Mujeres Comunistas en el nacimiento
de la Internacional

n octubre de 1917, la toma del poder situó a los bolcheviques ante un gigantesco nudo de problemas: el hundimiento de la producción industrial, el sabotaje de decenas de miles de empleados públicos, la creciente dislocación del ejército, las negociaciones de paz con Alemania y Austria, los levantamientos organizados por sus adversarios, la insurrección de los antiguos prisioneros de guerra checoslovacos y la guerra civil apoyada por los imperialistas extranjeros. Pese al dramatismo de la situación, los bolcheviques adoptaron sin demora una serie de medidas emancipatorias para la mujer: derecho al divorcio, derecho al aborto, Código Matrimonial igualitario, mismo derecho al sufragio para hombres y mujeres.

Los bolcheviques, considerando desde el principio su acción política como parte indisoluble de una lucha internacional, se preocuparon por fundar la Internacional Comunista lo antes posible. Y ésta se proclamó en Moscú durante un congreso constitutivo celebrado en marzo de 1919 por una quincena de partidos, entre los cuales el Partido Bolchevique es, en ese momento, el único partido de masas.
Ese año 1919 es el del apogeo del “comunismo de guerra”; un sistema de estricta supervivencia, rigurosamente centralizado y asentado en la requisa de la producción agrícola, en el que la economía está íntegramente subordinada a las necesidades de la guerra civil.

El primer congreso de la Internacional comunista, que nace en ese contexto, aprueba un Manifiesto dirigido a establecer la necesidad objetiva de la revolución proletaria: “la incapacidad del capitalismo para continuar desarrollando las fuerzas productivas ha llevado a los Estados a levantarse los unos contra los otros por el nuevo reparto de un mercado mundial que se ha vuelto demasiado estrecho. Así, se ha engendrado la guerra que ha arrastrado a la revolución al más débil de los estados beligerantes. La conquista del poder es, por tanto, inminente en los demás países”. Este objetivo pone en el centro la emancipación de los pueblos colonizados, a los que el Manifiesto asigna un lugar importante y cuyos amos han sido sacudidos por la guerra: la lucha de estos pueblos aparece, efectivamente, como el medio de la revolución, mientras que la emancipación de las mujeres se concibe más bien como su resultado.

La carta de Inessa Armand
Unos meses después de la fundación de la Internacional comunista, Lenin confía a Inessa Armand, colaboradora de la sección de mujeres trabajadoras del Comité Central del Partido Bolchevique, la tarea de impulsar la actividad revolucionaria entre las mujeres. El 2 de enero de 1920, Inessa Armand envía una carta a todos los partidos de la Internacional. La carta comienza describiendo la situación jurídica de la mujer en Rusia y afirma la posibilidad real de cambiar las condiciones de existencia de las mujeres:
“En la Rusia soviética, la obrera y la campesina disfrutan absolutamente de los mismos derechos que el obrero y el campesino. Son electoras y elegibles en todos los soviets y para todos los puestos, incluido el de comisarios del pueblo. También poseen derechos igualitarios con respecto a su estado civil y en el seno del matrimonio. La Constitución soviética y los decretos sobre el matrimonio han aniquilado cualquier forma de poder marital.
Por otra parte, la dictadura proletaria nos coloca ante la posibilidad de instaurar, desde este mismo momento, unas nuevas formas de vida social y privada encaminadas a la liberación social de la mujer en el sentido de liberación de la familia y de las preocupaciones relativas a la educación de los niños; nos encontramos, por consiguiente, ante la posibilidad de romper las últimas cadenas que todavía atan a la mujer”.

Inessa Armand subraya que esta actividad específica debe conducir a las mujeres a la lucha general contra el Capital:
“Desde hace un año estamos realizando un trabajo pro-pagandístico bastante importante entre las mujeres obreras. Naturalmente, la finalidad de esta propaganda no es de ninguna manera feminista [subrayado por Inessa Armand]. Nuestro único objetivo es atraer a la masa de las obreras a la lucha del proletariado contra el imperialismo”.

Su posterior y extensa descripción del trabajo de agitación y organización del Partido Bolchevique entre las obreras y las campesinas tiene el objetivo de estimular, gracias a la fuerza comunicativa del ejemplo, a los partidos comunistas que aún no realizan ninguna actividad en este sentido:
“Cada comité del Partido Comunista tiene una sección de propaganda entre las mujeres (obreras y campesinas principalmente), que organiza conferencias trimestrales de delegadas de fábricas y factorías. Además, cada semana se celebran asambleas de delegadas de obreras que reúnen a las representantes de todas las fábricas y factorías del lugar.”

Estas medidas enumeradas por Inessa Armand se enfrentan con un doble obstáculo: por un lado, con el pasado de la Rusia zarista donde la mujer se consideraba un ser inferior y con el conjunto de prejuicios heredados de ese pasado; y por otro, con la espantosa destrucción de las fuerzas productivas generada por las guerras mundial y civil, que siembra ruina, frío, hambre, tifus y cólera, todas ellas condiciones materiales poco propicias para una emancipación real de las obreras y las campesinas. Esto es lo que subrayan Bujarin y Preobrajensky en su “ABC del comunismo”, publicado en 1920, donde, al mismo tiempo que relatan las medidas adoptadas por el poder soviético para instaurar la igualdad entre hombres y mujeres en el seno del matrimonio, las relaciones familiares y los derechos políticos, también insisten en el carácter en parte formal de esta igualdad:

“La tarea de nuestro partido consiste ahora en llevar esta igualdad a la práctica. Se trata, sobre todo, de hacer comprender a la amplia masa de trabajadores que la esclavitud de la mujer también les perjudica a ellos. En la actualidad, los obreros siguen considerando a las mujeres como seres inferiores y, en los pueblos, la gente continúa riéndose de las mujeres que quieren participar en los asuntos públicos […]. En este país, las mujeres obreras están mucho más atrasadas que los hombres. De hecho, se las mira desde muy por encima del hombro. Se impone, por lo tanto, un trabajo enérgico destinado, en primer lugar, a que los hombres aprendan a considerar a las mujeres obreras como iguales a los trabajadores hombres y, después, a iluminar a las mujeres e incitarlas a usar los derechos que se les otorgan sin vergüenza ni temor […]. Lo principal no es otorgar derechos sobre papel sino dar la posibilidad de ejercerlos. ¿Cuál es la posibilidad real de que la obrera ejerza sus derechos si tiene que ocuparse del trabajo doméstico? Es preciso que la república de los soviets alivie el destino de la mujer trabajadora y la libere de obligaciones domésticas que se remontan a los tiempos de Matusalén”

Los autores enumeran las instituciones que sería preciso crear para pasar de la igualdad formal a la igualdad real:
“Casas comunitarias (…) con lavanderías colectivas, restaurantes populares, guarderías, jardines de infancia, colonias infantiles de verano, cantinas escolares, etc. Todo ello con el objetivo de descargar a la mujer y de darle la oportunidad de ocuparse de todas las cosas que interesan a los hombres. Pero es difícil crear estas instituciones en este período de miseria y hambre”.

Difícil es un eufemismo. Al igual que para los demás dirigentes del Partido Bolchevique, para Bujarin y Preobrajensky la solución está en la próxima revolución mundial que aportará a la arruinada Rusia la ayuda de los países ricos y permitirá, de esta forma, dar un contenido real a los derechos formales.
“Toda Europa pasará, inevitablemente, al régimen de la dictadura del proletariado y después al comunismo. Por consiguiente, Rusia no podrá permanecer en el capitalismo cuando Alemania, Francia e Inglaterra hayan pasado a la dictadura del proletariado. Es evidente que Rusia será fatalmente arrastrada al socialismo. Su falta de cultura, la insuficiencia de su desarrollo industrial, etc., todo esto carecerá de importancia cuando Rusia se asocie a los países más cultivados en una república mundial o, al menos, europea, de los soviets.”

Este fragmento, extraído de un manual popular que sentaba cátedra, ilumina el pensamiento y los objetivos de los dirigentes soviéticos en 1920: Rusia es un país capitalista arruinado, dirigido por el partido de la clase obrera, que sólo podrá encaminarse al socialismo en el marco de una revolución europea victoriosa. De ahí la importancia atribuida a la Internacional Comunista y a su actividad en aquel momento. A la espera de la revolución victoriosa, es necesario resistir. La mencionada carta de Inessa Armand termina con una simple demanda y una sugerencia:
“Sería fundamental poder llegar a un acuerdo internacional sobre la acción que se debería llevar a cabo. Una conferencia internacional de mujeres comunistas nos parece, por lo tanto, de capital importancia”.

A fin de prepararla, una comisión dirigida por la comunista alemana Clara Zetkin propone la creación de una Secretaría Internacional Femenina con un estatus de sección particular subordinada al Comité Ejecutivo de la Internacional. Éste último autoriza su creación. Durante los primeros años de su existencia, la Secretaría Femenina dispone en la Internacional de mucha mayor autonomía que las demás secciones, probablemente por el carácter electivo de sus miembros, así como por el prestigio de sus dirigentes.

La falta de respuesta extranjera suficiente, provocan que Inessa Armand y sus colaboradoras se tengan que limitar a la organización, el 16 de julio de 1920, en Leningrado, de una primera “reunión privada de delegados y delegadas” de nueve países (Francia, Inglaterra, Italia, Rusia, Suecia, Georgia, India, México y Bulgaria) en vísperas de la apertura del Segundo Congreso de la Internacional Comunista. Esta reunión insiste en la necesidad de “convocar la Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas, aunque el número de delegadas no sea tan considerable como se hubiera deseado antes de finalizar el congreso”. La conferencia, que reúne a delegadas de 19 países, se celebra en Moscú, donde se celebra el Segundo Congreso de la Internacional, del 30 de julio al 6 de agosto. Este congreso adopta los estatutos de los que la Internacional carecía hasta ese momento. El artículo 16 de estos estatutos (que incluyen 17 artículos) proclama: “El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista sanciona el nombramiento de una secretaría del movimiento femenino internacional y organiza una sección de Mujeres Comunistas de la Internacional”. Pero el congreso, que adopta resoluciones sobre el movimiento sindical y los comités de fábrica, sobre la cuestión nacional y la colonial, la cuestión agraria y el parlamentarismo; no aprueba ningún texto acerca de las mujeres. ¿Por qué? La respuesta se encuentra en las primeras líneas de la “Resolución sobre el papel del Partido Comunista en la revolución proletaria”, que afirman:
“El proletariado mundial se halla en vísperas de una lucha decisiva, esto es, de la conquista del poder”. Por lo tanto, el congreso sólo examina aquellos problemas que, a su juicio, están directamente ligados a esta lucha decisiva. Y ésta es la razón por la que adoptan las famosas 21 condiciones de admisión de los partidos en la Internacional Comunista, que apuntan a evitar “la invasión [de la Internacional] por parte de grupos indecisos y titubeantes, incapaces de preparar la toma del poder en razón de su estrecha vinculación con la democracia burguesa y sus instituciones parlamentarias”. Desde el punto de vista de la Internacional, la cuestión femenina no participa de esta perspectiva inmediata. La Secretaría Femenina del Comité Ejecutivo de la Internacional, que el congreso mandó, tarda varios meses en ponerse en acción. El Comité Central de cada Partido Comunista tiene que crear una sección de mujeres, como la del Comité Central del Partido Bolchevique, apoyada, en su caso, en toda una red de comisiones de mujeres repartidas por los diversos escalones del partido: la Secretaría Femenina ha de coordinar la red internacional proclamada pero aún embrionaria.
La organizadora de la primera Conferencia de Mujeres Comunistas, Inessa Armand, está agotada por ese trabajo, así como como por las privaciones y la tensión del momento, y se marcha a descansar al Cáucaso, donde enferma, contagiada por la epidemia de cólera que asola la región, y muere el 24 de septiembre de 1920. Su muerte coincide con la recuperación de Alexandra Kollontay, quien había estado inmovilizada durante largos meses a causa del tifus. Es inmediatamente destinada a la dirección de la sección femenina del Comité Central del Partido Bolchevique, “sucediendo”, por tanto, a Inessa Armand. Sus diferentes escritos acerca de los problemas de la mujer y la familia habían causado un gran revuelo debido a sus argumentos en defensa del “amor libre”, conjugados con su apología de la maternidad como deber social.

La Secretaría Internacional Femenina
En un principio se piensa que la Secretaría Internacional Femenina esté constituida de tres a seis miembros, pero finalmente ésta se compone de ocho mujeres, de las cuales seis son rusas: Nadejda Krupskaia, Alexandra Kollontay, Lilina Zlata, Konkordia Samoilova, Liudmila Stal, Similova, la holandesa Henriette Roland Holst y la suiza Rosa Bloch, a las que se suma la secretaria general, Clara Zetkin. La Secretaría Internacional Femenina se reúne por primera vez el 20 de noviembre de 1920. Del 9 al 15 de junio de 1921 bajo la presidencia de Clara Zetkin, se reúne la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas en vísperas del Tercer Congreso de la Internacional, donde el “trabajo femenino” tendrá un gran protagonismo. Dos meses antes había salido, en Stuttgart, el primer número de la revista “La Internacional Comunista de las mujeres”, dirigida por Clara Zetkin. En el informe que presenta Kollontay a dicha conferencia, comienza señalando los objetivos generales de la Secretaría Internacional Femenina:
“Desarrollar la influencia de la Internacional en las más amplias masas de las trabajadoras proletarias o semiproletarias, y contribuir al fortalecimiento de los lazos entre las secciones femeninas de los partidos comunistas de los países occidentales y orientales”.
Tras seis meses de existencia, el balance del trabajo es desalentador:
“No hay secciones femeninas en todos los partidos comunistas y, sobre todo, no hemos recibido informes políticos de ninguna organización, y sólo siete organizaciones se han tomado la molestia de aportar documentos a la conferencia: Suecia, Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Suiza, Bulgaria y Alemania -el único país con el que la Secretaría mantiene alguna relación regular” -precisa Kollontay.
Kollontay propone tres líneas de intervención: el día internacional de la mujer del 8 de marzo, la lucha contra la prostitución y la batalla por la despenalización del aborto, legalizado en la Rusia Soviética desde 1918. En un gran discurso programático, Clara Zetkin afirma que el peso de todas las medidas adoptadas por el régimen capitalista para asegurar su supervivencia recae con una fuerza particular sobre las mujeres:
“A las mujeres les afectan de una forma más intensa las necesidades vitales derivadas del régimen capitalista y agudizadas en este período de declive. Ésta es la razón por la que la mujer debe intervenir como pionera de la revolución, pero no sola, por supuesto, ni aislada de las amplias masas del proletariado, sino como destacamento de vanguardia de la revolución”.

El largo debate de esta conferencia está atravesado por una cuestión subyacente, la de las perspectivas de la revolución. ¿Inminente o más lejana? Desde el punto de vista de Kollontay, la revolución es inminente. Así, pues, Kollontay deja de lado el combate por las reivindicaciones sociales reduciéndolo a elementos de propaganda para la revolución y afirma:
“no hay que dirigirse a las criadas y a las empleadas domésticas pidiendo para ellas la jornada de ocho horas y el derecho a una habitación propia, sino que es preciso decirles: sin la revolución, sin la dictadura del proletariado, sin el poder soviético, no lograréis estas dos reivindicaciones”.

Como no se trata de organizar a estas mujeres para ayudarlas a arrancar dichas reivindicaciones, sino de intentar convencerlas de que la revolución es la condición previa, necesaria, para obtener su satisfacción, el “trabajo femenino” debe consistir, esencialmente, en una actividad de propaganda. Y Kollontay expresa su esperanza de que la reunión prevista para el año siguiente sea una conferencia de las mujeres de los países soviéticos. Se produce un intenso debate. Clara Zetkin reprocha a Kollontay su desinterés por trabajar con las mujeres de la intelligentsia, mientras que otras dos delegadas, una coreana y una armenia, la acusan de ignorar totalmente la situación de las mujeres orientales -a quienes la guerra acababa de sacar de sus harenes-, que no cabe abordar como si se tratara de mujeres europeas. La Secretaría queda reestructurada como una auténtica Secretaría Internacional compuesta por seis mujeres: Clara Zetkin, Hertha Sturm, Lucie Colliard, Alexandra Kollontay, Lilina Zlata y Varvara Kasparova. Ésta última, de origen tártaro, que codirige junto a Alexandra Kollontay la sección de mujeres del Comité Central del Partido Bolchevique, encabeza la sección de Oriente de la Secretaría y es la responsable de la oficina de organización establecida. La conferencia desemboca en unas decisiones que serán confirmadas algunas semanas después en el Tercer Congreso de la Internacional.

El Tercer Congreso de la Internacional comunista, celebrado desde el 22 de junio al 12 de julio de 1921, adopta al menos tres resoluciones sobre las mujeres: “Tesis para la propaganda entre las mujeres”, “Resolución sobre las relaciones internacionales de las mujeres comunistas con la Secretaría Femenina de la Internacional Comunista” y “Resolución sobre las formas y métodos del trabajo comunista entre las mujeres”. Esta vez la cuestión femenina figura, por lo tanto, entre las grandes cuestiones del congreso, que afirma:
“Es absolutamente irrefutable que la lucha revolucionaria del proletariado por el poder manifiesta en la actualidad un cierto debilitamiento, una cierta ralentización a escala mundial. De ahí la necesidad conjunta de luchar por el Frente Único (de comunistas y socialdemócratas) y de extender el trabajo de agitación, propaganda y organización en torno de las reivindicaciones de las masas más amplias”.
Las tesis definen, al mismo tiempo, los principios generales que deben guiar una actividad comunista con las mujeres y las modalidades detalladas de esa actividad. La parte fundamental de las tesis es, sin duda, su sexto punto.
“La lucha de la mujer contra su doble opresión, el capitalismo y la dependencia familiar y doméstica, debe adoptar en la próxima fase de su desarrollo un carácter internacional, transformándose en lucha del proletariado de ambos sexos por la dictadura y el régimen soviético”.
Partiendo de la consideración de que “las mujeres nunca deben olvidar que todas las raíces de su esclavitud arraigan en el régimen burgués”, las tesis precisan que no hay cuestiones específicamente femeninas “y que el comunismo sólo se alcanzará gracias a la unión en la lucha de todos los explotados y no mediante la unión de las fuerzas femeninas de dos clases antagonistas”. El texto insiste, asimismo, en la necesidad de “combatir los prejuicios relativos a las mujeres en las masas del proletariado masculino, de luchar de forma sistemática contra la influencia de la tradición, las costumbres burguesas y la religión”.
En lo que atañe a las mujeres, el congreso distingue el trabajo que se debe realizar en tres sectores diferentes: en los países de régimen soviético, en los países capitalistas y en los países de economías económicamente atrasadas (Oriente). En relación con esta última región, se insiste en “la necesidad de luchar contra la influencia del nacionalismo y la religión en las mentalidades, y de trabajar, sobre todo, con la masa de obreras que trabajan a domicilio (pequeña industria) y con las trabajadoras de las plantaciones de arroz, algodón y otras, y se prevé una instrucción especial en los métodos de trabajo con las mujeres de Oriente”.

A fin de organizar este trabajo, la Secretaría Femenina intenta constituir una red de “corresponsales” internacionales, que se reúnen por primera vez en Berlín los días 25 y 26 de enero de 1922. La segunda conferencia de las corresponsales internacionales, que vuelve a reunirse en Berlín durante los días 24 y 25 de octubre de 1922, precisa la orientación de esta actividad. Uno de los diez puntos de la orden del día aborda las “Principales cuestiones de la agitación y de la acción entre las mujeres proletarias”. Este punto hace hincapié en los problemas sociales, cuyo peso recae especialmente en las mujeres: “la carestía de la vida, el paro y el empobrecimiento creciente están en el centro de cualquier agitación femenina”, y añade la reivindicación de un “seguro para las futuras madres.”

El Cuarto Congreso de la Internacional comunista, que se reúne del 3 de noviembre al 5 de diciembre de 1922, sólo dedica una breve resolución a “la acción femenina”, que subraya tanto el acierto de la orientación decidida en el congreso precedente como las extremas reticencias de los dirigentes de muchos de los partidos comunistas a ponerla en práctica:

“Algunas secciones no han cumplido, o sólo lo han hecho de forma superficial, con su deber de sostener de forma sistemática el trabajo comunista entre las mujeres. Aún no han aplicado las reglas de organización de las mujeres comunistas en el Partido, ni creado los órganos del Partido indispensables de cara al trabajo entre mujeres y al establecimiento de lazos con estas últimas. El Cuarto Congreso exige a estas secciones que emprendan lo más rápidamente posible el trabajo descuidado (…). El frente único proletario sólo puede llevarse a cabo si las mujeres forman parte de él (…). Una sólida vinculación entre los partidos comunistas y las mujeres permitirá a estas últimas, en determinadas circunstancias, abrir el camino al frente único proletario en los movimientos de masas revolucionarios.”

Este congreso marcará un antes y un después, es el último congreso en el que Lenin tomará la palabra. Un cambio aún invisible para los delegados y delegadas, pero que será decisivo en el futuro.