Julien Lahaut símbolo de la moral Revolucionaria

“Un hombre que llevaba el sol en su bolsillo y daba un trocito a cada uno.”.

El movimiento obrero en Bélgica, y en concreto en Valonia, en la zona de Lieja, fue muy poderoso y combativo. Un movimiento con gran influencia comunista, que tuvo además gestos de extraordinaria solidaridad con la República española, acogiendo a muchos de los niños republicanos que fueron evacuados para protegerlos de la guerra. Y en ese movimiento obrero belga destaca el perfil de un hombre, Julien Lahaut, nuestra portada de Herri.

¿Y quién era Julien Lahaut?

Nos lo cuenta Juliette Broder, nacida en 1924, militante antifascista desde los 15 años de edad, compañera de militancia muy cercana a Julien en el PCB, y posteriormente activista en el PTB.

Toda la vida me acordaré de la mañana de 19 de agosto de 1950. Lo veo como si fuera ayer, el camarada llamando a mi puerta a las 5 de la mañana con lágrimas en los ojos para decirme que habían asesinado a Julien. Bajo el nazismo habíamos conocido esa experiencia, saber que tal o cual camarada, próximo o lejano, había desaparecido en la noche y la niebla.

Se desencadenó un amplio movimiento de solidaridad, en Francia, en Italia en Alemania, en Inglaterra, donde los obreros mostraron su indignación con huelgas, manifestaciones. Las fábricas de toda Bélgica se detuvieron, los comerciantes bajaron las persianas, y más de 300.000 personas acompañaron a Julien hasta el cementerio de Seraing. Aquellos que estuvieron presentes lo recordarán siempre. La muchedumbre de hombres y mujeres, con gente subida a los arboles, sobre los tejados, y casi todos llevando una flor roja o un trapo rojo.

Esa cólera, ese dolor, es el mismo que todavía conmueve a los obreros, comunistas o no, cuando recuerdan el asesinato de Julien. ¿Por qué? ¿Qué había tan apreciable en Julien para que el olvido no se instale en su memoria?

La historia de Lahaut es la de toda una vida al servicio de su clase, de fidelidad sin tacha a su ideal. Julien se indignaba por las mismas cosas que el pueblo, quería lo que quiere el pueblo. Por eso el pueblo se reconoció en él, porque Julien era el pueblo. Tenía en la clase obrera, en su papel, en su porvenir, una confianza que incluso en los momentos más oscuros, los más difíciles, estallaba, irradiando una confianza que era luminosa, contagiosa, educadora. Para la clase obrera Julien era alguien que estaba siempre en primera fila del combate, que se entregaba por entero. Durante toda su vida mostró a su clase el camino de su liberación.

Contar la vida de Julien Lahaut es contar la historia de las luchas obreras en Bélgica. Fue en su familia cuando vivió los primeros sufrimientos y combates de su clase. Su padre, que fundó el primer sindicato de los metalúrgicos de Cockeril, dirigió la huelga de 1891, por lo que fue despedido. La miseria se instaló entonces en su hogar, cuando Julien tenía 7 años, y jamás la olvidaría.
En 1898, a los 14 años, Julien es un obrero metalúrgico. No tarda es convertirse en un líder sindical. En todas las luchas, en las huelgas de 1902, 1908, 1913, 1919, 1920, 1921 1932, 1936, está al frente. Perseguido, detenido, y condenado, pasa 43 meses en prisión.

En 1914, millones de hombres, hermanos de clase, fueron a la muerte para que el capital internacional se enriqueciera. En cada país, los dirigentes del partido socialista aplaudieron la masacre a cambio de unas carteras ministeriales. Sólo el partido bolchevique denuncia la traición de la II Internacional, dirige el combate contra la guerra imperialista, y da la consigna de su transformación en guerra civil revolucionaria.

En Bélgica, el diputado socialista Pìerson proclama. “la guerra suspende la lucha de clases”, y la prensa socialista llama a todos a la defensa de la “pequeña” Bélgica en contra del imperialismo alemán”. Julien, desamparado como tantos obreros, lo ve todo bajo esa agresión a Bélgica; se alista, y en 1916 es enviado a Rusia, donde permanecerá 2 años. Es un momento decisivo en su vida, porque va a vivir la Revolución Rusa, que recibe con un extraordinario entusiasmo, asimilando, definitivamente, la traición de la socialdemocracia. La necesidad de la única vía revolucionaria, de la dictadura proletaria, que él va a vivir en acción, a través de los soviets.

1921 es otra fecha esencial. Fue expulsado del sindicato de metalúrgicos, del que había sido elegido secretario de la sección de Lieja en 1908, porque se negó, después de una huelga de admirable firmeza obrera, a seguir a los dirigentes socialdemócratas en su capitulación ante los patronos, Esa huelga de 1921 quedó como un ejemplo en la memoria colectiva del pueblo. 1921 es la crisis, es el paro, y es un momento en el que los patrones quieren recuperar aquello que concedieron bajo la presión en los años precedentes.

Pasan a la ofensiva, para imponer recortes de salarios, y ampliar la jornada de trabajo. En ese contexto, 9.000 obreros de Ougrée-Marihaye van a la huelga durante 9 meses. El sindicato, la federación de metalúrgicos de Lieja, apoya la huelga, pero después de 7 semanas, cede. Los católicos y liberales, que comparten gobierno con los socialistas, amenazan a éstos con que si la huelga no cesa, se les excluirá del gabinete. Los dirigentes sindicales capitulan, dicen a los huelguistas que proseguir con la huelga compromete la reconstrucción del país, que no se hace huelga en plena crisis. Ante la traición del sindicato, Julien constituye un comité de huelga, del que es elegido presidente.

A Julien se le verá por todas partes, animando a cada uno, organizando las reuniones, en la cabeza de las manifestaciones, haciendo de la “pasarela” de Seraing la roja, una tribuna que se hará famosa en todo el país. Tres meses después de ser daclarada la huelga, los dirigentes sindicales reducen a la mitad las indemnizaciones,

conduciendo a los huelguistas y a sus familias al hambre. Como solidaridad, los hijos de los huelguistas se vuelven los niños de toda Bélgica. Y son enviados a otras zonas del país, para alojarse en casas de familias obreras de Flandes, Bruselas, Valonia. Para acabar con la huelga, la burguesía prepara un golpe definitivo. Detienen a Julien y, descabezado el comité, los dirigentes sindicales ordenan la vuelta al trabajo. Los obreros han aguantado 9 meses en condiciones heroicas.

Vuelven, pero no se doblegan. Mientras Julien está en prisión, el partido socialista, llamado Partido Obrero Belga, le expulsa, bajo la acusación de haber persistido en la huelga contra sus instrucciones, y de haber señalado ante la clase obrera a aquellos que decía que la habían traicionado. Coherente con sus vivencias,, en 1923 se integra en el partido comunista.

Julien internacionalista. Dirigió la campaña de solidaridad con la República española, participando en cientos de mítines, proclamando su consigna: “después de Madrid será Praga, y después de Praga será Bruselas”. Recorrió las calles de Lieja, de Mons, de Charleroi, a la cabeza de las manifestaciones, reclamando víveres y armas para España. Denunció en el parlamento la no intervención promovida por los socialistas, lo que significaba la entrega de la España republicana a Franco. Y cuando los primeros niños españoles, arrancados del hambre y los bombardeos, llegaron a Bélgica, Julien se llevó a 3 de ellos a vivir en su casa.

Julien antifascista. El 1 de mayo de 1933 los obreros de Lieja, bajo su dirección, fueron al consulado alemán de Lieja donde, desde hacía varios días, ondeaba una bandera nazi. Entre el alboroto, aupada por la gente, la camarada Françoise Longchamp, arranca la bandera nazi. Unos días después, en la cámara de los diputados, Julien denuncia los crímenes hitlerianos, el peligro fascista, y muestra que la única vía para vencer al fascismo es la unidad en la base sobre una posición de clase, y, ante los diputados asombrados, despliega la bandera con la esvástica nazi arrancada en Lieja, la rompe en la tribuna y proclama: “Aquí tenéis la bandera nazi que en Lieja han arrancado los obreros comunistas y socialistas unidos, hagáis lo que hagáis ellos seguirán la lucha en el país contra los traidores y los lacayos de Hitler”. El embajador de Hitler protestó, los ministros belgas se disculparon sumisos, pero el pueblo comprendió que la punta de lanza de la lucha contra el fascismo, eran los comunistas

El 3 de octubre de 1935 Mussolini invadió Etiopía. Desde los escalones del pabellón italiano de la Exposición Universal de Bruselas, Julien arengó a la multitud contra el fascismo, en un momento de máxima afluencia, un domingo por la tarde. Fue arrestado, y condenado a 15 días de cárcel, pero miles de personas comprendieron su mensaje.

En 1947, cuando aquellos que promovían la guerra fría pretendían denigrar la valentía del partido comunista durante la resistencia; Julien les gritó “No toquéis al partido de los fusilados”, y su grito denunciaba a todos aquellos que callaron, a todos los que colaboraron con los nazis, con cualquier matiz que esa colaboración tuviera. Aquellos que por su vergüenza intentaban ensuciar la imagen del partido que estuvo a la cabeza de la resistencia antifascista. Una de las calumnias más difundidas era que los comunistas solo comenzaron a resistir cuando los nazis invadieron la URSS, el 21 de julio de 1944. Pero hay hechos que no se pueden negar, y que demuestran lo contrario, como la práctica de Julien. El 5 de enero de 1941, el nazi belga Leon Degrelle intentó una marcha sobre Lieja. Su error fue no haber tenido en cuenta a la clase obrera, al partido comunista, a Julien. 7.000 manifestantes con Julien Lahaut a la cabeza, se acercaron al palacio de Coronmeuse donde Degrelle terminaba su acto con un vibrante “Heil Hitler”. Soldados alemanes, con las bayonetas caladas, defendían el lugar de la concentración de Degrelle. Lo que no detuvo a los manifestantes. Los Rexistas tienen que huir, abucheados por la multitud, Degrelle en su coche, con los cristales rotos.

Por iniciativa del partido comunista, el 16 de mayo de 1941, 100.000 proletarios de la cuenca de Lieja, a pesar de la ocupación nazi, abandonaron el trabajo, con Julien al frente. Esa huelga fue un éxito desde el punto de vista de la reivindicación, y un eslabón entre la lucha reivindicativa y la lucha antifascista. El periódico clandestino “Tiempos nuevos”, del partido comunista, lo refleja: “Rebelándose contra la miseria, los huelguistas llevan una lucha altamente política, la clase obrera acaba de dar un ejemplo inestimable, ha demostrado que incluso en plena guerra, la maquina política y militar puede ser forzada a retroceder. Así, el proletariado de Bélgica, ha justificado su lugar en la dirección de la lucha popular por la independencia del país. Solo él tiene la fuerza para guiar a las masas”.

Julien es detenido en junio 1941. Comienza su calvario. Primero encerrado en la ciudadela de Huy, de donde intenta escapar 4 veces, y finalmente en los siniestros campos de Neuengamme y Mauthausen. Julien es un ejemplo de moral revolucionaria, y en los campos de la muerte es donde mejor se demuestra, donde su moral de comunista alcanzó su grado más alto. En medio de las privaciones, atormentado por el hambre, golpeado, maltratado, agotado por el trabajo, enfermo de tifus, fue digno siempre del honor que le hicieron los comunistas belgas, que, organizados en los campos, le confiaron la dirección de su movimiento. Se trataba de mantener intacto el espíritu de resistencia, el sentido político y la moral de combate, en unas condiciones abominables. Resistió al enemigo, organizó la solidaridad, mantuvo un optimismo de hierro, que supo transmitir a su entorno. Un detenido, muy alejado de las posiciones políticas de Julien, un príncipe polaco, el teniente Czetwertynski, dijo de él: “es un hombre que llevaba el sol en su bolsillo y daba un trocito a cada uno”.

“Ya está mis camaradas, no pudieron con nosotros, ahora, más que nunca, la lucha sigue”. Fue lo que dijo a sus compañeros reunidos, cuando Mauthausen fue liberado, el 28 de abril de 1945.

1950. La guerra fría. En los países capitalistas la gran burguesía saca la cabeza después de haber temblado ante la idea de que la Resistencia, el pueblo, le ajustara las cuentas tras la liberación. Pero incluso con el apoyo del imperialismo americano, la burguesía tiene mucho miedo de la clase obrera. Busca un hombre fuerte, capaz a la vez de imponer los dictados del imperialismo americano, y de domar las veleidades de la clase obrera. ¿Quién mejor que Leopold III para ese papel? El pueblo apodó a Leopold III el rey de los incívicos, que es como se llamaba a los colaboradores con el nazismo.
Leopoldo III nunca ocultó sus simpatías por la extrema derecha, y por un estado fuerte. Y esto, la clase obrera y los demócratas lo saben, y no se lo perdonan, igual que no perdonan su política de neutralidad con la Alemania nazi, ni su capitulación frente al invasor en mayo de 1940. Ni su llamamiento al pueblo belga a reemprender el trabajo con calma, bajo la ocupación. Convencido de la victoria nazi, Leopold III esperaba gobernar bajo la protección de los alemanes. Todo eso lo sabe la clase obrera, como sabe por qué la gran burguesía necesita su regreso.

Para el pueblo, rebelarse contra el regreso de Leopold III, significaba continuar la lucha contra el fascismo, contra un reinado autoritario, contra la extrema derecha, contra el dominio de las finanzas, por la democracia y la justicia social.

Y es del pueblo de quien surgió el grito de ¡Viva la República!, ese grito resonaba en Bruselas, plaza de los Mártires, en las manifestaciones, en Lieja, en Charleroi. Republica burguesa o monarquía es parecido mientras el poder siga en manos del capital. Pero la consigna

¡Viva la República! tenía un contenido progresista, antifascista, de un paso adelante, que no se escapa en ese momento ni al pueblo ni a sus enemigos.
El viernes 11 de agosto de 1950, Julien es el portavoz del pueblo, cuando hace resonar el grito ¡Viva la República! en la cámara de diputados. Y dio en el blanco, retransmitido por la radio, en el cine, en el país, en el mundo entero.

Julien supo una vez más servirse del parlamento para hacer de él una tribuna del pueblo, con destino al pueblo. Para la burguesía, para la extrema derecha, para la CIA, eso era demasiado, hacía demasiado tiempo que el viejo agitador era el obstáculo que había que eliminar. Y es lo que hicieron el 18 de agosto de 1950 a las 9,20 de la noche.

Juliette Broder