Poesía en voz alta.

Poesía en voz alta.

Poesía en voz alta.

“No es muy conocido un hecho decisivo para la literatura mundial, que le debe un enorme favor a esta pamplonesa, como es su participación en la construcción de la novela “Cien años de soledad”

María Luisa Elío.

Hemos dicho en la portada que dedicamos este número de Herri a las mujeres poetas, pero también al resto de escritoras, a las artistas, a las científicas, a las resistentes en suma, porque la poesía no es sólo un asunto de etiquetas, o de encadenado de versos y estrofas, también es una mirada a la vida desde la belleza y el compromiso.

Y se trata de un deber cívico, revolucionario, recuperar la voz de aquellas mujeres cuya obra fue eclipsada por los hombres que tuvieron a su lado, o por su propia condición de mujer, subyugada, doblemente oprimida, silenciada. Y en este espacio que más que de recuperación es casi de alumbramiento, por el olvido al que fueron sometidas, tiene un lugar preeminente la pamplonesa María Luisa Elío. Ahora, cuando la editorial Renacimiento de Sevilla ha publicado su obra completa reunida, se hace aún más oportuno este artículo, para hablar de ella, de su vida, y para incitar a su provechosa lectura.

María Luisa Elío nació en Pamplona en 1926, en el seno de una familia acomodada. Su padre, Luis, era juez municipal, y también presidente de los Jurados Mixtos de Trabajo de la capital navarra durante la República, y, a pesar de su catolicismo, de ser un terrateniente, era un republicano de ideas avanzadas. Repartió las tierras que poseía en Barañain entre los jornaleros. El 19 de julio fue detenido por los golpistas franquistas en su casa, en presencia de su mujer y de sus hijas, pero gracias a la ayuda de unos amigos carlistas fue sacado de la comisaría y escondido en un una diminuta estancia. Él contó después que era tan pequeña como un armario y sin ventana, en la Casa de Misericordia de Pamplona, muy cerca de la Ciudadela, y desde donde escuchaba cada mañana y cada atardecer los fusilamientos que los franquistas ejecutaban casi a diario contra las murallas. Allí pasó los tres años de guerra. A finales de 1939, sus protectores lo llevaron a la frontera, donde un mugalari le ayudó a pasar a Francia, y, como miles de refugiados republicanos, fue encerrado en el campo de concentración de Gurs.

Días después de que su padre fuera detenido, unos soldados fueron a dar a la familia la noticia de que había sido fusilado. Y les mostraron como prueba algunas ropas suyas ensangrentadas. Al cabo de los días volvieron los soldados, y así hasta tres veces, repitiendo la mala noticia. Así que como cuenta María Luisa en su libro “Voz de nadie”, fue huérfana de padre tres veces. Pero no era cierto, y tras un tiempo les llega la información de que las noticias reiteradas de su fusilamiento eran falsas, que su padre vivía, que justo cuando lo iban a fusilar pudo escapar y esconderse. Temerosas por su destino, y afectas a la causa de la República, guiadas por su madre Carmen Bernal, una murciana de Mazarrón, Maria Luisa, con sus dos hermanas, intentaron escapar a Francia, pero fueron detenidas en el pueblo de Elizondo, allí estuvieron retenidas durante tres meses, hasta que finalmente consiguieron pasar la frontera; pero no se quedaron en el país vecino, sino que regresaron por Catalunya a España, haciendo el mismo periplo de muchos republicanos que no abandonaban a su país; y fueron a parar a Valencia. Cruzaron la frontera en sentido inverso, por Le Pertus, cuando al República ya estaba derrotada, y consiguieron encontrarse con Luis, su padre, en Paris, a finales de 1939. Todos juntos, el 16 de febrero de 1940 partieron del puerto de Le Havre hacia México a bordo del buque “De Grasse”.

En México se despierta en María Luisa una gran vocación teatral, y se inscribe en la academia de teatro del japonés, Seki Sano, discípulo de los revolucionarios escenógrafos soviéticos Meyerhold y Stanislawski. Y participa en el grupo de teatro “Poesía en Voz alta”, que contaba con Octavio Paz entre sus colaboradores y miembros. En los años 50 publicó relatos en el diario mexicano “Novedades” y en la revista “México de la cultura”. Se casó con otro exiliado republicano, Jomi García Ascot, y empezó a colaborar junto a él en películas. Escribió su obra “Voz de nadie”, donde relata desde un punto de vista infantil su viaje en barco como exiliada y las penurias de su familia a llegar al nuevo país. La experiencia de rotura, de quiebra de raíces, de despersonalización que supone el exilio, es lo que dice ella que le orienta hacia el teatro, “con el propósito, sobre todo, de ver si, siendo otra persona, no me enteraba de quién era yo”. Esta explicación narra de forma muy nítida lo desgarrador que es el exilio.

En 1970, con 44 años, decide volver a Pamplona, lo hace acompañada por su hijo Diego, de seis años. El viaje, su deseo de Pamplona, es tan anhelado como decepcionante al realizarse. Es el viaje eterno de la literatura, volver a los lugares donde nos hicimos, donde transcurrió la infancia, volver a ser de nuevo, revivir. Decepcionante porque la Pamplona gris franquista que encuentra ya no es aquella que atesora en su memoria. Todo allí está poblado de sombras. Nadie la reconoce y ella tampoco reconoce a sus recuerdos. “Regresar es irse, volver a Pamplona es irse de Pamplona, voy a volver adonde las cosas no están ya. Ahora, al fin, me atrevo a regresar donde la gente ha muerto. Por eso sé que regresar es irse, irme”. Dirá María Luisa. “Irme de una vida, casi de toda una vida, porque sé que ahora la mirada tan solo va a servir para borrar”. Con esa experiencia desoladora escribe “Tiempo de llorar”, una de los más hermosos textos escritos sobre ese eterno literario, el impulso de regreso a la ciudad natal, a los orígenes, a las raíces.

La única película rodada sobre el exilio republicano en México, “En el balcón vacío”, está dirigida con su guión. Es una película sin recursos, realizada entusiastamente por amigos, los exiliados, que no son profesionales, pero por ello mismo palpita en esa cinta la verdad del exilio, sin ambages. Dedicada a todos los españoles que murieron en el exilio, obtuvo el premio de la crítica en el Festival de cine de Locarno, en Suiza, en 1962.

En la década de los cincuenta y sesenta, María Luisa participó muy intensamente en la vida cultural de México, compartió inquietudes y lucha con sus compañeros exiliados como León Felipe, y con muchos intelectuales latinoamericanos, con quienes compartió amistad y tertulias, como Carlos Fuentes, Juan Rulfo, y Gabriel García Márquez. Convivio un tiempo en la Cuba revolucionaria contando con la amistad de Alejo Carpentier, Lezama Lima y Cintio Vitier. No es muy conocido un hecho decisivo para la literatura mundial, que le debe un enorme favor, como es su participación en la construcción de la novela “Cien años de soledad”, del premio nobel Gabriel García Márquez. En el curso del año 1965 Gabo comenzó a contar a sus amigos las ideas sobre la novela que llevaba años pensando. Entre los más fieles oyentes de esos relatos de Gabo se encontraba María Luisa. Junto a Álvaro Mutis, María Luisa y su marido solían acudir por la tarde a la casa mexicana de Gabriel García Márquez. Gabo había pasado todo el día escribiendo, y cuando llegaban sus amigos salía de su encierro, se tomaba un whisky y se ponía a charlar gustosamente. Y el gran escritor colombiano, percibiendo el interés y pasión con la que María Luisa le escuchaba, empezó a tener una confianza plena en su opinión, ese refrendo que a veces necesita el escritor para poner en público lo que su imaginación desbordante ha pergeñado.

En una de esas tertulias, fue cuando Gabo les contó durante más de cuatro horas su idea completa de la obra “Cien años de soledad”. Cuando Gabo les refirió el pasaje de la novela en el que el cura levita. María Luisa salió del encantamiento y le espetó.

-¿Pero levita de verdad, Gabriel?
Gabo le ofreció una respuesta aún más surrealista.
-Ten en cuenta que no estaba tomando té, sino chocolate a la española.
A las cuatro horas, Gabo le preguntó a María Luisa si le gustaba la posible novela.
-Me vuelve loca –le contestó María Luisa-. Si escribes eso será una locura, una maravillosa locura.
-Pues es tuya –le respondió Gabo.

Tras ganarse su confianza, María Luisa se convirtió en era una privilegiada, y a veces, Gabriel, mientras estaba escribiendo la luego famosa obra, le mandaba algún capítulo terminado a María Luisa, para que lo leyera, antes de que saliera la novela publicada, para saber de su aprobación o crítica. Y Gabo cumplió su palabra, cuando fue publicada “Cien años de soledad”, se la dedicó a María Luisa, en agradecimiento. Quizá sin el apoyo de esa pamplonesa el mundo se había perdido una obra maestra de la literaria y un gran gozo.

Miguel Usabiaba: Director de Herri / Arquitecto, Escritor

Vida y Obra de Ángela Figuera

Vida y Obra de Ángela Figuera

Vida y Obra de Ángela Figuera

 “En sus versos muestra la miseria extrema de España, la desolación de los vencidos y la situación de las mujeres empobrecidas y explotadas.”.

Angela Figuera Aymerich nace en Bilbao, el 30 de octubre de 1902, y muere en Madrid, el dos de abril, de 1984. Hija mayor de la valenciana Amelia Aymerich y de Jesús Ángel Figuera, tuvo que dedicar mucha atención a sus hermanos más pequeños, ya que su madre estaba muy delicada de salud. Fue entonces cuando comenzó a escribir cuentos infantiles y poesía. Natural de La Habana, el padre era catedrático de la Escuela de Ingenieros Industriales de Bilbao; aficionado a la pintura, a la música y a todo tipo de actividad cultural, solía acompañarle su hija hasta que éste murió, en 1926. Ángela lo recuerda en unos versos de 1953:

Mi padre era ingeniero y amaba los paisajes.
Quería capturarlos en rectángulos breves
y llevarlos consigo.
Cuando íbamos al campo o al mar, en vacaciones,
meticulosamente, sabiamente pintaba.

Ángela estudió en el Sacré Coeur, un colegio de monjas francesas y obtuvo el título de Bachiller en 1924, en el Instituto Provincial de Bilbao. Como alumna libre, inicia estudios de Filosofía y Letras, realizando los primeros exámenes en Valladolid y terminándolos en Madrid, ciudad donde se trasladó a vivir la familia en 1930. En 1931 comienza a trabajar en el colegio privado Decroly de Madrid y un año después en el colegio Montessori. En 1933 saca una cátedra de profesora de Enseñanza Media y la destinan a un instituto de Huelva. Ese mismo año se casa con su primo, Julio Figuera, y ambos se trasladan a Huelva. En 1935 Ángela pierde a su primer hijo en un parto muy difícil. En 1936 debe confirmar su nombramiento de catedrática realizando unos cursillos y el matrimonio regresa a Madrid sin saber que ya se está preparando la sublevación de Franco, en Marruecos.

Al comenzar la guerra civil, el marido de Ángela, de ideología socialista, se alista en el ejército. Es en Madrid donde nace su hijo, Juan Ramón, el 30 de diciembre de 1936, cuando las bombas llueven sobre la ciudad. En febrero de 1937, Ángela y su familia se trasladan a Valencia, y allí es destinada al Intituto Alcoy. Dos años más tarde, Ángela pide el traslado a Murcia para estar cerca de su esposo, al que habían destinado a Molina de Segura. En los primeros años de la posguerra, Ángela se dedica a su hijo y a escribir; fruto de ese tiempo es su primer libro, “Mujer de barro”, el cual se publica en 1948. Un año después escribe “Soria pura”; un homenaje a la ciudad castellana, donde pasó algún tiempo y en la que se percibe el influjo de Antonio Machado.

Me fui con tu libro allí
y luego no hacía falta:
todos tus versos, Antonio,
el Duero me los cantaba.
Siempre los canta.
Su trayectoria poética

La trayectoria vital y poética de Ángela Figuera está marcada por su compromiso social y su crítica al franquismo, motivo por el cual la dictadura la desposeyó de su plaza de maestra. En un mundo dominado por hombres, cuestiona el modelo que la cultura impone a la mujer; visión que deja plasmada en su obra poética.

“Mujer de barro” y “Soria pura”, fueron sus poemarios más intimistas y sin una crítica abierta al régimen, pero a pesar de ello los libros tuvieron problemas con la censura por su sensualidad y velado erotismo. En su libro, “Vencida por el ángel”, de 1950, irrumpe la “etapa preocupada”; uno de los mayores ejemplos de la poesía social española de postguerra. El poemario muestra la miseria extrema de España, la desolación de los vencidos y la situación de las mujeres empobrecidas y explotadas. Prosigue su obra Con “El grito inútil”, de 1952, libro en el que se consolida su nueva forma de escribir: verso libre donde predomina la anáfora, el apóstrofe y la metonimia. En sus versos distingue entre la explotación del hombre por el trabajo y el de la mujer, cuyo protagonismo viene dado por la maternidad y la casa; en el poema Rebelión, queda la huella:

Serán las madres las que digan: Basta.
Esas mujeres que acarrean siglos
de laboreo dócil, de paciencia,
igual que vacas mansas y seguras.(…)
No más parir abeles y caínes.
Ninguna querrá dar pasto sumiso
al odio que supura incoercible…

Le siguen, “Los días duros” y “Víspera de la vida”, en 1953. En “Víspera de la vida”, Ángela reclama el pleno sentido de vida, sin tener que dar “úteros fecundos, hornos de dios”, donde los hijos crecen en un mundo en el que ellas no han tenido la palabra.
Pensando que en una ciudad grande les resultaría más fácil pasar inadvertidos para poder reconducir sus vidas, el matrimonio decide regresar a Madrid. En 1952, Ángela comienza a trabajar en la Biblioteca Nacional, y al poco tiempo se incorpora al servicio de bibliobuses; sistema que se ocupaba de llevar libros a la periferia de Madrid. En una carta que escribió a Blas de Otero, en 1956, Ángela contaba:
“Sabrás que a mi vejez he resuelto dedicarme a la vida activa y trabajo por la mañana en la Biblioteca Nacional y por la tarde en una biblioteca ambulante o bibliobús que va prestando libros por los barrios extremos y suburbios madrileños. Este último es un servicio estupendo y yo lo hago encantada, con verdadero apasionamiento, aunque la remuneración es muy pequeña, como todas las que se cobran en España salvo raras y casi siempre honrosas excepciones. Se pone uno en contacto con el pueblo y se le orienta y se le educa en la lectura y no sabes cómo lo agradecen y qué contentos y amables se muestran con nosotros las bibliotecarias, y hasta nos toman afecto…”.

En 1953, es consciente de que no conseguirá publicar el libro que estaba terminando, “Belleza cruel”, en el que reafirma su compromiso con los desfavorecidos. Las expresiones de este libro son más enérgicas, el lenguaje más conciso; su tono acusa desesperación. Sabe que no será fácil pasar la censura para la edición y decide enviar el manuscrito a unos amigos que residían en México. Sin advertir a la autora, presentaron el libro al premio de poesía, Nueva España; el libro consiguió el premio de poesía Nueva España, concedido por la unión de Intelectuales Españoles de México. “Belleza cruel” se publicó en México, en 1958, con un prólogo de León Felipe que causó un gran revuelo en España.

En España, “Belleza cruel” circuló en pequeñas ediciones clandestinas. Ángela dijo: “Belleza cruel”, con eso de publicarse en México y no estar censurado aquí, me está costando más molestias, disgustos y dinero de lo que vale. Todos lo quieren, recibo muy pocos, una o dos librerías de Madrid lo venden con cuentagotas y con precauciones… Tengo otro terminado, “Toco la tierra”, que está en Francia para publicarlo en Shegers, en edición bilingüe. Pero si tardan demasiado, aún no hemos hecho contrato, ya les he dicho que lo retiro e intentaré que salga aquí, aún no sé dónde ni he hecho gestión alguna ni sé si lo pasará la censura. ¿Por qué seré tan «mala» que tengo que verme en estas dificultades”. “Belleza cruel” consolidó a su autora como una de las grandes voces de la poesía social del momento. En 1969, Invitada por el librero exiliado, Alfredo Gracia, visitó México. Tras escribir “Letanias”, en 1962, obra que se resume en unas pocas composiciones circunstanciales, Ángela guardó un largo silencio; silencio sólo roto para publicar dos libros infantiles y poemas sueltos.

Emilio Miró denominó a Gabriel Celaya, Ángela Figuera y Blas de Otero como “el triunvirato vasco de la poesía de posguerra”. En 1971, cuando el matrimonio regresó a Madrid nadie parecía esperarla y, por otro lado, ella se mantuvo alejada de los ambientes literarios. Ángela fue crítica con el modo en que se realizó la transición, tras la muerte del dictador, pero no pudo manifestar la crítica en sus textos porque ya estaba muy enferma y sin fuerzas.

El olvido

Pocas antologías de La Generación del 27 recogen su nombre. Será la “Antología de la poesía social del año 1981”, de Leopoldo de Luis, donde aparece por primera vez, y junto a ella sólo hay tres mujeres más: Gloria Fuertes, María Beneyto y María Elvira Lacaci. En total, la antología recoge la obra de 30 poetas, 26 de ellos son hombres.
En palabras de Miguel Barrero: “En el caso de Ángela Figuera Aymerich, están claros los motivos que provocaron que en su propia época no ocupara nunca un papel protagonista: era mujer, pertenecía al bando derrotado en la Guerra Civil y su poesía, lejos de camuflar esa condición o de adaptarla al gusto de la retórica triunfante, incidía en ella y la empleaba como base desde la que lanzar una mirada ácida, rabiosa y escéptica a la sociedad que se desenvolvía en sus alrededores”.
El libro de “Cuentos tontos para niños listos”, se publicó primero en Monterrey (México), en 1979; en España será en 1980. En 1984 llegó a las librerías la que fue su última obra, “Canciones para todo el año”, después de su muerte.
La desmemoria sobre la poeta se ha mantenido hasta que la editorial Hiperión publicó sus obras completas, en 1986. Sus poemas son comprometidos y rotundos, exponen el desarraigo existencial con el que vivieron quienes rechazaron la posibilidad del exilio. Vivir entre los verdugos del régimen fascista exigía mucha valentía. Ángela desarrolló su labor creativa durante las décadas más duras de la dictadura, en la que había una férrea censura. Sus libros debían pasar por el control y obtener la autorización para su publicación. Todos los expedientes de su obra publicada en España están en el Archivo General de la Administración Civil del Estado en Alcalá de Henares.

Es de justicia recuperar la poesía de esta mujer sensible y comprometida con los desfavorecidos, con los vencidos y con la mujer, principal víctima de las guerras y de las dictaduras. En el año 1950, Ángela escribía en el poema, “Exhortación impertinente a mis hermanas poetisas”, publicado en el nº 45 de la Revista Espadaña .

Levantaos, hermanas. Desnudaos la túnica.
Dad al viento el cabello. Requemaos la carne
con el fuego y la escarcha de los días violentos
y las noches hostiles aguzadas de enigmas.
No os quedéis en el margen….

Ángela ha sido condenada al olvido, primero por un régimen cruel, y después por la desidia de los gobiernos que no ha sabido afrontar la memoria histórica con la dignidad que las víctimas merecen.

Teresa Galeote Dalama es escritora: Los días largos, Más allá de las ruinas, El eco de las palabras, Daños colaterales, y Los hombres que no amaban a las mujeres, forman parte de su obra literaria.

Amparitxu, también poeta.

Amparitxu, también poeta.

Amparitxu, también poeta.

Amparo era poeta antes de la anunciación de Gabriel. También poeta,además de una mujer brava, inteligente y solidaria.

En 1955 la Colección Doña Endrina publica en Guadalajara el poemario Coser y cantar de Amparo Gastón y Gabriel Celaya.
Burla, burlando,
como el amor,
multiplicamos
más que por dos.

En 1958 Amparo Gastón consiguió con su libro “A flor de labio” el segundo premio, la Orquídea de Oro, entre los 180 participantes en el concurso internacional de poesía convocado en Venezuela por la revista Lírica Hispana.

He ido por el mundo con un ansia vivísima
de agrupar en ramilletes sus bellezas
y de preguntar a las violetas
por qué son tan pequeñas y tan tristes.
He deseado saber por qué las magnolias
están formadas de besos olvidados en los parques
y las camelias son novias que no han existido
y han amado.

El poemario, dedicado ‘a Gabriel, el de mi anunciación’, lo publicó en 1972 Fuendetodos, la formidable colección que reunió a Gabriel Celaya, Blas de Otero, Miguel y José Antonio Labordeta, Vicente Aleixandre, Leopoldo de Luis y Ramón de Garciasol. El libro de Amparitxu está ilustrado por Eduardo Chillida.
Quiero huir como sea de este silencio helado,
de este Dios que me manda sin que yo lo comprenda,
envuelto en sus designios, cada vez más eterno,
ignorando mi vida, mi dolor y mi muerte.

Amparo era poeta antes de la anunciación de Gabriel. También poeta, además de una mujer brava, inteligente y solidaria.
Era una tarde silenciosa,
una tarde de siega de silencios,
una tarde de sombreros de paja,
con aliento de trigo,
de calor y de tierra.
Era una tarde rota y muerta,
con un polvo en los ojos
de niebla húmeda y caliente,
tristísima ceniza
de sueño y de venganza.
Era allí, sobre las piedras blancas,
destrozadas y muertas,
sin aristas,
redondas, pálidas y grises,
era allí por donde pasaron
tres señores hablando,
con botas de charol y barbas negras.

Además de quererla, hay que leer a Amparo Gastón. Sus poemas se hacen de todos, incluso cuando solo se los dedica a su compañero.

Eres toda mi vida,
todo mi destino,
pero cuando te veo
invadido de sol y de palomas blancas
me pareces
una criatura pequeñita:
algo que no tiene origen.
Y por eso me pareces divino:
tan bello como un niño.

José Manuel Martín Medem: Director de Mundo Obrero

En recuerdo de una niña. (Ana Frank)

En recuerdo de una niña. (Ana Frank)

En recuerdo de una niña. (Ana Frank).

“Es un orificio al que ni siquiera con el dedo puedes entrar fácilmente. Eso es todo, y pensar que todo esto juega un papel tan importante”.

Esta es la universal historia escrita entre los trece y los quince años por una adolescente judía que, a falta de amigas en las que confiar, ofreció sus reflexiones a Kitty, su libreta de apuntes: «El diario de Ana Frank».

Los Frank, familia de comerciantes judíos alemanes emigrados a Ámsterdam en 1933, tras la ocupación holandesa por los nazis y ante el temor a ser deportados a campos de concentración, optaron por ocultarse en la trasera de las oficinas donde trabajaba Otto Frank. —‘la Casa de atrás’ la llamaban—. Ocho individuos ocuparon este refugio durante más de dos años; junto a Ana, sus padres y Margot la hermana mayor, otras cuatro personas compartieron habitáculo. Dos largos años en los que se cultivó la esperanza pretendiendo evitar la tragedia. Dos largos años en los que, a través del Diario, apreciamos en Ana Frank la evolución de una niña apenas adolescente, de una niña inquieta e inconformista, reconvertida a fuerza de circunstancias, en una joven reflexiva, madura en sus sentimientos y —siendo esto lo más importante—, libre en sus narraciones. Tras la lectura del libro, de inmediato llegas a la conclusión de que Ana Frank, ensamblada en su adolescencia y atrapada —dadas las circunstancias—, en una convivencia difícil, con la escritura del diario encontró un refugio dentro del refugio. De seguro ella así lo sentía cuando en una de sus primeras redacciones, la del 20 de junio de 1942 (siempre fechaba sus diarios), nos confiesa que… «Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir un diario. No solo porque nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso en realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas. El papel es más paciente que los hombres. …/… Sí, es cierto, el papel es paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno de tapas duras llamado pomposamente «diario», a no ser que alguna vez en mi vida tenga un amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga «del alma», lo más probable es que a nadie le interese.
Tiempo después, apenas unos meses previos al desmoronamiento del refugio, en 16 de marzo de 1944 escribía en su diario… «Me parece que lo mejor de todo, es que lo que pienso y siento, al menos lo puedo apuntar; si no, me asfixiaría completamente».

Pobre Ana; de no ser por lo trágico de los acontecimientos ocurridos con los alemanes en retirada, con el refugio de ‘La casa de atrás’ denunciado por algún delator, quién sabe cuál habría sido su futuro, hasta donde hubiera llegado su pasión narrativa. No pudo ser, la furia de la locura al igual que a millones de personas, a ella y a su familia las arrastró al inframundo del absurdo. El 4 de agosto de 1944 eran detenidos los ocho refugiados. La familia Frank, tras cuatro días en los calabozos eran trasladados en tren al campo de concentración de ‘Westerbork’; de allí, nuevamente en inhumanos vagones de tren a Auschwitz en Polonia, donde Edith la madre moriría de inanición; Ana y Margot serían deportadas a Bergen-Belsen, allí, en marzo de 1945 —apenas a unos meses del final de la guerra— fallecerían de fiebre tifoidea. Solo Otto Frank sobrevivió a la tragedia. Gracias a él y a que dos amigas de la familia encontraron en ‘la casa de atrás’ los manuscritos de Ana, hoy han llegado a nuestras librerías, a nuestras bibliotecas, a nuestros corazones. La primera edición del Diario está fechada en 1947; el padre de Ana dedicó el resto de su vida a la difusión de un libro que en un principio fue publicado con el título de «La casa de atrás». Hoy se superan los 30.000.000 de libros vendidos. Y, sin embargo, nada de esto sería posible de haber sido diferente el final de la guerra. ‘El diario de Ana Frank’ como tantos y tantos tesoros literarios, o bien estarían perdidos para siempre, o bien sobrevivirían bajo el paraguas de la clandestinidad. Afortunadamente no fue el caso; hoy, salvo alguna excepción que ahora comentaré, gracias entre otros, al testimonio de una niña con ganas de escribir, podemos leer en su diario como era la vida de los judíos en aquellos años previos a la guerra. Ana, el sábado 20 de junio de 1942, apenas unos días del inicio del confinamiento, escribía:
«…se nos privó de muchas libertades. Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche, tampoco en coches particulares; los judíos solo pueden hacer la compra desde las tres hasta las cinco de la tarde; solo pueden ir a una peluquería judía …/… no pueden salir a la calle desde las ocho de la noche hasta las seis de la madrugada; no les está permitida la entrada en los teatros, cines y otros lugares de esparcimiento público; Así transcurrían nuestros días: que si esto no lo podíamos hacer, que si lo otro tampoco. Jacques siempre me dice: Ya no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido».

Esta última frase «Ya no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido», justifica toda una tesis doctoral sobre lo que representa una dictadura sustentada en el terror. Con su reflexión, el pequeño Jacques nos indica el peligroso camino de la sumisión, ese en el que el miedo puede conducir al individuo a su anulación.

En sus escritos refleja sentimientos muchas veces encontrados acerca de las relaciones familiares, envidia de su hermana Margot por ser ya ‘mujer’. Peter Van Daan, un adolescente de más o menos su edad perteneciente a la otra familia con la que comparten refugio, pasa de ser un ‘niño tonto’ a ser alguien de quien se termina ‘gustando’ y siendo ‘gustada’. Deseosa Ana de declarar sus secretos y sensaciones íntimas en su tránsito hacia lo que ella llama ser mujer, demuestra una libertad de pensamiento, un criterio propio de lo que supone ser mujer en un mundo de hombres, que a su manera y ante su fiel diario, no repara en ambigüedades. Así, observándose su propio cuerpo nos decía:
«De frente, cuando estás de pie, no ves más que pelos. Entre las piernas hay una especie de almohadillas, unos elementos blandos, también con pelo, que cuando estás de pie están cerradas, y no se puede ver lo que hay dentro. Cuando te sientas, se separan, y por dentro tienen un aspecto muy rojo y carnoso, nada bonito. En la parte superior, entre los labios mayores, arriba, hay como un pliegue de la piel, que mirado más detenidamente resulta ser una especie de tubo, y que es el clítoris. Luego vienen los labios menores, que también están pegados uno a otro como si fueran un pliegue. Cuando se abren, dentro hay un bultito carnoso, no más grande que la punta de un dedo. La parte superior es porosa: allí hay unos cuantos orificios por donde sale la orina. La parte inferior parece estar compuesta solo por piel, pero sin embargo allí está la vagina. Está casi toda cubierta de pliegues de la piel, y es muy difícil descubrirla. Es tan tremendamente pequeño el orificio que está debajo, que casi no logro imaginarme cómo un hombre puede entrar ahí, y menos cómo puede salir un niño entero. Es un orificio al que ni siquiera con el dedo puedes entrar fácilmente. Eso es todo, y pensar que todo esto juega un papel tan importante».

Es difícil explicar con más naturalidad, con un sentido más objetivo, las observaciones que sobre su propio cuerpo realizaba Ana Frank, lo mismo podía haber descrito sus codos o rodillas, el color de su pelo, la función de las cejas y las pestañas, recrearse en los dedos de la mano izquierda, o en los orificios de la nariz y las orejas. Es evidente que si optó por lo que optó, debió ser como resultado del factor tabú a que la sociedad nos condiciona al hablar de nuestros aparatos reproductores. No hay en ella ni un ápice de morbosidad, tampoco de ingenuidad, en todo momento y con la consideración de su edad, se aprecia un marcado sentido de reivindicación feminista. En otra ocasión, fechado el 18 de marzo de 1944, tras un debate con los mayores, nos describe su punto de vista acerca de algunos ortodoxos principios del matrimonio:

—(…) y es que temen que los hijos supuestamente ya no vean al matrimonio como algo sagrado e inviolable, si se enteran de que aquello de la inviolabilidad son cuentos chinos en la mayoría de los casos. A mi modo de ver, no está nada mal que un hombre llegue al matrimonio con alguna experiencia previa, porque ¿acaso tiene eso algo que ver con el propio matrimonio?
En sus primeras ediciones, Otto Frank, considerando que algunos de los textos excedían los valores de la época, quizás por pudor, quizás por temor al prestigio de su hija, decidió vetarlos. Más tarde y para ediciones posteriores, serían recuperados. Sin ir más lejos, en EE.UU., aludiendo a contenidos sexuales y en el ámbito educativo, el libro fue prohibido en Virginia y Míchigan.

En su diario, Ana Frank nos ofrece materia en la que reflexionar, lo hace acerca del comportamiento de una chica adolescente sometida a un confinamiento extremo; por supuesto, infinitamente más dramático que el padecido por nosotros en el combate contra el Covid 19 y, del que tanto hemos hablado y más de uno denigrado. En alguno de los textos, además nos aporta motivos para la sonrisa, una sonrisa que en su haber, de seguro, no estaba exenta de ironía. Así, en su diario de fecha 9 de mayo de 1944, apenas unos meses antes del doloroso fallecimiento, escribía lo que dio en llamar ‘el último chiste de Peter Van Daan’:
A raíz de la clase de religión y de la historia de Adán y Eva, un niño de trece años le pregunta a su padre:

—Papá, ¿me podrías decir cómo nací?
—Pues… —le contesta el padre—. La cigüeña te cogió de un charco grande, te dejó en la cama de mamá y le dio un picotazo en la pierna que la hizo sangrar, y tuvo que guardar cama una semana.
Para enterarse de más detalles, el niño fue a preguntarle lo mismo a su madre:
—Mamá, ¿me podrías decir cómo naciste tú y cómo nací yo?
La madre le contó exactamente la misma historia, tras lo cual el niño, para saberlo todo con pelos y señales, acudió igualmente al abuelo:
—Abuelo, ¿me podrías decir cómo naciste tú y cómo nació tu hija?
Y por tercera vez consecutiva, oyó la misma historia.
Ana, por la noche, tras transcribir el relato de su amigo Peter, añadió a su diario: «Después de haber recabado informes muy precisos, cabe concluir que en nuestra familia no ha habido relaciones sexuales durante tres generaciones».

Nunca sabrán las amigas de la familia Frank, las que trasteando entre los muebles abandonados de ‘La casa de atrás’ encontraron y protegieron el manuscrito de Ana —nunca sabrán, digo—, el eterno agradecimiento que el mundo literario e histórico les debe. Nada sería igual si, uno cualquiera de los miembros de la Gestapo, con algo más celo hubiera hurgado en los rincones de la casa. Siguiendo instrucciones del ministro nazi Joseph Goebbels, tan bello documento sería ceniza. La inmortal Ana Frank no existiría. Así, con casuísticas y las más de las veces con abruptos giros, se escribe la Historia de la Literatura. Una parte de la Historia.

 

 

 

 

 

 

‘Matrioskas’ como Alicia Casanova lucharon toda la vida, imprescindibles

‘Matrioskas’ como Alicia Casanova lucharon toda la vida, imprescindibles

‘Matrioskas’ como Alicia Casanova lucharon toda la vida, imprescindibles

La neumóloga comunista de Barakaldo es una de las protagonistas de la nueva película de la navarra Helena Bengoetxea

“Hay mujeres que luchan un día y son buenas. Hay otras que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenas. Pero hay las que luchan toda la vida: esas son los imprescindibles”. La científica comunista de Barakaldo hubiera agradecido estas palabras a su camarada Bertolt Brecht.

Y es que hay mujeres que han vivido el anonimato a pesar de ser eminencias y son ejemplo de superación constante. Un ejemplo claro e impresionante es el de esta nonagenaria nacida el 8 de julio de 1925 en Barakaldo y fallecida en 2017 en Cuba. A día de hoy, la película “Matrioskas, las niñas de la guerra”, de la navarra Helena Bengoetxea visibiliza su persona, como a otras niñas de entonces que fueron exiliadas a la URSS.

Teresa Alonso, Alicia, Araceli o Julia son cuatro mujeres mayores, aparentemente comunes, que esconden vidas extraordinarias marcadas por el desarraigo y el exilio: de Euskadi o España a Rusia y más adelante a Cuba. Son mujeres hechas a sí mismas y heroínas de su propia trayectoria. Sus recuerdos del hambre, el frío y la guerra se entremezclan con la nostalgia por un hogar que las acogió y que ya no existe, con la lejanía de un territorio que apenas conocen y, para algunas, con la vuelta a un Estado que no es el que soñaron. “Son mujeres más adelantadas no ya que nuestras abuelas, sino más que nuestras madres”, pondera Bengoetxea.

Tras años de espantosa Segunda Guerra Mundial, Alicia Casanova acabó erradicando la tuberculosis en los denominados sanatorios de Cuba. Fue la única mujer del equipo que lo logró. La vasca-soviética-cubana era una reputada neumóloga, profesión que la URSS le posibilitó estudiar. “Si tras la guerra, Alicia se hubiera quedado en la Margen Izquierda, qué podría haber llegado a ser. Lo más seguro que con el franquismo nada. A pesar de todo el sufrimiento y sobrevivir a Rusia ella protagonizó la epopeya de erradicar la pandemia de la tuberculosis en Cuba entre 1961 y 1963”, enfatiza Bengoetxea.

Y además lo llevaron a cabo, según explicaba la doctora, de una forma poco usual. Sacaron a todas las personas con tuberculosis de aquellos sanatorios, las enviaron a sus hogares y dieron una medicación a toda la población cubana. La ciudadana tenía que ir unos días concretos a por ella. Y una vez sanados, “los sanatorios los convirtieron en hospitales”.

Casanova fue la única heroína del equipo humano que lo posibilitó. El resto eran cinco hombres. Ella, que había estudiado en la URSS mientras el franquismo acababa con la vida de su padre, ferroviario. La madre de Alicia se quedó en Barakaldo con un hijo aquel triste día en el que la familia enviaba desde Santurtzi a su hija de 12 años a tierra en paz “para cuatro meses”.

Casanova –miembro del partido comunista- pudo aportar sus conocimientos y experiencias de haber estudiado Neumonología -rama de la medicina que se especializa en el diagnóstico y tratamiento de enfermedades de los pulmones y otras partes del aparato respiratorio- tras la Segunda Guerra Mundial en Moscú. Fue reconocida, además, como superviviente del sitio realizado por los nazis a Leningrado con bombardeos y temperaturas gélidas. “Alicia explicó que llegó a comer serrín, pero también carne de la que no preguntaban su procedencia, sabedores que serían de personas que morían”. Logró lo inhumano: salir viva de allí.

Lo analiza muy bien la directora de cine de Iruña. “En general todas, a pesar del drama del exilio pensando que volverían pronto y tras pasar 40 años, a pesar del drama, han tenido mucha suerte, más cuando toda la importancia se la han llevado los hombres. La dura situación les hacía ser más echadas adelante”.

A su juicio, la educación que les dio la URSS no la tenían la mayoría de mujeres en Euskadi. De hecho, se habían empoderado –un término tan utilizado en la actualidad- sin saberlo, “por las circunstancias” y, además, contaban gracias a sus estudios “una independencia económica y poder”.

Una mujer que conoció bien a Alicia Casanova es Dolores Cabra, secretaria general de Archivo Guerra y Exilio (AGE). Consultada al respecto por este periódico, la madrileña pasa a vestir con palabras la figura de su amiga. “Alicia Casanova, la niña de piel translúcida, ojos firmes y fuertes convicciones. Su frágil figura era un muro de fortaleza que no cambiaría nada de lo acontecido en su vida. Salvando la suya en la travesía del camino de la vida la destinó a ayudar a los demás estudiando medicina en Moscú, investigando la tuberculosis”.
Cuando Cabra llegó a La Habana en 2006, la amiga de Alicia, también niña de la guerra ya hoy fallecida, Isabel Álvarez, organizó una fiesta en su casa. “Había dulces caseros, licores de frutas y café exquisito, y ¡se podía fumar!”, subraya Dolores.

Fue en aquel contexto cuando conoció a la hoy protagonista de Matrioskas. Celebraban que desde AGE habían conseguido que en enero de 2005 el Congreso de los Diputados aprobara “por fin” las pensiones para las niñas y niños de la guerra. “Para los que vivían en Rusia y Cuba significaba un cambio enorme. Allí estaban tres generaciones y el agradecimiento se traducía en un cariño inmenso hacia mí, que recordaré siempre, lo mismo que a Alicia, Teresa, Araceli e Isabel, gentes vacunadas contra la maldad y la molicie. Siempre fraternas y trabajadoras. Su huella quedará siempre”, desea.

Por desgracia, Alicia ha fallecido antes del estreno de la película, en el proceso de que viera la luz. Narraba que su madre, cuando quedó sola en Bizkaia, le solicitó ir a vivir con ella en La Habana, a lo que Casanova accedió. “Sin embargo no le trataba como madre porque Alicia decía que después de 30 años sin verla no conocía ni reconocía a aquella mujer y le llamaba Josefa: decía que no le salía llamarle de otra forma”.

Josefa se hacía cargo de la casa en la ciudad caribeña y de la hija de Alicia, Natacha, fruto surgido del matrimonio entre la neumóloga con el republicano exiliado en la URSS, Ángel Serrano. La pareja se divorció en Cuba. Aquella mujer, a quién con más de 80 años la vecindad aún se acercaba a su casa con radiografías para que las analizara, dejó al mundo una frase: “Todo lo que sale en los libros, lo sufrimos el doble”.

 

 

 

 

 

 

 

Iban Gorriti: Periodista