Vida y Obra de Ángela Figuera

Vida y Obra de Ángela Figuera

Vida y Obra de Ángela Figuera

 “En sus versos muestra la miseria extrema de España, la desolación de los vencidos y la situación de las mujeres empobrecidas y explotadas.”.

Angela Figuera Aymerich nace en Bilbao, el 30 de octubre de 1902, y muere en Madrid, el dos de abril, de 1984. Hija mayor de la valenciana Amelia Aymerich y de Jesús Ángel Figuera, tuvo que dedicar mucha atención a sus hermanos más pequeños, ya que su madre estaba muy delicada de salud. Fue entonces cuando comenzó a escribir cuentos infantiles y poesía. Natural de La Habana, el padre era catedrático de la Escuela de Ingenieros Industriales de Bilbao; aficionado a la pintura, a la música y a todo tipo de actividad cultural, solía acompañarle su hija hasta que éste murió, en 1926. Ángela lo recuerda en unos versos de 1953:

Mi padre era ingeniero y amaba los paisajes.
Quería capturarlos en rectángulos breves
y llevarlos consigo.
Cuando íbamos al campo o al mar, en vacaciones,
meticulosamente, sabiamente pintaba.

Ángela estudió en el Sacré Coeur, un colegio de monjas francesas y obtuvo el título de Bachiller en 1924, en el Instituto Provincial de Bilbao. Como alumna libre, inicia estudios de Filosofía y Letras, realizando los primeros exámenes en Valladolid y terminándolos en Madrid, ciudad donde se trasladó a vivir la familia en 1930. En 1931 comienza a trabajar en el colegio privado Decroly de Madrid y un año después en el colegio Montessori. En 1933 saca una cátedra de profesora de Enseñanza Media y la destinan a un instituto de Huelva. Ese mismo año se casa con su primo, Julio Figuera, y ambos se trasladan a Huelva. En 1935 Ángela pierde a su primer hijo en un parto muy difícil. En 1936 debe confirmar su nombramiento de catedrática realizando unos cursillos y el matrimonio regresa a Madrid sin saber que ya se está preparando la sublevación de Franco, en Marruecos.

Al comenzar la guerra civil, el marido de Ángela, de ideología socialista, se alista en el ejército. Es en Madrid donde nace su hijo, Juan Ramón, el 30 de diciembre de 1936, cuando las bombas llueven sobre la ciudad. En febrero de 1937, Ángela y su familia se trasladan a Valencia, y allí es destinada al Intituto Alcoy. Dos años más tarde, Ángela pide el traslado a Murcia para estar cerca de su esposo, al que habían destinado a Molina de Segura. En los primeros años de la posguerra, Ángela se dedica a su hijo y a escribir; fruto de ese tiempo es su primer libro, “Mujer de barro”, el cual se publica en 1948. Un año después escribe “Soria pura”; un homenaje a la ciudad castellana, donde pasó algún tiempo y en la que se percibe el influjo de Antonio Machado.

Me fui con tu libro allí
y luego no hacía falta:
todos tus versos, Antonio,
el Duero me los cantaba.
Siempre los canta.
Su trayectoria poética

La trayectoria vital y poética de Ángela Figuera está marcada por su compromiso social y su crítica al franquismo, motivo por el cual la dictadura la desposeyó de su plaza de maestra. En un mundo dominado por hombres, cuestiona el modelo que la cultura impone a la mujer; visión que deja plasmada en su obra poética.

“Mujer de barro” y “Soria pura”, fueron sus poemarios más intimistas y sin una crítica abierta al régimen, pero a pesar de ello los libros tuvieron problemas con la censura por su sensualidad y velado erotismo. En su libro, “Vencida por el ángel”, de 1950, irrumpe la “etapa preocupada”; uno de los mayores ejemplos de la poesía social española de postguerra. El poemario muestra la miseria extrema de España, la desolación de los vencidos y la situación de las mujeres empobrecidas y explotadas. Prosigue su obra Con “El grito inútil”, de 1952, libro en el que se consolida su nueva forma de escribir: verso libre donde predomina la anáfora, el apóstrofe y la metonimia. En sus versos distingue entre la explotación del hombre por el trabajo y el de la mujer, cuyo protagonismo viene dado por la maternidad y la casa; en el poema Rebelión, queda la huella:

Serán las madres las que digan: Basta.
Esas mujeres que acarrean siglos
de laboreo dócil, de paciencia,
igual que vacas mansas y seguras.(…)
No más parir abeles y caínes.
Ninguna querrá dar pasto sumiso
al odio que supura incoercible…

Le siguen, “Los días duros” y “Víspera de la vida”, en 1953. En “Víspera de la vida”, Ángela reclama el pleno sentido de vida, sin tener que dar “úteros fecundos, hornos de dios”, donde los hijos crecen en un mundo en el que ellas no han tenido la palabra.
Pensando que en una ciudad grande les resultaría más fácil pasar inadvertidos para poder reconducir sus vidas, el matrimonio decide regresar a Madrid. En 1952, Ángela comienza a trabajar en la Biblioteca Nacional, y al poco tiempo se incorpora al servicio de bibliobuses; sistema que se ocupaba de llevar libros a la periferia de Madrid. En una carta que escribió a Blas de Otero, en 1956, Ángela contaba:
“Sabrás que a mi vejez he resuelto dedicarme a la vida activa y trabajo por la mañana en la Biblioteca Nacional y por la tarde en una biblioteca ambulante o bibliobús que va prestando libros por los barrios extremos y suburbios madrileños. Este último es un servicio estupendo y yo lo hago encantada, con verdadero apasionamiento, aunque la remuneración es muy pequeña, como todas las que se cobran en España salvo raras y casi siempre honrosas excepciones. Se pone uno en contacto con el pueblo y se le orienta y se le educa en la lectura y no sabes cómo lo agradecen y qué contentos y amables se muestran con nosotros las bibliotecarias, y hasta nos toman afecto…”.

En 1953, es consciente de que no conseguirá publicar el libro que estaba terminando, “Belleza cruel”, en el que reafirma su compromiso con los desfavorecidos. Las expresiones de este libro son más enérgicas, el lenguaje más conciso; su tono acusa desesperación. Sabe que no será fácil pasar la censura para la edición y decide enviar el manuscrito a unos amigos que residían en México. Sin advertir a la autora, presentaron el libro al premio de poesía, Nueva España; el libro consiguió el premio de poesía Nueva España, concedido por la unión de Intelectuales Españoles de México. “Belleza cruel” se publicó en México, en 1958, con un prólogo de León Felipe que causó un gran revuelo en España.

En España, “Belleza cruel” circuló en pequeñas ediciones clandestinas. Ángela dijo: “Belleza cruel”, con eso de publicarse en México y no estar censurado aquí, me está costando más molestias, disgustos y dinero de lo que vale. Todos lo quieren, recibo muy pocos, una o dos librerías de Madrid lo venden con cuentagotas y con precauciones… Tengo otro terminado, “Toco la tierra”, que está en Francia para publicarlo en Shegers, en edición bilingüe. Pero si tardan demasiado, aún no hemos hecho contrato, ya les he dicho que lo retiro e intentaré que salga aquí, aún no sé dónde ni he hecho gestión alguna ni sé si lo pasará la censura. ¿Por qué seré tan «mala» que tengo que verme en estas dificultades”. “Belleza cruel” consolidó a su autora como una de las grandes voces de la poesía social del momento. En 1969, Invitada por el librero exiliado, Alfredo Gracia, visitó México. Tras escribir “Letanias”, en 1962, obra que se resume en unas pocas composiciones circunstanciales, Ángela guardó un largo silencio; silencio sólo roto para publicar dos libros infantiles y poemas sueltos.

Emilio Miró denominó a Gabriel Celaya, Ángela Figuera y Blas de Otero como “el triunvirato vasco de la poesía de posguerra”. En 1971, cuando el matrimonio regresó a Madrid nadie parecía esperarla y, por otro lado, ella se mantuvo alejada de los ambientes literarios. Ángela fue crítica con el modo en que se realizó la transición, tras la muerte del dictador, pero no pudo manifestar la crítica en sus textos porque ya estaba muy enferma y sin fuerzas.

El olvido

Pocas antologías de La Generación del 27 recogen su nombre. Será la “Antología de la poesía social del año 1981”, de Leopoldo de Luis, donde aparece por primera vez, y junto a ella sólo hay tres mujeres más: Gloria Fuertes, María Beneyto y María Elvira Lacaci. En total, la antología recoge la obra de 30 poetas, 26 de ellos son hombres.
En palabras de Miguel Barrero: “En el caso de Ángela Figuera Aymerich, están claros los motivos que provocaron que en su propia época no ocupara nunca un papel protagonista: era mujer, pertenecía al bando derrotado en la Guerra Civil y su poesía, lejos de camuflar esa condición o de adaptarla al gusto de la retórica triunfante, incidía en ella y la empleaba como base desde la que lanzar una mirada ácida, rabiosa y escéptica a la sociedad que se desenvolvía en sus alrededores”.
El libro de “Cuentos tontos para niños listos”, se publicó primero en Monterrey (México), en 1979; en España será en 1980. En 1984 llegó a las librerías la que fue su última obra, “Canciones para todo el año”, después de su muerte.
La desmemoria sobre la poeta se ha mantenido hasta que la editorial Hiperión publicó sus obras completas, en 1986. Sus poemas son comprometidos y rotundos, exponen el desarraigo existencial con el que vivieron quienes rechazaron la posibilidad del exilio. Vivir entre los verdugos del régimen fascista exigía mucha valentía. Ángela desarrolló su labor creativa durante las décadas más duras de la dictadura, en la que había una férrea censura. Sus libros debían pasar por el control y obtener la autorización para su publicación. Todos los expedientes de su obra publicada en España están en el Archivo General de la Administración Civil del Estado en Alcalá de Henares.

Es de justicia recuperar la poesía de esta mujer sensible y comprometida con los desfavorecidos, con los vencidos y con la mujer, principal víctima de las guerras y de las dictaduras. En el año 1950, Ángela escribía en el poema, “Exhortación impertinente a mis hermanas poetisas”, publicado en el nº 45 de la Revista Espadaña .

Levantaos, hermanas. Desnudaos la túnica.
Dad al viento el cabello. Requemaos la carne
con el fuego y la escarcha de los días violentos
y las noches hostiles aguzadas de enigmas.
No os quedéis en el margen….

Ángela ha sido condenada al olvido, primero por un régimen cruel, y después por la desidia de los gobiernos que no ha sabido afrontar la memoria histórica con la dignidad que las víctimas merecen.

Teresa Galeote Dalama es escritora: Los días largos, Más allá de las ruinas, El eco de las palabras, Daños colaterales, y Los hombres que no amaban a las mujeres, forman parte de su obra literaria.

Amparitxu, también poeta.

Amparitxu, también poeta.

Amparitxu, también poeta.

Amparo era poeta antes de la anunciación de Gabriel. También poeta,además de una mujer brava, inteligente y solidaria.

En 1955 la Colección Doña Endrina publica en Guadalajara el poemario Coser y cantar de Amparo Gastón y Gabriel Celaya.
Burla, burlando,
como el amor,
multiplicamos
más que por dos.

En 1958 Amparo Gastón consiguió con su libro “A flor de labio” el segundo premio, la Orquídea de Oro, entre los 180 participantes en el concurso internacional de poesía convocado en Venezuela por la revista Lírica Hispana.

He ido por el mundo con un ansia vivísima
de agrupar en ramilletes sus bellezas
y de preguntar a las violetas
por qué son tan pequeñas y tan tristes.
He deseado saber por qué las magnolias
están formadas de besos olvidados en los parques
y las camelias son novias que no han existido
y han amado.

El poemario, dedicado ‘a Gabriel, el de mi anunciación’, lo publicó en 1972 Fuendetodos, la formidable colección que reunió a Gabriel Celaya, Blas de Otero, Miguel y José Antonio Labordeta, Vicente Aleixandre, Leopoldo de Luis y Ramón de Garciasol. El libro de Amparitxu está ilustrado por Eduardo Chillida.
Quiero huir como sea de este silencio helado,
de este Dios que me manda sin que yo lo comprenda,
envuelto en sus designios, cada vez más eterno,
ignorando mi vida, mi dolor y mi muerte.

Amparo era poeta antes de la anunciación de Gabriel. También poeta, además de una mujer brava, inteligente y solidaria.
Era una tarde silenciosa,
una tarde de siega de silencios,
una tarde de sombreros de paja,
con aliento de trigo,
de calor y de tierra.
Era una tarde rota y muerta,
con un polvo en los ojos
de niebla húmeda y caliente,
tristísima ceniza
de sueño y de venganza.
Era allí, sobre las piedras blancas,
destrozadas y muertas,
sin aristas,
redondas, pálidas y grises,
era allí por donde pasaron
tres señores hablando,
con botas de charol y barbas negras.

Además de quererla, hay que leer a Amparo Gastón. Sus poemas se hacen de todos, incluso cuando solo se los dedica a su compañero.

Eres toda mi vida,
todo mi destino,
pero cuando te veo
invadido de sol y de palomas blancas
me pareces
una criatura pequeñita:
algo que no tiene origen.
Y por eso me pareces divino:
tan bello como un niño.

José Manuel Martín Medem: Director de Mundo Obrero

En recuerdo de una niña. (Ana Frank)

En recuerdo de una niña. (Ana Frank)

En recuerdo de una niña. (Ana Frank).

“Es un orificio al que ni siquiera con el dedo puedes entrar fácilmente. Eso es todo, y pensar que todo esto juega un papel tan importante”.

Esta es la universal historia escrita entre los trece y los quince años por una adolescente judía que, a falta de amigas en las que confiar, ofreció sus reflexiones a Kitty, su libreta de apuntes: «El diario de Ana Frank».

Los Frank, familia de comerciantes judíos alemanes emigrados a Ámsterdam en 1933, tras la ocupación holandesa por los nazis y ante el temor a ser deportados a campos de concentración, optaron por ocultarse en la trasera de las oficinas donde trabajaba Otto Frank. —‘la Casa de atrás’ la llamaban—. Ocho individuos ocuparon este refugio durante más de dos años; junto a Ana, sus padres y Margot la hermana mayor, otras cuatro personas compartieron habitáculo. Dos largos años en los que se cultivó la esperanza pretendiendo evitar la tragedia. Dos largos años en los que, a través del Diario, apreciamos en Ana Frank la evolución de una niña apenas adolescente, de una niña inquieta e inconformista, reconvertida a fuerza de circunstancias, en una joven reflexiva, madura en sus sentimientos y —siendo esto lo más importante—, libre en sus narraciones. Tras la lectura del libro, de inmediato llegas a la conclusión de que Ana Frank, ensamblada en su adolescencia y atrapada —dadas las circunstancias—, en una convivencia difícil, con la escritura del diario encontró un refugio dentro del refugio. De seguro ella así lo sentía cuando en una de sus primeras redacciones, la del 20 de junio de 1942 (siempre fechaba sus diarios), nos confiesa que… «Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir un diario. No solo porque nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso en realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas. El papel es más paciente que los hombres. …/… Sí, es cierto, el papel es paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno de tapas duras llamado pomposamente «diario», a no ser que alguna vez en mi vida tenga un amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga «del alma», lo más probable es que a nadie le interese.
Tiempo después, apenas unos meses previos al desmoronamiento del refugio, en 16 de marzo de 1944 escribía en su diario… «Me parece que lo mejor de todo, es que lo que pienso y siento, al menos lo puedo apuntar; si no, me asfixiaría completamente».

Pobre Ana; de no ser por lo trágico de los acontecimientos ocurridos con los alemanes en retirada, con el refugio de ‘La casa de atrás’ denunciado por algún delator, quién sabe cuál habría sido su futuro, hasta donde hubiera llegado su pasión narrativa. No pudo ser, la furia de la locura al igual que a millones de personas, a ella y a su familia las arrastró al inframundo del absurdo. El 4 de agosto de 1944 eran detenidos los ocho refugiados. La familia Frank, tras cuatro días en los calabozos eran trasladados en tren al campo de concentración de ‘Westerbork’; de allí, nuevamente en inhumanos vagones de tren a Auschwitz en Polonia, donde Edith la madre moriría de inanición; Ana y Margot serían deportadas a Bergen-Belsen, allí, en marzo de 1945 —apenas a unos meses del final de la guerra— fallecerían de fiebre tifoidea. Solo Otto Frank sobrevivió a la tragedia. Gracias a él y a que dos amigas de la familia encontraron en ‘la casa de atrás’ los manuscritos de Ana, hoy han llegado a nuestras librerías, a nuestras bibliotecas, a nuestros corazones. La primera edición del Diario está fechada en 1947; el padre de Ana dedicó el resto de su vida a la difusión de un libro que en un principio fue publicado con el título de «La casa de atrás». Hoy se superan los 30.000.000 de libros vendidos. Y, sin embargo, nada de esto sería posible de haber sido diferente el final de la guerra. ‘El diario de Ana Frank’ como tantos y tantos tesoros literarios, o bien estarían perdidos para siempre, o bien sobrevivirían bajo el paraguas de la clandestinidad. Afortunadamente no fue el caso; hoy, salvo alguna excepción que ahora comentaré, gracias entre otros, al testimonio de una niña con ganas de escribir, podemos leer en su diario como era la vida de los judíos en aquellos años previos a la guerra. Ana, el sábado 20 de junio de 1942, apenas unos días del inicio del confinamiento, escribía:
«…se nos privó de muchas libertades. Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche, tampoco en coches particulares; los judíos solo pueden hacer la compra desde las tres hasta las cinco de la tarde; solo pueden ir a una peluquería judía …/… no pueden salir a la calle desde las ocho de la noche hasta las seis de la madrugada; no les está permitida la entrada en los teatros, cines y otros lugares de esparcimiento público; Así transcurrían nuestros días: que si esto no lo podíamos hacer, que si lo otro tampoco. Jacques siempre me dice: Ya no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido».

Esta última frase «Ya no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido», justifica toda una tesis doctoral sobre lo que representa una dictadura sustentada en el terror. Con su reflexión, el pequeño Jacques nos indica el peligroso camino de la sumisión, ese en el que el miedo puede conducir al individuo a su anulación.

En sus escritos refleja sentimientos muchas veces encontrados acerca de las relaciones familiares, envidia de su hermana Margot por ser ya ‘mujer’. Peter Van Daan, un adolescente de más o menos su edad perteneciente a la otra familia con la que comparten refugio, pasa de ser un ‘niño tonto’ a ser alguien de quien se termina ‘gustando’ y siendo ‘gustada’. Deseosa Ana de declarar sus secretos y sensaciones íntimas en su tránsito hacia lo que ella llama ser mujer, demuestra una libertad de pensamiento, un criterio propio de lo que supone ser mujer en un mundo de hombres, que a su manera y ante su fiel diario, no repara en ambigüedades. Así, observándose su propio cuerpo nos decía:
«De frente, cuando estás de pie, no ves más que pelos. Entre las piernas hay una especie de almohadillas, unos elementos blandos, también con pelo, que cuando estás de pie están cerradas, y no se puede ver lo que hay dentro. Cuando te sientas, se separan, y por dentro tienen un aspecto muy rojo y carnoso, nada bonito. En la parte superior, entre los labios mayores, arriba, hay como un pliegue de la piel, que mirado más detenidamente resulta ser una especie de tubo, y que es el clítoris. Luego vienen los labios menores, que también están pegados uno a otro como si fueran un pliegue. Cuando se abren, dentro hay un bultito carnoso, no más grande que la punta de un dedo. La parte superior es porosa: allí hay unos cuantos orificios por donde sale la orina. La parte inferior parece estar compuesta solo por piel, pero sin embargo allí está la vagina. Está casi toda cubierta de pliegues de la piel, y es muy difícil descubrirla. Es tan tremendamente pequeño el orificio que está debajo, que casi no logro imaginarme cómo un hombre puede entrar ahí, y menos cómo puede salir un niño entero. Es un orificio al que ni siquiera con el dedo puedes entrar fácilmente. Eso es todo, y pensar que todo esto juega un papel tan importante».

Es difícil explicar con más naturalidad, con un sentido más objetivo, las observaciones que sobre su propio cuerpo realizaba Ana Frank, lo mismo podía haber descrito sus codos o rodillas, el color de su pelo, la función de las cejas y las pestañas, recrearse en los dedos de la mano izquierda, o en los orificios de la nariz y las orejas. Es evidente que si optó por lo que optó, debió ser como resultado del factor tabú a que la sociedad nos condiciona al hablar de nuestros aparatos reproductores. No hay en ella ni un ápice de morbosidad, tampoco de ingenuidad, en todo momento y con la consideración de su edad, se aprecia un marcado sentido de reivindicación feminista. En otra ocasión, fechado el 18 de marzo de 1944, tras un debate con los mayores, nos describe su punto de vista acerca de algunos ortodoxos principios del matrimonio:

—(…) y es que temen que los hijos supuestamente ya no vean al matrimonio como algo sagrado e inviolable, si se enteran de que aquello de la inviolabilidad son cuentos chinos en la mayoría de los casos. A mi modo de ver, no está nada mal que un hombre llegue al matrimonio con alguna experiencia previa, porque ¿acaso tiene eso algo que ver con el propio matrimonio?
En sus primeras ediciones, Otto Frank, considerando que algunos de los textos excedían los valores de la época, quizás por pudor, quizás por temor al prestigio de su hija, decidió vetarlos. Más tarde y para ediciones posteriores, serían recuperados. Sin ir más lejos, en EE.UU., aludiendo a contenidos sexuales y en el ámbito educativo, el libro fue prohibido en Virginia y Míchigan.

En su diario, Ana Frank nos ofrece materia en la que reflexionar, lo hace acerca del comportamiento de una chica adolescente sometida a un confinamiento extremo; por supuesto, infinitamente más dramático que el padecido por nosotros en el combate contra el Covid 19 y, del que tanto hemos hablado y más de uno denigrado. En alguno de los textos, además nos aporta motivos para la sonrisa, una sonrisa que en su haber, de seguro, no estaba exenta de ironía. Así, en su diario de fecha 9 de mayo de 1944, apenas unos meses antes del doloroso fallecimiento, escribía lo que dio en llamar ‘el último chiste de Peter Van Daan’:
A raíz de la clase de religión y de la historia de Adán y Eva, un niño de trece años le pregunta a su padre:

—Papá, ¿me podrías decir cómo nací?
—Pues… —le contesta el padre—. La cigüeña te cogió de un charco grande, te dejó en la cama de mamá y le dio un picotazo en la pierna que la hizo sangrar, y tuvo que guardar cama una semana.
Para enterarse de más detalles, el niño fue a preguntarle lo mismo a su madre:
—Mamá, ¿me podrías decir cómo naciste tú y cómo nací yo?
La madre le contó exactamente la misma historia, tras lo cual el niño, para saberlo todo con pelos y señales, acudió igualmente al abuelo:
—Abuelo, ¿me podrías decir cómo naciste tú y cómo nació tu hija?
Y por tercera vez consecutiva, oyó la misma historia.
Ana, por la noche, tras transcribir el relato de su amigo Peter, añadió a su diario: «Después de haber recabado informes muy precisos, cabe concluir que en nuestra familia no ha habido relaciones sexuales durante tres generaciones».

Nunca sabrán las amigas de la familia Frank, las que trasteando entre los muebles abandonados de ‘La casa de atrás’ encontraron y protegieron el manuscrito de Ana —nunca sabrán, digo—, el eterno agradecimiento que el mundo literario e histórico les debe. Nada sería igual si, uno cualquiera de los miembros de la Gestapo, con algo más celo hubiera hurgado en los rincones de la casa. Siguiendo instrucciones del ministro nazi Joseph Goebbels, tan bello documento sería ceniza. La inmortal Ana Frank no existiría. Así, con casuísticas y las más de las veces con abruptos giros, se escribe la Historia de la Literatura. Una parte de la Historia.

 

 

 

 

 

 

‘Matrioskas’ como Alicia Casanova lucharon toda la vida, imprescindibles

‘Matrioskas’ como Alicia Casanova lucharon toda la vida, imprescindibles

‘Matrioskas’ como Alicia Casanova lucharon toda la vida, imprescindibles

La neumóloga comunista de Barakaldo es una de las protagonistas de la nueva película de la navarra Helena Bengoetxea

“Hay mujeres que luchan un día y son buenas. Hay otras que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenas. Pero hay las que luchan toda la vida: esas son los imprescindibles”. La científica comunista de Barakaldo hubiera agradecido estas palabras a su camarada Bertolt Brecht.

Y es que hay mujeres que han vivido el anonimato a pesar de ser eminencias y son ejemplo de superación constante. Un ejemplo claro e impresionante es el de esta nonagenaria nacida el 8 de julio de 1925 en Barakaldo y fallecida en 2017 en Cuba. A día de hoy, la película “Matrioskas, las niñas de la guerra”, de la navarra Helena Bengoetxea visibiliza su persona, como a otras niñas de entonces que fueron exiliadas a la URSS.

Teresa Alonso, Alicia, Araceli o Julia son cuatro mujeres mayores, aparentemente comunes, que esconden vidas extraordinarias marcadas por el desarraigo y el exilio: de Euskadi o España a Rusia y más adelante a Cuba. Son mujeres hechas a sí mismas y heroínas de su propia trayectoria. Sus recuerdos del hambre, el frío y la guerra se entremezclan con la nostalgia por un hogar que las acogió y que ya no existe, con la lejanía de un territorio que apenas conocen y, para algunas, con la vuelta a un Estado que no es el que soñaron. “Son mujeres más adelantadas no ya que nuestras abuelas, sino más que nuestras madres”, pondera Bengoetxea.

Tras años de espantosa Segunda Guerra Mundial, Alicia Casanova acabó erradicando la tuberculosis en los denominados sanatorios de Cuba. Fue la única mujer del equipo que lo logró. La vasca-soviética-cubana era una reputada neumóloga, profesión que la URSS le posibilitó estudiar. “Si tras la guerra, Alicia se hubiera quedado en la Margen Izquierda, qué podría haber llegado a ser. Lo más seguro que con el franquismo nada. A pesar de todo el sufrimiento y sobrevivir a Rusia ella protagonizó la epopeya de erradicar la pandemia de la tuberculosis en Cuba entre 1961 y 1963”, enfatiza Bengoetxea.

Y además lo llevaron a cabo, según explicaba la doctora, de una forma poco usual. Sacaron a todas las personas con tuberculosis de aquellos sanatorios, las enviaron a sus hogares y dieron una medicación a toda la población cubana. La ciudadana tenía que ir unos días concretos a por ella. Y una vez sanados, “los sanatorios los convirtieron en hospitales”.

Casanova fue la única heroína del equipo humano que lo posibilitó. El resto eran cinco hombres. Ella, que había estudiado en la URSS mientras el franquismo acababa con la vida de su padre, ferroviario. La madre de Alicia se quedó en Barakaldo con un hijo aquel triste día en el que la familia enviaba desde Santurtzi a su hija de 12 años a tierra en paz “para cuatro meses”.

Casanova –miembro del partido comunista- pudo aportar sus conocimientos y experiencias de haber estudiado Neumonología -rama de la medicina que se especializa en el diagnóstico y tratamiento de enfermedades de los pulmones y otras partes del aparato respiratorio- tras la Segunda Guerra Mundial en Moscú. Fue reconocida, además, como superviviente del sitio realizado por los nazis a Leningrado con bombardeos y temperaturas gélidas. “Alicia explicó que llegó a comer serrín, pero también carne de la que no preguntaban su procedencia, sabedores que serían de personas que morían”. Logró lo inhumano: salir viva de allí.

Lo analiza muy bien la directora de cine de Iruña. “En general todas, a pesar del drama del exilio pensando que volverían pronto y tras pasar 40 años, a pesar del drama, han tenido mucha suerte, más cuando toda la importancia se la han llevado los hombres. La dura situación les hacía ser más echadas adelante”.

A su juicio, la educación que les dio la URSS no la tenían la mayoría de mujeres en Euskadi. De hecho, se habían empoderado –un término tan utilizado en la actualidad- sin saberlo, “por las circunstancias” y, además, contaban gracias a sus estudios “una independencia económica y poder”.

Una mujer que conoció bien a Alicia Casanova es Dolores Cabra, secretaria general de Archivo Guerra y Exilio (AGE). Consultada al respecto por este periódico, la madrileña pasa a vestir con palabras la figura de su amiga. “Alicia Casanova, la niña de piel translúcida, ojos firmes y fuertes convicciones. Su frágil figura era un muro de fortaleza que no cambiaría nada de lo acontecido en su vida. Salvando la suya en la travesía del camino de la vida la destinó a ayudar a los demás estudiando medicina en Moscú, investigando la tuberculosis”.
Cuando Cabra llegó a La Habana en 2006, la amiga de Alicia, también niña de la guerra ya hoy fallecida, Isabel Álvarez, organizó una fiesta en su casa. “Había dulces caseros, licores de frutas y café exquisito, y ¡se podía fumar!”, subraya Dolores.

Fue en aquel contexto cuando conoció a la hoy protagonista de Matrioskas. Celebraban que desde AGE habían conseguido que en enero de 2005 el Congreso de los Diputados aprobara “por fin” las pensiones para las niñas y niños de la guerra. “Para los que vivían en Rusia y Cuba significaba un cambio enorme. Allí estaban tres generaciones y el agradecimiento se traducía en un cariño inmenso hacia mí, que recordaré siempre, lo mismo que a Alicia, Teresa, Araceli e Isabel, gentes vacunadas contra la maldad y la molicie. Siempre fraternas y trabajadoras. Su huella quedará siempre”, desea.

Por desgracia, Alicia ha fallecido antes del estreno de la película, en el proceso de que viera la luz. Narraba que su madre, cuando quedó sola en Bizkaia, le solicitó ir a vivir con ella en La Habana, a lo que Casanova accedió. “Sin embargo no le trataba como madre porque Alicia decía que después de 30 años sin verla no conocía ni reconocía a aquella mujer y le llamaba Josefa: decía que no le salía llamarle de otra forma”.

Josefa se hacía cargo de la casa en la ciudad caribeña y de la hija de Alicia, Natacha, fruto surgido del matrimonio entre la neumóloga con el republicano exiliado en la URSS, Ángel Serrano. La pareja se divorció en Cuba. Aquella mujer, a quién con más de 80 años la vecindad aún se acercaba a su casa con radiografías para que las analizara, dejó al mundo una frase: “Todo lo que sale en los libros, lo sufrimos el doble”.

 

 

 

 

 

 

 

Iban Gorriti: Periodista

Un nuevo estado  para una nueva sociedad

Un nuevo estado para una nueva sociedad

Un nuevo estado
para una nueva sociedad

Fue un 18 de marzo hace 150 años cuando los excluidos de aquel París se negaron a devolver los cañones de Montmartre y Belleville empleados en la guerra franco prusiana que había concluido con la derrota francesa. Esas clases populares habían sido expulsadas a la periferia por la construcción de los grandes bulevares de la burguesía parisina a mediados del siglo XIX, sufrieron las medidas impopulares de alquileres y salarios, la represión de la revuelta de octubre de 1870 y los desastres de la guerra franco-prusiana. Esta situación y el vacío de poder por la rendición ante Prusia fue la partera de la revolución que hizo que los desarrapados de París tomaran el poder político. Eso sí que fue un golpe de efecto, el único golpe de efecto realmente efectivo. La toma del poder político por los oprimidos.

En 72 días de existencia, la Comuna condonó los alquileres, se autogestionaron los talleres por los obreros, se separó la Iglesia y el Estado. Por primera vez las mujeres cobraron protagonismo, las petroleras, mujeres como Nathalie Lemel o Louise Michel a la que el anarquismo le debe la bandera negra. Y es que la Comuna fue la última experiencia donde todo el movimiento obrero se siente representado, de proudhonianos a blanquistas, pasando por jacobinos y miembros de la I Internacional, todas las tendencias de la izquierda francesa del momento fueron participes pero ni por el valor de la unidad vamos a rememorarla como merece. Nos queda el consuelo de que a la Comuna la recuerden los fotógrafos, pues fue el primer acontecimiento histórico de cierta relevancia fotografiado. Hasta que años después se instauró el 1 de mayo, el 18 de marzo fue el día de conmemoración de la clase obrera. A la Comuna le debemos la bandera roja y la mayor enseñanza para un revolucionario: cuál es el papel del Estado.

En el manifiesto de aquel 18 de marzo la Comuna proclamó que “los proletarios de París han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder”. Su experiencia primigenia los llevo a entender que tomar el poder no podía limitarse a tomar la máquina del Estado tal y como estaba y usarla para sus propios fines. Ante el primer intento de cambiar el mundo, el Estado mostró toda su naturaleza como elemento de sometimiento de clase. Sus características y estructura están determinados para el cumplimiento de esa función. Los comuneros comprendieron que no podían seguir gobernando con esa vieja maquinaria del Estado francés del siglo XIX y que tomar el poder implicaba barrer por completo el viejo Estado y construir un nuevo Estado para las nuevas funciones de la nueva sociedad.

Esa fue la gran enseñanza de la Comuna pero el revolucionario es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra del papel del Estado. Y aquí estamos 150 años después emocionándonos con golpes de efecto con los que podamos hacernos con la gestión de la maquinaria de parte del Estado, confiados en que desde allí generaremos contradicciones, pararemos el fascismo o que incluso cambiaremos el mundo de base. Porque la dominación ideológica no solo inculca el individualismo y la competitividad, también la idea de que el Estado es un elemento neutral, el Parlamento donde se dirimen las contradicciones de la sociedad y el diálogo y el consenso el método para superarlas. No solo aceptamos estas ideas, las replicamos en cada acción, en cada discurso, en cada gesto, mutilándonos estratégicamente.

Si tenías manos de trabajador te fusilaban

Aquel Estado francés del siglo XIX estaba diseñado para barrer las viejas estructuras de dominación feudal y organizar la nueva dominación de la burguesía sobre el proletariado, surgida tras la Revolución Francesa y los sucesivos procesos revolucionarios de principios del siglo XIX francés. Marx en La Guerra Civil en Francia lo clavó diciendo que “el Estado se transfirió de los enemigos más remotos a los enemigos más directos de la clase obrera”. Su nuevo diseño y estructura se ajusta a ese único objetivo, como todo diseño y estructura de cualquier Estado está diseñado para la dominación de clase del momento.

También el Estado español de 2021, con un capital globalizado y financiarizado, con una clase obrera atomizada e ideológicamente mucho más sometida, se adapta a las características de esta estructura de dominación de clase que existe hoy en España para ser su herramienta más efectiva. El Estado en nuestro caso, debido a ese capital y a esa dominación de clase globalizados, llega incluso a ceder soberanías fundamentales, como la monetaria, la militar o la comercial, en unas estructuras supranacionales para las que no se convocan elecciones y que hacen todavía más ineficaz la simple gestión de las estructuras del Estado para nuestros objetivos finales.

Los comuneros entendieron rápida e instintivamente todo esto, que con un martillo pocas cosas distintas a clavar clavos iban a poder hacer. Por eso su objetivo no fue hacerse con la gestión del martillo, lo destruyeron y construyeron una nueva herramienta pues sus objetivos eran bien distintos. Precisamente por eso, porque supieron resolver con audacia el problema central de todo proceso revolucionario, el del papel del Estado, la Comuna fue el primer intento en la historia de cambiar el mundo. Y por ello recibió la más dura represión conocida cuando a finales de mayo de 1871 fue derrotada.

Comenzó la semana sangrienta y hasta cinco años después duró la ley marcial en París. Paraban a la gente y les hacían enseñar las manos, si estaban curtidas del trabajo los fusilaban. El odio fue de clase, durísimo, aunque la Comuna no tomó nunca medidas enérgicas contra sus enemigos, decenas de miles fueron asesinados por su osadía histórica. En España, más de sesenta años después, cuando la reacción tuvo que hacer frente a la revolución de Asturias del 34, todos sus tribunos, desde Calvo Sotelo a Gil Robles, pasando por Melquíades Álvarez, justificaron la represión diciendo que la de los comuneros llevaba garantizando a Francia más de sesenta años de paz social. Es cierto, lo timorato del movimiento obrero francés de finales del siglo XIX y principios del XX no se entiende sin la paz de los cementerios que supuso la represión de la Comuna. Quisieron que temiéramos ser osados como los comuneros para finalmente acabar olvidando su ejemplo. Me duele reconocerlo pero en parte lo han conseguido. Hoy una placa en el muro de los federados del cementerio de Père-Lachaise de París parece ser lo único que recuerda a la Comuna. Sus herederos estamos a otras cosas, admiramos otras valentías, otras audacias. Pero me niego a olvidar de dónde venimos, el enorme ejemplo y enseñanza de esta interminable historia que es la lucha de clases, donde la Comuna es una de sus páginas más memorables. Una historia donde ni reyes ni dioses ni tribunos serán el supremo salvador y a nosotras mismas nos toca hacer el esfuerzo redentor. Me niego a centrarme en la lucha electoral y encerrados en una cueva y atados con grilletes como en el mito de la caverna ver la realidad desde su óptica deformada y replicarla en nuestra forma de hacer y entender la política. Que con tanta hipérbole no lo olvidemos porque venimos de la Comuna y espero que más temprano que tarde volvamos a ella.

¡VIVA LA COMUNA!
ALBERTO CUBERO.
Secretario Político del PCE Aragón y concejal por Zaragoza en Común

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

Seguramente el lector desconoce que en 1871 la clase trabajadora de París instauró de manera revolucionaria en 1871 el primer Estado obrero socialista de la Historia. Antes hubo algunos embriones estatales impulsados por objetivos de justicia social. Pero la Comuna de Paris fue la primera experiencia en la era del socialismo con la bandera roja al frente. Experiencia ahogada en sangre con miles de muertos, encarcelados y deportados por la burguesía.
Para avanzar en la formación ideológica comunista, en la reflexión política y en la acción colectiva consciente hay algunas razones importantes que justifican dedicar tiempo en este 2021 a estudiar de la mano de Marx, Engels y Lenin esta grandiosa experiencia histórica.

1.- Conocer el método de Marx, Engels y Lenin de realizar el análisis político.
Marx a través de su obra “La guerra civil en Francia”, Engels a través de la introducción de dicha obra y Lenin a través de toda una serie de reflexiones expuestas en artículos, discursos y libros desde 1905 hasta 1919 construyeron un método científico que combina los análisis politológicos con los sociales para indagar en las razones profundas de los procesos sociales. La politología burguesa que se estudia hoy en las facultades convencionales se concentra en la apología del sistema capitalista, en vaciar de contenido el análisis científico y en ocultar las contradicciones sociales porque cuestionan, los pilares en los que se asienta el sistema: la propiedad, ya no sólo simplemente privada, sino en manos de una oligarquía financiera cada vez más reducida y poderosa de los grandes medios de producción, ya completamente monopolizados. El sistema capitalista acepta todo, cualquier novedad en materia de género, modas, ideologías delirantes, banalidades, medio ambiente o incluso forma estatal. Pero es intransigente en los puntos centrales de la reflexión de estos tres genios teórico prácticos.
2.- Descubrir que la Comuna privó a la burguesía del poder político y militar para implantar una verdadera democracia.
El Consejo de la Comuna lo formaron concejales elegidos por sufragio universal en los distritos de Paris. Responsables ante el pueblo y revocables en todo momento. Algunos eran famosos como el escritor Jules Valles o el pintor Gustave Courbet, otros desconocidos como el zapatero Gaillart o el estudiante Rigoux. Su primer decreto fue abolir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado, señala Marx en “La guerra civil en Francia”. La Policía fue convertida en un órgano de la Comuna revocable en todo momento ¿Ha perdido actualidad que el pueblo controle la violencia pública y no la burguesía?

3. Estudiar la organización democrática que planea el primer Estado obrero.
La Comuna fue un órgano ejecutivo y legislativo al mismo tiempo. Abolió el Estado burgués e implantó dos medidas revolucionarias. Primera: todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza fueron elegidos por el sufragio universal. Los electores podían revocar en todo momento a sus elegidos. Se abolió la casta de burócratas, maestros y jueces al servicio del sistema burgués. Segunda: todos los funcionarios altos y bajos eran retribuidos como los demás trabajadores. Se acabaron los enormes salarios, privilegios, pensiones vitalicias y “puertas giratorias” hacia los consejos de administración de las grandes empresas que hoy son la recompensa capitalista a sus administradores políticos, ya sean presidentes, ministros o diputados. Engels denuncia en 1891 el sistema de partidos burgueses que se convierten en “señores” y dueños de la sociedad y del pueblo. Ya en EEUU se instalaron “dos grandes cuadrillas de especuladores políticos” que en el siglo XXI en España son los partidos y coaliciones del sistema, bipartidismo o multipartidismo, muchos de ellos apoyados de distintas maneras por el gran capital. Engels recuerda que en una república democrática burguesa o bajo la monarquía “el Estado no es más que la máquina para la opresión de una clase por otra”

4.- Abaratar los costos de la administración pública
La Comuna al rebajar los gastos de representación y los grandes salarios de los altos funcionarios y al abolir el ejército permanente hizo una gestión pública más barata. De plena actualidad frente a los abundantes casos de malversación de fondos, altos gastos, robos al erario e inversiones ajenas al interés público.

5.- Invalidar el axioma superado de la fingida “independencia judicial”
Axioma sagrado para la democracia burguesa según el cual el poder judicial debe ser “independiente” de todo poder ejecutivo. Principio que fue revolucionario cuando lo planteó Montesquieu en el siglo XVIII contra la arbitrariedad de los tribunales del rey absolutista, pero contrarrevolucionario cuando sirve para el law fare, la farsa judicial orquestada para defender a la clase dominante. No es más que, dice Marx, una “fingida independencia” ya que la judicatura está sometida al poder político y económico por vía de las leyes vigentes que deben aplicar y que expresan intereses clasistas y además por vía de las componendas de las fuerzas en el poder para imponer a sus agentes al frente de los tribunales. Los magistrados, insiste Marx, “habían de ser funcionarios electivos, responsables y revocables”.

6.- Crear una economía al servicio de la sociedad
Hoy, cuando los servicios públicos, el gas, la electricidad, el teléfono, internet, la construcción, las obras públicas, la vivienda, la sanidad, las pensiones, los bancos, la industria, el transporte, el ocio, la alimentación, las medicinas, el comercio… están cada vez en manos de grandes monopolios cobra actualidad el decreto de la Comuna de ocupar las fábricas abandonadas por sus dueños y entregarlas a cooperativas obreras. Marx dice que la Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería “convertir la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, las tierras y el capital, que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado”. Seguramente el socialismo pasa por grandes monopolios públicos controlados por la clase trabajadora y una red auxiliar de pequeñas empresas cooperativas.

7.- Estudiar la primera experiencia dirigida por la clase obrera.
Marx observa que fue la “primera experiencia en que la clase obrera fue abiertamente reconocida como la única clase social capaz de iniciativa social”. Frente a la estafa posmoderna que reemplaza el concepto “clase” por “multitud” este análisis sigue vigente hoy.

8.- Analizar la propuesta de liberar la enseñanza y la ciencia de los prejuicios de la clase burguesa.
Mientras la enseñanza y educación básicamente reproduce la ideología de la clase dominante plenamente vigente esta propuesta de la Comuna.

9.- Eliminar el chovinismo nacional para construir la unidad internacional de los trabajadores
Marx enfatiza el rechazo de la Comuna al chovinismo nacionalista que envenenaba y lo sigue haciendo hoy la unidad de los explotados. Dice que Prusia robó dos provincias francesas pero la Comuna “anexionó a Francia los obreros del mundo entero… Concedió a todos los extranjeros el honor de morir por una causa inmortal”. La Comuna designó al obrero húngaro Leo Frankel su ministro de trabajo y a dos obreros polacos sus jefes militares. Es un adelanto de las grandes epopeyas internacionalistas: las Brigadas Internacionales en la guerra de España, las misiones militares cubanas en apoyo de Argelia, Congo, Angola, Namibia, Etiopia y Sudáfrica y la ayuda soviética a España, Corea, Cuba, Vietnam y Afganistán.

10.- Conocer las limitaciones de la Comuna, pero su absoluta necesidad
Como dijo Lenin la Comuna se limitó a una sola ciudad, sufrió de la incomprensión del resto de los trabajadores de Francia y estuvo guiada por dos fracciones de los socialistas franceses, los blanquistas y los proudhomistas (también había jacobinos, anarquistas bakuninistas y otras) que no sabían lo que hacían. Hubo que esperar a la Revolución soviética para que el Estado obrero y campesino, el Estado soviético, se extendiese a todo un inmenso país y a una federación de repúblicas. Lenin en su “Enseñanzas dela Comuna” destacó dos errores de la Comuna: no haber expropiado el Banco de Francia y no haber derrotado militarmente sin titubear al gobierno burgués. Aun así, fue una experiencia revolucionaria que empujó toda una oleada de luchas que condujeron a la Revolución soviética en 1917, a la resistencia antifascista de los años 30 y 40, a la derrota del nazismo en 1945, a la Revolución china en 1949, a luchas anticolonialistas y a victorias de la clase trabajadora. De hecho, la Comuna aún derrotada, marcó la construcción histórica de un proletariado francés combativo que en el siglo XXI asombra al mundo con su rebelión de los “chalecos amarillos”, de un partido comunista que trata de reconstruirse, de un pensamiento marxista que sigue influyente a pesar de las victorias capitalistas y retrocesos revolucionarios.

De manera que la Comuna de París es un gran hito de la lucha de los oprimidos y explotados por construir un Mundo socialista que conserva vivas sus enseñanzas.

José Antonio Egído: Sociólogo

La bandera roja y la Comuna

La bandera roja y la Comuna

La bandera roja y la Comuna

“Aquella enseña con la que se le atacaba, bajo la que entregaba tantas víctimas, pasó a ser su símbolo, la bandera de la República mundial”.

En mayo de 1871 fue derrotada, hace 150 años, La Comuna de París. Las tropas de Versalles aplastaron a sangre y fuego a los insurrectos parisinos. Fusilaron a centenares en el famoso Muro de los Federados del cementerio de Père-Lachaise, y condenaron a miles a la prisión, al destierro. Carlos Marx, Engels, Lenin, consideraron este movimiento como el primer ensayo de un gobierno obrero de la historia, e incitaron ardientemente a su estudio, para asimilar sus enseñanzas, las de sus avanzadas leyes en los dos meses de gobierno, y las de la derrota. Y entre todas las conexiones que desde nuestra identidad revolucionaria establecemos con La Comuna, destaca una de carácter simbólico que conviene recordar. Se trata del origen de la enseña revolucionaria por excelencia, la bandera roja, la que protagoniza todas las luchas obreras, la que preside nuestros actos en cada 1º de mayo, la que colorea las manifestaciones que, antes de la pandemia, poblaban las calles, la que ensalza nuestros sueños de liberación, por la que muchos dieron la vida. Y la bandera roja tiene su origen en La Comuna.

Espartaco, el esclavo que se rebeló contra Roma, se envolvía en una toga roja para celebrar sus victorias, los campesinos alemanes ondearon banderas rojas en su revuelta de 1524; pero no fue ahí donde se incardinó como emblema de los desposeídos, de los parias, sino en La Comuna. Lo que no es muy conocido es que antes, la bandera roja había sido una bandera de orden. Tras la Revolución Francesa de 1789 se produjeron conflictos sociales en los que los gremios, los artesanos, comenzaron a manifestarse públicamente, en las calles, expresando sus protestas por las reivindicaciones no atendidas. La lucha de los panaderos parisinos, por ejemplo, fue muy extensa y dura. Ante los desordenes que estos conflictos ocasionaban, la Asamblea Nacional decretó una ley marcial. Y en esa ley se decía que la bandera roja era el símbolo, en cada pueblo o ciudad, de su promulgación. Era la bandera que debían enarbolar las tropas antes de cargar contra las manifestaciones populares. En 1791 la Guardia Nacional cargó, precedida por una bandera roja, contra una protesta republicana en lo que se ha conocido como la masacre del Campo de Marte.

El pueblo estaba acostumbrado a ser reprimido bajo esa enseña, pero ocurrió que subvirtió el orden, y asoció la bandera roja a la revolución y a la emancipación popular, que ya tenía aspiraciones socialistas, federalistas, uni-versales. El símbolo, aquella enseña con la que se le atacaba, bajo la que entregaba tantas víctimas, pasó a ser su símbolo arrebatado, la señal de que acabaría toda opresión y reinaría la verdadera fraternidad. Así que ese símbolo de violencia estatal se convirtió en el símbolo del sacrificio, de la lucha. Fue así paulatinamente, hasta que La Comuna de Paris, victoriosa, arrió la tricolor e izó la bandera roja en el ayuntamiento de Paris, que en ese momento contaba con más de dos millones de habitantes, adoptando la bandera roja como su bandera, la bandera de la República mundial, tal y como la designó en uno de sus decretos, la bandera de todos los trabajadores del mundo. Y ese significado universal, de clase, muy pronto se extendió por todos los países.

El decreto de la Asamblea Nacional, indicando la bandera roja como estandarte de la represión, decía:
“Paris. Sesión del miércoles 21 de octubre de 1789
Ley marcial contra los atropellos

Art. I.— En el caso en el que la tranquilidad pública esté en peligro, las autoridades municipales estarán obligadas, en virtud del poder que han obtenido de su población, a declarar que la fuerza militar debe ser desplegada inmediatamente para restablecer el orden público, bajo pena de responder de ello personalmente.
Art. II.— Esta declaración se hará exponiendo en las principales ventanas del Ayuntamiento, y en todas las calles, una bandera roja, y al mismo tiempo las autoridades municipales requerirán a los jefes de las guardias nacionales, tropas regulares y policías, prestar su colaboración.
Art. III.— Con la señal de la bandera, todas las aglomeraciones, con o sin armas, se consideran criminales, y deben ser dispersados por la fuerza.
Art. IV.— Las guardias nacionales, tropas regulares y policías, serán obligadas a marchar inmediatamente, comandadas por sus oficiales, precedidas por una bandera roja y acompañadas al menos por una autoridad municipal.

La siguiente revolución obrera triunfante, la Revolución de Octubre soviética, la adoptó como su bandera para una nación de naciones, abiertamente internacionalista. Y dos banderas rojas de La Comuna parisina llegaron al Moscú revolucionario. Una provenía del comunero francés Edouard Vaillant, que la salvó y conservó. Se exilió en Londres donde se hizo amigo de Marx, siendo uno de los dirigentes de la I Internacional. Fundador de la sección francesa de la internacional obrera, la SFIO, que se transformó en el partido comunista en 1920 en el congreso de Tours, y heredó esa bandera, que fue a parar a la sección comunista del XX distrito de Paris. Esta sección, en reunión del 24 de mayo de 1924, decidió confiar ese símbolo, recuerdo de las luchas del proletariado parisino, al soviet de Moscú. Confiarla en custodia, añadiendo: “hasta el día en el que la clase obrera francesa conquiste el poder”. El 25 de mayo miles de parisinos desfilaron ante la bandera colocada como despedida, antes de viajar a Moscú, en el muro de los Federados. La misión fue encomendada a la delegación francesa al V Congreso de la Comintern, celebrado entre el 17 de junio y el 8 de agosto de 1924. La entregó el obrero metalúrgico Alfred Costes, en un acto celebrado con todos los honores en un campo de aviación de Moscú, ante 400.000 manifestantes y autoridades soviéticas, Antipov, Zinoviev, Frunze, quien dirá en el acto: “está bandera está ahora en manos seguras”. La bandera fue llevada por Antipov y Costes al interior del mausoleo de Lenin, abierto el 1 de agosto, donde veló el cadáver junto a las banderas del Comité Central bolchevique y de la Comintern.

Posteriormente fue llevada al museo Lenin. La otra bandera de La Comuna fue adquirida por el Instituto Marx-Engels creado en Moscú, que se ocupó de buscar a través de todo el mundo, materiales de los grandes precursores del socialismo, de la lucha de los trabajadores, de todos los movimientos revolucionarios. Bujarin se encargó personalmente de parte de esos trabajos, desplazándose a Alemania, para adquirir las obras y trabajos manuscritos completos de Marx. El representante soviético en Paris, compró, en 1928, una bandera roja del 67 batallón de los Federados de La Comuna. Esta bandera permaneció en el Instituto Marx-Engels hasta la creación en 1962 del museo Marx-Engels, donde quedó expuesta. La bandera no permaneció siempre en las vitrinas del museo moscovita, sino que, en 1964, fue enviada al Cosmos a bordo de la nave Voskhod 1, la primera que se envió al espacio con una tripulación colectiva, formada por tres cosmonautas. Y como reliquias de un credo revolucionario, el Voskhod 1 llevó a bordo un retrato de Marx, uno de Lenin, y la bandera de La Comuna.

La bandera roja de La Comuna dotó a la primera generación de soviéticos de un genuino sentido de pertenencia a un movimiento universal, el de la lucha internacional por el comunismo, por la emancipación proletaria en todo el mundo. Sirvió para definir, a los primeros soviets, quiénes eran y de dónde venían. Lo mismo por lo que nos sigue sirviendo a nosotros; es la memoria y el sueño, que no es sino aquello peleado y aún no alcanzado, por lo que seguimos en pie, siendo rojos y coherentes.

Miguel Usabiaga: Arquitecto -Escritor,
Director de Herri

Las petroleuses, las incendiarias.

Las petroleuses, las incendiarias.

Las petroleuses, las incendiarias

Una experiencia revolucionaria en la que, por primera vez, la mujer actuó en
plano de igualdad con el hombre.

Tras la derrota comunera, haciendo gala de aquella sentencia de que la historia la escriben los vencedores, éstos, los versalleses, la reacción, divulgó una imagen tenebrosa del las mujeres de la Comuna. Unos retratos de los que se imprimieron incluso tarjetas postales, pintándolas de manera horrible, llenas de odio, sanguinarias, feroces, fanáticas dispuestas a quemarlo todo en los últimos días de la Comuna. Una metáfora que hizo mella en los historiadores más perezosos y dóciles, que ayudaron con sus textos a abundar en ella. Sin embargo, en los juicios realizados por las autoridades de Versalles, ninguna mujer comunera fue condenada como incendiaria.

En esa experiencia revolucionaria, por primera vez, la mujer actuó en plano de igualdad con el hombre. Por primera vez interviene activa y masivamente en la vida política y económica, discute de igual a igual en los Comités, las reuniones, participa en el combate, en las barricadas. Es conocido el ejemplo de Louise Michel, pero junto a ella, actuaron otras mujeres, no solas sino organizadas, y, en ese contexto de participación y efervescencia femenina, fueron dos las organizaciones de mujeres que desempeñaron un papel predominante en la Comuna: el Comité de Supervisión de Montmartre, de orientación blanquista, y la Unión de Mujeres para la Defensa de París y Socorro a los Heridos, de orientación marxista. La Unión, cuyos principios reflejaban la perspectiva revolucionaria del ala marxista de la I Internacional, se reveló como la más importante formación femenina, agrupando a más de seis mil mujeres. Se destacó no sólo por su importancia numérica, sino también por su funcionamiento muy riguroso y al mismo tiempo muy democrático. Fue capaz de guiar y organizar el profundo fermento popular entre las mujeres y fue el eslabón entre las mujeres de la ciudad y el gobierno de la Comuna. Ningún otro grupo tuvo una influencia tan extendida en toda la ciudad y tan duradera, desde su fundación hasta la caída de la Comuna en las barricadas.

La comisión ejecutiva de la Unión de Mujeres está compuesta por cuatro obreras (Nathalie Lemel, Blanche Lefèvre, Marie Leloup y Aline Jacquier) y tres mujeres sin profesión (Elisabeth Dmitrieff, Aglaé Jarry, Thérèse Colin). En la práctica, las dos grandes impulsoras de la comisión fueron Nathalie Lemel y Elisabeth Dmitrieff.

Elizaveta Loukinitcha Kouceleva nace el 1 de noviembre de 1851 en una familia noble rusa. Recibe una buena educación y habla varios idiomas. Vive en San Petersburgo, donde milita en los círculos socialistas desde muy joven, soñando con la unión de la emancipación social y de las mujeres. Se casa con el coronel Tumanovski, lo que facilita sus viajes, y en 1868 emigra a Suiza, participando en la fundación de la sección rusa de la Internacional. Delegada rusa en Londres, en 1870, frecuenta la familia de Marx y a sus colaboradores más próximos, como Engels. Marx está empeñado en aprender la lengua rusa, para conocer mejor las experiencias de la comuna rural rusa, y Elizaveta, en sus largas conversaciones, le ayuda. Elizaveta permanece tres meses en Londres, en los que participa en numerosas reuniones de la Internacional.

En marzo de 1871, tras la insurrección, Marx la envía a París para que sea la corresponsal en los acontecimientos de la Comuna, como representante del Consejo General de la Internacional. Es algo más que corresponsal, actuando bajo el seudónimo de Dmitrieff, crea la Unión de Mujeres: forma parte del comité ejecutivo de la Unión y es la ideóloga de un plan de reorganización del trabajo femenino, que solo pudo ser parcialmente desarrollado. Su acción es tan incisiva que una disposición del comité central de la organización femenina le concede la ciudadanía parisina, aguardando que la futura República le reconozca el título de ciudadana de la humanidad.

Tras luchar valientemente con armas en la llamada semana sangrienta, consigue escapar de París, refugiándo-se primero en Ginebra y volviendo luego a Rusia. En París es condenada en rebeldía a la deportación, en una prisión fortificada, por el Consejo de Guerra del 26 de octubre de 1872. En 1880 fue amnistiada. Entre 1900 y 1902 se muda para Moscú y, donde muere en 1918.

Nathalie Duval, 1827, hace sus primeros estudios en Brest, donde sus padres dirigían un café. Desde los 12 años trabaja como obrera encuadernadora. En 1845 se casa con un colega, Jérome Lemel, con quien tiene tres hijos. La familia se traslada a París en busca de nuevas oportunidades de trabajo. En la capital, Nathalie sigue trabajando como encuadernadora y participa de las huelgas que en 1864 agitaron su gremio. Forma parte del comité de huelga que exigía paridad de salarios para las mujeres y hombres; y es fichada por la policía. En 1865 se juntó a la Internacional. En 1868, después de dejar al marido, funda con otras mujeres una asociación que se ocupa de la entrada de alimentos para los más necesitados.

Durante la Comuna funda y dirige la “Unión de Mujeres para la Defensa de París y el Socorro a los Heridos”, con Elisabeth Dmitrieff. Cuando las tropas de Versalles entran en París, ella lucha en las barricadas al frente de un batallón de cerca de cincuenta mujeres, que levantan la barricada de la Place Pigalle izando sobre ella una bandera roja.

Detenida el 21 de junio de 1871, es condenada a la deportación, en una fortaleza, en Nueva Caledonia, en el Consejo de Guerra del 10 de setiembre de 1872. El 24 de agosto de 1873 embarca en el buque Virginie rumbo a su deportación, adonde llega el 14 de setiembre. Durante el trayecto, amenaza con saltar al mar si se mantiene el encierro de hombres y mujeres separados, y consigue que su encierro sea en común. Durante su prisión, su nombre aparece frecuentemente en la lista de prisioneros sujetos a sanciones, demostrando que su espíritu indomable no se doblega nunca. En las nuevas tierras se solidariza con los Kanaki, que en 1878 se revelan contra los colonizadores franceses.

Regresa a París tras la amnistía de 1880, y consigue un empleo en el periódico L’Intransigeant. Los últimos años de su vida los pasó en la pobreza y, quedándose ciega, fue acogida, en 1915, en el asilo de Ivry, donde falleció en 1921.

 

La comuna entre nosotros

La comuna entre nosotros

La comuna entre nosotros.

 ¿Quiénes fueron Wroblewski y Dombrowski? Por: Aitziber Larrañaga.

La Guerra Civil fue seguramente el momento histórico en el que más gentes de nuestro país, gentes del pueblo, no intelectuales, estudiosos, o revolucionarios avezados, tuvo conocimiento de la Comuna de París. Sucede en las revoluciones que el tiempo se comprime, y en poco espacio ocurren muchas cosas, produciéndose una catarsis de sueños, conciencia y determinación que expanden el momento histórico a otro estadio de avance social. Eso ocurrió en nuestra contienda, que fue una guerra y también una revolución. Y por esa aceleración social, las calles, las plazas, los batallones republicanos, adoptaron nombres de insignes revolucionarios, Marx, Lenin, de otros grandes personajes de la lucha que aparecían de pronto en el imaginario popular, Rosa Luxemburgo, Karl Liebneckt, Dombrowski y Wroblewski. Es probable que la mayoría no supiera quiénes eran estas dos últimas personas hasta que vieron a los combatientes internacionales encuadrados en unidades que llevaban su nombre. Si aquella guerra se hubiera ganado, quizá estarían más presentes en nuestra vida, darían su nombre a calles o plazas; como se perdió y la ola revisionista derechista intenta eclipsar nuestra memoria, debemos recordarlos.

El 28 de agosto 1936, el grupo polaco de “los 9”, todos comunistas y obreros en Francia, que había partido voluntariamente para luchar en España, alcanza Irún.Son: Fran Palka, Antoni Walota, Feliks Kosinski, Pawel Iwanowicz, Stanislaw Broszko, Bronislaw Blaszka, León Baum, Roman Wozniak, y Roman Wersual, a los que se unen el también polaco Joseph Epstein, y León Jampolski, de Besarabia. En Paris, antes de partir, el grupo se da el nombre de Wroblewski,.

León Baum cae muerto en combate el 24 de agosto, en el Hospital de Irún, el antiguo Centro Navarro de Fuenterrabía, por herida de arma de fuego en cavidad abdominal, como dirá la certificación facultativa. También muere otro polaco en Irún, Abram Gotinski, que ha llegado por otra vía, desde Bélgica, junto a otros polacos también exiliados allí, junto a su amiga Esther Zylberberg, Estoucha, judía como él, y con quien comparte estudios de medicina. El resto de sus compañeros sobrevivirán a la batalla de Irún, y, tras la derrota, pueden huir a Francia en una lancha motora con la que llegan al puerto de San Juan de Luz. Allí son desarmados por la policía y conducidos a Hendaye, donde son agrupados los republicanos. Se escapan del campo de Hendaye y consiguen entrar de nuevo en España por Cataluña, dirigiéndose a Barcelona. Son cinco los miembros del grupo del llamado grupo de “los 9”, los Wroblewski que se presentan en el Cuartel Carlos Marx de la Ciudadela, donde se juntan con otros compatriotas voluntarios polacos para formar el grupo “de los treinta y seis”, germen de la futuro batallón Dombrowski, y, posteriormente, de la famosa Brigada Internacional Dombrowski. En Polonia, a todos los que vinieron con las Brigadas Internacionales, les llaman los “Dombrosianos”. Ahora, precisamente, se libra una batalla civil en muchas ciudades polacas, donde tienen dedicadas plazas y calles, para defender su nombre, que las autoridades derechistas del país quieren eliminar.
¿Y quiénes fueron realmente Wroblewski y Dombrowski?
Walery Wroblewski nació en Zoludek, en Polonia, en 1836, en el seno de una familia de la aristocracia polaca. Estudió en el liceo de Vilnius, y luego en el Instituto de guardabosques militares, en San Petersburgo, Rusia, cuando Polonia formaba parte del imperio ruso. Encabezó la insurrección polaca de 1863, como jefe de los insurgentes en la provincia de Grodno, que encuadran un ejército de sublevados de 6.000 personas., consiguió notables victorias frente a las tropas zaristas, liberando amplios territorios, y fue nombrado gobernador militar de la región liberada de Lublin. Herido gravemente, tras la derrota insurreccional, en 1864, se exilió en París, donde se agrupa en la Unión de Demócratas Polacos. Trabaja como maquetador de imprenta. Vive en la miseria, no le alcanza para pagar los 20 francos de alquiler de su habitación en la rue Boursault 15. Eran tantos polacos en Paris que, en septiembre de 1870 Wroblewski hace la propuesta de la formación de una legión polaca para defender París del asedio de los prusianos, rechazada por el Gobierno. Para no permanecer pasivo, ingresa en la Guardia Nacional.
Tras la sublevación del 18 de marzo de 1871, el Consejo de la Comuna nombra a Wroblewski comandante de todas las fortificaciones. En el curso de la lucha, es elevado al grado de general, y encargado de la tercera armada federada defendiendo el sur de París. Se distingue por sus cualidades de estratega. Durante la llamada semana sangrienta, con 4.000 personas a su mando, muchos muy jóvenes, poco disciplinados pero intrépidos, rechaza cuatro veces el asalto de los versalleses mucho mejor armados. Cuando cae la defensa, Wroblewski no se rinde, y con un millar de soldados y algunos cañones consigue establecer otro punto de resistencia. Muerto Dombrowski, es propuesto como comandante general de la Comuna, pero lo rechaza, dadas las pocos unidades que quedaban, prefiriendo combatir hasta el final como un soldado más hasta la última posición comunera, el muro de los federados en el cementerio Père Lachaise. Tras la derrota consigue huir, se refugia en Château d’Eau, donde un civil lo esconde en su casa y le camufla. Un mes después escapa a Bélgica y luego a Inglaterra. El 17º Consejo de Guerra del 30 de agosto de 1782, en su ausencia, le condena a muerte. En Londres frecuenta a Marx y Engels. Vive en Islington, 40, Colebrook Row, y abre una pequeña imprenta. Se incorpora al Consejo General de la AIT (Asociación Internacional de los Trabajadores), la I Internacional, siendo su secretario para Polonia. Vive una existencia muy difícil en Londres, y goza de la estima de los Marx, como lo indica Jenny, esposa de Marx, en una carta a Sorge.”Wroblewski…haría hecho mejor si hubiera partido a Turquía hace tiempo, la miseria y sus heridas, le hacen aquí la existencia muy dura. Sería una pena que no encontrara una actividad conveniente. Es una cabeza verdaderamente genial y un bravo muchacho”.

 

Regresó a Francia después de la amnistía de 1880, y en 1895 participa en la creación de la Unión de Socialistas Polacos, Trabaja como impresor, y vive muy modestamente, hasta que, enfermo, en 1900, debe cesar toda actividad. Falleció en Ouarville (Eure-et-Loir) el 5 de agosto de 1908. El 16 de agosto en su funeral, miles de personas, agrupaciones, asociaciones, siguen el convoy con banderolas rojas, desde la estación de Orleans al cementerio Pêre Lachaise, donde es enterrado junto a la 76 división comunera, cerca del muro de los federados.

Jaroslaw Dombrowski nace el 13 de abril de 1836 en Zytomierz, Polonia entonces dentro del imperio zarista. A los nueve años se queda huérfano, y estudia interno en la selecta escuela miliar de Brest-Litovsk, de donde pasa a la escuela de cadetes de San Petersburgo, de donde sale a los 17 años con el grado de aspirante de artillería, un rango por encima de sargento y por debajo de teniente. En 1859 ingresa en la Academia militar, ascendiendo al grado de capitán, siendo enviado a la guarnición de Varsovia, en 1862. Allí contacta con las organizaciones patriotas, y es nombrado jefe militar de la organización clandestina Comité de la Ciudad (Komitet Miejski) que prepara acciones insurreccionales, y que se transforma en Comité Central Nacional, en el que Dombrowski se alinea en la fracción izquierdista, denominada los Rojos., que añaden la abolición de la servidumbre y la reforma agraria a la causa de la independencia de Polonia. Es detenido en agosto de 1862, así que está prisión durante la insurrección de 1863. Es condenado a muerte. Tras dos años de cárcel, le conmutan la pena por la de 15 años de trabajos forzados y le envían a Siberia. Consigue evadirse durante el trayecto, y huye al extranjero a través de Suecia, llegando a París en 1865. En la capital francesa se relaciona con los internacionalistas, con Varlín, Delesclize, y Vermorel, haciendo llegar al seno de la Internacional la causa de los patriotas polacos antizaristas. Es elegido dirigente en la Central de la emigración polaca. Vive en Batignoles, rue Nollet 96, después en rue Ravin 45. Participa en la Guardia Nacional. Tras la insurrección, la Comisión ejecutiva de la Comuna, le nombra comandante en jefe del ejército de la Comuna de París reemplazando a Bergeret. El ministro de la guerra de la Comuna, Rossel, transmite la siguiente estructura bajo su mando: él, Dombrowski, se encargará de las operaciones en la Rive droite del Sena; el general Wroblewski comandará el ala izquierda; y el general La Cécilia el centro, entre el Sena y la Rive gauche. Es herido mortalmente el 23 de mayo en la barricada de la calle Myrha, XVIII arrondisement, y muere en el hospital Lariboisère. Su cadáver fue vestido con el uniforme, cubierto por una bandera roja, y enterrado el día 24 de mayo en una tumba del cementerio Père Lachaise. El 18 de febrero de 1879 el propietario de la tumba hizo trasladar los restos al cementerio de Ivry, y en noviembre de 1884, la fosa donde reposaba el ataúd fue desalojada, y nadie sabe dónde reposan los restos del general jefe de la Comuna.

Descubrir a Leo Frankel

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 “No fue una revolución más, añadida a tantas otras, fue esencialmente una revolución nueva, nueva en el objetivo que pretendía alcanzar, nueva porque era una revolución obrera“.

El desconocido Leo Frankel y sus compañeros de la Internacional, nos muestran una rendija secreta para observar la Comuna, que nos permite entrever no sólo lo que fue, sino también lo que podría haber sido. Sus posiciones, sus acciones, apuestan por las posibilidades del momento revolucionario, por un futuro emancipador. Lejos de una narración que forma parte de la leyenda o de la construcción del mito, sino, al contrario, nos hablan de las posibilidades de la Comuna, de sus potencialidades, y eso nos ayuda a traer esa experiencia al presente, dándole su verdadero interés histórico.

Leo Frankel nace en Budapest, en 1844. Se traslada muy joven a Alemania, donde trabaja de orfebre y colabora en publicaciones socialistas con Ferdinand Lassalle. En 1867 marcha a Francia; donde se integra en la Primera Internacional, de la que funda una sección en Lyon. Su vida entre países le enseña que las injusticias que sufren los trabajadores no están circunscritas por las fronteras nacionales. En 1870 es detenido en París por sus actividades políticas, en el curso de un tercer proceso a la Internacional (la AIT) El 2 de julio de 1870 declara con sarcasmo ante el tribunal: “los capitalistas, con motivo de una huelga desatada por sus ávidas pretensiones, son los primeros en acusar a la Internacional de todos los males, pero yo no veo en eso nada asombroso”. Y concluye. “La Internacional no tiene como fin un aumento del salario, sino la abolición completa del asalariado, que es una esclavitud disfrazada”. Su defensa impresionó a Marx y Engels. Frankel fue condenado a una pena de prisión leve. Apenas estalló la guerra entre Francia y Prusia, la Internacional publicó en París un manifiesto, firmado por Frankel, contra la guerra y a favor de la solidaridad internacionalista. Los socialistas internacionalistas eran conscientes de una ley inviolable: si la barbarie bélica puede a veces hacer nacer revoluciones, a la inversa, la dinámica revolucionaria es siempre sofocada por la guerra.
Tras la insurrección de París, durante las elecciones del 26 de marzo de 1871, Leo Frankel es elegido, a sus 27 años, miembro de la Comuna en el distrito 13 de París. Dos días después, se proclamó la Comuna con su Consejo. La Internacional no es una organización unificada y rígida y, sus representantes sólo constituyen una minoría dentro de la Comuna. La Comuna es, ante todo una reapropiación por parte de las clases trabajadoras del espacio público, de la ciudad. Es el aspecto del “París libre” el que marca la experiencia comunera”. Aunque hay socialistas dentro de la Comuna, ésta no es en sí misma “socialista”, como recordará Lenin. La posición y las acciones de Frankel y algunos de sus amigos, son especialmente esclarecedoras para levantar el velo sobre esta leyenda de la Comuna.

Dentro de la organización de la Comuna, sólo una minoría lucha por medidas abiertamente socialistas, Frankel es uno de ellos. Es nombrado responsable de la Comisión de Trabajo. Lo que equivaldría a ministro de Trabajo en el consejo de gobierno de la Comuna. El único y primer extranjero en formar parte de un gobierno en otro país, haciendo gala de la verdad de la proclama de la Comuna, la de ser la bandera de la República mundial. Con el apoyo de otros “colectivistas” de la Internacional como él, agitó la necesidad de crear talleres cooperativos de trabajadores, la entrega de las fábricas cerradas a las sociedades obreras, luchó por la regulación del trabajo nocturno (como la prohibición declarada del trabajo nocturno de los panderos), la suspensión de la venta de objetos empeñados, y por la igualdad entre hombres y mujeres. El imperativo de la guerra impuesta por la burguesía, por Versalles, la desorganización implícita que eso significaba, junto a la merma de recursos, obstaculiza el impulso internacionalista y de emancipación social, bloquea el intento de construir una nueva organización económica bajo el control de la comunidad. Les faltó tiempo y determinación para tomar el Banco de Francia o decretar la jornada de 8 horas. La Comuna sólo esbozó una tendencia, elementos capaces de “favorecer el paso, ciertamente progresivo, pero ineludible, de una organización capitalista del trabajo a un trabajo socializado“. O, en palabras de Marx, en “La guerra civil en Francia”: “Estas medidas particulares sólo podían indicar la tendencia de un gobierno del pueblo por el pueblo”. Frankel y sus compañeros, como Malon, Nostag, Teisz o Elisabeth Dimitrievf, son conscientes de ello y cuentan con una evolución del Consejo de la Comuna en la dirección de una mayor sensibilidad hacia la cuestión social.

Con la derrota de la Comuna, y su condena a muerte por los versalleses, comenzaron para Leo Frankel los difíciles años del exilio, de la contrarrevolución. Periodos en los que el activismo de la vida organizativa, sus impases y mezquindades, sus desencantos, sustituyeron al ardor de los momentos revolucionarios. Instalado en Londres, Frankel se implicó en la vida de la Internacional, siendo elegido miembro del Consejo General. Mantuvo estrechos vínculos con Engels y Marx. Pero Frankel no trató de “capitalizar” su importante papel en la Comuna para crearse una notoriedad particular, prefirió defender sus ideas sin dejar de ser un militante entre los demás.

En 1876 regresó a su Budapest natal, donde se implicó en la organización del movimiento socialista, fundó el Partido Obrero, desplegando una lucha incansable por la instauración del sufragio universal y trabajando sin descanso por la formación de una nueva Internacional. Este objetivo, ambicioso y nada fácil de alcanzar, mantiene a Leo Frankel en contacto con personalidades del movimiento obrero, desde Pierre Kropotkin a Karl Kautsky, de Wilhelm Liebknecht a James Guillaume, de Engels, Marx, o August Bebel a antiguos camaradas de la Comuna. En 1880, fiel a sus posiciones, publicó en Hungría un texto antimilitarista que le valió una condena de dos años de prisión. Tras salir de la cárcel, Frankel se trasladó a Viena y luego a París, donde, en la última década del siglo XIX, encontró un movimiento socialista dividido en varias capillas al que se negó a adherirse. Una vez más, luchó por la unificación, criticó las luchas de poder personal y buscó el apoyo de Engels. Se concentró en sus actividades como periodista y traductor y en el debate de ideas en clubes y asociaciones. Siguió defendiendo incansablemente tres principios que consideraba esenciales para el movimiento revolucionario: la unidad de base, el antimilitarismo y el internacionalismo. Cuando se formó la Segunda Internacional en 1889, se unió a ella sin llegar a desempeñar un papel destacado, a pesar del respeto que despertaba su figura.

Murió en París el 29 de marzo de 1896, y fue enterrado, como un comunero, en el cementerio parisino de Père Lachaise. Hasta el final, llevó la idea de una Comuna que no llegó a realizarse, pero que él y sus compañeros veían como posible, como una orientación hacia el futuro de la emancipación social. En un texto escrito seis años después de la derrota, Frankel insistió en que la Comuna “no fue una revolución más, añadida a tantas otras, fue esencialmente una revolución nueva, nueva en el objetivo que pretendía alcanzar, nueva porque era una revolución obrera“.