La masacre de Ategorrieta.

 “Tenemos la obligación de recordar la masacre de Ategorrieta, en honor a la verdad, la justicia y la reparación de sus víctimas”.

El 27 de mayo de 1931,
la Guardia Civil asesinó en Ategorrieta (Donostia) a diez trabajadores de la mar de Pasaia para impedir que una manifestación pacífica, reivindicando mejoras laborales, llegara al centro de la capital guipuzcoana.

Esos diez trabajadores fueron: Julian Zurro, 19 años (natural de Castronuevo, Valladolid); Jesús Camposoto, 23 años (oriundo de Galicia); José Carnés, 32 años (natural de Corrubedo, Galicia); Manuel Pérez Allera, 34 años (vecino de Pasaia); José Novo, 25 años; Antonio Barros de 31 años; José Suárez Brión de 25 años (tripulante de un barco gallego que se encontraba en Pasaia); Manuel López Díaz 20 años (A Coruña); José Gámez; José Suárez Moreno de 31 años.
Hubo varias decenas de heridos, muchos de ellos muy graves, por lo que es muy probable que hubiera más fallecidos posteriormente.
Los hechos venían precedidos por una huelga de los arrastreros de Pasaia en la que reivindicaban mejores condiciones laborales. Éstas eran tan malas que las memorias de los pescadores que las vivieron denominaron esa época como “los años de la esclavitud”, a pesar de que la rentabilidad de la pesca entonces era muy superior a cualquier otra actividad, puesto que los barcos se amortizaban en seis u ocho viajes a los caladeros de Gran Sol.

Entre sus reivindicaciones laborales figuraban: un aumento salarial para aquellos que faenaban en Gran Sol, tener un descanso equivalente a los domingos que se trabajaban en la mar, o que la jornada laboral no fuese superior a las 15 horas de trabajo.
Posiblemente, no ha habido ningún desenlace represivo tan luctuoso como este en la historia moderna de San Sebastián. Sin embargo, este suceso es poco conocido por la ciudadanía en general, aunque sí lo es para muchas personas de Pasaia.
La prensa de la época calificó de violentos agitadores a los manifestantes, entre los que había numerosas mujeres y niños.
Una de esas manifestantes era Teresa Suárez Varela. Su testimonio sobre la masacre de Ategorrieta fue recogido en una grabación en 1995, que transcribo a continuación:
“Cuando llegamos cerca de San Sebastián, antes de llegar donde estaba la Guardia Civil con las metralletas, nos retuvieron. Vinieron dos camiones de militares, nos pararon y nos dijeron: “den la vuelta por favor, que van a morir todos, den la vuelta”. Dos viejos que iban también en la manifestación se echaron a los militares llorando y diciendo: “señor, Pasajes muere de hambre, morimos de hambre. Yo prefiero morir aquí de un disparo, que ver a mis nietos sin pan”.

Los militares no pudieron hacer nada, nada de nada. Y entonces un militar le dijo al secretario de los obreros: “lárgate que tú no te salvas”. El chico subió a los montes y se marchó. Pero se quedó un primo de él. Se parecían mucho, parecían hermanos, estaba entre las mujeres y entre los hombres en la manifestación.
Yo miraba para atrás y veía muchos hombres. A mi espalda había un chico recién casado de Trintxerpe, vecino mío; llegó un guardia y le disparó, y cuando le vi caer, grité. Se desangraba, se llamaba Lisardo; vinieron unos hombres y se lo llevaron por el monte.

A otro le entró la bala en un pulmón, eran balas de metralletas, lo cogieron también y se lo llevaron en brazos, hasta un chalecito allí cerca. Llamaron a la puerta. Se asomó un señor y al ver que llevaban a un hombre en ese estado, preguntó “¿qué pasa ahí, ¿qué son esos tiros que se oyen?”. “Por favor señor ¿usted tiene coche para llevar a este hombre que se muere al hospital?”. El señor, no sé quién era, lo metió en el coche y se marchó con él y con los otros dos.
Las balas circulaban, pero no hirieron a ninguna mujer, ¿qué puntería tenía la guardia civil? ¿eh? No hirieron a ninguna mujer. Los hombres se escondían, pero terminaban con ellos.
Pero yo cuando me volví medio loca fue cuando cayó Lisardo. Después miré a un lado y vi un guardia civil -no sé si era con una espada o con un sable- darle a un hombre en la cara, le deshizo la cara de dos golpes que le dio. Entonces grité, “usted es un criminal, ese hombre es un inocente”. Era el primo del secretario del sindicato, lo confundieron con él. El pobre murió.
Entonces yo empecé…, que ya no era yo. Miré y ya no había gente, solo una chica alta con una pancarta. Había dos pancartas: “pan para nuestros hijos que mueren de hambre”, en una. Y en otra: “suelten a los presos que son inocentes”.
Cuando vi que no había nadie detrás, sólo la otra chica y yo solas, y aquel hombre tirado con la cara deshecha, me puse tan nerviosa que avancé hasta un guardia civil, un cabo. Le agarré la correa, pero yo no me hacía la valiente, le dije que no podía más. Le dije “señor, ¿usted no tiene familia, señor?, que están matando a gente inocente, gente a la que nos están matando de hambre”.
Y me contestó él, con una mano agarrándome, y con la otra no dejaba de disparar a un hombre que había en una esquina. Los hombres se escondían, claro, porque sabían que morían.
Y me contestó él: “señora, tengo familia, hijos y nietos, pero estoy cumpliendo con mi deber”. Y le dije yo: “señor, usted está cumpliendo con el deber que le manda el gobernador, y usted tiene que hacerlo. Pero el gobernador no sabe lo que hace porque los patronos le van con mentiras, señor. Yo le digo la verdad, no llega para comer señor, los niños no tienen pan”.
Le hizo señas a un guardia, los caballos llevaban hombres a caballo con las metralletas, y otros guardias estaban de pie arrimados a los caballos.
Le hizo señas a un guardia joven, muy joven, para que me llevara a sentarme a un banco, “siéntala”, pero ¿quién me doblaba a mí las piernas? Yo estaba rígida, de loca que estaba, estaba rígida, el guardia no pudo sentarme. “Siéntese, señora, siéntese”. Me parece que él creyó que habían matado a mi marido allí, pero mi marido andaba escondido.
Por fin me sentó, animándome, animándome. Después, fue a sentar a la otra chica. Aquella chica no podía ni hablar, sólo decía “ay, ay, ay”. Ya no había gente, nos cogieron en un coche a las dos, y nos trajeron aquí, a Trintxerpe, dos guardias jóvenes, animándonos todo el camino, y nos dejaron sentadas en unas escaleras de Trintxerpe”.

El testimonio de Teresa Suárez Varela aquel 27 de mayo de hace 91 años, da una buena idea de la masacre que allí se vivió. No eran violentos agitadores, eran trabajadores y sus familias luchando por tener unas condiciones laborales que les permitieran comer, sobrevivir y tener una vida digna.
Esa lucha de clase trabajadora del mar logró mejoras en las condiciones laborales de los marineros que han llegado hasta nuestros días, pero se llevó por delante injustamente la vida de, al menos, diez hombres jóvenes.
Como decía al inicio, los medios de comunicación de la época intentaron acallar la masacre de Ategorrieta. Los titulares de la prensa local del día siguiente buscaban hacer creer que la Guardia Civil intentó paralizar actos violentos en el centro de la Bella Easo, y dejaron de comunicar sobre lo sucedido.
Sin embargo, nada más lejos de la verdad. Por eso, tenemos la obligación de contar lo que pasó, de recordar que la lucha de clases continúa, y que, como decía Marcelino Camacho, vendrán tiempos en que tendremos que defender lo logrado para que no nos lo arrebaten.
Aquella masacre de trabajadores jóvenes por mejorar sus condiciones de vida es la misma que la de las decenas de jóvenes muertos en la valla de Melilla, en el río Bidasoa, en el Mediterráneo, o en otros tantos lugares. Personas que sólo buscan un futuro mejor para ellas y sus familias porque la avaricia del capitalismo les ha despojado de lo más elemental en sus países de origen, y no tienen más remedio que salir de ellos arriesgando sus vidas por el camino.

Tenemos la obligación de recordar la masacre de Ategorrieta, en honor a la verdad, la justicia y la reparación de sus víctimas. Y de seguir luchando por un mundo en el que la vida en su conjunto sea viable. Para ello, es imprescindible tener en cuenta los límites del planeta y la necesidad imperiosa de un reparto justo y equilibrado de la riqueza, lo mismo que pedían los trabajadores asesinados el 27 de mayo de 1931 en Ategorrieta.

Arantza González: Coordinadora de Gipuzkoa de Ezker-Anitza – Izquierda Unida de Gipuzkoa.