Perdedores sí, vencidos nunca

No somos justos con nuestros soldados republicanos
del ejército de Euskadi de 1936.

No somos justos
con nuestros soldados republicanos del Ejército de Euskadi de 1936. No lo somos ni cuando hablamos ni cuando escribimos o rodamos películas sobre ellos. No podemos permitir que se les llame “vencidos”. Ni nosotros ni sus hijas ni nietos ni biznietas podemos ya caer en el error histórico de decirlo. Vencido y perdedor, aunque sinónimos, no significan lo mismo

Lo son menos aún en un marco de guerra surgido por un golpe de Estado militar fallido como fue el de julio de 1936. ¿Estima usted que se sintieron vencidos alguna vez el cofundador del PCE-EPK Jesús Larrañaga, el miliciano Marcelo Usabiaga del batallón Rosa Luxemburgo, la irunesa Felipa Domínguez de las Milicias Vascas Antifascista, o mi tío-abuelo Rosendo Lozano, del batallón Perezagua?

No debemos hacer nunca nuestra la terminología de aquellos y aquellas que -no olviden-, fueron quienes hicieron frente a una democracia. Fraguaron su pérfido plan contra la legítima Segunda República. Aquellos militares aliados internacionales sublevados procedentes de España, Italia, Alemania, Marruecos y Portugal. Enfrente, en Euskadi tuvieron la tan férrea como utópica resistencia de un minúsculo ejército vasco con apoyos de bravos y soñadores asturianos, gallegos… e, incluso, de olvidados brigadistas internacionales, así como de otras ayudas extranjeras puntuales que merecen reconocimiento total.

Aquellos combatientes fueron, en realidad, baserritarras, torneros, arrantzales, escritores, mecánicos, dantzaris… que casi barbilampiños se alistaron a los batallones del denominado entonces Euzkadiko Gudarostea. También batallaron mujeres milicianas hasta que la presidencia del Gobierno Provisional de Euzkadi les negó -de forma incomprensible, su lucha en el frente.

Y aquellos espontáneos guerrilleros lo hicieron más por corazón que por desear ser soldados. Es decir, fueron combatientes con austera nómina, pero improvisados y no preparados. Y con el tiempo, hoy, para nuestra sociedad, desatendidos, pero esa es… otra guerra.

¡Vencidos -enfatizaba-, no es lo mismo que perdedores!
No lo es. El 1 de abril de 1939 o, para algunos ya el 24 de agosto de 1937 en Santoña, el bando republicano perdió la guerra. Es decir, el bando golpista internacional aliado -insisto en que arrimaron el hombro más de tres potencias militares aliadas-, la ganó. Hasta ahí todo correcto. Unos ganaron; otros perdieron. Sin embargo, siendo leales a la semántica y, sobre todo, a nuestros padres y abuelos, no hubo ni vencedores ni vencidos. Y aquí, además, se puede deducir en una curiosa paradoja. ¡Reflexionen!

Nuestros combatientes antimolistas, antifranquistas, antifascistas, antinazis no fueron vencidos porque no hicieron suya la ideología de los sublevados, de los a la postre, franquistas. Es decir, no fueron perdedores que al sentirse vencidos acabaron siendo antidemócratas. No se convirtieron en -aglutinándoles de alguna forma simplificada-, “fascistas”.

Si ustedes preguntan a los, al menos, 15 milicianos y gudaris que tenemos constancia que siguen vivos en 2019, les responderán que perdieron la guerra pero que siguen manteniendo sus ideas intactas: cada cual la suya y todos ellos con los Derechos Humanos como fin último y primero.

Sin embargo, cosas de la vida, muchos de aquellos ganadores -ya hemos desbaratado que fueran vencedores-, insisto, muchos de aquellos ganadores antidemócratas tratan desde 1975 y a día de hoy de reivindicarse como demócratas, como “demócratas de toda la vida”. Ellos, los hoy ganadores de aquella guerra internacional de 1936, son los perdedores, mal calificados “vencidos”.

Iban Gorriti

Licenciado en Periodismo