Clandestinidad política.Cara y cruz de una misma historia.

La idea de dedicar un número de nuestra revista al tema de la clandestinidad tiene su origen en el papel tan relevante que esta “situación política” ha tenido y tiene en la historia y vida tanto del movimiento comunista en su globalidad, como en la del propio Partido Comunista de Euskadi y del PCE en su conjunto.
El movimiento comunista surgió en condiciones de persecución y rechazo a sus ideas y acción por parte de aquella clase dominante, a cuya desaparición llamaban los comunistas que proponían una sociedad sin clases. Por eso tal vez, aquello que recorría Europa según el Manifiesto, era un espectro, un fantasma, y no otra cosa más visible. Estaba ahí, omnipresente pero sin presencia física, atemorizando a “las potencias de la vieja Europa, al Papa y al zar, a Metternich y Guizot, a los radicales franceses y a los polizontes alemanes”, pero en una situación de clandestinidad ideológica y política que sería revolucionada con el propio llamamiento de Marx y Engels a expresar “a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas” en el famoso Manifiesto.
A partir de ahí, la historia del movimiento comunista y de todos los Partidos Comunistas del mundo ha estado fuertemente marcada por la persecución política, ideológica y física en diferentes grados y con mayor o menor virulencia y violencia en cualquier lugar del planeta. Esto ha marcado el carácter del movimiento sin lugar a dudas, y ha obligado a sus organizaciones a desarrollar una serie de características muy marcadas a la hora de existir y funcionar en situaciones de clandestinidad.
El producto de esa historia de persecución es una realidad trágica, indeseable para las y los protagonistas, y con consecuencias y desenlaces fatales para la vida de muchas mujeres y hombres entregados a la causa de un mundo mejor. Y paradójicamente, la dura realidad de la clandestinidad contiene a la vez una suerte de épica histórica personal y colectiva de gran riqueza e interés en términos sociológicos, políticos y que duda cabe, culturales. Una fuente constante de inspiración para generaciones sucesoras, un sentimiento de orgullo para la cohesión colectiva de una lucha que se hace en común y no desde el individualismo, y semilla para la regeneración partidaria de organizaciones comunistas.
En nuestro caso, a pesar de haber transcurrido ya cuatro décadas desde la última legalización del Partido Comunista, la clandestinidad es algo que sigue muy presente y que marca aún la acción y el pensamiento, de quienes militan en una organización cuyo devenir histórico ha transcurrido durante la mitad de su existencia en esa clandestinidad en la que tienen que funcionar aquellas organizaciones que son ilegalizadas, pero cuyos militantes no están dispuestos a renunciar.
No queremos que el lector se confunda; no hacemos apología de la clandestinidad, la cual es una forma de acción política para mantenerse en las condiciones más adversas, pero siempre por voluntad ajena, la de quienes impiden por la fuerza que ejerzamos nuestro derecho a la práctica política y revolucionaria. La libertad de pensamiento y la libertad de acción política deben ser un tesoro irrenunciable que hay que defender y cuidar. La práctica política de nuestras ideas es un derecho fundamental e irrenunciable que debe ser ejercido en total ausencia de persecución y censura cualesquiera que sean sus formas.
Sin embargo, la larga experiencia de la lucha de las y los comunistas en las situaciones de clandestinidad debe ser estudiada y utilizada por sus organizaciones para aportar a los mismos fines por los que se practicó esa singular acción política en dichas circunstancias. Y junto a ello, o como parte de ello tal vez, no renunciar ni a la caracterización fiel y real de una situación de gran dureza vital y orgánica para los seres humanos que la protagonizan, ni a la épica, también real que existe detrás de las luces y sombras de esa misma historia.
Ambas, la caracterización de una realidad humanamente “no deseable” y la épica de la práctica de la defensa de las convicciones en las situaciones más adversas, son partes necesarias y no sólo no contradictorias, sino complementarias de las clandestinidades políticas.

Jon Hernández