¿Cuánto vale el trabajo doméstico?
“David Fuente. Militante del PCE-EPK y miembro del Seminario de El Capital de la UPV-EHU de Sarriko, Bizkaia.”
Marx vs Federici.
El trabajo doméstico es aquel trabajo vinculado de un modo u otro al hogar, y que las familias y los individuos hacen directamente para satisfacer sus necesidades. Incluye todo lo que la clase obrera necesita hacer para reproducir su fuerza de trabajo: desde ducharse y desplazarse al centro de trabajo, hasta las compras, la crianza o la colada. Muchas de estas tareas recaen predominantemente en las mujeres y determinan la relación de la mujer obrera con el empleo (madres a media jornada, etc.).
El trabajo doméstico realizado para sí lo diferenciamos del empleo en el hogar ajeno o en empresas del sector de los cuidados y la limpieza. Aunque varias tareas concretas desempeñadas en uno y otro contextos sean las mismas, se trata de diferentes relaciones de producción. En el primer caso hay relaciones familiares, en el segundo mercantiles y en el tercero capitalistas.
Todas las tareas del trabajo doméstico son útiles, necesarias, indispensables para la vida de la clase obrera, y por tanto para la reproducción del capital. Sin embargo, este trabajo no produce valor. La incomprensión de este punto es uno de los problemas esenciales del libro de Silvia Federici titulado El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo (2018). Conviene aclarar la cuestión.
El valor es el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía. La mercancía es el producto de trabajo humano destinado al intercambio. Es decir, no cualquier producto del trabajo humano; “solo los productos de trabajos privados autónomos, recíprocamente independientes, se enfrentan entre sí como mercancías”, dice Marx (p. 52, El Capital, libro I, Editorial Siglo XXI, 1975). Se trata de trabajos independientes que no han sido coordinados en la producción, sino que solo pueden comprobar que realmente cumplen un lugar en la división social del trabajo al lograr vender sus productos. El valor es, por tanto, la forma que toma el trabajo necesario para producir los bienes dirigidos al intercambio; bienes que, siendo producidos por trabajos autónomos, se relacionan en el mercado. Allí, estas mercancías se intercambian en proporciones determinadas por su valor.
Para entender con precisión qué es el valor, tenemos los puntos 1 y 2 del primer capítulo de El Capital. Entre otras cosas, ahí dice Marx (y Engels):
Una cosa puede ser valor de uso y no ser valor. Es éste el caso cuando su utilidad para el hombre no ha sido mediada por el trabajo. Ocurre ello con el aire, la tierra virgen, las praderas y bosques naturales, etc. Una cosa puede ser útil, y además producto del trabajo humano, y no ser mercancía. Quien, con su producto, satisface su propia necesidad, indudablemente crea un valor de uso, pero no una mercancía. Para producir una mercancía, no sólo debe producir valor de uso, sino valores de uso para otros, valores de uso sociales. {F. E. — Y no sólo, en rigor, para otros. El campesino medieval producía para el señor feudal el trigo del tributo, y para el cura el del diezmo. Pero ni el trigo del tributo ni el del diezmo se convertían en mercancías por el hecho de ser producidos para otros. Para transformarse en mercancía, el producto ha de transferirse a través del intercambio a quien se sirve de él como valor de uso.} (pp.50-51).
Como se ve, el valor no es una categoría moral. No determina el grado de utilidad de un bien (eso tiene que ver con su valor de uso) ni define lo importante que es para una sociedad. El valor es, simplemente, el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía (la cual, eso sí, debe ser útil, al menos para el sector que va a comprarla). Los diamantes tienen un enorme valor. El agua menos. No depende de su utilidad ni de una valoración moral. Depende de la cantidad de trabajo que demanda su producción para el intercambio. La categoría valor, como todas las categorías de la economía política marxista, nombra una relación económica efectiva.
La familia campesina autónoma o la comunidad primitiva organizan su trabajo para satisfacer sus necesidades. Sus productos del trabajo no son mercancías. No intercambian, no se compra-venden lo que producen, sino que lo crean, distribuyen y consumen según planteamientos familiares o comunitarios. Ocurre lo mismo con la mujer que lava la ropa y cocina para sí o su familia, o el hombre que hace bricolaje en su casa: tampoco producen mercancías ni valor. Esos son trabajos útiles para la familia. Con ellos, la familia satisface directamente algunas de sus necesidades. La forma en que la familia reparte ese trabajo puede oprimir y explotar, pero esto no lo vuelve productor de valor.
En términos de valor, una mujer que es exclusivamente ama de casa consume valor al consumir las mercancías que necesita (las que comparte con su familia y las de su uso individual). Sin embargo, su trabajo no es productor de mercancías y, por tanto, no produce valor. El valor que consume una ama de casa de una familia obrera lo produce su marido obrero en su puesto de trabajo y forma parte del salario (si se trata de una mujer obrera que trabaja fuera de casa las mismas horas que su marido, pero el trabajo doméstico recae en mayor medida sobre ella, este hecho es inadmisible, y cada vez lo dice más alto y claro ella misma; si la mujer es una obrera que trabaja a media jornada, se encuentra en una situación intermedia; si es la mujer de un capitalista, la clase obrera produce el valor apropiado por su marido). Como sabemos, la relación salarial implica que ese obrero también ha producido plusvalor en su puesto de trabajo. Es decir, todo salario implica trabajo no pagado. De modo que: 1) concebirlo como “trabajo remunerado” oculta lo esencial del salario: el trabajo no pagado del obrero y 2) la ama de casa obtiene sus medios de vida del salario producido por su marido.
En términos de valor de uso, el trabajo que realiza una ama de casa de una familia obrera es indispensable para muchísimos aspectos de la reproducción de la fuerza de trabajo y, por tanto, para la reproducción del capital. Realiza un sinfín de tareas necesarias sin las cuales no puede existir este modo de producción.
A pesar de su utilidad y su carácter esencial, el valor de la fuerza de trabajo no lo determina el trabajo doméstico necesario. Dice Marx: “El valor de la fuerza de trabajo está determinado por el valor de los medios de subsistencia que habitualmente necesita el obrero medio” (p.629, El Capital, Libro I). Marx ya aclara que no se trata de las necesidades del obrero individual, sino de la familia obrera (p. 481, El Capital, Libro I).
El tiempo que un obrero emplea en vestirse y llegar a su centro de trabajo es necesario e ineludible, pero tampoco entra en el valor de la fuerza de trabajo. A este respecto solo entran los gastos en ropa y transporte (los socialmente necesarios en una época dada), pero no el tiempo que el obrero está transportándose. Dormir, función indispensable para la reproducción de la fuerza de trabajo, tampoco genera valor…
¿Por qué una serie de trabajos necesarios, los cuales garantizan que el obrero esté diariamente en su puesto de trabajo, no son los que producen el valor de la mercancía fuerza de trabajo? Si la mercancía fuerza de trabajo tiene valor, y además estos trabajos contribuyen a reproducirla, ¿por qué solo las mercancías necesarias para el obrero y su familia son las que determinan ese valor, y no tareas tales como cocinar los alimentos comprados? La clase obrera vende su fuerza de trabajo, no para retribuirse su actividad privada en la cocina, sino para poder comprar comida. Esa es la relación económica efectiva. La clase obrera vende una mercancía, la fuerza de trabajo, para acceder a otras mercancías; mercancías que necesita y que solo puede obtener a través de la compra. Y para la compra precisa dinero; y para obtener dinero, precisa una venta. Y vende su única mercancía: la fuerza de trabajo. Las tareas privadas que desempeña con lo que compra no implican relaciones mercantiles y no producen valor. El valor de la fuerza de trabajo no viene determinado por lo que hace con su trabajo doméstico, sino por las mercancías que necesita; es decir, por el valor que precisa para su reproducción. Si la fuerza de trabajo pudiese vivir sin venderse, con su propio trabajo independiente, no sería una mercancía y no cabría hablar de valor.
Esta es la relación económica real. Viene provocada por la situación que obliga a la clase obrera a vender de su fuerza de trabajo: la carencia de medios de producción y de subsistencia.
Esta relación entre trabajo asalariado y trabajo doméstico (estructura) no viene provocada porque se infravalore (superestructura) el indispensable trabajo doméstico. Ahora bien, en esta relación económica efectiva, cuando en el proceso histórico la mujer ha continuado arrinconada en el trabajo doméstico y ha dependido económicamente de su marido, se ha mantenido la base material para que el trabajo que ella realiza tenga menor relevancia social, y con ello su propia persona. Esto ha constituido históricamente la base material que ha dificultado la organización política de las mujeres obreras, y también la que ha mantenido una desigualdad jurídica entre hombre y mujeres, y una violencia hacia ellas totalmente impune.
Pero la historia no se detiene. Cada vez se han incorporado más y más mujeres al mercado laboral y a la producción social. Este fenómeno lleva tiempo en curso y no ha culminado. En España nunca ha habido tantas mujeres asalariadas como a inicios de 2020. Desde hace décadas las amas de casa siguen descendiendo en número y aumentado en edad, en comparación con las mujeres asalariadas. Con ello, la crianza y los cuidados se convierten cada vez más en un problema de primer orden, porque el trabajo doméstico lastra a un sujeto que se encuentra avanzado en el trabajo social, la mujer obrera, la cual, mientras transforma una parte de sus condiciones de vida, no puede sostener al mismo tiempo las condiciones pasadas: empuja imparablemente, generación tras generación, hacia el reparto equitativo. En este largo proceso en curso, se ha ido sacudiendo la superestructura de los roles envejecidos y ha ido conquistando avances jurídicos. Al mismo tiempo, como obrera por trabajo propio, se enfrenta directamente al capital. Sostenerse con un salario es imposible, la emancipación se retrasa, la maternidad y la paternidad también. Va creciendo la organización política y sindical de las mujeres obreras. En seguida se comprueba que son necesarios salarios más altos, menor jornada laboral y servicios públicos que aseguren cuidados y crianza. Por el camino necesariamente se aclarará que la conciliación solo puede ser parte de la emancipación general; que la vida pende del capital, y que es soltada al vacío con cada crisis recurrente. Se van apretando objetiva y subjetivamente las filas de la clase obrera: hay que superar el modo de producción capitalista. En el proceso deberá también evidenciarse que la herramienta teórica para la emancipación de este sujeto, tanto en su carácter de obrera como en las especificidades propias de ser mujer, es el marxismo-leninismo. El horizonte práctico de emancipación: la construcción del socialismo.
Las posturas de Federici son una manifestación más de las desorientaciones teóricas y prácticas que se desarrollan fuertemente desde finales de los años setenta. El conjunto de análisis que realiza en el libro mencionado, fuera aparte de algunos señalamientos puntuales de interés, tiene errores de principio. Sin alargarnos, es preciso identificarlos en su generalidad. Su libro se presenta como una corrección feminista al marxismo cuando, en realidad, rompe la coherencia interna del mismo.
Federici desarrolla una lectura distorsionada del El Capital y de varios de sus puntos centrales. Con ello, dificulta su aprovechamiento a quienes podrían apoyarse en él para hacer importantes análisis. Es necesario aclarar que El Capital no expone el conjunto de la sociedad burguesa ni todas las formas de trabajo que se dan en ella, sino las leyes del modo de producción capitalista. Por ello, en varios momentos Marx hace abstracción explícita de aspectos que no es posible tratar en una obra que está cuidadosamente ordenada de lo abstracto a lo concreto; aspectos que solo pueden encontrar su lugar de exposición más adelante. Cada vez que Federici habla de “la ceguera de Marx” (p. 59) lo que en el fondo hace es obviar su método dialéctico y las necesidades objetivas de su investigación. Por eso, cuando varias citas de El Capital evidencian que Marx sí consideraba el trabajo doméstico, Federici las ve como “pequeñas notas”, como otro rasgo de “cierta presencia de una conciencia feminista” reducida a “comentarios ocasionales” (p.14). Si Federici ve “ceguera”, notas feministas y paradojas es porque no está considerando el objeto de estudio de El Capital. Si el objeto de estudio es tenido en cuenta, entonces vemos que, cuando Marx avanza sobre él, nos muestra cómo engarza con otros muchos aspectos, ofreciéndonos la base para desarrollar un análisis coherente.
Para sostener esta “ceguera” y la necesidad de una corrección feminista del marxismo, Federici omite cuestiones clave de Marx, Engels y otros marxistas. Tras hablar de la “incapacidad [de Marx] para ver más allá de la fábrica” (p. 16), Federici expone su propuesta de conclusión superadora: “pensar la sociedad y la organización del trabajo como formado por dos cadenas de montaje: una que produce mercancías y otra […] que produce trabajadores” (p. 18). Federici afirma esto y mantiene un ruidoso silencio sobre Engels (y sobre Bebel, Zetkin, etc.). Engels, en el prefacio de 1884 de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, inicia diciendo que existen dos especies de producción: la de los medios de vida y la del ser humano mismo. Y no se reduce a afirmar lo que Federici descubre en 1970 para el modo de producción capitalista, sino que Engels (apoyándose además en notas de Marx) expone la relación entre estas dos especies de producción a lo largo de la historia. La distinción entre esas dos especies está desde el inicio del marxismo, en La ideología alemana, texto de 1845-1846.
Esto son solo dos pequeñas muestras de que no hay aporte esencial en el texto de Federici y sí profunda confusión. Pero los problemas aumentan porque Federici no ejerce una perspectiva dialéctica (no analiza los aspectos contradictorios de los procesos, sino que los enfoca unilateralmente), lo cual le lleva a tergiversar el análisis de Marx. Llama especialmente la atención cómo transforma las conclusiones marxistas sobre el desarrollo de las fuerzas productivas. Según Federici (p. 97) “Marx creía que […] una vez que la industria moderna [capitalista] hubiera reducido al mínimo el trabajo socialmente necesario, daría comienzo una era en la que por fin seríamos dueños de nuestra existencia”. Y concluye: “Nunca explicó cómo se produciría esta ruptura.” En realidad, Marx dijo muy claramente que la ruptura se produciría mediante la organización del proletariado en partido, la toma del poder, la socialización de los medios de producción y la construcción del socialismo. Pero este aspecto político de la teoría de Marx, hay que subrayarlo, no le interesa a Federici, pues no se vincula a la práctica política comunista; única práctica integralmente coherente con el marxismo.
Todo lo anterior, acompañado por el idealismo de Federici (no basa sus propuestas políticas en las condiciones objetivas de los explotados), le conduce a propuestas reformistas inoperantes, no desarrolladas a partir del proceso social real en curso, el cual no es captado por su análisis. El llamado “salario doméstico” fue una de sus quimeras reformistas en los años setenta, el cual no podía tener más resultado que recluir a la mujer en el hogar, y además en el momento preciso en que esta situación mostraba su tendencia a decrecer. Es decir, el modo de producción capitalista era más revolucionario que la teoría de Federici.
En resumen, partiendo de la teoría de Federici no hay posibilidad de comprender el marxismo ni la realidad, ni hay opciones para una práctica revolucionaria. Sí las hay mediante el estudio del marxismo-leninismo y su aplicación concreta: mediante la organización de la clase obrera para la toma del poder y la socialización de los medios de producción; mediante la toma del control sobre nuestro trabajo y los productos de nuestro trabajo, incluida la reorganización de los cuidados. En otro artículo podremos ver que, para esto último, Zetkin nos ayuda más que Federici, y que incluso para luchar por reformas en un momento dado es necesaria una perspectiva revolucionaria integral.
Quien desee revisar el primer libro de El Capital en busca de este tema, precisa leer: los puntos 1 y 2 del primer capítulo, el punto 3 del capítulo IV, los puntos 3.a. y 9 del capítulo XIII, y los capítulos XVII y XXI. Hay que señalar que todo El Capital es una obra indispensable, y que no es fácil leerla a saltos. Pero no es imposible. Sirva esta cita como aliciente:
Como no es posible suprimir totalmente ciertas funciones de la familia, como por ejemplo las de cuidar a los niños, darles de mamar, etc., las madres de familia confiscadas por el capital tienen que contratar a quien las remplacen en mayor o menor medida. Es necesario sustituir por mercancías terminadas los trabajos que exige el consumo familiar, como coser, remendar, etc. El gasto menor de trabajo doméstico se ve acompañado por un mayor gasto de dinero. Crecen, por consiguiente, los costos de producción de la familia obrera y contrapesan el mayor ingreso. A esto se suma, que se vuelven imposibles la economía y el uso adecuado en el consumo y la preparación de los medios de subsistencia. Acerca de estos hechos, encubiertos por la economía política oficial, se encuentra un abundante material en los Reports de los inspectores fabriles… (p. 482).
La carta de Marx a Kugelmann del 11 de julio de 1868, accesible en Internet, también será útil para comprender de manera más precisa la cuestión del valor.
La superación del modo de producción capitalista y la construcción de una sociedad sin explotación ni opresiones pasa por la recuperación, estudio y desarrollo del marxismo-leninismo como guía total para la acción.