«El processone», el gran proceso contra los comunistas en 1928, una farsa judicial

En noviembre de 1926, tras ser ilegalizado el Partido Comunista de Italia (PCd’I) en el marco de las leyes fascistas, el régimen del Duce crea el Tribunal Especial para la Seguridad del Estado. Este tribunal, que no tiene nada de democrático, es un organismo puramente represivo para condenar a las penas más duras a los militantes antifascistas, y principalmente a los comunistas.

Inmediatamente, entre sus primeras medidas tomadas, el Tribunal Especial añade un nuevo cargo contra Antonio Gramsci, ya encarcelado desde el 8 de noviembre de ese año 1926, para que comparezca con otros 21 militantes comunistas. Se les acusa de conspiración, instigación a la guerra civil, apología del crimen e incitación al odio de clase.

En enero de 1927 Gramsci es trasladado de la prisión de Ustica a la de San Vittore en Milán. El viaje dura tres semanas en condiciones muy difíciles para la salud, extremadamente frágil, de Gramsci. Permanece en San Vittore durante toda la instrucción del juicio, período durante el cual puede contar con el importante apoyo de su amigo, el economista Piero Sraffa, que obtiene un derecho de visita a la prisión de Milán, como “compañero de escuela” de Antonio. Sraffa se pone en contacto con el PCI clandestino, al que informa de la situación del preso ya enfermo y sujeto a malos tratos por parte de los fascistas.

Para recabar la solidaridad internacional, Sraffa y Angelo Tasca, miembro del Comité Central del PCd’I, redactan conjuntamente un artículo difundido en el “Manchester Guardian” en forma de carta al redactor jefe; “Los métodos del fascismo. El caso de Antonio Gramsci”, en el que denuncian, de manera particular, la degradación física y psicológica de Antonio.

Entre el 28 de mayo y el 4 de junio de 1928, 22 comunistas son “juzgados” en Roma, entre los que se encuentran importantes dirigentes del partido: Gramsci, Terracini y Scoccimarro. Los fascistas no tienen absolutamente ninguna prueba contra Gramsci y sus camaradas, a pesar de las torturas sufridas para arrancarles falsas confesiones que no obtendrán.

En esta farsa judicial los papeles repartidos son los siguientes: Alessandro Saporti, presidente del tribunal; Enrico Macis, juez de instrucción; Gaetano Tei, abogado militar; Michele Isgro, fiscal. El gran juicio es abierto a la prensa y asisten algunos corresponsales extranjeros, como un corresponsal del “Manchester Guardian”, un periodista del “Petit Parisien” y un representante de la Agencia Soviética Tass.
Terracini es el portavoz de los acusados. Lee una declaración oficial en la que ironiza sobre el régimen fascista:

“El hecho puro y simple de la existencia del Partido Comunista es suficiente, por sí mismo, para poner en peligro grave e inminente al poderoso régimen: ¡A un Estado tan fuerte, al Estado totalitario, al Estado tan armado!”

En cuanto a Gramsci, a la pregunta del Presidente Saporti, que se regodea en sus acusaciones, responde:

“Confirmo mis declaraciones a la policía. Fui arrestado a pesar de ser un diputado en funciones. Soy comunista y mi actividad política se ha hecho pública como diputado y como escritor de L’Unità (diario del PCd’I fundado por el propio Gramsci). No realicé actividades clandestinas de ningún tipo porque, aunque lo hubiera querido, me habría resultado imposible. Desde hace años, siempre he tenido a seis agentes cerca de mí, con la tarea declarada de escoltarme a la salida, o custodiarme si me quedaba en casa; nunca me han dejado solo; y, con el pretexto de la protección, se ejercía una vigilancia contra mí, lo que hoy se convierte en mi mejor defensa. Solicito que el prefecto y el supervisor de Turín sean escuchados como testigos para testimoniar sobre esta cuestión. Si, por otra parte, ser comunista significa ser responsable, yo lo acepto.”

Más adelante, durante el juicio, añadirá que “todas las dictaduras militares, puesto que están destinadas a la guerra, están condenadas al fracaso, lo que tendrá como consecuencia que el proletariado tome la dirección del país.” Irritado por las continuas interrupciones del fiscal, el líder comunista se dirigirá a los jueces diciendo: “Condenaréis a Italia a la ruina y nosotros, los comunistas, tendremos que salvarla.”

De esta farsa judicial, muy poco conocida por el público, sin embargo, hay una frase que sí ha permanecido a través de los años; la pronunciada por el fiscal Isgro refiriéndose a Gramsci:
«¡Debemos impedir que este cerebro funcione durante 20 años!».

Tras las comparecencias y el juicio en la sala, llega el período de las dudas para los acusados, la incertidumbre sobre las penas que les caerán. Gramsci no se hace ilusiones desde el principio. En una carta escrita a su madre el 30/04/28 ya advierte:

“No os preocupéis ni tengáis miedo, no importa qué condena me pongan: creo que será entre los 14 y los 17 años, pero podría ser aún más grave, precisamente porque no hay pruebas contra mí. ¿Qué es lo que no puedo haber cometido sin dejar pruebas?”

En efecto, las penas que les caerán serán duras, muy duras: 20 años, 5 meses y 4 días para Gramsci y Scoccimaro. Más de 22 años para Terracini a quien se le cobra así su papel de líder, de representante de los acusados durante el juicio.
Gracias a una petición presentada por su hermana Teresina, Antonio es trasladado el 19 de julio a Turi, un establecimiento penitenciario destinado a los detenidos enfermos. Estará allí hasta noviembre de 1933. Allí escribirá sus “Cuadernos de la cárcel”, a partir de febrero de 1929; obras sacadas clandestinamente gracias a la intervención de Tatiana Schucht, su cuñada.

Antonio Gramsci, con la salud destrozada como consecuencia del Mal de Pott y de una tuberculosis pulmonar, muere el 27 de abril de 1937, tras una hemorragia cerebral que sufre el mismo día en el que recuperaba la libertad.

Aude D´Ambrosio
profesora de francés e historia en Lieja.