El monumento a la 3ª Internacional de Vladimir Tatlin

El monumento a la 3ª Internacional de Vladimir Tatlin

El monumento a la 3ª Internacional de Vladimir Tatlin

La arquitectura ha estado vinculada irremediable-mente a lo largo de la historia a la imagen del poder. Son mayoría los edificios del estado que hasta bien entrado el siglo XX ofrecen una imagen contundente a través de lenguajes clasicistas de columnas y frontones, referentes heredados de la cultura grecoromana. Las interpretaciones y justificaciones de esta iconografía son variadas: la democracia griega, la autoridad romana, la aristocracia como heredera de estos, etc.., pero lo que no cabe duda, es que su justificación, va más allá del gusto por lo clásico, y responde a una actitud ideológica: la necesidad de presencia del poder en la ciudad ante los ojos de todos.

Desde la llegada al poder de los bolcheviques, el movimiento revolucionario apuesta por la vanguar-dia artística como arte de Estado. El propio Lenin lo señalaba en un discurso: “nosotros los socialistas desenmascaramos la falsa libertad del arte burgués, no para alcanzar una literatura y un arte sin clases, sino para contraponer, al arte permanentemente libre, ligado en realidad a la burguesía , un arte abiertamente libre ligado al proletariado”. Muchos artistas plásticos entendieron que los nuevos tiempos debían ser también el origen de un arte nuevo, “Camaradas dadnos un arte nuevo capaz de sacar la republica del fango” decía Maiakovski en 1918. La revolución era el acontecimiento que les permitía establecer contacto con el pueblo y convertir el arte en uno de los motores de la nueva marcha. Además de la poesía, en otras disciplinas se comparte el mismo compromiso, personajes como Malevich, Kandisky , Rodchenko, Tatlín, etc,… a partir de los primeros meses de 1918 difunden el nuevo arte desde el IZO Narkompros (Comisariado del Pueblo para la educación). Un nuevo arte que toma la calle, como señala Maiakovski “las calles son nuestros pinceles, las plazas nuestras paletas” y que literalmente impregna edificios y muros. Esta nueva perspectiva es institucionalizada también a nivel académico de manera planificada, como la creación en 1920, de los «Talleres de Enseñanza Superior del Arte y de la Técnica», institución conocida como VJutemas, o la “Bauhaus roja”. Una nueva escuela que tiene como idea origen, la unificación del arte y la producción industrial, para derribar el muro existente entre el arte puro y el aplicado. Este nuevo sistema educacional se presentaba en contraste con las escuelas academicistas y clasistas en las que estaba basada la enseñanza cultural hasta entonces. Con un curso común se enseñaba arquitectura, fotografía, escultura, a todos los alumnos para luego especializarse en diferentes disciplinas, lo que le dotaba de una base filosófica práctica común.

La Vjutemas no sólo fue un centro cultural educativo, sino un laboratorio ilimitado de experimentos artísticos desde su creación hasta su cierre en 1930. Uno de sus profesores desde su inicio fue Vladimir Tatlin; pintor, escultor, escenógrafo, diseñador y autor de proyectos arquitectónicos, aunque no era arquitecto. Hay constancia de su personalidad carismática que impresionaba a sus alumnos y compañeros “por su arte, su ideología y sus valores humanos”. Intelectualmente posicionado en una corriente artística que posteriormente se denominó ”constructivismo”, que plantea un vínculo entre los valores políticos, las técnicas industriales y las posibilidades específicas de los materiales: “Tektónika, Konstruksiia y faktura”.

El Narkompros, dentro de una investigación gubernamental buscando una nueva imagen para la propaganda política, comprueba que las propuestas habían sido enfocadas a monumentos conmemorativos de revolucionarios y otras personalidades, pero a pequeña escala. Así propone a Tatlin el desarrollo de una propuesta de un edificio de propaganda “monumental”. Este proyecta un monumento-edificio sin una ubicación particular definida, pero con unas características que le hace capaz de modificar el paisaje de las ciudades antiguas, lo plantea como homenaje a la Revolución de octubre y que bautizó como “monumento a la Tercera Internacional”. Se trataba del primer planteamiento de rascacielos europeo, con 400 m de altura, y que sería la sede de las principales instituciones políticas, Con un planteamiento de formas nuevas, y construido en materiales de vidrio y acero, todo girando en torno a un eje paralelo al de la tierra, sobre el que apoyan tres enormes recintos de cristal, cuya descripción la hace el propio escultor:
“Estos recintos están colocados verticalmente, uno encima de otro, y rodeados de varias armaduras que armonizan entre si. Gracias a un mecanismo espacial se mantienen siempre en movimiento, pero cada uno de ellos a distinta velocidad.
El más bajo tiene la forma de un cubo y realiza al año un giro completo sobre sí mismo; servirá para las funciones legislativas y en él tendrán lugar las conferencias de la Internacional, las sesiones del congreso y las asambleas.
El recinto intermedio tiene forma piramidal y gira sobre sí mismo en un mes; en él se reunirán los órganos administrativos y ejecutivos.
El recinto superior, cilíndrico, gira sobre sí mismo una vez al día; está destinado a la información y propaganda, a centro de noticias, a los periódicos, a la difusión de los manifiestos; en él se instalarán el telégrafo, la radio y un aparato para proyecciones cinematográficos…”

El interés del movimiento es que el edificio ofreciera siempre una imagen cambiante como contraposición a la construcción existente hasta ese momento. Hay un paralelismo de oposición de la Torre Tatlin con la Torre de Babel, mientras que una es móvil, la otra es inerte y pesada, pero sobre todo la de Babel se malogró con los pueblos de la humanidad luchando entre sí, mientras que la nueva Torre representa la unión de los pueblos bajo la Internacional.
Lamentablemente el proyecto no se llevó a cabo, pero su maqueta expuesta en Petrogrado en el VIII Congreso de los soviets en diciembre de 1920, impresionó enormemente a sus contemporáneos, y aun ahora lo sigue haciendo al resto. Como hemos señalado Tatlin no era arquitecto ni ingeniero, y entendía la proyectación como una colaboración entre artistas y técnicos. El proyecto de la Torre es asombroso por su osadía, su apuesta por los nuevos materiales, pero principalmente por la exquisita y novedosa poética de las decisiones estéticas, con una materialización formal sorprendente, una nueva imagen para un nuevo tiempo que ha quedado intemporal.

Lorenzo Goikoetxea
Arquitecto

Las 21 Condiciones

Las 21 Condiciones

Las 21 Condiciones

“La Internacional Comunista se ha ganado las simpatías de la inmensa mayoría de los trabajadores
conscientes del mundo entero y se está convirtiendo en una fuerza cada vez más poderosa.”

formuló ninguna condición precisa para la admisión de los partidos a la Tercera Internacional. Cuando el primer congreso fue convocado, en la mayoría de los países solamente había corrientes y grupos comunistas.

El segundo congreso de la Internacional Comunista se reúne en circunstancias distintas. Actualmente en la mayor parte de los países no hay solamente corrientes y grupos comunistas, sino partidos y organizaciones comunistas.

A menudo se formula la petición de admisión a la Internacional Comunista por parte de partidos y grupos que hasta hace poco pertenecían todavía a la Segunda Internacional, pero que en realidad no se han convertido en comunistas. La Segunda Internacional ha quebrado definitivamente. Los partidos con una posición intermedia y los grupos centristas, al darse cuenta de que la Segunda Internacional es del todo irrecuperable, intentan encontrar apoyo en la Internacional Comunista, que cada vez es más fuerte. Pero a la vez que hacen esto esperan mantener una “autonomía” suficiente que les permita continuar la vieja política oportunista o “centrista”. La Internacional Comunista, en cierta medida, se está poniendo de moda.

El deseo de algunos de los principales grupos “centristas” de adherirse a la Internacional Comunista es una prueba indirecta del hecho de que ésta se ha ganado las simpatías de la inmensa mayoría de los trabajadores conscientes del mundo entero y de que se está convirtiendo en una fuerza cada vez más poderosa.

Sobre la Internacional Comunista se cierne el peligro de una contaminación de elementos inestables e indecisos que todavía no han repudiado completamente la ideología de la Segunda Internacional.

Además, en alguno de los partidos más consistentes (Italia, Suecia, Noruega, Yugoslavia, etc.) en los que la mayoría se ha adherido al punto de vista comunista, persiste todavía una corriente reformista y socialpacifista que espera solamente el momento propicio para volver a levantar la cabeza y empezar el sabotaje activo de la revolución proletaria, ayudando de esta manera a la burguesía y a la Segunda Internacional.

Ningún comunista debe olvidar la lección de la revolución húngara. El proletariado húngaro ha pagado un carísimo precio por la fusión de los comunistas húngaros con los socialdemócratas llamados de “izquierda”.

Por eso el segundo congreso de la Internacional Comunista juzga necesario formular con absoluta precisión las condiciones para la admisión de nuevos partidos, e indicar a los partidos que ya se han adherido los deberes que tienen.

El segundo Congreso de la Internacional Comunista pone las siguientes condiciones de adhesión a la Internacional Comunista:
1.- Toda la actividad de propaganda y agitación debe ser de naturaleza auténticamente comunista y conforme al programa y a las decisiones de la Internacional Comunista. Toda la prensa de partido debe estar bajo la dirección de comunistas de mucha confianza que hayan dado prueba de devoción a la causa del proletariado. La dictadura del proletariado no debe ser considerada simplemente como una fórmula de uso corriente para repetirla mecánicamente, hay que propugnarla de un modo que haga comprensible su necesidad a cualquier obrero u obrera común, a cualquier soldado o campesino, partiendo de los hechos de sus vidas cotidianas, los cuales nos tienen que servir continuamente como argumento en nuestra prensa.

Los periódicos y demás publicaciones, así como todas las editoriales del partido, deben estar completamente subordinadas al presidium del partido, independientemente del hecho de que en un momento dado el partido sea legal o clandestino. No se puede permitir que las editoriales abusen de independencia y desarrollen una línea política que no esté en absoluta armonía con la línea política del partido.

En los artículos de la prensa, en las asambleas públicas, en los sindicatos y en las cooperativas, donde quiera que los adherentes a la Internacional Comunista estén presentes, es necesario denunciar, sistemática e implacablemente, no sólo a la burguesía, sino también a sus servidores, los reformistas de cualquier tipo.

2.- Cualquier organización que quiera adherirse a la Internacional Comunista debe quitar por norma a reformistas y centristas de todos los cargos de responsabilidad dentro del movimiento obrero (organizaciones de partido, comités de redacción, sindicatos, grupos parlamentarios, cooperativas, órganos de gobierno locales, etc.) y sustituirlos con comunistas probados, incluso aunque, sobre todo al inicio, sea necesario sustituir oportunistas “expertos” por simples trabajadores de base.

3.- En casi todos los países de Europa y América la lucha de clase está entrando en la fase de la guerra civil. En esta situación los comunistas no pueden de ninguna manera depender de la legalidad burguesa. Estos están obligados a crear por todas partes una organización clandestina paralela que en el momento decisivo ayudará al partido a cumplir su deber con la revolución. En todos los países en los que los comunistas no están en condiciones de operar legalmente, a causa del estado de sitio o de leyes de excepción, es absolutamente necesario combinar la actividad legal con la clandestina.

4.- Dentro del deber de divulgar las ideas comunistas merece mención especifica el desempeño de dicho deber en el ejército, con una actividad de propaganda sistemática y enérgica. Allí donde tal labor de agitación se vea impedida por las leyes de excepción, hay que llevarla a cabo clandestinamente. El rechazo a desempeñar semejante tarea equivaldría a repudiar el deber revolucionario y es incompatible con la pertenencia a la Internacional Comunista.

5.- Es necesario hacer un trabajo de agitación sistemático y programado en el campo. La clase obrera no puede consolidar su victoria si no se asegura, por medio de su propia línea política, el apoyo del proletariado rural y de al menos una parte de los campesinos más pobres, así como la neutralidad de parte de la población rural restante. Actualmente la actividad comunista en las zonas rurales está adquiriendo una importancia de primer orden. Es necesario llevarla a cabo principalmente con la ayuda de los trabajadores comunistas de la ciudad y del campo que tengan relación estrecha con éste. El descuidar este trabajo o abandonarlo en las manos de los nada fiables semireformistas equivale a renunciar a la revolución proletaria.

6.- Todo partido que quiera pertenecer a la Internacional Comunista tiene la obligación de desenmascarar no solamente al socialpatriotismo declarado, sino también la falsedad y la hipocresía del socialpacifismo, de hacer ver sistemáticamente a los trabajadores que sin el abatimiento revolucionario del capitalismo ninguna corte internacional de arbitraje, ningún acuerdo para la limitación de armamento, ninguna reorganización “democrática” de la Sociedad de las Naciones, podrá impedir nuevas guerras imperialistas.

7.- Los partidos que quieran adherirse a la Internacional Comunista tienen la obligación de reconocer la necesidad de una ruptura completa y absoluta con el reformismo y con la línea política de “centro”, y de propugnar todo lo que se pueda esta ruptura entre los propios miembros. Sin esto no es posible ninguna línea política coherentemente comunista.

La Internacional Comunista exige rotunda y categóricamente que tal ruptura se produzca lo antes posible. La Internacional Comunista no puede permitir que oportunistas tristemente famosos como Turati, Modigliani, Kautsky, Hilferding, Hillquit, Longuet, MacDonald, etc., tengan el derecho de pasar por miembros de la Internacional Comunista. Esto no podría dejar de llevar a la Internacional Comunista a un estado de ruina similar al de la Segunda Internacional.

8.- Los partidos comunistas de países en los que la burguesía está en posesión de colonias y oprime otras naciones es necesario que tengan una actitud particularmente explícita y clara sobre la cuestión de las colonias y los pueblos oprimidos. Todo partido que quiera formar parte de la Internacional Comunista tiene la obligación de desenmascarar los trucos y engaños de sus “propios” imperialistas en las colonias, de apoyar no solo de palabra sino con hechos todo movimiento de liberación en las colonias, de pedir que los imperialistas de su país sean expulsados de tales colonias, de infundir en los trabajadores de su propio país una actitud de verdadera fraternidad con los trabajadores de las colonias y los pueblos oprimidos, y de hacer sistemáticamente una labor de propaganda entre las tropas de su propio país para que no colaboren con la opresión de los pueblos coloniales.

Comunista debe desarrollar una actividad sistemática y duradera en los sindicatos, en los consejos obreros y en los comités de empresa, en las cooperativas y en las otras organizaciones de masa de trabajadores. Se necesita constituir dentro de dichas organizaciones células comunistas que por medio de un trabajo constante e infatigable conquisten para la causa del comunismo a los sindicatos, etc. En su labor cotidiana las células tienen que dar a conocer en todas partes las traiciones de los socialpatriotas y la irresolución de los centristas. Las células comunistas deben estar completamente subordinadas al conjunto del partido.

10.- Todo partido que pertenezca a la Internacional Comunista tiene la obligación de entablar una lucha inexorable contra la “Internacional” de Ámsterdam de sindicatos amarillos. Debe difundir con todo vigor entre los sindicalistas la necesidad de una ruptura con la Internacional amarilla de Ámsterdam. Debe hacer todo lo posible por apoyar a la Asociación internacional de sindicatos rojos, asociada a la Internacional Comunista, actualmente en vía de formación.

11.- Los partidos que quieran adherirse a la Internacional Comunista tienen la obligación de someter a revisión los componentes de sus grupos parlamentarios y destituir a todos los elementos desleales, de hacer que tales grupos estén subordinados al presidium del partido no solo de palabra sino en los hechos, exigiendo que cada parlamentario individual comunista subordine toda su actividad a los intereses de una propaganda y una agitación auténticamente revolucionarias.

12.- Los partidos que pertenezcan a la Internacional Comunista deben basarse en el principio del centralismo democrático. En el momento actual de dura guerra civil el Partido comunista sólo podrá realizar su cometido si su organización está lo más centralizada posible, si se impone dentro de ella una disciplina férrea y si el centro dirigente del partido, apoyado en la confianza de sus miembros, tiene fuerza y autoridad y se le dota de los más amplios poderes.

13.- Los partidos comunistas de los países en los que los comunistas operan en la legalidad de vez en cuando deben emprender un trabajo de depuración (reinscripción) entre los miembros del partido para desembarazarse de todos los elementos pequeños burgueses que se hayan infiltrado.

14.- Todo partido que quiera adherirse a la Internacional Comunista tiene la obligación de apoyar incondicionalmente todas las repúblicas soviéticas en la lucha contra las fuerzas contrarrevolucionarias. Los partidos comunistas deben llevar a cabo una propaganda explícita para impedir el envío de municiones a los enemigos de las repúblicas soviéticas; además deben realizar una labor de propaganda, con todos los medios, tanto legales como ilegales, entre las tropas enviadas a sofocar las repúblicas obreras.

15.- Los partidos que todavía mantienen los viejos programas socialdemócratas tienen la obligación de someterlos a revisión lo antes posible, y de redactar, teniendo en cuenta las condiciones particulares de su país, un nuevo programa comunista que esté en conformidad con las decisiones de la Internacional Comunista.

Como norma el programa de cada partido perteneciente a la Internacional Comunista debe ser ratificado por un congreso regular de la Internacional Comunista o por el Comité Ejecutivo. Si el programa de un partido no obtuviese la ratificación del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, el partido en cuestión tiene el derecho de apelar al congreso de la Internacional Comunista.

16.- Todas las decisiones de los congresos de la Internacional Comunista, así como las decisiones de su Comité Ejecutivo, son vinculantes para todos los partidos pertenecientes a la Internacional Comunista. La Internacional Comunista, que opera en una situación de dura guerra civil, debe tener una estructura mucho más centralizada que la de la Segunda Internacional. Naturalmente la Internacional Comunista y su Comité Ejecutivo deben tener en cuenta en todas sus actividades la diversidad de situaciones en las que se encuentra cada partido para luchar y actuar, y deben tomar decisiones vinculantes para todos únicamente cuando tales decisiones sean posibles.

17.- En este sentido, todos los partidos que quieran adherirse a la Internacional Comunista deben cambiar de nombre. Todo partido que quiera pertenecer a la Internacional Comunista debe llamarse: Partido Comunista de tal o cual país (sección de la Internacional Comunista). El hecho del nombre no es solamente una cuestión formal, sino una cuestión exquisitamente política y de gran importancia. La Internacional Comunista ha declarado la guerra a todo el mundo burgués y a todos los partidos de la socialdemocracia amarilla. La diferencia entre los partidos comunistas y los viejos partidos “socialdemócratas” o “socialistas” oficiales, que han traicionado la bandera de la clase obrera, debe hacerse comprensible para cualquier simple trabajador.

18.- Todos los principales órganos de prensa de partido de todos los países tienen la obligación de publicar todos los documentos oficiales importantes del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista.
19.- Todos los partidos pertenecientes a la Internacional Comunista y los que han hecho la petición de admisión tienen la obligación de convocar lo antes posible, y en cualquier caso dentro de los cuatro meses siguientes al segundo congreso de la Internacional Comunista, un congreso extraordinario para examinar todas estas condiciones de admisión. Por este motivo todas las centrales de partido deben comprobar que las decisiones del segundo congreso de la Internacional Comunista han sido comunicadas a todas las organizaciones locales.

20.- Los partidos que ahora quieren entrar en la Internacional Comunista, pero que no han cambiado todavía radicalmente su vieja estrategia, antes de entrar en la Internacional Comunista deben hacer que su comité central y todos los organismos dirigentes centrales estén compuestos por no menos de dos tercios de compañeros que ya antes del segundo congreso propugnaran públicamente e inequívocamente la entrada de su partido en la Internacional Comunista. Se pueden hacer excepciones con el consenso del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. El Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista también tiene el derecho de hacer excepciones en el caso de los representantes centristas mencionados en el párrafo 7.

21.- Los miembros del partido que rechacen como principio las condiciones y tesis elaboradas por la Internacional Comunista deben ser expulsados del partido.

Lo mismo es válido en especial para los delegados a los congresos extraordinarios.

Moscú 30 de julio de 1920
II Congreso de la Internacional Comunista

 

 

De la Iª Internacional a la Internacional 5.0

De la Iª Internacional a la Internacional 5.0

De la Iª Internacional a la Internacional 5.0

Necesitamos esa perspectiva, esa certeza, esa herramienta de la Internacional.

FUNDACIÓN DE LA PRIMERA INTERNACIONAL OBRERA

A las pocas semanas de morir Lassalle, el 28 de septiembre de 1864, fue fundada en Londres, en un gran mitin celebrado en el St. Martín Hall, la Asociación Obrera Internacional. Esta organización no era obra de un individuo, un “cuerpo pequeño con una gran cabeza”, ni una banda de conspiradores errabundos; no era ni una sombra fingida, ni un monstruo voraz, como afirmaba, en pintoresca altematividad, la fantasía de los heraldos capitalistas, aguijoneada por los escrúpulos de su conciencia. Era simplemente una forma transitoria de la cruzada de emancipación del proletariado, cuyo carácter histórico la hacía, a la par, necesaria y perecedera.

El régimen capitalista de producción, que es la más flagrante de las contradicciones, engendra los Estados modernos a la vez que los destruye. Fomenta y exalta las diferencias nacionales, y al mismo tiempo crea todas las naciones a su imagen y semejanza. Esta contradicción es irresoluble en su seno y contra él se han estrellado todos los movimientos de fraternidad de los pueblos, de que tanto hablan las revoluciones burguesas. La gran industria, predicando la libertad y la paz entre las naciones, convierte el planeta en un inmenso campo de batalla como jamás lo conociera la historia. Con el régimen capitalista de producción desaparece también la contradicción que entraña. Cierto es que las campañas de emancipación del proletariado sólo pueden plantearse dentro de las fronteras nacionales, ya que, desarrollándose el proceso de la producción capitalista por países, cada proletariado tiene que enfrentarse necesariamente con su propia burguesía. Pero sobre el proletariado no gravita esa concurrencia inexorable que mata en flor despiadadamente todos los sueños internacionales de libertad y de paz de la clase burguesa. Tan pronto como el obrero adquiere la conciencia —y la adquiere en cuanto empieza a alborear en él la de sus intereses de clase-, de que no tiene más remedio que sobreponerse a la competencia intestina con los demás trabajadores para poder oponer una resistencia eficaz a la supremacía del capital, da un gran paso hacia la etapa superior, consecuencia lógica de ésta, en que las clases obreras de los diferentes países dejan de competir entre sí para cooperar, unidas todas contra el imperio internacional de la burguesía. Esta tendencia internacional empieza a despuntar muy pronto en el movimiento obrero moderno. Lo que ante la conciencia de la burguesía, obstruida por sus intereses egoístas, no era más que antipatriotismo, falta de inteligencia y de cultura, constituye una condición vital para la campaña de emancipación del proletariado. Sin embargo, el hecho de que esta campaña pueda superar la eterna discordia entre las tendencias nacionales e internacionales, de la que no acierta a salir la burguesía, no quiere decir que disponga, ni en éste ni en ningún otro respecto, de una varita mágica capaz de convertir su sendero ascensional, duro y escarpado, en una calzada lisa y llana. La moderna clase obrera lucha bajo las condiciones que le ofrece la historia, y estas condiciones no pueden allanarse en un asalto arrollador, sino que han de superarse comprendiéndolas, según la frase hegeliana: comprender es superar.
Franz Mehring*

*Nació el 27 de febrero de 1846 en Schlawe, Polonia. En 1891 ingresó en el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). Entre 1902 y 1907 Mehring fue el editor jefe del periódico socialdemócrata Leipziger Volkszeitung. Miembro del parlamento prusiano entre 1917 y 1918. Durante la Primera Guerra Mundial se alejó del SPD, fundando la Liga Espartaquista junto a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, simpatizando con los bolcheviques y abrazando la Revolución de Octubre. Autor de la más prestigiosa biografía de Karl Marx. Encontrándose enfermo, se vio profundamente afectado por el asesinato de sus camaradas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht el 15 de enero de 1919, falleciendo dos semanas después, el 28 de enero, en Berlín.

LA INTERNACIONAL 5.0

El internacionalismo es, ahora, un imperativo ético.

Este prólogo de Franz Mehring me parecía muy adecuado para conectar las raíces del internacionalismo obrero con las luchas actuales y sus carencias estratégicas. Leía las palabras tan certeras con las que Mehring describe el ambiente y la necesidad en los que se gestó la I Internacional obrera, y me preguntaba sobre por qué ahora los trabajadores carecemos de ese instrumento de lucha. Las condiciones que refleja el viejo texto son exportables, con precisión milimétrica, a los días de hoy. La burguesía crea los Estados nacionales y luego los enfrenta en guerras que los destruyen; la gran industria convierte el planeta en un inmenso campo de batalla como jamás lo conociera la historia. ¿Hay algo más parecido a nuestro escenario?

Aquellos hombres y mujeres pioneros, que deseaban cambiar de raíz ese estado de cosas, el capitalismo, observaron la necesidad de una herramienta superior. Pensaron que si había que oponerse de forma eficaz a la supremacía del capital, si la emancipación proletaria verdadera sólo era posible en un orden superior, supranacional, en el que los obreros debían estar unidos y no enfrentados entre sí; debían inventar ese instrumento. Y lo hicieron, fundando la Internacional. Y al hacerlo no sólo alumbraron la herramienta, sino que hicieron de ella un nuevo motor del pensamiento revolucionario. Hasta que la II internacional arrastró por los suelos todos los postulados internacionalistas conduciendo a los trabajadores al fratricidio en la trincheras de la I Guerra Mundial. Y por eso hubo que reinventar de nuevo el internacionalismo, la herramienta, con la III Internacional, que reunía a aquellos socialdemócratas que abominaron del militarismo, convertidos en comunistas tras la revolución rusa. Y esa nueva Internacional volvió a empujar al movimiento obrero en la buena dirección, a iluminar el camino, a revivir el significado de la emancipación obrera, opuesta inexorablemente a la burguesía, como dijera Marx. Porque para eso habíamos nacido, no para otra cosa. Como dice en el Manifiesto Comunista: “lo que diferencia a los comunistas de los otros partidos obreros, es que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes de todo el proletariado, independientemente de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en la que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto”.

Ahora, con el planeta asolado por la barbarie de las guerras, insufladas por el imperialismo, que enfrenta a unos pueblos con otros; con los países sorprendidos por repentinos estallidos de cólera, de indignación popular, que estallan por doquier; ahora, que los mares se han convertido en una fosa colectiva de proletarios que buscan otros lugares donde vender su fuerza de trabajo, simplemente para poder sobrevivir; ahora, el internacionalismo no sólo es el necesario instrumento de combate de los oprimidos, sino que se ha convertido en un imperativo ético.

Y, sin embargo, ahora ni siquiera tenemos ese instrumento. ¿Por qué? Creo que resulta decisiva la falta de perspectiva en la cuestión de la clase. Como se puede ver al repasar las palabras de Mehring, ése es el eje de la Internacional, la idea inexcusable de la sustitución del poder político de la burguesía por el de la clase obrera, para acabar con el capitalismo. Ese mismo espíritu podemos encontrarlo en este número de Herri en las palabras de Alexandra Kollontay cuando se refiere a las luchas parciales de las mujeres, hay que trasmitirles –viene a decir-, que si no se cambia el sistema, sin la revolución, nunca obtendrán todas sus reivindicaciones, y su libertad nunca será plena. Es lo que falta ahora, la perspectiva en el imaginario popular, en su fantasía, de que es la clase trabajadora, antagónica del capital, la única que puede construir una sociedad nueva. Sin esa certeza, sin esa construcción mental, ideológica, todas la luchas, por violentas que sean las eclosiones, la ira con la que despiertan, se disuelven finalmente y son reintegradas al sistema.

Por eso el interés de este número de Herri sobre la III Internacional en el año en el que celebramos su centenario, por la pertinencia de no olvidar el eje de clase, porque eso es lo unitario y común, entre tanta diversidad y fragmentación de luchas. Hay que insuflar de nuevo ideología de clase para instalar el deseo de socialismo, crear la Internacional 5.0, la nueva, que vuelva a ser motor de ideas para ese cambio, porque el pueblo y también nosotros, los militantes, necesitamos saber que el capitalismo puede ser derrotado, sustituido, relevado de la Historia.
Es necesario, para que cuando lleguemos al gobierno con mayoría, no seamos un parche reformista más, para que ese día sepamos qué hacer, coherentes con nuestros orígenes, con lealtad hacia las ideas para las que nacimos, porque nacimos para acabar con el capitalismo, nacimos para eso, no para otra cosa. Necesitamos esa perspectiva, esa certeza, esa herramienta de la Internacional.

Miguel Usabiaga
Director de Herri

La Internacional Comunista y su contexto histórico en España

La Internacional Comunista y su contexto histórico en España

La Internacional Comunista y su contexto histórico en España

“En cortijos y ciudades, aparecieron pintadas y pancartas que decían “¡Viva Rusia!”, “¡Viva Lenin!” “¡Vivan los soviets!”

LOS EFECTOS DE LA 1ª GUERRA MUNDIAL
La llegada de la Gran Guerra fue acogida con cierta incertidumbre en la población española. La neutralidad del país fue aprovechada por los capitalistas, que navegaron en las aguas de la especulación.
El resultado fue el de una auténtica vorágine de beneficios para los bancos y las grandes empresas, mientras por el otro lado hubo un estancamiento en el nivel de vida de la inmensa mayoría de la sociedad.
Los precios de los bienes de consumo, principalmente los más básicos, se incrementaron notablemente durante estos años, pero sin embargo los salarios crecían muy poco, lo cual provocó una fuerte pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores. Mientras tanto, las ganancias de las élites económicas y empresariales se multiplicaban, siendo en muchos casos desorbitantes. Esta situación provocó que la lucha de clases se destapara definitivamente en buena parte del territorio y se mostrara en su forma más cruda y descarnada.
Extensas capas populares se sumaron al movimiento obrero, trabajadores industriales y del campo se politizaron y tomaron cada vez más conciencia política y se adhirieron a las movilizaciones y a la lucha en las organizaciones obreras, políticas y sindicales, aumentando notablemente la politización y participación de las masas. Los principales epicentros de la movilización obrera fueron en aquel momento Bilbao y Barcelona.
Por otro lado, la violencia estatal y la represión para proteger a patronos y propietarios se elevaron hasta límites insospechados.
En resumen, la coyuntura internacional provocada por la guerra imperialista, agravó de forma obscena la desigualdad, poniendo a un lado a los grandes beneficiarios, las oligarquías, y al otro a la inmensa mayoría de la población. Por supuesto, los distintos gobiernos nada hicieron por transferir o distribuir parte de esas ganancias a la colectividad nacional.

1917 año de huelgas. La gran huelga de agosto.
En 1917 las huelgas y conflictos laborales se sucedían y multiplicaban por todo el país. Son destacables las huelgas en Bilbao de 27.000 metalúrgicos, y la de los ferroviarios en Valencia que se convirtió en general.
A raíz de la huelga de los ferroviarios de Valencia en el mes de julio, acabó estallando un gran conflicto social. Se pedía la readmisión de los trabajadores despedidos y una serie de mejoras laborales. Debido a la intransigencia de la patronal, los sindicatos acabaron convocando una huelga para el 13 de agosto.
Entre el 13 y 14 de agosto en muchas ciudades el paro fue total. Hubo movilizaciones muy fuertes en Madrid, Bilbao (en Vizcaya hubo más de 100.000 obreros en huelga), en Asturias donde los mineros se hicieron dueños de la situación, y también en Cataluña con Barcelona a la cabeza.
El gobierno sacó al ejército a las calles desde el día 13, hubo constantes ráfagas de ametralladoras y balazos para acallar las protestas. El resultado de la feroz represión se estima en más de 100 obreros asesinados, y más de 2.000 encarcelados.
En los meses siguientes hubo grandes movilizaciones pidiendo la amnistía de los cientos de encarcelados, fue en estos mítines y manifestaciones a comienzos de noviembre de 1917 donde empezaron a llegar las primeras noticias de la revolución proletaria en Rusia, y se escucharon los primeros gritos de ¡Viva Rusia! y ¡Vivan los Soviets!

LOS ECOS DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE

La toma del poder por parte de la clase obrera en Rusia fue como un inmenso relámpago en mitad de una noche oscura. Un auténtico estruendo y terremoto revolucionario de proporciones jamás vistas hasta entonces, que se propagó en poco tiempo por la inmensa mayoría de países del planeta.
La España de 1917 como hemos visto, era un auténtico hervidero de luchas sociales. El ejemplo de los bolcheviques con su triunfante revolución corrió rápido como la pólvora a lo largo y ancho del territorio, y fue un verdadero catalizador revolucionario, especialmente en el campo.
Trienio bolchevique (1918-1920)
El campesinado español tomó el relevo del movimiento obrero y emprendió una impresionante movilización de masas. Miles de campesinos pobres y jornaleros de las grandes fincas de los caciques andaluces se lanzaron a la lucha con sucesivas huelgas generales, ocupaciones de fincas improductivas y la proliferación de sociedades y organizaciones obreras en los pueblos y aldeas. Se pasó de 1’8 millones de jornadas perdidas en huelgas en el campo en 1917, con 71.400 huelguistas, a 7,3 millones de jornadas y 244.700 huelguistas en 1920.
En cortijos y ciudades, aparecieron pintadas y pancartas que decían “¡Viva Rusia!”, “¡Viva Lenin!” “¡Vivan los soviets!” Se ocuparon fincas y se expulsaron a terratenientes que se apoyaban en la Guardia Civil y el ejército para masacrar a los campesinos. Por primera vez en la historia del campo andaluz, los señoritos y caciques eran los que salían despavoridos huyendo ante el empuje revolucionario de braceros y jornaleros. La respuesta no se hizo esperar y hubo una durísima represión, con fusilamientos, detenciones en masa, y fuertes condenas de prisión.
Este periodo de intensas luchas y movilizaciones al calor de la ola revolucionaria procedente de Rusia, se denominará “Trienio Bolchevique”.

LA HUELGA DE “LA CANADIENSE”

Entre febrero y marzo de 1919 tuvo lugar la huelga de “La Canadiense”. Que es recordada como una de las mayores y más importantes huelgas de la historia del movimiento obrero español, la cual supuso una gran victoria de los trabajadores consiguiendo entre otras conquistas, la jornada de ocho horas.
El conflicto se inició el día 5 de febrero en la empresa Riegos y Fuerzas del Ebro, filial de la compañía de capital más conocida como “La Canadiense” que era la principal productora y suministradora de energía eléctrica de Cataluña.
La huelga se extendió a otros sectores y se llegó a paralizar el 70% de la actividad industrial de Cataluña durante más de un mes. La patronal intentó reventar la huelga, respondiendo con cierres patronales de fábricas, pero ni eso, ni los tres mil encarcelados en Montjuïc, ni el estado de guerra decretado en la provincia, fueron suficientes. Tras 44 días de conflicto, se alcanzó un acuerdo: readmisión de todos los despedidos, liberación de los encarcelados, el pago de los salarios por los días de huelga y el aumento de los jornales. En el mes de abril el gobierno firmó el decreto de la jornada de ocho horas, en definitiva una gran victoria de los trabajadores.
Para muchos significa la huelga más importante de la historia sindical española, por su enorme magnitud en todos los sentidos, siendo recordada con pavor entre la burguesía, y como un hito y orgullo para la clase obrera.

LA TERCERA INTERNACIONAL Y SUS CONSECUENCIAS

A iniciativa de Lenin nació la Tercera Internacional, también denominada Internacional Comunista (Komintern en su abreviatura en ruso), cuyo I congreso se celebró en Moscú del 2 al 6 de marzo de 1919.
Este hecho tuvo una rápida acogida en el movimiento obrero español. Se crearon numerosos grupos de apoyo y se fundó un Comité Nacional de Partidarios de la III Internacional, que llegó a tener un periódico, “La Internacional”.
Debate y escisiones en el PSOE
En el seno del PSOE se generó un amplio debate en torno a la adhesión a la Internacional Comunista. El 15 de abril de 1920 en Madrid se reunió el Comité Nacional de la Federación de Juventudes Socialistas y decidió transformarse en el Partido Comunista Español. Entre sus fundadores estaban Merino Gracia, Dolores Ibárruri y Juan Andrade entre otros jóvenes, y tuvo como órgano de prensa “El Comunista”.
El 19 de junio de ese mismo año, se reunía el Congreso extraordinario del PSOE para tratar la adhesión a la Tercera Internacional. En un principio la mayoría estaba en favor de la adhesión. El congreso decidió por 8.269 votos a favor contra 5.016 y 1.615 abstenciones separarse de la II Internacional e ingresar en la III. Pero dicho acuerdo se aplazaba y estaba sujeto a las condiciones de la adhesión, y para este objetivo fueron designados dos delegados, uno de cada tendencia, para viajar a Moscú, que fueron Daniel Anguiano partidario de la adhesión y Fernando de los Ríos, contrario y muy crítico. Dentro de la propia dirección del PSOE se observaban claramente dos tendencias muy enfrentadas, la reformista y la revolucionaria.

Del 19 de julio al 7 de agosto de 1920 se celebró en Moscú el II Congreso de la Internacional Comunista, cuyos objetivos principales eran marcar los principios ideológicos y formas organizativas de los partidos que iban a integrarse en esta nueva Internacional. Para ello, se aprobaron las 21 condiciones que se exigían para adherirse, encaminadas a buscar la unificación ideológica de los partidos comunistas que habían surgido e iban apareciendo en cada país.

La CNT por su parte, partidaria de la revolución soviética en un primer momento tras el triunfo bolchevique, envió a Ángel Pestaña que era reacio a los 21 puntos en base al “apoliticismo” de su organización, poco después tomarían distancia y se separarían del apoyo al modelo bolchevique.
El recién creado Partido Comunista Español envió como delegado a Merino Gracia, que fue recibido por Lenin, quien mostró un gran interés por la situación en España, especialmente por los problemas del campesinado.
En marzo de 1921 tuvo su I Congreso el joven Partido Comunista Español, que eligió a su Comité Central (Rafael Millá, Merino Gracia y Juan Andrade entre otros).
Un mes después en el Congreso del PSOE, se debatieron las tesis de Daniel Anguiano partidario de ingresar en la Internacional Comunista, y las de Fernando de los Ríos, contrario a la adhesión y en favor de recuperar una nueva II Internacional. Resultaron vencedoras las del segundo, (8.808 votos contra 6.025), por lo que se rechazaban las 21 condiciones, y decidían ingresar en la Comunidad del Trabajo con sede en Viena, denominada “Segunda Internacional y Media”.
Tras la votación, Antonio García Quejido se levantó para anunciar que los partidarios de la Tercera Internacional abandonaban el PSOE para constituir un nuevo partido comunista. Por tanto, tras la derrota de las tesis lideradas por Anguiano, los delegados partidarios de esta postura, abandonaron el Congreso, firmaron una declaración y constituyeron el Partido Comunista Obrero Español. Nacía así el segundo partido comunista en España, adherido a la III Internacional. El Comité Nacional provisional quedó integrado por Antonio García Quejido, Manuel Núñez de Arenas, Daniel Anguiano, Virginia González, y Facundo Perezagua.
La fusión de los dos partidos comunistas y el nacimiento del PCE
Desde la Tercera Internacional se apostaba por la unificación de los partidos comunistas, para conseguir la existencia de un solo partido comunista en cada país. Esto facilitó la fusión de los dos partidos comunistas existentes en España.

Del 7 al 14 de noviembre de 1921 se celebró en Madrid una Conferencia común para la fusión de ambos partidos, el Partido Comunista Español y el Partido Comunista Obrero Español, surgiendo así el Partido Comunista de España (PCE).
El primer Congreso del PCE tuvo lugar el 15 de Marzo de 1922 en Madrid, y se eligió un Comité Central compuesto entre otros militantes, por Antonio García Quejido (Secretario General); Ramón Lamoneda (Secretario del Interior); Virginia González (Secretaria Femenina); Antonio Malillos (Secretario Sindical). El órgano de prensa central del Partido fue “La Antorcha”.

Al mismo tiempo que el Partido, se fusionaron las dos Juventudes Comunistas, quedando constituida la Federación de Juventudes Comunistas de España. Su órgano de prensa fue «El Joven Comunista».

REACCIÓN Y DICTADURA

Tras la Revolución rusa, el miedo de las oligarquías y burguesía de todos los países era más que evidente y en España no lo fue menos. A partir de 1918 la confrontación fue en aumento llegando hasta cotas realmente virulentas y feroces, aunque en clara desigualdad de condiciones.

Finalmente acabó imponiéndose la vía reaccionaria, y llegó la dictadura en septiembre de 1923 con el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, inaugurando un periodo represivo y dictatorial de siete años.

En la decisión de la oligarquía de imponer una dictadura estaba de fondo el impulso democratizador que se apreciaba en el conjunto de España, ya que el caciquismo, sistema que sustentaba el bipartidismo desde el inicio de la restauración (1874) se estaba resquebrajando. El golpe de 1923, (como el de 1936) se oponía fundamentalmente al proceso democratizador y a la presencia en gobiernos de la clase obrera organizada.

Debido a la sistemática persecución y represión, la dictadura provocó una enorme merma en el movimiento obrero que costó muchísimo tiempo recuperar. Cierre de sedes y prensa obrera, ilegalización de organizaciones políticas obreras y sindicatos, miles de detenciones y encarcelamientos masivos, y por supuesto torturas y ejecuciones, además miles de personas tuvieron que marchar al exilio. Los golpes más duros de esta dictadura fueron principalmente para la CNT y el PCE, quienes se llevaron la peor parte. Por el contrario, UGT y PSOE navegaron por otras aguas y tomaron la vía del colaboracionismo con el régimen.

David Armendariz  Graduado en Geografía e Historia.
Militante del PCE-EPK

El Primer subsidio

El Primer subsidio

El primer subsidio

“¿Vive aquí el Comisario popular Kollontay? Tengo que verle. Traigo aquí este papelito para él, del bolchevique principal, de Lenin.”

 EL PRIMER SUBSIDIO
Aquel Octubre de 1917 era gris, ventoso. El viento agitaba las copas de los árboles en el jardín del Smolny, del edificio de interminables y tortuosos pasillos y grandes y luminosas salas, con ese vacío propio de las estancias oficiales, donde se llevaba a cabo un trabajo intenso, que el mundo no había conocido nunca. Hacía dos días que el Poder había pasado a manos de los Soviets. Del Palacio de Invierno eran dueños los obreros y los soldados. El gobierno de Kerenski no existía ya. Pero cada uno de nosotros comprendía que aquello era solamente el primer peldaño de la dura escalera que conducía a la emancipación de los trabajadores y a la creación de una República nueva, laboriosa, sin precedente en la tierra

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El Comité Central del Partido de los bolcheviques se alojaba en una pequeña habitación lateral con una mesa sencilla en el centro, periódicos en las ventanas y en el suelo y unas cuantas sillas. No sé ya para qué había llegado yo allí entonces, pero sí recuerdo que Vladímir Ilich no me dejó siquiera plantear la cuestión. Al verme, decidió en el acto que yo debía hacer algo más necesario que aquello que me proponía.
—Vaya ahora mismo a encargarse del Ministerio de Asistencia Social del Estado. Hay que hacerlo inmediatamente.
Vladímir Ilich estaba tranquilo, casi alegre. Bromeó un poco y, en seguida, pasó a ocuparse de otro asunto.
No recuerdo por qué fui para allá sola, sólo se me quedó grabado en la memoria el húmedo día de octubre en que llegué a la puerta del Ministerio de Asistencia Social del Estado, que se encontraba en la calle de Kazán. El portero, de elevada estatura y buena presencia, con barba canosa y galoneado uniforme, entreabrió la puerta y me examinó de pies a cabeza.
—¿Quién de sus jefes está aquí ahora? —traté de informarme.
—Las horas de visita para las peticiones han terminado —me respondió tajante el galoneado viejo de buena presencia…
—Pero yo no vengo a hacer ninguna petición. ¿Quién hay aquí de los altos funcionarios?
—Ya le han dicho a usted, en ruso, que se recibe a las solicitantes desde la una hasta las tres, y ahora, mire el reloj, son más de las cuatro.
Yo insistí, él se mantuvo en sus trece. De nada sirvieron razones. Las horas de visita habían terminado. Y tenía orden de no dejar pasar a nadie.
A pesar de la prohibición, intenté subir por la escalera.
Pero el testarudo viejo se alzó ante mí como un muro impenetrable, sin dejarme avanzar ni un paso.
Y me tuve que ir sin conseguir nada, porque tenía prisa para acudir a un mitin. Y los mítines en aquellos días eran lo más importante, lo fundamental. Allí, entre las masas de soldados y desposeídos de la ciudad, se decidía la cuestión de la existencia del Poder soviético, de si lo mantendrían los obreros y campesinos con capotes de soldado o vencería la burguesía.
A la mañana siguiente, muy tempranito, sonó el timbre de la vivienda donde me había instalado al salir de la cárcel en que me metiera Kerenski. El timbrazo era insistente.
Abrimos. Apareció un mujik pequeñajo con zamarrilla, laptis* y barba.
—¿Vive aquí el Comisario popular Kollontay? Tengo que verle. Traigo aquí este papelito para él, del bolchevique principal, de Lenin.
Miro y veo que efectivamente en el trozo de papel hay escrito, de puño y letra de Vladímir Ilich:
“Entréguele cuanto le corresponda por el caballo, de los fondos de Asistencia Social del Estado”.
El mujik, cachazudo, iba contando todo. En tiempos del zar, en vísperas de Febrero le habían requisado ya el caballo para necesidades de la guerra. Le prometieron pagárselo a precio razonable. Pero pasó el tiempo, y no recibió aviso alguno de pago. Entonces, el mujik fue a Piter** y estuvo dos meses llamando a las puertas de todas las instituciones del Gobierno Provisional, sin ningún resultado. Le mandaban, como a una pelota, de una oficina a otra. Derrochó paciencia hasta que se le acabó el dinero. Y en aquel momento se enteró, de pronto, de que había unos hombres, llama-dos bolcheviques, que devolvían a los obreros y a los campesinos todo lo que les habían quitado los zares y los terratenientes, así como lo que le había sido arrebatado al pueblo durante la guerra. Para ello, sólo hacía falta recibir un papelito del bolchevique principal, de Lenin. Aquel mujik pequeñajo había encontrado a Vladímir Ilich, en el Smolny. Antes de que empezara a clarear, le había hecho levantarse y había conseguido el papelito que me mostraba, pero que no me entregaba.
—Cuando reciba el dinero, lo entregaré. Y mientras tanto, mejor será que lo tenga yo. Es lo más seguro.
¿Qué hacer con el mujik pequeñajo y su caballo? Pues el Ministerio continuaba en manos de los funcionarios del Gobierno Provisional. Eran tiempos raros: el Poder estaba ya en manos de los Soviets, el Consejo de Comisarios del Pueblo era bolchevique pero las instituciones oficiales, como vagones lanzados, seguían por los raíles de la política del Gobierno Provisional.
¿Cómo hacerse cargo del Ministerio? ¿Por la fuerza? Todos huirían, y nos quedaríamos sin funcionarios.
Decidimos proceder de otra manera: celebrar una reunión de delegados del sindicato de empleados subalternos. Lo presidía el mecánico I. Egórov. El sindicato era muy particular —un verdadero surtido de profesiones— y lo integraban cuantos, con arreglo a la plantilla correspondiente trabajaban en calidad de personal subalterno: carteros, hermanas de la caridad, encarga-dos de las estufas, contables, escribientes, mecánicos, obreros y obreras de la fábrica de naipes, guardas y practicantes.
Examinamos la situación. Se actuó de un modo ejecutivo. Elegimos un Consejo, y a la mañana siguiente fuimos a hacernos cargo del Ministerio.
Entramos. El portero de los galones, que no simpatizaba con los bolcheviques, no había asistido a la reunión. Su gesto era desaprobatorio, pero nos dejó pasar. Empezamos a subir por la escalera; en dirección contraria a nosotros, descendía un río de funcionarios, mecanógrafas, tenedores de libros, jefes… Bajaban corriendo, precipitadamente, no querían ni mirarnos. Nosotros para arriba, ellos para abajo. El sabotaje de los funcionarios había comenzado. Quedaron solamente algunas personas. Manifestaron que estaban dispuestas a trabajar con nosotros, con los bolcheviques. Entramos en los despachos y en las oficinas del Ministerio. Todo estaba vacío. Las máquinas de escribir abandonadas, los papeles tirados por el suelo. Y los libros de entradas y de salidas habían sido recogidos. Estaban encerrados. Y no teníamos las llaves. Tampoco estaban allí las llaves de la Caja.
¿Quién las tendría? ¿Cómo íbamos a trabajar sin dinero? La asistencia social del Estado era una institución cuya labor no era posible detener, pues abarcaba los asilos, a los mutilados de guerra, los talleres de ortopedia, los hospitales, los sanatorios, las leproserías, los reformatorios, los colegios de señoritas y las casas de ciegos… ¡Enorme campo de acción! De todas partes presionaban, exigían… Y no teníamos las llaves. Pero el más tenaz de todos era el mujik pequeñajo que había venido con el papelito de Lenin. Cada mañana, apenas amanecía, ya estaba en la puerta.
—¿Qué hay del pago del caballo? Era muy bueno. De no haber sido tan fuerte y tan sufrido, no pondría tanto empeño en que me lo pagaran.
Al cabo de dos días, aparecieron las llaves. La primera salida de la Caja de Asistencia Social fue el pago del caballo que el gobierno zarista arrebatara, con engaños y a la fuerza, al campesino aquel, al mujik pequeñajo, que con tanta tenacidad había sabido percibir íntegramente, con arreglo al papelito de V I. Lenin, la cantidad que le correspondía.

Alexandra Kollontay
*. Calzado, parecido a unas abarcas.
**. Piter: Petrógrado.

Publicamos este magnífico relato de Alexandra Kollontay, porque ilustra como pocos cómo era aquel momento de idealismo y cambios por la base, de trasformaciones completas de la sociedad, desatado por la Revolución de Octubre. Alexandra fue una de las protagonistas de ese tiempo, siendo elegida Comisaria del Pueblo para la Asistencia Social, en el primer gobierno soviético. Amiga y colaboradora de Lenin, de Insessa Armad, y de Clara Zetkin, participó junto a ellas en la gestación de la III Internacional, de la que trata este número de Herri, ocupándose junto a ambas mujeres de desarrollar una sección de mujeres en la Internacional comunista.
“El Congreso de la Internacional Comunista constata que sólo la lucha común de obreros y obreras puede garantizar el éxito de todas las tareas propuestas, así como la victoria definitiva del proletariado mundial y la abolición definitiva del régimen capitalista. El aumento colosal de la mano de obra femenina en todas las ramas de la economía, el hecho de que al menos la mitad de todas las riquezas producidas a escala mundial procedan del trabajo femenino, además del importante papel, por todos reconocido, que las obreras desempeñan en la edificación de la nueva sociedad comunista, en la reforma de la vida familiar, en la realización de la educación socialista, comunitaria, de los niños, cuyo objetivo consiste en preparar a ciudadanos trabajadores e impregnados de espíritu solidario para la república de los consejos, son todos ellos factores que imponen a todos los partidos que se adhieran a la Internacional Comunista el deber imperativo de emplear todas sus fuerzas y energía para atraer a las obreras al Partido y de utilizar todos los medios para educarlas en el sentido de la nueva sociedad y de la ética comunista desde el punto de vista social y familiar. La dictadura del proletariado sólo se puede realizar y mantener con la participación enérgica y activa de las obreras.”
Intervención de Alexandra Kollontay en el I Congreso de la Internacional Comunista. Moscú, 6 de marzo de 1919.

La trayectoria revolucionaria de Alexandra, es muy dilatada. Nació en San Petersburgo el 31 de marzo de 1872, en un entorno acomodado, ya que su madre era descendiente de una próspera familia finlandesa con negocios madereros, y el padre un general zarista, que, sin embargo, imbuido de un espíritu liberal y abierto en el ámbito familiar, le inculcó la curiosidad por el estudio, la historia, la política. Tomó contacto con la Revolución tras la sangrienta represión de la revuelta de 1905 frente al palacio de invierno, que presenció en persona. Escribió artículos de condena en la prensa rusa y comenzó una labor para organizar a las entre las mujeres trabajadoras. Se opuso frontalmente a la Gran Guerra de 1914-1918, lo que le llevó a las filas bolcheviques., los más consecuentes opositores al patriotismo criminal que llevaba a la contienda fraticida. Desde el Comité Central apoyó a Lenin en las famosas Tesis de abril, que indicaban el camino insurreccional, la superación de la fase burguesa y el paso a la revolución socialista apoyándose en el poder democrático de los soviets. Como Comisaría del Pueblo para la Asistencia Social fue una de las personas que más trabajaron para conseguir los derechos y libertades de las mujeres, modificando aspectos de las leyes que hacían a la mujer una subordinada del hombre, le negaban el derecho al voto y la hacían ganar menos salario y trabajar en peores condiciones que los varones. La Revolución consiguió poner las bases para igualdad real entre hombres y mujeres, liberando las relaciones familiares y las relaciones sexuales. Se aprobaron el divorcio y el aborto, otorgando a las mujeres beneficios sociales en forma de salarios de maternidad, guarderías y hogares para los niños. Se desarrollaron campañas de información para dar a conocer a las mujeres sus nuevos derechos. Y de todos esos cambios generados por la Revolución rusa, Alexandra fue la principal impulsora. Terminó sus días políticos como embajadora de la URSS en México, Noruega y Suecia, jubilándose en 1945.

Alexandra Kollontay

Redacción de Herri