París, tomar el cielo por asalto.

París, tomar el cielo por asalto.

París, tomar el cielo por asalto.

 “Se debía haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles”.

La apreciación que Marx hace de la Comuna de París,
corona sus cartas a Kugelmann. Y esta apreciación es particularmente instructiva si la comparamos con los métodos empleados por los socialdemócratas rusos de ala derecha. Plejánov, que después de diciembre de 1905 exclamó con pusilanimidad: y ¡No se debía haber empuñado las armas!”, tenía la modestia de compararse con Marx, afirmando que también Marx frenaba la revolución en 1870.
Sí, también Marx la frenaba. Pero fíjense en el abismo que hay entre Plejánov y Marx en la comparación hecha por el primero.
En noviembre de 1905, un mes antes de que llegase a su punto culminante la primera ola revolucionaria rusa, Plejánov no sólo no advertía resueltamente al proletariado, sino que, por el contrario, afirmaba sin ambages que era necesario aprender a manejar las armas y armarse. Pero cuando un mes más tarde estalló la lucha, Plejánov, sin sombra de análisis de su papel e importancia en la marcha general de los acontecimientos, de su enlace con las formas anteriores de lucha, se apresuró a pasar por un intelectual arrepentido gritando: “¡No se debía haber empuñado las armas!”

En septiembre de 1870, medio año antes de la Comuna, Marx advirtió francamente a los obreros franceses, diciéndoles en el famoso Manifiesto de la Internacional que la insurrección sería una locura. Marx puso al descubierto de antemano las ilusiones nacionalistas respecto a la posibilidad de que el movimiento se desarrollase en el mismo sentido que en 1792. Marx supo decir muchos meses antes, y no ya después de los acontecimientos: “No se debe empuñar las armas”.
Pero, ¿qué posición asumió Marx cuando esta obra desesperada, según su propia declaración de septiembre, empezó a tomar vida en marzo de 1871? ¿Acaso Marx aprovechó esta ocasión (como lo hizo Plejánov con respecto a los acontecimientos de diciembre) únicamente en “detrimento” de sus adversarios, los proudhonistas y blanquistas que dirigían la Comuna? ¿Acaso se puso a gruñir como un bedel: “ya os decía yo, ya os advertía, y ahí tenéis vuestro romanticismo, vuestros delirios revolucionarios”? ¿Acaso Marx se dirigió a los comuneros como Plejánov a los luchadores de diciembre con su sermón de filisteo autosatisfecho: “No se debía haber empuñado las armas”?
No. El 12 de abril de 1871 Marx escribió una carta llena de entusiasmo a Kugelmann, carta que con gran placer colgaríamos en la casa de cada socialdemócrata ruso, de cada obrero ruso que supiera leer.

Marx, que en septiembre de 1870 consideraba la insurrección como una locura, en abril de 1871, al ver el carácter popular y de masas del movimiento, lo trata con la máxima atención de quien participa en los grandes acontecimientos que marcan un paso adelante en el histórico movimiento revolucionario mundial.
Esto —dijo Marx— es un intento de destrozar la máquina burocrática militar, y no simplemente de entregarla a otras manos. Y Marx canta un verdadero hosanna a los “heroicos” obreros de París dirigidos por proudhonistas y blanquistas. “¡Qué flexibilidad —escribió Marx—, qué iniciativa histórica y qué capacidad de sacrificio tienen estos parisienses!” (pág. 88)… “La historia no conoce todavía otro ejemplo de heroísmo semejante”.

La iniciativa histórica de las masas es lo que más aprecia Marx. ¡Oh, si nuestros socialdemócratas rusos aprendieran de Marx a valorar la iniciativa histórica de los obreros y campesinos rusos en octubre y diciembre de 1905!
A un lado, el homenaje a la iniciativa histórica de las masas por parte del más profundo de los pensadores, que supo prever medio año antes el revés; y al otro, el rígido, pedantesco, falto de alma: “¡No se debía haber empuñado las armas!” ¿No se hallan acaso tan distantes como la tierra del cielo?
Y en su calidad de participante en la lucha de masas, en la que intervino con todo el entusiasmo y pasión que le eran inherentes, desde su exilio en Londres, Marx emprende la tarea de criticar los pasos inmediatos de los parisienses “valientes hasta la locura” y “dispuestos a tomar el cielo por asalto”.
¡Oh, cómo se habrían mofado entonces de Marx nuestros actuales sabios “realistas” de entre los marxistas que, en 1906-1907, se mofan en Rusia del romanticismo revolucionario! ¡Cómo se habría burlado esta gente del materialista, del economista, del enemigo de las utopías que admira el “intento” de tomar el cielo por asalto! ¡Cuántas lágrimas, cuántas risas condescendientes, cuánta compasión habrían prodigado todos estos hombres enfundados respecto a las tendencias motinescas, utopistas, etc., etc., con motivo de semejante apreciación del movimiento dispuesto a asaltar el cielo!

Pero Marx no estaba penetrado de la “archisabiduría de los gobios, que temen analizar la técnica de las formas superiores de la lucha revolucionaria, y analizó, precisamente, estas cuestiones técnicas de la insurrección. ¿Defensiva u ofensiva?, pregunta, como si las operaciones militares se desarrollasen a las puertas de Londres. Y responde: sin falta, la ofensiva, “se debía haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles… .”

Esto lo escribía Marx en abril de 1871, unas semanas antes del grande y sangriento mes de mayo…
Los insurrectos que se lanzaron a la obra “loca” de tomar el cielo por asalto (septiembre de 1870) “debieron haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles”.
“No se debía haber empuñado las armas” en diciembre de 1905, para defenderse por la fuerza contra los primeros intentos de arrebatar las libertades conquistadas… |
¡Sí, no en vano se comparaba Plejánov con Marx!
“El segundo error —continúa Marx en su crítica de carácter técnico—, consiste en que el Comité Central” (es decir, la dirección militar; tomen nota, pues se trata del CC de la Guardia Nacional) “renunció demasiado pronto a sus poderes…”
Marx sabía prevenir a los dirigentes contra una prematura insurrección. Pero ante el proletariado que asaltaba el cielo, adoptaba la actitud de consejero práctico, de participante en la lucha de las masas que elevan todo el movimietto a un grado superior, a pesar de las teorías falsas y los errores de Blanqui y Proudhon.
“De cualquier manera —escribía Marx—, la insurrección de París, incluso en el caso de ser aplastada por los lobos, cerdos y viles perros de la vieja sociedad, constituye *la proeza más gloriosa de nuestro partido desde la época de la insurrección de junio”.
Y Marx, sin ocultar al proletariado mi uno solo de los errores de la Comuna, dedicó a esta proeza una obra que hasta hoy día es el mejor guía para la lucha por el “cielo”; y el espanto más temido por los “cerdos”, liberales y radicales.
Plejánov dedicó a diciembre una “obra” que se ha convertido casi en el evangelio de los demócratas constitucionalistas.
Sí, no en vano se comparaba Plejánov con Marx. Kugelmann respondió a Marx, manifestándole, por lo visto, algunas dudas, haciendo alusiones a lo desesperado de la empresa, al realismo en oposición al romanticismo; en todo caso, comparaba la Comuna, la insurrección, con la manifestación pacífica del 13 de junio de 1849 en París.
Marx inmediatamente (el 17 de abril de 1871), da una severa réplica a Kugelmann.
“Naturalmente —escribe—, sería sumamente cómodo hacer la historia universal si la lucha se pudiese emprender sólo con infalibles probabilidades de éxito”.

En septiembre de 1870, Marx calificaba la insurrección de locura. Pero, cuando las masas se sublevan, Marx quiere marchar con ellas, aprender al lado de las masas, en el curso mismo de la lucha, y no dedicarse a darles consejos burocráticos. Marx comprende que los intentos de prever de antemano, con toda precisión, las probabilidades de éxito, no serían más que charlatanería o vacua pedantería. Marx pone, por encima de todo, el que la clase obrera crea la historia mundial heroicamente, abnegadamente y con iniciativa. Marx consideraba a la historia desde el punto de vista de sus creadores, sin tener la posibilidad de prever de antemano, de un modo infalible, las probabilidades de éxito, y no desde el punto de vista del filisteo intelectual que viene con la moraleja de que “era fácil prever…, no se debía haber empuñado…”

Marx sabía apreciar también el hecho de que hay momentos en la historia en que la lucha desesperada de las masas, incluso por una causa sin perspectiva, es indispensable para los fines de la educación ulterior de estas masas y de su preparación para la lucha siguiente.

A nuestros quasi-marxistas actuales, a los que gustan citar a Marx al tuntún, con el único fin de utilizar su apreciación del pasado y no de aprender de él a crear el futuro, les es completamente incomprensible, incluso ajena en principio, semejante manera de plantear el problema. Plejánov ni siquiera pensó en ella al emprender, después de diciembre de 1905, la tarea de “frenar…”

Pero Marx plantea precisamente este problema, sin olvidarse en lo más mínimo de que, en septiembre de 1870, él mismo consideraba como locura la insurrección.

“Los canallas burgueses de Versalles —escribe Marx—, plantearon ante los parisienses la alternativa: aceptar el reto a la lucha o entregarse sin luchar. La desmoralización de la clase obrera en este último caso habría sido una desgracia mucho mayor que el perecimiento de cualquier número de líderes”,

Con esto terminaremos nuestro breve esbozo sobre las enseñanzas de una política digna del proletariado, tal como nos las ofrece Marx en sus cartas a Kugelmann.

Lenin
Del prefacio de las “Cartas de C. Marx a L. Kugelmann”.
5 de febrero de 1907

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

Seguramente el lector desconoce que en 1871 la clase trabajadora de París instauró de manera revolucionaria en 1871 el primer Estado obrero socialista de la Historia. Antes hubo algunos embriones estatales impulsados por objetivos de justicia social. Pero la Comuna de Paris fue la primera experiencia en la era del socialismo con la bandera roja al frente. Experiencia ahogada en sangre con miles de muertos, encarcelados y deportados por la burguesía.
Para avanzar en la formación ideológica comunista, en la reflexión política y en la acción colectiva consciente hay algunas razones importantes que justifican dedicar tiempo en este 2021 a estudiar de la mano de Marx, Engels y Lenin esta grandiosa experiencia histórica.

1.- Conocer el método de Marx, Engels y Lenin de realizar el análisis político.
Marx a través de su obra “La guerra civil en Francia”, Engels a través de la introducción de dicha obra y Lenin a través de toda una serie de reflexiones expuestas en artículos, discursos y libros desde 1905 hasta 1919 construyeron un método científico que combina los análisis politológicos con los sociales para indagar en las razones profundas de los procesos sociales. La politología burguesa que se estudia hoy en las facultades convencionales se concentra en la apología del sistema capitalista, en vaciar de contenido el análisis científico y en ocultar las contradicciones sociales porque cuestionan, los pilares en los que se asienta el sistema: la propiedad, ya no sólo simplemente privada, sino en manos de una oligarquía financiera cada vez más reducida y poderosa de los grandes medios de producción, ya completamente monopolizados. El sistema capitalista acepta todo, cualquier novedad en materia de género, modas, ideologías delirantes, banalidades, medio ambiente o incluso forma estatal. Pero es intransigente en los puntos centrales de la reflexión de estos tres genios teórico prácticos.
2.- Descubrir que la Comuna privó a la burguesía del poder político y militar para implantar una verdadera democracia.
El Consejo de la Comuna lo formaron concejales elegidos por sufragio universal en los distritos de Paris. Responsables ante el pueblo y revocables en todo momento. Algunos eran famosos como el escritor Jules Valles o el pintor Gustave Courbet, otros desconocidos como el zapatero Gaillart o el estudiante Rigoux. Su primer decreto fue abolir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado, señala Marx en “La guerra civil en Francia”. La Policía fue convertida en un órgano de la Comuna revocable en todo momento ¿Ha perdido actualidad que el pueblo controle la violencia pública y no la burguesía?

3. Estudiar la organización democrática que planea el primer Estado obrero.
La Comuna fue un órgano ejecutivo y legislativo al mismo tiempo. Abolió el Estado burgués e implantó dos medidas revolucionarias. Primera: todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza fueron elegidos por el sufragio universal. Los electores podían revocar en todo momento a sus elegidos. Se abolió la casta de burócratas, maestros y jueces al servicio del sistema burgués. Segunda: todos los funcionarios altos y bajos eran retribuidos como los demás trabajadores. Se acabaron los enormes salarios, privilegios, pensiones vitalicias y “puertas giratorias” hacia los consejos de administración de las grandes empresas que hoy son la recompensa capitalista a sus administradores políticos, ya sean presidentes, ministros o diputados. Engels denuncia en 1891 el sistema de partidos burgueses que se convierten en “señores” y dueños de la sociedad y del pueblo. Ya en EEUU se instalaron “dos grandes cuadrillas de especuladores políticos” que en el siglo XXI en España son los partidos y coaliciones del sistema, bipartidismo o multipartidismo, muchos de ellos apoyados de distintas maneras por el gran capital. Engels recuerda que en una república democrática burguesa o bajo la monarquía “el Estado no es más que la máquina para la opresión de una clase por otra”

4.- Abaratar los costos de la administración pública
La Comuna al rebajar los gastos de representación y los grandes salarios de los altos funcionarios y al abolir el ejército permanente hizo una gestión pública más barata. De plena actualidad frente a los abundantes casos de malversación de fondos, altos gastos, robos al erario e inversiones ajenas al interés público.

5.- Invalidar el axioma superado de la fingida “independencia judicial”
Axioma sagrado para la democracia burguesa según el cual el poder judicial debe ser “independiente” de todo poder ejecutivo. Principio que fue revolucionario cuando lo planteó Montesquieu en el siglo XVIII contra la arbitrariedad de los tribunales del rey absolutista, pero contrarrevolucionario cuando sirve para el law fare, la farsa judicial orquestada para defender a la clase dominante. No es más que, dice Marx, una “fingida independencia” ya que la judicatura está sometida al poder político y económico por vía de las leyes vigentes que deben aplicar y que expresan intereses clasistas y además por vía de las componendas de las fuerzas en el poder para imponer a sus agentes al frente de los tribunales. Los magistrados, insiste Marx, “habían de ser funcionarios electivos, responsables y revocables”.

6.- Crear una economía al servicio de la sociedad
Hoy, cuando los servicios públicos, el gas, la electricidad, el teléfono, internet, la construcción, las obras públicas, la vivienda, la sanidad, las pensiones, los bancos, la industria, el transporte, el ocio, la alimentación, las medicinas, el comercio… están cada vez en manos de grandes monopolios cobra actualidad el decreto de la Comuna de ocupar las fábricas abandonadas por sus dueños y entregarlas a cooperativas obreras. Marx dice que la Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería “convertir la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, las tierras y el capital, que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado”. Seguramente el socialismo pasa por grandes monopolios públicos controlados por la clase trabajadora y una red auxiliar de pequeñas empresas cooperativas.

7.- Estudiar la primera experiencia dirigida por la clase obrera.
Marx observa que fue la “primera experiencia en que la clase obrera fue abiertamente reconocida como la única clase social capaz de iniciativa social”. Frente a la estafa posmoderna que reemplaza el concepto “clase” por “multitud” este análisis sigue vigente hoy.

8.- Analizar la propuesta de liberar la enseñanza y la ciencia de los prejuicios de la clase burguesa.
Mientras la enseñanza y educación básicamente reproduce la ideología de la clase dominante plenamente vigente esta propuesta de la Comuna.

9.- Eliminar el chovinismo nacional para construir la unidad internacional de los trabajadores
Marx enfatiza el rechazo de la Comuna al chovinismo nacionalista que envenenaba y lo sigue haciendo hoy la unidad de los explotados. Dice que Prusia robó dos provincias francesas pero la Comuna “anexionó a Francia los obreros del mundo entero… Concedió a todos los extranjeros el honor de morir por una causa inmortal”. La Comuna designó al obrero húngaro Leo Frankel su ministro de trabajo y a dos obreros polacos sus jefes militares. Es un adelanto de las grandes epopeyas internacionalistas: las Brigadas Internacionales en la guerra de España, las misiones militares cubanas en apoyo de Argelia, Congo, Angola, Namibia, Etiopia y Sudáfrica y la ayuda soviética a España, Corea, Cuba, Vietnam y Afganistán.

10.- Conocer las limitaciones de la Comuna, pero su absoluta necesidad
Como dijo Lenin la Comuna se limitó a una sola ciudad, sufrió de la incomprensión del resto de los trabajadores de Francia y estuvo guiada por dos fracciones de los socialistas franceses, los blanquistas y los proudhomistas (también había jacobinos, anarquistas bakuninistas y otras) que no sabían lo que hacían. Hubo que esperar a la Revolución soviética para que el Estado obrero y campesino, el Estado soviético, se extendiese a todo un inmenso país y a una federación de repúblicas. Lenin en su “Enseñanzas dela Comuna” destacó dos errores de la Comuna: no haber expropiado el Banco de Francia y no haber derrotado militarmente sin titubear al gobierno burgués. Aun así, fue una experiencia revolucionaria que empujó toda una oleada de luchas que condujeron a la Revolución soviética en 1917, a la resistencia antifascista de los años 30 y 40, a la derrota del nazismo en 1945, a la Revolución china en 1949, a luchas anticolonialistas y a victorias de la clase trabajadora. De hecho, la Comuna aún derrotada, marcó la construcción histórica de un proletariado francés combativo que en el siglo XXI asombra al mundo con su rebelión de los “chalecos amarillos”, de un partido comunista que trata de reconstruirse, de un pensamiento marxista que sigue influyente a pesar de las victorias capitalistas y retrocesos revolucionarios.

De manera que la Comuna de París es un gran hito de la lucha de los oprimidos y explotados por construir un Mundo socialista que conserva vivas sus enseñanzas.

José Antonio Egído: Sociólogo

La bandera roja y la Comuna

La bandera roja y la Comuna

La bandera roja y la Comuna

“Aquella enseña con la que se le atacaba, bajo la que entregaba tantas víctimas, pasó a ser su símbolo, la bandera de la República mundial”.

En mayo de 1871 fue derrotada, hace 150 años, La Comuna de París. Las tropas de Versalles aplastaron a sangre y fuego a los insurrectos parisinos. Fusilaron a centenares en el famoso Muro de los Federados del cementerio de Père-Lachaise, y condenaron a miles a la prisión, al destierro. Carlos Marx, Engels, Lenin, consideraron este movimiento como el primer ensayo de un gobierno obrero de la historia, e incitaron ardientemente a su estudio, para asimilar sus enseñanzas, las de sus avanzadas leyes en los dos meses de gobierno, y las de la derrota. Y entre todas las conexiones que desde nuestra identidad revolucionaria establecemos con La Comuna, destaca una de carácter simbólico que conviene recordar. Se trata del origen de la enseña revolucionaria por excelencia, la bandera roja, la que protagoniza todas las luchas obreras, la que preside nuestros actos en cada 1º de mayo, la que colorea las manifestaciones que, antes de la pandemia, poblaban las calles, la que ensalza nuestros sueños de liberación, por la que muchos dieron la vida. Y la bandera roja tiene su origen en La Comuna.

Espartaco, el esclavo que se rebeló contra Roma, se envolvía en una toga roja para celebrar sus victorias, los campesinos alemanes ondearon banderas rojas en su revuelta de 1524; pero no fue ahí donde se incardinó como emblema de los desposeídos, de los parias, sino en La Comuna. Lo que no es muy conocido es que antes, la bandera roja había sido una bandera de orden. Tras la Revolución Francesa de 1789 se produjeron conflictos sociales en los que los gremios, los artesanos, comenzaron a manifestarse públicamente, en las calles, expresando sus protestas por las reivindicaciones no atendidas. La lucha de los panaderos parisinos, por ejemplo, fue muy extensa y dura. Ante los desordenes que estos conflictos ocasionaban, la Asamblea Nacional decretó una ley marcial. Y en esa ley se decía que la bandera roja era el símbolo, en cada pueblo o ciudad, de su promulgación. Era la bandera que debían enarbolar las tropas antes de cargar contra las manifestaciones populares. En 1791 la Guardia Nacional cargó, precedida por una bandera roja, contra una protesta republicana en lo que se ha conocido como la masacre del Campo de Marte.

El pueblo estaba acostumbrado a ser reprimido bajo esa enseña, pero ocurrió que subvirtió el orden, y asoció la bandera roja a la revolución y a la emancipación popular, que ya tenía aspiraciones socialistas, federalistas, uni-versales. El símbolo, aquella enseña con la que se le atacaba, bajo la que entregaba tantas víctimas, pasó a ser su símbolo arrebatado, la señal de que acabaría toda opresión y reinaría la verdadera fraternidad. Así que ese símbolo de violencia estatal se convirtió en el símbolo del sacrificio, de la lucha. Fue así paulatinamente, hasta que La Comuna de Paris, victoriosa, arrió la tricolor e izó la bandera roja en el ayuntamiento de Paris, que en ese momento contaba con más de dos millones de habitantes, adoptando la bandera roja como su bandera, la bandera de la República mundial, tal y como la designó en uno de sus decretos, la bandera de todos los trabajadores del mundo. Y ese significado universal, de clase, muy pronto se extendió por todos los países.

El decreto de la Asamblea Nacional, indicando la bandera roja como estandarte de la represión, decía:
“Paris. Sesión del miércoles 21 de octubre de 1789
Ley marcial contra los atropellos

Art. I.— En el caso en el que la tranquilidad pública esté en peligro, las autoridades municipales estarán obligadas, en virtud del poder que han obtenido de su población, a declarar que la fuerza militar debe ser desplegada inmediatamente para restablecer el orden público, bajo pena de responder de ello personalmente.
Art. II.— Esta declaración se hará exponiendo en las principales ventanas del Ayuntamiento, y en todas las calles, una bandera roja, y al mismo tiempo las autoridades municipales requerirán a los jefes de las guardias nacionales, tropas regulares y policías, prestar su colaboración.
Art. III.— Con la señal de la bandera, todas las aglomeraciones, con o sin armas, se consideran criminales, y deben ser dispersados por la fuerza.
Art. IV.— Las guardias nacionales, tropas regulares y policías, serán obligadas a marchar inmediatamente, comandadas por sus oficiales, precedidas por una bandera roja y acompañadas al menos por una autoridad municipal.

La siguiente revolución obrera triunfante, la Revolución de Octubre soviética, la adoptó como su bandera para una nación de naciones, abiertamente internacionalista. Y dos banderas rojas de La Comuna parisina llegaron al Moscú revolucionario. Una provenía del comunero francés Edouard Vaillant, que la salvó y conservó. Se exilió en Londres donde se hizo amigo de Marx, siendo uno de los dirigentes de la I Internacional. Fundador de la sección francesa de la internacional obrera, la SFIO, que se transformó en el partido comunista en 1920 en el congreso de Tours, y heredó esa bandera, que fue a parar a la sección comunista del XX distrito de Paris. Esta sección, en reunión del 24 de mayo de 1924, decidió confiar ese símbolo, recuerdo de las luchas del proletariado parisino, al soviet de Moscú. Confiarla en custodia, añadiendo: “hasta el día en el que la clase obrera francesa conquiste el poder”. El 25 de mayo miles de parisinos desfilaron ante la bandera colocada como despedida, antes de viajar a Moscú, en el muro de los Federados. La misión fue encomendada a la delegación francesa al V Congreso de la Comintern, celebrado entre el 17 de junio y el 8 de agosto de 1924. La entregó el obrero metalúrgico Alfred Costes, en un acto celebrado con todos los honores en un campo de aviación de Moscú, ante 400.000 manifestantes y autoridades soviéticas, Antipov, Zinoviev, Frunze, quien dirá en el acto: “está bandera está ahora en manos seguras”. La bandera fue llevada por Antipov y Costes al interior del mausoleo de Lenin, abierto el 1 de agosto, donde veló el cadáver junto a las banderas del Comité Central bolchevique y de la Comintern.

Posteriormente fue llevada al museo Lenin. La otra bandera de La Comuna fue adquirida por el Instituto Marx-Engels creado en Moscú, que se ocupó de buscar a través de todo el mundo, materiales de los grandes precursores del socialismo, de la lucha de los trabajadores, de todos los movimientos revolucionarios. Bujarin se encargó personalmente de parte de esos trabajos, desplazándose a Alemania, para adquirir las obras y trabajos manuscritos completos de Marx. El representante soviético en Paris, compró, en 1928, una bandera roja del 67 batallón de los Federados de La Comuna. Esta bandera permaneció en el Instituto Marx-Engels hasta la creación en 1962 del museo Marx-Engels, donde quedó expuesta. La bandera no permaneció siempre en las vitrinas del museo moscovita, sino que, en 1964, fue enviada al Cosmos a bordo de la nave Voskhod 1, la primera que se envió al espacio con una tripulación colectiva, formada por tres cosmonautas. Y como reliquias de un credo revolucionario, el Voskhod 1 llevó a bordo un retrato de Marx, uno de Lenin, y la bandera de La Comuna.

La bandera roja de La Comuna dotó a la primera generación de soviéticos de un genuino sentido de pertenencia a un movimiento universal, el de la lucha internacional por el comunismo, por la emancipación proletaria en todo el mundo. Sirvió para definir, a los primeros soviets, quiénes eran y de dónde venían. Lo mismo por lo que nos sigue sirviendo a nosotros; es la memoria y el sueño, que no es sino aquello peleado y aún no alcanzado, por lo que seguimos en pie, siendo rojos y coherentes.

Miguel Usabiaga: Arquitecto -Escritor,
Director de Herri

Las petroleuses, las incendiarias.

Las petroleuses, las incendiarias.

Las petroleuses, las incendiarias

Una experiencia revolucionaria en la que, por primera vez, la mujer actuó en
plano de igualdad con el hombre.

Tras la derrota comunera, haciendo gala de aquella sentencia de que la historia la escriben los vencedores, éstos, los versalleses, la reacción, divulgó una imagen tenebrosa del las mujeres de la Comuna. Unos retratos de los que se imprimieron incluso tarjetas postales, pintándolas de manera horrible, llenas de odio, sanguinarias, feroces, fanáticas dispuestas a quemarlo todo en los últimos días de la Comuna. Una metáfora que hizo mella en los historiadores más perezosos y dóciles, que ayudaron con sus textos a abundar en ella. Sin embargo, en los juicios realizados por las autoridades de Versalles, ninguna mujer comunera fue condenada como incendiaria.

En esa experiencia revolucionaria, por primera vez, la mujer actuó en plano de igualdad con el hombre. Por primera vez interviene activa y masivamente en la vida política y económica, discute de igual a igual en los Comités, las reuniones, participa en el combate, en las barricadas. Es conocido el ejemplo de Louise Michel, pero junto a ella, actuaron otras mujeres, no solas sino organizadas, y, en ese contexto de participación y efervescencia femenina, fueron dos las organizaciones de mujeres que desempeñaron un papel predominante en la Comuna: el Comité de Supervisión de Montmartre, de orientación blanquista, y la Unión de Mujeres para la Defensa de París y Socorro a los Heridos, de orientación marxista. La Unión, cuyos principios reflejaban la perspectiva revolucionaria del ala marxista de la I Internacional, se reveló como la más importante formación femenina, agrupando a más de seis mil mujeres. Se destacó no sólo por su importancia numérica, sino también por su funcionamiento muy riguroso y al mismo tiempo muy democrático. Fue capaz de guiar y organizar el profundo fermento popular entre las mujeres y fue el eslabón entre las mujeres de la ciudad y el gobierno de la Comuna. Ningún otro grupo tuvo una influencia tan extendida en toda la ciudad y tan duradera, desde su fundación hasta la caída de la Comuna en las barricadas.

La comisión ejecutiva de la Unión de Mujeres está compuesta por cuatro obreras (Nathalie Lemel, Blanche Lefèvre, Marie Leloup y Aline Jacquier) y tres mujeres sin profesión (Elisabeth Dmitrieff, Aglaé Jarry, Thérèse Colin). En la práctica, las dos grandes impulsoras de la comisión fueron Nathalie Lemel y Elisabeth Dmitrieff.

Elizaveta Loukinitcha Kouceleva nace el 1 de noviembre de 1851 en una familia noble rusa. Recibe una buena educación y habla varios idiomas. Vive en San Petersburgo, donde milita en los círculos socialistas desde muy joven, soñando con la unión de la emancipación social y de las mujeres. Se casa con el coronel Tumanovski, lo que facilita sus viajes, y en 1868 emigra a Suiza, participando en la fundación de la sección rusa de la Internacional. Delegada rusa en Londres, en 1870, frecuenta la familia de Marx y a sus colaboradores más próximos, como Engels. Marx está empeñado en aprender la lengua rusa, para conocer mejor las experiencias de la comuna rural rusa, y Elizaveta, en sus largas conversaciones, le ayuda. Elizaveta permanece tres meses en Londres, en los que participa en numerosas reuniones de la Internacional.

En marzo de 1871, tras la insurrección, Marx la envía a París para que sea la corresponsal en los acontecimientos de la Comuna, como representante del Consejo General de la Internacional. Es algo más que corresponsal, actuando bajo el seudónimo de Dmitrieff, crea la Unión de Mujeres: forma parte del comité ejecutivo de la Unión y es la ideóloga de un plan de reorganización del trabajo femenino, que solo pudo ser parcialmente desarrollado. Su acción es tan incisiva que una disposición del comité central de la organización femenina le concede la ciudadanía parisina, aguardando que la futura República le reconozca el título de ciudadana de la humanidad.

Tras luchar valientemente con armas en la llamada semana sangrienta, consigue escapar de París, refugiándo-se primero en Ginebra y volviendo luego a Rusia. En París es condenada en rebeldía a la deportación, en una prisión fortificada, por el Consejo de Guerra del 26 de octubre de 1872. En 1880 fue amnistiada. Entre 1900 y 1902 se muda para Moscú y, donde muere en 1918.

Nathalie Duval, 1827, hace sus primeros estudios en Brest, donde sus padres dirigían un café. Desde los 12 años trabaja como obrera encuadernadora. En 1845 se casa con un colega, Jérome Lemel, con quien tiene tres hijos. La familia se traslada a París en busca de nuevas oportunidades de trabajo. En la capital, Nathalie sigue trabajando como encuadernadora y participa de las huelgas que en 1864 agitaron su gremio. Forma parte del comité de huelga que exigía paridad de salarios para las mujeres y hombres; y es fichada por la policía. En 1865 se juntó a la Internacional. En 1868, después de dejar al marido, funda con otras mujeres una asociación que se ocupa de la entrada de alimentos para los más necesitados.

Durante la Comuna funda y dirige la “Unión de Mujeres para la Defensa de París y el Socorro a los Heridos”, con Elisabeth Dmitrieff. Cuando las tropas de Versalles entran en París, ella lucha en las barricadas al frente de un batallón de cerca de cincuenta mujeres, que levantan la barricada de la Place Pigalle izando sobre ella una bandera roja.

Detenida el 21 de junio de 1871, es condenada a la deportación, en una fortaleza, en Nueva Caledonia, en el Consejo de Guerra del 10 de setiembre de 1872. El 24 de agosto de 1873 embarca en el buque Virginie rumbo a su deportación, adonde llega el 14 de setiembre. Durante el trayecto, amenaza con saltar al mar si se mantiene el encierro de hombres y mujeres separados, y consigue que su encierro sea en común. Durante su prisión, su nombre aparece frecuentemente en la lista de prisioneros sujetos a sanciones, demostrando que su espíritu indomable no se doblega nunca. En las nuevas tierras se solidariza con los Kanaki, que en 1878 se revelan contra los colonizadores franceses.

Regresa a París tras la amnistía de 1880, y consigue un empleo en el periódico L’Intransigeant. Los últimos años de su vida los pasó en la pobreza y, quedándose ciega, fue acogida, en 1915, en el asilo de Ivry, donde falleció en 1921.

 

La comuna entre nosotros

La comuna entre nosotros

La comuna entre nosotros.

 ¿Quiénes fueron Wroblewski y Dombrowski? Por: Aitziber Larrañaga.

La Guerra Civil fue seguramente el momento histórico en el que más gentes de nuestro país, gentes del pueblo, no intelectuales, estudiosos, o revolucionarios avezados, tuvo conocimiento de la Comuna de París. Sucede en las revoluciones que el tiempo se comprime, y en poco espacio ocurren muchas cosas, produciéndose una catarsis de sueños, conciencia y determinación que expanden el momento histórico a otro estadio de avance social. Eso ocurrió en nuestra contienda, que fue una guerra y también una revolución. Y por esa aceleración social, las calles, las plazas, los batallones republicanos, adoptaron nombres de insignes revolucionarios, Marx, Lenin, de otros grandes personajes de la lucha que aparecían de pronto en el imaginario popular, Rosa Luxemburgo, Karl Liebneckt, Dombrowski y Wroblewski. Es probable que la mayoría no supiera quiénes eran estas dos últimas personas hasta que vieron a los combatientes internacionales encuadrados en unidades que llevaban su nombre. Si aquella guerra se hubiera ganado, quizá estarían más presentes en nuestra vida, darían su nombre a calles o plazas; como se perdió y la ola revisionista derechista intenta eclipsar nuestra memoria, debemos recordarlos.

El 28 de agosto 1936, el grupo polaco de “los 9”, todos comunistas y obreros en Francia, que había partido voluntariamente para luchar en España, alcanza Irún.Son: Fran Palka, Antoni Walota, Feliks Kosinski, Pawel Iwanowicz, Stanislaw Broszko, Bronislaw Blaszka, León Baum, Roman Wozniak, y Roman Wersual, a los que se unen el también polaco Joseph Epstein, y León Jampolski, de Besarabia. En Paris, antes de partir, el grupo se da el nombre de Wroblewski,.

León Baum cae muerto en combate el 24 de agosto, en el Hospital de Irún, el antiguo Centro Navarro de Fuenterrabía, por herida de arma de fuego en cavidad abdominal, como dirá la certificación facultativa. También muere otro polaco en Irún, Abram Gotinski, que ha llegado por otra vía, desde Bélgica, junto a otros polacos también exiliados allí, junto a su amiga Esther Zylberberg, Estoucha, judía como él, y con quien comparte estudios de medicina. El resto de sus compañeros sobrevivirán a la batalla de Irún, y, tras la derrota, pueden huir a Francia en una lancha motora con la que llegan al puerto de San Juan de Luz. Allí son desarmados por la policía y conducidos a Hendaye, donde son agrupados los republicanos. Se escapan del campo de Hendaye y consiguen entrar de nuevo en España por Cataluña, dirigiéndose a Barcelona. Son cinco los miembros del grupo del llamado grupo de “los 9”, los Wroblewski que se presentan en el Cuartel Carlos Marx de la Ciudadela, donde se juntan con otros compatriotas voluntarios polacos para formar el grupo “de los treinta y seis”, germen de la futuro batallón Dombrowski, y, posteriormente, de la famosa Brigada Internacional Dombrowski. En Polonia, a todos los que vinieron con las Brigadas Internacionales, les llaman los “Dombrosianos”. Ahora, precisamente, se libra una batalla civil en muchas ciudades polacas, donde tienen dedicadas plazas y calles, para defender su nombre, que las autoridades derechistas del país quieren eliminar.
¿Y quiénes fueron realmente Wroblewski y Dombrowski?
Walery Wroblewski nació en Zoludek, en Polonia, en 1836, en el seno de una familia de la aristocracia polaca. Estudió en el liceo de Vilnius, y luego en el Instituto de guardabosques militares, en San Petersburgo, Rusia, cuando Polonia formaba parte del imperio ruso. Encabezó la insurrección polaca de 1863, como jefe de los insurgentes en la provincia de Grodno, que encuadran un ejército de sublevados de 6.000 personas., consiguió notables victorias frente a las tropas zaristas, liberando amplios territorios, y fue nombrado gobernador militar de la región liberada de Lublin. Herido gravemente, tras la derrota insurreccional, en 1864, se exilió en París, donde se agrupa en la Unión de Demócratas Polacos. Trabaja como maquetador de imprenta. Vive en la miseria, no le alcanza para pagar los 20 francos de alquiler de su habitación en la rue Boursault 15. Eran tantos polacos en Paris que, en septiembre de 1870 Wroblewski hace la propuesta de la formación de una legión polaca para defender París del asedio de los prusianos, rechazada por el Gobierno. Para no permanecer pasivo, ingresa en la Guardia Nacional.
Tras la sublevación del 18 de marzo de 1871, el Consejo de la Comuna nombra a Wroblewski comandante de todas las fortificaciones. En el curso de la lucha, es elevado al grado de general, y encargado de la tercera armada federada defendiendo el sur de París. Se distingue por sus cualidades de estratega. Durante la llamada semana sangrienta, con 4.000 personas a su mando, muchos muy jóvenes, poco disciplinados pero intrépidos, rechaza cuatro veces el asalto de los versalleses mucho mejor armados. Cuando cae la defensa, Wroblewski no se rinde, y con un millar de soldados y algunos cañones consigue establecer otro punto de resistencia. Muerto Dombrowski, es propuesto como comandante general de la Comuna, pero lo rechaza, dadas las pocos unidades que quedaban, prefiriendo combatir hasta el final como un soldado más hasta la última posición comunera, el muro de los federados en el cementerio Père Lachaise. Tras la derrota consigue huir, se refugia en Château d’Eau, donde un civil lo esconde en su casa y le camufla. Un mes después escapa a Bélgica y luego a Inglaterra. El 17º Consejo de Guerra del 30 de agosto de 1782, en su ausencia, le condena a muerte. En Londres frecuenta a Marx y Engels. Vive en Islington, 40, Colebrook Row, y abre una pequeña imprenta. Se incorpora al Consejo General de la AIT (Asociación Internacional de los Trabajadores), la I Internacional, siendo su secretario para Polonia. Vive una existencia muy difícil en Londres, y goza de la estima de los Marx, como lo indica Jenny, esposa de Marx, en una carta a Sorge.”Wroblewski…haría hecho mejor si hubiera partido a Turquía hace tiempo, la miseria y sus heridas, le hacen aquí la existencia muy dura. Sería una pena que no encontrara una actividad conveniente. Es una cabeza verdaderamente genial y un bravo muchacho”.

 

Regresó a Francia después de la amnistía de 1880, y en 1895 participa en la creación de la Unión de Socialistas Polacos, Trabaja como impresor, y vive muy modestamente, hasta que, enfermo, en 1900, debe cesar toda actividad. Falleció en Ouarville (Eure-et-Loir) el 5 de agosto de 1908. El 16 de agosto en su funeral, miles de personas, agrupaciones, asociaciones, siguen el convoy con banderolas rojas, desde la estación de Orleans al cementerio Pêre Lachaise, donde es enterrado junto a la 76 división comunera, cerca del muro de los federados.

Jaroslaw Dombrowski nace el 13 de abril de 1836 en Zytomierz, Polonia entonces dentro del imperio zarista. A los nueve años se queda huérfano, y estudia interno en la selecta escuela miliar de Brest-Litovsk, de donde pasa a la escuela de cadetes de San Petersburgo, de donde sale a los 17 años con el grado de aspirante de artillería, un rango por encima de sargento y por debajo de teniente. En 1859 ingresa en la Academia militar, ascendiendo al grado de capitán, siendo enviado a la guarnición de Varsovia, en 1862. Allí contacta con las organizaciones patriotas, y es nombrado jefe militar de la organización clandestina Comité de la Ciudad (Komitet Miejski) que prepara acciones insurreccionales, y que se transforma en Comité Central Nacional, en el que Dombrowski se alinea en la fracción izquierdista, denominada los Rojos., que añaden la abolición de la servidumbre y la reforma agraria a la causa de la independencia de Polonia. Es detenido en agosto de 1862, así que está prisión durante la insurrección de 1863. Es condenado a muerte. Tras dos años de cárcel, le conmutan la pena por la de 15 años de trabajos forzados y le envían a Siberia. Consigue evadirse durante el trayecto, y huye al extranjero a través de Suecia, llegando a París en 1865. En la capital francesa se relaciona con los internacionalistas, con Varlín, Delesclize, y Vermorel, haciendo llegar al seno de la Internacional la causa de los patriotas polacos antizaristas. Es elegido dirigente en la Central de la emigración polaca. Vive en Batignoles, rue Nollet 96, después en rue Ravin 45. Participa en la Guardia Nacional. Tras la insurrección, la Comisión ejecutiva de la Comuna, le nombra comandante en jefe del ejército de la Comuna de París reemplazando a Bergeret. El ministro de la guerra de la Comuna, Rossel, transmite la siguiente estructura bajo su mando: él, Dombrowski, se encargará de las operaciones en la Rive droite del Sena; el general Wroblewski comandará el ala izquierda; y el general La Cécilia el centro, entre el Sena y la Rive gauche. Es herido mortalmente el 23 de mayo en la barricada de la calle Myrha, XVIII arrondisement, y muere en el hospital Lariboisère. Su cadáver fue vestido con el uniforme, cubierto por una bandera roja, y enterrado el día 24 de mayo en una tumba del cementerio Père Lachaise. El 18 de febrero de 1879 el propietario de la tumba hizo trasladar los restos al cementerio de Ivry, y en noviembre de 1884, la fosa donde reposaba el ataúd fue desalojada, y nadie sabe dónde reposan los restos del general jefe de la Comuna.