Un nombre para la historia:
Clara Zetkin
«La mujer proletaria lucha mano a mano con el hombre de su clase contra la sociedad capitalista».
No me resulta fácil hablar de Clara Zetkin sin rebelarme, por el olvido al que ha sido injustamente condenada. Esta figura histórica, trascendental en los orı́genes del socialismo revolucionario y en la lucha obrera alemana, ha sido abandonada a un rincón de la memoria de unas pocas utópicas. Pero lo que realmente me entristece e indigna es que Clara siga siendo ignorada por parte de la izquierda del siglo XXI y también invisibilizada, por esas mujeres que se arrogan el liderazgo del movimiento feminista actual, que parece tener como objetivo, desvincular definitivamente, la lucha por la liberación de la mujer de la lucha de clases.
Analizando la historia, la evolución de los movimientos feministas y el enfrentamiento ideológico que a menudo se advierte entre los diversos grupos existentes, no es desafortunado hacer en la actualidad los mismos análisis y planteamientos que en su dı́a hizo Clara Zetkin, para encontrar explicación a las diferentes reivindicaciones de unos y otros, e identificar sin dificultad a los integrados por trabajadoras y amas de casa con conciencia de clase, de los integrados por la clase burguesa.
Tampoco es difı́cil descubrir que, parte del peso de la liberación de la mujer burguesa cayó, y sigue en parte recayendo, sobre las espaldas de la mujer proletaria, que es quien libera a la mujer burguesa del yugo de las tareas domésticas -incluido muchas veces el cuidado de los miembros enfermos de la familia- por salarios vergonzosos. Sin ir más lejos, en este mayo confinado venı́a una oferta de trabajo en los siguientes términos: “Se necesita interna, que justifique que, o bien ha pasado el coronavirus o no es portadora del mismo.
El sueldo es de 500 euros mensuales y un dı́a libre semanal. Puede ser extranjera con papeles o sin ellos”. Aunque nos resistamos a admitirlo, a pesar de los cambios de sensibilidad social y legislativa de los últimos años, esta es una realidad de explotación laboral con la que convivimos sin escandalizarnos. Quizás el hecho de que Clara Zetkin considerase al ama de casa como prestadora de servicios a la sociedad, y por lo tanto parte del tejido productivo, es lo que marque la diferencia entre ambos movimientos.
Muchas mujeres que trabajan fuera del hogar, cuyos salarios no son precisamente la media de la mayorı́a, se ven obligadas a recurrir a la contratación de empleadas del hogar, convirtiéndose en patronas. Por lo tanto la valoración de esos servicios corre a cargo de las empleadoras. Esa devaluación del valor del trabajo de la mujer denominada “ama de casa”, cuyo labor consiste en cuidar de los miembros de la familia, mantener la limpieza de la casa, administrar un salario, hacer la comida, lavar, planchar, etc… -por supuesto siempre y cuando esta decisión “laboral” haya sido tomada en libertad y consensuada- no la excluye de formar parte de la clase trabajadora y, como consideraba Clara Zetkin, parte del tejido productivo.
Estoy casi segura que la no desvinculación de Clara de la liberación femenina de la lucha de clases, y el reconocimiento del trabajo de la mujer en el hogar, fue lo que movió a las ONU a prescindir del término Trabajadora, cuando declaró en 1975 el 8 de marzo el “Dı́a Internacional de la Mujer”.
Para Clara Zetkin el modelo de familia creada por la alta burguesı́a, carece desde su origen de presupuestos morales. Por el contrario para Clara la familia debe estar formada como unidad moral y no económica y la función de madre y educadora, reafirma en la mujer su determinación para la lucha; por eso es imprescindible contar con ella. Afirma que la emancipación de la mujer proletaria debe ser una lucha junto al hombre de su clase; mientras que la burguesa lucha contra el hombre de su clase.
Eso no quiere decir, según Clara, que la proletaria no apoye las reivindicaciones del movimiento femenino burgués, al que reconoce como el instrumento que pueda facilitar el acceso del proletariado al poder polı́tico. Por lo tanto, para Clara, es justo exigir que, en la misma medida, el movimiento femenino burgués apoye las reivindicaciones de las mujeres proletarias. Ya en su dı́a Clara intentó fusionar ambas tendencias, en aras de un movimiento feminista más fuerte, pero dicha fusión resultó inviable.
En la actualidad parece que ambas tendencias se han unificado, teniendo como denominador común la violencia de género, pero esto es un espejismo. A pesar de la creación de juzgados especı́ficos, formados por mujeres, y juicios rápidos, quienes conocemos el funcionamiento de muchos de ellos, hemos podido comprobar en qué condiciones se enfrenta una mujer de escasos recursos o sin ellos, a este proceso, en donde se ve obligada a tener la asistencia de la abogada de turno que le toque a suerte en dicho juzgado, sin poder contratar una abogada especialista en este tipo de procesos.
Ası́ pone no sólo su vida sino su futuro, en manos de una letrada que a veces se persona sin haber leı́do ni un renglón de la denuncia de su representada, y mucho menos conocer sus antecedentes de violencia en el hogar, ni como pudo salvar la vida en el caso que se juzga. Ante la indefensión se dictan sentencias que a cualquier persona le sobrecogen; unos pocos metros de alejamiento, ningún seguimiento del caso, condenas mı́nimas, negativas a dar la orden de que se mantenga informada a la vı́ctima, etc…
Esto nunca sucederı́a en el caso de que esa misma vı́ctima formase parte de “otra clase social”, ya que tendrı́a una defensa justa y razonable. Todo esto puede sonar polı́ticamente incorrecto, pero no estoy reflejando más que la verdad y evitando generalizar, cosa que siempre resulta injusta. Lo que me reafirma en la teorı́a de que no se puede desligar la defensa de los derechos de la mujer de la lucha de clases, porque habrá una gran mayorı́a de mujeres que se verán privadas de los derechos que otras gozan. Si recurrimos a las estadı́sticas, podremos comprobar a que “extracto social” pertenecen la mayorı́a de las vı́ctimas.
La obra “La mujer y el socialismo” de August Bebel, causó en Clara una enorme influencia, refiriéndose a la obra con la exclamación de: “¡ha sido un evento, un acontecimiento!”. Dicha influencia se evidenció en el discurso que pronunció el 16 de octubre de 1896, en donde por primera vez ponı́a en claro las relaciones vinculantes de la que ella denominaba “cuestión femenina”, con el desarrollo histórico y se afirmaba en que: “solamente podemos conquistar el futuro si las mujeres combaten al lado de los hombres”. Como trabajadora y madre de familia, siempre tuvo presente la “cuestión femenina” en todos sus discursos, y luchó para salvaguardar la dignidad de la mujer en el trabajo y en el hogar.
Su iniciación en el marxismo se produjo durante su exilio en Parı́s. Fue allı́ donde en carne propia sufrió las penurias que hasta entonces le habı́an sido ajenas. Fueron unos años durı́simos para Clara y su familia; su compañero Osip Zetkin – del que Clara adoptó su apellido-, y los dos hijos de ambos. Pero lejos de sucumbir ante la precaria situación, se iba reafirmando en sus convicciones marxistas; convicciones que defendió hasta el final de sus dı́as, como queda reflejado en su último discurso de apertura ante el Parlamento Alemán (Reichstag) el 30 de agosto de 1932, donde incitaba con voz desgarrada a las masas internacionales de proletarios a luchar contra el fascismo. Poco después tuvo que exiliarse a Rusia, patria de su compañero Osip, muriendo cerca de Moscú el 20 de junio de 1933.
Clara fundó en 1891 el primer periódico feminista que se publicaba en Europa, el DIE GLEICHHTI –cuya traducción al castellano es IGUALDAD- donde ella era redactora y todo el personal laboral mujeres. Desde sus páginas, no se limitó a defender el derecho al voto femenino universal, sino que exhortó a las mujeres a posicionarse contra la guerra.
En 1915 organizó en Berna (Suiza) una Conferencia de Mujeres Socialistas contra la guerra, encabezando ası́ la oposición frente a la lı́nea oficial de su partido. Entendiendo que la formación a la que pertenecı́an estaba alejándose de los principios marxistas, que eran su seña de identidad. Ese mismo año inicia, junto Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, la reagrupación de la izquierda de la socialdemocracia, que culminó en la formación de una corriente interna que se denominó “Movimiento Espartaquista”.
En ese momento firmaron su sentencia de muerte, ya que muchos fueron asesinados vilmente, como sucedió con Karl Liebknecht y su gran amiga Rosa Luxemburgo. No obstante quince dı́as antes, el 30 de diciembre de 1918, los tres compañeros habı́an fundado en Berlı́n el Partido Comunista de Alemania, en donde Clara militó hasta el final de su vida. En 1920 es elegida Presidenta del Movimiento Internacional de las Mujeres Socialistas y participa en el II Congreso de la Internacional Comunista. En 1921 entra a formar parte del Comité Ejecutivo y del Presidium de la III Internacional. En 1924 asume la presidencia del Socorro Rojo Internacional y en 1931 participa en Berlı́n en el Congreso Internacional del Socorro Obrero, del que formaba parte su hijo mayor, que acudió como médico, al frente republicano de nuestra guerra civil. Esto sólo son pinceladas de su intensa vida polı́tica y que demuestra que su actividad y compromiso con el movimiento obrero sólo culminó con su muerte.
Su legado intelectual es amplı́simo, en donde plasma y analiza escrupulosamente sus convicciones marxistas, con claridad y sin concesiones. Sus discursos e intervenciones, ası́ como sus escritos, son de un gran valor literario; estructurados magistralmente y en un cuidado lenguaje, entendible para hombres y mujeres de cualquier condición. Siempre alejada del discurso hueco y altisonante que predomina en nuestros dı́as, donde se mercadea sin ningún pudor, donde se navega entre ambigüedades y deslealtad para con la verdad. Clara en cambio siempre fue transparente en su prosa, sensible al sufrimiento ajeno, consecuente con la moral marxista, pacifista, valiente y rotunda a la hora de denunciar las injusticias. Reitero que, el destacado papel de Clara en el movimiento obrero alemán, fue determinante.
La intensa actividad que desarrolló durante los años 20, a pesar de su frágil salud, demuestra que en ella la edad intervenı́a en su mente de forma positiva y que, hasta el fin de sus dı́as mantuvo una lucidez intelectual absoluta. Eso quedó demostrado con creces en una de sus últimas intervenciones públicas, el dı́a 30 de agosto de 1932, cuando por ser la diputada de mayor edad, tuvo que pronunciar el discurso de apertura del Reicchstag – Parlamento Alemán-.
Su intervención fue desgarradora, incitando a las masas internacionales a luchar contra el fascismo, mientras comprobaba como los votos de miles de proletarios a los que dedicó su vida defendiendo sus derechos, habı́an hecho posible el triunfo del Partido Nazi. Su reclamación resultó estéril y poco después tuvo que exiliarse a Rusia (patria de su primer compañero del que ella habı́a adoptado su apellido), donde falleció meses después, el 20 de junio de 1933, a la edad de 76 años. La dimensión intelectual y polı́tica de Clara, supuso que se tomase su cerebro y se trasladase al Instituto Cerebral de la Academia de Ciencias de la URSS, a fin de llevar a cabo un estudio del mismo.
Este Instituto, fundado por un cientı́fico refugiado alemán, estaba dedicado al estudio de las masas cerebrales de personajes que destacaron en los diversos campos en los que el ser humano desarrolla todo su potencial intelectual, polı́tico, cultural y cientı́fico. Cabe destacar que fue el primer cerebro de mujer analizado. Dos dı́as después de su fallecimiento, numerosos delegados del movimiento obrero internacional y cientos de miles de moscovitas, acompañaron a Clara en su último viaje hasta la muralla del Kremlin, lugar en el que sus restos mortales fueron depositados.
Remontándonos al 27 de agosto de 1910, con motivo de la celebración de la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, que se celebró en Copenhague (Dinamarca) y al que acudieron más de cien delegadas de diecisiete paı́ses; representantes de partidos polı́ticos, sindicatos y organizaciones de mujeres, a instancias de las delegadas estadounidenses, Clara Zetkin propuso declarar el dı́a 8 de marzo como “Dı́a Internacional de la Mujer Trabajadora”; dicha propuesta fue aprobada por unanimidad.
Se habı́a elegido esa fecha, porque el 8 de marzo de 1857 en Nueva York se organizó una marcha con de cientos de trabajadoras del textil, reclamando salarios dignos y mejores condiciones de trabajo. Esta jornada reivindicativa se saldó con la muerte de dos centenares de trabajadoras, como consecuencia de la sangrienta y brutal represión policial.
Un año después de la declaración del 8 de marzo como “Dı́a Internacional de la Mujer Trabajadora”, fue también Nueva York el escenario sangriento de la lucha de las mujeres, donde murieron calcinadas ciento veintitrés obreras y veintitrés obreros del textil -este último dato siempre se omite– La mayorı́a de las vı́ctimas, mujeres y hombres, eran adolescentes y jóvenes inmigrantes, cuyas edades oscilaban entre los 14 y 21 años, que protestaban no sólo por los bajos salarios, sino por las condiciones de insalubridad en las que trabajaban. Estos hechos sucedieron un 25 de marzo.
Quienes, de una forma u otra, militan activamente en opciones polı́ticas, sindicales o sociales, deben tratar de recuperar figuras como la de Clara Zetkin que, por su trayectoria polı́tica, intelectual y humana, pueden servir de referente y señalar el camino a seguir, mediante el testimonio de su propia experiencia y el legado valiosı́simo de su pensamiento al que, la diversidad temática de sus artı́culos lo enriquece y universaliza. Clara huye de la contemporización que evita el compromiso vinculante y, su lenguaje fluido, forma parte de la propia lucha de clases; las acerca hasta la identificación.
Esperemos que algún dı́a se le haga justicia y que el 8 de marzo luzcamos, orgullosas y orgullosos, su retrato en nuestro pecho, en señal de agradecimiento por una vida entregada a la defensa de los derechos humanos más elementales.
Alicia Martı́nez del Burgo Vigo,
Primavera confinada del 2020