La batalla de la cultura

¡En esto es en lo que hay que soñar! –escribe Lenin, y después
aparenta titubear, mordaz, por el peligro de estas palabras.

En torno al título de este artículo se gestó precisamente la iniciativa para poner en pie esta nueva revista, una revista de ideas, de debate, de pensamiento; una revista, una plataforma, para pensar, contrastar, crear, que trascendiera más allá de la urgencia que la vida y la actualidad impone inexorablemente, también al Partido Comunista. Una revista oasis, que permitiera la calma del análisis sereno, y al mismo tiempo una revista como herramienta precisa en la batalla ideológica. Porque entendemos que esa batalla en el terreno de la cultura es esencial para la transformación social, para construir esa sociedad más justa y sin clases a la que llamamos socialismo. Así nacemos, con voluntad de durar, de perseverar, de prestar un servicio en esa lucha, para hacer más corto ese camino del cambio social.

LA CULTURA
FRENTE AL ADVERSARIO

El más grande revolucionario, Lenin, era clarividente respecto a la importancia de la cultura para la lucha revolucionaria. Y no siempre se analiza bien esto. Recordaré dos avatares de su dilatada vida de lucha.

El primero sucede en su relación con el escritor Máximo Gorki, cercano a las ideas socialdemócratas del movimiento, incluso al partido. Gorki y Lenin se habían conocido en el exilio, en Londres, y se había creado entre ellos un cauce de sincera simpatía y admiración. Gorki, a pesar de adhesión a la causa, era reticente a la militancia, era un poco díscolo y un celoso guardián de su individualidad creativa. Lenin, mientras estuvo en el exilio suizo, viajó en varias ocasiones a Capri para visitar a Gorki, en su exilio italiano. Cuando Lenin lo visitaba, Gorki se mostraba encantado, porque ya sentía una profunda admiración por el líder político, pero al mismo tiempo se mostraba receloso en su papel de escritor, pensando que Lenin lo iba a incitar a escribir panfletos, o proclamas doctrinarias para el movimiento. Pero Lenin siempre lo tranquilizaba, y le decía que no era eso lo que quería de él, en absoluto, que debía seguir escribiendo como lo hacía, desde su independencia estricta, libre, porque así le necesitaban. Justamente así y no de otro modo eres más útil para la causa –le decía Lenin.

El gran invento de la Revolución Rusa, los SOVIETS, como alternativos a la democracia burguesa, fue precedido por décadas de un intenso trabajo cultural para lograr la hegemonía ideológica entre la clase trabajadora. Desde la llegada de Lenin a Petrógrado en 1893 su labor principal fue la de participar en las charlas de los círculos obreros, dinamizando con este hecho “cultural” a los grupos marxistas de Petrógrado, y alejándolos de un marxismo mecanicista anclado en el esquema muerto de las fases evolutivas. Todo gracias al debate cultural amplio, abierto. Y es este ambiente de los círculos obreros que, ampliándose a las fábricas, va a desembocar en los SOVIETS años después. El propio Lenin, cuando vuelve a Petrógrado en 1917, tras largos años de exilio en Suiza, lo primero que le interesa nada más llegar, al bajar del tren, es saber cómo está su periódico, el periódico del Partido, pide un ejemplar con urgencia, necesita tomar su pulso, ver si sirve bien a las ideas y al momento revolucionario.

Seguramente es Gramsci quien hereda mejor que nadie este espíritu leninista de la Hegemonía. Aunque no siempre se establezca esta ligazón entre Gramsci y Lenin. Pero es Gramsci quien acuña la expresión de la necesidad de alcanzar la Hegemonía en el terreno de la cultura, como paso previo al cambio social. Porque sin esta Hegemonía no se va a producir la mayoría necesaria para la transformación. Gramsci, tras la derrota del movimiento de los Consejos obreros turineses e italianos del año 1920, percibe cómo es imprescindible la Hegemonía para la nueva fase que ve abrirse en Occidente, distinta a la rusa, una fase donde va a tener más importancia la lucha electoral, desde una perspectiva inequívocamente revolucionaria, hacia el socialismo.

Si para Lenin la Hegemonía es cultura para conquistar, alumbrar los SOVIETS; para Gramsci es dotar al proletariado de una nueva cultura, filosofía, lenguaje, que determinan una concepción del mundo que debe oponerse a la de la burguesía; que habitualmente disfraza la suya bajo la idea del “sentido común”, que no es sino la concepción del mundo burguesa existente; aunque la sociedad, la gente, la clase trabajadora, opere engañada, alienada bajo ella, bajo ese paraguas ideológico del “sentido común”. Gramsci postula la Hegemonía como necesaria para destruir ese “sentido común” paralizante.

Ambos dos ejemplos nos deben alentar sobre la necesidad de esa Hegemonía para conseguir la mayoría para el cambio. Porque el cambio para nosotros sigue siendo el cambio revolucionario; no se trata, en nuestra perspectiva, de cuestiones menores o de maquillaje del capitalismo, sino de abatirlo, abriendo el camino a socialismo. Y ese camino necesita la adhesión de la mayoría. Para caminar por él, y para resistir, sabiendo que se encontrarán obstáculos, que los pondrá, y muchos, el adversario. Sólo si se tiene una elevada conciencia y conocimiento de lo que se hace, de hacia dónde se va, se podrá resistir. La Historia nos enseña que en los casos en los que esa Hegemonía se había conquistado, fue en los que más alcance tuvieron nuestras ideas.

-Así ocurrió en la Revolución Rusa, como hemos visto. Y seguramente su deterioro, declive, y derrota, tienen que ver con una incapacidad para sostener en el tiempo esta Hegemonía de la utopía comunista que había sido conquistada. Quizá debido al anquilosamiento y la falta de tensión política, del libre debate de las ideas en el propio campo comunista, debate sin el que es imposible una Hegemonía natural, cultural, conquistada y no impuesta. Aquí reproduzco unos párrafos de un libro, “El sueño de Nicolás Colberg”, donde se ve cómo se tratan estos temas en la literatura, y donde se muestra cómo se manifiesta esta idea dialéctica de la Hegemonía, dialéctica porque debe estar viva siempre, disputándose siempre, porque si se afloja, se pierde el terreno ganado, y vuelven la viejas ideas. En la novela, un brigadista internacional, que ha estado ayudando a la España republicana, está preso en la Polonia popular, no lo comprende y recuerda a España, que está llena de enseñanzas:

El prisionero Colberg seguía con sus vueltas y vueltas al patio, él solo. Soledad acompañada por la nieve, los pájaros, el sol, las nubes y sus sueños. Vueltas que rondaban la incomprensión y la rabia, en la que desfilaban los impostores, Warta, los compañeros caídos, y el enigma de Stalin, el gran jefe; vueltas en las que casi siempre vencía un optimismo que, con sus sueños como bandera, terminaba en España, donde aún no se perdía, a pesar de la derrota, donde aún todo era puro, donde quizá fue posible otra cosa que ésta. Perdieron. Allí perdieron pero también triunfaron, sí. Triunfaron sobre todo donde perdieron, él encerrado aquí era la prueba —y Colberg recordó aquella carta de su amigo Gene Wollman, el brigadista americano, que le impresionó tanto porque resumía muy bien esa verdad.

“Por primera vez en la historia —recordaba con precisión como comenzaba aquella carta para su madre que le enseñó Gene—, por primera vez desde que el fascismo empezó a asfixiar y a hacer trizas todo aquello por lo que sentimos cariño, tenemos la oportunidad de defendernos. Mussolini marchó sin oposición sobre Roma. Hitler se pavonea desde que tomó el poder sin derramamiento de sangre. En Etiopía, la maquinaria fascista otra vez ha sido capaz de imponer su voluntad sin una oposición unida. Hasta en los democráticos EE.UU. la mayoría ha tenido que sufrir toda clase de opresión sin tener la posibilidad de defenderse. Aquí, por fin, los oprimidos de la tierra estamos unidos, aquí, por fin tenemos armas, aquí podemos defendernos. Aquí, incluso aunque salgamos derrotados, por el hecho mismo de haber luchado por el debilitamiento del fascismo, habremos triunfado”.

Gene escribía cuando él se acercó —recordaba la escena—, y ante su curiosidad le leyó aquello que acababa de escribir. Porque ésa es otra de las lecciones: la camaradería. Comida, ideales, palabras compartidas con verdad. No como ahora, no como estos impostores —y el rostro de Colberg se enturbió al recordar a Warta—. Aquellas palabras de la carta las recordaba exactas, contenían el lirismo, la emoción, la seguridad de hacer lo justo, de cumplir el deber que todo oprimido del mundo sintió ante España. Y por eso, porque esa carta contenía esa verdad pura, le conmovió, por eso se ancló en su memoria. Sí, eso era, allí donde perdieron ganaron, y se guardó la semilla, y aquí donde creyeron ganar perdieron, porque no se dieron las condiciones, porque todo llegó impuesto, porque así no hubo deseo, lucha, que es la luz donde la libertad descubre al impostor. Aquí ganaron ellos, todos los Wartas. El pensamiento, entre vuelta y vuelta, sobre el surco de la nieve sucia que seguía cansinamente Colberg, regresaba al momento primero, el de su llegada a España.

-En la República española. Aunque fue derrotada por las armas, venció en las ideas, y todo el progresismo del mundo vio a la República con enorme simpatía, y todos los intelectuales la apoyaron como suya propia. Fue la República del Frente Popular quien consiguió eso, no fue la República derechista del bienio negro, que masacró a los mineros de Asturias, que encarceló a miles de militantes izquierdistas. Fue la del Frente Popular porque tuvo la claridad revolucionaria para realizar las transformaciones necesarias y deseadas por el pueblo, ganó así su Hegemonía, y se ganó la adhesión de los poetas, Alberti, Miguel Hernández, de los escritores, García Lorca, Machado, de los intelectuales de todo el mundo.
-El Chile de Allende fue acompañado por un vigoroso movimiento de poetas y cantautores, Neruda, Violeta Parra, Víctor Jara, Ini-Illimani, Quilapayun, con el tren popular de la cultura que se dirigió a los lugares más remotos del país para llevar instrucción, poesía, canciones, conciencia. Derrotado por las armas, victorioso en las ideas, como la República española.
-La Revolución cubana. El movimiento guerrillero de Sierra Maestra fue capaz de conquistar la Hegemonía en las ideas para el socialismo. Hay que recordar que el barco Granma se dirigió el 25 de noviembre de 1956 a la costa de Cuba con 82 guerrilleros a bordo, de los cuales sólo 21 sobrevivieron al desembarco. Hay que hacerse idea del monumental trabajo que hicieron ese puñado de guerrilleros para conquistar el corazón y las ideas del pueblo cubano en tres años de lucha. Cuenta el novelista Jesús Díaz, en su libro “Las iniciales de la tierra”, la gran efervescencia política que llegó tras la Revolución, la multitud de organizaciones que proliferaron, y que gracias a la síntesis adecuada del proceso revolucionario, a la Hegemonía ganada, pudieron converger tiempo después, de forma natural, en el Partido Comunista de Cuba. Algo similar podríamos decir sobre Vietnam, o China.

Dicho de otro modo, como ya lo subrayó Gramsci, la importancia de las condiciones subjetivas en la revolución es decisiva; no basta con que se den las condiciones materiales u objetivas, se precisa también la madurez de las condiciones subjetivas, que no es otra cosa que la conquista de la Hegemonía en la batalla cultural contra la cultura dominante o llamada vulgarmente “sentido común”, que no es sino su concepción del mundo.

LA BATALLA DE LA CULTURA
EN LA VIDA INTERIOR

Recuerdo que hace mucho tiempo, el que entonces fuera responsable del Partido Comunista en Irún, Txanan Álvarez Dorronsoro, me decía: “nosotros no nos hemos sumado a la lucha, a la militancia, para ver el triunfo del socialismo”. Lo decía por la adversidad para nuestras ideas que presentaba el escenario de la transición, incluso el escenario de Occidente en general. Eran los tiempos de equilibrios, de pactos difíciles y extraños, y de la Guerra fría. Y añadió: ”nos hemos incorporado para empujar ese triunfo en el futuro, y, sobre todo, para vivir con esos ideales, para vivir dentro de nosotros ya en el socialismo”. Esto es muy importante, y es un valor a defender en la sociedad actual, altamente alienante, con su ofensiva de estímulos de recompensa inmediata. Significa defender la paciencia revolucionaria, que no cree rápidos desencantados tras el primer fracaso electoral. Y esto se hace consiguiendo una vida interna en la organización que resulte satisfactoria y atractiva para el militante, en la que se sientan importantes, realizados, vivos, con independencia de los triunfos o derrotas. Significa construir en el interior del Partido Comunista una contra-sociedad, en la que ya se vayan eliminando aquellos valores negativos que no deseamos y propios del capitalismo: el egoísmo, la desigualdad, la imposición. El Partido Comunista debe ser el espejo de la sociedad que postulamos, de esa manera los militantes se encontrarán en su casa, en un fortín del que no huirán con la primera derrota. Eso, más o menos, lo consiguieron los partidos de masas, el francés, el italiano, desde la posguerra hasta el ocaso de los noventa.

LA CULTURA COMO
PROVEEDORA DE LA UTOPIA

Nuestros maestros, Marx, Engels, diagnosticaron con precisión y certeza al capitalismo; pero, sin embargo, no dibujaron ningún modelo de cómo debía ser la sociedad socialista. Apenas algún titular, como que será “una asociación libre de productores”, al analizar la Comuna de París. Eso implica que los que postulamos esa sociedad que sucederá a la capitalista, nos debemos esforzar por pensarla, imaginarla, para nosotros y para hacerla atractiva para la gente.
Saint-Exupery, autor famoso por su obra “El principito”, pero que también estuvo como aviador en España, ayudando a la República, decía: “Si quieres construir un buen barco, antes de poner a trabajar con los planos y la madera a los mejores ingenieros y artesanos, tienes que suscitar en ellos el deseo del mar”. Es lo que debemos hacer los que trabajamos en el campo de la cultura y creemos en el socialismo, suscitar el deseo de socialismo en la gente, como paso previo. Imaginarlo, dibujarlo, diseñarlo, hacerlo atractivo, hablar de su valor, de la igualdad de los hombres y mujeres, hablar de ellos en cada acto cultural, artístico, e intentar así prefigurar esa sociedad nueva. Y llevar todo ese anhelo a la gente. Porque la gente, la clase trabajadora, tiene sus experiencias negativas de este sistema capitalista, lo sufre, lo vive, lo conoce bien. Sin embargo, carece de un norte claro de estímulos precisos que le aliente hacia esa otra sociedad misteriosa que es el socialismo, que no existe, más allá de algunas realizaciones que tampoco son plenas o extrapolables, ni le sirven como ejemplo. Esa labor de crear la fantasía positiva, el deseo de socialismo, sólo lo pueden hacer los creedores desde la cultura.
Nadie mejor que el propio Lenin, el genio de lo concreto, en la obra “¿Qué hacer?”, para recodarnos la importancia del sueño, para sembrar los deseos.

¡En esto es en lo que hay que soñar! –escribe Lenin, y después aparenta titubear, mordaz, por el peligro de estas palabras.
“¡Hay que soñar!” He escrito estas palabras y me he asustado. Me he imaginado sentado en el “Congreso de unificación” frente a los redactores y colaboradores de “Rabócheie Dielo”. Y he aquí que se pone en pie el camarada Martínov y se encara a mí con tono amenazador: “Permítame que les pregunte: ¿tiene aún la redacción autónoma derecho a soñar sin consultar antes a los comités del partido?” Tras él se yergue el camarada Krichevski (profundizando filosóficamente al camarada Martínov, quien hace mucho tiempo había profundizado ya al camarada Plejánov) y prosigue en tono más amenazador aún: “Yo voy más lejos, si no olvida que, según Marx, la humanidad siempre se plantea tareas realizables, que la táctica es un proceso de crecimiento de las tareas, las cuales crecen con el partido”.
Sólo de pensar en estas preguntas amenazadoras me dan escalofríos y miro dónde podría esconderme. Intentaré hacerlo tras Písarev.
“Hay disparidades y disparidades –escribía Písarev a propósito de la existente entre los sueños y la realidad-. Mis sueños pueden adelantarse al curso natural de los acontecimientos o bien desviarse hacia donde el curso natural de los acontecimientos no pueden llegar jamás. En el primer caso, los sueños no producen ningún daño, incluso pueden sostener y reforzar las energías del trabajador… En sueños de esta índole no hay nada que deforme o paralice la fuerza de trabajo. Todo lo contrario. Si el hombre estuviese privado por completo de la capacidad de soñar así, si no pudiese adelantarse alguna que otra vez y contemplar con su imaginación el cuadro enteramente acabado de la obra que empieza a perfilarse por su mano, no podría figurarme de ningún modo qué móviles lo obligarían a emprender y llevar a cabo vastas y penosas empresas en el terreno de las artes, de las ciencias y de la vida práctica… La disparidad entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que el soñador crea seriamente en un sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje a conciencia por que se cumplan sus fantasías. Cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien”.
Pues bien, los sueños de esta naturaleza, por desgracia, son rarísimos en nuestro movimiento. Y la culpa la tienen, sobre todo, los representantes de la crítica legal y del “seguidismo” ilegal que presumen de su sensatez, de sus “proximidad” a lo “concreto”.

LA CULTURA Y LA ORGANIZACIÓN

Gramsci influyó mucho en el Partido Comunista en los años 70-80, después del 68. Se incorporó su idea de la Hegemonía, y la importancia para ella de la batalla en el terreno de la cultura, tanto es así que en la definición del bloque histórico para el socialismo, es decir de aquellas fuerzas motrices para apoyar la transformación, no se mencionaba sólo a la clase trabajadora, sino que se definía el nuevo bloque como la “alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura”. Y ello no sólo en atención a la creciente proletarización de los creadores en el mercado; sino a su papel determinante en la construcción de Hegemonía, es decir de fantasía positiva o utopía, como se le quiera llamar. Ese término tuvo mucho éxito y facilitó una importante presencia del Partido Comunista en el mundo de la cultura y del arte; la flor y nata de los artistas, actores, escritores, eran miembros, amigos, o compañeros de viaje del Partido. Eso se perdió, una pérdida para la que concurrieron muchas razones, errores y derrotas, pero es necesario recuperar ese espacio si aspiramos a la Hegemonía. ¿Cómo? Sin caer en recetas fáciles, pero amparado por la iniciativa que supone al alumbramiento de esta nueva revista, me atrevo a decir que, sobre todo, teniendo más cuidado para la cultura. Más cuidado que significa dotar de más espacio a la cultura en la actividad y vida del Partido Comunista; un espacio más amplio y con plena autonomía para los actores y sujetos, para que sientan que pueden vivir en el Partido sin tener el corsé de la vida política cotidiana; significa acercarse a los agentes de la cultura con sinceridad y permitirles que estén con nosotros, que se reúnan, piensen, creen, con libertad y soberanía. Que sientan que aquí tienen más libertad real que en ningún otro sitio. En los años de la clandestinidad, las organizaciones partidarias no eran territoriales, sino sectoriales, así los intelectuales, los artistas, que estaban juntos en sus células de militancia, se sentían más cómodos y útiles, porque hablaban e intercambiaban sobre lo que les interesaba e inquietaba; y eso, después, tenía un retorno inmenso de utopía, de ideas, para el Partido Comunista, para hacerlo vivo, atractivo, creador. Esta iniciativa, esta revista, pretende ser ese espacio de libertad, para imaginar, para crear la utopía, que no es sino el deseo de socialismo, su diseño y proyecto en construcción permanente.

Miguel Usabiaga

Arquitecto – Escritor

Director de Herri