El único camino
“No es la hermana, la novia ni la compañera. Es algo más, la clase obrera”.
Generaciones de militantes revolucionarios, antifascistas, demócratas, comunistas, se acercaron a la lucha arrastrados por la fuerza del ejemplo de esa mujer, Dolores Ibárruri, Pasionaria, admirados por su vida dedicada a una causa, la de la liberación humana. Tal fue mi caso. Después del mito, de su impacto, venı́a la labor de acercarse a su obra, de conocer su vida real, que lejos de difuminarlo, lo agrandaba aún más. Ese camino empezaba con la lectura de su obra autobiográfica, “El único camino”.
Recuerdo su infancia en Gallarta, marcada por la vida de los mineros, sus terribles condiciones de existencia, sus luchas para mejorarlas, las huelgas en las que arrojaban dinamita a la policı́a. Sin renunciar a la dinamita, quizá Dolores supo que en esa lucha hacı́a falta también el verbo, convencer con la palabra, y comenzó a asistir a las charlas del Centro Obrero de Gallarta. Allı́ escuchaba, bebı́a materialmente todo lo que decı́an los oradores, y luego, a veces, intervenı́a, pero lo hacı́a como un entrenamiento, para foguearse en episodios futuros.
El clima de esa aldea de Bizkaia era revolucionario, socialista, pero también muy católico; una fe que en los años mozos pareció influirla mucho, pero que en realidad, cuando Dolores se hizo con un criterio propio sobre la vida, apenas le dejó huella. Dolores abandonó la escuela a los quince años, y, a pesar de sus anhelos por ser maestra y de ser una brillante estudiante, tuvo que aprender el oficio de costurera y trabajar durante tres años como muchacha de servicio. No tardó en casarse, el único fin predestinado para la mujer entonces, la continuación de la vida gris, triste, penosa y esclava de sus madres.
Lo hizo con un minero, como no podı́a ser de otra forma, un buen hombre, también revolucionario y con varias detenciones a su espalda, pero sin el nervio de insumisión ante la injusticia que ya atesoraba Dolores, y que hizo que se quedara atrás cuando su militancia se hizo más intensa, prevaleciendo en ella la lucha sobre la estrecha vida matrimonial. Entre tanto tuvieron hijos, y era tal la pobreza en la que vivı́an, que cuando murió su pequeña Amagoia tuvieron que enterrarla en una caja de sardinas porque no tenı́an dinero para un féretro, a pesar de que entonces, 1923, ya se hablaba del dinero que los comunistas recibı́an de Moscú.
De los seis hijos que tuvo, con enfermedades y sin dinero para medicinas, con hambre y miseria, pronto sólo le quedaron vivos dos, Rubén y Amaia. Su palabra, aprehendida en el Centro Obrero de Gallarta, en la biblioteca de la Casa del Pueblo de Somorrostro, en los muchos mı́tines y reuniones que se producı́an en una época de intensa lucha minera, crecı́a, se hacı́a más popular, hasta que fue reclamada para escribir un artı́culo en el periódico “El minero vizcaı́no”. Corre la Semana Santa, en esa época unas fechas de gran recogimiento, y Dolores, madre de 23 años que ha conocido la pérdida, el desgarro, el dolor en sı́ y por doquier; firma el artı́culo, para evitar su verdadero nombre en un ambiente de persecuciones y violencia, con el apodo de Pasionaria.
Lo mismo hará en sus colaboraciones posteriores para “La lucha de clases”, y ya, a partir de 1920 en el periódico comunista de Bilbao “La bandera roja”, cuando Dolores ingresa en el partido comunista. Tı́mida, o quizá muy exigente con la palabra, siempre se muestra nerviosa ante un discurso, y muchas veces prefiere que hable un compañero, aunque su palabra no tiene igual. Su voz metálica, profunda, precisa, parece reproducir el eco del mineral de sus montes, los sonidos del trabajo, sus lamentos, sus quejas y anhelos; suena a verdad y entusiasma a las masas, a los obreros, que la identifican como suya.
Elegida diputada por el Frente Popular en la minera Asturias, su primera acción será sacar de la cárcel de Oviedo a los centenares de presos detenidos desde la huelga de octubre de 1934. Los saca literalmente, ante las dudas de las autoridades y tras un tenso tira y afloja, recorre los pasillos y galerı́as agitando el manojo de llaves que le entrega —bajo su única responsabilidad como le advierte—, el administrador de la prisión. ¡Camaradas, todos a la calle, todos a la calle! —grita Pasionaria—, que de tanta emoción no conseguı́a acertar con las llaves en la cerradura y tenı́a que ser ayudada por los propios presos desde el otro lado de las rejas.
El valor de su palabra para el pueblo quedó sellado con sangre en la guerra. Su célebre “NO PASARÁN”, constituyó uno de los estı́mulos principales para la defensa de la República, y se extendió por todo el mundo como un emblema de las nuevas libertades conquistadas, para las mujeres, para los obreros; un estandarte para todos los oprimidos del mundo que miraban a España, a su lucha, como una lucha que les era propia.
Por primera vez en el mundo, todos los oprimidos de la tierra se unieron frente al enemigo, para salvar la libertad, y por eso vinieron miles de brigadistas internacionales para defender la causa de la República española, que era su causa. Las palabras de Dolores en su despedida permanecen en el corazón de todo internacionalista: “No os olvidaremos, y, cuando el olivo de la paz florezca, volved a nuestro lado, que aquı́ encontraréis patria los que no tenéis patria; amigos los que tenéis que vivir privados de amistad; y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de todo el pueblo español, que hoy y mañana gritará con entusiasmo: ¡Vivan los héroes de las Brigadas Internacionales!”
En el frente con el general Walter y Francisco Antón
Del exilio en Moscú algún camarada traı́a alguna vez algún recuerdo. Era una mujer muy sencilla —contaban—, una etxekoandre de la que era difı́cil escapar sin comer un par de huevos fritos con patatas en su casa moscovita. La añoranza de su Euskadi era enorme, y sólo las convicciones firmes de la lucha, del deber, la calmaban. El 22 de mayo de 1977 intervino en su primer mitin tras el regreso a España; fue en Bilbao, y con la libertad apenas acariciada, más su enorme nostalgia, explotó en sus lágrimas toda esa emoción contenida.
¿Qué poeta no la ha cantado?
Nicolás Guillen, Miguel Hernández, Ana Belén, Joan Baez,
Gabriel Celaya, Rafael Alberti, cualquier soñador, cualquier
revolucionario, cualquiera de nosotros,
¿Quién no le ha entregado un poema secreto, una
canción?
Frente a ella todos somos iguales, como le cantara Alberti
el dı́a de su muerte:
¿Quién no la quiere?
No es la hermana, la novia ni la compañera. Es algo más, la
clase obrera”. Todo eso era Pasionaria
Miguel Usabiaga
Arquitecto – Escritor Director de Herri