Discurso del Che.

Discurso del Che.

Discurso del Che.

Pronunciado en la clausura del encuentro internacional
de profesores y estudiantes de arquitectura.

La Habana | 29 de septiembre de 1963

Compañeros estudiantes y profesores de arquitectura del mundo entero: Me toca hacer el resumen -como se llama en Cuba-, o cerrar con unas palabras este Encuentro Internacional de Estudiantes.

Tengo que hacer una conclusión muy penosa para mi, como primera medida: confesar una ignorancia atroz sobre estos problemas, ignorancia que llega al extremo de no saber que el Encuentro Internacional de Estudiantes que se celebró era apolítico. Yo creía que era un encuentro de estudiantes, y no sabia que era un organismo dependiente de la Unión Internacional de Arquitectos.

Por lo tanto, como político -es decir, como estudiantes que participan en la vida activa del país y además después de leer las conclusiones, se demuestra que la ignorancia era colectiva porque las conclusiones son muy políticas también. Bueno, pues yo pensaba decir, en primer lugar, que estaba de acuerdo con las conclusiones, que me parecen conclusiones lógicas. No solo revolucionarias. Si no científicas. Científicas y revolucionarias al mismo tiempo. Y hacer un pequeño discurso, si ustedes quieren, un poco político. Pero realmente yo no sé si es el momento para hablar de cosas políticas. En todo caso, son ustedes los que deben decidir porque yo de técnica no sé mucho.

…Yo me asombré un poco de esas conclusiones -lo digo sinceramente-, porque el conglomerado de gente que nos visita pertenece a todos los países del mundo. Los países donde el socialismo se ha construido son pocos numéricamente hablando, aunque en número de habitantes son fuertes.

Los países que están en lucha por su liberación, bajo diversos regímenes y en diversos momentos del desarrollo de su lucha, son muchos. pero tienen gobiernos diferentes también, y sobre todo sus capas profesionales no siempre responden a los mismos intereses. Los países capitalistas, naturalmente. tienen su propia ideología. Por todo ello nos sorprendió el tono de esas discusiones.

Pensaba, un poco mecánicamente quizás, que en general el estudiantado de una gran cantidad de países capitalistas, coloniales y semicoloniales pertenece a aquellas capas de la población que por sus recursos no es el proletariado. Y que por lo tanto su ideología se aleja mucho de la ideología revolucionaria que nosotros sostenemos y mantenemos en Cuba.

Sin embargo, no olvidé en mi mecanicismo que también en Cuba existía una capa de estudiantes que por su extracción social no pertenecía al proletariado en su gran mayoría. Y, no obstante, esa capa de estudiantes participó en todas las acciones revolucionarias de los últimos tiempos en Cuba. Ha dado a la causa de la liberación algunos de los mártires más queridos por nuestro pueblo.
Había olvidado yo que hay algo más importante que la clase social a que pertenezca el individuo: la juventud, la frescura de ideales, la cultura puesta en el momento en que se sale de la adolescencia al servicio de los ideales más puros.

Después. los mecanismos sociales en los diversos regímenes de opresión en que se vive pueden ir cambiando esta estructura mental. Pero el estudiantado es revolucionario en su gran mayoría. Tendrá más o menos conciencia de `una revolución científica, sabrá de mejor o peor manera qué es lo que quiere y como lo quiere para su pueblo o para el mundo, pero el estudiantado es, naturalmente, revolucionario, porque pertenece a la capa de los jóvenes que se abren a la vida y que están adquiriendo conocimientos nuevos todos los días.

En nuestro país ha sido así. Y a pesar de que se han ido evidentemente profesionales y estudiantes, hemos visto con mucha satisfacción, y a veces también con sorpresa. que una gran mayoría de estudiantes y profesionales permaneció en Cuba, a pesar de todas las facilidades que tenían para irse y a pesar de todas las tentaciones que el imperialismo lanzaba sobre ellos.

En nuestro país, a los profesionales y a los estudiantes se les ha dado la oportunidad que realmente un profesional debe aspirar a tener: la oportunidad de contar con todos los implementos de su trabajo para poder realizar su obra.

Por primera vez en Cuba los profesionales se han sentido constructores reales de la sociedad, partícipes de esta sociedad, responsables de la sociedad. Dejaron de ser asalariados, más o menos escondidos tras las diversas formas de explotación, pero en su inmensa mayoría asalariados al fin para la construcción de obras para otros, con interpretar los deseos y criterios de otros, para estar siempre creando la riqueza de otros mediante su propio trabajo.

Claro que al principio las limitaciones han sido grandes. Nuestros científicos no pueden realizar las investigaciones que quieren. A veces faltan colorantes, materias técnicas de cualquier tipo para realizar las investigaciones. Nuestros arquitectos no pueden designar con todo el gusto y toda la belleza con que ellos saben hacerlo. Faltan materiales. Es necesario distribuir al máximo lo que hay para que aproveche más a los que no tienen nada. Es necesario en esta etapa redistribuir la riqueza para que todo el mundo tenga un poco.

Pero allí concretamente, en el ejercicio de la profesión que ustedes representan, se pone a prueba el espíritu creador del hombre.

Está planteado el problema por los materiales que hay, por el servicio que deben prestar, pero el arma de solución a la que nuestros profesionales deben dar.

Y allí deben batirse como si se batieran contra la naturaleza, contra medios externos a la voluntad del hombre, para poder realizar de la mejor manera posible el anhelo de dar más a nuestro pueblo, y la satisfacción personal de construir con sus propias manos, con su talento, con sus conocimientos, la nueva sociedad.

Nuestra Revolución se ha caracterizado por ser muy amplia. Los grandes problemas que otros países en construcción del socialismo han tenido con los profesionales y sus divergencias sobre el arte, nosotros no los hemos tenido. Hemos sido muy amplios.

No estamos de acuerdo con todo lo que mantienen nuestros profesionales o nuestros artistas. Muchas veces tenemos que discutir a brazo partido con ellos, pero hemos logrado que aun la gente que no es socialista, que no siente el socialismo, y más aún, que siente rencor contra el socialismo y añoranza por los viejos tiempos, se quede en Cuba, luche, discuta, trabaje y construya. Y de hecho es prácticamente socialista, que es lo que nos interesa a nosotros.

No hemos rehuido nunca la confrontación ni la discusión. Siempre hemos estado abiertos a discutir todas las ideas, y lo único que no hemos permitido es el chantaje de las ideas, o el sabotaje de la Revolución. En esto si hemos si o absolutamente inflexibles, tan inflexibles como el que más.

En cuestiones de principio en nuestro país existe lo que científicamente se llama la dictadura del proletariado. Y en esa parte estatal de la dictadura del proletariado nosotros no permitimos que se toque ni se atente contra ella.

Dentro de la dictadura del proletariado existe un marco inmenso de discusión y de expresión de las ideas. Lo único que exigimos es que se respeten los lineamientos generales del Estado en esta etapa de construcción del socialismo.

Ha habido profesionales que han ido a la cárcel por tareas directamente contra-revolucionarias, por sabotaje. Y aun esos profesionales desde la cárcel comenzaron a rehabilitarse y trabajaron primero allí, y después, al salir, se han incorporado al trabajo en nuestras industrias, y están trabajando. Les depositamos toda la confianza que se le puede depositar a cualquier técnico nuestro, y se incorporan a pesar de haber conocido lo más duro y tenebroso de la Revolución, como es la represión, obligada en una revolución que triunfa. Porque al triunfar la Revolución no se agota por ello la lucha de clases, en nuestro caso, después de triunfar la Revolución se exacerbó al máximo esa lucha de clases.

Pero a esa parte de la sociedad que toma las armas contra nosotros, ya sean las armas directas de destrucción o armas ideológicas para destruir la sociedad, La atacamos y somos inmisericordes. A los demás, los disconformes, los descontentos honestos, los que plantean que no son ni serán nunca socialistas, les decimos simplemente: Bueno, a usted nadie le preguntó antes si era o no era capitalista ; usted tenía un contrato y lo cumplía ; cumpla ahora su contrato, trabaje, y tenga las ideas que le dé la gana ; no nos metemos con sus ideas.

…Pretenderé definir con mis escasos recursos qué entiendo yo por un arquitecto.

Creo que un arquitecto -como prácticamente todo profesional-. es un hombre en quien se conjugan la cultura general de la Humanidad alcanzada hasta ese
momento, y la técnica general de la Humanidad o la especial de cada pueblo.

El arquitecto, como todo profesional, es un hombre y está dentro de la sociedad. Puede reunirse en organismos internacionales apolíticos – y es correcto que así sea, para mantener la convivencia y la coexistencia pacífica. pero decir como hombre que se es apolítico es cosa que yo no entiendo.

Ser apolítico es estar de espaldas a todos los movimientos del mundo, es estar de espaldas a quien va a ser presidente o mandatario de la nación de que se trate, es estar de espaldas a la construcción de la sociedad o a la lucha porque la sociedad nueva que apunta no surja, y en cualquiera de los dos casos se es político. Un hombre en la sociedad moderna es político por naturaleza.

Ahora, el arquitecto hombre político – conjunción de cultura de toda la Humanidad y de la técnica que ha podido adquirir, hasta ese momento -, está frente a la realidad.

La cultura es algo que pertenece al mundo, es quizás como el lenguaje, algo que pertenece a la especie humana. Pero la técnica es un arma y debe ser usada como un arma, y cada uno la usa como un arma.

La técnica se puede usar para domesticar a los pueblos. y se puede poner al servicio de los pueblos, para liberarlos. Esa es la conclusión que se desprende del documento que ustedes han aprobado.

Para poner el arma de la técnica al servicio de la sociedad hay que tener la sociedad en la mano. Y para tener la sociedad en la mano hay que destruir los factores de opresión, hay que cambiar las condiciones sociales vigentes en algunos países y entregar a los técnicos de todo tipo, al pueblo, el arma de la técnica. Esa función es de todos los que creemos en las necesidades de cambios en algunas regiones de la Tierra. No puede haber técnicos que piensen como revolucionarios y no actúen como revolucionarios. Hacer la Revolución es una necesidad imperiosa de la mayoría de nuestros continentes, de casi toda la América, de toda África y de todo Asia, donde la explotación ha alcanzado grados inconcebibles.

Quien pretenda decir que un técnico, un arquitecto, un médico, un ingeniero, un científico de cualquier clase está para trabajar con sus instrumentos, solamente en su rama específica, mientras su pueblo muere de hambre, o se mata en la lucha, de hecho ha tomado partido por el otro bando. No es apolítico, es político pero contrario a los movimientos de liberación.

Naturalmente que yo respeto las opiniones de todos los que están aquí presentes. Evidentemente que aquí habrá, incluso, compañeros jóvenes y muchos profesionales que piensan que el régimen socialista – lo que se conoce de él hasta ahora, es un régimen de opresión, de miseria, de mediocridad, como se dice vulgarmente y divulga la propaganda, y que el hombre solamente alcanza su plena realización cuando existe la “libre empresa”, la “libertad de pensamiento” y todas las opiniones que el imperialismo nos lanza. Muchas de estas personas piensan honestamente, y no es mi intención polemizar. No se puede polemizar sobre estos problemas. Han sido trabajados mucho tiempo, durante generaciones, por la educación colectiva que ha hecho el capitalismo para formar sus cuadros, y si no hubiera formado cuadros fieles a sus principios, ya hubiera fracasado.

El principio de su fracaso de hoy es que el mundo despierta, y que todas las viejas afirmaciones no son ahora aceptadas por el solo hecho de haber sido escritas desde hace tiempo, sino que se exige la ratificación práctica de lo que se afirma, la investigación de lo que se afirma y el análisis científico de lo que se afirma. De esa inquietud van naciendo las ideas revolucionarias y extendiéndose por el mundo cada vez más, apoyadas en los ejemplos de lo que puede hacer la técnica cuando se pone al servicio del hombre, como ha sucedido en los países socialistas. Eso es lo que yo podía decirles.

Quisiera agregar algo para mis compañeros estudiantes de Cuba…

La tarea de ustedes. compañeros estudiantes, es cumplir al máximo las indicaciones de Lenin : “Cada revolucionario debe ser en su lugar de trabajo, de lucha, el mejor.” Y a ustedes les corresponde el lugar de lucha de la Universidad, del estudio, la reparación urgente de nuestros profesionales para suplir las faltas que teníamos, las lagunas que nos dejó el imperialismo al llevarse nuestros cuadros, el atraso general del país, y construir aceleradamente la sociedad.

Es una tarea dura, es una tarea que pone en tensión la fuerza de nuestro estudiantado. Ésta es una generación de sacrificio. Esta generación, nuestra generación, no tendrá ni remotamente los bienes que tendrán las generaciones que sigan. Y tenemos que estar claros, conscientes de eso, conscientes de nuestro papel, porque hemos tenido la inmensa gloria de ser la vanguardia de la revolución en América, y tenemos hoy la gloria de ser el país más odiado por el imperialismo. En todo momento estamos a la vanguardia de la lucha. No hemos renunciado ni uno solo de nuestros principios, no hemos sacrificado ni uno solo de nuestros ideales, y nunca hemos dejado de cumplir ni uno solo de nuestros deberes. Por eso estamos a la cabeza, por eso tenemos esa gloria que siente cada cubano en cada lugar del mundo que visita. Pero también eso exige esfuerzo.

Esta generación, que ha hecho posible el aparente milagro del surgimiento de la Revolución Socialista a unos pasos del imperialismo norteamericano, tiene que pagar la gloria con sacrificio. Tiene que sacrificarse día a día para construir el mañana con su esfuerzo. Ese mañana que ustedes quieren, se que ustedes sueñan, en que todos los materiales, todos los medios, toda la técnica van a estar a disposición de ustedes para que los transformen, les den el soplo vital -si me permiten esa frase un poco idealista, y los pongan al servicio del pueblo.

Para eso tenemos que construir los bienes materiales, rechazar el ataque del imperialismo y luchar contra todas las dificultades. Por eso nuestra generación tendrá un lugar en la historia de Cuba, y un lugar en la historia de América. Nunca debemos fallarle a la esperanza que todos los compañeros revolucionarios, que todos los pueblos oprimidos de América y quizás del mundo, tienen puesta en la Revolución Cubana.

Además, nunca debemos olvidar que la Revolución Cubana, por la fuerza de su ejemplo, no actúa sólo aquí, internamente, y que sus deberes están más allá de las fronteras de Cuba: el deber de expandir la llama ideológica de la Revolución por todos los rincones de América, por todos los rincones del mundo donde se nos escuche ; el deber de ser sensibles ante todas las miserias del mundo, ante todas las explotaciones y las injusticias; el deber que sintetiza Marti en una frase que muchas veces hemos dicho, y que siempre debemos tener en la cabecera de nuestra cama, en el lugar más visible, y es aquello de que “todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre”.

Ésa debe ser la síntesis de las ideas de la Revolución hacia todos los pueblos del mundo. Y así debe estar siempre nuestra juventud: libre, discutiendo, intercambiando ideas, preocupada por lo que pasa en el mundo entero, abierta a la técnica de todo el mundo, recibiendo de todo el mundo lo que nos puedan dar, y siempre sensible a las luchas. a las desgracias, a las esperanzas de los pueblos oprimidos.

De esa forma iremos construyendo nuestro futuro.

Hoy ya tienen ustedes, – para llegar a un hoy practico y actual del día de hoy – una tarea larga. Empezarán los Congresos donde primará la técnica, y ya la política desaparecerá de las relaciones y de los intercambios de experiencias de los hombres. Pero ustedes, estudiantes del mundo, no olviden nunca que detrás de cada técnica hay alguien que la empuña, y que ese alguien es una sociedad, y que con esa sociedad se está, o se está contra ella. Y que en el mundo hay los que piensan que la explotación es buena, y los que piensan que la explotación es mala y que hay que acabar con ella. Y que, aun cuando no se hable de política en ningún lado, el hombre político no puede renunciar a esa situación inmanente a su condición de ser humano. Y que la técnica es un arma, y que quien sienta que el mundo no es perfecto ni como debiera ser, tiene, debe luchar porque el arma de la técnica sea puesta al servicio de la sociedad, y por eso rescatar antes a la sociedad para que toda la técnica sirva a la mayor cantidad posible de seres humanos, y para que podamos construir la sociedad del futuro, désele el nombre que se quiera. Esa sociedad con la que nosotros soñamos, y a la que nosotros llamamos, como le ha llamado el fundador del Socialismo Científico, “el comunismo”.

 

 

Poesía en voz alta.

Poesía en voz alta.

Poesía en voz alta.

“No es muy conocido un hecho decisivo para la literatura mundial, que le debe un enorme favor a esta pamplonesa, como es su participación en la construcción de la novela “Cien años de soledad”

María Luisa Elío.

Hemos dicho en la portada que dedicamos este número de Herri a las mujeres poetas, pero también al resto de escritoras, a las artistas, a las científicas, a las resistentes en suma, porque la poesía no es sólo un asunto de etiquetas, o de encadenado de versos y estrofas, también es una mirada a la vida desde la belleza y el compromiso.

Y se trata de un deber cívico, revolucionario, recuperar la voz de aquellas mujeres cuya obra fue eclipsada por los hombres que tuvieron a su lado, o por su propia condición de mujer, subyugada, doblemente oprimida, silenciada. Y en este espacio que más que de recuperación es casi de alumbramiento, por el olvido al que fueron sometidas, tiene un lugar preeminente la pamplonesa María Luisa Elío. Ahora, cuando la editorial Renacimiento de Sevilla ha publicado su obra completa reunida, se hace aún más oportuno este artículo, para hablar de ella, de su vida, y para incitar a su provechosa lectura.

María Luisa Elío nació en Pamplona en 1926, en el seno de una familia acomodada. Su padre, Luis, era juez municipal, y también presidente de los Jurados Mixtos de Trabajo de la capital navarra durante la República, y, a pesar de su catolicismo, de ser un terrateniente, era un republicano de ideas avanzadas. Repartió las tierras que poseía en Barañain entre los jornaleros. El 19 de julio fue detenido por los golpistas franquistas en su casa, en presencia de su mujer y de sus hijas, pero gracias a la ayuda de unos amigos carlistas fue sacado de la comisaría y escondido en un una diminuta estancia. Él contó después que era tan pequeña como un armario y sin ventana, en la Casa de Misericordia de Pamplona, muy cerca de la Ciudadela, y desde donde escuchaba cada mañana y cada atardecer los fusilamientos que los franquistas ejecutaban casi a diario contra las murallas. Allí pasó los tres años de guerra. A finales de 1939, sus protectores lo llevaron a la frontera, donde un mugalari le ayudó a pasar a Francia, y, como miles de refugiados republicanos, fue encerrado en el campo de concentración de Gurs.

Días después de que su padre fuera detenido, unos soldados fueron a dar a la familia la noticia de que había sido fusilado. Y les mostraron como prueba algunas ropas suyas ensangrentadas. Al cabo de los días volvieron los soldados, y así hasta tres veces, repitiendo la mala noticia. Así que como cuenta María Luisa en su libro “Voz de nadie”, fue huérfana de padre tres veces. Pero no era cierto, y tras un tiempo les llega la información de que las noticias reiteradas de su fusilamiento eran falsas, que su padre vivía, que justo cuando lo iban a fusilar pudo escapar y esconderse. Temerosas por su destino, y afectas a la causa de la República, guiadas por su madre Carmen Bernal, una murciana de Mazarrón, Maria Luisa, con sus dos hermanas, intentaron escapar a Francia, pero fueron detenidas en el pueblo de Elizondo, allí estuvieron retenidas durante tres meses, hasta que finalmente consiguieron pasar la frontera; pero no se quedaron en el país vecino, sino que regresaron por Catalunya a España, haciendo el mismo periplo de muchos republicanos que no abandonaban a su país; y fueron a parar a Valencia. Cruzaron la frontera en sentido inverso, por Le Pertus, cuando al República ya estaba derrotada, y consiguieron encontrarse con Luis, su padre, en Paris, a finales de 1939. Todos juntos, el 16 de febrero de 1940 partieron del puerto de Le Havre hacia México a bordo del buque “De Grasse”.

En México se despierta en María Luisa una gran vocación teatral, y se inscribe en la academia de teatro del japonés, Seki Sano, discípulo de los revolucionarios escenógrafos soviéticos Meyerhold y Stanislawski. Y participa en el grupo de teatro “Poesía en Voz alta”, que contaba con Octavio Paz entre sus colaboradores y miembros. En los años 50 publicó relatos en el diario mexicano “Novedades” y en la revista “México de la cultura”. Se casó con otro exiliado republicano, Jomi García Ascot, y empezó a colaborar junto a él en películas. Escribió su obra “Voz de nadie”, donde relata desde un punto de vista infantil su viaje en barco como exiliada y las penurias de su familia a llegar al nuevo país. La experiencia de rotura, de quiebra de raíces, de despersonalización que supone el exilio, es lo que dice ella que le orienta hacia el teatro, “con el propósito, sobre todo, de ver si, siendo otra persona, no me enteraba de quién era yo”. Esta explicación narra de forma muy nítida lo desgarrador que es el exilio.

En 1970, con 44 años, decide volver a Pamplona, lo hace acompañada por su hijo Diego, de seis años. El viaje, su deseo de Pamplona, es tan anhelado como decepcionante al realizarse. Es el viaje eterno de la literatura, volver a los lugares donde nos hicimos, donde transcurrió la infancia, volver a ser de nuevo, revivir. Decepcionante porque la Pamplona gris franquista que encuentra ya no es aquella que atesora en su memoria. Todo allí está poblado de sombras. Nadie la reconoce y ella tampoco reconoce a sus recuerdos. “Regresar es irse, volver a Pamplona es irse de Pamplona, voy a volver adonde las cosas no están ya. Ahora, al fin, me atrevo a regresar donde la gente ha muerto. Por eso sé que regresar es irse, irme”. Dirá María Luisa. “Irme de una vida, casi de toda una vida, porque sé que ahora la mirada tan solo va a servir para borrar”. Con esa experiencia desoladora escribe “Tiempo de llorar”, una de los más hermosos textos escritos sobre ese eterno literario, el impulso de regreso a la ciudad natal, a los orígenes, a las raíces.

La única película rodada sobre el exilio republicano en México, “En el balcón vacío”, está dirigida con su guión. Es una película sin recursos, realizada entusiastamente por amigos, los exiliados, que no son profesionales, pero por ello mismo palpita en esa cinta la verdad del exilio, sin ambages. Dedicada a todos los españoles que murieron en el exilio, obtuvo el premio de la crítica en el Festival de cine de Locarno, en Suiza, en 1962.

En la década de los cincuenta y sesenta, María Luisa participó muy intensamente en la vida cultural de México, compartió inquietudes y lucha con sus compañeros exiliados como León Felipe, y con muchos intelectuales latinoamericanos, con quienes compartió amistad y tertulias, como Carlos Fuentes, Juan Rulfo, y Gabriel García Márquez. Convivio un tiempo en la Cuba revolucionaria contando con la amistad de Alejo Carpentier, Lezama Lima y Cintio Vitier. No es muy conocido un hecho decisivo para la literatura mundial, que le debe un enorme favor, como es su participación en la construcción de la novela “Cien años de soledad”, del premio nobel Gabriel García Márquez. En el curso del año 1965 Gabo comenzó a contar a sus amigos las ideas sobre la novela que llevaba años pensando. Entre los más fieles oyentes de esos relatos de Gabo se encontraba María Luisa. Junto a Álvaro Mutis, María Luisa y su marido solían acudir por la tarde a la casa mexicana de Gabriel García Márquez. Gabo había pasado todo el día escribiendo, y cuando llegaban sus amigos salía de su encierro, se tomaba un whisky y se ponía a charlar gustosamente. Y el gran escritor colombiano, percibiendo el interés y pasión con la que María Luisa le escuchaba, empezó a tener una confianza plena en su opinión, ese refrendo que a veces necesita el escritor para poner en público lo que su imaginación desbordante ha pergeñado.

En una de esas tertulias, fue cuando Gabo les contó durante más de cuatro horas su idea completa de la obra “Cien años de soledad”. Cuando Gabo les refirió el pasaje de la novela en el que el cura levita. María Luisa salió del encantamiento y le espetó.

-¿Pero levita de verdad, Gabriel?
Gabo le ofreció una respuesta aún más surrealista.
-Ten en cuenta que no estaba tomando té, sino chocolate a la española.
A las cuatro horas, Gabo le preguntó a María Luisa si le gustaba la posible novela.
-Me vuelve loca –le contestó María Luisa-. Si escribes eso será una locura, una maravillosa locura.
-Pues es tuya –le respondió Gabo.

Tras ganarse su confianza, María Luisa se convirtió en era una privilegiada, y a veces, Gabriel, mientras estaba escribiendo la luego famosa obra, le mandaba algún capítulo terminado a María Luisa, para que lo leyera, antes de que saliera la novela publicada, para saber de su aprobación o crítica. Y Gabo cumplió su palabra, cuando fue publicada “Cien años de soledad”, se la dedicó a María Luisa, en agradecimiento. Quizá sin el apoyo de esa pamplonesa el mundo se había perdido una obra maestra de la literaria y un gran gozo.

Miguel Usabiaba: Director de Herri / Arquitecto, Escritor

Vida y Obra de Ángela Figuera

Vida y Obra de Ángela Figuera

Vida y Obra de Ángela Figuera

 “En sus versos muestra la miseria extrema de España, la desolación de los vencidos y la situación de las mujeres empobrecidas y explotadas.”.

Angela Figuera Aymerich nace en Bilbao, el 30 de octubre de 1902, y muere en Madrid, el dos de abril, de 1984. Hija mayor de la valenciana Amelia Aymerich y de Jesús Ángel Figuera, tuvo que dedicar mucha atención a sus hermanos más pequeños, ya que su madre estaba muy delicada de salud. Fue entonces cuando comenzó a escribir cuentos infantiles y poesía. Natural de La Habana, el padre era catedrático de la Escuela de Ingenieros Industriales de Bilbao; aficionado a la pintura, a la música y a todo tipo de actividad cultural, solía acompañarle su hija hasta que éste murió, en 1926. Ángela lo recuerda en unos versos de 1953:

Mi padre era ingeniero y amaba los paisajes.
Quería capturarlos en rectángulos breves
y llevarlos consigo.
Cuando íbamos al campo o al mar, en vacaciones,
meticulosamente, sabiamente pintaba.

Ángela estudió en el Sacré Coeur, un colegio de monjas francesas y obtuvo el título de Bachiller en 1924, en el Instituto Provincial de Bilbao. Como alumna libre, inicia estudios de Filosofía y Letras, realizando los primeros exámenes en Valladolid y terminándolos en Madrid, ciudad donde se trasladó a vivir la familia en 1930. En 1931 comienza a trabajar en el colegio privado Decroly de Madrid y un año después en el colegio Montessori. En 1933 saca una cátedra de profesora de Enseñanza Media y la destinan a un instituto de Huelva. Ese mismo año se casa con su primo, Julio Figuera, y ambos se trasladan a Huelva. En 1935 Ángela pierde a su primer hijo en un parto muy difícil. En 1936 debe confirmar su nombramiento de catedrática realizando unos cursillos y el matrimonio regresa a Madrid sin saber que ya se está preparando la sublevación de Franco, en Marruecos.

Al comenzar la guerra civil, el marido de Ángela, de ideología socialista, se alista en el ejército. Es en Madrid donde nace su hijo, Juan Ramón, el 30 de diciembre de 1936, cuando las bombas llueven sobre la ciudad. En febrero de 1937, Ángela y su familia se trasladan a Valencia, y allí es destinada al Intituto Alcoy. Dos años más tarde, Ángela pide el traslado a Murcia para estar cerca de su esposo, al que habían destinado a Molina de Segura. En los primeros años de la posguerra, Ángela se dedica a su hijo y a escribir; fruto de ese tiempo es su primer libro, “Mujer de barro”, el cual se publica en 1948. Un año después escribe “Soria pura”; un homenaje a la ciudad castellana, donde pasó algún tiempo y en la que se percibe el influjo de Antonio Machado.

Me fui con tu libro allí
y luego no hacía falta:
todos tus versos, Antonio,
el Duero me los cantaba.
Siempre los canta.
Su trayectoria poética

La trayectoria vital y poética de Ángela Figuera está marcada por su compromiso social y su crítica al franquismo, motivo por el cual la dictadura la desposeyó de su plaza de maestra. En un mundo dominado por hombres, cuestiona el modelo que la cultura impone a la mujer; visión que deja plasmada en su obra poética.

“Mujer de barro” y “Soria pura”, fueron sus poemarios más intimistas y sin una crítica abierta al régimen, pero a pesar de ello los libros tuvieron problemas con la censura por su sensualidad y velado erotismo. En su libro, “Vencida por el ángel”, de 1950, irrumpe la “etapa preocupada”; uno de los mayores ejemplos de la poesía social española de postguerra. El poemario muestra la miseria extrema de España, la desolación de los vencidos y la situación de las mujeres empobrecidas y explotadas. Prosigue su obra Con “El grito inútil”, de 1952, libro en el que se consolida su nueva forma de escribir: verso libre donde predomina la anáfora, el apóstrofe y la metonimia. En sus versos distingue entre la explotación del hombre por el trabajo y el de la mujer, cuyo protagonismo viene dado por la maternidad y la casa; en el poema Rebelión, queda la huella:

Serán las madres las que digan: Basta.
Esas mujeres que acarrean siglos
de laboreo dócil, de paciencia,
igual que vacas mansas y seguras.(…)
No más parir abeles y caínes.
Ninguna querrá dar pasto sumiso
al odio que supura incoercible…

Le siguen, “Los días duros” y “Víspera de la vida”, en 1953. En “Víspera de la vida”, Ángela reclama el pleno sentido de vida, sin tener que dar “úteros fecundos, hornos de dios”, donde los hijos crecen en un mundo en el que ellas no han tenido la palabra.
Pensando que en una ciudad grande les resultaría más fácil pasar inadvertidos para poder reconducir sus vidas, el matrimonio decide regresar a Madrid. En 1952, Ángela comienza a trabajar en la Biblioteca Nacional, y al poco tiempo se incorpora al servicio de bibliobuses; sistema que se ocupaba de llevar libros a la periferia de Madrid. En una carta que escribió a Blas de Otero, en 1956, Ángela contaba:
“Sabrás que a mi vejez he resuelto dedicarme a la vida activa y trabajo por la mañana en la Biblioteca Nacional y por la tarde en una biblioteca ambulante o bibliobús que va prestando libros por los barrios extremos y suburbios madrileños. Este último es un servicio estupendo y yo lo hago encantada, con verdadero apasionamiento, aunque la remuneración es muy pequeña, como todas las que se cobran en España salvo raras y casi siempre honrosas excepciones. Se pone uno en contacto con el pueblo y se le orienta y se le educa en la lectura y no sabes cómo lo agradecen y qué contentos y amables se muestran con nosotros las bibliotecarias, y hasta nos toman afecto…”.

En 1953, es consciente de que no conseguirá publicar el libro que estaba terminando, “Belleza cruel”, en el que reafirma su compromiso con los desfavorecidos. Las expresiones de este libro son más enérgicas, el lenguaje más conciso; su tono acusa desesperación. Sabe que no será fácil pasar la censura para la edición y decide enviar el manuscrito a unos amigos que residían en México. Sin advertir a la autora, presentaron el libro al premio de poesía, Nueva España; el libro consiguió el premio de poesía Nueva España, concedido por la unión de Intelectuales Españoles de México. “Belleza cruel” se publicó en México, en 1958, con un prólogo de León Felipe que causó un gran revuelo en España.

En España, “Belleza cruel” circuló en pequeñas ediciones clandestinas. Ángela dijo: “Belleza cruel”, con eso de publicarse en México y no estar censurado aquí, me está costando más molestias, disgustos y dinero de lo que vale. Todos lo quieren, recibo muy pocos, una o dos librerías de Madrid lo venden con cuentagotas y con precauciones… Tengo otro terminado, “Toco la tierra”, que está en Francia para publicarlo en Shegers, en edición bilingüe. Pero si tardan demasiado, aún no hemos hecho contrato, ya les he dicho que lo retiro e intentaré que salga aquí, aún no sé dónde ni he hecho gestión alguna ni sé si lo pasará la censura. ¿Por qué seré tan «mala» que tengo que verme en estas dificultades”. “Belleza cruel” consolidó a su autora como una de las grandes voces de la poesía social del momento. En 1969, Invitada por el librero exiliado, Alfredo Gracia, visitó México. Tras escribir “Letanias”, en 1962, obra que se resume en unas pocas composiciones circunstanciales, Ángela guardó un largo silencio; silencio sólo roto para publicar dos libros infantiles y poemas sueltos.

Emilio Miró denominó a Gabriel Celaya, Ángela Figuera y Blas de Otero como “el triunvirato vasco de la poesía de posguerra”. En 1971, cuando el matrimonio regresó a Madrid nadie parecía esperarla y, por otro lado, ella se mantuvo alejada de los ambientes literarios. Ángela fue crítica con el modo en que se realizó la transición, tras la muerte del dictador, pero no pudo manifestar la crítica en sus textos porque ya estaba muy enferma y sin fuerzas.

El olvido

Pocas antologías de La Generación del 27 recogen su nombre. Será la “Antología de la poesía social del año 1981”, de Leopoldo de Luis, donde aparece por primera vez, y junto a ella sólo hay tres mujeres más: Gloria Fuertes, María Beneyto y María Elvira Lacaci. En total, la antología recoge la obra de 30 poetas, 26 de ellos son hombres.
En palabras de Miguel Barrero: “En el caso de Ángela Figuera Aymerich, están claros los motivos que provocaron que en su propia época no ocupara nunca un papel protagonista: era mujer, pertenecía al bando derrotado en la Guerra Civil y su poesía, lejos de camuflar esa condición o de adaptarla al gusto de la retórica triunfante, incidía en ella y la empleaba como base desde la que lanzar una mirada ácida, rabiosa y escéptica a la sociedad que se desenvolvía en sus alrededores”.
El libro de “Cuentos tontos para niños listos”, se publicó primero en Monterrey (México), en 1979; en España será en 1980. En 1984 llegó a las librerías la que fue su última obra, “Canciones para todo el año”, después de su muerte.
La desmemoria sobre la poeta se ha mantenido hasta que la editorial Hiperión publicó sus obras completas, en 1986. Sus poemas son comprometidos y rotundos, exponen el desarraigo existencial con el que vivieron quienes rechazaron la posibilidad del exilio. Vivir entre los verdugos del régimen fascista exigía mucha valentía. Ángela desarrolló su labor creativa durante las décadas más duras de la dictadura, en la que había una férrea censura. Sus libros debían pasar por el control y obtener la autorización para su publicación. Todos los expedientes de su obra publicada en España están en el Archivo General de la Administración Civil del Estado en Alcalá de Henares.

Es de justicia recuperar la poesía de esta mujer sensible y comprometida con los desfavorecidos, con los vencidos y con la mujer, principal víctima de las guerras y de las dictaduras. En el año 1950, Ángela escribía en el poema, “Exhortación impertinente a mis hermanas poetisas”, publicado en el nº 45 de la Revista Espadaña .

Levantaos, hermanas. Desnudaos la túnica.
Dad al viento el cabello. Requemaos la carne
con el fuego y la escarcha de los días violentos
y las noches hostiles aguzadas de enigmas.
No os quedéis en el margen….

Ángela ha sido condenada al olvido, primero por un régimen cruel, y después por la desidia de los gobiernos que no ha sabido afrontar la memoria histórica con la dignidad que las víctimas merecen.

Teresa Galeote Dalama es escritora: Los días largos, Más allá de las ruinas, El eco de las palabras, Daños colaterales, y Los hombres que no amaban a las mujeres, forman parte de su obra literaria.

Amparitxu, también poeta.

Amparitxu, también poeta.

Amparitxu, también poeta.

Amparo era poeta antes de la anunciación de Gabriel. También poeta,además de una mujer brava, inteligente y solidaria.

En 1955 la Colección Doña Endrina publica en Guadalajara el poemario Coser y cantar de Amparo Gastón y Gabriel Celaya.
Burla, burlando,
como el amor,
multiplicamos
más que por dos.

En 1958 Amparo Gastón consiguió con su libro “A flor de labio” el segundo premio, la Orquídea de Oro, entre los 180 participantes en el concurso internacional de poesía convocado en Venezuela por la revista Lírica Hispana.

He ido por el mundo con un ansia vivísima
de agrupar en ramilletes sus bellezas
y de preguntar a las violetas
por qué son tan pequeñas y tan tristes.
He deseado saber por qué las magnolias
están formadas de besos olvidados en los parques
y las camelias son novias que no han existido
y han amado.

El poemario, dedicado ‘a Gabriel, el de mi anunciación’, lo publicó en 1972 Fuendetodos, la formidable colección que reunió a Gabriel Celaya, Blas de Otero, Miguel y José Antonio Labordeta, Vicente Aleixandre, Leopoldo de Luis y Ramón de Garciasol. El libro de Amparitxu está ilustrado por Eduardo Chillida.
Quiero huir como sea de este silencio helado,
de este Dios que me manda sin que yo lo comprenda,
envuelto en sus designios, cada vez más eterno,
ignorando mi vida, mi dolor y mi muerte.

Amparo era poeta antes de la anunciación de Gabriel. También poeta, además de una mujer brava, inteligente y solidaria.
Era una tarde silenciosa,
una tarde de siega de silencios,
una tarde de sombreros de paja,
con aliento de trigo,
de calor y de tierra.
Era una tarde rota y muerta,
con un polvo en los ojos
de niebla húmeda y caliente,
tristísima ceniza
de sueño y de venganza.
Era allí, sobre las piedras blancas,
destrozadas y muertas,
sin aristas,
redondas, pálidas y grises,
era allí por donde pasaron
tres señores hablando,
con botas de charol y barbas negras.

Además de quererla, hay que leer a Amparo Gastón. Sus poemas se hacen de todos, incluso cuando solo se los dedica a su compañero.

Eres toda mi vida,
todo mi destino,
pero cuando te veo
invadido de sol y de palomas blancas
me pareces
una criatura pequeñita:
algo que no tiene origen.
Y por eso me pareces divino:
tan bello como un niño.

José Manuel Martín Medem: Director de Mundo Obrero

En recuerdo de una niña. (Ana Frank)

En recuerdo de una niña. (Ana Frank)

En recuerdo de una niña. (Ana Frank).

“Es un orificio al que ni siquiera con el dedo puedes entrar fácilmente. Eso es todo, y pensar que todo esto juega un papel tan importante”.

Esta es la universal historia escrita entre los trece y los quince años por una adolescente judía que, a falta de amigas en las que confiar, ofreció sus reflexiones a Kitty, su libreta de apuntes: «El diario de Ana Frank».

Los Frank, familia de comerciantes judíos alemanes emigrados a Ámsterdam en 1933, tras la ocupación holandesa por los nazis y ante el temor a ser deportados a campos de concentración, optaron por ocultarse en la trasera de las oficinas donde trabajaba Otto Frank. —‘la Casa de atrás’ la llamaban—. Ocho individuos ocuparon este refugio durante más de dos años; junto a Ana, sus padres y Margot la hermana mayor, otras cuatro personas compartieron habitáculo. Dos largos años en los que se cultivó la esperanza pretendiendo evitar la tragedia. Dos largos años en los que, a través del Diario, apreciamos en Ana Frank la evolución de una niña apenas adolescente, de una niña inquieta e inconformista, reconvertida a fuerza de circunstancias, en una joven reflexiva, madura en sus sentimientos y —siendo esto lo más importante—, libre en sus narraciones. Tras la lectura del libro, de inmediato llegas a la conclusión de que Ana Frank, ensamblada en su adolescencia y atrapada —dadas las circunstancias—, en una convivencia difícil, con la escritura del diario encontró un refugio dentro del refugio. De seguro ella así lo sentía cuando en una de sus primeras redacciones, la del 20 de junio de 1942 (siempre fechaba sus diarios), nos confiesa que… «Para alguien como yo es una sensación muy extraña escribir un diario. No solo porque nunca he escrito, sino porque me da la impresión de que más tarde ni a mí ni a ninguna otra persona le interesarán las confidencias de una colegiala de trece años. Pero eso en realidad da igual, tengo ganas de escribir y mucho más aún de desahogarme y sacarme de una vez unas cuantas espinas. El papel es más paciente que los hombres. …/… Sí, es cierto, el papel es paciente, pero como no tengo intención de enseñarle nunca a nadie este cuaderno de tapas duras llamado pomposamente «diario», a no ser que alguna vez en mi vida tenga un amigo o una amiga que se convierta en el amigo o la amiga «del alma», lo más probable es que a nadie le interese.
Tiempo después, apenas unos meses previos al desmoronamiento del refugio, en 16 de marzo de 1944 escribía en su diario… «Me parece que lo mejor de todo, es que lo que pienso y siento, al menos lo puedo apuntar; si no, me asfixiaría completamente».

Pobre Ana; de no ser por lo trágico de los acontecimientos ocurridos con los alemanes en retirada, con el refugio de ‘La casa de atrás’ denunciado por algún delator, quién sabe cuál habría sido su futuro, hasta donde hubiera llegado su pasión narrativa. No pudo ser, la furia de la locura al igual que a millones de personas, a ella y a su familia las arrastró al inframundo del absurdo. El 4 de agosto de 1944 eran detenidos los ocho refugiados. La familia Frank, tras cuatro días en los calabozos eran trasladados en tren al campo de concentración de ‘Westerbork’; de allí, nuevamente en inhumanos vagones de tren a Auschwitz en Polonia, donde Edith la madre moriría de inanición; Ana y Margot serían deportadas a Bergen-Belsen, allí, en marzo de 1945 —apenas a unos meses del final de la guerra— fallecerían de fiebre tifoidea. Solo Otto Frank sobrevivió a la tragedia. Gracias a él y a que dos amigas de la familia encontraron en ‘la casa de atrás’ los manuscritos de Ana, hoy han llegado a nuestras librerías, a nuestras bibliotecas, a nuestros corazones. La primera edición del Diario está fechada en 1947; el padre de Ana dedicó el resto de su vida a la difusión de un libro que en un principio fue publicado con el título de «La casa de atrás». Hoy se superan los 30.000.000 de libros vendidos. Y, sin embargo, nada de esto sería posible de haber sido diferente el final de la guerra. ‘El diario de Ana Frank’ como tantos y tantos tesoros literarios, o bien estarían perdidos para siempre, o bien sobrevivirían bajo el paraguas de la clandestinidad. Afortunadamente no fue el caso; hoy, salvo alguna excepción que ahora comentaré, gracias entre otros, al testimonio de una niña con ganas de escribir, podemos leer en su diario como era la vida de los judíos en aquellos años previos a la guerra. Ana, el sábado 20 de junio de 1942, apenas unos días del inicio del confinamiento, escribía:
«…se nos privó de muchas libertades. Los judíos deben llevar una estrella de David; deben entregar sus bicicletas; no les está permitido viajar en tranvía; no les está permitido viajar en coche, tampoco en coches particulares; los judíos solo pueden hacer la compra desde las tres hasta las cinco de la tarde; solo pueden ir a una peluquería judía …/… no pueden salir a la calle desde las ocho de la noche hasta las seis de la madrugada; no les está permitida la entrada en los teatros, cines y otros lugares de esparcimiento público; Así transcurrían nuestros días: que si esto no lo podíamos hacer, que si lo otro tampoco. Jacques siempre me dice: Ya no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido».

Esta última frase «Ya no me atrevo a hacer nada, porque tengo miedo de que esté prohibido», justifica toda una tesis doctoral sobre lo que representa una dictadura sustentada en el terror. Con su reflexión, el pequeño Jacques nos indica el peligroso camino de la sumisión, ese en el que el miedo puede conducir al individuo a su anulación.

En sus escritos refleja sentimientos muchas veces encontrados acerca de las relaciones familiares, envidia de su hermana Margot por ser ya ‘mujer’. Peter Van Daan, un adolescente de más o menos su edad perteneciente a la otra familia con la que comparten refugio, pasa de ser un ‘niño tonto’ a ser alguien de quien se termina ‘gustando’ y siendo ‘gustada’. Deseosa Ana de declarar sus secretos y sensaciones íntimas en su tránsito hacia lo que ella llama ser mujer, demuestra una libertad de pensamiento, un criterio propio de lo que supone ser mujer en un mundo de hombres, que a su manera y ante su fiel diario, no repara en ambigüedades. Así, observándose su propio cuerpo nos decía:
«De frente, cuando estás de pie, no ves más que pelos. Entre las piernas hay una especie de almohadillas, unos elementos blandos, también con pelo, que cuando estás de pie están cerradas, y no se puede ver lo que hay dentro. Cuando te sientas, se separan, y por dentro tienen un aspecto muy rojo y carnoso, nada bonito. En la parte superior, entre los labios mayores, arriba, hay como un pliegue de la piel, que mirado más detenidamente resulta ser una especie de tubo, y que es el clítoris. Luego vienen los labios menores, que también están pegados uno a otro como si fueran un pliegue. Cuando se abren, dentro hay un bultito carnoso, no más grande que la punta de un dedo. La parte superior es porosa: allí hay unos cuantos orificios por donde sale la orina. La parte inferior parece estar compuesta solo por piel, pero sin embargo allí está la vagina. Está casi toda cubierta de pliegues de la piel, y es muy difícil descubrirla. Es tan tremendamente pequeño el orificio que está debajo, que casi no logro imaginarme cómo un hombre puede entrar ahí, y menos cómo puede salir un niño entero. Es un orificio al que ni siquiera con el dedo puedes entrar fácilmente. Eso es todo, y pensar que todo esto juega un papel tan importante».

Es difícil explicar con más naturalidad, con un sentido más objetivo, las observaciones que sobre su propio cuerpo realizaba Ana Frank, lo mismo podía haber descrito sus codos o rodillas, el color de su pelo, la función de las cejas y las pestañas, recrearse en los dedos de la mano izquierda, o en los orificios de la nariz y las orejas. Es evidente que si optó por lo que optó, debió ser como resultado del factor tabú a que la sociedad nos condiciona al hablar de nuestros aparatos reproductores. No hay en ella ni un ápice de morbosidad, tampoco de ingenuidad, en todo momento y con la consideración de su edad, se aprecia un marcado sentido de reivindicación feminista. En otra ocasión, fechado el 18 de marzo de 1944, tras un debate con los mayores, nos describe su punto de vista acerca de algunos ortodoxos principios del matrimonio:

—(…) y es que temen que los hijos supuestamente ya no vean al matrimonio como algo sagrado e inviolable, si se enteran de que aquello de la inviolabilidad son cuentos chinos en la mayoría de los casos. A mi modo de ver, no está nada mal que un hombre llegue al matrimonio con alguna experiencia previa, porque ¿acaso tiene eso algo que ver con el propio matrimonio?
En sus primeras ediciones, Otto Frank, considerando que algunos de los textos excedían los valores de la época, quizás por pudor, quizás por temor al prestigio de su hija, decidió vetarlos. Más tarde y para ediciones posteriores, serían recuperados. Sin ir más lejos, en EE.UU., aludiendo a contenidos sexuales y en el ámbito educativo, el libro fue prohibido en Virginia y Míchigan.

En su diario, Ana Frank nos ofrece materia en la que reflexionar, lo hace acerca del comportamiento de una chica adolescente sometida a un confinamiento extremo; por supuesto, infinitamente más dramático que el padecido por nosotros en el combate contra el Covid 19 y, del que tanto hemos hablado y más de uno denigrado. En alguno de los textos, además nos aporta motivos para la sonrisa, una sonrisa que en su haber, de seguro, no estaba exenta de ironía. Así, en su diario de fecha 9 de mayo de 1944, apenas unos meses antes del doloroso fallecimiento, escribía lo que dio en llamar ‘el último chiste de Peter Van Daan’:
A raíz de la clase de religión y de la historia de Adán y Eva, un niño de trece años le pregunta a su padre:

—Papá, ¿me podrías decir cómo nací?
—Pues… —le contesta el padre—. La cigüeña te cogió de un charco grande, te dejó en la cama de mamá y le dio un picotazo en la pierna que la hizo sangrar, y tuvo que guardar cama una semana.
Para enterarse de más detalles, el niño fue a preguntarle lo mismo a su madre:
—Mamá, ¿me podrías decir cómo naciste tú y cómo nací yo?
La madre le contó exactamente la misma historia, tras lo cual el niño, para saberlo todo con pelos y señales, acudió igualmente al abuelo:
—Abuelo, ¿me podrías decir cómo naciste tú y cómo nació tu hija?
Y por tercera vez consecutiva, oyó la misma historia.
Ana, por la noche, tras transcribir el relato de su amigo Peter, añadió a su diario: «Después de haber recabado informes muy precisos, cabe concluir que en nuestra familia no ha habido relaciones sexuales durante tres generaciones».

Nunca sabrán las amigas de la familia Frank, las que trasteando entre los muebles abandonados de ‘La casa de atrás’ encontraron y protegieron el manuscrito de Ana —nunca sabrán, digo—, el eterno agradecimiento que el mundo literario e histórico les debe. Nada sería igual si, uno cualquiera de los miembros de la Gestapo, con algo más celo hubiera hurgado en los rincones de la casa. Siguiendo instrucciones del ministro nazi Joseph Goebbels, tan bello documento sería ceniza. La inmortal Ana Frank no existiría. Así, con casuísticas y las más de las veces con abruptos giros, se escribe la Historia de la Literatura. Una parte de la Historia.

 

 

 

 

 

 

‘Matrioskas’ como Alicia Casanova lucharon toda la vida, imprescindibles

‘Matrioskas’ como Alicia Casanova lucharon toda la vida, imprescindibles

‘Matrioskas’ como Alicia Casanova lucharon toda la vida, imprescindibles

La neumóloga comunista de Barakaldo es una de las protagonistas de la nueva película de la navarra Helena Bengoetxea

“Hay mujeres que luchan un día y son buenas. Hay otras que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenas. Pero hay las que luchan toda la vida: esas son los imprescindibles”. La científica comunista de Barakaldo hubiera agradecido estas palabras a su camarada Bertolt Brecht.

Y es que hay mujeres que han vivido el anonimato a pesar de ser eminencias y son ejemplo de superación constante. Un ejemplo claro e impresionante es el de esta nonagenaria nacida el 8 de julio de 1925 en Barakaldo y fallecida en 2017 en Cuba. A día de hoy, la película “Matrioskas, las niñas de la guerra”, de la navarra Helena Bengoetxea visibiliza su persona, como a otras niñas de entonces que fueron exiliadas a la URSS.

Teresa Alonso, Alicia, Araceli o Julia son cuatro mujeres mayores, aparentemente comunes, que esconden vidas extraordinarias marcadas por el desarraigo y el exilio: de Euskadi o España a Rusia y más adelante a Cuba. Son mujeres hechas a sí mismas y heroínas de su propia trayectoria. Sus recuerdos del hambre, el frío y la guerra se entremezclan con la nostalgia por un hogar que las acogió y que ya no existe, con la lejanía de un territorio que apenas conocen y, para algunas, con la vuelta a un Estado que no es el que soñaron. “Son mujeres más adelantadas no ya que nuestras abuelas, sino más que nuestras madres”, pondera Bengoetxea.

Tras años de espantosa Segunda Guerra Mundial, Alicia Casanova acabó erradicando la tuberculosis en los denominados sanatorios de Cuba. Fue la única mujer del equipo que lo logró. La vasca-soviética-cubana era una reputada neumóloga, profesión que la URSS le posibilitó estudiar. “Si tras la guerra, Alicia se hubiera quedado en la Margen Izquierda, qué podría haber llegado a ser. Lo más seguro que con el franquismo nada. A pesar de todo el sufrimiento y sobrevivir a Rusia ella protagonizó la epopeya de erradicar la pandemia de la tuberculosis en Cuba entre 1961 y 1963”, enfatiza Bengoetxea.

Y además lo llevaron a cabo, según explicaba la doctora, de una forma poco usual. Sacaron a todas las personas con tuberculosis de aquellos sanatorios, las enviaron a sus hogares y dieron una medicación a toda la población cubana. La ciudadana tenía que ir unos días concretos a por ella. Y una vez sanados, “los sanatorios los convirtieron en hospitales”.

Casanova fue la única heroína del equipo humano que lo posibilitó. El resto eran cinco hombres. Ella, que había estudiado en la URSS mientras el franquismo acababa con la vida de su padre, ferroviario. La madre de Alicia se quedó en Barakaldo con un hijo aquel triste día en el que la familia enviaba desde Santurtzi a su hija de 12 años a tierra en paz “para cuatro meses”.

Casanova –miembro del partido comunista- pudo aportar sus conocimientos y experiencias de haber estudiado Neumonología -rama de la medicina que se especializa en el diagnóstico y tratamiento de enfermedades de los pulmones y otras partes del aparato respiratorio- tras la Segunda Guerra Mundial en Moscú. Fue reconocida, además, como superviviente del sitio realizado por los nazis a Leningrado con bombardeos y temperaturas gélidas. “Alicia explicó que llegó a comer serrín, pero también carne de la que no preguntaban su procedencia, sabedores que serían de personas que morían”. Logró lo inhumano: salir viva de allí.

Lo analiza muy bien la directora de cine de Iruña. “En general todas, a pesar del drama del exilio pensando que volverían pronto y tras pasar 40 años, a pesar del drama, han tenido mucha suerte, más cuando toda la importancia se la han llevado los hombres. La dura situación les hacía ser más echadas adelante”.

A su juicio, la educación que les dio la URSS no la tenían la mayoría de mujeres en Euskadi. De hecho, se habían empoderado –un término tan utilizado en la actualidad- sin saberlo, “por las circunstancias” y, además, contaban gracias a sus estudios “una independencia económica y poder”.

Una mujer que conoció bien a Alicia Casanova es Dolores Cabra, secretaria general de Archivo Guerra y Exilio (AGE). Consultada al respecto por este periódico, la madrileña pasa a vestir con palabras la figura de su amiga. “Alicia Casanova, la niña de piel translúcida, ojos firmes y fuertes convicciones. Su frágil figura era un muro de fortaleza que no cambiaría nada de lo acontecido en su vida. Salvando la suya en la travesía del camino de la vida la destinó a ayudar a los demás estudiando medicina en Moscú, investigando la tuberculosis”.
Cuando Cabra llegó a La Habana en 2006, la amiga de Alicia, también niña de la guerra ya hoy fallecida, Isabel Álvarez, organizó una fiesta en su casa. “Había dulces caseros, licores de frutas y café exquisito, y ¡se podía fumar!”, subraya Dolores.

Fue en aquel contexto cuando conoció a la hoy protagonista de Matrioskas. Celebraban que desde AGE habían conseguido que en enero de 2005 el Congreso de los Diputados aprobara “por fin” las pensiones para las niñas y niños de la guerra. “Para los que vivían en Rusia y Cuba significaba un cambio enorme. Allí estaban tres generaciones y el agradecimiento se traducía en un cariño inmenso hacia mí, que recordaré siempre, lo mismo que a Alicia, Teresa, Araceli e Isabel, gentes vacunadas contra la maldad y la molicie. Siempre fraternas y trabajadoras. Su huella quedará siempre”, desea.

Por desgracia, Alicia ha fallecido antes del estreno de la película, en el proceso de que viera la luz. Narraba que su madre, cuando quedó sola en Bizkaia, le solicitó ir a vivir con ella en La Habana, a lo que Casanova accedió. “Sin embargo no le trataba como madre porque Alicia decía que después de 30 años sin verla no conocía ni reconocía a aquella mujer y le llamaba Josefa: decía que no le salía llamarle de otra forma”.

Josefa se hacía cargo de la casa en la ciudad caribeña y de la hija de Alicia, Natacha, fruto surgido del matrimonio entre la neumóloga con el republicano exiliado en la URSS, Ángel Serrano. La pareja se divorció en Cuba. Aquella mujer, a quién con más de 80 años la vecindad aún se acercaba a su casa con radiografías para que las analizara, dejó al mundo una frase: “Todo lo que sale en los libros, lo sufrimos el doble”.

 

 

 

 

 

 

 

Iban Gorriti: Periodista

Un nuevo estado  para una nueva sociedad

Un nuevo estado para una nueva sociedad

Un nuevo estado
para una nueva sociedad

Fue un 18 de marzo hace 150 años cuando los excluidos de aquel París se negaron a devolver los cañones de Montmartre y Belleville empleados en la guerra franco prusiana que había concluido con la derrota francesa. Esas clases populares habían sido expulsadas a la periferia por la construcción de los grandes bulevares de la burguesía parisina a mediados del siglo XIX, sufrieron las medidas impopulares de alquileres y salarios, la represión de la revuelta de octubre de 1870 y los desastres de la guerra franco-prusiana. Esta situación y el vacío de poder por la rendición ante Prusia fue la partera de la revolución que hizo que los desarrapados de París tomaran el poder político. Eso sí que fue un golpe de efecto, el único golpe de efecto realmente efectivo. La toma del poder político por los oprimidos.

En 72 días de existencia, la Comuna condonó los alquileres, se autogestionaron los talleres por los obreros, se separó la Iglesia y el Estado. Por primera vez las mujeres cobraron protagonismo, las petroleras, mujeres como Nathalie Lemel o Louise Michel a la que el anarquismo le debe la bandera negra. Y es que la Comuna fue la última experiencia donde todo el movimiento obrero se siente representado, de proudhonianos a blanquistas, pasando por jacobinos y miembros de la I Internacional, todas las tendencias de la izquierda francesa del momento fueron participes pero ni por el valor de la unidad vamos a rememorarla como merece. Nos queda el consuelo de que a la Comuna la recuerden los fotógrafos, pues fue el primer acontecimiento histórico de cierta relevancia fotografiado. Hasta que años después se instauró el 1 de mayo, el 18 de marzo fue el día de conmemoración de la clase obrera. A la Comuna le debemos la bandera roja y la mayor enseñanza para un revolucionario: cuál es el papel del Estado.

En el manifiesto de aquel 18 de marzo la Comuna proclamó que “los proletarios de París han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder”. Su experiencia primigenia los llevo a entender que tomar el poder no podía limitarse a tomar la máquina del Estado tal y como estaba y usarla para sus propios fines. Ante el primer intento de cambiar el mundo, el Estado mostró toda su naturaleza como elemento de sometimiento de clase. Sus características y estructura están determinados para el cumplimiento de esa función. Los comuneros comprendieron que no podían seguir gobernando con esa vieja maquinaria del Estado francés del siglo XIX y que tomar el poder implicaba barrer por completo el viejo Estado y construir un nuevo Estado para las nuevas funciones de la nueva sociedad.

Esa fue la gran enseñanza de la Comuna pero el revolucionario es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra del papel del Estado. Y aquí estamos 150 años después emocionándonos con golpes de efecto con los que podamos hacernos con la gestión de la maquinaria de parte del Estado, confiados en que desde allí generaremos contradicciones, pararemos el fascismo o que incluso cambiaremos el mundo de base. Porque la dominación ideológica no solo inculca el individualismo y la competitividad, también la idea de que el Estado es un elemento neutral, el Parlamento donde se dirimen las contradicciones de la sociedad y el diálogo y el consenso el método para superarlas. No solo aceptamos estas ideas, las replicamos en cada acción, en cada discurso, en cada gesto, mutilándonos estratégicamente.

Si tenías manos de trabajador te fusilaban

Aquel Estado francés del siglo XIX estaba diseñado para barrer las viejas estructuras de dominación feudal y organizar la nueva dominación de la burguesía sobre el proletariado, surgida tras la Revolución Francesa y los sucesivos procesos revolucionarios de principios del siglo XIX francés. Marx en La Guerra Civil en Francia lo clavó diciendo que “el Estado se transfirió de los enemigos más remotos a los enemigos más directos de la clase obrera”. Su nuevo diseño y estructura se ajusta a ese único objetivo, como todo diseño y estructura de cualquier Estado está diseñado para la dominación de clase del momento.

También el Estado español de 2021, con un capital globalizado y financiarizado, con una clase obrera atomizada e ideológicamente mucho más sometida, se adapta a las características de esta estructura de dominación de clase que existe hoy en España para ser su herramienta más efectiva. El Estado en nuestro caso, debido a ese capital y a esa dominación de clase globalizados, llega incluso a ceder soberanías fundamentales, como la monetaria, la militar o la comercial, en unas estructuras supranacionales para las que no se convocan elecciones y que hacen todavía más ineficaz la simple gestión de las estructuras del Estado para nuestros objetivos finales.

Los comuneros entendieron rápida e instintivamente todo esto, que con un martillo pocas cosas distintas a clavar clavos iban a poder hacer. Por eso su objetivo no fue hacerse con la gestión del martillo, lo destruyeron y construyeron una nueva herramienta pues sus objetivos eran bien distintos. Precisamente por eso, porque supieron resolver con audacia el problema central de todo proceso revolucionario, el del papel del Estado, la Comuna fue el primer intento en la historia de cambiar el mundo. Y por ello recibió la más dura represión conocida cuando a finales de mayo de 1871 fue derrotada.

Comenzó la semana sangrienta y hasta cinco años después duró la ley marcial en París. Paraban a la gente y les hacían enseñar las manos, si estaban curtidas del trabajo los fusilaban. El odio fue de clase, durísimo, aunque la Comuna no tomó nunca medidas enérgicas contra sus enemigos, decenas de miles fueron asesinados por su osadía histórica. En España, más de sesenta años después, cuando la reacción tuvo que hacer frente a la revolución de Asturias del 34, todos sus tribunos, desde Calvo Sotelo a Gil Robles, pasando por Melquíades Álvarez, justificaron la represión diciendo que la de los comuneros llevaba garantizando a Francia más de sesenta años de paz social. Es cierto, lo timorato del movimiento obrero francés de finales del siglo XIX y principios del XX no se entiende sin la paz de los cementerios que supuso la represión de la Comuna. Quisieron que temiéramos ser osados como los comuneros para finalmente acabar olvidando su ejemplo. Me duele reconocerlo pero en parte lo han conseguido. Hoy una placa en el muro de los federados del cementerio de Père-Lachaise de París parece ser lo único que recuerda a la Comuna. Sus herederos estamos a otras cosas, admiramos otras valentías, otras audacias. Pero me niego a olvidar de dónde venimos, el enorme ejemplo y enseñanza de esta interminable historia que es la lucha de clases, donde la Comuna es una de sus páginas más memorables. Una historia donde ni reyes ni dioses ni tribunos serán el supremo salvador y a nosotras mismas nos toca hacer el esfuerzo redentor. Me niego a centrarme en la lucha electoral y encerrados en una cueva y atados con grilletes como en el mito de la caverna ver la realidad desde su óptica deformada y replicarla en nuestra forma de hacer y entender la política. Que con tanta hipérbole no lo olvidemos porque venimos de la Comuna y espero que más temprano que tarde volvamos a ella.

¡VIVA LA COMUNA!
ALBERTO CUBERO.
Secretario Político del PCE Aragón y concejal por Zaragoza en Común

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

Seguramente el lector desconoce que en 1871 la clase trabajadora de París instauró de manera revolucionaria en 1871 el primer Estado obrero socialista de la Historia. Antes hubo algunos embriones estatales impulsados por objetivos de justicia social. Pero la Comuna de Paris fue la primera experiencia en la era del socialismo con la bandera roja al frente. Experiencia ahogada en sangre con miles de muertos, encarcelados y deportados por la burguesía.
Para avanzar en la formación ideológica comunista, en la reflexión política y en la acción colectiva consciente hay algunas razones importantes que justifican dedicar tiempo en este 2021 a estudiar de la mano de Marx, Engels y Lenin esta grandiosa experiencia histórica.

1.- Conocer el método de Marx, Engels y Lenin de realizar el análisis político.
Marx a través de su obra “La guerra civil en Francia”, Engels a través de la introducción de dicha obra y Lenin a través de toda una serie de reflexiones expuestas en artículos, discursos y libros desde 1905 hasta 1919 construyeron un método científico que combina los análisis politológicos con los sociales para indagar en las razones profundas de los procesos sociales. La politología burguesa que se estudia hoy en las facultades convencionales se concentra en la apología del sistema capitalista, en vaciar de contenido el análisis científico y en ocultar las contradicciones sociales porque cuestionan, los pilares en los que se asienta el sistema: la propiedad, ya no sólo simplemente privada, sino en manos de una oligarquía financiera cada vez más reducida y poderosa de los grandes medios de producción, ya completamente monopolizados. El sistema capitalista acepta todo, cualquier novedad en materia de género, modas, ideologías delirantes, banalidades, medio ambiente o incluso forma estatal. Pero es intransigente en los puntos centrales de la reflexión de estos tres genios teórico prácticos.
2.- Descubrir que la Comuna privó a la burguesía del poder político y militar para implantar una verdadera democracia.
El Consejo de la Comuna lo formaron concejales elegidos por sufragio universal en los distritos de Paris. Responsables ante el pueblo y revocables en todo momento. Algunos eran famosos como el escritor Jules Valles o el pintor Gustave Courbet, otros desconocidos como el zapatero Gaillart o el estudiante Rigoux. Su primer decreto fue abolir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado, señala Marx en “La guerra civil en Francia”. La Policía fue convertida en un órgano de la Comuna revocable en todo momento ¿Ha perdido actualidad que el pueblo controle la violencia pública y no la burguesía?

3. Estudiar la organización democrática que planea el primer Estado obrero.
La Comuna fue un órgano ejecutivo y legislativo al mismo tiempo. Abolió el Estado burgués e implantó dos medidas revolucionarias. Primera: todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza fueron elegidos por el sufragio universal. Los electores podían revocar en todo momento a sus elegidos. Se abolió la casta de burócratas, maestros y jueces al servicio del sistema burgués. Segunda: todos los funcionarios altos y bajos eran retribuidos como los demás trabajadores. Se acabaron los enormes salarios, privilegios, pensiones vitalicias y “puertas giratorias” hacia los consejos de administración de las grandes empresas que hoy son la recompensa capitalista a sus administradores políticos, ya sean presidentes, ministros o diputados. Engels denuncia en 1891 el sistema de partidos burgueses que se convierten en “señores” y dueños de la sociedad y del pueblo. Ya en EEUU se instalaron “dos grandes cuadrillas de especuladores políticos” que en el siglo XXI en España son los partidos y coaliciones del sistema, bipartidismo o multipartidismo, muchos de ellos apoyados de distintas maneras por el gran capital. Engels recuerda que en una república democrática burguesa o bajo la monarquía “el Estado no es más que la máquina para la opresión de una clase por otra”

4.- Abaratar los costos de la administración pública
La Comuna al rebajar los gastos de representación y los grandes salarios de los altos funcionarios y al abolir el ejército permanente hizo una gestión pública más barata. De plena actualidad frente a los abundantes casos de malversación de fondos, altos gastos, robos al erario e inversiones ajenas al interés público.

5.- Invalidar el axioma superado de la fingida “independencia judicial”
Axioma sagrado para la democracia burguesa según el cual el poder judicial debe ser “independiente” de todo poder ejecutivo. Principio que fue revolucionario cuando lo planteó Montesquieu en el siglo XVIII contra la arbitrariedad de los tribunales del rey absolutista, pero contrarrevolucionario cuando sirve para el law fare, la farsa judicial orquestada para defender a la clase dominante. No es más que, dice Marx, una “fingida independencia” ya que la judicatura está sometida al poder político y económico por vía de las leyes vigentes que deben aplicar y que expresan intereses clasistas y además por vía de las componendas de las fuerzas en el poder para imponer a sus agentes al frente de los tribunales. Los magistrados, insiste Marx, “habían de ser funcionarios electivos, responsables y revocables”.

6.- Crear una economía al servicio de la sociedad
Hoy, cuando los servicios públicos, el gas, la electricidad, el teléfono, internet, la construcción, las obras públicas, la vivienda, la sanidad, las pensiones, los bancos, la industria, el transporte, el ocio, la alimentación, las medicinas, el comercio… están cada vez en manos de grandes monopolios cobra actualidad el decreto de la Comuna de ocupar las fábricas abandonadas por sus dueños y entregarlas a cooperativas obreras. Marx dice que la Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería “convertir la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, las tierras y el capital, que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado”. Seguramente el socialismo pasa por grandes monopolios públicos controlados por la clase trabajadora y una red auxiliar de pequeñas empresas cooperativas.

7.- Estudiar la primera experiencia dirigida por la clase obrera.
Marx observa que fue la “primera experiencia en que la clase obrera fue abiertamente reconocida como la única clase social capaz de iniciativa social”. Frente a la estafa posmoderna que reemplaza el concepto “clase” por “multitud” este análisis sigue vigente hoy.

8.- Analizar la propuesta de liberar la enseñanza y la ciencia de los prejuicios de la clase burguesa.
Mientras la enseñanza y educación básicamente reproduce la ideología de la clase dominante plenamente vigente esta propuesta de la Comuna.

9.- Eliminar el chovinismo nacional para construir la unidad internacional de los trabajadores
Marx enfatiza el rechazo de la Comuna al chovinismo nacionalista que envenenaba y lo sigue haciendo hoy la unidad de los explotados. Dice que Prusia robó dos provincias francesas pero la Comuna “anexionó a Francia los obreros del mundo entero… Concedió a todos los extranjeros el honor de morir por una causa inmortal”. La Comuna designó al obrero húngaro Leo Frankel su ministro de trabajo y a dos obreros polacos sus jefes militares. Es un adelanto de las grandes epopeyas internacionalistas: las Brigadas Internacionales en la guerra de España, las misiones militares cubanas en apoyo de Argelia, Congo, Angola, Namibia, Etiopia y Sudáfrica y la ayuda soviética a España, Corea, Cuba, Vietnam y Afganistán.

10.- Conocer las limitaciones de la Comuna, pero su absoluta necesidad
Como dijo Lenin la Comuna se limitó a una sola ciudad, sufrió de la incomprensión del resto de los trabajadores de Francia y estuvo guiada por dos fracciones de los socialistas franceses, los blanquistas y los proudhomistas (también había jacobinos, anarquistas bakuninistas y otras) que no sabían lo que hacían. Hubo que esperar a la Revolución soviética para que el Estado obrero y campesino, el Estado soviético, se extendiese a todo un inmenso país y a una federación de repúblicas. Lenin en su “Enseñanzas dela Comuna” destacó dos errores de la Comuna: no haber expropiado el Banco de Francia y no haber derrotado militarmente sin titubear al gobierno burgués. Aun así, fue una experiencia revolucionaria que empujó toda una oleada de luchas que condujeron a la Revolución soviética en 1917, a la resistencia antifascista de los años 30 y 40, a la derrota del nazismo en 1945, a la Revolución china en 1949, a luchas anticolonialistas y a victorias de la clase trabajadora. De hecho, la Comuna aún derrotada, marcó la construcción histórica de un proletariado francés combativo que en el siglo XXI asombra al mundo con su rebelión de los “chalecos amarillos”, de un partido comunista que trata de reconstruirse, de un pensamiento marxista que sigue influyente a pesar de las victorias capitalistas y retrocesos revolucionarios.

De manera que la Comuna de París es un gran hito de la lucha de los oprimidos y explotados por construir un Mundo socialista que conserva vivas sus enseñanzas.

José Antonio Egído: Sociólogo

La bandera roja y la Comuna

La bandera roja y la Comuna

La bandera roja y la Comuna

“Aquella enseña con la que se le atacaba, bajo la que entregaba tantas víctimas, pasó a ser su símbolo, la bandera de la República mundial”.

En mayo de 1871 fue derrotada, hace 150 años, La Comuna de París. Las tropas de Versalles aplastaron a sangre y fuego a los insurrectos parisinos. Fusilaron a centenares en el famoso Muro de los Federados del cementerio de Père-Lachaise, y condenaron a miles a la prisión, al destierro. Carlos Marx, Engels, Lenin, consideraron este movimiento como el primer ensayo de un gobierno obrero de la historia, e incitaron ardientemente a su estudio, para asimilar sus enseñanzas, las de sus avanzadas leyes en los dos meses de gobierno, y las de la derrota. Y entre todas las conexiones que desde nuestra identidad revolucionaria establecemos con La Comuna, destaca una de carácter simbólico que conviene recordar. Se trata del origen de la enseña revolucionaria por excelencia, la bandera roja, la que protagoniza todas las luchas obreras, la que preside nuestros actos en cada 1º de mayo, la que colorea las manifestaciones que, antes de la pandemia, poblaban las calles, la que ensalza nuestros sueños de liberación, por la que muchos dieron la vida. Y la bandera roja tiene su origen en La Comuna.

Espartaco, el esclavo que se rebeló contra Roma, se envolvía en una toga roja para celebrar sus victorias, los campesinos alemanes ondearon banderas rojas en su revuelta de 1524; pero no fue ahí donde se incardinó como emblema de los desposeídos, de los parias, sino en La Comuna. Lo que no es muy conocido es que antes, la bandera roja había sido una bandera de orden. Tras la Revolución Francesa de 1789 se produjeron conflictos sociales en los que los gremios, los artesanos, comenzaron a manifestarse públicamente, en las calles, expresando sus protestas por las reivindicaciones no atendidas. La lucha de los panaderos parisinos, por ejemplo, fue muy extensa y dura. Ante los desordenes que estos conflictos ocasionaban, la Asamblea Nacional decretó una ley marcial. Y en esa ley se decía que la bandera roja era el símbolo, en cada pueblo o ciudad, de su promulgación. Era la bandera que debían enarbolar las tropas antes de cargar contra las manifestaciones populares. En 1791 la Guardia Nacional cargó, precedida por una bandera roja, contra una protesta republicana en lo que se ha conocido como la masacre del Campo de Marte.

El pueblo estaba acostumbrado a ser reprimido bajo esa enseña, pero ocurrió que subvirtió el orden, y asoció la bandera roja a la revolución y a la emancipación popular, que ya tenía aspiraciones socialistas, federalistas, uni-versales. El símbolo, aquella enseña con la que se le atacaba, bajo la que entregaba tantas víctimas, pasó a ser su símbolo arrebatado, la señal de que acabaría toda opresión y reinaría la verdadera fraternidad. Así que ese símbolo de violencia estatal se convirtió en el símbolo del sacrificio, de la lucha. Fue así paulatinamente, hasta que La Comuna de Paris, victoriosa, arrió la tricolor e izó la bandera roja en el ayuntamiento de Paris, que en ese momento contaba con más de dos millones de habitantes, adoptando la bandera roja como su bandera, la bandera de la República mundial, tal y como la designó en uno de sus decretos, la bandera de todos los trabajadores del mundo. Y ese significado universal, de clase, muy pronto se extendió por todos los países.

El decreto de la Asamblea Nacional, indicando la bandera roja como estandarte de la represión, decía:
“Paris. Sesión del miércoles 21 de octubre de 1789
Ley marcial contra los atropellos

Art. I.— En el caso en el que la tranquilidad pública esté en peligro, las autoridades municipales estarán obligadas, en virtud del poder que han obtenido de su población, a declarar que la fuerza militar debe ser desplegada inmediatamente para restablecer el orden público, bajo pena de responder de ello personalmente.
Art. II.— Esta declaración se hará exponiendo en las principales ventanas del Ayuntamiento, y en todas las calles, una bandera roja, y al mismo tiempo las autoridades municipales requerirán a los jefes de las guardias nacionales, tropas regulares y policías, prestar su colaboración.
Art. III.— Con la señal de la bandera, todas las aglomeraciones, con o sin armas, se consideran criminales, y deben ser dispersados por la fuerza.
Art. IV.— Las guardias nacionales, tropas regulares y policías, serán obligadas a marchar inmediatamente, comandadas por sus oficiales, precedidas por una bandera roja y acompañadas al menos por una autoridad municipal.

La siguiente revolución obrera triunfante, la Revolución de Octubre soviética, la adoptó como su bandera para una nación de naciones, abiertamente internacionalista. Y dos banderas rojas de La Comuna parisina llegaron al Moscú revolucionario. Una provenía del comunero francés Edouard Vaillant, que la salvó y conservó. Se exilió en Londres donde se hizo amigo de Marx, siendo uno de los dirigentes de la I Internacional. Fundador de la sección francesa de la internacional obrera, la SFIO, que se transformó en el partido comunista en 1920 en el congreso de Tours, y heredó esa bandera, que fue a parar a la sección comunista del XX distrito de Paris. Esta sección, en reunión del 24 de mayo de 1924, decidió confiar ese símbolo, recuerdo de las luchas del proletariado parisino, al soviet de Moscú. Confiarla en custodia, añadiendo: “hasta el día en el que la clase obrera francesa conquiste el poder”. El 25 de mayo miles de parisinos desfilaron ante la bandera colocada como despedida, antes de viajar a Moscú, en el muro de los Federados. La misión fue encomendada a la delegación francesa al V Congreso de la Comintern, celebrado entre el 17 de junio y el 8 de agosto de 1924. La entregó el obrero metalúrgico Alfred Costes, en un acto celebrado con todos los honores en un campo de aviación de Moscú, ante 400.000 manifestantes y autoridades soviéticas, Antipov, Zinoviev, Frunze, quien dirá en el acto: “está bandera está ahora en manos seguras”. La bandera fue llevada por Antipov y Costes al interior del mausoleo de Lenin, abierto el 1 de agosto, donde veló el cadáver junto a las banderas del Comité Central bolchevique y de la Comintern.

Posteriormente fue llevada al museo Lenin. La otra bandera de La Comuna fue adquirida por el Instituto Marx-Engels creado en Moscú, que se ocupó de buscar a través de todo el mundo, materiales de los grandes precursores del socialismo, de la lucha de los trabajadores, de todos los movimientos revolucionarios. Bujarin se encargó personalmente de parte de esos trabajos, desplazándose a Alemania, para adquirir las obras y trabajos manuscritos completos de Marx. El representante soviético en Paris, compró, en 1928, una bandera roja del 67 batallón de los Federados de La Comuna. Esta bandera permaneció en el Instituto Marx-Engels hasta la creación en 1962 del museo Marx-Engels, donde quedó expuesta. La bandera no permaneció siempre en las vitrinas del museo moscovita, sino que, en 1964, fue enviada al Cosmos a bordo de la nave Voskhod 1, la primera que se envió al espacio con una tripulación colectiva, formada por tres cosmonautas. Y como reliquias de un credo revolucionario, el Voskhod 1 llevó a bordo un retrato de Marx, uno de Lenin, y la bandera de La Comuna.

La bandera roja de La Comuna dotó a la primera generación de soviéticos de un genuino sentido de pertenencia a un movimiento universal, el de la lucha internacional por el comunismo, por la emancipación proletaria en todo el mundo. Sirvió para definir, a los primeros soviets, quiénes eran y de dónde venían. Lo mismo por lo que nos sigue sirviendo a nosotros; es la memoria y el sueño, que no es sino aquello peleado y aún no alcanzado, por lo que seguimos en pie, siendo rojos y coherentes.

Miguel Usabiaga: Arquitecto -Escritor,
Director de Herri

Las petroleuses, las incendiarias.

Las petroleuses, las incendiarias.

Las petroleuses, las incendiarias

Una experiencia revolucionaria en la que, por primera vez, la mujer actuó en
plano de igualdad con el hombre.

Tras la derrota comunera, haciendo gala de aquella sentencia de que la historia la escriben los vencedores, éstos, los versalleses, la reacción, divulgó una imagen tenebrosa del las mujeres de la Comuna. Unos retratos de los que se imprimieron incluso tarjetas postales, pintándolas de manera horrible, llenas de odio, sanguinarias, feroces, fanáticas dispuestas a quemarlo todo en los últimos días de la Comuna. Una metáfora que hizo mella en los historiadores más perezosos y dóciles, que ayudaron con sus textos a abundar en ella. Sin embargo, en los juicios realizados por las autoridades de Versalles, ninguna mujer comunera fue condenada como incendiaria.

En esa experiencia revolucionaria, por primera vez, la mujer actuó en plano de igualdad con el hombre. Por primera vez interviene activa y masivamente en la vida política y económica, discute de igual a igual en los Comités, las reuniones, participa en el combate, en las barricadas. Es conocido el ejemplo de Louise Michel, pero junto a ella, actuaron otras mujeres, no solas sino organizadas, y, en ese contexto de participación y efervescencia femenina, fueron dos las organizaciones de mujeres que desempeñaron un papel predominante en la Comuna: el Comité de Supervisión de Montmartre, de orientación blanquista, y la Unión de Mujeres para la Defensa de París y Socorro a los Heridos, de orientación marxista. La Unión, cuyos principios reflejaban la perspectiva revolucionaria del ala marxista de la I Internacional, se reveló como la más importante formación femenina, agrupando a más de seis mil mujeres. Se destacó no sólo por su importancia numérica, sino también por su funcionamiento muy riguroso y al mismo tiempo muy democrático. Fue capaz de guiar y organizar el profundo fermento popular entre las mujeres y fue el eslabón entre las mujeres de la ciudad y el gobierno de la Comuna. Ningún otro grupo tuvo una influencia tan extendida en toda la ciudad y tan duradera, desde su fundación hasta la caída de la Comuna en las barricadas.

La comisión ejecutiva de la Unión de Mujeres está compuesta por cuatro obreras (Nathalie Lemel, Blanche Lefèvre, Marie Leloup y Aline Jacquier) y tres mujeres sin profesión (Elisabeth Dmitrieff, Aglaé Jarry, Thérèse Colin). En la práctica, las dos grandes impulsoras de la comisión fueron Nathalie Lemel y Elisabeth Dmitrieff.

Elizaveta Loukinitcha Kouceleva nace el 1 de noviembre de 1851 en una familia noble rusa. Recibe una buena educación y habla varios idiomas. Vive en San Petersburgo, donde milita en los círculos socialistas desde muy joven, soñando con la unión de la emancipación social y de las mujeres. Se casa con el coronel Tumanovski, lo que facilita sus viajes, y en 1868 emigra a Suiza, participando en la fundación de la sección rusa de la Internacional. Delegada rusa en Londres, en 1870, frecuenta la familia de Marx y a sus colaboradores más próximos, como Engels. Marx está empeñado en aprender la lengua rusa, para conocer mejor las experiencias de la comuna rural rusa, y Elizaveta, en sus largas conversaciones, le ayuda. Elizaveta permanece tres meses en Londres, en los que participa en numerosas reuniones de la Internacional.

En marzo de 1871, tras la insurrección, Marx la envía a París para que sea la corresponsal en los acontecimientos de la Comuna, como representante del Consejo General de la Internacional. Es algo más que corresponsal, actuando bajo el seudónimo de Dmitrieff, crea la Unión de Mujeres: forma parte del comité ejecutivo de la Unión y es la ideóloga de un plan de reorganización del trabajo femenino, que solo pudo ser parcialmente desarrollado. Su acción es tan incisiva que una disposición del comité central de la organización femenina le concede la ciudadanía parisina, aguardando que la futura República le reconozca el título de ciudadana de la humanidad.

Tras luchar valientemente con armas en la llamada semana sangrienta, consigue escapar de París, refugiándo-se primero en Ginebra y volviendo luego a Rusia. En París es condenada en rebeldía a la deportación, en una prisión fortificada, por el Consejo de Guerra del 26 de octubre de 1872. En 1880 fue amnistiada. Entre 1900 y 1902 se muda para Moscú y, donde muere en 1918.

Nathalie Duval, 1827, hace sus primeros estudios en Brest, donde sus padres dirigían un café. Desde los 12 años trabaja como obrera encuadernadora. En 1845 se casa con un colega, Jérome Lemel, con quien tiene tres hijos. La familia se traslada a París en busca de nuevas oportunidades de trabajo. En la capital, Nathalie sigue trabajando como encuadernadora y participa de las huelgas que en 1864 agitaron su gremio. Forma parte del comité de huelga que exigía paridad de salarios para las mujeres y hombres; y es fichada por la policía. En 1865 se juntó a la Internacional. En 1868, después de dejar al marido, funda con otras mujeres una asociación que se ocupa de la entrada de alimentos para los más necesitados.

Durante la Comuna funda y dirige la “Unión de Mujeres para la Defensa de París y el Socorro a los Heridos”, con Elisabeth Dmitrieff. Cuando las tropas de Versalles entran en París, ella lucha en las barricadas al frente de un batallón de cerca de cincuenta mujeres, que levantan la barricada de la Place Pigalle izando sobre ella una bandera roja.

Detenida el 21 de junio de 1871, es condenada a la deportación, en una fortaleza, en Nueva Caledonia, en el Consejo de Guerra del 10 de setiembre de 1872. El 24 de agosto de 1873 embarca en el buque Virginie rumbo a su deportación, adonde llega el 14 de setiembre. Durante el trayecto, amenaza con saltar al mar si se mantiene el encierro de hombres y mujeres separados, y consigue que su encierro sea en común. Durante su prisión, su nombre aparece frecuentemente en la lista de prisioneros sujetos a sanciones, demostrando que su espíritu indomable no se doblega nunca. En las nuevas tierras se solidariza con los Kanaki, que en 1878 se revelan contra los colonizadores franceses.

Regresa a París tras la amnistía de 1880, y consigue un empleo en el periódico L’Intransigeant. Los últimos años de su vida los pasó en la pobreza y, quedándose ciega, fue acogida, en 1915, en el asilo de Ivry, donde falleció en 1921.