Sabina de la Cruz,  mujer de ciencia y conciencia

Sabina de la Cruz, mujer de ciencia y conciencia

Sabina de la Cruz,
mujer de ciencia y conciencia.

La edición crítica de la obra de Blas de Otero resume su tarea intelectual
El ayuntamiento de Sestao pone su nombre a la Biblioteca Municipal y le nombra hija predilecta

La obra intelectual y humana de Sabina de la Cruz (1929–2020) se explica y reconoce en su camino vital junto con el poeta Blas de Otero (1916–1979). Haber dedicado la mayor parte de esa labor intelectual e histórica a promover, estudiar, custodiar y publicar la poesía completa del poeta vasco va mucho más allá de una tarea intelectual: es un acto de amor. Pero a esos méritos hay que añadir el tiempo y el fervor dedicado a la Universidad –como profesora en la Universidad Complutense de Madrid– y a esa otra labor cívica y política, militante y digna, que ejerció en el Partido Comunista en el tiempo de la clandestinidad, cuando oponerse al régimen de Franco era jugarse la libertad y en ocasiones la vida.

Pero para conseguir la libertad, gentes como Sabina de la Cruz pusieron al servicio de su tiempo lo mejor de su vida, resumido en el compromiso histórico.
Tras tres décadas de profesión en la Universidad Complutense, Sabina de la Cruz, que descuidó conscien-temente su poesía para dedicarse a la de Blas de Otero, y tras varios libros sobre la obra del hombre que amó, su doctorado, conferencias y estudios, volvió a Bilbao y a las Encartaciones, para inspirar, crear y presidir la Fundación Blas de Otero, institución que nace en 1999, con la tutela del Ayuntamiento de la Villa. Aunque el gran mérito de esta mujer está en haber rematado el estudio y fijación de textos de la Obra completa (1935–1977) de Blas en 2013. Dicha Fundación convoca anualmente un premio de poesía que lleva el nombre del poeta bilbaíno, con lo que proyecta el objetivo de situar en el tiempo la memoria del poeta vasco.

Hombro con hombro

Sabina de la Cruz nace en Sestao en el seno de una familia de comerciantes instalados en dicha villa a finales del siglo XIX. Desde niña siente especial inclinación por la lectura y por las artes plásticas. Desde muy joven participó en diversas asociaciones culturales de Bilbao, como la Asociación Artística Vizcaína, relacionándose, hombro con hombro, con poetas y artistas del momento, como Agustín Ibarrola, Vidal de Nicolás, Alfonso Irigoien, Dionisio Blanco, Javier de Bengoechea, Ángela Figuera Aymerich, Ángel María Ortiz Alfau, Federico Krutwig, (quien introdujo a Otero en el conocimiento de la filosofía oriental), Rafael Morales, Gabriel Aresti, y el propio Blas de Otero, de quien sería su compañera en el trecho más importante de su vida, desde finales de 1961 hasta la muerte de éste, que tuvo lugar en el verano de 1979. Pero ya en la década de 1950 participó en las actividades de la Asociación Artística, dando recitales de poesía y contribuyendo a las actividades musicales y teatrales que promovía esta institución cultural.
Para reconocer su dedicación y amor por los libros, el Ayuntamiento de Sestao decidió en 2020 poner el nombre de Sabina de la Cruz a la Biblioteca Municipal. El ayuntamiento nombró a su vez a Sabina como hija predilecta, en un acuerdo tomado por unanimidad de toda la corporación.
En la Universidad Complutense fue profesora de Literatura, pero tuvo un papel fundamental en la incorporación del euskera a dicha Universidad.

Lo cuenta en unas declaraciones de 2002: “Si hay lengua vasca en la Universidad Complutense de Madrid es porque yo acepté encargarme de ella. Yo había hecho mi tesina sobre la relación del euskera y el castellano, trabajando con Mitxelena.

Sin embargo no sabía hablarlo, así que cuando me ofrecieron la plaza al principio me pareció una locura. Para entonces había bastantes alumnos apuntados a las clases por lo que accedí a darlas con la condición que en cuanto hubiera una persona que dominara la lengua, yo dejaba el puesto. Y así fue.

Durante aquel período hice muchos amigos; conocí gente con la que sigo manteniendo una gran amistad. En cuanto pude solté la asignatura a una de las alumnas, a Pilar Muñoa de San Sebastián, que después fue durante muchos años profesora de lengua vasca. Así mismo he tenido alumnos que después han sido importantes investigadores en lingüística vasca como Maite Etxenike”.

Doctora en Filología Románica, en la referida Universidad Complutense de Madrid impartió clases de Filología Románica, Dialectología Italiana, Lingüística Vasca y Literatura Española Contemporánea.

Colaboró como investigadora en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia de la Lengua Española. Especialista en la obra literaria y en la biografía de Blas de Otero, sobre el que ha escrito numerosos trabajos y ofrecido conferencias en España y en el extranjero.
Su obra poética, a la que ha dedicado poca atención, se ha publicado en diversos periódicos y revistas: Papageno, Orejudín, de Zaragoza (dirigida por los hermanos Miguel y José Antonio Labordeta), Norte-Sur, Txistulari, en el periódico Hierro, de Bilbao. Su etapa poética abarca de 1950 a mediados de 1960. A partir de 1970 se dedica a la investigación literaria, publicando desde entonces numerosos trabajos sobre poesía contemporánea.

Al estudio de la obra Otero ha dedicado la mayor parte de su actividad como crítica literaria, haciendo la edición, introducción y fijación de textos de prácticamente todos los libros de Otero. En 1983 finalizó una tesis doctoral sobre dicho poeta que mereció el “Premio Extraordinario 1983”.

Ha sido la principal promotora de la Fundación que lleva el nombre del poeta bilbaíno, auspiciada por el Ayuntamiento de la Villa, y de la que Sabina fue primera presidenta. Ha participado en diversos cursos, conferencias y jornadas sobre Blas de Otero, publicando trabajos de análisis de su obra en libros colectivos.

La edición de las obras completas de Otero, empeñada en la fijación rigurosa de textos, le llevó varios años de trabajo. Entre otros estudios, centrados en la obra de Otero, cabe destacar: “Contribución a una edición crítica de la obra literaria de Blas de Otero” (Universidad Complutense, Madrid, 1983) y “La erotización del espacio en los poemas de amor de Blas de Otero” (Eros literario, Universidad Complutense, 1989), entre otros.

Ha realizado la edición de los siguientes libros de Blas de Otero: “Historias fingidas y verdaderas” (Alianza, Madrid, 1980), “Blas de Otero, mediobiografía” (Turner) [En colaboración con Mario Hernández] y “Poesía escogida de Blas de Otero”, (Vicens Vives, Barcelona, 1995) [En colaboración con Lucía Montejo] y “Los poemas vascos de Blas de Otero” (Ayuntamiento de Bilbao, 2002). Y, como hemos señalado, la edición, tras tres décadas de profesión en la Universidad Complutense, Sabina de la Cruz, que descuidó conscientemente su poesía para dedicarse a la de Blas de Otero, y a esos libros sobre la obra del hombre que amó, su doctorado, conferencias y estudios, volvió a Bilbao y a las Encartaciones, para inspirar, crear y presidir la Fundación Blas de Otero, institución que cuidará por su trascendencia.

Aunque el gran mérito de esta mujer está en haber rematado el estudio y fijación de textos de la Obra completa (1935–1977) de Blas en 2013, una edición que dirige de la Cruz con la colaboración de Mario Hernández, quien es coautor con Sabina de la Introducción a tan completa edición.

Sabina conocía de memoria la obra de Blas de Otero antes de que en 1961 lo conociera en persona. En una entrevista para Euskonews & Media, realizada por Estibalitz Ezkerra en 2002, la profesora reconoce aquel instante en que se lo presentaron: “En septiembre de 1961 (fue en 1961, hay un error en la entrevista, que pone 1971) en mi casa. Lo trajo Agustín Ibarrola y otros amigos pintores que como Blas llegaban de París. Aparece en uno de sus poemas: En septiembre del 61 salí del oui y entré en el bai de mi país. Por aquel entonces yo me sabía la obra de Blas de memoria.

Acababa de publicar “En castellano”, y lo habíamos traído escondido de Francia para pasar la frontera. Cuando me dijo que era Blas de Otero me quedé impresionada. Era un hombre con mucho atractivo. Ha sido una relación realmente de amor. Juntos hemos pasado muchas cosas, las enfermedades –Blas tenía bastante mala salud–, pero todo ha sido llevado con alegría y mucho amor. Murió muy joven, 63 años no es una edad para morir, pero me consuelo pensando que sucedió de repente, sin tiempo para sentir nada”.

La palabra y la paz

Pero nadie como ella ha señalado, por haber sido testigo y cómplice, los momentos y significados de la obra de Otero. En la referida entrevista en Euskonews & Media ofrece este testimonio, sobre cuanto significa en la obra de Blas de Otero tanto la palabra en sí como la palabra Paz: “En todos sus poemas –afirma Sabina– está la dimensión completa del ser humano: la dimensión del ser social, y la dimensión íntima y existencial de quien tiene su propio sufrimiento.

En aquel momento en España hay una situación histórica terrible: la posguerra. Una guerra civil es terrible, porque es una guerra entre hermanos y tras ella hay que seguir conviviendo en la misma casa. Los odios, las cárceles, las muertes… Murieron muchos más después de la guerra que durante ella. Un joven como Blas, que empieza a salir a la vida y se encuentra con una situación en la cual no hay libertad, sino una dictadura donde se prohíbe todo, en primer lugar los libros. Esa situación le lleva a conseguir que salga la palabra que sirva para luchar por la dignidad y la libertad de la gente, de la inmensa mayoría. Esa inmensa mayoría que no lee poesía –eso Blas lo sabía muy bien–, pero que la leerá cuando cambie la situación histórica y social. También hace protagonista del poema a la inmensa mayoría, habla en nombre de todos, en busca de la dignidad y la libertad.

Muchas veces me han preguntado el porqué de la obsesión por la paz en los poemas de Blas, pero era un hombre de guerras: nació en 1916 a los dos años de empezar la Primera Guerra Mundial. A sus diecinueve años estalla la guerra civil, termina ésta e inmediatamente comienza la Segunda Guerra Mundial, después la posguerra española, tan terrible. Yo fui una niña de la posguerra y lo sé muy bien. Una persona que ha vivido siempre en esas situaciones, inevitablemente tiene que desear la paz para todos”.

Y remata Sabina de la Cruz: “Cuando se habla de la paz, no solamente se habla de una paz sin guerra, hay más clases de paz: tener libertad dentro de la propia casa para ser quien realmente eres, para poder expresarte como eres, esa paz también la ansiaba Blas. Todavía hay otro tipo de paz, la de sentirse satisfecho de si mismo. Esa paz íntima también Blas la buscó por algún tiempo. Cuando él dice “yo doy todos mis versos por un hombre en paz”, está hablando de todas estas formas de paz”.

La poesía, en la cocina

Sabina de la Cruz, además de profesora, promotora de cultura, editora de la obra de uno de los más grandes poetas del siglo XX, era mujer. Y era mujer consciente y lo dijo en muchas ocasiones, porque también tenía que ocuparse de la administración y tareas de la casa en la que vivía con el poeta.

En la citada entrevista nos da un testimonio de cómo dejó de escribir poesía porque su tarea y su compromiso como persona e intelectual estaba en cantar la poesía de los demás, aunque su dedicación especial fuera el estudio y difusión de la poesía de Blas de Otero: “Cuando era joven –afirma Sabina de la Cruz– escribía poesía, y ahí sí que influyó en mí el haber conocido a Blas. Conociendo a un poeta tan bueno, ¿quién se atreve a escribir poemas? Sin embargo sí que tenemos una serie de poemitas que aún están sin publicar –porque forman parte de mi intimidad– que nos dejábamos en la cocina entre los apuntes de lo que había que comprar. Yo escribía algún que otro pequeño poema, y al día siguiente me encontraba otro que me había dejado Blas. Después me dediqué siempre a trabajar sobre crítica, comentarios de texto. Mis clases me llevaban mucho tiempo.

Aparte, como toda mujer, tenía que encargarme de la casa. Por otra parte, en mi tesis doctoral pude hacer una edición crítica de su obra porque he hablado tanto con Blas sobre sus textos, sobre las variantes que tienen.

Todo eso es muy importante a la hora de hacer la edición crítica. Saber cómo trabaja un creador, sobre todo un poeta. Un poeta es un creador muy especial, no trabaja como los novelistas día a día; el poeta trabaja como envuelto en una especie de ola rítmica que llega casi sin darse cuenta y lo tiene durante unos días completamente enajenado, y todo lo demás prácticamente no existe. En el caso de Blas es muy curioso porque en estos periodos estaba muy tranquilo. Era como si viviera en paz. Escribía por la noche, dormía unas horas durante el día, oía mucha música. Era silencioso, feliz.

Cuando pasaba ese periodo se dedicaba a pasar a máquina los poemas. Jamás he leído un poema de Blas hasta que me decía “siéntate” y me los leía. Una no se atreve a entrar en lo más íntimo de la otra persona precisamente porque la quieres tanto que no quieres romper su intimidad. Una vez leídos los comentábamos. He aprendido muchísimo de Blas”.

Nada como este testimonio puede resumir el trayecto intelectual de Sabina de la Cruz, como mujer, poeta, profesora, crítica y promotora en el tiempo de la obra de Blas de Otero. Una mujer que se realizó al lado, hombro con hombro, de un hombre “fieramente humano”.

¿Qué mayor vivencia poética puede haber?

El 5 de mayo de 1976, Blas de Otero escribió este poemita de amor correspondido, entre tantos otros que dedicó a Sabina de la Cruz

Sabin, el día es nuestro,
las noches, un poco cuadriculadas,
son tuyas y mías, de los dos.
Porque tú las ganaste hasta tenderse
sobre este niño cuaderno de Orihuela,
como este amor que merecimos
por amor
Solo por amor.

UN POEMA DE SABINA DE LA CRUZ

CAMPESINOS

A bandadas,
a ramos de ardida primavera,
llegan los campesinos
con manos de raíces.
Hombros para la mina,
piel de tierra
para el suavísimo aliento de los ácidos.
Mulas de hierro les quema los ijares,
y a las noches se aduermen
en cielos sin estrellas.
Miradlos.
Robles con pelliza,
se les pierden los ojos
en la luz de neón de las ciudades.
Caminan como en sueños.
Huelen a estiércol,
a balido
y a perfume caliente de las eras.
Sueñan con mares de espigas,
con ganados, y hablan
de la tierra que han perdido
como de una querida arrebatada.

Bilbao, 1962

SABINA DE LA CRUZ

Por Félix Maraña

Ángela Figuera Aymerich, la voz desgarrada e integradora

Ángela Figuera Aymerich, la voz desgarrada e integradora

Ángela Figuera Aymerich, la voz desgarrada e integradora

por Félix Maraña: Escritor y Periodista

En su libro “Examen de ingenios” (2017), donde recoge un centenar de semblanzas de intelectuales, refiere José Manuel Caballero Bonald un suceso del que fue testigo, ciertamente grave. Dámaso Alonso, poeta del grupo del 27, y filólogo de prestigio, convocó en su casa de porte señorial a un grupo de intelectuales, entre los que estaban, a decir de Caballero, “excombatientes franquistas y combatientes antifranquistas”. El motivo era una recepción al poeta Jorge Guillén, que había vuelto del exilio americano y pasaba por Madrid.

En el transcurso de aquella velada, en la que había pasión, tensión y alcohol en exceso, surgió una discusión sobre el comportamiento de los intelectuales ante el franquismo. En la contienda verbal, Ángela Figuera Aymerich (1902–1984) se permitió calificar a Dámaso Alonso, el anfitrión, como “ejemplo de intelectual domesticado”. Alonso se abalanzó sobre Ángela y propinó a la mujer un puñetazo en la mandíbula, derribándola y cayendo desplomada al suelo. No sabemos si Guillén vio resumido en aquella brutal escena la representación de las dos Españas, o de la tercera, como ahora se empeñan en decir algunos.

En aquel puñetazo se resumía algo más que el carácter violento de Alonso, exacerbado en cuanto rozaba con el alcohol, en aquella agresión se contenía la frustración de un poeta que, efectivamente, había sido domesticado. Ángela, en cambio, formaba parte de la resistencia, hecha día a día con el silencio, con la poesía y con la conciencia de que en modo alguno los vencidos debían parecerse a los vencedores, rechazando de plano que aquella resistencia tuviera cualquier connotación o acción violenta. Pero en aquel puñetazo estaba también el intento de acallar las voces críticas, que molestaban a algunos intelectuales como Alonso, que se habían quedado en el llamado exilio interior, pero acomodado. Dámaso administró mucho poder y lavó en cierto modo aquella acomodación al nuevo sistema político al publicar en 1944 su libro de poemas “Hijos de la ira”. Podíamos decir que Alonso –que presidió la RAE durante catorce años– no fue una víctima de la guerra civil. Figuera, sí. Figuera había nacido en 1902, cuatro años después de quien le propinó aquel vergonzoso puñetazo. El puñetazo era la prueba de que no todos los intelectuales del exilio interior se comportaron de igual manera.

Y debido a ese comportamiento, unos medraron y otros y otras, como Figuera, construyeron vida y obra en el silencio, “a duras penas y a duras alegrías”. A Figuera, como a su marido, Julio Figuera, se les aplicó la ley de responsabilidades políticas, apartándola de su cargo de profesora de enseñanzas medias. Pasados muchos años logró un puesto de asistente en una biblioteca ambulante que recorría los barrios de Madrid. Alonso, presidía la Real Academia de la Lengua y vestía de chaqué. Y cuando, en 1969, Max Aub vino por vez primera a España, Dámaso Alonso, que actuó como anfitrión, no convocó a Ángela Figuera para encontrarse con Aub, sino a otro poeta vizcaíno, Mario Ángel Marrodán. Aub se llevó de España y de los escritores españoles una pésima impresión. Lo cuenta en su libro “La gallina ciega” (1971). Quiero decir que Alonso siguió teniendo mucho poder, y que enseñó de la realidad española del momento no lo más valioso, sino lo que le servía para salir del paso.

Afortunadamente, la violenta agresión de la que fue objeto Figuera no hizo mella en la escritora, sino que fue acicate para seguir su camino. Cuando se habla de que Figuera no está considerada en la historia cultural del siglo XX como una escritora de la más alta significación tanto literaria como cívica, no sólo es por ser mujer, que también, sino por su conciencia crítica. Y que sus colegas varones no alentaran su conocimiento con una mejor difusión, en el escaso panorama que el régimen político concedía a quienes no se acomodaron, creo que tiene otras causas. La primera, es una cierta envidia, sana e insana –al menos, cierto celo o recelo–, por el hecho de que León Felipe, nada menos que León Felipe, la conciencia de la dignidad intelectual del exilio republicano, eligiera a la escritora vasca como embajadora o mediadora de un mensaje de los “españoles del éxodo y el llanto”, a sus colegas escritores del exilio interior.

En 1958, Ángela Figuera ganó con su libro “Belleza cruel” el premio León Felipe de poesía que otorgaban los exiliados españoles en México. El premio tenía mucho valor, por cuanto, como cierto día me dijo el poeta Francisco Giner de los Ríos (1917–1995), los intelectuales del exilio, sobre todo en México, donde se concentró la mayoría, por desprecio al sistema político derivado de la guerra, llegaron a pensar, de modo equivocado, que todo lo que se escribiera dentro del país no podía ser bueno. “Belleza cruel” les hizo cambiar de opinión. León Felipe, que presidía el jurado que premió a Figuera, hace del prólogo a su libro un altavoz de hermanamiento con los poetas del interior, nombrando a Otero, Celaya, Figuera, incluso a Dámaso Alonso, devolviendo aquella canción que se llevó al partir al exilio, para que el “hermano voraz y vengativo”, Franco, no pudiera recoger la mies. Es un prólogo de entraña, hermanamiento y restauración histórica. Y los poetas del interior, casi todos, como un día me reconoció José Hierro –no quiere decir que él lo sintiera–, sintieron cierto celo de que Figuera hubiera sido la elegida para el envío de una misiva de tanta significación. Figuera, además, era reconocida como gran poeta, era poeta, lo decía nada menos que León Felipe. Y era mujer. Era 1958.

Un año antes, en el París de 1957, Figuera se encontró con Pablo Neruda. Ángela le informó a Neruda, interesado por el discurrir de la vida intelectual y política de España de todo cuanto ella conocía, porque lo había vivido y padecido. Neruda tenía también para con los intelectuales que habían quedado en el interior cierto recelo. De hecho, no quería volver a España, primero también porque tal vez no se lo permitiera el régimen, pero también porque él había roto la relación con los poetas del interior. La escritora vasca, que allí residió algún tiempo en casa del escultor Lobo, otro exiliado, convenció a Neruda para que escribiera una carta a los poetas españoles del interior. Ángela enseñó la carta a alguno de estos poetas en privado y no la podrá publicar hasta que muere Neruda en 1972. Se publica en la revista Triunfo. Figuera nos había enviado dicha carta para su publicación en la revista Kurpil, que publicábamos en San Sebastián, pero la repentina muerte del poeta chileno, y la lenta periodicidad de nuestra revista, aconsejó la publicación en una revista de máxima difusión. La poeta vasca, tanto en 1957, como en 1958, hizo de puente, mediación y acercamiento fraternal entre los poetas de ambos lados de una frontera invisible pero cierta. Sin esa humanidad, ese entendimiento, esa manera de comportarse cívicamente de nuestra escritora, aquellos lazos no se hubieran anudado, enlazado, unido.

Gabriel Aresti consideraba que la poesía de Figuera podía enlazar y convocar a todos los poetas de los años sesenta del siglo pasado en una empresa de renovación cívica. Cuenta Aresti en un poema que dedica a los jóvenes poetas Kepa Enbeita y Joxe Azurmendi, que viven en el convento de Arantzazu, que, como no viera en estos un espíritu decidido, les encomendó la poesía de Figuera.

La poeta vasca era considerada como una voz que enlazaba mundos, en aquel momento el mundo euskaldún y el de los poetas de expresión castellana, como era la poesía de Figuera. A Gabriel Aresti le llega “Belleza cruel” en una fotocopia que le regala Ortiz Alfau. No sabemos en qué modo influye, aunque influye, en su obra poética, pero este libro de Figuera hace que Aresti lo tome como una insignia de lo que está buscando. Así, se lo recomienda a todos, especialmente a los jóvenes poetas de Arantzazu.

En el poema a los dos jóvenes de Arantzazu, publicado en su libro “Euskal harria”, Aresti nos dice: “Cuando conocí el joven Kepa Enbeita, no le encontré mucho parecido con su abuelo. Por ello, le dejé el libro de Ángela Figuera”. Es decir, como Aresti cree que Kepa no se parece a su abuelo bertsolari, le entrega el libro “Belleza cruel”, para que se parezca a su abuelo. Tal era la importancia que la obra de Figuera tenía para Aresti. La invocación de Aresti a Figuera es constante en su obra, así, en el poema “Q”, el más extenso de su libro “Harri eta herri”, poema que dedica a Jorge Oteiza, Aresti se refiere a Ángela como alguien a traer hacia su espíritu, aunque lo que entendía Aresti entonces por espíritu era la militancia política, el deseo de que entre todos conformaran una militancia desde la cultura como resistencia al poder.

Por su parte, Joxe Azurmendi, en un testimonio que recogí de su boca en 1985, nos dice: “La poesía de Ángela –que él tradujo al euskera para leer en Radio San Sebastián– me causó una honda impresión. De algún modo comprendí que su historia personal, su simbología poética, iba paralela a la mía. Mi padre, minero, había muerto joven. Sus imágenes sobre el trigo, los campos, eran para mí la traducción de los frutos sociales del trabajo, y así entendía aquella Figuera poética tan estimable”.

A raíz de ese encuentro con su poesía, Azurmendi sostuvo una relación epistolar con Figuera, así como con Blas de Otero, quien por entonces, asegura Azurmendi, “sólo bebía sidra, alegando que el vino no era bebida de los vascos”. Pero, por encima y al mismo tiempo que este sistema de relaciones, de su papel de mediadora y relatora entre los poetas vascos con Figuera y de Figuera con los poetas del mundo hispano, se aparece la voz de su poesía, retrato de humanidad sintiente y doliente, que se perpetúa.

La voz poética de la bilbaína Ángela Figuera Aymerich (1902-1984) está atravesada por una herida: haber sabido advertir que la belleza es cruel en ocasiones, sobre todo cuando desde la belleza no se advierte el mal del mundo, o se utiliza para esconderlo cobardemente. Ángela Figuera se aplicó a todo lo contrario: decir al mundo que la belleza es cruel si nos distrae o entretiene del camino de la dignidad e, incluso, para advertirle también, desde la poesía, que la belleza desaparece en el momento en que no sentimos la injusticia elemental. Y también nos dijo que la humanidad es esa contradicción de belleza y deterioro, que nos atrapa y nos vigila. Pero Ángela no fue una predicadora o una poeta que se sumó a moda alguna para reclamar la atención: aunque fue vencida por el ángel, en realidad, nunca derrotada, y la rebeldía de su verbo fue bien reconocida por aquella voz de la dignidad en el tiempo de la poesía, León Felipe.

Ángel Figuera Aymerich, poeta de Bilbao, fue puente, mensajera, mediadora y mujer de conciencia. Una suerte de mujer solidaria, que no piensa en su obra sino en la obra de los demás, en los demás, en poner en relación a los demás, como ejercicio de civilidad. Toda su obra es una suerte de puñetazo a la violencia, a la injusticia, al dolor del mundo. Basta con acercarse al volumen de sus Obras completas ( con prólogo de Roberta A. Quance, Hiperión, 1986), para darse de frente con una poesía armónica, crítica, de bello lenguaje, de incisión punzante en el dolor del mundo y sus pobladores, de visión, revisión y estampa de toda la belleza cruel que la vida imprime.

Toda la poesía de Ángela Figuera es una bofetada a la oscuridad de los días, a las heridas del tiempo. Así, en “Belleza cruel”:

Porque es lo cierto que me da vergüenza,
que se me para el pulso y la sonrisa
cuando contemplo el rostro y el vestido
de tantos hombres con el miedo al hombro,
de tantos hombres con el hambre a cuestas,
de tantas frentes con la piel quemada
por la escondida rabia de la sangre.
… … …
Que me perdonen todo este lujo,
este tremendo lujo de ir hallando
tanta belleza en tierra, mar y cielo,
tanta belleza devorada a solas,
tanta belleza cruel, tanta belleza.

 

Cambiamos el año con ellas. con las poetas revolucionarias.

Cambiamos el año con ellas. con las poetas revolucionarias.

Cambiamos el año con ellas.
con las poetas revolucionarias.

Finaliza el año 2021 y nuestra revista se prepara para dar comienzo a un nuevo año de publicaciones con la misma ilusión que cuando empezamos pero con energías renovadas tras comprobar cómo el proyecto Herri se ha consolidado –no sin dificultades- en el panorama de los quioscos de Euskadi y Navarra. Con el respaldo también de contar con un número de suscripciones en aumento que nos animan a seguir con la tarea y los objetivos que desde la redacción nos marcamos cuando empezamos allá por el mes de Junio del año 2019, con aquel monográfico entorno a la figura del histórico dirigente Comunista Vasco Jesús Larrañaga.

Es por eso, por lo que queremos utilizar esta editorial para agradecer a nuestros lectores y lectoras que estén ahí, detrás de la barricada de la lectura comprometida con la transformación revolucionaria de la realidad. Desde la curiosidad por conocer la historia del movimiento comunista y con la convicción de que conocer nuestro pasado es fundamental para nuestra lucha en el Siglo XXI. Agradecerles que estén ahí desde la inquietud de conocer el pensamiento actual de quienes nos organizamos en torno al Partido Comunista y desde la necesidad de concebir la cultura como una herramienta de transformación, tal y como describiera a su propia poesía el camarada Gabriel Celaya, a quién ya dedicamos también un número monográfico en su momento.

Cambiamos de año con un número en torno precisamente a una de las más importantes expresiones culturales a través de la cual se han transmitido las ideas de las y los comunistas vasco -navarros, la poesía. En este caso centrándonos en ellas, en las autoras, mujeres que tanto han aportado y que sin embargo casi siempre han estado relegadas a un segundo plano sin escapar a las consecuencias de una sociedad patriarcal de la que no estamos inmunizados en la tradición comunista y que por supuesto nos afecta a las organizaciones de izquierda y Partidos Comunistas.

El papel y aportación de las poetas sobre las que recorre su trayecto este número de Herri es rico y de un gran valor, tanto en términos estrictamente literarios, como en términos de aportación de ideas de transformación social a través de la cultura. Es un papel que no podíamos dejar pasar mucho más tiempo sin plasmar en las páginas de nuestra revista después de haber publicado aquel número sobre Gabriel Celaya. Por eso hemos decidido que el número dedicado a las poetas sea este, un número importante para la redacción por ser el del cambio de año, tal y como hace un año hiciéramos con un monográfico dedicado en aquella ocasión al propio Lenin.

Con este número además cerramos el año del centenario de nuestro partido, el PCE. Un año en el que se han realizado importantes actos con motivo de ese centenario de un Partido que, sin embargo, ha estado mucho más volcado en la lucha en un momento complejo para el futuro del país -y no nos referimos a la pandemia- que en su propio centenario. Porque el Partido, como la cultura, como las ideas o como el conocimiento de la historia, es y debe ser una herramienta revolucionaria de la clase trabajadora para transformar la sociedad.

Este número de Herri, como siempre, espera ser también una humilde herramienta de transformación social a través de la difusión de las ideas. En ese sentido esperamos que conocer, o reconocer el papel y las aportaciones de las poetas comunistas y su obra precisamente como herramienta de transformación revolucionaria, sea no solo interesante para las y los lectores, sino también de utilidad para el compromiso de ellas y ellos con la transformación de la realidad.

 

Entrevista a Karl Marx

Entrevista a Karl Marx

Entrevista a Karl Marx

En el diario “The World”. Nueva York, 18 de julio de 1871
R. Landor.

Le pidieron que investigara sobre la Internacional obrera y he tratado de hacerlo. No es empresa fácil. En estos momentos Londres es, sin duda, el cuartel general de la Internacional, pero los ingleses se han asustado y todo les huele a Internacional. Con las sospechas del público, naturalmente, ha aumentado la prudencia de la Asociación, y si quienes están al frente tienen algún secreto que ocultar, no cabe duda de que son capaces de hacerlo. Me he dirigido a dos de sus jefes, he hablado libremente con uno de ellos y a continuación refiero lo más sustancioso de nuestra conversación.

Me he convencido de una cosa: que es una asociación de obreros auténticos, pero quienes les dirigen son teóricos y políticos pertenecientes a otra clase social …

Karl Marx es alemán, profesor de filosofía, tiene vastos conocimientos recabados tanto de la observación de la vida como de los libros. Yo diría que, en el sentido común de la palabra, nunca ha sido un obrero. El ambiente y el aspecto son los de un miembro acomodado de la “middle class”. La sala donde fui introducido la tarde de la entrevista parecía la típica morada de un próspero agente de bolsa que, dotado de medios, empezase a hacer fortuna. Era el retrato del bienestar, la casa de un hombre de gusto y de posibilidades, pero sin denotar el carácter del propietario. Encima de la mesa, un bonito álbum de vistas del Rin daba pistas sobre su nacionalidad. Atisbé cautelosamente el florero de una mesita por si había una bomba. Esperaba oler a petróleo, pero lo que aspiré fue un perfume de rosas. Contrariado, volví a sentarme, preparándome para lo peor. Entró, me saludó cordialmente y nos sentamos frente a frente. Sí, tengo ante mí a la revolución en carne y hueso, al fundador y espíritu conductor de la Internacional, al hombre que advertía que hacer la guerra a la clase obrera significaba crearse problemas: en una palabra, al apologista de la Comuna de París.

¿Tienen presente el busto de Sócrates, aquel que prefirió morir antes que prestar fe a los dioses de su tiempo, el hombre cuya frente, de bello perfil encaja mal en una silueta roma, achatada, como separada por un gancho que hace de nariz?
Pues bien, tengan presente este busto, tiñan de negro la barba, dándole unas pinceladas de gris, pongan esa cabeza sobre un cuerpo robusto, de mediana estatura, y tendrán delante al profesor. Cubran con un velo la parte superior de la cara y podrían estar en compañía de un buen parroquiano. Descubran la característica esencial, la frente enorme, y de inmediato advertirán que habrán de lidiar con la más temible de las fuerzas compuestas: un soñador que piensa, un pensador que sueña. Al lado de Marx había otro hombre, me pareció que también alemán aunque, dado su buen dominio de nuestro idioma, tampoco podría asegurarlo. ¿Le servía de testigo al profesor? Creo que sí. El «Consejo», sabedor de la entrevista, le pediría después al profesor un informe: la «Revolución» sospecha en primer lugar de sus agentes, razón por la que se necesitaba un testigo.

Fui rápidamente al grano. El mundo, le dije, no parece saber muy bien qué hay detrás de la Internacional; la odia, pero es incapaz de explicar qué es lo que realmente odia. Algunos, que creen haber penetrado más pro-fundamente que otros en esas tinieblas, afirman que es una especie de Jano bifronte, con la sonrisa honrada y benévola del obrero a un lado y el ojo taimado del conjurado al otro.

Le rogué a Marx que desvelara el secreto oculto en esta teoría. El estudioso sonrió, y me pareció advertir una risita bajo su bigote ante la idea de que existiese semejante temor.

MARX — Querido señor, no hay ningún secreto que desvelar (empezó así, en una versión muy pulida del dialecto de Hans Breitmann), más allá del secreto de la estupidez humana en quienes se empecinan en seguir desconociendo que nuestra asociación actúa públicamente v que sobre su actividad se publican informes exhaustivos para todo aquel que se moleste en leerlos. Con un penique puede usted comprar nuestros Estatutos, y si está dispuesto a gastar un chelín puede comprar opúsculos en los que descubrirá sobre nosotros casi todo lo que sabemos nosotros mismos.
LANDOR — «Casi», puede ser. Pero ¿no será precisamente ese «casi» la cuestión más importante? Quiero ser muy franco con usted y hacer las preguntas como las haría quien ve estas cosas desde fuera: la actitud de general hostilidad hacia su organización ¿no demuestra algo más que la malévola ignorancia de las masas? A pesar de su respuesta, quiero repetirle la pregunta: ¿qué es la Internacional?
MARX — Basta con fijarse en los hombres que la componen: son obreros.
LANDOR — Sí, pero los soldados no siempre son fautores del gobierno que les manda. Conozco a algunos miembros de su asociación y no me cuesta nada creer que son de una pasta distinta de la de los conspiradores, Además, un secreto compartido por millones de hombres deja de ser un secreto. Pero, ¿y si estos hombres fueran meros instrumentos en manos de un puñado de audaces, que —permítaseme la expresión—, no se andan, en cuando a los medios, con chiquitas?
MARX — No hay ninguna prueba de que sea así.
LANDOR — ¿Y la reciente insurrección de París?
MARX — En primer lugar le ruego que demuestre que ha sido una conjura y que lo ocurrido no ha sido la lógica consecuencia de las circunstancias. Pero aún si admitiéramos que fue una conjura, le ruego que demuestre que la Asociación Internacional ha formado parte de ella.
LANDOR — La presencia de muchos miembros de la Asociación en la Comuna.
MARX — Lo mismo podría decirse que ha sido una conjura de masones, dada su nada desdeñable participación individual. No me extrañaría que el papa descargase en los masones toda la responsabilidad de la insurrección. Pero tratemos de hallar otra explicación. La insurrección de París la han hecho los obreros parisinos. Por consiguiente sus jefes y sus ejecutores solo han podido ser los obreros más capacitados. Los obreros más capacitados forman parte de la Asociación Internacional, pero dicha asociación, como tal, no puede considerarse responsable de sus actos.
LANDOR — El mundo ve las cosas de otro modo. Se habla de instrucciones secretas llegadas de Londres e incluso de ayuda económica. ¿Puede decirse que la supuesta acción pública de la asociación excluye por completo la posibilidad de contactos secretos?

 

MARX — ¿Alguna vez ha habido una asociación que no actúe bien mediante contactos confidenciales, bien mediante contactos públicos? Pero hablar de instrucciones secretas enviadas desde Londres, en el sentido de decretos «en materia de fe o de moral» emanados de un supuesto centro conspirativo al servicio de una suerte de poder pontificio, sería desconocer completamente la naturaleza de la Inter-nacional, significaría ver en la Internacional una forma de gobierno centralizado, cuando en realidad la forma organizativa de la Internacional garantiza el más amplio margen de iniciativa e independencia local. De hecho, la Internacional no es un gobierno de la clase obrera; es más una federación que un órgano de comando.
LANDOR — ¿Cuál es el fin de esa federación?
MARX — La emancipación económica de la clase obrera mediante la conquista del poder político. El uso de este poder para alcanzar objetivos sociales. Nuestros objetivos tienen que ser lo bastante amplios como para abarcar todas las formas de acción de la clase obrera. Si les hubiésemos dado un carácter particular habríamos tenido que adaptarlos a las necesidades de una sola sección, de la clase obrera de una sola nación. Pero ¿se puede inducir a los hombres a unirse en nombre de los intereses de unos pocos? Si nuestra asociación lo hiciese, ya no tendría derecho a llamarse Internacional. La asociación no impone ninguna forma determinada de movimiento político. Solo requiere que dicho movimiento vaya dirigido a una sola e idéntica meta final. Reúne una red de asociaciones colaterales que se extiende por todo el ancho mundo del trabajo. En cada lugar del mundo se manifiestan aspectos particulares del problema; los obreros lo tienen en cuenta y buscan la solución más oportuna. Las asociaciones obreras no pueden ser idénticas de un modo absoluto y hasta el último detalle, de Newcastle a Barcelona, de Londres a Berlín. En Inglaterra, por ejemplo, la clase obrera tiene el camino despejado para desarrollar su poder político del modo que considere más conveniente. Allí donde se puede alcanzar la meta del modo más rápido y seguro con manifestaciones pacíficas, la insurrección sería una estupidez. En Francia parece que la plétora de las leyes opresivas y el antagonismo mortal entre las clases harán necesaria una solución violenta de las divergencias sociales. Que acabe sucediendo tal cosa, es algo que incumbe a la clase obrera de ese país. La Internacional no se arroga el derecho a dar órdenes sobre este asunto, ni siquiera a dispensar consejos. Pero expresa a cada movimiento su simpatía y le garantiza ayuda en el ámbito de sus propios estatutos.
LANDOR — ¿Qué clase de ayuda es ésa?
MARX — Lo explicaré con un ejemplo: una de las formas de lucha más usadas por el movimiento de emancipación es la huelga. Antes, cuando estallaba una huelga en un país, se sofocaba trayendo mano de obra de otros países. La Internacional ha logrado impedirlo casi por completo. Es informada de la huelga planeada, pasa las informaciones a sus miembros v así ellos saben que el lugar donde se está desarrollando la lucha es tabú. De modo que los patronos de las fábricas se ven obligados a contar solo con sus obreros. En la mayoría de los casos los huelguistas no necesitan más ayuda que esa. El pago de cuotas y las colectas internas de las asociaciones a las que pertenecen directamente les permiten subsistir. Si la situación se vuelve demasiado crítica y la huelga ha sido aprobada por la Internacional, se ponen a su disposición los fondos necesarios sacándolos de la caja común. Es así como hace pocos días la huelga de los cigarreros de Barcelona se ha saldado con una victoria. Pero la asociación no está interesada fundamentalmente en las huelgas, aunque las apoye en determinadas circunstancias. Resumamos brevemente: la clase obrera sigue siendo pobre en medio del creciente bienestar, se hunde en la miseria rodeada un lujo cada vez mayor. La miseria material deforma a los obreros moral y físicamente, y no pueden contar con ninguna ayuda exterior. Por eso es para ellos una necesidad ineludible hacerse cargo personalmente de su situación. Deben modificar las relaciones entre ellos mismos, y entre ellos y los capitalistas y terratenientes, lo que significa que deben cambiar la sociedad. Esta es la meta común de todas las organizaciones obreras conocidas. Las ligas obreras y campesinas, los sindicatos, las sociedades de ayuda mutua, las cooperativas de consumo y de producción no son sino medios para alcanzar esta meta. Es tarea de la Internacional forjar una verdadera solidaridad entre estas organizaciones. Su influencia empieza a sentirse por doquier. Dos periódicos difunden sus ideas en España, tres en Alemania y otros tantos en Austria y Holanda, seis periódicos en Bélgica y seis en Suiza. Y ahora que le he explicado lo que es la Internacional quizá podrá hacerse una opinión de las supuestas conjuras.

LANDOR -— ¿Mazzini forma parte de su organización?

MARX — (riendo) ¡Claro que no! No habríamos llegado tan lejos si nuestras ideas no hubieran sido un poco mejores que las suyas.

LANDOR — Me sorprende usted. Estaba firmemente convencido de que sus ideas eran de lo más avanzado.

MARX — Él solo representa la vieja idea de la república burguesa y nosotros no queremos tener nada que ver con la burguesía. Se ha quedado tan atrás, con respecto al movimiento contemporáneo, como esos profesores alemanes a quienes, pese a todo, se les sigue considerando en Europa unos apóstoles de la «democracia desarrollada» del futuro. No cabe duda de que lo fueron en el pasado, quizá de 1848, cuando la clase media alemana, en el significado inglés del término, aún no había alcanzado un verdadero desarrollo, como en cambio había sucedido en Inglaterra. Pero ahora se han entregado en cuerpo y alma a la reacción y el proletariado ya no les reconoce.

LANDOR — Muchos creen haber descubierto en su organización elementos del positivismo.

MARX — Ni por asomo. Tenemos positivistas entre nosotros y también los hay fuera de nuestra organización, que se muestran muy activos. Pero eso no es mérito de su filosofía, que no desea tener nada en común con el poder del pueblo tal como lo entendemos nosotros. Su filosofía pretende sustituir la vieja jerarquía por una nueva.

LANDOR — Me parece, entonces, que los jefes del movimiento internacional moderno habrán tenido que elaborar una filosofía propia, lo mismo que han creado una asociación propia.

MARX — Exacto. Nuestra guerra contra el capital, por ejemplo, nunca saldría victoriosa si derivásemos nuestra táctica de la economía política de alguien como Stuart Mill. Él desentrañó cierto tipo de relación entre el trabajo y el capital. Nosotros queremos demostrar que se puede construir otro tipo de relación.

LANDOR — ¿Y los Estados Unidos?

MARX — Los centros principales de nuestra acción, por ahora, están en el Viejo Mundo, en Europa. Hasta el momento muchas circunstancias han impedido que la cuestión obrera alcanzase en Estados Unidos una importancia tal que relegase las demás a un segundo plano. Pero estas circunstancias desaparecen rápidamente y, con la expansión de la clase obrera en Estados Unidos, empieza a abrirse camino la idea de que allí, como en Europa, existe una clase obrera distinta del resto de la sociedad, divorciada del capital.

LANDOR — Parece que la solución esperada en nuestro país, sea cual sea, podrá alcanzarse sin los métodos violentos de la revolución. El método inglés de encauzar la agitación en las asambleas y en la prensa mientras la minoría no se convierte en mayoría me parece un buen augurio.

MARX — Sobre este punto yo no soy tan optimista. La burguesía inglesa siempre ha estado dispuesta a aceptar el veredicto de la mayoría cuando ha tenido el monopolio electoral. Pero puede estar seguro de que, en cuanto se vea en minoría en cuestiones de importancia vital, estallará una nueva guerra por el mantenimiento de la esclavitud.

Un nuevo estado  para una nueva sociedad

Un nuevo estado para una nueva sociedad

Un nuevo estado
para una nueva sociedad

Fue un 18 de marzo hace 150 años cuando los excluidos de aquel París se negaron a devolver los cañones de Montmartre y Belleville empleados en la guerra franco prusiana que había concluido con la derrota francesa. Esas clases populares habían sido expulsadas a la periferia por la construcción de los grandes bulevares de la burguesía parisina a mediados del siglo XIX, sufrieron las medidas impopulares de alquileres y salarios, la represión de la revuelta de octubre de 1870 y los desastres de la guerra franco-prusiana. Esta situación y el vacío de poder por la rendición ante Prusia fue la partera de la revolución que hizo que los desarrapados de París tomaran el poder político. Eso sí que fue un golpe de efecto, el único golpe de efecto realmente efectivo. La toma del poder político por los oprimidos.

En 72 días de existencia, la Comuna condonó los alquileres, se autogestionaron los talleres por los obreros, se separó la Iglesia y el Estado. Por primera vez las mujeres cobraron protagonismo, las petroleras, mujeres como Nathalie Lemel o Louise Michel a la que el anarquismo le debe la bandera negra. Y es que la Comuna fue la última experiencia donde todo el movimiento obrero se siente representado, de proudhonianos a blanquistas, pasando por jacobinos y miembros de la I Internacional, todas las tendencias de la izquierda francesa del momento fueron participes pero ni por el valor de la unidad vamos a rememorarla como merece. Nos queda el consuelo de que a la Comuna la recuerden los fotógrafos, pues fue el primer acontecimiento histórico de cierta relevancia fotografiado. Hasta que años después se instauró el 1 de mayo, el 18 de marzo fue el día de conmemoración de la clase obrera. A la Comuna le debemos la bandera roja y la mayor enseñanza para un revolucionario: cuál es el papel del Estado.

En el manifiesto de aquel 18 de marzo la Comuna proclamó que “los proletarios de París han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder”. Su experiencia primigenia los llevo a entender que tomar el poder no podía limitarse a tomar la máquina del Estado tal y como estaba y usarla para sus propios fines. Ante el primer intento de cambiar el mundo, el Estado mostró toda su naturaleza como elemento de sometimiento de clase. Sus características y estructura están determinados para el cumplimiento de esa función. Los comuneros comprendieron que no podían seguir gobernando con esa vieja maquinaria del Estado francés del siglo XIX y que tomar el poder implicaba barrer por completo el viejo Estado y construir un nuevo Estado para las nuevas funciones de la nueva sociedad.

Esa fue la gran enseñanza de la Comuna pero el revolucionario es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra del papel del Estado. Y aquí estamos 150 años después emocionándonos con golpes de efecto con los que podamos hacernos con la gestión de la maquinaria de parte del Estado, confiados en que desde allí generaremos contradicciones, pararemos el fascismo o que incluso cambiaremos el mundo de base. Porque la dominación ideológica no solo inculca el individualismo y la competitividad, también la idea de que el Estado es un elemento neutral, el Parlamento donde se dirimen las contradicciones de la sociedad y el diálogo y el consenso el método para superarlas. No solo aceptamos estas ideas, las replicamos en cada acción, en cada discurso, en cada gesto, mutilándonos estratégicamente.

Si tenías manos de trabajador te fusilaban

Aquel Estado francés del siglo XIX estaba diseñado para barrer las viejas estructuras de dominación feudal y organizar la nueva dominación de la burguesía sobre el proletariado, surgida tras la Revolución Francesa y los sucesivos procesos revolucionarios de principios del siglo XIX francés. Marx en La Guerra Civil en Francia lo clavó diciendo que “el Estado se transfirió de los enemigos más remotos a los enemigos más directos de la clase obrera”. Su nuevo diseño y estructura se ajusta a ese único objetivo, como todo diseño y estructura de cualquier Estado está diseñado para la dominación de clase del momento.

También el Estado español de 2021, con un capital globalizado y financiarizado, con una clase obrera atomizada e ideológicamente mucho más sometida, se adapta a las características de esta estructura de dominación de clase que existe hoy en España para ser su herramienta más efectiva. El Estado en nuestro caso, debido a ese capital y a esa dominación de clase globalizados, llega incluso a ceder soberanías fundamentales, como la monetaria, la militar o la comercial, en unas estructuras supranacionales para las que no se convocan elecciones y que hacen todavía más ineficaz la simple gestión de las estructuras del Estado para nuestros objetivos finales.

Los comuneros entendieron rápida e instintivamente todo esto, que con un martillo pocas cosas distintas a clavar clavos iban a poder hacer. Por eso su objetivo no fue hacerse con la gestión del martillo, lo destruyeron y construyeron una nueva herramienta pues sus objetivos eran bien distintos. Precisamente por eso, porque supieron resolver con audacia el problema central de todo proceso revolucionario, el del papel del Estado, la Comuna fue el primer intento en la historia de cambiar el mundo. Y por ello recibió la más dura represión conocida cuando a finales de mayo de 1871 fue derrotada.

Comenzó la semana sangrienta y hasta cinco años después duró la ley marcial en París. Paraban a la gente y les hacían enseñar las manos, si estaban curtidas del trabajo los fusilaban. El odio fue de clase, durísimo, aunque la Comuna no tomó nunca medidas enérgicas contra sus enemigos, decenas de miles fueron asesinados por su osadía histórica. En España, más de sesenta años después, cuando la reacción tuvo que hacer frente a la revolución de Asturias del 34, todos sus tribunos, desde Calvo Sotelo a Gil Robles, pasando por Melquíades Álvarez, justificaron la represión diciendo que la de los comuneros llevaba garantizando a Francia más de sesenta años de paz social. Es cierto, lo timorato del movimiento obrero francés de finales del siglo XIX y principios del XX no se entiende sin la paz de los cementerios que supuso la represión de la Comuna. Quisieron que temiéramos ser osados como los comuneros para finalmente acabar olvidando su ejemplo. Me duele reconocerlo pero en parte lo han conseguido. Hoy una placa en el muro de los federados del cementerio de Père-Lachaise de París parece ser lo único que recuerda a la Comuna. Sus herederos estamos a otras cosas, admiramos otras valentías, otras audacias. Pero me niego a olvidar de dónde venimos, el enorme ejemplo y enseñanza de esta interminable historia que es la lucha de clases, donde la Comuna es una de sus páginas más memorables. Una historia donde ni reyes ni dioses ni tribunos serán el supremo salvador y a nosotras mismas nos toca hacer el esfuerzo redentor. Me niego a centrarme en la lucha electoral y encerrados en una cueva y atados con grilletes como en el mito de la caverna ver la realidad desde su óptica deformada y replicarla en nuestra forma de hacer y entender la política. Que con tanta hipérbole no lo olvidemos porque venimos de la Comuna y espero que más temprano que tarde volvamos a ella.

¡VIVA LA COMUNA!
ALBERTO CUBERO.
Secretario Político del PCE Aragón y concejal por Zaragoza en Común