Primera entrevista a Diego Rivera

Primera entrevista a Diego Rivera

Primera entrevista a Diego Rivera

“Yo no hubiera sabido, a lo que puede llegar el heroísmo ante el dolor, la alegría a pesar del tormento, la ternura sin límite y el genio plástico en lo que tiene de más íntimo y directo, si no hubiera conocido a Frida Kahlo”.

La única entrevista a la que me acompañó mi mamá en los 50 fue a la de Diego Rivera. Diego había pintado muchas veces a mi tía Pita Amor, y en una de ésas la desnudó y para que no cupiera duda –aunque Pita en el retrato parece un pescadito rosa, un charal– escribió bajo sus pies: “Yo soy la poetisa Pita Amor”. Mamá esperó en el coche mientras yo subía al estudio en Altavista y me topé con uno de los hombres más desconcertantes y encantadores que me ha tocado entrevistar. Además me pareció generoso porque siempre tuvo tiempo para los periodistas, entre otros, una muchacha como yo. Su secretaria Teresita Proenza se asomaba de vez en cuando y le sonreía a mi juventud. Lento e indulgente accedió a contestar cuanta pregunta le hiciera, los ojos acuosos, sentado sobre una silla demasiado pequeña, elefante equilibrista y barrigón, barrigón (en el fondo todas las palabras en “on” se hicieron para Diego Rivera: Grandulón, concepción, cabezón, revolución, tragón –él mismo comentó que se echaba de un solo empujón un litro de tequila–, contemplación, ojón, –aluvión de mentiras que al final de cuentas resultaron verdades– y corazón; sí, porque a Diego se le salió del pecho. Saltó porque “el sapo es todo corazón” y se refugió en un medallón antiguo que a Frida le colgaba del pecho).


–¿Cuál es para usted el colmo de la felicidad?
–No haber nacido.
–Pero, ¿por qué dice usted eso?
(La señorita Judith Ferreto, quien llegó con una perrita, Capulina, interrumpe:)
–¿Ni siquiera el amor de Frida Kahlo justifica tu existencia, Dieguito?
–No. Porque en realidad le di tanta lata y le hice tanto daño que mejor sería no haber nacido.
–Su madre no diría lo mismo, maestro.
–Yo nunca quise a mi madre, y jamás me llevé bien con ella…
–Está usted como un señor que empieza su obra con un: “Yo odio a mi madre”.
–Bueno, no tanto.
(Declara Diego que hizo sufrir a Frida, y sin embargo, me acuerdo de un pasaje de la propia Frida: “Quizá esperen oír de mí lamentos de ‘lo mucho que se sufre’ viviendo con un hombre como Diego. Pero yo no creo que las márgenes de un río sufran por dejarlo correr…”)
–A ver, otra preguntita –sonríe Diego.
–Perdone maestro, me distraje. ¿Cuál es para usted el colmo de la infelicidad?
–El colmo de la infelicidad oscila entre el estreñimiento y asistir sin ganas a una reunión mundana.
–Sin embargo usted aparece en los periódicos un día sí y otro también. ¿No es usted amigo de los “Trescientos y algunos más”? ¿No le interesan a usted?
–No.
–¡Pero bien que los retrata!
–Sí. Pero no los conozco.
–¿Ni siquiera los conoce para retratarlos? Entonces, ¿cómo le hace?
–Para retratar no hay necesidad de interesarse ni de conocer al modelo.
–¡Eso es imposible!
–Me explico. Hay dos sentidos de conocer. El mundano, en el cual yo no conozco a la sociedad, puesto que no tengo el honor de frecuentarla. Y el sentido bíblico, en el cual puede decirse que la conozco.
–¿Y cuál es el sentido bíblico?
–¡No se haga, no se haga! ¿A poco no sabe? Es el sentido en que Noé conoció a sus hijas para crecer y multiplicarse el género humano. Además, no es preciso el conocimiento mundano para entender a la sociedad y saber todo lo que a ella concierne desde su origen hasta su presente y próximo futuro y observarla profundamente y con apasionado cuidado, e inclusive amarla en la persona de sus mejores ejemplares femeninos. Creo que es por eso que he podido pintarla. Nada importa que el amor no haya sido correspondido en la mayoría de los casos…
–¿Y quiénes son las mujeres que usted ha amado?
–¿Las mujeres que he amado? Tuve la suerte de amar a la mujer más maravillosa que he conocido. Ella fue la poesía misma y el genio mismo. Desgraciadamente no supe amarla a ella sola, pues he sido siempre incapaz de amar a una sola mujer. Dicen mis amigos que mi corazón es un multifamiliar. Por mi parte, creo que el mandato “amaos los unos a los otros” no indica limitación numérica de ninguna especie sino que antes bien, abarca a la humanidad entera.
–Pero yo lo que necesito son nombres, señor Rivera, nombres… ¿Cómo se llaman las mujeres a quienes usted ama?
–Si me pusiera a decirle nombres disgustaría a las nombradas… ¡y que nuestra Madre de Guadalupe nos libre de tal cosa! En segundo, ganaría fama de presumido, pedante y rajón, y habría cerrado para mi las veredas únicas que me interesa recorrer en esta cochina vida.
–¿Pero usted sólo considera a las mujeres como hembras? ¿O cree usted en su inteligencia y en su superioridad? ¿Cree usted en el matriarcado?
–En primer lugar yo estoy totalmente seguro de que la mujer no es de la misma especie del hombre. La humanidad es la mujer. Los hombres somos una subespecie de animales, casi estúpidos, insensitivos, inadecuados completamente para el amor, creados por la mujer para ponerse al servicio del ser inteligente y sensitivo que ellas representan. Un animal semi inteligente que ejecuta las tareas necesarias mediante la dirección de las mujeres, es decir, el hombre es a la mujer lo que el caballo es al hombre y nada más.
(La señorita Ferreto ríe. ¡Hi! ¡Hi! ¡Hi! Mira a Diego y se retuerce un poco, interrumpe mimosa:)

–¿No te importa ser caballo, Dieguito?
–¡Burro, con tal de que me ensillen!
(Con razón dijo Frida: “No hablaré de Diego como de mi “esposo” porque sería ridículo. Diego no ha sido jamás ni será “esposo” de nadie. Tampoco como de un amante, porque él abarca mucho más allá de las limitaciones sexuales, y si hablara de él como de mi hijo, no haría sino describir o pintar mi propia emoción, casi mi autorretrato y no el de Diego).
–Daría todo lo que he podido hacer gozar, inclusive el amor de Frida Kahlo, lo único realmente grande que he tenido, con tal de haber evitado el asco y las molestias que he tenido que aguantar para vivir. Esto no quiere decir que sea yo pesimista. Soy más bien epicúreo y hedonista, dentro de lo que puede caber de estas tendencias en el marxismo. Por eso es evidente que el mayor placer es el de existir dentro de la maravillosa organización universal de la materia y aguantar las molestias del ciudadano habitante de uno de los mundos más mal hechos que sea posible concebir, que es nuestra querida Tierra.
–Entonces, si se pudiera volver a nacer, ¿regresaría a la Tierra?
–Ni de chiste.
–¿A dónde iría?
–A todas partes menos a la Tierra.

–¿Usted no cree en Dios?
–Definitivamente no. Porque no se puede creer en una fuerza que está implícita y presente en toda manifestación de energía o materia. No se cree más que cuando no se entiende. Y el concepto de los dioses es una miserable disminución a escala de un mundo en donde todo ser animado necesita asesinar para vivir, un rebajamiento del maravilloso principio vital que todo lo anima, lo mismo lo deseable que lo indeseable que tal vez sea indeseable solamente porque nosotros no lo entendemos claro.
(He conservado el modo de hablar de Diego por “alrevesado” que me parezca…)
–Pero maestro, ¿qué no le interesan las religiones?
–Yo respeto todas las religiones. Me interesan extraordinariamente en el mismo plano y por análogas razones con que respeto todas las enfermedades y me intereso extraordinariamente en su curación.
–¿Y cuál sería la curación para las enfermedades religiosas?
–La curación es la nueva sociedad socialista en su pleno desarrollo que implicará la muerte del Estado previa la difusión general del máximo conocimiento posible de la existencia universal cuando no haya represiones, autoridades, ignorancia, temor a la muerte, impotencia para evitar el dolor. Cuando se entiendan claro, las fuerzas del universo, no habrá ninguna razón para inventar dioses que nos den lo que no somos capaces de obtener por nuestras propias fuerzas…
–Pero maestro, nos falta siempre algo por obtener, y eso a lo cual aspiramos desde lo más profundo de nuestro ser eternamente incompleto, es Dios.
(En este momento, Capulina brinca sobre las rodillas de Diego. Es una perrita pelona, con un abrigo de cuadritos morados y las uñas pintadas de rojo. Diego la apapacha, porque estuvo en la cama de Frida, en la noche en que ella murió. No sé por qué, pero toda esta casa de San Ángel sabe a Frida Kahlo. Será porque Teresita, la infatigable secretaria de Diego, que en ese instante le trae su té y sus medicinas, la recuerda constantemente: “Sabe usted, señorita, Fridita era tan valiente, tan generosa. Yo la oía hablar por teléfono: Fíjate, yo me siento muy bien, pero dice el doctor que me va a tener que cortar la pata…)
Miro a Diego, que sorbe lentamente su té en un dedal con pretensiones de taza. Yo me había imaginado a Diego bebiendo inmensos tarros de cerveza y cantando en ruso. Y resulta que es un blando y sumiso cordero que obedece el mandato de Teresita: “Dieguito, tómate tus medicinas”, y que pronuncia palabras en el francés más claro y cartesiano que pueda escucharse. Es un inmenso elefante de felpa, el papá de Dumbo, obediente y adormilado.
–¿Cuál es el hecho histórico que más admira?
(Al elefante, se le quita de pronto, la felpa).
–La Revolución de octubre que dio el poder al proletariado soviético y como consecuencia lo dará al proletariado mundial.
–¿Qué reforma social espera con ansia?
–La implantación del comunismo a escala mundial y en consecuencia, la de la muerte del Estado.
–Pero maestro, ¿qué es lo que el Partido Comunista hace por México?
–El Partido Comunista es el único que defiende los intereses del pueblo, es decir, de las mayorías productivas, manuales e intelectuales, contra sus explotadores del interior y del exterior. En todo aquello que representa algo favorable para el pueblo de México durante los últimos 35 años, está presente y visible la acción del partido, lo cual quiere decir que lo que hace el Partido Comunista es ejercer el patriotismo o sea el amor a México, expresado en acciones favorables al país. Ningún otro partido puede decir lo mismo, y un día todo el pueblo de México pertenecerá al Partido Comunista. Entonces se habrá establecido en nuestra patria la solidaridad humana, y el mayor bienestar posible dentro de las condiciones reales del mundo, vendrá como consecuencia.
(Los judas complacidos asienten con la cabeza. Con sus ojos de cartón fijos y vigilantes miran al hombre sentado a sus pies. Un hombre muy ampón, con un gran vientre forrado de tweed y una camisa azul rey. Unos ojos saltones bordados de rosa y una mano pequeña. La mano de Diego es menuda, transparente casi, y a mí siempre me han impresionado los señores cuyas manos y cuyos pies terminan en chiquito. ¡Como que están mal acabados! ¡Ya no alcanzó la piel y hubo que remachar rápidamente! Pero las manos de Diego son herramientas exactas, utilería de gran precisión, creadoras inagotables, sensibles e inteligentes. La presencia de los judas es maligna y se deja caer sobre la entrevista. ¡No me dejan desvariar! Cada vez que levanto los ojos encuentro un brazo de cartón blanco o unos labios de papel pintado…)
–Elenita, ¿usted le toma el pelo a los entrevistados, o no?
–No tanto, no tanto, maestro… ¿Le hago la siguiente pregunta?
–Bueno.
–¿Por cuál personaje histórico siente la mayor admiración?
–No podría elegir entre Lenin, Carlos Marx y Federico Engels.
–¿Por cuáles defectos siente usted una mayor indulgencia?
–Por los más grandes.
–¿Podría darme una definición de su carácter?
–Desgraciadamente no soy adivino, ni sicoanalista, ni siquiera filósofo. En cuanto a mi carácter vaya usted a saber porque no me conozco… Creo que…
–¿Y no intenta conocerse?
–Sí, pero no me interrumpa usted. Toda mi vida he tratado de conocerme, sin conseguirlo. La introspección ha sido en mí un completo fracaso.
–¿Y cree usted que hay alguien que lo conozca?
–Supongo que todas las mujeres que han tenido relaciones conmigo, aunque no sean sino amistosas o profesionales, por ejemplo, usted misma, Elenita Poniatowska.
–¿Usted cree en la virtud?
–Don Francisco de Quevedo dijo hace mucho tiempo: “No existe la virtud estando a oscuras”. Extiendo la realidad física a la realidad sicológica e imaginativa y con esto estoy completamente de acuerdo con Don Francisco de Quevedo.
–¿Cuál es el escritor que más le ha impresionado?
–Rabelais.
–¿Por qué?
–Esto no está en el cuestionario de Marcel Proust y no se lo voy a contestar porque sería interminable.
(El ogro ríe amablemente mostrándome una hilera de dientes pequeños. ¿Serán de leche? Indudablemente Diego Rivera no quiere ser tomado por Gargantúa).
–¿Cuáles son sus héroes y sus heroínas en la vida real?
–Es muy larga la lista, pero puedo citar cuando menos a Madame Lovachewska, a Marie Curie y a Frida Kahlo. Y volviéndonos a la cabeza de la lista, la reina Nefertiti.
–¿Por qué a Nefertiti?
–Nefertiti inventó el sistema central para el funcionamiento planetario y el monoteísmo que transmitió más tarde a Moisés haciendo posible el concepto moderno social. Admiro a Madame Lovachewska porque en su concepción del universo ovoidal descubrió que las paralelas no actúan como quería Euclides sino que siempre se juntan. Sin este cerebro femenino polonés no hubiera sido posible la ciencia moderna. Cada vez que los hombres encuentran un callejón sin salida en sus conclusiones científicas, la mujer derrumba el muro que lo cerraba para que el hombre siga adelante. Así lo hizo Nefertiti y después la Lovachewska. Nada de la actual ciencia hubiera sido posible dentro del concepto euclidiano, y cuando el hombre no pudo seguir adelante en el camino iniciado por la sabia polonesa, otro gran cerebro femenino dio la posibilidad. Los descubrimientos de María Curie hicieron posible todos los tremendos espacios donde se desarrolla actualmente el conocimiento de la materia, especialmente en lo relativo a lo más esencial de su estructura: el átomo. Yo no hubiera sabido –y creo que algún día lo sabrán todas las gentes–, a lo que puede llegar el heroísmo ante el dolor, la alegría a pesar del tormento, la ternura sin límite y el genio plástico en lo que tiene de más íntimo y directo, si no hubiera conocido a Frida Kahlo. Por eso es una de mis heroínas.

Para mi sorpresa, al finalizar la entrevista, Diego me acompañó hasta el coche porque le dije que mi mamá me esperaba. La saludó con una cortesía manifiesta y le preguntó si podría yo venir a posar porque necesitaba una carita eslava para encabezar el cuadro de una manifestación en Rusia. ¿O sería una procesión? “Voy a ponerle, como las campesinas rusas, una mascada en la cabeza”. Mamá, muy seria, casi no le respondió. Después al arrancar el automóvil me dijo:
–Ni de chiste, no te vaya a pintar como a tu tía Pita.

Elena Poniatowska

Frases de Frida Khalo.

Frases de Frida Khalo.

Frases de Frida Kahlo

“Debo luchar con todas mis fuerzas para que lo poco de positivo que mi salud me deje sea en dirección a ayudar a la revolución. La única razón real para vivir.

“La emoción clara y precisa que yo guardo de la revolución mexicana fue la base para que a los 13 años de edad ingresara en la juventud comunista.”

“Yo penetro el sexo de la tierra entera, me abrasa su calor y en mi cuerpo todo roza la frescura de las hojas tiernas. Su rocío es el sudor de amante siempre nuevo”

“Las nubes solo duran un momento
y el sol toda la vida”.

“Pensaron que yo era surrealista, pero no lo fui. Nunca pinté mis sueños, sólo pinté mi propia realidad”

“Te oprimí contra mi pecho y el prodigio de tu forma penetró en toda mi sangre por la yema de mis dedos.”

«SOLO QUIERO TRES COSAS EN LA VIDA»

1.- “Vivir con Diego”.

2.- “Seguir pintando”.

3.- “Pertenecer al
Partido Comunista”.

Frida Kahlo, 1954

«MERECES UN AMOR»

Mereces un amor que te quiera cuando estés despeinada,
incluso aceptando los motivos que te hacen despertar deprisa,
y con todos aquellos miedos que no te permiten dormir.

Mereces un amor que te haga sentir segura,
Que se coma el mundo sólo cuando toma tu mano,
Que sienta que tus abrazos encajan perfectamente con tu piel.

Mereces un amor que anhele estar a tu lado,
que visite el paraíso con sólo mirar tus ojos,
y que no se aburra jamás de leer tus expresiones.

Mereces un amor que te escuche cantar,
que apoye todas tus locuras,
que respete que eres libre,
que te acompañe en tus vuelos,
que no le asuste caer.

Mereces un amor que aleje las mentiras,
Que atraiga la ilusión,
el café, la poesía.”

Frida Kahlo

Frida y Diego.

Frida y Diego.

Frida y Diego.

“He sufrido dos accidentes graves en mi vida. Uno en el que un tranvía me atropelló … el otro es Diego”.

Cómo se conocieron, cuál fue realmente el primer contacto entre Diego y Frida, dónde anidó esa primera célula de un amor tan intenso?
Frida le había visto por primera vez cuando Diego Rivera trabajaba en su mural “La creación” en el anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, donde estudiaba Frida. Seguramente allí se instaló el deseo de la búsqueda del gran artista, que le había impactado con su trabajo. Más adelante lo conoció más de cerca en las fiestas que realizaba la fotógrafa italo-mexicana, Tina Modotti, luego gran amiga de ambos pintores.

Frida quedó impresionada al ver a Diego balancear un tocadiscos en una de esas fiestas, al ver su fuerza, su alegría expansiva. Pero el verdadero punto de partida de la relación se daría poco después, cuando Frida fue a buscarlo a los andamios de la Secretaría de Educación, donde Diego pintaba otra serie de murales, para pedirle una opinión sobre su pintura. Frida Kahlo se lo contó a Ana Cecillia Treviño, conocida como Bambi, en una entrevista para el diario “Excélsior”.

“Le llevé cuatro cuadritos a Diego que estaba en los andamios de la Secretaría de Educación y sin más ni más le dije: “Diego baje” y así, como es tan humilde, tan amable, bajó. “Mire yo no vengo a coquetearle ni nada, aunque sea usted un mujeriego, vengo a enseñarle mi pintura. Si le interesa me lo dice, si no le interesa, también, para ponerme a trabajar en otra cosa para mis padres”. Entonces me dijo: Mire me interesa mucho su pintura, sobre todo este retrato de usted que es el más original. Los otros tres me parecen influenciados de lo que usted ha visto. Vaya a su casa pinte un cuadro y el domingo que entra voy a verla y le diré. Así lo hice y dijo: Usted tiene talento”.

Así fue Diego asistió no sólo ese domingo, sino muchos otros, y de esa manera, Kahlo y Rivera fueron entrelazando sus vidas. Poco después se casaron. Diego no era un hombre guapo, era más bien era feo, gordo y grande con ojos saltones, pero tenía un carisma sensacional que le confería un enorme poder de seducción. Además, era inteligente, idealista, talentoso y Frida quedó prendida de aquella desbordante personalidad.
Frida describiría este amor de una manera rotunda, como algo ya imprescindible en su vida, definitivo.
“He sufrido dos accidentes graves en mi vida. Uno en el que un tranvía me atropelló … el otro es Diego”.

FRIDA DESCRIBE A DIEGO

“Con su cabeza asiática, sobre la que nace un pelo oscuro, tan delgado y fino que parece flotar en el aire, es un niño grandote, inmenso, de cara amable y mirada triste. Sus ojos saltones, oscuros, inteligentísimos y grandes, están difícilmente detenidos. Casi fuera de las órbitas por párpados hinchados y protuberantes como de batracio, sirven para que su mirada abarque un campo visual mucho más amplio, como si estuvieran construidos especialmente para un pintor de espacios y de multitudes y muy pocas veces desaparece de su boca búdica y de labios carnosos una sonrisa irónica y tierna, flor de su imagen.

Viéndolo se piensa inmediatamente en un niño rana, parado sobre las patas de atrás, sus hombros infantiles, angostos y redondos, terminan en unas manos maravillosas, pequeñas y de fino dibujo, sensibles y sutiles como antenas, que comunican con el universo entero. Es asombroso que esas manos hayan servido para pintar tanto y trabajen todavía infatigablemente. Su forma es la de un monstruo entrañable”.

Unica grabación radiofónica de Frida Kahlo. Escanear para escuchar

 

El desierto dolor.

El desierto dolor.

El desierto dolor.

“El aleteo de las hojas, la hierba mecida, la danza de las ramas, el cabeceo de las palmeras en el viento, unas asienten, otras niegan… y te parece que algo falta.”

Y por delante y por detrás, millas y millas de oscuridad, pero de ese día en que todo cambia recuerdas cada detalle.

Recuerdas que era sábado mañana azul y que una nube paseaba sola el cielo. Recuerdas que, aunque has trasnochado, algo, no sabes qué, te ha despertado y temprano para ser sábado ya estás desenredando el cabello mojado trás la ducha y contemplando el paisaje a través de la ventana que da a los huertos tras la casa. El aleteo de las hojas, la hierba mecida, la danza de las ramas, el cabeceo de las palmeras en el viento, unas asienten, otras niegan… y te parece que algo falta.

¿Un presentimiento? Quizá. Pero es que tú eres triste, es tu condición, y rara sí, te lo ha dicho otra “rareza” desde una de sus frases pegada en la pared de una copistería, esa frase que termina diciendo, Bueno, espero que si lees esto sepas que sí, que es verdad, estoy aquí y soy tan extraña como tú.
Este llamamiento tan generoso, sentirse concernida, reconocida, acompañada la tiene conmovida… ¿Quién no querría llegar desde tan lejos, desde otro tiempo, llegar con su voz a otro y estremecerlo así? Ella sí. Y desde entonces solo quiere saber de Frida y volver, otra vez, a la escritura.

Recuerda las gotas de agua que resbalan sobre la espalda camino de su habitación. Despejar la mesa de estudio de “lo serio”, de los apuntes de esa carrera que no termina y sacar y poner sobre la mesa los útiles del gran juego, los libros, las notas, los esbozos de relatos y cuentos, la copia de una lámina de un cuadro de Frida, La columna rota, que le ha distraído a su hermana, que estudia arte. Con esa copia lleva unos días entrenando la mirada y le cuenta a su otra y va anotando lo que se le ocurre, en confianza de raras. E imagina que Frida ríe o le dice algo en mejicano inventado, Pero qué seriosa eres.

Pero hoy, relee las anotaciones, las frases sin hilván que sobre ese cuadro tiene anotadas, La mujer que se adentra en el desierto dolor estoica, comedida, recogiendo elegante la falda como si fuese a un baile… La mujer que se adentra en el desierto sol alto dolor que no declina… La mujer que se adentra toda una vida ya, recompuesto una y otra vez el corsé sobre la columna rota, que ya es de fierro… Estas frases sin hilo de relato nada le dicen, y es que ella está en lo que le parece que le falta al paisaje, no al del cuadro, este desierto conmovido y tan roto como la mujer rota, manando llanto, lo que le falta a su paisaje.

Y vuelve a mirar el cuadro y a Frida a los ojos, buscando la inmensa mirada y es entonces el grito. El grito de su madre en la planta baja de la casa, ese grito que ella ya ha oído de su madre cuando murió su abuela, ese grito que desde entonces sabe que solo provoca la Parca, y que sabe que unos caen, cortados sus hilos, para no levantarse, y otros caen de rodillas y meses o años después, aciertan a levantarse. Y sabe como si ese grito llevase un nombre, que el que ha muerto es su padre, el que daba cuerda a la caja de música de su pequeño mundo, y que era la música ese algo que parecía faltarle a su paisaje.

Y ella está ahora de rodillas y hay un vacío, un fundido en negro en el que le parece haber recorrido el fondo del ojo y por una abertura, un detrás pero dentro de la cabeza, haberse deslizado y caído en la sima del tiempo, sobre huesos todavía calientes, de los tuyos, y que de allí sale el grito que como un hilo sale de una boca y entra en otra y de otra sale y entra en otra, de todos los que seremos y hemos sido.

Y piensa que Frida podría pintar ese cuadro, esa sima del tiempo de calaveritas mejicanas bajo la casa y ese hilo que sale de una calaverita, la más vieja, y después de salir y entrar y de salir y entrar de calaveríta en calaverita, llegar hasta su madre y de su madre a ella y de ella a sus hermanos, que ya han llegado a la casa, encanecidos de golpe los mayores, ángeles viejos los pequeños… Y pintaría conmovido, tan cuarteado y tan roto como nosotros el paisaje de palmeras, que sigue absurdo e indiferente su danza, para que fuese más fácil adentrarse en el desierto dolor tan desierto y tan largo que se nos viene.

Alicia Noland
Escritora

 

La Casa Azul.

La Casa Azul.

La Casa Azul

«Creían que yo era surrealista» decías, «pero no lo era,
nunca pinté mis sueños. Pinté mi propia realidad»

El día de tu nacimiento el cielo de Coyoacán se brindó limpio, despejado. De seguro así debió ser. Emulaba el azul brillante, intenso, atrevido y descarado de tu hogar, de sus fachadas. Anunciaba el nacimiento de una estrella, el devenir de algo importante. La Casa Azul, sobrevivió al tiempo, a las alegrías, también a las tristezas. Quienes adoraban, Frida, tu trabajo, decidieron que allí debería estar tu sitio, porque sí y para siempre. El museo. Tu inmortalidad.

Dicen que en la enfermedad, en lo físico, fuiste desgraciada. Debió ser cierto, supongo, (lo de desgraciada). También dicen que eras resistente, incombustible, no lo dudo. Era necesario portar una madera especial para, con tu bagaje, llegar como tu llegaste, hasta los cielos de la superación.

No quiero hablar aquí de tus enfermedades, tampoco del maldito accidente de tráfico, ése de las siete de la tarde, ése de la colisión de tu autobús con un tranvía. Todo aquel a quien interesas, lo sabe. Lo sabe y admira tu valor, tu energía. Quiero hablar de lo importante, de tu legado, si acaso, más valorado conociendo lo anterior.
A tus primeros y adolescentes quince años marcabas diferencias. Ingresaste en la prestigiosa Escuela Nacional Preparatoria de México. Dos mil alumnos, de ellos, apenas veinticinco mujeres.
Tú, con los Cachuchas, llamados así por la gorra identificativa que usaban, que usabais. Los Cachuchas, ese grupo estudiantil, reivindicativo e incómodo para las autoridades. Tu gorra, tu voz, tu pasión. Desde jovencita, tus deseos, tus pasiones…

Fiel al espejo, reflejo de tu vestir, en el lienzo cargabas de bello colorido los trazos de tus ropas: atrevidos, elegantes; reivindicativos de la cultura de tu tierra, tanto precolombina como del período colonial. Transgresora si acaso para las convicciones al uso. Hasta en eso, Frida, resultabas brava, indomable.
Pintabas, y pintabas mucho. En tu generosidad, también en la de Diego Rivera, tu marido, por un tiempo en La Casa Azul disteis cobijo a Trotski. Exiliado, desavenencias fatales en su tierra natal. Al tiempo, a manos de Ramón Mercader, asesinado. En primera instancia, a ti y a Diego os acusaron, os detuvieron. Al poco quedasteis en libertad; lo absurdo era insostenible.

Continuaste con tu pasión, tus cuadros, tus retratos, tus colores… «Creían que yo era surrealista» decías, «pero no lo era, nunca pinté mis sueños. Pinté mi propia realidad» Alguien escribió que era imposible separar tu vida de tu obra… Tus pinturas, tus más de doscientos cuadros son biografía, tanto para la felicidad como para el dolor. Justificabas pintar autorretratos por estar mucho tiempo sola. Aun así, y eran palabras tuyas, admitías que, amurallar el propio sentimiento es arriesgarse a que te devore desde el interior. También, «me pinto a mí misma porque soy a quien mejor conozco» argumentabas con ironía, a veces con desesperación. Motivos no faltaban. Había mucho contra lo que luchar. En las horas bajas, mucho que superar.

Tentada estuviste de caer en la trampa del alcohol. Lo superaste. Llegaste incluso a escribir que deseando ahogar tus penas en licor, las muy condenadas aprendieron a nadar. Humor no te faltaba. En numerosas ocasiones, con tu potente personalidad, con tu diminuto cuerpo gritaste ¡VIVA LA VIDA! Y, en ese grito, con dificultad añadida, deseabas, necesitabas agarrarte a cada instante, a cada soplo de aire. No hay tiempos perdidos, insistías. «Cada tic-tac es un segundo de la vida, y no se repite. Hay en ella tanta intensidad, tanto interés, que el problema es sólo saberla vivir». Nadie podrá decir que en esto no eras consecuente.

Pocos meses faltaban para tu fallecimiento. En una cama del hospital, trasladada por amigos y un enfermero, en medio de una galería, con chistes y cantos, con algún que otro brindis, deleitaste a los presentes, invitados, curiosos, fotógrafos y periodistas. El médico te lo tenía prohibido, tú, aun así, erre que erre, a lo tuyo. Se trataba de una de tus exposiciones en El Centro de arte Contemporáneo de Ciudad de México. Te quedaban pocos, lo sabías, quizás por eso y sólo por eso, deseabas aprovechar hasta el último tic-tac.
Frida, inmortal.

Vladimir Merino
Escritor