciaba en el conjunto de España, ya que el caciquismo, sistema que sustentaba el bipartidismo desde el inicio de la restauración (1874) se estaba resquebrajando. El golpe de 1923, (como el de 1936) se oponía fundamentalmente al proceso democratizador y a la presencia en gobiernos de la clase obrera organizada.

Debido a la sistemática persecución y represión, la dictadura provocó una enorme merma en el movimiento obrero que costó muchísimo tiempo recuperar. Cierre de sedes y prensa obrera, ilegalización de organizaciones políticas obreras y sindicatos, miles de detenciones y encarcelamientos masivos, y por supuesto torturas y ejecuciones, además miles de personas tuvieron que marchar al exilio. Los golpes más duros de esta dictadura fueron principalmente para la CNT y el PCE, quienes se llevaron la peor parte. Por el contrario, UGT y PSOE navegaron por otras aguas y tomaron la vía del colaboracionismo con el régimen.

David Armendariz  Graduado en Geografía e Historia.
Militante del PCE-EPK

Mujeres Comunistas en el nacimiento de la Internacional

Mujeres Comunistas en el nacimiento de la Internacional

Mujeres Comunistas en el nacimiento
de la Internacional

n octubre de 1917, la toma del poder situó a los bolcheviques ante un gigantesco nudo de problemas: el hundimiento de la producción industrial, el sabotaje de decenas de miles de empleados públicos, la creciente dislocación del ejército, las negociaciones de paz con Alemania y Austria, los levantamientos organizados por sus adversarios, la insurrección de los antiguos prisioneros de guerra checoslovacos y la guerra civil apoyada por los imperialistas extranjeros. Pese al dramatismo de la situación, los bolcheviques adoptaron sin demora una serie de medidas emancipatorias para la mujer: derecho al divorcio, derecho al aborto, Código Matrimonial igualitario, mismo derecho al sufragio para hombres y mujeres.

Los bolcheviques, considerando desde el principio su acción política como parte indisoluble de una lucha internacional, se preocuparon por fundar la Internacional Comunista lo antes posible. Y ésta se proclamó en Moscú durante un congreso constitutivo celebrado en marzo de 1919 por una quincena de partidos, entre los cuales el Partido Bolchevique es, en ese momento, el único partido de masas.
Ese año 1919 es el del apogeo del “comunismo de guerra”; un sistema de estricta supervivencia, rigurosamente centralizado y asentado en la requisa de la producción agrícola, en el que la economía está íntegramente subordinada a las necesidades de la guerra civil.

El primer congreso de la Internacional comunista, que nace en ese contexto, aprueba un Manifiesto dirigido a establecer la necesidad objetiva de la revolución proletaria: “la incapacidad del capitalismo para continuar desarrollando las fuerzas productivas ha llevado a los Estados a levantarse los unos contra los otros por el nuevo reparto de un mercado mundial que se ha vuelto demasiado estrecho. Así, se ha engendrado la guerra que ha arrastrado a la revolución al más débil de los estados beligerantes. La conquista del poder es, por tanto, inminente en los demás países”. Este objetivo pone en el centro la emancipación de los pueblos colonizados, a los que el Manifiesto asigna un lugar importante y cuyos amos han sido sacudidos por la guerra: la lucha de estos pueblos aparece, efectivamente, como el medio de la revolución, mientras que la emancipación de las mujeres se concibe más bien como su resultado.

La carta de Inessa Armand
Unos meses después de la fundación de la Internacional comunista, Lenin confía a Inessa Armand, colaboradora de la sección de mujeres trabajadoras del Comité Central del Partido Bolchevique, la tarea de impulsar la actividad revolucionaria entre las mujeres. El 2 de enero de 1920, Inessa Armand envía una carta a todos los partidos de la Internacional. La carta comienza describiendo la situación jurídica de la mujer en Rusia y afirma la posibilidad real de cambiar las condiciones de existencia de las mujeres:
“En la Rusia soviética, la obrera y la campesina disfrutan absolutamente de los mismos derechos que el obrero y el campesino. Son electoras y elegibles en todos los soviets y para todos los puestos, incluido el de comisarios del pueblo. También poseen derechos igualitarios con respecto a su estado civil y en el seno del matrimonio. La Constitución soviética y los decretos sobre el matrimonio han aniquilado cualquier forma de poder marital.
Por otra parte, la dictadura proletaria nos coloca ante la posibilidad de instaurar, desde este mismo momento, unas nuevas formas de vida social y privada encaminadas a la liberación social de la mujer en el sentido de liberación de la familia y de las preocupaciones relativas a la educación de los niños; nos encontramos, por consiguiente, ante la posibilidad de romper las últimas cadenas que todavía atan a la mujer”.

Inessa Armand subraya que esta actividad específica debe conducir a las mujeres a la lucha general contra el Capital:
“Desde hace un año estamos realizando un trabajo pro-pagandístico bastante importante entre las mujeres obreras. Naturalmente, la finalidad de esta propaganda no es de ninguna manera feminista [subrayado por Inessa Armand]. Nuestro único objetivo es atraer a la masa de las obreras a la lucha del proletariado contra el imperialismo”.

Su posterior y extensa descripción del trabajo de agitación y organización del Partido Bolchevique entre las obreras y las campesinas tiene el objetivo de estimular, gracias a la fuerza comunicativa del ejemplo, a los partidos comunistas que aún no realizan ninguna actividad en este sentido:
“Cada comité del Partido Comunista tiene una sección de propaganda entre las mujeres (obreras y campesinas principalmente), que organiza conferencias trimestrales de delegadas de fábricas y factorías. Además, cada semana se celebran asambleas de delegadas de obreras que reúnen a las representantes de todas las fábricas y factorías del lugar.”

Estas medidas enumeradas por Inessa Armand se enfrentan con un doble obstáculo: por un lado, con el pasado de la Rusia zarista donde la mujer se consideraba un ser inferior y con el conjunto de prejuicios heredados de ese pasado; y por otro, con la espantosa destrucción de las fuerzas productivas generada por las guerras mundial y civil, que siembra ruina, frío, hambre, tifus y cólera, todas ellas condiciones materiales poco propicias para una emancipación real de las obreras y las campesinas. Esto es lo que subrayan Bujarin y Preobrajensky en su “ABC del comunismo”, publicado en 1920, donde, al mismo tiempo que relatan las medidas adoptadas por el poder soviético para instaurar la igualdad entre hombres y mujeres en el seno del matrimonio, las relaciones familiares y los derechos políticos, también insisten en el carácter en parte formal de esta igualdad:

“La tarea de nuestro partido consiste ahora en llevar esta igualdad a la práctica. Se trata, sobre todo, de hacer comprender a la amplia masa de trabajadores que la esclavitud de la mujer también les perjudica a ellos. En la actualidad, los obreros siguen considerando a las mujeres como seres inferiores y, en los pueblos, la gente continúa riéndose de las mujeres que quieren participar en los asuntos públicos […]. En este país, las mujeres obreras están mucho más atrasadas que los hombres. De hecho, se las mira desde muy por encima del hombro. Se impone, por lo tanto, un trabajo enérgico destinado, en primer lugar, a que los hombres aprendan a considerar a las mujeres obreras como iguales a los trabajadores hombres y, después, a iluminar a las mujeres e incitarlas a usar los derechos que se les otorgan sin vergüenza ni temor […]. Lo principal no es otorgar derechos sobre papel sino dar la posibilidad de ejercerlos. ¿Cuál es la posibilidad real de que la obrera ejerza sus derechos si tiene que ocuparse del trabajo doméstico? Es preciso que la república de los soviets alivie el destino de la mujer trabajadora y la libere de obligaciones domésticas que se remontan a los tiempos de Matusalén”

Los autores enumeran las instituciones que sería preciso crear para pasar de la igualdad formal a la igualdad real:
“Casas comunitarias (…) con lavanderías colectivas, restaurantes populares, guarderías, jardines de infancia, colonias infantiles de verano, cantinas escolares, etc. Todo ello con el objetivo de descargar a la mujer y de darle la oportunidad de ocuparse de todas las cosas que interesan a los hombres. Pero es difícil crear estas instituciones en este período de miseria y hambre”.

Difícil es un eufemismo. Al igual que para los demás dirigentes del Partido Bolchevique, para Bujarin y Preobrajensky la solución está en la próxima revolución mundial que aportará a la arruinada Rusia la ayuda de los países ricos y permitirá, de esta forma, dar un contenido real a los derechos formales.
“Toda Europa pasará, inevitablemente, al régimen de la dictadura del proletariado y después al comunismo. Por consiguiente, Rusia no podrá permanecer en el capitalismo cuando Alemania, Francia e Inglaterra hayan pasado a la dictadura del proletariado. Es evidente que Rusia será fatalmente arrastrada al socialismo. Su falta de cultura, la insuficiencia de su desarrollo industrial, etc., todo esto carecerá de importancia cuando Rusia se asocie a los países más cultivados en una república mundial o, al menos, europea, de los soviets.”

Este fragmento, extraído de un manual popular que sentaba cátedra, ilumina el pensamiento y los objetivos de los dirigentes soviéticos en 1920: Rusia es un país capitalista arruinado, dirigido por el partido de la clase obrera, que sólo podrá encaminarse al socialismo en el marco de una revolución europea victoriosa. De ahí la importancia atribuida a la Internacional Comunista y a su actividad en aquel momento. A la espera de la revolución victoriosa, es necesario resistir. La mencionada carta de Inessa Armand termina con una simple demanda y una sugerencia:
“Sería fundamental poder llegar a un acuerdo internacional sobre la acción que se debería llevar a cabo. Una conferencia internacional de mujeres comunistas nos parece, por lo tanto, de capital importancia”.

A fin de prepararla, una comisión dirigida por la comunista alemana Clara Zetkin propone la creación de una Secretaría Internacional Femenina con un estatus de sección particular subordinada al Comité Ejecutivo de la Internacional. Éste último autoriza su creación. Durante los primeros años de su existencia, la Secretaría Femenina dispone en la Internacional de mucha mayor autonomía que las demás secciones, probablemente por el carácter electivo de sus miembros, así como por el prestigio de sus dirigentes.

La falta de respuesta extranjera suficiente, provocan que Inessa Armand y sus colaboradoras se tengan que limitar a la organización, el 16 de julio de 1920, en Leningrado, de una primera “reunión privada de delegados y delegadas” de nueve países (Francia, Inglaterra, Italia, Rusia, Suecia, Georgia, India, México y Bulgaria) en vísperas de la apertura del Segundo Congreso de la Internacional Comunista. Esta reunión insiste en la necesidad de “convocar la Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas, aunque el número de delegadas no sea tan considerable como se hubiera deseado antes de finalizar el congreso”. La conferencia, que reúne a delegadas de 19 países, se celebra en Moscú, donde se celebra el Segundo Congreso de la Internacional, del 30 de julio al 6 de agosto. Este congreso adopta los estatutos de los que la Internacional carecía hasta ese momento. El artículo 16 de estos estatutos (que incluyen 17 artículos) proclama: “El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista sanciona el nombramiento de una secretaría del movimiento femenino internacional y organiza una sección de Mujeres Comunistas de la Internacional”. Pero el congreso, que adopta resoluciones sobre el movimiento sindical y los comités de fábrica, sobre la cuestión nacional y la colonial, la cuestión agraria y el parlamentarismo; no aprueba ningún texto acerca de las mujeres. ¿Por qué? La respuesta se encuentra en las primeras líneas de la “Resolución sobre el papel del Partido Comunista en la revolución proletaria”, que afirman:
“El proletariado mundial se halla en vísperas de una lucha decisiva, esto es, de la conquista del poder”. Por lo tanto, el congreso sólo examina aquellos problemas que, a su juicio, están directamente ligados a esta lucha decisiva. Y ésta es la razón por la que adoptan las famosas 21 condiciones de admisión de los partidos en la Internacional Comunista, que apuntan a evitar “la invasión [de la Internacional] por parte de grupos indecisos y titubeantes, incapaces de preparar la toma del poder en razón de su estrecha vinculación con la democracia burguesa y sus instituciones parlamentarias”. Desde el punto de vista de la Internacional, la cuestión femenina no participa de esta perspectiva inmediata. La Secretaría Femenina del Comité Ejecutivo de la Internacional, que el congreso mandó, tarda varios meses en ponerse en acción. El Comité Central de cada Partido Comunista tiene que crear una sección de mujeres, como la del Comité Central del Partido Bolchevique, apoyada, en su caso, en toda una red de comisiones de mujeres repartidas por los diversos escalones del partido: la Secretaría Femenina ha de coordinar la red internacional proclamada pero aún embrionaria.
La organizadora de la primera Conferencia de Mujeres Comunistas, Inessa Armand, está agotada por ese trabajo, así como como por las privaciones y la tensión del momento, y se marcha a descansar al Cáucaso, donde enferma, contagiada por la epidemia de cólera que asola la región, y muere el 24 de septiembre de 1920. Su muerte coincide con la recuperación de Alexandra Kollontay, quien había estado inmovilizada durante largos meses a causa del tifus. Es inmediatamente destinada a la dirección de la sección femenina del Comité Central del Partido Bolchevique, “sucediendo”, por tanto, a Inessa Armand. Sus diferentes escritos acerca de los problemas de la mujer y la familia habían causado un gran revuelo debido a sus argumentos en defensa del “amor libre”, conjugados con su apología de la maternidad como deber social.

La Secretaría Internacional Femenina
En un principio se piensa que la Secretaría Internacional Femenina esté constituida de tres a seis miembros, pero finalmente ésta se compone de ocho mujeres, de las cuales seis son rusas: Nadejda Krupskaia, Alexandra Kollontay, Lilina Zlata, Konkordia Samoilova, Liudmila Stal, Similova, la holandesa Henriette Roland Holst y la suiza Rosa Bloch, a las que se suma la secretaria general, Clara Zetkin. La Secretaría Internacional Femenina se reúne por primera vez el 20 de noviembre de 1920. Del 9 al 15 de junio de 1921 bajo la presidencia de Clara Zetkin, se reúne la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas en vísperas del Tercer Congreso de la Internacional, donde el “trabajo femenino” tendrá un gran protagonismo. Dos meses antes había salido, en Stuttgart, el primer número de la revista “La Internacional Comunista de las mujeres”, dirigida por Clara Zetkin. En el informe que presenta Kollontay a dicha conferencia, comienza señalando los objetivos generales de la Secretaría Internacional Femenina:
“Desarrollar la influencia de la Internacional en las más amplias masas de las trabajadoras proletarias o semiproletarias, y contribuir al fortalecimiento de los lazos entre las secciones femeninas de los partidos comunistas de los países occidentales y orientales”.
Tras seis meses de existencia, el balance del trabajo es desalentador:
“No hay secciones femeninas en todos los partidos comunistas y, sobre todo, no hemos recibido informes políticos de ninguna organización, y sólo siete organizaciones se han tomado la molestia de aportar documentos a la conferencia: Suecia, Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Suiza, Bulgaria y Alemania -el único país con el que la Secretaría mantiene alguna relación regular” -precisa Kollontay.
Kollontay propone tres líneas de intervención: el día internacional de la mujer del 8 de marzo, la lucha contra la prostitución y la batalla por la despenalización del aborto, legalizado en la Rusia Soviética desde 1918. En un gran discurso programático, Clara Zetkin afirma que el peso de todas las medidas adoptadas por el régimen capitalista para asegurar su supervivencia recae con una fuerza particular sobre las mujeres:
“A las mujeres les afectan de una forma más intensa las necesidades vitales derivadas del régimen capitalista y agudizadas en este período de declive. Ésta es la razón por la que la mujer debe intervenir como pionera de la revolución, pero no sola, por supuesto, ni aislada de las amplias masas del proletariado, sino como destacamento de vanguardia de la revolución”.

El largo debate de esta conferencia está atravesado por una cuestión subyacente, la de las perspectivas de la revolución. ¿Inminente o más lejana? Desde el punto de vista de Kollontay, la revolución es inminente. Así, pues, Kollontay deja de lado el combate por las reivindicaciones sociales reduciéndolo a elementos de propaganda para la revolución y afirma:
“no hay que dirigirse a las criadas y a las empleadas domésticas pidiendo para ellas la jornada de ocho horas y el derecho a una habitación propia, sino que es preciso decirles: sin la revolución, sin la dictadura del proletariado, sin el poder soviético, no lograréis estas dos reivindicaciones”.

Como no se trata de organizar a estas mujeres para ayudarlas a arrancar dichas reivindicaciones, sino de intentar convencerlas de que la revolución es la condición previa, necesaria, para obtener su satisfacción, el “trabajo femenino” debe consistir, esencialmente, en una actividad de propaganda. Y Kollontay expresa su esperanza de que la reunión prevista para el año siguiente sea una conferencia de las mujeres de los países soviéticos. Se produce un intenso debate. Clara Zetkin reprocha a Kollontay su desinterés por trabajar con las mujeres de la intelligentsia, mientras que otras dos delegadas, una coreana y una armenia, la acusan de ignorar totalmente la situación de las mujeres orientales -a quienes la guerra acababa de sacar de sus harenes-, que no cabe abordar como si se tratara de mujeres europeas. La Secretaría queda reestructurada como una auténtica Secretaría Internacional compuesta por seis mujeres: Clara Zetkin, Hertha Sturm, Lucie Colliard, Alexandra Kollontay, Lilina Zlata y Varvara Kasparova. Ésta última, de origen tártaro, que codirige junto a Alexandra Kollontay la sección de mujeres del Comité Central del Partido Bolchevique, encabeza la sección de Oriente de la Secretaría y es la responsable de la oficina de organización establecida. La conferencia desemboca en unas decisiones que serán confirmadas algunas semanas después en el Tercer Congreso de la Internacional.

El Tercer Congreso de la Internacional comunista, celebrado desde el 22 de junio al 12 de julio de 1921, adopta al menos tres resoluciones sobre las mujeres: “Tesis para la propaganda entre las mujeres”, “Resolución sobre las relaciones internacionales de las mujeres comunistas con la Secretaría Femenina de la Internacional Comunista” y “Resolución sobre las formas y métodos del trabajo comunista entre las mujeres”. Esta vez la cuestión femenina figura, por lo tanto, entre las grandes cuestiones del congreso, que afirma:
“Es absolutamente irrefutable que la lucha revolucionaria del proletariado por el poder manifiesta en la actualidad un cierto debilitamiento, una cierta ralentización a escala mundial. De ahí la necesidad conjunta de luchar por el Frente Único (de comunistas y socialdemócratas) y de extender el trabajo de agitación, propaganda y organización en torno de las reivindicaciones de las masas más amplias”.
Las tesis definen, al mismo tiempo, los principios generales que deben guiar una actividad comunista con las mujeres y las modalidades detalladas de esa actividad. La parte fundamental de las tesis es, sin duda, su sexto punto.
“La lucha de la mujer contra su doble opresión, el capitalismo y la dependencia familiar y doméstica, debe adoptar en la próxima fase de su desarrollo un carácter internacional, transformándose en lucha del proletariado de ambos sexos por la dictadura y el régimen soviético”.
Partiendo de la consideración de que “las mujeres nunca deben olvidar que todas las raíces de su esclavitud arraigan en el régimen burgués”, las tesis precisan que no hay cuestiones específicamente femeninas “y que el comunismo sólo se alcanzará gracias a la unión en la lucha de todos los explotados y no mediante la unión de las fuerzas femeninas de dos clases antagonistas”. El texto insiste, asimismo, en la necesidad de “combatir los prejuicios relativos a las mujeres en las masas del proletariado masculino, de luchar de forma sistemática contra la influencia de la tradición, las costumbres burguesas y la religión”.
En lo que atañe a las mujeres, el congreso distingue el trabajo que se debe realizar en tres sectores diferentes: en los países de régimen soviético, en los países capitalistas y en los países de economías económicamente atrasadas (Oriente). En relación con esta última región, se insiste en “la necesidad de luchar contra la influencia del nacionalismo y la religión en las mentalidades, y de trabajar, sobre todo, con la masa de obreras que trabajan a domicilio (pequeña industria) y con las trabajadoras de las plantaciones de arroz, algodón y otras, y se prevé una instrucción especial en los métodos de trabajo con las mujeres de Oriente”.

A fin de organizar este trabajo, la Secretaría Femenina intenta constituir una red de “corresponsales” internacionales, que se reúnen por primera vez en Berlín los días 25 y 26 de enero de 1922. La segunda conferencia de las corresponsales internacionales, que vuelve a reunirse en Berlín durante los días 24 y 25 de octubre de 1922, precisa la orientación de esta actividad. Uno de los diez puntos de la orden del día aborda las “Principales cuestiones de la agitación y de la acción entre las mujeres proletarias”. Este punto hace hincapié en los problemas sociales, cuyo peso recae especialmente en las mujeres: “la carestía de la vida, el paro y el empobrecimiento creciente están en el centro de cualquier agitación femenina”, y añade la reivindicación de un “seguro para las futuras madres.”

El Cuarto Congreso de la Internacional comunista, que se reúne del 3 de noviembre al 5 de diciembre de 1922, sólo dedica una breve resolución a “la acción femenina”, que subraya tanto el acierto de la orientación decidida en el congreso precedente como las extremas reticencias de los dirigentes de muchos de los partidos comunistas a ponerla en práctica:

“Algunas secciones no han cumplido, o sólo lo han hecho de forma superficial, con su deber de sostener de forma sistemática el trabajo comunista entre las mujeres. Aún no han aplicado las reglas de organización de las mujeres comunistas en el Partido, ni creado los órganos del Partido indispensables de cara al trabajo entre mujeres y al establecimiento de lazos con estas últimas. El Cuarto Congreso exige a estas secciones que emprendan lo más rápidamente posible el trabajo descuidado (…). El frente único proletario sólo puede llevarse a cabo si las mujeres forman parte de él (…). Una sólida vinculación entre los partidos comunistas y las mujeres permitirá a estas últimas, en determinadas circunstancias, abrir el camino al frente único proletario en los movimientos de masas revolucionarios.”

Este congreso marcará un antes y un después, es el último congreso en el que Lenin tomará la palabra. Un cambio aún invisible para los delegados y delegadas, pero que será decisivo en el futuro.

BALAS DE PLATA

BALAS DE PLATA

BALAS DE PLATA

«A Miguel Hernández»

Desde la cárcel sólo poemas sabías regalar a tu pequeño Manuel. «Ríete, niño, que te tragas la luna cuando es preciso», animabas a tu retoño, alimentado con pan y cebolla. Desde la cárcel bellos poemas nos regalaste a cuantos hoy y desde siempre, adoramos la pureza de tus versos, la fortaleza de tus palabras.
Nos dijiste adiós siendo joven, los malvados te empujaron. Despreciaban la poesía, la tuya, Miguel, también la de los hermanos Machado, también la de Juan Ramón Jiménez, también la de Federico García Lorca. También la de…, tantos y tantos proscritos de la dictadura.
«A sangre y fuego» proclamaba el nuevo orden. «Viva la muerte», «Muera la inteligencia», gritaba hasta desgañitarse Millán-Astray. Tú, poeta, negabas lo ridículo, lo bárbaro. Desde tu redil carcelario también gritabas, eran voces de vida, de esperanza. Tu hijo pasaba hambre, Josefina, tu compañera lo escribió en una carta. La respuesta no tardó:
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
Escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.

De risco en risco trotabas cuidando cabras. ¡Niño que no escape ninguna! —Imperó tu padre— ¡Ésta es tu escuela, ésta es tu vida! Obedeciste, en el fondo te gustaba, era la soledad del pastor, la libertad del poeta. Y bien que aprendiste del despoblado retiro.
Veinte años tenías cuando, con ahorros acumulados y no gastados, estrenaste tu primera máquina de escribir. En Orihuela, cada mañana, con tu hatillo al hombro, tras las cabras o con ellas, ascendías al monte, hasta la Cruz de la Muela. Mientras ellas pastaban y descansaban, tú trabajabas. Con rítmico tecleteo, hasta altas horas del atardecer, ensamblabas palabras de ilusión, de vida, de pasión. Ni una sola cabra se perdió.
Cosa nada fácil, de seguro porque eras el mejor, ganaste un premio literario —el único en vida—. «Canto a Valencia». Tiraba la tierra chica. Publicaron tus primeros poemas, tu primer libro. Para él, bebiste de los versos de Luis de Góngora, valiosa fuente de inspiración. Entusiasmaste a Pablo Neruda, a Vicente Aleixandre, a Juan Ramón Jiménez. Te admitieron en el grupo de los poetas sabios. Lo merecías.
Pasaron los años y, el colorido cielo azul de la ilusión republicana se tornó gris. Amenazaba tormenta.

Tu compromiso literario derivó en contrato militante. Consideraste al PCE tu herramienta apropiada; había otras, pero elegiste ésa. Con el uso de tu pequeña Olivetti, corriendo riesgos fecundabas esperanzas. Nos regalabas a generaciones futuras la mejor de tus ofertas: El rayo que no cesa, Viento del pueblo, Elegía, Nanas de la cebolla, El hombre acecha… Poemas imposibles de entender, menos de sentir por quienes asumieron ser tus enemigos, tus perseguidores. Lo sabían y no les gustaba. Engendrabas balas de plata para los nuevos-viejos vampiros disfrazados de patriotas. No podían permitir semejante desfachatez. Por eso y no por otra cosa, por tus versos, fuiste proclamado proscrito.

Nada resultó fácil. De Madrid huiste a Portugal. A Salazar, el dictador vecino, tampoco gustaban tus poemas —no se puede dar satisfacción a todo el mundo—. También los consideraba balas de plata. De nuevo a España, a la cárcel. En la de Palencia decías no poder llorar, del frio se te helaban las lágrimas. Hasta de eso hacías poesía.

En Madrid compartiste celda con Buero Vallejo —honor recíproco—, aunque para ti advenía tarde. Tras la condena en juicio sumarísimo a ser fusilado, tras la conmutación por treinta años de presidio, tu delicada salud no consiguió sobreponerse a la indolencia de tus carceleros. Bronquitis, tifus, tuberculosis… Ya no había arreglo, y si lo había, quienes podían ponerlo, se desentendieron.

Miguel; Miguel Hernández. A ti, como a Federico y tantos otros…, a ti, con treinta y un años, joven romancero, si los «Viva la muerte», si los «Muera la inteligencia» te lo hubieran permitido, con tu sentimiento, con tu palabra escrita, la interrogante debería ser: ¿Hasta dónde hubieras llegado? De seguro, aún mucho más lejos. De seguro, hoy, tu luminosa estrella, ésa que con tus poemas vemos parpadear en el cielo, sería más, mucho más brillante. También, el repertorio de nuestros actuales trovadores sería más, mucho más infinito.

Vladimir Merino Barrea
Escritor

Los últimos pasos del Poeta

Los últimos pasos del Poeta

Los últimos pasos del Poeta

“Josefina Manresa” Cuenta en sus memorias, la llegada a Cox de Miguel tras la derrota republicana, su huida a Portugal y su detención.

En marzo de 1939, cuando la traición del coronel Ca-sado había asestado una puñalada en el corazón de la República, y la derrota aparecía como inexorable, Miguel Hernández seguía en Madrid. Días antes había mostrado su enfado ostensiblemente porque en la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas se estuviera celebrando una fiesta en honor de la mujer antifascista, en aquellos tiempos que ya no eran festivos. Su corazón generoso, solidario con la causa del pueblo, estaba desconsolado.
No buscó una salida privilegiada, no huyó despavorido. Se acercó, sí, a la embajada chilena, la de su amigo Pablo Neruda, donde consideraron su asilo, pero desistieron porque estaban seguros de que los franquistas no respetarían ningún estatus de protección y lo detendrían. Miguel, en torno al 9 de marzo, se dirigió a Cox, Alicante, a su casa, para ver a Josefina y a su hijito. Un largo trayecto, a ratos en carros con otros fugitivos, otras a pie.¿Por qué no huyó antes? ¿Por qué no se puso en mejor rumbo? Eran días de desconcierto, deshechos los ideales, en algunos volvía egoísmo en la derrota, el del viejo mundo que creían haber dejado atrás. Cada cual buscaba su camino, su salvación. Y Miguel no quiso darse codazos con nadie. Roto, solo, marchó al encuentro de la única alegría que le quedaba, en el amor.

“Recuerdos de Josefina Manresa, esposa de Miguel”

Cuando terminó la guerra estaba Miguel en Madrid y vino hasta Cox, andando y en algún carro que encontraba en los caminos. En Cox estaban celebrando los vencedores su victoria con volteos de campanas y cohetes sin cesar. Nosotros teníamos conejos en el corral y cuando llegó Miguel me ayudó a matar uno para la comida de aquel día. Estábamos los dos muy nerviosos y yo me hice un gran corte en un dedo. Al día siguiente, fue Miguel a Orihuela a ver a su familia. Días después volvió a ir y por mediación de su hermano le hicieron un salvoconducto y marchó a Sevilla con 200 pesetas que le dio. A los pocos días de marcharse vino de Orihuela, preguntando por él uno que le apodaban el Patagorda, acompañado de un empleado del Ayuntamiento de Cox, llamado Tono. Yo les dije que estaba en Madrid. El Patagorda me pidió la pistola. Yo le dije si él sabía si Miguel tenía dicha arma, a lo que me contestó. «¡Vamos, un comisario político del Campesino, no va a tener pistola!». Y a continuación me registraron la casa. En Sevilla no lo quiso refugiar el amigo en el que Miguel confiaba, diciéndole que iba a ser descubierto por los caseros de aquella finca. Entonces quiso marchar a Portugal. Sufrió mucho por aquellos desiertos encontrándose con animales salvajes. Atravesó el río nadando con una mano, y con la otra llevaba el equipaje, que era una caja de cartón en vez de maleta, con la muda y el traje azul que le regalaron cuando fue a Rusia. En Rosal de la Frontera vendió el traje y el reloj de pulsera, regalo de boda que le hizo D. Vicente Aleixandre.

Allí, un desconocido que vivía solo con su madre, le ofreció su casa. La madre siempre le decía a Miguel: «Cuitadiño, cuitadiño». Yo le pregunté a Miguel que quería decir eso, y me dijo que «desgraciado».
Pronto fue detenido por la policía portuguesa, que lo entregó a la policía española. Miguel dijo que era de Alicante. Allí se encontraba también un tal Salinas, de Callosa de Segura, propietario del cine Salinas y de la «Banca Salinas», de Callosa. Este fascista se había pasado con los nacionales en la guerra y estaba allí al servicio de ellos. Cuando le preguntaron si conocía a Miguel contestó que no lo conocía para nada bueno. Con estos informes le dieron una gran paliza que lo destrozaron. A continuación, durante nueve días seguidos, lo sacaban a las dos de la mañana y le daban una paliza. Querían que confesara que él mató a José Antonio. Yo le pregunté si se vengaría, si pudiera alguna vez, y me dijo que no. También me dijo Miguel que a otros. también le pegaban en los riñones y orinaban sangre.
El 8 de mayo es conducido a la prisión de Huelva; dos días después, a la cárcel de Sevilla, y el día 18, a Madrid, Torrijos, 65, Prisión Celular, 4.a galería, 1.a sala. Se sintió muy solo. El 28 de mayo me escribió, dándome estas indicaciones:
«Mira, nena: ve si Luís Almarcha, Juan Bellod y demás amigos pueden conseguir mi libertad provisional, avalándome y haciendo lo que sea preciso. No he podido comunicar aquí con ningún amigo, y me parece que Cossío debe haberse ido a su pueblo. De modo, que no encuentro a quién recurrir de momento, porque ningún otro amigo de aquí puede hacer mucho».
Por un decreto del Gobierno, que decía que pusieran en libertad a los detenidos indocumentados, salió Miguel a los cuatro meses de la cárcel sin que fuera identificado. Sin pensar más me puso un telegrama diciéndome que venía. A mí me causó mucho disgusto su decisión. Llegó con mucha alegría y gran seguridad. Estaba contento y confiado. Se reía recordando ciertos acontecimientos en la cárcel y cuando entraron a darle la libertad, que le dijeron: «Miguel Hernández, que salga con todo lo que tenga», y el ademán que hacían todos los presos en esta circunstancia. Cantaba con mucha risa la canción con que se distraían y se reían en la cárcel, que la recuerdo así:
«Y a pesar de todo esto no hay ni un gesto ni una cara de aflicción, de aflicción. Las lentejas se hacen viejas haciendo la digestión.»
Fue a Orihuela dos veces a ver a su familia y el día veintinueve de septiembre, día de su Santo, lo detuvieron llevándolo al Seminario, cárcel entonces. Él, que me había dicho desde Madrid, en carta 22 de agosto de ese año.
«Es verdad Josefina, que saldré pronto: para el día de mi Santo es seguro que estoy contigo.»
Y precisamente ese día lo volvieron a encerrar para siempre. Sólo estuvo medio mes libre. Desde allí me escribía cartas clandestinas. Se las daba a su padre por mediación de un conocido suyo que estaba allí al servicio de la cárcel y me tardaban mucho en llegar. Lo mismo ocurría con las que yo le enviaba a él. No quería que fuera a verlo para que no sufriera yo; pero con el deseo de vernos al niño y a mí me dijo que fuera. Fuimos una vez, pero me lo prohibió de nuevo diciéndome que no quería verme así:
«Eso sí: te pido que no vuelvas a aparecer por estas rejas porque cada vez que me acuerdo, y no puedo olvidarme de tu visita, me pongo de mal humor. Parecíamos dos perros ladrándonos el uno al otro, pero sin entendernos ninguno de los dos. Yo te quiero ver de otra manera, y no como si estuviéramos los dos enjaulados. Y además, sin poder besar a mi niño. No vuelvas. Yo iré cuando me harte de verme así, como carne en conserva pudriéndome también de tanto tiempo que llevo sin recibir el aire puro y sin que me coma nadie. Preferiría que me comieran aunque fueran los lobos. A veces quiero quitarme el aburrimiento aprendiendo francés, y me cago en francés y en español en los que tienen la culpa de mi mala suerte. As-tu vu chose plus malade, madame Josephine? L´enfant notre est trés beau que tout le monde. Ah, mon Dieu! Le petit enfant que as-tu amamante! Trés-bon, trés-beau, trés bien! Ah madame Josephine, et quel plaisir aurait moi avec tu! ¿Qué te parece? en cuanto salga, vamos allá a terminar de aprender el idioma este por encima de todo.»

JOSEFINA MANRESA
Esposa de Miguel Hernández

Redacción Herri

Miguel va lentamente a la muerte, pero no lo sabe.
¿Cómo es posible que un poeta como él, identificado como ningún otro con el Partido Comunista, y con la causa de la República, desconozca que los lobos del fascismo van a devorarlo sin compasión?
Es un enigma. Miguel ha sido torturado cuando detenido en Extremadura aún escondía su identidad. ¡Qué no le harán ahora que la saben! El optimismo que muestra a Josefina sólo es comprensible por la infinita bondad de su corazón, porque Miguel es incapaz de entender que a él, un hombre bueno que nunca ha hecho daño a nadie, le vayan a hacer nada. Piensa en su ingenuidad que todo acto contra él se desvanecerá, porque él sólo quiso el bien del pueblo, y tomó el fusil con el deber de un soldado. Sólo ese ímpetu de bondad extrema, una bondad como de otro mundo, permite entender la ingenuidad de Miguel con sus fatales pasos finales.

Poesia y Verdad Gabriel Celaya

Poesia y Verdad Gabriel Celaya

Poesia y Verdad, Gabriel Celaya

Publicado en la revista Nuestras Ideas, Paris, 1962.

Hoy día, en España, es casi imposible encontrar los libros más significativos de Miguel Hernández. Aunque han sido publicados en América —recientemente la Editorial Lautaro ha dado a la imprenta sus Obras Completas, y ya antes había editado algunas de sus obras más importantes—, la Censura española, con un criterio absurdo, ha prohibido la distribución de esos libros en mi país. A pesar de eso, como no se pueden poner puertas al mar, creo que Miguel Hernández es actualmente el poeta de la última promoción que más leen y comentan los jóvenes españoles.

¿A qué se debe este interés? ¿Qué significa Miguel Hernández para esos jóvenes? Por de pronto, creo que es el alto ejemplo de un hombre salido del pueblo que, en la misma medida en que nos parece un poeta excepcional, confirma su fe en las potencialidades y virtualidades latentes en ese pueblo, tantas veces asfixiado y traicionado.

Pero no basta hablar del «genio» de Miguel Hernández. Porque hay en su aventura algo más difícil, más oscuro y más sordo en apariencia, pero, si bien se mira, más meritorio.

Me refiero con esto a su lucha contra la opacidad, a su afán de saber, a su voluntad y capacidad de trabajo, y a todas esas virtudes humanas. Sencilla y hermosamente humanas, no genialmente naturales, que hicieron posible su obra, a pesar de que como todo el mundo sabe, Miguel era de niño pastor de cabras, y desde que nació, se encontró con todos los caminos cerrados hasta que la explosión del pueblo español en 1936 se los abrió un momento, un momento de tres años, porque después, el mundo volvió a cerrarse contra él, y Miguel murió en la cárcel.

Pero vengamos a su poesía. ¿Qué significa hoy día? Recuerdo que en una ocasión Vicente Aleixandre, cuando le preguntaron qué pensaba del porvenir de su obra lírica, dijo: «En su tiempo, no quedó del todo al margen de la poesía; había enlazado con un ayer y no había sido materia interruptora para el mañana.» Y traigo a colación estas humildes y nobles palabras, no sólo porque son las de uno de los poetas que Miguel Hernández más admiraba, sino también porque a él le convienen.

En efecto, Miguel Hernández es un poeta-puente: El poeta puente entre los españoles del veintisiete —Lorca, Alberti, Aleixandre, etc.—, y los poetas españoles de la postguerra: El poeta-puente entre lo que Castellet ha llamado «el simbolismo» y «el realismo». Y al decir «puente» no quisiera que se tomara esto por menoscabo, sino al revés.

Porque Miguel Hernández, con una sensibilidad despierta y una rapidez de apropiación ante la que resulta indispensable el calificativo de genial, no sólo hizo suya, carne suya, la aportación de los poetas del veintisiete, como antes, autodidácticamente, se había comido materialmente a los clásicos, sino que sobre esa base, abrió nuevos caminos, y, a pesar de su prematura muerte, dio con soluciones aún vigentes y casi insuperadas, dicho sea con perdón de sus compañeros de promoción, y con mi vergüenza, ya que a esa promoción pertenezco yo.

Hay un momento exaltado en la vida y en la obra de Miguel Hernández. Es como si de pronto, después de muchos rodeos —aun de rodeos tan felices como el libro que tituló “El rayo que no cesa”—, se encontrara a sí mismo. Entonces escribe: «Entiendo que todo teatro, toda poesía, todo arte, han de ser, hoy más que nunca, un arma de guerra.
De guerra a todos los enemigos del cuerpo y del espíritu que nos acosan.” Es entonces cuando escribe también: «No había sido hasta ese día —se refiere al día en que comenzó la Guerra Civil en España—, un poeta revolucionario en toda la extensión de la palabra y su alma. Había escrito dramas y versos de exaltación del trabajo y de condenación del burgués, pero el empujón definitivo que me arrastró a esgrimir mi poesía en forma de arma combativa me la dieron los traidores con su traición.»

He hecho estas largas citas, tomadas del prólogo que Miguel Hernández puso a su libro “Teatro en la guerra”, publicado en Valencia, el año 1937, porque Juan Guerrero Zamora, en unas páginas siniestras y plagadas de mentiras, tratando de darnos algo así como una versión «a lo divino» de la vida y la obra de Miguel Hernández, ha insinuado que éste, por aquella época, andaba desorientado. Pero no debía de pensar él así, cuando precisamente entonces, escribe: «Es la de hoy, la hora más apropiada para mí.»

No obstante, preguntémonos: ¿Es ésa, realmente, la hora más apropiada? Para responder a esto, ahí están sus últimos libros: por ejemplo, “Viento del pueblo”. Porque —obsérvese—, cuando muchos poetas, forzados por las circunstancias, escriben versos de ocasión, versos que según estiman, exige el momento, pero que, falsamente pegadizos, quedan, como de hecho han quedado, al margen de su obra realmente importante, Miguel Hernández, totalmente inmerso en la circunstancia, crea sus mejores poemas. ¿Por qué? Entenderlo es justamente entender el por qué de la vigencia actual de Miguel Hernández, ya que ésta no deriva solamente de sus valores estéticos —de aquellos que ya tomaba en cuenta y saludaba Juan Ramón Jiménez cuando Miguel era un novel—, sino de un modo de apropiación de la realidad que revoluciona el concepto de la Poesía que por entonces estaba en curso.

Compárense los poemas que Miguel Hernández escribió durante la Guerra Civil con los que Pemán, de un modo no menos «comprometido» publicó en aquella época con el título “Poema de la bestia y el ángel”. ¿En qué estriba la diferencia? No se trata sólo de que Pemán sea un mal poeta, ni de que su postura nos sea simpática o no, sino de algo más radical; es decir, de un error en la toma de contacto con lo real, que Pemán, y también los que no eran Pemán, confundían con la agitación emocional, y superficial en último extremo, que una poesía, ya desubstanciada por ese planteamiento, podía procurar a los programas o a los partidismos que, ideológicamente, el poeta hacia suyos.

Por eso en Pemán, todo se vuelve alegoría y retórica. Por eso suena a falso. No se trata sólo, insisto, de que para Pemán El Angel fue ¡el Fascismo!, y La Bestia el Gobierno popular y legítimo, sino de que esta mentira —mentira para el propio poeta aunque dijera otra cosa—, se reflejaba en su obra sin remedio como mentira poética.

Lean, en cambio, los poemas de Miguel Hernández: ¡Qué hermosura! ¡Qué verdad! ¡Qué sencillez! Aquí hay un hombre que está en lo suyo. Y por eso, hasta sus poemas fallidos son auténticos. Y por eso, hasta los pequeños logros literarios de Pemán son huecos. Porque, en último extremo, lo que hay que preguntar no es si un poeta es bueno o malo, sino si es verdadero o falso.

Precisamente porque Miguel Hernández fue un poeta que siempre habló «en verdad, en verdad», como dicen los viejos Evangelios, transformó nuestra poesía. Si hoy día su obra gravita tan enormemente sobre los nuevos poetas españoles es porque él supo asumir lo real, lo real de un momento que —paradójicamente para los tontos—, dura más que la poesía intemporal que aún escriben algunos incapaces, volviéndose de espaldas al mundo en que están.

Y si esta perduración, como dirán los defensores de la pureza y de la independencia de la «poesía eterna», se debe a la evidente calidad estética de esa obra, conviene señalar que esa calidad no es objetiva sino consubstancial a su modo de concebir la poesía en la entraña de la realidad.

 

En Memoria de Miguel Hernández

En Memoria de Miguel Hernández

En Memoria de Miguel Hernández

El nombre de Miguel Hernández era popular a pesar del silencio en que el franquismo quería sumirlo.

En 1952 Gabriel Celaya encabezó en Donostia, una cuestación para obtener dinero con el que evitar que los restos de Miguel Hernández desaparecieran sin identidad en una fosa común, tarea comprometida y muy peligrosa en esa época. Y gracias al dinero obtenido se salvó. Por su interés, reproducimos aquí las palabras de Celaya contando cómo fue aquel movimiento.

Gabriel Celaya:

“ El año 1952, los poetas alicantinos del Grupo Ifach me escribieron para recordarme que, como iban a cumplirse los diez años de la muerte de Miguel Hernández, los restos de éste serían arrojados a la fosa común si no comprábamos un nicho. Aportar una ayuda económica personal me pareció muy poca cosa, y justamente porque en aquella época estaba casi prohibido recordar el nombre de nuestro poeta, publiqué esto: “

 

Escanear para escuchar

Publicado en el diario vespertino Unidad, de San Sebastián, en 1952. Gabriel Celaya

Aunque tengo fama de disconforme y «Cuarto a Espadas» invita a la noble y siempre saludable esgrima de la polémica, hoy vengo a esta sección humildemente, casi sin voz personal, para hacer un llamamiento en favor de un poeta, al que, según creo, nadie negará un póstumo reconocimiento.

Todos los que conocimos a Miguel Hernández y leímos sus primeros versos cuando publicaba en Murcia su revista Gallo y cuando allá, por 1935, hizo su irrupción triunfal en las tertulias literarias de Madrid, recordamos la impresión que nos produjo. Había en sus versos una fuerza condensada, un enraizado sabor a tierra española y un sustancioso buen hablar, en el que se confundía lo mejor de nuestro Barroco con el decir liso y llano de un auténtico campesino, que, al margen de todos los modos y modas literarias, se imponía con la fuerza de una evidencia ancestral.

Pero, aunque todos reconocimos a Miguel por entonces, quizá no nos dimos aún cuenta del peso real de su breve e importante obra. Sólo ahora, cuando hace ya diez años que fue enterrado, advertimos, al releer sus poemas, cómo éstos, lejos de desdorarse con el paso de los años, han ido ganando significación. Ni García Lorca, ni Aleixandre, ni Guillén, ni ninguno de los grandes de la generación inmediatamente anterior gravitan hoy en la conciencia de los jóvenes poetas españoles como Miguel Hernández.

«El tiempo —que según decía nuestro clásico—, es fácil y desapasionado censor de todas las cosas» se ha pronunciado en su favor. Y he aquí por qué espero que el llamamiento que ahora hago, con una mezcla de respeto y piedad, no caerá en el vacío. No debería caer, al menos, si es verdad, como se ha dicho en las columnas de esta sección, que existe entre nosotros una conciencia de fraternidad artística.

Los poetas alicantinos del Grupo Ifach, dando por bueno que existe entre nosotros esta conciencia, se han dirigido a mí, y a través de mí se dirigen a todos los poetas y amigos de la poesía de Guipúzcoa, pidiendo que les ayudemos a evitar que los restos mortales de Miguel Hernández vayan a parar a la fosa común. Pues a ella irán dentro de pocas semanas si sus amigos y admiradores no aportamos las tristes pesetas necesarias para reservarle el nicho que aún ocupa. Algún amigo se ha sorprendido de que yo, que he hablado en mis libros de la disolución en el anónimo como un descanso, me alarme, y casi me escandalice, ante la idea de que los últimos restos de Miguel Hernández caigan en la fosa común.

Pero uno es débil. Más débil ante sus amigos muertos que ante sí mismo. Y hay un golpe de corazón, loco, irrazonable, que se rebela contra la idea de la extinción total. A falta de otra cosa, uno quisiera conservar los despojos de las personas queridas, separados, distintos, como un símbolo de lo que esas personas tuvieron de único e insustituible. Y cuantos alguna vez hayan vivido con Miguel, en Miguel, por obra y gracia de sus versos, sentirán, como yo siento, que sus restos deben conservarse.

Así lo espero, al menos. Todos los días laborables, de doce a una de la mañana, recibiremos en Norte, Ediciones de Poesía, Juan de Bilbao, 4, 3.°, San Sebastián, los donativos que quieran hacernos los amigos de Miguel Hernández, de Norte y de la Poesía. Nuestra iniciativa es limpia y desinteresada. Nuestro propósito noble y claro.

Queremos rendir un tributo de piedad a un gran poeta. Queremos hacer nuestro a Miguel Hernández, como hicimos nuestros a Antonio Machado y a Federico García Lorca, porque él, más que nadie, supo de nuestro «dolorido sentir».

Espero que todos los poetas y poetisas, recitadores y recitadoras, dilettantes y articulistas que pululan en nuestra ciudad, sonarán a auténtico al dar contra esta piedra de choque modestamente económica que les propongo. Pues si no fuera así, habría que dudar de sus alharacas artísticas. Y quizá, quizá, llamarle a cada uno por su nombre, por su feo nombre.

El resultado de esta suscripción popular me sorprendió, y no tanto por la cantidad que reunimos, pequeña, aunque suficiente para lo que se pretendía, sino porque esos pocos miles de pesetas se consiguieron a base de aportaciones que a veces no pasaban de las cincuenta a las cien pesetas. No nos habíamos equivocado. El nombre de Miguel Hernández era popular a pesar del silencio en que el franquismo quería sumirlo.

Claro que mi llamamiento tuvo otra consecuencia: el dirctor general de Prensa, al que nuestra intención política no le había pasado desapercibida, ordenó al periódico que no volviera a publicar nada mío.

Como en aquel momento me parecía necesario airear el nombre de Miguel Hernández, y la Bibliografía sobre él era casi nula, no tardé mucho en firmar un contrato con la Librería Clan para publicar un libro sobre su vida y su obra. Pero no llegué a terminarlo porque los proyectos editoriales de Luis Llardén fracasaron.

Pese a todo, no hace falta decir que Miguel Hernández era uno de los poetas que los «sociales» teníamos más presentes, y que lo celebramos tanto como a Antonio Machado.

 

Miguel en el País de los Soviets

Miguel en el País de los Soviets

Miguel en el País de los Soviets

“Me ha servido mucho venir aquí para mi trabajo en España, y los rusos sienten la guerra nuestra como si fuera de ellos.”

En septiembre de 1937 Miguel Hernández formó parte de la delegación de seis personas que la República española envío al V Congreso del Teatro Soviético. Antes, en julio, Miguel había participado en el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, el célebre Congreso antifascista que elevó el grito de socorro para la República a la opinión pública mundial, que congregó a la flor y nata de la cultura española, y a un gran número de intelectuales extranjeros: Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, César Vallejo, Vicente Huidobro, Raúl González Tuñón, Andrés Malraux, Luis Aragón. A Octavio Paz le debió sorprender la imagen de Miguel, pues dejó escrita la impresión que le causó en la revista “Letras” de México: “llevaba la cabeza casi rapada y usaba pantalones de pana y alpargatas”. Las alpargatas seña de identidad popular, y con las que combatían los milicianos de la República.

Miguel fue designado para la expedición a Rusia por el ministro de cultura, el comunista Jesús Hernández, no sólo por sus acreditados méritos de poeta, sino por su calidad de dramaturgo, y, sobre todo, por ser el director de La Barraca. Es un hecho poco conocido que tras el asesinato de Federico García Lorca, Miguel Hernández fue elegido como director de la célebre compañía de teatro, con el fin de reorganizarla. A Miguel le interesaba mucho el teatro, había escrito varias obras de gran éxito: “Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras”, “El torero más valiente”, “Los hijos de la piedra”, “El labrador de más aire”. Miguel confiesa en numerosas cartas a su compañera Josefina Manresa, su entusiasmo por el teatro, y su deseo de, tras el victorioso fin de la guerra, dedicarle tanta energía a la creación dramática como a la poesía.

En tiempos de la II República, antes de la guerra, la Unión Soviética era para los intelectuales y artistas de todo el mundo el gran espejo donde mirarse, siendo considerada como la «patria espiritual de los trabajadores del mundo», como escribió el propio Miguel Hernández. La Unión Soviética cuidaba este aspecto de su atractivo externo para la clase trabajadora, y cada año invitaba a delegaciones obreras, aquellas que se hubieran destacado especialmente por su combatividad sindical o anticapitalista, a las celebraciones del 1º de mayo en Moscú. De esa manera una delegación de mujeres cerilleras de la fábrica de Irúin, en Gipuzkoa, habían podido asistir invitadas, gratis, a esas celebraciones en la plaza roja. Después, con la Guerra Civil, debido a la ayuda que esta nación aportaba a la causa republicana española, esa simpatía se acentuó, y aunque el viaje se hizo más difícil, por las propias condiciones de la guerra, y por el aislamiento a la República y a la URSS al que las sometían los países fronterizos. Pero, de una u otra manera, se conseguían burlar esas dificultades, y las delegaciones de intelectuales y artistas republicanos conseguían llegar a Moscú.
El ferrocarril era el medio de transporte más usado, en complicados viajes con múltiples transbordos. La ruta férrea habitual para llegar a Moscú era la línea Madrid-París-Berlín-Varsovia-Moscú. Sin embargo, la expedición en la que viajó Miguel, eligió una ruta mixta, parte en tren y otra en avión. El 29 de agosto de 1937 salieron en tren desde Valencia rumbo a Paris, aunque Miguel salió el día 26 desde Alicante para encontrase con sus compañeros en la capital valenciana. Llegaron a la capital francesa el día 30. Desde París a Moscú continuaron el viaje en avión con escala en Estocolmo. Para evitar el vuelo sobre el espacio aéreo de Alemania, aliada de Franco, el aeroplano sobrevoló Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca y Suecia, tal como el poeta refleja, impresionado por su primer vuelo, en su poema donde relata el viaje: “España en ausencia”.

El día 1 de septiembre ya estaban en Moscú, alojándose en el hotel Nacional. Llegaron a la capital rusa con el tiempo justo para asistir a la inauguración del Congreso en el teatro Bolshoi, que tuvo como actuación pricipal la del Coro Piatnitski. El 2 de septiembre, el diario soviético “Izvestia” (“Noticias”) da cuenta de los actos y recoge varias entrevistas a la representación española. En una entrevista concedida a la popular revista soviética “Literaturnaia Gazeta” (Periódico Literario) de Moscú, Miguel Hernández deja claras sus ideas de lo que significa para él ser un poeta en la Guerra Civil que se desarrolla en su país:

“Al regresar a España volveré a las trincheras. Allí está mi puesto, allí esta el lugar de cada español honrado que, no de palabra, sino de hechos, se esfuerza por ver a su patria y a todo el mundo libre de fascismos”.

Quizá esta profundidad de compromiso, ausente de personalismo, elitismo, notoriedad, sea el signo que explique su fatal destino en los últimos días de la guerra, permaneciendo en Madrid hasta el último momento, reprobando los festejos inadecuados en las vísperas de la derrota, sin buscar ningún privilegio para la huida.

El día 11 de septiembre parten hacia Leningrado, hospedándose allí en el hotel Astoria, el mismo donde, desde uno de sus balcones, pronunció un discurso Lenin en 1919, el mismo donde pasó su luna de miel Bulgakov en 1932, y, sobre todo, el mismo hotel donde se suicidó el 27 de diciembre de 1925, el escritor Serguei Esenin. Contamos estas cosas porque a buen seguro que fueron conocidas por Miguel, y le causaron una profunda impresión, que junto a otras, contribuyeron a que el viaje ahondara y ratificara en sus ideales a Miguel Hernández. Permanecieron en Leningrado hasta el día 16, en que regresaron a Moscú. El día 17 viajaron a Jarkov, al sur, en Ucrania, donde les mostraron una gran fábrica de tractores, y tras esa visita, Miguel, impresionado, compuso el poema “La fábrica-ciudad”, en la que exalta con un fervor futurista, desconocido en él, su admiración por la potencia industrial soviética que ve desarrollarse ante sus ojos; un poema incluido en su obra, “El hombre acecha”, de la que también forman parte otros poemas influidos por el viaje, como el titulado “Rusia”.

Ese libro, “El hombre acecha” (1939), de enorme calidad poética, es un poemario póstumo de Miguel Hernández. Se trata de un libro imprescindible para entender la angustia vital ante la derrota republicana. Por su gran tono épico, del que forman parte esos dos poemas, se considera la segunda parte de su poemario épico de la lucha popular “Viento del pueblo”, y es deudor de su viaje a la URSS, por la cantidad de entusiasmo y optimismo para la lucha del pueblo que le inyectó. La conservación de este poemario es milagrosa, y es sorprendente que ese libro viera la luz, puesto que en la primavera de 1939 fue destruido con la entrada de los nacionales en la imprenta Tipografía Moderna de Valencia (intervenida por la Subsecretaría de Propaganda). Se piensa que allí había 50.000 ejemplares preparados para salir a la calle. Todos fueron destruidos, excepto dos “capillas” que milagrosamente se salvaron del censor franquista. Hasta 1979 no apareció publicado completo. En 1981 se publicó por primera vez la edición facsímil de 1939.

En Ucrania, Miguel tuvo además tiempo para visitar los koljoses y observar los progresos que se estaban obteniendo a través de la economía planificada. Antes de irse de Ucrania, desde Kiev, escribió a sus padres, a Orihuela, mostrándoles la visión idealizada de lo que veía:

“Un saludo desde Rusia, que es la nación del trabajo y de los trabajadores y de la alegría. He recorrido casi todo su territorio de arriba abajo en unos días, ya que solo estoy aquí desde el primero de mes. […] A mí y a los compañeros que vienen conmigo nos han agasajado mucho y hemos visto como tratan a los niños españoles evacuados, que están como nunca han podido soñar de bien. Me ha servido mucho venir aquí para mi trabajo en España, y los rusos sienten la guerra nuestra como si fuera de ellos. Los rusitos y las rusitas menores en cuanto saben que somos españoles nos señalan con el dedo y nos aplauden y levantan el puño”

 

“En Paris, Miguel Hernández se encontró con Alejo Carpentier, el gran escritor cubano y también antifascista.”

 

El 25 de septiembre estaba otra vez en Moscú, donde permanecieron unos días, para ir de nuevo a Leningrado, lugar desde donde emprendieron el regreso el día 5 de octubre, en barco, a través del Báltico, con rumbo a Copenhague, Kiel, para recalar finalmente en Londres. Visitaron Londres, para después cruzar el Canal de la Mancha y desplazarse ya en tren hasta París.

En Paris, Miguel Hernández se encontró con el gran escritor cubano y también antifascista, Alejo Carpentier, quien mostró una querencia insistente por grabar a Miguel declamando un poema. Y gracias a ese empeño de Alejo Carpentier, tenemos el tesoro de la única grabación existente de la voz de Miguel Hernández, recitando su poema

“Canción del esposo soldado”.

«Unica grabación
existente de la voz de
Miguel Hernández,
recitando su poema»

Escanear  para escuchar

 

 

He poblado tu vientre de amor y sementera, 
he prolongado el eco de sangre a que respondo 
y espero sobre el surco como el arado espera: 
he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos, 
esposa de mi piel, gran trago de mi vida, 
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos 
de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado, 
temo que te me rompas al más leve tropiezo, 
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado 
fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas, 
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo. 
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, 
ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho, 
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa 
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho 
hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa 
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura, 
te acercas hacia mí como una boca inmensa 
de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera: 
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, 
y defiendo tu vientre de pobre que me espera, 
y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado 
envuelto en un clamor de victoria y guitarras, 
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado 
sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo. 
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano, 
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo 
cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas, 
y tu implacable boca de labios indomables, 
y ante mi soledad de explosiones y brechas 
recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando. 
Y al fin en un océano de irremediables huesos 
tu corazón y el mío naufragarán, quedando 
una mujer y un hombre gastados por los besos

Miguel Usabiaga: Arquitecto – Escritor

Director de Herri