Descubrir a Leo Frankel

Descubrir a Leo Frankel

Descubrir a Leo Frankel

 “No fue una revolución más, añadida a tantas otras, fue esencialmente una revolución nueva, nueva en el objetivo que pretendía alcanzar, nueva porque era una revolución obrera“.

El desconocido Leo Frankel y sus compañeros de la Internacional, nos muestran una rendija secreta para observar la Comuna, que nos permite entrever no sólo lo que fue, sino también lo que podría haber sido. Sus posiciones, sus acciones, apuestan por las posibilidades del momento revolucionario, por un futuro emancipador. Lejos de una narración que forma parte de la leyenda o de la construcción del mito, sino, al contrario, nos hablan de las posibilidades de la Comuna, de sus potencialidades, y eso nos ayuda a traer esa experiencia al presente, dándole su verdadero interés histórico.

Leo Frankel nace en Budapest, en 1844. Se traslada muy joven a Alemania, donde trabaja de orfebre y colabora en publicaciones socialistas con Ferdinand Lassalle. En 1867 marcha a Francia; donde se integra en la Primera Internacional, de la que funda una sección en Lyon. Su vida entre países le enseña que las injusticias que sufren los trabajadores no están circunscritas por las fronteras nacionales. En 1870 es detenido en París por sus actividades políticas, en el curso de un tercer proceso a la Internacional (la AIT) El 2 de julio de 1870 declara con sarcasmo ante el tribunal: “los capitalistas, con motivo de una huelga desatada por sus ávidas pretensiones, son los primeros en acusar a la Internacional de todos los males, pero yo no veo en eso nada asombroso”. Y concluye. “La Internacional no tiene como fin un aumento del salario, sino la abolición completa del asalariado, que es una esclavitud disfrazada”. Su defensa impresionó a Marx y Engels. Frankel fue condenado a una pena de prisión leve. Apenas estalló la guerra entre Francia y Prusia, la Internacional publicó en París un manifiesto, firmado por Frankel, contra la guerra y a favor de la solidaridad internacionalista. Los socialistas internacionalistas eran conscientes de una ley inviolable: si la barbarie bélica puede a veces hacer nacer revoluciones, a la inversa, la dinámica revolucionaria es siempre sofocada por la guerra.
Tras la insurrección de París, durante las elecciones del 26 de marzo de 1871, Leo Frankel es elegido, a sus 27 años, miembro de la Comuna en el distrito 13 de París. Dos días después, se proclamó la Comuna con su Consejo. La Internacional no es una organización unificada y rígida y, sus representantes sólo constituyen una minoría dentro de la Comuna. La Comuna es, ante todo una reapropiación por parte de las clases trabajadoras del espacio público, de la ciudad. Es el aspecto del “París libre” el que marca la experiencia comunera”. Aunque hay socialistas dentro de la Comuna, ésta no es en sí misma “socialista”, como recordará Lenin. La posición y las acciones de Frankel y algunos de sus amigos, son especialmente esclarecedoras para levantar el velo sobre esta leyenda de la Comuna.

Dentro de la organización de la Comuna, sólo una minoría lucha por medidas abiertamente socialistas, Frankel es uno de ellos. Es nombrado responsable de la Comisión de Trabajo. Lo que equivaldría a ministro de Trabajo en el consejo de gobierno de la Comuna. El único y primer extranjero en formar parte de un gobierno en otro país, haciendo gala de la verdad de la proclama de la Comuna, la de ser la bandera de la República mundial. Con el apoyo de otros “colectivistas” de la Internacional como él, agitó la necesidad de crear talleres cooperativos de trabajadores, la entrega de las fábricas cerradas a las sociedades obreras, luchó por la regulación del trabajo nocturno (como la prohibición declarada del trabajo nocturno de los panderos), la suspensión de la venta de objetos empeñados, y por la igualdad entre hombres y mujeres. El imperativo de la guerra impuesta por la burguesía, por Versalles, la desorganización implícita que eso significaba, junto a la merma de recursos, obstaculiza el impulso internacionalista y de emancipación social, bloquea el intento de construir una nueva organización económica bajo el control de la comunidad. Les faltó tiempo y determinación para tomar el Banco de Francia o decretar la jornada de 8 horas. La Comuna sólo esbozó una tendencia, elementos capaces de “favorecer el paso, ciertamente progresivo, pero ineludible, de una organización capitalista del trabajo a un trabajo socializado“. O, en palabras de Marx, en “La guerra civil en Francia”: “Estas medidas particulares sólo podían indicar la tendencia de un gobierno del pueblo por el pueblo”. Frankel y sus compañeros, como Malon, Nostag, Teisz o Elisabeth Dimitrievf, son conscientes de ello y cuentan con una evolución del Consejo de la Comuna en la dirección de una mayor sensibilidad hacia la cuestión social.

Con la derrota de la Comuna, y su condena a muerte por los versalleses, comenzaron para Leo Frankel los difíciles años del exilio, de la contrarrevolución. Periodos en los que el activismo de la vida organizativa, sus impases y mezquindades, sus desencantos, sustituyeron al ardor de los momentos revolucionarios. Instalado en Londres, Frankel se implicó en la vida de la Internacional, siendo elegido miembro del Consejo General. Mantuvo estrechos vínculos con Engels y Marx. Pero Frankel no trató de “capitalizar” su importante papel en la Comuna para crearse una notoriedad particular, prefirió defender sus ideas sin dejar de ser un militante entre los demás.

En 1876 regresó a su Budapest natal, donde se implicó en la organización del movimiento socialista, fundó el Partido Obrero, desplegando una lucha incansable por la instauración del sufragio universal y trabajando sin descanso por la formación de una nueva Internacional. Este objetivo, ambicioso y nada fácil de alcanzar, mantiene a Leo Frankel en contacto con personalidades del movimiento obrero, desde Pierre Kropotkin a Karl Kautsky, de Wilhelm Liebknecht a James Guillaume, de Engels, Marx, o August Bebel a antiguos camaradas de la Comuna. En 1880, fiel a sus posiciones, publicó en Hungría un texto antimilitarista que le valió una condena de dos años de prisión. Tras salir de la cárcel, Frankel se trasladó a Viena y luego a París, donde, en la última década del siglo XIX, encontró un movimiento socialista dividido en varias capillas al que se negó a adherirse. Una vez más, luchó por la unificación, criticó las luchas de poder personal y buscó el apoyo de Engels. Se concentró en sus actividades como periodista y traductor y en el debate de ideas en clubes y asociaciones. Siguió defendiendo incansablemente tres principios que consideraba esenciales para el movimiento revolucionario: la unidad de base, el antimilitarismo y el internacionalismo. Cuando se formó la Segunda Internacional en 1889, se unió a ella sin llegar a desempeñar un papel destacado, a pesar del respeto que despertaba su figura.

Murió en París el 29 de marzo de 1896, y fue enterrado, como un comunero, en el cementerio parisino de Père Lachaise. Hasta el final, llevó la idea de una Comuna que no llegó a realizarse, pero que él y sus compañeros veían como posible, como una orientación hacia el futuro de la emancipación social. En un texto escrito seis años después de la derrota, Frankel insistió en que la Comuna “no fue una revolución más, añadida a tantas otras, fue esencialmente una revolución nueva, nueva en el objetivo que pretendía alcanzar, nueva porque era una revolución obrera“.

Paul Ferrat

Paul Ferrat

Paul Ferrat

«Comunero de París elegido para la portada de Herri, por la fuerza atemporal de su imagen».

PAUL FERRAT. Es el comunero elegido para la portada de Herri, por la fuerza atemporal de su imagen. Nació en Bastia, Córcega, el 11 de septiembre de 1824, y llegó a Paris con cuatro años. Pertenece a la Internacional, participa en debates en clubes políticos. Miembro de la Guardia Nacional desde el 16 de marzo de 1871, es elegido para su Comité Central, y delegado como alcalde del VI arrondisement (distrito), hasta las elecciones del 26 de marzo, donde obtiene 2062 votos de los 9499 totales. Elegido jefe el 80º batallón afincado en Menilmontant, último baluarte de la Comuna. Detenido, se defiende ante el Consejo de Guerra declarando haberse comportado siempre con honor, sin haber cometido ningún acto violento. Es condenado a la deportación en una fortaleza, y enviado a la isla de Oleron, y luego a Nouamés, en Nueva Caledonia. Amnistiado en enero de 1879, muere en París el 28 de enero de 1881.

¿Cuánto vale el trabajo doméstico?

¿Cuánto vale el trabajo doméstico?

¿Cuánto vale el trabajo doméstico?

“David Fuente. Militante del PCE-EPK y miembro del Seminario de El Capital de la UPV-EHU de Sarriko, Bizkaia.”

Marx vs Federici.

El trabajo doméstico es aquel trabajo vinculado de un modo u otro al hogar, y que las familias y los individuos hacen directamente para satisfacer sus necesidades. Incluye todo lo que la clase obrera necesita hacer para reproducir su fuerza de trabajo: desde ducharse y desplazarse al centro de trabajo, hasta las compras, la crianza o la colada. Muchas de estas tareas recaen predominantemente en las mujeres y determinan la relación de la mujer obrera con el empleo (madres a media jornada, etc.).
El trabajo doméstico realizado para sí lo diferenciamos del empleo en el hogar ajeno o en empresas del sector de los cuidados y la limpieza. Aunque varias tareas concretas desempeñadas en uno y otro contextos sean las mismas, se trata de diferentes relaciones de producción. En el primer caso hay relaciones familiares, en el segundo mercantiles y en el tercero capitalistas.
Todas las tareas del trabajo doméstico son útiles, necesarias, indispensables para la vida de la clase obrera, y por tanto para la reproducción del capital. Sin embargo, este trabajo no produce valor. La incomprensión de este punto es uno de los problemas esenciales del libro de Silvia Federici titulado El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo (2018). Conviene aclarar la cuestión.
El valor es el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía. La mercancía es el producto de trabajo humano destinado al intercambio. Es decir, no cualquier producto del trabajo humano; “solo los productos de trabajos privados autónomos, recíprocamente independientes, se enfrentan entre sí como mercancías”, dice Marx (p. 52, El Capital, libro I, Editorial Siglo XXI, 1975). Se trata de trabajos independientes que no han sido coordinados en la producción, sino que solo pueden comprobar que realmente cumplen un lugar en la división social del trabajo al lograr vender sus productos. El valor es, por tanto, la forma que toma el trabajo necesario para producir los bienes dirigidos al intercambio; bienes que, siendo producidos por trabajos autónomos, se relacionan en el mercado. Allí, estas mercancías se intercambian en proporciones determinadas por su valor.
Para entender con precisión qué es el valor, tenemos los puntos 1 y 2 del primer capítulo de El Capital. Entre otras cosas, ahí dice Marx (y Engels):
Una cosa puede ser valor de uso y no ser valor. Es éste el caso cuando su utilidad para el hombre no ha sido mediada por el trabajo. Ocurre ello con el aire, la tierra virgen, las praderas y bosques naturales, etc. Una cosa puede ser útil, y además producto del trabajo humano, y no ser mercancía. Quien, con su producto, satisface su propia necesidad, indudablemente crea un valor de uso, pero no una mercancía. Para producir una mercancía, no sólo debe producir valor de uso, sino valores de uso para otros, valores de uso sociales. {F. E. — Y no sólo, en rigor, para otros. El campesino medieval producía para el señor feudal el trigo del tributo, y para el cura el del diezmo. Pero ni el trigo del tributo ni el del diezmo se convertían en mercancías por el hecho de ser producidos para otros. Para transformarse en mercancía, el producto ha de transferirse a través del intercambio a quien se sirve de él como valor de uso.} (pp.50-51).
Como se ve, el valor no es una categoría moral. No determina el grado de utilidad de un bien (eso tiene que ver con su valor de uso) ni define lo importante que es para una sociedad. El valor es, simplemente, el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir una mercancía (la cual, eso sí, debe ser útil, al menos para el sector que va a comprarla). Los diamantes tienen un enorme valor. El agua menos. No depende de su utilidad ni de una valoración moral. Depende de la cantidad de trabajo que demanda su producción para el intercambio. La categoría valor, como todas las categorías de la economía política marxista, nombra una relación económica efectiva.
La familia campesina autónoma o la comunidad primitiva organizan su trabajo para satisfacer sus necesidades. Sus productos del trabajo no son mercancías. No intercambian, no se compra-venden lo que producen, sino que lo crean, distribuyen y consumen según planteamientos familiares o comunitarios. Ocurre lo mismo con la mujer que lava la ropa y cocina para sí o su familia, o el hombre que hace bricolaje en su casa: tampoco producen mercancías ni valor. Esos son trabajos útiles para la familia. Con ellos, la familia satisface directamente algunas de sus necesidades. La forma en que la familia reparte ese trabajo puede oprimir y explotar, pero esto no lo vuelve productor de valor.
En términos de valor, una mujer que es exclusivamente ama de casa consume valor al consumir las mercancías que necesita (las que comparte con su familia y las de su uso individual). Sin embargo, su trabajo no es productor de mercancías y, por tanto, no produce valor. El valor que consume una ama de casa de una familia obrera lo produce su marido obrero en su puesto de trabajo y forma parte del salario (si se trata de una mujer obrera que trabaja fuera de casa las mismas horas que su marido, pero el trabajo doméstico recae en mayor medida sobre ella, este hecho es inadmisible, y cada vez lo dice más alto y claro ella misma; si la mujer es una obrera que trabaja a media jornada, se encuentra en una situación intermedia; si es la mujer de un capitalista, la clase obrera produce el valor apropiado por su marido). Como sabemos, la relación salarial implica que ese obrero también ha producido plusvalor en su puesto de trabajo. Es decir, todo salario implica trabajo no pagado. De modo que: 1) concebirlo como “trabajo remunerado” oculta lo esencial del salario: el trabajo no pagado del obrero y 2) la ama de casa obtiene sus medios de vida del salario producido por su marido.
En términos de valor de uso, el trabajo que realiza una ama de casa de una familia obrera es indispensable para muchísimos aspectos de la reproducción de la fuerza de trabajo y, por tanto, para la reproducción del capital. Realiza un sinfín de tareas necesarias sin las cuales no puede existir este modo de producción.
A pesar de su utilidad y su carácter esencial, el valor de la fuerza de trabajo no lo determina el trabajo doméstico necesario. Dice Marx: “El valor de la fuerza de trabajo está determinado por el valor de los medios de subsistencia que habitualmente necesita el obrero medio” (p.629, El Capital, Libro I). Marx ya aclara que no se trata de las necesidades del obrero individual, sino de la familia obrera (p. 481, El Capital, Libro I).
El tiempo que un obrero emplea en vestirse y llegar a su centro de trabajo es necesario e ineludible, pero tampoco entra en el valor de la fuerza de trabajo. A este respecto solo entran los gastos en ropa y transporte (los socialmente necesarios en una época dada), pero no el tiempo que el obrero está transportándose. Dormir, función indispensable para la reproducción de la fuerza de trabajo, tampoco genera valor…
¿Por qué una serie de trabajos necesarios, los cuales garantizan que el obrero esté diariamente en su puesto de trabajo, no son los que producen el valor de la mercancía fuerza de trabajo? Si la mercancía fuerza de trabajo tiene valor, y además estos trabajos contribuyen a reproducirla, ¿por qué solo las mercancías necesarias para el obrero y su familia son las que determinan ese valor, y no tareas tales como cocinar los alimentos comprados? La clase obrera vende su fuerza de trabajo, no para retribuirse su actividad privada en la cocina, sino para poder comprar comida. Esa es la relación económica efectiva. La clase obrera vende una mercancía, la fuerza de trabajo, para acceder a otras mercancías; mercancías que necesita y que solo puede obtener a través de la compra. Y para la compra precisa dinero; y para obtener dinero, precisa una venta. Y vende su única mercancía: la fuerza de trabajo. Las tareas privadas que desempeña con lo que compra no implican relaciones mercantiles y no producen valor. El valor de la fuerza de trabajo no viene determinado por lo que hace con su trabajo doméstico, sino por las mercancías que necesita; es decir, por el valor que precisa para su reproducción. Si la fuerza de trabajo pudiese vivir sin venderse, con su propio trabajo independiente, no sería una mercancía y no cabría hablar de valor.
Esta es la relación económica real. Viene provocada por la situación que obliga a la clase obrera a vender de su fuerza de trabajo: la carencia de medios de producción y de subsistencia.
Esta relación entre trabajo asalariado y trabajo doméstico (estructura) no viene provocada porque se infravalore (superestructura) el indispensable trabajo doméstico. Ahora bien, en esta relación económica efectiva, cuando en el proceso histórico la mujer ha continuado arrinconada en el trabajo doméstico y ha dependido económicamente de su marido, se ha mantenido la base material para que el trabajo que ella realiza tenga menor relevancia social, y con ello su propia persona. Esto ha constituido históricamente la base material que ha dificultado la organización política de las mujeres obreras, y también la que ha mantenido una desigualdad jurídica entre hombre y mujeres, y una violencia hacia ellas totalmente impune.
Pero la historia no se detiene. Cada vez se han incorporado más y más mujeres al mercado laboral y a la producción social. Este fenómeno lleva tiempo en curso y no ha culminado. En España nunca ha habido tantas mujeres asalariadas como a inicios de 2020. Desde hace décadas las amas de casa siguen descendiendo en número y aumentado en edad, en comparación con las mujeres asalariadas. Con ello, la crianza y los cuidados se convierten cada vez más en un problema de primer orden, porque el trabajo doméstico lastra a un sujeto que se encuentra avanzado en el trabajo social, la mujer obrera, la cual, mientras transforma una parte de sus condiciones de vida, no puede sostener al mismo tiempo las condiciones pasadas: empuja imparablemente, generación tras generación, hacia el reparto equitativo. En este largo proceso en curso, se ha ido sacudiendo la superestructura de los roles envejecidos y ha ido conquistando avances jurídicos. Al mismo tiempo, como obrera por trabajo propio, se enfrenta directamente al capital. Sostenerse con un salario es imposible, la emancipación se retrasa, la maternidad y la paternidad también. Va creciendo la organización política y sindical de las mujeres obreras. En seguida se comprueba que son necesarios salarios más altos, menor jornada laboral y servicios públicos que aseguren cuidados y crianza. Por el camino necesariamente se aclarará que la conciliación solo puede ser parte de la emancipación general; que la vida pende del capital, y que es soltada al vacío con cada crisis recurrente. Se van apretando objetiva y subjetivamente las filas de la clase obrera: hay que superar el modo de producción capitalista. En el proceso deberá también evidenciarse que la herramienta teórica para la emancipación de este sujeto, tanto en su carácter de obrera como en las especificidades propias de ser mujer, es el marxismo-leninismo. El horizonte práctico de emancipación: la construcción del socialismo.
Las posturas de Federici son una manifestación más de las desorientaciones teóricas y prácticas que se desarrollan fuertemente desde finales de los años setenta. El conjunto de análisis que realiza en el libro mencionado, fuera aparte de algunos señalamientos puntuales de interés, tiene errores de principio. Sin alargarnos, es preciso identificarlos en su generalidad. Su libro se presenta como una corrección feminista al marxismo cuando, en realidad, rompe la coherencia interna del mismo.
Federici desarrolla una lectura distorsionada del El Capital y de varios de sus puntos centrales. Con ello, dificulta su aprovechamiento a quienes podrían apoyarse en él para hacer importantes análisis. Es necesario aclarar que El Capital no expone el conjunto de la sociedad burguesa ni todas las formas de trabajo que se dan en ella, sino las leyes del modo de producción capitalista. Por ello, en varios momentos Marx hace abstracción explícita de aspectos que no es posible tratar en una obra que está cuidadosamente ordenada de lo abstracto a lo concreto; aspectos que solo pueden encontrar su lugar de exposición más adelante. Cada vez que Federici habla de “la ceguera de Marx” (p. 59) lo que en el fondo hace es obviar su método dialéctico y las necesidades objetivas de su investigación. Por eso, cuando varias citas de El Capital evidencian que Marx sí consideraba el trabajo doméstico, Federici las ve como “pequeñas notas”, como otro rasgo de “cierta presencia de una conciencia feminista” reducida a “comentarios ocasionales” (p.14). Si Federici ve “ceguera”, notas feministas y paradojas es porque no está considerando el objeto de estudio de El Capital. Si el objeto de estudio es tenido en cuenta, entonces vemos que, cuando Marx avanza sobre él, nos muestra cómo engarza con otros muchos aspectos, ofreciéndonos la base para desarrollar un análisis coherente.

Para sostener esta “ceguera” y la necesidad de una corrección feminista del marxismo, Federici omite cuestiones clave de Marx, Engels y otros marxistas. Tras hablar de la “incapacidad [de Marx] para ver más allá de la fábrica” (p. 16), Federici expone su propuesta de conclusión superadora: “pensar la sociedad y la organización del trabajo como formado por dos cadenas de montaje: una que produce mercancías y otra […] que produce trabajadores” (p. 18). Federici afirma esto y mantiene un ruidoso silencio sobre Engels (y sobre Bebel, Zetkin, etc.). Engels, en el prefacio de 1884 de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, inicia diciendo que existen dos especies de producción: la de los medios de vida y la del ser humano mismo. Y no se reduce a afirmar lo que Federici descubre en 1970 para el modo de producción capitalista, sino que Engels (apoyándose además en notas de Marx) expone la relación entre estas dos especies de producción a lo largo de la historia. La distinción entre esas dos especies está desde el inicio del marxismo, en La ideología alemana, texto de 1845-1846.
Esto son solo dos pequeñas muestras de que no hay aporte esencial en el texto de Federici y sí profunda confusión. Pero los problemas aumentan porque Federici no ejerce una perspectiva dialéctica (no analiza los aspectos contradictorios de los procesos, sino que los enfoca unilateralmente), lo cual le lleva a tergiversar el análisis de Marx. Llama especialmente la atención cómo transforma las conclusiones marxistas sobre el desarrollo de las fuerzas productivas. Según Federici (p. 97) “Marx creía que […] una vez que la industria moderna [capitalista] hubiera reducido al mínimo el trabajo socialmente necesario, daría comienzo una era en la que por fin seríamos dueños de nuestra existencia”. Y concluye: “Nunca explicó cómo se produciría esta ruptura.” En realidad, Marx dijo muy claramente que la ruptura se produciría mediante la organización del proletariado en partido, la toma del poder, la socialización de los medios de producción y la construcción del socialismo. Pero este aspecto político de la teoría de Marx, hay que subrayarlo, no le interesa a Federici, pues no se vincula a la práctica política comunista; única práctica integralmente coherente con el marxismo.
Todo lo anterior, acompañado por el idealismo de Federici (no basa sus propuestas políticas en las condiciones objetivas de los explotados), le conduce a propuestas reformistas inoperantes, no desarrolladas a partir del proceso social real en curso, el cual no es captado por su análisis. El llamado “salario doméstico” fue una de sus quimeras reformistas en los años setenta, el cual no podía tener más resultado que recluir a la mujer en el hogar, y además en el momento preciso en que esta situación mostraba su tendencia a decrecer. Es decir, el modo de producción capitalista era más revolucionario que la teoría de Federici.

En resumen, partiendo de la teoría de Federici no hay posibilidad de comprender el marxismo ni la realidad, ni hay opciones para una práctica revolucionaria. Sí las hay mediante el estudio del marxismo-leninismo y su aplicación concreta: mediante la organización de la clase obrera para la toma del poder y la socialización de los medios de producción; mediante la toma del control sobre nuestro trabajo y los productos de nuestro trabajo, incluida la reorganización de los cuidados. En otro artículo podremos ver que, para esto último, Zetkin nos ayuda más que Federici, y que incluso para luchar por reformas en un momento dado es necesaria una perspectiva revolucionaria integral.
Quien desee revisar el primer libro de El Capital en busca de este tema, precisa leer: los puntos 1 y 2 del primer capítulo, el punto 3 del capítulo IV, los puntos 3.a. y 9 del capítulo XIII, y los capítulos XVII y XXI. Hay que señalar que todo El Capital es una obra indispensable, y que no es fácil leerla a saltos. Pero no es imposible. Sirva esta cita como aliciente:

Como no es posible suprimir totalmente ciertas funciones de la familia, como por ejemplo las de cuidar a los niños, darles de mamar, etc., las madres de familia confiscadas por el capital tienen que contratar a quien las remplacen en mayor o menor medida. Es necesario sustituir por mercancías terminadas los trabajos que exige el consumo familiar, como coser, remendar, etc. El gasto menor de trabajo doméstico se ve acompañado por un mayor gasto de dinero. Crecen, por consiguiente, los costos de producción de la familia obrera y contrapesan el mayor ingreso. A esto se suma, que se vuelven imposibles la economía y el uso adecuado en el consumo y la preparación de los medios de subsistencia. Acerca de estos hechos, encubiertos por la economía política oficial, se encuentra un abundante material en los Reports de los inspectores fabriles… (p. 482).

La carta de Marx a Kugelmann del 11 de julio de 1868, accesible en Internet, también será útil para comprender de manera más precisa la cuestión del valor.

La superación del modo de producción capitalista y la construcción de una sociedad sin explotación ni opresiones pasa por la recuperación, estudio y desarrollo del marxismo-leninismo como guía total para la acción.

La commune de París

La commune de París

La commune de París

El pasado 18 de Marzo se cumplió el 150 aniversario de la Comuna de París, uno de los hechos históricos más destacados de la Historia Europea en el Siglo XIX y sin duda uno de los hitos principales y fundamentales de la Historia de la izquierda política y de la Historia del movimiento comunista.

Como no podía ser de otra forma la efeméride pasó desapercibida para la mayor parte de la población, seguramente en el mundo entero y sin lugar a dudas podemos decir con conocimiento de causa que para la mayoría de la gente en nuestro país. No podía ser de otra manera porque estamos hablando de la primera ocasión en la que los de abajo, los oprimidos. alcanzaron la toma del poder. Y quienes ostentan el poder no van a permitir jamás que sea ampliamente conocido el ejemplo de aquellas experiencias emancipadoras que tuvieron éxito, aunque tuvieran horizontes temporales limitados.

El riesgo para ellos, es que puedan ser fuente de inspiración para alguien. La defensa de sus privilegios requiere de la guerra sin cuartel contra quienes pretendan amenazarlos, como es el caso de las y los comunistas y de la izquierda que aspira a transformar el mundo. Y la guerra sin cuartel incluye el silencio como potente arma contra la influencia del enemigo en las masas, en la gente.

La falta de información, de actos, titulares etc… en un aniversario redondo ( 150 años ) y muy importante para la Historia Universal responde más allá del aspecto político del mismo, res-ponde, a una intencionalidad concreta. No es producto del descuido de nadie, no es producto de la ignorancia de nadie, no es producto de la falta de conocimiento de nadie… es producto de la influencia política de quienes tienen el poder real sobre los medios de comunicación de masas, sobre la cultura de masas y sobre las instituciones democráticas.

La toma del poder que supuso La Comuna, sucedió medio siglo antes de la segunda experiencia victoriosa de nuestra lucha, la revolución de 1917 que acabó con la vieja Rusia. Es ya sobradamente conocido que la revolución bolchevique supuso una palanca indiscutible para el nacimiento de las organizaciones comunistas y el crecimiento exponencial de la influencia del ideal Socialista y Comunista en todo el mundo. Pero medio siglo antes se había producido la primera experiencia de toma de poder político del movimiento revolucionario, comunista. Su influencia, tal vez menos conocida o menos mencionada que la revolución de Octubre, fue transcendental, y el propio Lenin fue insistente en esta idea.

El estudio y el conocimiento de La Comuna fue fundamental para el triunfo años después de los bolcheviques, porque algo que los grandes revolucionarios han tenido siempre claro es la importancia de conocer lo que les precedió, o por decirlo de una forma popular “se hace camino al andar”. Cuenta el historiador Andy Willimott que Lenin se entusiasmó tanto con la Comuna de París que bailó en la nieve cuando el gobierno de los bolcheviques duró un día más que su antepasado francés. Los acontecimientos parisinos de la primavera de 1871 demostraron que el gobierno de la clase obrera era posible y tanto sus éxitos como su derrota final sirvieron de modelo para muchas generaciones de revolucionarios.
Todo esto, lo saben a veces mejor que nosotros mismos quienes no van a permitir por voluntad propia perder sus privilegios para dar paso al mundo entre iguales al que aspira el ideal emancipador del movimiento comunista. Por eso, el ciento cincuenta aniversario de la Comuna de París ha sido un fantasma invisible para la mayoría de la gente. Nuestra revista como siempre pretende con este número contribuir a contrarrestar ese silencio decretado desde el cuartel de mando de quienes ya conocieron la derrota en 1871. Esperamos que ustedes lo disfruten, y si aspiran a ese mundo mejor, difúndanlo.

Jon Hernández: Secretario General
del Partido Comunista de Euskadi

Testimonio de Marcelo Usabiaga sobre Melitón Manzanas

Testimonio de Marcelo Usabiaga sobre Melitón Manzanas

Testimonio de Marcelo Usabiaga sobre Melitón Manzanas.

“INICIATIVA JUDICIAL DE IZQUIERDA UNIDA, PARA LA RETIRADA DE SU MEDALLA AL MÉRITO POLICIAL”.

ACTA DE PRUEBA TESTIFICAL En DONOSTIA – SAN SEBASTIAN, a veintiocho de mayo de dos mil tres. HORA:10,30.

TESTIGO
Nombre y apellidos MARCELO USABIAGA JAUREGUI
Abierto el acto
señores/as Letrados, Procuradores y
comparece el TESTIGO también indicado que presta juramento / promesa de decir verdad. Por S.S’. se le instruye de las penas con que el Código Penal castiga el delito de falso testimonio manifestando que queda enterado.
Seguidamente el/la testigo es examinado/a a tenor del pliego de preguntas y repreguntas acotadas para el mismo,

DECLARANDO:
A LAS GENERALES DE LA LEY: que su nombre y circunstancias son las que han quedado expresadas y que no le comprenden las demás circunstancias que le han sido explicadas.
A la 1ª: Que lo conoció personalmente porque, el referido Melitón Manzanas, le detuvo al declarante en un piso de la Calle de San Martin, frente al Buen Pastor. Que los llevaron a la Comisaria de Irún.
A la 2ª: Que lo conoció en el momento de la detención en el piso de la calle San Martin. Que sabia que era Manzanas por que los otros policías le llamaban por ese nombre.
A la 3ª: Que efectivamente fue interrogado directamente por el señor Manzanas cuando fue detenido. Que Manzanas quería saber quien le dijo a Lapeira que el declarante estaba en el piso de la calle San Martin.
A la 4ª: Que los interrogatorios, como ha dicho antes consistieron en que Manzanas quería saber quien le dijo a Lapeira que el declarante estaba en el piso de la calle San Martin.
Que en el piso en que tuvo lugar la detención, le pegó en dos ocasiones violentamente. La primera vez fue en la cocina nada mas detenerle y le dio una fortísima patada en los testículos, al mismo tiempo que le decía que “ahora se iba a enterar de lo que era bueno”. Que posteriormente cuando vino Lapeira otra vez le pego varios golpes al declarante, porque el declarante no había avisado que Lapeira iba a venir al piso.
Que después le llevaron a Irún. Que en la Comisaría de Irún, el jefe parecía ser Manzanas. Que al poco de llegar al declarante lo metieron en un cuarto a él solo y en dicho cuarto entró Manzanas. Aquí nuevamente el señor Manzanas amenazó y pego un fuerte golpe con la rodilla en los testículos al declarante.
Posteriormente, Manzanas, llamó a dos policías nacionales armados, y le dijo que se lo llevaran que no tuvieran ningún tipo de contemplación con el declarante y que a la más mínima que le mataran. Los policías se lo llevaron y el declarante pensó que le iban a matar, pero lo llevaron a la nueva Comandancia Militar que estaba en la Avda de Francia.
Que en la Comandancia Militar estuvo una semana. Que a la Comandancia iba casi todos los días el señor Manzanas sobre media mañana. Que el señor Manzanas, cuando iba, le ataba al declarante las manos por detrás y luego le hacía descalzarse. Que a cada momento el señor Manzanas pisaba fuertemente los dedos del pie descalzos del declarante. Que esa operación la efectuaba a lo largo de todo el interrogatorio, y dicho interrogatorio se produjo a lo largo de casi todos los días que estuvo detenido en la Comandancia. Que estos pisotones en los dedos descalzos, al declarante le producían un grandísimo dolor.
Que alguno de los días también, el señor Manzanas, le propinó fuertes golpes en la parte del estomago. Que la única persona que le pego al declarante fue el señor Manzanas.
A la 5ª: Que efectivamente sufrió un simulacro de fusilamiento y se produjo en las circunstancia que ha relatado más arriba, es decir cuando el señor Manzanas, ordenó a dos policías armados que le trasladaran y les dijo en presencia del declarante “bueno ya sabéis, a éste sin compasión, y a la mínima fuego”. Que esto lo interpreto el declarante como que lo iban a fusilar.
A LA 6ª: Que sí, que fue el propio señor Manzanas.
A la 7ª: Que los días que estuvo en la Comandancia de Irún, que fue una semana, cree recordar el declarante.
A la 8ª: Que el declarante no vio que el señor Manzanas recibiera órdenes de nadie y sin embargo si vio que el señor Manzanas daba órdenes a otros.
A la 9ª: Que el declarante no sabe.
A la 10ª: Que el declarante estuvo 21 años en la Cárcel y como estaba en libertad condicional, tenía que presentarse todos los medes en la Audiencia de San Sebastián, pero dicha Audiencia le dijo que en vez de presentarse en la Audiencia debía hacerlo en el Cuartel de la Guardia Civil de Hernani. Que no obstante un domingo recibió una llamada telefónica del señor Manzanas y le dijo que fuese al Gobierno Civil. Que allá lo estaba esperando el señor Manzanas y le dijo que en lo sucesivo debía de presentarse todos los domingos ante él en el Gobierno Civil. Que el declarante así lo hizo y todos los domingos el declarante estaba sobre media hora en el pasillo sentado. Que delante de él pasaban frecuentemente policías y otras personas. Que bastantes policías cuando pasaban delante del declarante se le quedaban mirando y le decían “éste es el cabrón de Usabiaga” y continuaban. Que Manzanas lo tenía allá situado para vejar y humillar al declarante, y le hacía ir todos los domingos al Gobierno Civil aun cuando lo única obligación legal que tenia era la de ir al Cuartel de la Guardia Civil de Hernani. Que trabajando el declarante en Orbegozo, también ha tenido algún incidente con un trabajador y con un Comisario de policía, que el declarante sospecha que fueron por motivo del señor Manzanas.
A la 11ª: Que aproximadamente durante un año.
A la 12ª: Que ha oído en varias ocasiones que el señor Manzanas había pegado y torturado a varias personas, pero son comentarios, que los ha podido oír cualquiera. Que no obstante cuanto estuvo detenido en la Comandancia de Irún, el tercer día que estuvo detenido oyó muchos ruidos y gritos en la habitación de abajo de la que estaba el declarante y que a consecuencia de esto el declarante puso el oído en el suelo y puedo escuchar que una voz que era la del señor Manzanas decía gritando “cuidado, cuidado, que se nos va; traed una botella de coñac”. Que en aquel momento no supo a quien estaban maltratando pero después pudo saber que dicha persona era Javier Lapeira. Que también ha oído que a Rafael Iglesias lo mataron en la Comisaria aunque luego apareció ahorcado. Que Rogelio Fernández, que tenía una imprenta en Irún. también le dijo que Manzanas le había torturado en Comisaria.

Leída la presente es hallada conforme siendo firmada por el declarante, que se ratifica y firma con S.S’. y demás asistentes, conmigo el/la Secretario. Doy fe.