Las cenizas de Gramsci

Las cenizas de Gramsci

Las cenizas de Gramsci

Pier Paolo Pasolini

Pier Paolo Pasolini rinde con este poemario, escrito entre 1951 y 1956, un homenaje a su hermano Guido, que tomó las armas contra el fascismo y que, en 1945, murió como partisano en combate. Guido, adelantado a su hermano en los aspectos sociales, fue quien acercó a Pier Paolo a las inquietudes políticas, a la toma de conciencia, cuando ambos eran aún adolescentes.

Pier Paolo se sitúa frente a la tumba de Antonio Gramsci y a la de su hermano, para dialogar con ellos, con la historia de Italia, con sus luchas, sus luces, su memoria, su herencia, y dedicarles sus conmovedores poemas.
Volver ahora a visitar a Gramsci con la voz de Pasolini significa vivificar la memoria de ambos, de todos los luchadores, de aquellos hombres con luz en los tiempos sombríos, y que abrieron caminos; personas como Antonio Gramsci, que se sobrepusieron a todas las dificultades personales para perseguir y llevar adelante sus ideales, como lo apunta Pasolini en las estrofas del primer poema:

“Tú joven, en aquel mayo en que el error
significaba aún la vida, en aquel mayo italiano
que a la vida agregaba al menos ardor,
…. humilde hermano- con tu flaca mano
dibujabas el ideal que ilumina
…. este silencio”

Canto 1

No es de mayo este impuro aire
que el oscuro cementerio extranjero
hace aún más oscuro, o lo ilumina

con ciegas claridades…este cielo
de babas sobre techos amarillentos
que en semicírculos inmensos velan

las curvas del Tíber, los turquesas
montes del Lacio…Expande una mortal
paz, desamorada como nuestros destinos

entre las viejas murallas el otoñal
mayo. En él está el gris del mundo
el fin del decenio en el que nos aparece

entre las inmundicias concluido el profundo
e ingenuo esfuerzo de rehacer la vida,
el silencio, putrefacto e infecundo…

Tú joven, en aquel mayo en que el error
significaba aún la vida, en aquel mayo italiano
que a la vida agregaba al menos ardor,

por lo menos despreocupado e impuramente sano de nuestros padres-no padre, pero
humilde hermano- con tu flaca mano
dibujabas el ideal que ilumina

(pero no para nosotros: tú muerto, y nosotros
muertos igualmente, contigo, en el húmedo
jardín) este silencio. No puedes,

lo ves? que descansar en este lugar
extraño, aún confinado. Tedio
patricio te rodea. Y desteñido

sólo te llega algún golpe de martillo
de los talleres del Testaccio aquietado
en el atardecer entre miserables techos, desnudos

montones de lata, hierros viejos, donde
canta inútilmente un muchachón que concluye
su jornada, mientras alrededor la lluvia cesa.

Canto 3

Un trapo rojo como aquel
enroscado en el cuello de los partisanos
y cerca de la tumba, sobre el terreno calcinado

diferentemente rojos, dos geranios.
Allí yaces, señalado con adusta elegancia
no católica, en el elenco de los extraños

muertos: Las cenizas de Gramsci…A la esperanza y a la vieja desconfianza te acerco,
caminante sin rumbo en esta flaca tierra, frente

a tu tumba, a tu espíritu apresado
acá entre estos liberados(O existe algo
diferente, quizás de mayor éxtasis

y también de mayor humildad, ebria simbiosis
adolescente de sexo y muerte…)
y desde este país en el que no tuvo descanso

tu alerta, percibo qué error
aquí en la quietud de las tumbas- junto
a qué razón -en el inquieto destino

nuestro- tuviste escribiendo las supremas
páginas en los días de tu asesinato.
Aquí para testimoniar el semen

aún no esparcido del antiguo dominio,
estos muertos aferrados a una posesión
que ahonda en los siglos su abominación
y su grandeza: y al mismo tiempo obsesión
esa vibración de yunques, sordamente
sofocada y profunda -del humillado

barrio- para verificar el fin.
Y heme aquí…pobre, vestido
con ropas que los pobres espían en las vidirieras

de chillón fulgor, y que han perdido
la suciedad de perdidas calles
de los bancos de tranvías que vuelven

confuso mi día: mientras siempre más raras
son estas vacaciones, en el tormento
de mantenerme vivo; y si me ocurre

de amar el mundo no es más que por un violento
e ingenuo amor sensual
así como, confundido adolescente, en una época

lo odié, si me hería el mal
burgués a mi burgués: y ahora, dividido
-contigo- objeto parece

de rencor y sí casi de místico
desprecio, la parte que tiene el poder?
sin embargo sin tu rigor, subsisto

porque no elijo. Vivo en la apatía
de la eclipsada postguerra: amando el mundo que odio- su miseria

despreciable y perdida- por un oscuro escándalo
de la conciencia…

Pasolini declama
“Las cenizas de Gramsci”

 

La Filosofía de la Praxis

La Filosofía de la Praxis

La Filosofía de la Praxis

“El comienzo de la elaboración crítica es la conciencia de lo que se es realmente, es decir, un «conócete a ti mismo»”.

Hay que destruir el prejuicio muy difundido, de que la filosofía es algo muy difícil por el hecho de ser la actividad intelectual propia de una determinada categoría de científicos especialistas o de filósofos profesionales y sistemáticos.
Por consiguiente, hay que empezar demostrando que todos los hombres son “filósofos” definiendo los límites y las características de esta «filosofía espontánea», propia de «todo el mundo», es decir, de la filosofía contenida:
a) en el lenguaje mismo, que es un conjunto de nociones y de conceptos determinados no sólo de palabras automáticamente vacías de contenido.
b) en el sentido común y en el buen sentido.
c) en la religión popular y, por consiguiente, en todo el sistema de creencias, de supersticiones, de opiniones, de modos de ver y de actuar que se incluyen en lo que se llama en general «folklore».

Después de haber demostrado que todos son filósofos, aunque sea a su manera, inconscientemente, porque en la más mínima manifestación de una actividad intelectual cualquiera, el «lenguaje», se contiene ya una determinada concepción del mundo, se pasa al segundo momento, al momento de la crítica v de la conciencia, es decir, a la cuestión de si es preferible «pensar» sin tener conciencia crítica de ello, de modo disgregado y ocasional. esto es, «participar» en una concepción del mundo «impuesta» mecánicamente por el ambiente exterior y, por tanto, por uno de los grupos sociales en que todos nos vemos automáticamente inmersos desde nuestra entrada en el mundo consciente (que puede ser el pueblo donde vivimos o la provincia, que puede tener origen en la parroquia y en la «actividad intelectual» del cura o del viejo patriarca que dicta leyes con su «sabiduría», en la mujer que ha heredado la sapiencia de las brujas o en el pequeño intelectual agriado por su propia estupidez y por su impotencia en la acción), o es preferible elaborar la propia concepción del mundo consciente y críticamente y, en conexión con esta labor del propio cerebro, elegir la propia esfera de actividad, participar activamente en la producción de la historia del mundo, ser guía de uno mismo y no aceptar pasiva y supinamente que nuestra personalidad sea formada desde fuera.

Nota I.
Por la propia concepción del mundo se pertenece siempre a una determinada agrupación y, concretamente, a la de todos los elementos sociales que comparten un mismo modo de pensar y de operar.
Siempre se es conformista de algún tipo de conformismo, siempre se es hombre masa u hombre-colectivo. La cuestión es ésta:

¿De qué tipo histórico es el conformismo, el hombre-masa al que se pertenece?

Cuando la concepción del mundo no es crítica y coherente sino ocasional y disgregada, se pertenece simultáneamente a una multiplicidad de hombres-masa; la propia personalidad se compone de elementos extraños y hetero-géneos: se encuentran en ella elementos del hombre de las cavernas y principios de la ciencia más moderna y avanzada, prejuicios de todas las fases históricas anteriores mezquinamente localistas e intuiciones de una filosofía futura, como la que tendrá el género humano unificado mundialmente.
Criticar la propia concepción del mundo significa, por consiguiente, hacerla unitaria y coherente, elevarla hasta el punto a que ha llegado el pensamiento mundial más avanzado. Significa también criticar toda la filosofía que ha existido hasta ahora, en la medida en que ha dejado estratificaciones consolidadas en la filosofía popular.
El comienzo de la elaboración crítica es la conciencia de lo que se es realmente, es decir, un «conócete a ti mismo» como producto del proceso histórico desarrollado anteriormente y que ha dejado en ti una infinidad de huellas acogidas sin beneficio de inventario. Debemos empezar por hacer este inventario.

Berlinguer habla sobre
Gramsci.

 

Las compañeras de Antonio Gramsci

Las compañeras de Antonio Gramsci

Las compañeras de Antonio Gramsci

“En Samara se conocen la familia Schucht y Lenin, que vive allí y frecuenta el mismo círculo marxista. Se hacen grandes amigos. Lenin lleva a la familia a San Petersburgo”.

Al realizar un recorrido por la vida de Antonio, del hombre ya formado que se incorpora a la lucha política en la ciudad de Turín; al seguirle por las calamidades y desgarros que esa toma de conciencia va a acarrear en su vida personal, alejamiento de Italia, cárcel, enfermedades; tomamos conciencia de un hombre frágil, quizá por el accidente infantil en su Cerdeña natal cuando tras caerse de un árbol quedó con la espalda afectada de por vida, lo que ocasionó su pequeña estatura; o por los periodos de hambre que sufrió cuando fue a estudiar a Turín, sin recursos económicos, cuando sólo podía comer algo, muy poca cosa, una vez al día, mientras pasaba un frío terrible que le hacía dormir con el abrigo puesto, en su cuartucho de mala muerte, evitando hablar con nadie porque le temblaba la voz a causa de la debilidad; quizá todo eso fue lo que lo convirtió en un hombre vulnerable, una vulnerabilidad que, cuando sus convicciones y coherencia comunistas lo llevaron a la cárcel, permitió que se quebrantara su salud. Y al hacer ese viaje por el periplo de Antonio en los momentos más duros, sabiendo todo lo anterior, no podemos ver en él sino un superviviente, alguien que luchaba cada día por no caer, por seguir adelante; y en ese arduo trabajo de sobrevivir en un cárcel fascista, nos aparecen junto a él dos mujeres, a veces incluso las confundimos, dos hermanas que estuvieron siempre a su lado, son las muchachas soviéticas Julia Schucht, su esposa, y Tatiana Schucht, su cuñada.

Muchas veces la vida del héroe eclipsa a las personas que lo hacen posible, en general sus compañeras, y creo que ése es el caso de Gramsci, en el que la personalidad del filósofo, del dirigente comunista, del pensador, oculta todo su entorno. Pero si Antonio no hubiera contado con la ayuda de Tatiana, por ejemplo, sus “Cuadernos de la cárcel” probablemente se habrían perdido, pues fue ella quien los sacó de la prisión clandestinamente. ¿Y quiénes eran esas hermanas Schucht?

A pesar del equívoco provocado por el apellido de apariencia alemana, eran dos ciudadanas soviéticas. Tatiana y Julia, junto con Nadine, Eugenia, Asya, y Vittorio, eran la prole de Apollon Schucht y de Yulia Ghirschfeld. La familia Schucht era descendiente de Johann Schucht, un médico alemán que había emigrado a Rusia desde Sajonia, en el siglo XVII. El padre de Apollon fue oficial de caballería en el ejército del zar, muriendo en una batalla de los rusos contra Turquía, en Bulgaria. Apollon comenzó a seguir los pasos de su padre e ingresó en la escuela de caballería Nicolaiev, del ejército, recibiendo a la vez una sólida formación musical, que le permitió convertirse en un excelente pianista.

En la escuela militar tomó contacto con organizaciones socialistas, que tenían como estrategia crear círculos revolucionarios en las academias militares, para formar cuadros dispuestos a servir a la Revolución y no a reprimirla. Apollon se suma a esa labor proselitista entre los cadetes de su brigada de artillería, hasta que, al ser descubiertas sus actividades por la policía, es expulsado del instituto armado. Frecuenta los cirulos revolucionarios obreros de San Petersburgo donde conoce a Yulia, que también es una ferviente revolucionaria, hija de un conocido abogado judío de San Petersburgo. Yulia ha terminado los estudios en el instituto Mariiski, y asiste a los cursos universitarios para mujeres. El carácter combativo y rebelde de Yulia queda reflejado con la muerte del zar Alejandro II; estando en clase se comunica la noticia a los alumnos, Yulia es la única que no se arrodilla a rezar. Apollon y Yulia, tras casarse, demasiado fichados por la policía, deciden salir de San Petersburgo. Pasan un tiempo en Moscú, y después en la ciudad siberiana de Samara, donde Apollon se emplea en el banco estatal. En Samara se conocen la familia Schucht y Lenin, que vive allí y frecuenta el mismo círculo marxista. Se hacen grandes amigos.

Lenin lleva a la familia a San Petersburgo, entonces formada por las tres hijas mayores, Nadine, Tatiana y Eugenia, ya que Apollon no puede ir porque pesa sobre él en ese momento la condena de destierro en Siberia. Cuando éste castigo finaliza, Apollon va San Petersburgo, donde nace pronto una nueva hija del matrimonio, Asya, de la que Lenin es el padrino. Poco después la familia emigra a Suiza. Al exilio, donde había una efervescencia de marxistas rusos, donde estaba Plejanov, y pronto llegaría Lenin.

Eugenia, hermana de Tatiana y Julia Schucht, nos da en sus memorias una imagen imborrable de Lenin en Ginebra, en el clima de esos años, que vale la pena retener:
“Recuerdo la fiesta nacional en Ginebra, cuando en las calles habían organizado un desfile de máscaras. Resonaban cantos y risas, la gente tiraba confeti y juguetes con forma de verduras. Era diciembre de 1905 y de repente en la calle vimos venir hacia nosotros a Ilich (Vladimir Ilich Ulianov, Lenin), también él enmascarado, con una cazadora forrada de piel. Sus manos estaban llenas de pequeños confetis de papel redondos como guisantes, corría cubriendo de confeti a las personas que estaban a su alrededor y reía a carcajadas. Al pasar, rápidamente, cerca de mí, me lanzó una lluvia de aquellos alegres circulitos. Había mucha alegría, pero lo que se me quedó grabado en el alma fue su risa contagiosa. Me parece volver a oír ahora esa risa alegre, dulce, pura, de Ilich”.

Esa impresión de la risa tan seductora de Lenin, la menciona también Lunatcharski en su libro “Así era Lenin”, y Nadja Krupskaia en sus memorias. La familia Schucht permanece un tiempo en Suiza, luego emigra a Francia y posteriormente a Roma. Apollon y Yulia se reparten las áreas educativas de los hijos, Apollon cultiva en ellos el amor hacia la música y la literatura, y Yulia el interés por la ciencia, por la naturaleza. Y tienen su recompensa, Tatiana, que toca el violonchelillo, se matricula en la facultad de ciencias naturales de Roma, y Julia estudia violín en el prestigioso Liceo Musical Santa Cecilia de Roma, formación que termina con éxito. En 1916 toda la familia regresa a Rusia, excepto Tatiana, que se queda en Roma porque compagina sus estudios en la facultad con el trabajo en un instituto. Apollon se incorpora al trabajo en el partido bolchevique, y es el contable del partido en Moscú. Tras la Revolución se ocupa en la nacionalización de los bancos, y es nombrado director del Tesoro del nuevo Banco Nacional de la República Soviética. Yulia, su esposa, trabaja en un nuevo periódico “Bednotá” (Pobreza). A finales de 1919, Apollon, Yulia, y su hija Julia, marchan a vivir a Ivanovo, un gran polo industrial. Gracias a eso se van a conocer Antonio Gramsci y Julia Schucht en octubre de 1922. Antonio asiste al IV Congreso de la Internacional Comunista, en Moscú. Y como es tradición, llevan a los delegados extranjeros a visitar los grandes centros industriales del país. Y es así como Antonio visita Ivanovo.

Julia se había afiliado al partido bolchevique en septiembre de 1917, un mes antes de la Revolución.

Trabaja como profesora de violín en Moscú y da conciertos con gran éxito. Tras el traslado a Ivanovo, continúa dando clases de violín en el instituto musical, toca en la orquesta de la ciudad, sigue con su militancia en el Partido Comunista, y es diputada en el Consejo de la ciudad. En septiembre de 1922, Julia conoce a Antonio en el sanatorio de Serebriany Bor, cercano a Ivanovo. Antonio se encuentra ingresado por un colapso nervioso. Su organismo no ha aguantando los esfuerzos del viaje desde Italia, y las tensiones vividas por los enfrentamientos en el Congreso de la Internacional. En Serebriany Bor los enfermos están instalados en cabañas de madera, Gramsci comparte la suya con Clara Zetkin, también recuperándose de de la fatiga. En la cabaña de al lado está Eugenia Schucht, hermana de Julia, gravemente enferma. Eugenia le contaba de esta manera, a una amiga, en presencia de Julia, el primer encuentro de Julia con Antonio:

“…algunos días más tarde llegó Julia y se encontraron.
-Aquí está, Antonio, ésta es mi hermana Julia. Y éste es el compañero Antonio Gramsci.
-¿Su hermana habla italiano?
-Pregúnteselo usted mismo, no se preocupe, ella le entenderá. Julia ha estudiado en el Liceo Musical de Roma –dije.
Pero Julia tenía prisa aquel día y nos dejó al rato.
-¡Qué rostro magnífico tiene su hermana! –dijo Antonio al quedarnos solos-, tiene algo de bizantino, ¿verdad?
En ese momento Julia interrumpió la narración de Eugenia, y sonriendo añadió:
-Tenía prisa porque debía coger el tren para Ivanovo-Voznesiensk, donde vivía entonces. Pero en la siguiente visita le llevé a Antonio un libro, un cuento de De Amicis, traducido por la hermana de Lenin, Anna Ulianova”.

En octubre de 1922, en una de las primeras cartas después de conocerse, Julia le escribe:

“Profesor: hoy he “encontrado el sol”. Desde que regresé a Ivanovo, encontré un tiempo feo, gris… Hoy también me he empapado por completo, de los pies a la cabeza…. Y, sin embargo, estoy segura de haber visto el sol. He ido también a la conferencia de la juventud comunista (¡los jóvenes, en Ivanovo!) Me he comprado un par de zapatos y los estoy mirando… ¡Tengo miedo de que al ponérmelos no sepa ni cómo mover los pies! ¿Qué más he hecho hoy? Nada. Usted habrá trabajado. En el Komintern, sobre un artículo… ¿Quizá en Serebriany Bor habrá estado haciendo una rueda (una miniatura de carro sardo que hacía Gramsci a navaja)? Me gustaría ver cómo el heroísmo y el cuchillo del compañero Gramsci crea unas ruedas únicas en el mundo, que serán capaces de hacer crujir los estados burgueses”. Antonio y Julia se enamoraron. Julia recordaba así sus primeros encuentros:

“Él me contó entonces muchos episodios de su vida y de la lucha de los obreros y campesinos italianos y… me enseñó cómo juegan los niños en Cerdeña… era muy bueno haciendo rebotar piedras en el agua del rio de Moscú”.

Antonio y Julia se casan el 23 de septiembre de 1923. El 10 de agosto nace Delio, su primer hijo. La pareja está lejos, Antonio en Viena, por indicaciones del Komintern y Julia en Moscú. En 1925 la familia de Antonio, Julia y Delio se reúne, primero en Moscú, y luego, a partir de octubre, en Roma, adonde va a vivir Julia, encontrando trabajo en la embajada soviética. En junio de 1926 Julia regresa a Moscú, embarazada, donde dará a luz, el 31 de agosto, a su hijo Giuliano, que nunca verá a su padre; pues Antonio es detenido por la policía fascista el 8 de noviembre de ese año, 1926. A partir de ese momento, la relación de Julia con Antonio encarcelado, es una relación epistolar, con momentos de mayor intercambio y periodos más silenciosos.

Tatiana, que había seguido todo el tiempo en Roma, cursando la carrera de ciencias naturales y enseñando ciencias naturales, matemáticas, francés y ruso en el Instituto Crandon, se convertirá en el ángel de la guarda de Antonio, tras su detención. Su gran capacidad intelectual le permite mantener una relación muy fluida con el dirigente comunista, en numerosas cartas y en las visitas en la cárcel. Antonio conoce a Tatiana a principios de febrero de 1926, y desde el primer encuentro le causa una gran impresión, tejiéndose entre ellos una profunda amistad. Tatiana comienza a trabajar poco después en la embajada soviética de Roma. Colabora con Antonio, aún libre, en la traducción de algunos ensayos y artículos. Tras ser detenido, mientras espera sentencia, Antonio pena en la cárcel de San Vitore, en Milán; y Tatiana es nombrada representante del comercio soviético en Milán, por lo que se traslada a vivir allí, de manera que está cerca de Antonio y puede asegurar que no le falten alimentos ni medicinas.

Tras la sentencia de veinte años de condena, el 19 de julio de 1928, Antonio es trasladado a la cárcel de Turi. Al final del año 1929 Tatiana se traslada a Turi, donde vivirá seis meses, para seguir cerca de Antonio, a quien le permiten visitar en siete ocasiones durante ese periodo, en visitas de media hora de duración, de pie, en un cobertizo del patio de la cárcel y en presencia de un guardia. En julio de 1930 Tatiana vuelve a Roma, y a su trabajo en la embajada soviética. Viaja varias veces a Turi para visitar a Antonio. En diciembre de 1933 trasladan a Gramsci a la enfermería de la prisión de Civitavecchia primero, y luego a la clínica del doctor Cusumano en Formia. Allí le vista Tatiana cada semana. En agosto de 1935 ingresan a Gramsci en la clínica Quisisana de Roma. Durante este periodo Tatiana se dedica por entero a cuidar de Antonio. El 25 de abril de 1937 llega la orden de libertad condicional para Antonio, le llega en unas condiciones de suma gravedad. Esa misma noche, la primera noche que debía ser libre, sufre una hemorragia cerebral. Muere dos días después, la mañana del 27 de abril. Tatiana le acompaña permanentemente. Gracias a ella tenemos numerosas cartas de Antonio que suponen una enorme riqueza cultural; y sus 32 “Cuadernos de la cárcel”, la vastísima obra intelectual de 2.848 páginas, existen porque Tatiana, ayudada por Piero Sraffa, pudieron sustraerlos de la clínica a pesar de las prohibiciones e inspecciones policiales. Los cuadernos fueron llevados Moscú y allí confiados a Palmiro Togliatti.

Julia Schucht con sus hijos Delio y Giuliano

Rueda Sarda

Calle en la que vivió la familia Schucht en Ginebra

 

Miguel Usabiaga

Arquitecto – Escritor
Director de Herri

«El processone», el gran proceso contra  los comunistas en 1928, una farsa judicial

«El processone», el gran proceso contra los comunistas en 1928, una farsa judicial

«El processone», el gran proceso contra los comunistas en 1928, una farsa judicial

En noviembre de 1926, tras ser ilegalizado el Partido Comunista de Italia (PCd’I) en el marco de las leyes fascistas, el régimen del Duce crea el Tribunal Especial para la Seguridad del Estado. Este tribunal, que no tiene nada de democrático, es un organismo puramente represivo para condenar a las penas más duras a los militantes antifascistas, y principalmente a los comunistas.

Inmediatamente, entre sus primeras medidas tomadas, el Tribunal Especial añade un nuevo cargo contra Antonio Gramsci, ya encarcelado desde el 8 de noviembre de ese año 1926, para que comparezca con otros 21 militantes comunistas. Se les acusa de conspiración, instigación a la guerra civil, apología del crimen e incitación al odio de clase.

En enero de 1927 Gramsci es trasladado de la prisión de Ustica a la de San Vittore en Milán. El viaje dura tres semanas en condiciones muy difíciles para la salud, extremadamente frágil, de Gramsci. Permanece en San Vittore durante toda la instrucción del juicio, período durante el cual puede contar con el importante apoyo de su amigo, el economista Piero Sraffa, que obtiene un derecho de visita a la prisión de Milán, como “compañero de escuela” de Antonio. Sraffa se pone en contacto con el PCI clandestino, al que informa de la situación del preso ya enfermo y sujeto a malos tratos por parte de los fascistas.

Para recabar la solidaridad internacional, Sraffa y Angelo Tasca, miembro del Comité Central del PCd’I, redactan conjuntamente un artículo difundido en el “Manchester Guardian” en forma de carta al redactor jefe; “Los métodos del fascismo. El caso de Antonio Gramsci”, en el que denuncian, de manera particular, la degradación física y psicológica de Antonio.

Entre el 28 de mayo y el 4 de junio de 1928, 22 comunistas son “juzgados” en Roma, entre los que se encuentran importantes dirigentes del partido: Gramsci, Terracini y Scoccimarro. Los fascistas no tienen absolutamente ninguna prueba contra Gramsci y sus camaradas, a pesar de las torturas sufridas para arrancarles falsas confesiones que no obtendrán.

En esta farsa judicial los papeles repartidos son los siguientes: Alessandro Saporti, presidente del tribunal; Enrico Macis, juez de instrucción; Gaetano Tei, abogado militar; Michele Isgro, fiscal. El gran juicio es abierto a la prensa y asisten algunos corresponsales extranjeros, como un corresponsal del “Manchester Guardian”, un periodista del “Petit Parisien” y un representante de la Agencia Soviética Tass.
Terracini es el portavoz de los acusados. Lee una declaración oficial en la que ironiza sobre el régimen fascista:

“El hecho puro y simple de la existencia del Partido Comunista es suficiente, por sí mismo, para poner en peligro grave e inminente al poderoso régimen: ¡A un Estado tan fuerte, al Estado totalitario, al Estado tan armado!”

En cuanto a Gramsci, a la pregunta del Presidente Saporti, que se regodea en sus acusaciones, responde:

“Confirmo mis declaraciones a la policía. Fui arrestado a pesar de ser un diputado en funciones. Soy comunista y mi actividad política se ha hecho pública como diputado y como escritor de L’Unità (diario del PCd’I fundado por el propio Gramsci). No realicé actividades clandestinas de ningún tipo porque, aunque lo hubiera querido, me habría resultado imposible. Desde hace años, siempre he tenido a seis agentes cerca de mí, con la tarea declarada de escoltarme a la salida, o custodiarme si me quedaba en casa; nunca me han dejado solo; y, con el pretexto de la protección, se ejercía una vigilancia contra mí, lo que hoy se convierte en mi mejor defensa. Solicito que el prefecto y el supervisor de Turín sean escuchados como testigos para testimoniar sobre esta cuestión. Si, por otra parte, ser comunista significa ser responsable, yo lo acepto.”

Más adelante, durante el juicio, añadirá que “todas las dictaduras militares, puesto que están destinadas a la guerra, están condenadas al fracaso, lo que tendrá como consecuencia que el proletariado tome la dirección del país.” Irritado por las continuas interrupciones del fiscal, el líder comunista se dirigirá a los jueces diciendo: “Condenaréis a Italia a la ruina y nosotros, los comunistas, tendremos que salvarla.”

De esta farsa judicial, muy poco conocida por el público, sin embargo, hay una frase que sí ha permanecido a través de los años; la pronunciada por el fiscal Isgro refiriéndose a Gramsci:
«¡Debemos impedir que este cerebro funcione durante 20 años!».

Tras las comparecencias y el juicio en la sala, llega el período de las dudas para los acusados, la incertidumbre sobre las penas que les caerán. Gramsci no se hace ilusiones desde el principio. En una carta escrita a su madre el 30/04/28 ya advierte:

“No os preocupéis ni tengáis miedo, no importa qué condena me pongan: creo que será entre los 14 y los 17 años, pero podría ser aún más grave, precisamente porque no hay pruebas contra mí. ¿Qué es lo que no puedo haber cometido sin dejar pruebas?”

En efecto, las penas que les caerán serán duras, muy duras: 20 años, 5 meses y 4 días para Gramsci y Scoccimaro. Más de 22 años para Terracini a quien se le cobra así su papel de líder, de representante de los acusados durante el juicio.
Gracias a una petición presentada por su hermana Teresina, Antonio es trasladado el 19 de julio a Turi, un establecimiento penitenciario destinado a los detenidos enfermos. Estará allí hasta noviembre de 1933. Allí escribirá sus “Cuadernos de la cárcel”, a partir de febrero de 1929; obras sacadas clandestinamente gracias a la intervención de Tatiana Schucht, su cuñada.

Antonio Gramsci, con la salud destrozada como consecuencia del Mal de Pott y de una tuberculosis pulmonar, muere el 27 de abril de 1937, tras una hemorragia cerebral que sufre el mismo día en el que recuperaba la libertad.

Aude D´Ambrosio
profesora de francés e historia en Lieja.

 

 

Carta de Antonio Gramsci desde la cárcel a su hermano Carlo

Carta de Antonio Gramsci desde la cárcel a su hermano Carlo

Carta de Antonio Gramsci, desde la cárcel a su hermano Carlo

Queridísimo Carlo, recibí juntas tu carta del 30 de agosto y la certificada del 2 de septiembre.
Gracias. de todo corazón. No sé qué te ha escrito Mario; me da la impresión de que te ha alarmado demasiado, mientras que yo pensaba que su visita contribuiría a tranquilizar a mamá. Me equivoqué.
Por otra parte, tu carta del 30 de agosto es realmente dramática. De ahora en adelante quiero escribirte a menudo, para tratar de convencerte de que tu estado de ánimo no es digno de un hombre (y tú ya no eres tan joven). Es el estado de ánimo de quien es presa del pánico, de quien ve peligros y amenazas por todas partes, y por eso se vuelve impotente para actuar en serio y vencer las dificultades reales, tras haberlas determinado bien y haberlas aislado de las imaginarias, creadas por la sola fantasía.
Y ante todo quiero decirte que tú y también los demás de casa me conocéis muy poco y por tanto tenéis una idea completamente equivocada sobre mi fuerza de resistencia.
Me parece que hace ya casi veintidós años que dejé a la familia, y desde hace catorce años sólo volví a casa dos veces, en el 20 y en el 24. Ahora bien, durante todo ese tiempo no me he dedicado a vivir como un señor; todo lo contrario; a menudo atravesé períodos malísimos e incluso pasé hambre en el sentido más literal de la palabra. Llega un momento en que esto hay que decirlo, porque (…..) se consigue tranquilizar.

Probablemente me has envidiado un poco algunas veces porque yo he conseguido estudiar. Quiero recordarte sólo lo que me pasó en los años de 1910 a 1912. El año 10, como Nannaro había conseguido un empleo en Cagliari, fui a vivir con él. Recibí la primera mensualidad, y luego nada más; quedé completamente a cargo de Nannaro, que no ganaba más de 100 liras al mes. Cambiamos de pensión. Me dieron un cuartito que había perdido toda la cal a causa de la humedad y que sólo tenía un ventanuco que daba a una especie de pozo, más letrina que patio. Pronto advertí que así no podíamos seguir, por el malhumor de Nannaro, que siempre la tomaba conmigo. Empecé por no tomar el poco café de la mañana, luego retrasé la comida cada vez más, para ahorrar así la cena. Durante ocho meses comí una sola vez al día y llegué al final del tercer curso del Liceo en condiciones de grave desnutrición.

Sólo al final del curso escolar me enteré de que existía la beca del colegio Carlo Alberto, pero había que examinarse de todas las asignaturas de los tres años del Liceo; por tanto, debía hacer un enorme esfuerzo en los tres meses de vacaciones. Sólo tío Serafino se dio cuenta de las deplorables condiciones de debilidad en que me encontraba, y me invitó a vivir con él en Oristano, dándole clase a Delio, Estuve mes y medio y por poco me vuelvo loco. No podía estudiar para el examen, puesto que Delio me absorbía por completo, y la preocupación, sumada a la debilidad, me destrozaba.

Escapé a escondidas. Sólo me quedaba un mes para estudiar. Marché a Turín como si estuviera sonámbulo. Llevaba 55 liras en el bolsillo; de las 100 liras que me dieron en casa, había gastado 45 en el billete de tercera. Era cuando la Exposición, y tenía que pagar tres liras diarias sólo por un cuarto. Me abonaron el viaje en segunda, unas ochenta liras, pero no era como para ponerse a bailar porque los exámenes duraban unos quince días y eso significaba unas 50 liras sólo por la habitación. No sé cómo me las arreglé para pasar los exámenes, porque me desmayé dos o tres veces. Aprobé, pero empezaron los problemas. De casa tardaron unos dos meses en mandarme los papeles para la matrícula de la universidad, y mientras no me matriculara no me pagaban las 70 liras mensuales de la beca. Me salvó un bedel que me encontró una pensión de 70 liras, donde me fiaron; yo estaba tan acobardado que quería regresar haciendo que la policía me devolviera a casa. Recibía 70 liras y gastaba 70 en una pensión muy miserable. Y pasé el invierno sin abrigo, con un trajecito de entretiempo adecuado para Cagliari. Hacia marzo de 1912 estaba tan mal que durante unos meses dejé de hablar, porque al hacerlo me trabucaba. Y encima vivía justamente a orillas del Dora, y la niebla helada me destrozaba.

¿Por qué te he escrito todo esto?

Para que te convenzas de que me he encontrado en condiciones terribles, sin desesperarme por ello, otras veces. Toda esta vida me ha consolidado el carácter. Me convenció de que incluso cuando todo parece perdido hay que volver a poner tranquilamente manos a la obra, empezando otra vez desde el principio. Me convenció de que no hay que contar nunca más que consigo mismo y con las propias fuerzas; no esperar nada de nadie y no procurarse, por tanto, desilusiones. De que hay que proponerse sólo hacer lo que uno sabe y puede, y seguir el propio camino.
Mi posición moral es excelente: unos me creen un demonio, otros casi un santo. Yo no quiero jugar al mártir ni al héroe. Creo simplemente que soy un hombre medio, que tiene sus profundas convicciones y que no las cambia por nada del mundo.

Podría contarte alguna anécdota divertida. Durante los primeros meses que pasé aquí, en Milán, un oficial de prisiones me preguntó ingenuamente si era cierto que yo, de haber cambiado de chaqueta, habría sido ministro.

Le contesté sonriendo que ministro era demasiado, pero que subsecretario de Correos o de Obras Públicas habría podido serlo, dado que eran los cargos que daban en los gobiernos a los diputados sardos.
Se encogió de hombros y me preguntó por qué no había cambiado la chaqueta, tocándose la frente con el dedo. Se había tomado mi respuesta en serio y me creía loco de atar. Ánimo, pues, y no te dejes ahogar por el ambiente aldeano y sardo; hay que ser siempre superiores al ambiente en que se vive, aunque sin despreciarlo por ello ni creerse superiores.

Entender y razonar, no lloriquear. ¿Entendido? ¿Debo ser justamente yo, que estoy en la cárcel con perspectivas bastantes feas, quien dé ánimos a un joven que puede moverse libremente, desplegar su inteligencia en el trabajo cotidiano y hacerse útil?
Te abrazo afectuosamente junto con todos los demás de la casa.

Nino.

Lo que has prometido mandarme, mándalo en cuanto puedas, porque lo necesito de verdad. Espero que en adelante no tendré que recurrir a tu ayuda.

Película “Diarios de la Cárcel”

Gramsci en Cerdeña.