Carta de Antonio Gramsci, desde la cárcel a su hermano Carlo

Queridísimo Carlo, recibí juntas tu carta del 30 de agosto y la certificada del 2 de septiembre.
Gracias. de todo corazón. No sé qué te ha escrito Mario; me da la impresión de que te ha alarmado demasiado, mientras que yo pensaba que su visita contribuiría a tranquilizar a mamá. Me equivoqué.
Por otra parte, tu carta del 30 de agosto es realmente dramática. De ahora en adelante quiero escribirte a menudo, para tratar de convencerte de que tu estado de ánimo no es digno de un hombre (y tú ya no eres tan joven). Es el estado de ánimo de quien es presa del pánico, de quien ve peligros y amenazas por todas partes, y por eso se vuelve impotente para actuar en serio y vencer las dificultades reales, tras haberlas determinado bien y haberlas aislado de las imaginarias, creadas por la sola fantasía.
Y ante todo quiero decirte que tú y también los demás de casa me conocéis muy poco y por tanto tenéis una idea completamente equivocada sobre mi fuerza de resistencia.
Me parece que hace ya casi veintidós años que dejé a la familia, y desde hace catorce años sólo volví a casa dos veces, en el 20 y en el 24. Ahora bien, durante todo ese tiempo no me he dedicado a vivir como un señor; todo lo contrario; a menudo atravesé períodos malísimos e incluso pasé hambre en el sentido más literal de la palabra. Llega un momento en que esto hay que decirlo, porque (…..) se consigue tranquilizar.

Probablemente me has envidiado un poco algunas veces porque yo he conseguido estudiar. Quiero recordarte sólo lo que me pasó en los años de 1910 a 1912. El año 10, como Nannaro había conseguido un empleo en Cagliari, fui a vivir con él. Recibí la primera mensualidad, y luego nada más; quedé completamente a cargo de Nannaro, que no ganaba más de 100 liras al mes. Cambiamos de pensión. Me dieron un cuartito que había perdido toda la cal a causa de la humedad y que sólo tenía un ventanuco que daba a una especie de pozo, más letrina que patio. Pronto advertí que así no podíamos seguir, por el malhumor de Nannaro, que siempre la tomaba conmigo. Empecé por no tomar el poco café de la mañana, luego retrasé la comida cada vez más, para ahorrar así la cena. Durante ocho meses comí una sola vez al día y llegué al final del tercer curso del Liceo en condiciones de grave desnutrición.

Sólo al final del curso escolar me enteré de que existía la beca del colegio Carlo Alberto, pero había que examinarse de todas las asignaturas de los tres años del Liceo; por tanto, debía hacer un enorme esfuerzo en los tres meses de vacaciones. Sólo tío Serafino se dio cuenta de las deplorables condiciones de debilidad en que me encontraba, y me invitó a vivir con él en Oristano, dándole clase a Delio, Estuve mes y medio y por poco me vuelvo loco. No podía estudiar para el examen, puesto que Delio me absorbía por completo, y la preocupación, sumada a la debilidad, me destrozaba.

Escapé a escondidas. Sólo me quedaba un mes para estudiar. Marché a Turín como si estuviera sonámbulo. Llevaba 55 liras en el bolsillo; de las 100 liras que me dieron en casa, había gastado 45 en el billete de tercera. Era cuando la Exposición, y tenía que pagar tres liras diarias sólo por un cuarto. Me abonaron el viaje en segunda, unas ochenta liras, pero no era como para ponerse a bailar porque los exámenes duraban unos quince días y eso significaba unas 50 liras sólo por la habitación. No sé cómo me las arreglé para pasar los exámenes, porque me desmayé dos o tres veces. Aprobé, pero empezaron los problemas. De casa tardaron unos dos meses en mandarme los papeles para la matrícula de la universidad, y mientras no me matriculara no me pagaban las 70 liras mensuales de la beca. Me salvó un bedel que me encontró una pensión de 70 liras, donde me fiaron; yo estaba tan acobardado que quería regresar haciendo que la policía me devolviera a casa. Recibía 70 liras y gastaba 70 en una pensión muy miserable. Y pasé el invierno sin abrigo, con un trajecito de entretiempo adecuado para Cagliari. Hacia marzo de 1912 estaba tan mal que durante unos meses dejé de hablar, porque al hacerlo me trabucaba. Y encima vivía justamente a orillas del Dora, y la niebla helada me destrozaba.

¿Por qué te he escrito todo esto?

Para que te convenzas de que me he encontrado en condiciones terribles, sin desesperarme por ello, otras veces. Toda esta vida me ha consolidado el carácter. Me convenció de que incluso cuando todo parece perdido hay que volver a poner tranquilamente manos a la obra, empezando otra vez desde el principio. Me convenció de que no hay que contar nunca más que consigo mismo y con las propias fuerzas; no esperar nada de nadie y no procurarse, por tanto, desilusiones. De que hay que proponerse sólo hacer lo que uno sabe y puede, y seguir el propio camino.
Mi posición moral es excelente: unos me creen un demonio, otros casi un santo. Yo no quiero jugar al mártir ni al héroe. Creo simplemente que soy un hombre medio, que tiene sus profundas convicciones y que no las cambia por nada del mundo.

Podría contarte alguna anécdota divertida. Durante los primeros meses que pasé aquí, en Milán, un oficial de prisiones me preguntó ingenuamente si era cierto que yo, de haber cambiado de chaqueta, habría sido ministro.

Le contesté sonriendo que ministro era demasiado, pero que subsecretario de Correos o de Obras Públicas habría podido serlo, dado que eran los cargos que daban en los gobiernos a los diputados sardos.
Se encogió de hombros y me preguntó por qué no había cambiado la chaqueta, tocándose la frente con el dedo. Se había tomado mi respuesta en serio y me creía loco de atar. Ánimo, pues, y no te dejes ahogar por el ambiente aldeano y sardo; hay que ser siempre superiores al ambiente en que se vive, aunque sin despreciarlo por ello ni creerse superiores.

Entender y razonar, no lloriquear. ¿Entendido? ¿Debo ser justamente yo, que estoy en la cárcel con perspectivas bastantes feas, quien dé ánimos a un joven que puede moverse libremente, desplegar su inteligencia en el trabajo cotidiano y hacerse útil?
Te abrazo afectuosamente junto con todos los demás de la casa.

Nino.

Lo que has prometido mandarme, mándalo en cuanto puedas, porque lo necesito de verdad. Espero que en adelante no tendré que recurrir a tu ayuda.

Película “Diarios de la Cárcel”

Gramsci en Cerdeña.