POEMA DE GABRIEL CELAYA

POEMA DE GABRIEL CELAYA

POEMA DE GABRIEL CELAYA

Miguel ven

VEN, MIGUEL

Han llamado a la puerta, y no, no era Miguel

tampoco esta vez. ¿Por qué no viene, por qué

es imposible que venga? Le estoy esperando siempre

para hablar como tan sólo podría hablar con él.

¡Le necesito tanto! Porque él resolvería

con un solo zarpazo lo que no logro entender.

Han cambiado los tiempos, ¡vaya si lo sé!,

y ahora está tan de moda jugar al ajedrez

que añoro aquella furia solar y aquel tajante

distinguir al ibero toro del manso buey.

Barajo y más barajo sus versos abrasados

mas su verdad radiante despierta aún más mi sed

de tenerle aquí al lado, para luchar, y ser.

Gabriel Celaya.
1974

 

«SONETO» BLAS DE OTERO A MIGUEL HERNÁNDEZ

«SONETO» BLAS DE OTERO A MIGUEL HERNÁNDEZ

«SONETO» BLAS DE OTERO A MIGUEL HERNÁNDEZ

«¿Por qué no lleváis dispuesta contra toda villanía una hoz de rebeldía y un martillo de protesta?»

De: El labrador de más aire – 1937
Miguel Hernández

Hay una muerte lenta que atraviesa
la vida lentamente, lentamente.
No es la traidora muerte de repente
que deja el ansia, aunque caída, ilesa.

¿La súbita del rayo? No, no es ésa,
es la que llega despaciosamente,
como claror confusa del oriente:
trágica luz del rayo que no cesa.

Así, noche tras noche, sucumbiste
en medio de una España negra y triste,
como el toro en la plaza, como el toro.

La juventud de hoy, la de mañana,
forja otro cielo rojo, audaz, sonoro,
con un rayo de sol en la ventana.

(Euzkadi, 1962)
Blas de Otero

BALAS DE PLATA

BALAS DE PLATA

BALAS DE PLATA

«A Miguel Hernández»

Desde la cárcel sólo poemas sabías regalar a tu pequeño Manuel. «Ríete, niño, que te tragas la luna cuando es preciso», animabas a tu retoño, alimentado con pan y cebolla. Desde la cárcel bellos poemas nos regalaste a cuantos hoy y desde siempre, adoramos la pureza de tus versos, la fortaleza de tus palabras.
Nos dijiste adiós siendo joven, los malvados te empujaron. Despreciaban la poesía, la tuya, Miguel, también la de los hermanos Machado, también la de Juan Ramón Jiménez, también la de Federico García Lorca. También la de…, tantos y tantos proscritos de la dictadura.
«A sangre y fuego» proclamaba el nuevo orden. «Viva la muerte», «Muera la inteligencia», gritaba hasta desgañitarse Millán-Astray. Tú, poeta, negabas lo ridículo, lo bárbaro. Desde tu redil carcelario también gritabas, eran voces de vida, de esperanza. Tu hijo pasaba hambre, Josefina, tu compañera lo escribió en una carta. La respuesta no tardó:
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
Escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.

De risco en risco trotabas cuidando cabras. ¡Niño que no escape ninguna! —Imperó tu padre— ¡Ésta es tu escuela, ésta es tu vida! Obedeciste, en el fondo te gustaba, era la soledad del pastor, la libertad del poeta. Y bien que aprendiste del despoblado retiro.
Veinte años tenías cuando, con ahorros acumulados y no gastados, estrenaste tu primera máquina de escribir. En Orihuela, cada mañana, con tu hatillo al hombro, tras las cabras o con ellas, ascendías al monte, hasta la Cruz de la Muela. Mientras ellas pastaban y descansaban, tú trabajabas. Con rítmico tecleteo, hasta altas horas del atardecer, ensamblabas palabras de ilusión, de vida, de pasión. Ni una sola cabra se perdió.
Cosa nada fácil, de seguro porque eras el mejor, ganaste un premio literario —el único en vida—. «Canto a Valencia». Tiraba la tierra chica. Publicaron tus primeros poemas, tu primer libro. Para él, bebiste de los versos de Luis de Góngora, valiosa fuente de inspiración. Entusiasmaste a Pablo Neruda, a Vicente Aleixandre, a Juan Ramón Jiménez. Te admitieron en el grupo de los poetas sabios. Lo merecías.
Pasaron los años y, el colorido cielo azul de la ilusión republicana se tornó gris. Amenazaba tormenta.

Tu compromiso literario derivó en contrato militante. Consideraste al PCE tu herramienta apropiada; había otras, pero elegiste ésa. Con el uso de tu pequeña Olivetti, corriendo riesgos fecundabas esperanzas. Nos regalabas a generaciones futuras la mejor de tus ofertas: El rayo que no cesa, Viento del pueblo, Elegía, Nanas de la cebolla, El hombre acecha… Poemas imposibles de entender, menos de sentir por quienes asumieron ser tus enemigos, tus perseguidores. Lo sabían y no les gustaba. Engendrabas balas de plata para los nuevos-viejos vampiros disfrazados de patriotas. No podían permitir semejante desfachatez. Por eso y no por otra cosa, por tus versos, fuiste proclamado proscrito.

Nada resultó fácil. De Madrid huiste a Portugal. A Salazar, el dictador vecino, tampoco gustaban tus poemas —no se puede dar satisfacción a todo el mundo—. También los consideraba balas de plata. De nuevo a España, a la cárcel. En la de Palencia decías no poder llorar, del frio se te helaban las lágrimas. Hasta de eso hacías poesía.

En Madrid compartiste celda con Buero Vallejo —honor recíproco—, aunque para ti advenía tarde. Tras la condena en juicio sumarísimo a ser fusilado, tras la conmutación por treinta años de presidio, tu delicada salud no consiguió sobreponerse a la indolencia de tus carceleros. Bronquitis, tifus, tuberculosis… Ya no había arreglo, y si lo había, quienes podían ponerlo, se desentendieron.

Miguel; Miguel Hernández. A ti, como a Federico y tantos otros…, a ti, con treinta y un años, joven romancero, si los «Viva la muerte», si los «Muera la inteligencia» te lo hubieran permitido, con tu sentimiento, con tu palabra escrita, la interrogante debería ser: ¿Hasta dónde hubieras llegado? De seguro, aún mucho más lejos. De seguro, hoy, tu luminosa estrella, ésa que con tus poemas vemos parpadear en el cielo, sería más, mucho más brillante. También, el repertorio de nuestros actuales trovadores sería más, mucho más infinito.

Vladimir Merino Barrea
Escritor

POEMA NANAS DE LA CEBOLLA

POEMA NANAS DE LA CEBOLLA

POEMA NANAS DE LA CEBOLLA

De Miguel Hernández.

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

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POEMA ROSARIO DINAMITERA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

POEMA ROSARIO DINAMITERA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

POEMA ROSARIO DINAMITERA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.

Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario,
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una rosa
enfurecida, Rosario.

Buitrago ha sido testigo
de la condición de rayo
de las hazañas que callo
y de la mano que digo.
¡Bien conoció el enemigo
la mano de esta doncella,
que hoy no es mano porque de ella,
que ni un solo dedo agita,
se prendó la dinamita
y la convirtió en estrella!

Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores.

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