Poesía en voz alta.

“No es muy conocido un hecho decisivo para la literatura mundial, que le debe un enorme favor a esta pamplonesa, como es su participación en la construcción de la novela “Cien años de soledad”

María Luisa Elío.

Hemos dicho en la portada que dedicamos este número de Herri a las mujeres poetas, pero también al resto de escritoras, a las artistas, a las científicas, a las resistentes en suma, porque la poesía no es sólo un asunto de etiquetas, o de encadenado de versos y estrofas, también es una mirada a la vida desde la belleza y el compromiso.

Y se trata de un deber cívico, revolucionario, recuperar la voz de aquellas mujeres cuya obra fue eclipsada por los hombres que tuvieron a su lado, o por su propia condición de mujer, subyugada, doblemente oprimida, silenciada. Y en este espacio que más que de recuperación es casi de alumbramiento, por el olvido al que fueron sometidas, tiene un lugar preeminente la pamplonesa María Luisa Elío. Ahora, cuando la editorial Renacimiento de Sevilla ha publicado su obra completa reunida, se hace aún más oportuno este artículo, para hablar de ella, de su vida, y para incitar a su provechosa lectura.

María Luisa Elío nació en Pamplona en 1926, en el seno de una familia acomodada. Su padre, Luis, era juez municipal, y también presidente de los Jurados Mixtos de Trabajo de la capital navarra durante la República, y, a pesar de su catolicismo, de ser un terrateniente, era un republicano de ideas avanzadas. Repartió las tierras que poseía en Barañain entre los jornaleros. El 19 de julio fue detenido por los golpistas franquistas en su casa, en presencia de su mujer y de sus hijas, pero gracias a la ayuda de unos amigos carlistas fue sacado de la comisaría y escondido en un una diminuta estancia. Él contó después que era tan pequeña como un armario y sin ventana, en la Casa de Misericordia de Pamplona, muy cerca de la Ciudadela, y desde donde escuchaba cada mañana y cada atardecer los fusilamientos que los franquistas ejecutaban casi a diario contra las murallas. Allí pasó los tres años de guerra. A finales de 1939, sus protectores lo llevaron a la frontera, donde un mugalari le ayudó a pasar a Francia, y, como miles de refugiados republicanos, fue encerrado en el campo de concentración de Gurs.

Días después de que su padre fuera detenido, unos soldados fueron a dar a la familia la noticia de que había sido fusilado. Y les mostraron como prueba algunas ropas suyas ensangrentadas. Al cabo de los días volvieron los soldados, y así hasta tres veces, repitiendo la mala noticia. Así que como cuenta María Luisa en su libro “Voz de nadie”, fue huérfana de padre tres veces. Pero no era cierto, y tras un tiempo les llega la información de que las noticias reiteradas de su fusilamiento eran falsas, que su padre vivía, que justo cuando lo iban a fusilar pudo escapar y esconderse. Temerosas por su destino, y afectas a la causa de la República, guiadas por su madre Carmen Bernal, una murciana de Mazarrón, Maria Luisa, con sus dos hermanas, intentaron escapar a Francia, pero fueron detenidas en el pueblo de Elizondo, allí estuvieron retenidas durante tres meses, hasta que finalmente consiguieron pasar la frontera; pero no se quedaron en el país vecino, sino que regresaron por Catalunya a España, haciendo el mismo periplo de muchos republicanos que no abandonaban a su país; y fueron a parar a Valencia. Cruzaron la frontera en sentido inverso, por Le Pertus, cuando al República ya estaba derrotada, y consiguieron encontrarse con Luis, su padre, en Paris, a finales de 1939. Todos juntos, el 16 de febrero de 1940 partieron del puerto de Le Havre hacia México a bordo del buque “De Grasse”.

En México se despierta en María Luisa una gran vocación teatral, y se inscribe en la academia de teatro del japonés, Seki Sano, discípulo de los revolucionarios escenógrafos soviéticos Meyerhold y Stanislawski. Y participa en el grupo de teatro “Poesía en Voz alta”, que contaba con Octavio Paz entre sus colaboradores y miembros. En los años 50 publicó relatos en el diario mexicano “Novedades” y en la revista “México de la cultura”. Se casó con otro exiliado republicano, Jomi García Ascot, y empezó a colaborar junto a él en películas. Escribió su obra “Voz de nadie”, donde relata desde un punto de vista infantil su viaje en barco como exiliada y las penurias de su familia a llegar al nuevo país. La experiencia de rotura, de quiebra de raíces, de despersonalización que supone el exilio, es lo que dice ella que le orienta hacia el teatro, “con el propósito, sobre todo, de ver si, siendo otra persona, no me enteraba de quién era yo”. Esta explicación narra de forma muy nítida lo desgarrador que es el exilio.

En 1970, con 44 años, decide volver a Pamplona, lo hace acompañada por su hijo Diego, de seis años. El viaje, su deseo de Pamplona, es tan anhelado como decepcionante al realizarse. Es el viaje eterno de la literatura, volver a los lugares donde nos hicimos, donde transcurrió la infancia, volver a ser de nuevo, revivir. Decepcionante porque la Pamplona gris franquista que encuentra ya no es aquella que atesora en su memoria. Todo allí está poblado de sombras. Nadie la reconoce y ella tampoco reconoce a sus recuerdos. “Regresar es irse, volver a Pamplona es irse de Pamplona, voy a volver adonde las cosas no están ya. Ahora, al fin, me atrevo a regresar donde la gente ha muerto. Por eso sé que regresar es irse, irme”. Dirá María Luisa. “Irme de una vida, casi de toda una vida, porque sé que ahora la mirada tan solo va a servir para borrar”. Con esa experiencia desoladora escribe “Tiempo de llorar”, una de los más hermosos textos escritos sobre ese eterno literario, el impulso de regreso a la ciudad natal, a los orígenes, a las raíces.

La única película rodada sobre el exilio republicano en México, “En el balcón vacío”, está dirigida con su guión. Es una película sin recursos, realizada entusiastamente por amigos, los exiliados, que no son profesionales, pero por ello mismo palpita en esa cinta la verdad del exilio, sin ambages. Dedicada a todos los españoles que murieron en el exilio, obtuvo el premio de la crítica en el Festival de cine de Locarno, en Suiza, en 1962.

En la década de los cincuenta y sesenta, María Luisa participó muy intensamente en la vida cultural de México, compartió inquietudes y lucha con sus compañeros exiliados como León Felipe, y con muchos intelectuales latinoamericanos, con quienes compartió amistad y tertulias, como Carlos Fuentes, Juan Rulfo, y Gabriel García Márquez. Convivio un tiempo en la Cuba revolucionaria contando con la amistad de Alejo Carpentier, Lezama Lima y Cintio Vitier. No es muy conocido un hecho decisivo para la literatura mundial, que le debe un enorme favor, como es su participación en la construcción de la novela “Cien años de soledad”, del premio nobel Gabriel García Márquez. En el curso del año 1965 Gabo comenzó a contar a sus amigos las ideas sobre la novela que llevaba años pensando. Entre los más fieles oyentes de esos relatos de Gabo se encontraba María Luisa. Junto a Álvaro Mutis, María Luisa y su marido solían acudir por la tarde a la casa mexicana de Gabriel García Márquez. Gabo había pasado todo el día escribiendo, y cuando llegaban sus amigos salía de su encierro, se tomaba un whisky y se ponía a charlar gustosamente. Y el gran escritor colombiano, percibiendo el interés y pasión con la que María Luisa le escuchaba, empezó a tener una confianza plena en su opinión, ese refrendo que a veces necesita el escritor para poner en público lo que su imaginación desbordante ha pergeñado.

En una de esas tertulias, fue cuando Gabo les contó durante más de cuatro horas su idea completa de la obra “Cien años de soledad”. Cuando Gabo les refirió el pasaje de la novela en el que el cura levita. María Luisa salió del encantamiento y le espetó.

-¿Pero levita de verdad, Gabriel?
Gabo le ofreció una respuesta aún más surrealista.
-Ten en cuenta que no estaba tomando té, sino chocolate a la española.
A las cuatro horas, Gabo le preguntó a María Luisa si le gustaba la posible novela.
-Me vuelve loca –le contestó María Luisa-. Si escribes eso será una locura, una maravillosa locura.
-Pues es tuya –le respondió Gabo.

Tras ganarse su confianza, María Luisa se convirtió en era una privilegiada, y a veces, Gabriel, mientras estaba escribiendo la luego famosa obra, le mandaba algún capítulo terminado a María Luisa, para que lo leyera, antes de que saliera la novela publicada, para saber de su aprobación o crítica. Y Gabo cumplió su palabra, cuando fue publicada “Cien años de soledad”, se la dedicó a María Luisa, en agradecimiento. Quizá sin el apoyo de esa pamplonesa el mundo se había perdido una obra maestra de la literaria y un gran gozo.

Miguel Usabiaba: Director de Herri / Arquitecto, Escritor