Entrevista a Karl Marx

Entrevista a Karl Marx

Entrevista a Karl Marx

En el diario “The World”. Nueva York, 18 de julio de 1871
R. Landor.

Le pidieron que investigara sobre la Internacional obrera y he tratado de hacerlo. No es empresa fácil. En estos momentos Londres es, sin duda, el cuartel general de la Internacional, pero los ingleses se han asustado y todo les huele a Internacional. Con las sospechas del público, naturalmente, ha aumentado la prudencia de la Asociación, y si quienes están al frente tienen algún secreto que ocultar, no cabe duda de que son capaces de hacerlo. Me he dirigido a dos de sus jefes, he hablado libremente con uno de ellos y a continuación refiero lo más sustancioso de nuestra conversación.

Me he convencido de una cosa: que es una asociación de obreros auténticos, pero quienes les dirigen son teóricos y políticos pertenecientes a otra clase social …

Karl Marx es alemán, profesor de filosofía, tiene vastos conocimientos recabados tanto de la observación de la vida como de los libros. Yo diría que, en el sentido común de la palabra, nunca ha sido un obrero. El ambiente y el aspecto son los de un miembro acomodado de la “middle class”. La sala donde fui introducido la tarde de la entrevista parecía la típica morada de un próspero agente de bolsa que, dotado de medios, empezase a hacer fortuna. Era el retrato del bienestar, la casa de un hombre de gusto y de posibilidades, pero sin denotar el carácter del propietario. Encima de la mesa, un bonito álbum de vistas del Rin daba pistas sobre su nacionalidad. Atisbé cautelosamente el florero de una mesita por si había una bomba. Esperaba oler a petróleo, pero lo que aspiré fue un perfume de rosas. Contrariado, volví a sentarme, preparándome para lo peor. Entró, me saludó cordialmente y nos sentamos frente a frente. Sí, tengo ante mí a la revolución en carne y hueso, al fundador y espíritu conductor de la Internacional, al hombre que advertía que hacer la guerra a la clase obrera significaba crearse problemas: en una palabra, al apologista de la Comuna de París.

¿Tienen presente el busto de Sócrates, aquel que prefirió morir antes que prestar fe a los dioses de su tiempo, el hombre cuya frente, de bello perfil encaja mal en una silueta roma, achatada, como separada por un gancho que hace de nariz?
Pues bien, tengan presente este busto, tiñan de negro la barba, dándole unas pinceladas de gris, pongan esa cabeza sobre un cuerpo robusto, de mediana estatura, y tendrán delante al profesor. Cubran con un velo la parte superior de la cara y podrían estar en compañía de un buen parroquiano. Descubran la característica esencial, la frente enorme, y de inmediato advertirán que habrán de lidiar con la más temible de las fuerzas compuestas: un soñador que piensa, un pensador que sueña. Al lado de Marx había otro hombre, me pareció que también alemán aunque, dado su buen dominio de nuestro idioma, tampoco podría asegurarlo. ¿Le servía de testigo al profesor? Creo que sí. El «Consejo», sabedor de la entrevista, le pediría después al profesor un informe: la «Revolución» sospecha en primer lugar de sus agentes, razón por la que se necesitaba un testigo.

Fui rápidamente al grano. El mundo, le dije, no parece saber muy bien qué hay detrás de la Internacional; la odia, pero es incapaz de explicar qué es lo que realmente odia. Algunos, que creen haber penetrado más pro-fundamente que otros en esas tinieblas, afirman que es una especie de Jano bifronte, con la sonrisa honrada y benévola del obrero a un lado y el ojo taimado del conjurado al otro.

Le rogué a Marx que desvelara el secreto oculto en esta teoría. El estudioso sonrió, y me pareció advertir una risita bajo su bigote ante la idea de que existiese semejante temor.

MARX — Querido señor, no hay ningún secreto que desvelar (empezó así, en una versión muy pulida del dialecto de Hans Breitmann), más allá del secreto de la estupidez humana en quienes se empecinan en seguir desconociendo que nuestra asociación actúa públicamente v que sobre su actividad se publican informes exhaustivos para todo aquel que se moleste en leerlos. Con un penique puede usted comprar nuestros Estatutos, y si está dispuesto a gastar un chelín puede comprar opúsculos en los que descubrirá sobre nosotros casi todo lo que sabemos nosotros mismos.
LANDOR — «Casi», puede ser. Pero ¿no será precisamente ese «casi» la cuestión más importante? Quiero ser muy franco con usted y hacer las preguntas como las haría quien ve estas cosas desde fuera: la actitud de general hostilidad hacia su organización ¿no demuestra algo más que la malévola ignorancia de las masas? A pesar de su respuesta, quiero repetirle la pregunta: ¿qué es la Internacional?
MARX — Basta con fijarse en los hombres que la componen: son obreros.
LANDOR — Sí, pero los soldados no siempre son fautores del gobierno que les manda. Conozco a algunos miembros de su asociación y no me cuesta nada creer que son de una pasta distinta de la de los conspiradores, Además, un secreto compartido por millones de hombres deja de ser un secreto. Pero, ¿y si estos hombres fueran meros instrumentos en manos de un puñado de audaces, que —permítaseme la expresión—, no se andan, en cuando a los medios, con chiquitas?
MARX — No hay ninguna prueba de que sea así.
LANDOR — ¿Y la reciente insurrección de París?
MARX — En primer lugar le ruego que demuestre que ha sido una conjura y que lo ocurrido no ha sido la lógica consecuencia de las circunstancias. Pero aún si admitiéramos que fue una conjura, le ruego que demuestre que la Asociación Internacional ha formado parte de ella.
LANDOR — La presencia de muchos miembros de la Asociación en la Comuna.
MARX — Lo mismo podría decirse que ha sido una conjura de masones, dada su nada desdeñable participación individual. No me extrañaría que el papa descargase en los masones toda la responsabilidad de la insurrección. Pero tratemos de hallar otra explicación. La insurrección de París la han hecho los obreros parisinos. Por consiguiente sus jefes y sus ejecutores solo han podido ser los obreros más capacitados. Los obreros más capacitados forman parte de la Asociación Internacional, pero dicha asociación, como tal, no puede considerarse responsable de sus actos.
LANDOR — El mundo ve las cosas de otro modo. Se habla de instrucciones secretas llegadas de Londres e incluso de ayuda económica. ¿Puede decirse que la supuesta acción pública de la asociación excluye por completo la posibilidad de contactos secretos?

 

MARX — ¿Alguna vez ha habido una asociación que no actúe bien mediante contactos confidenciales, bien mediante contactos públicos? Pero hablar de instrucciones secretas enviadas desde Londres, en el sentido de decretos «en materia de fe o de moral» emanados de un supuesto centro conspirativo al servicio de una suerte de poder pontificio, sería desconocer completamente la naturaleza de la Inter-nacional, significaría ver en la Internacional una forma de gobierno centralizado, cuando en realidad la forma organizativa de la Internacional garantiza el más amplio margen de iniciativa e independencia local. De hecho, la Internacional no es un gobierno de la clase obrera; es más una federación que un órgano de comando.
LANDOR — ¿Cuál es el fin de esa federación?
MARX — La emancipación económica de la clase obrera mediante la conquista del poder político. El uso de este poder para alcanzar objetivos sociales. Nuestros objetivos tienen que ser lo bastante amplios como para abarcar todas las formas de acción de la clase obrera. Si les hubiésemos dado un carácter particular habríamos tenido que adaptarlos a las necesidades de una sola sección, de la clase obrera de una sola nación. Pero ¿se puede inducir a los hombres a unirse en nombre de los intereses de unos pocos? Si nuestra asociación lo hiciese, ya no tendría derecho a llamarse Internacional. La asociación no impone ninguna forma determinada de movimiento político. Solo requiere que dicho movimiento vaya dirigido a una sola e idéntica meta final. Reúne una red de asociaciones colaterales que se extiende por todo el ancho mundo del trabajo. En cada lugar del mundo se manifiestan aspectos particulares del problema; los obreros lo tienen en cuenta y buscan la solución más oportuna. Las asociaciones obreras no pueden ser idénticas de un modo absoluto y hasta el último detalle, de Newcastle a Barcelona, de Londres a Berlín. En Inglaterra, por ejemplo, la clase obrera tiene el camino despejado para desarrollar su poder político del modo que considere más conveniente. Allí donde se puede alcanzar la meta del modo más rápido y seguro con manifestaciones pacíficas, la insurrección sería una estupidez. En Francia parece que la plétora de las leyes opresivas y el antagonismo mortal entre las clases harán necesaria una solución violenta de las divergencias sociales. Que acabe sucediendo tal cosa, es algo que incumbe a la clase obrera de ese país. La Internacional no se arroga el derecho a dar órdenes sobre este asunto, ni siquiera a dispensar consejos. Pero expresa a cada movimiento su simpatía y le garantiza ayuda en el ámbito de sus propios estatutos.
LANDOR — ¿Qué clase de ayuda es ésa?
MARX — Lo explicaré con un ejemplo: una de las formas de lucha más usadas por el movimiento de emancipación es la huelga. Antes, cuando estallaba una huelga en un país, se sofocaba trayendo mano de obra de otros países. La Internacional ha logrado impedirlo casi por completo. Es informada de la huelga planeada, pasa las informaciones a sus miembros v así ellos saben que el lugar donde se está desarrollando la lucha es tabú. De modo que los patronos de las fábricas se ven obligados a contar solo con sus obreros. En la mayoría de los casos los huelguistas no necesitan más ayuda que esa. El pago de cuotas y las colectas internas de las asociaciones a las que pertenecen directamente les permiten subsistir. Si la situación se vuelve demasiado crítica y la huelga ha sido aprobada por la Internacional, se ponen a su disposición los fondos necesarios sacándolos de la caja común. Es así como hace pocos días la huelga de los cigarreros de Barcelona se ha saldado con una victoria. Pero la asociación no está interesada fundamentalmente en las huelgas, aunque las apoye en determinadas circunstancias. Resumamos brevemente: la clase obrera sigue siendo pobre en medio del creciente bienestar, se hunde en la miseria rodeada un lujo cada vez mayor. La miseria material deforma a los obreros moral y físicamente, y no pueden contar con ninguna ayuda exterior. Por eso es para ellos una necesidad ineludible hacerse cargo personalmente de su situación. Deben modificar las relaciones entre ellos mismos, y entre ellos y los capitalistas y terratenientes, lo que significa que deben cambiar la sociedad. Esta es la meta común de todas las organizaciones obreras conocidas. Las ligas obreras y campesinas, los sindicatos, las sociedades de ayuda mutua, las cooperativas de consumo y de producción no son sino medios para alcanzar esta meta. Es tarea de la Internacional forjar una verdadera solidaridad entre estas organizaciones. Su influencia empieza a sentirse por doquier. Dos periódicos difunden sus ideas en España, tres en Alemania y otros tantos en Austria y Holanda, seis periódicos en Bélgica y seis en Suiza. Y ahora que le he explicado lo que es la Internacional quizá podrá hacerse una opinión de las supuestas conjuras.

LANDOR -— ¿Mazzini forma parte de su organización?

MARX — (riendo) ¡Claro que no! No habríamos llegado tan lejos si nuestras ideas no hubieran sido un poco mejores que las suyas.

LANDOR — Me sorprende usted. Estaba firmemente convencido de que sus ideas eran de lo más avanzado.

MARX — Él solo representa la vieja idea de la república burguesa y nosotros no queremos tener nada que ver con la burguesía. Se ha quedado tan atrás, con respecto al movimiento contemporáneo, como esos profesores alemanes a quienes, pese a todo, se les sigue considerando en Europa unos apóstoles de la «democracia desarrollada» del futuro. No cabe duda de que lo fueron en el pasado, quizá de 1848, cuando la clase media alemana, en el significado inglés del término, aún no había alcanzado un verdadero desarrollo, como en cambio había sucedido en Inglaterra. Pero ahora se han entregado en cuerpo y alma a la reacción y el proletariado ya no les reconoce.

LANDOR — Muchos creen haber descubierto en su organización elementos del positivismo.

MARX — Ni por asomo. Tenemos positivistas entre nosotros y también los hay fuera de nuestra organización, que se muestran muy activos. Pero eso no es mérito de su filosofía, que no desea tener nada en común con el poder del pueblo tal como lo entendemos nosotros. Su filosofía pretende sustituir la vieja jerarquía por una nueva.

LANDOR — Me parece, entonces, que los jefes del movimiento internacional moderno habrán tenido que elaborar una filosofía propia, lo mismo que han creado una asociación propia.

MARX — Exacto. Nuestra guerra contra el capital, por ejemplo, nunca saldría victoriosa si derivásemos nuestra táctica de la economía política de alguien como Stuart Mill. Él desentrañó cierto tipo de relación entre el trabajo y el capital. Nosotros queremos demostrar que se puede construir otro tipo de relación.

LANDOR — ¿Y los Estados Unidos?

MARX — Los centros principales de nuestra acción, por ahora, están en el Viejo Mundo, en Europa. Hasta el momento muchas circunstancias han impedido que la cuestión obrera alcanzase en Estados Unidos una importancia tal que relegase las demás a un segundo plano. Pero estas circunstancias desaparecen rápidamente y, con la expansión de la clase obrera en Estados Unidos, empieza a abrirse camino la idea de que allí, como en Europa, existe una clase obrera distinta del resto de la sociedad, divorciada del capital.

LANDOR — Parece que la solución esperada en nuestro país, sea cual sea, podrá alcanzarse sin los métodos violentos de la revolución. El método inglés de encauzar la agitación en las asambleas y en la prensa mientras la minoría no se convierte en mayoría me parece un buen augurio.

MARX — Sobre este punto yo no soy tan optimista. La burguesía inglesa siempre ha estado dispuesta a aceptar el veredicto de la mayoría cuando ha tenido el monopolio electoral. Pero puede estar seguro de que, en cuanto se vea en minoría en cuestiones de importancia vital, estallará una nueva guerra por el mantenimiento de la esclavitud.

Un nuevo estado  para una nueva sociedad

Un nuevo estado para una nueva sociedad

Un nuevo estado
para una nueva sociedad

Fue un 18 de marzo hace 150 años cuando los excluidos de aquel París se negaron a devolver los cañones de Montmartre y Belleville empleados en la guerra franco prusiana que había concluido con la derrota francesa. Esas clases populares habían sido expulsadas a la periferia por la construcción de los grandes bulevares de la burguesía parisina a mediados del siglo XIX, sufrieron las medidas impopulares de alquileres y salarios, la represión de la revuelta de octubre de 1870 y los desastres de la guerra franco-prusiana. Esta situación y el vacío de poder por la rendición ante Prusia fue la partera de la revolución que hizo que los desarrapados de París tomaran el poder político. Eso sí que fue un golpe de efecto, el único golpe de efecto realmente efectivo. La toma del poder político por los oprimidos.

En 72 días de existencia, la Comuna condonó los alquileres, se autogestionaron los talleres por los obreros, se separó la Iglesia y el Estado. Por primera vez las mujeres cobraron protagonismo, las petroleras, mujeres como Nathalie Lemel o Louise Michel a la que el anarquismo le debe la bandera negra. Y es que la Comuna fue la última experiencia donde todo el movimiento obrero se siente representado, de proudhonianos a blanquistas, pasando por jacobinos y miembros de la I Internacional, todas las tendencias de la izquierda francesa del momento fueron participes pero ni por el valor de la unidad vamos a rememorarla como merece. Nos queda el consuelo de que a la Comuna la recuerden los fotógrafos, pues fue el primer acontecimiento histórico de cierta relevancia fotografiado. Hasta que años después se instauró el 1 de mayo, el 18 de marzo fue el día de conmemoración de la clase obrera. A la Comuna le debemos la bandera roja y la mayor enseñanza para un revolucionario: cuál es el papel del Estado.

En el manifiesto de aquel 18 de marzo la Comuna proclamó que “los proletarios de París han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el poder”. Su experiencia primigenia los llevo a entender que tomar el poder no podía limitarse a tomar la máquina del Estado tal y como estaba y usarla para sus propios fines. Ante el primer intento de cambiar el mundo, el Estado mostró toda su naturaleza como elemento de sometimiento de clase. Sus características y estructura están determinados para el cumplimiento de esa función. Los comuneros comprendieron que no podían seguir gobernando con esa vieja maquinaria del Estado francés del siglo XIX y que tomar el poder implicaba barrer por completo el viejo Estado y construir un nuevo Estado para las nuevas funciones de la nueva sociedad.

Esa fue la gran enseñanza de la Comuna pero el revolucionario es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra del papel del Estado. Y aquí estamos 150 años después emocionándonos con golpes de efecto con los que podamos hacernos con la gestión de la maquinaria de parte del Estado, confiados en que desde allí generaremos contradicciones, pararemos el fascismo o que incluso cambiaremos el mundo de base. Porque la dominación ideológica no solo inculca el individualismo y la competitividad, también la idea de que el Estado es un elemento neutral, el Parlamento donde se dirimen las contradicciones de la sociedad y el diálogo y el consenso el método para superarlas. No solo aceptamos estas ideas, las replicamos en cada acción, en cada discurso, en cada gesto, mutilándonos estratégicamente.

Si tenías manos de trabajador te fusilaban

Aquel Estado francés del siglo XIX estaba diseñado para barrer las viejas estructuras de dominación feudal y organizar la nueva dominación de la burguesía sobre el proletariado, surgida tras la Revolución Francesa y los sucesivos procesos revolucionarios de principios del siglo XIX francés. Marx en La Guerra Civil en Francia lo clavó diciendo que “el Estado se transfirió de los enemigos más remotos a los enemigos más directos de la clase obrera”. Su nuevo diseño y estructura se ajusta a ese único objetivo, como todo diseño y estructura de cualquier Estado está diseñado para la dominación de clase del momento.

También el Estado español de 2021, con un capital globalizado y financiarizado, con una clase obrera atomizada e ideológicamente mucho más sometida, se adapta a las características de esta estructura de dominación de clase que existe hoy en España para ser su herramienta más efectiva. El Estado en nuestro caso, debido a ese capital y a esa dominación de clase globalizados, llega incluso a ceder soberanías fundamentales, como la monetaria, la militar o la comercial, en unas estructuras supranacionales para las que no se convocan elecciones y que hacen todavía más ineficaz la simple gestión de las estructuras del Estado para nuestros objetivos finales.

Los comuneros entendieron rápida e instintivamente todo esto, que con un martillo pocas cosas distintas a clavar clavos iban a poder hacer. Por eso su objetivo no fue hacerse con la gestión del martillo, lo destruyeron y construyeron una nueva herramienta pues sus objetivos eran bien distintos. Precisamente por eso, porque supieron resolver con audacia el problema central de todo proceso revolucionario, el del papel del Estado, la Comuna fue el primer intento en la historia de cambiar el mundo. Y por ello recibió la más dura represión conocida cuando a finales de mayo de 1871 fue derrotada.

Comenzó la semana sangrienta y hasta cinco años después duró la ley marcial en París. Paraban a la gente y les hacían enseñar las manos, si estaban curtidas del trabajo los fusilaban. El odio fue de clase, durísimo, aunque la Comuna no tomó nunca medidas enérgicas contra sus enemigos, decenas de miles fueron asesinados por su osadía histórica. En España, más de sesenta años después, cuando la reacción tuvo que hacer frente a la revolución de Asturias del 34, todos sus tribunos, desde Calvo Sotelo a Gil Robles, pasando por Melquíades Álvarez, justificaron la represión diciendo que la de los comuneros llevaba garantizando a Francia más de sesenta años de paz social. Es cierto, lo timorato del movimiento obrero francés de finales del siglo XIX y principios del XX no se entiende sin la paz de los cementerios que supuso la represión de la Comuna. Quisieron que temiéramos ser osados como los comuneros para finalmente acabar olvidando su ejemplo. Me duele reconocerlo pero en parte lo han conseguido. Hoy una placa en el muro de los federados del cementerio de Père-Lachaise de París parece ser lo único que recuerda a la Comuna. Sus herederos estamos a otras cosas, admiramos otras valentías, otras audacias. Pero me niego a olvidar de dónde venimos, el enorme ejemplo y enseñanza de esta interminable historia que es la lucha de clases, donde la Comuna es una de sus páginas más memorables. Una historia donde ni reyes ni dioses ni tribunos serán el supremo salvador y a nosotras mismas nos toca hacer el esfuerzo redentor. Me niego a centrarme en la lucha electoral y encerrados en una cueva y atados con grilletes como en el mito de la caverna ver la realidad desde su óptica deformada y replicarla en nuestra forma de hacer y entender la política. Que con tanta hipérbole no lo olvidemos porque venimos de la Comuna y espero que más temprano que tarde volvamos a ella.

¡VIVA LA COMUNA!
ALBERTO CUBERO.
Secretario Político del PCE Aragón y concejal por Zaragoza en Común

París, tomar el cielo por asalto.

París, tomar el cielo por asalto.

París, tomar el cielo por asalto.

 “Se debía haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles”.

La apreciación que Marx hace de la Comuna de París,
corona sus cartas a Kugelmann. Y esta apreciación es particularmente instructiva si la comparamos con los métodos empleados por los socialdemócratas rusos de ala derecha. Plejánov, que después de diciembre de 1905 exclamó con pusilanimidad: y ¡No se debía haber empuñado las armas!”, tenía la modestia de compararse con Marx, afirmando que también Marx frenaba la revolución en 1870.
Sí, también Marx la frenaba. Pero fíjense en el abismo que hay entre Plejánov y Marx en la comparación hecha por el primero.
En noviembre de 1905, un mes antes de que llegase a su punto culminante la primera ola revolucionaria rusa, Plejánov no sólo no advertía resueltamente al proletariado, sino que, por el contrario, afirmaba sin ambages que era necesario aprender a manejar las armas y armarse. Pero cuando un mes más tarde estalló la lucha, Plejánov, sin sombra de análisis de su papel e importancia en la marcha general de los acontecimientos, de su enlace con las formas anteriores de lucha, se apresuró a pasar por un intelectual arrepentido gritando: “¡No se debía haber empuñado las armas!”

En septiembre de 1870, medio año antes de la Comuna, Marx advirtió francamente a los obreros franceses, diciéndoles en el famoso Manifiesto de la Internacional que la insurrección sería una locura. Marx puso al descubierto de antemano las ilusiones nacionalistas respecto a la posibilidad de que el movimiento se desarrollase en el mismo sentido que en 1792. Marx supo decir muchos meses antes, y no ya después de los acontecimientos: “No se debe empuñar las armas”.
Pero, ¿qué posición asumió Marx cuando esta obra desesperada, según su propia declaración de septiembre, empezó a tomar vida en marzo de 1871? ¿Acaso Marx aprovechó esta ocasión (como lo hizo Plejánov con respecto a los acontecimientos de diciembre) únicamente en “detrimento” de sus adversarios, los proudhonistas y blanquistas que dirigían la Comuna? ¿Acaso se puso a gruñir como un bedel: “ya os decía yo, ya os advertía, y ahí tenéis vuestro romanticismo, vuestros delirios revolucionarios”? ¿Acaso Marx se dirigió a los comuneros como Plejánov a los luchadores de diciembre con su sermón de filisteo autosatisfecho: “No se debía haber empuñado las armas”?
No. El 12 de abril de 1871 Marx escribió una carta llena de entusiasmo a Kugelmann, carta que con gran placer colgaríamos en la casa de cada socialdemócrata ruso, de cada obrero ruso que supiera leer.

Marx, que en septiembre de 1870 consideraba la insurrección como una locura, en abril de 1871, al ver el carácter popular y de masas del movimiento, lo trata con la máxima atención de quien participa en los grandes acontecimientos que marcan un paso adelante en el histórico movimiento revolucionario mundial.
Esto —dijo Marx— es un intento de destrozar la máquina burocrática militar, y no simplemente de entregarla a otras manos. Y Marx canta un verdadero hosanna a los “heroicos” obreros de París dirigidos por proudhonistas y blanquistas. “¡Qué flexibilidad —escribió Marx—, qué iniciativa histórica y qué capacidad de sacrificio tienen estos parisienses!” (pág. 88)… “La historia no conoce todavía otro ejemplo de heroísmo semejante”.

La iniciativa histórica de las masas es lo que más aprecia Marx. ¡Oh, si nuestros socialdemócratas rusos aprendieran de Marx a valorar la iniciativa histórica de los obreros y campesinos rusos en octubre y diciembre de 1905!
A un lado, el homenaje a la iniciativa histórica de las masas por parte del más profundo de los pensadores, que supo prever medio año antes el revés; y al otro, el rígido, pedantesco, falto de alma: “¡No se debía haber empuñado las armas!” ¿No se hallan acaso tan distantes como la tierra del cielo?
Y en su calidad de participante en la lucha de masas, en la que intervino con todo el entusiasmo y pasión que le eran inherentes, desde su exilio en Londres, Marx emprende la tarea de criticar los pasos inmediatos de los parisienses “valientes hasta la locura” y “dispuestos a tomar el cielo por asalto”.
¡Oh, cómo se habrían mofado entonces de Marx nuestros actuales sabios “realistas” de entre los marxistas que, en 1906-1907, se mofan en Rusia del romanticismo revolucionario! ¡Cómo se habría burlado esta gente del materialista, del economista, del enemigo de las utopías que admira el “intento” de tomar el cielo por asalto! ¡Cuántas lágrimas, cuántas risas condescendientes, cuánta compasión habrían prodigado todos estos hombres enfundados respecto a las tendencias motinescas, utopistas, etc., etc., con motivo de semejante apreciación del movimiento dispuesto a asaltar el cielo!

Pero Marx no estaba penetrado de la “archisabiduría de los gobios, que temen analizar la técnica de las formas superiores de la lucha revolucionaria, y analizó, precisamente, estas cuestiones técnicas de la insurrección. ¿Defensiva u ofensiva?, pregunta, como si las operaciones militares se desarrollasen a las puertas de Londres. Y responde: sin falta, la ofensiva, “se debía haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles… .”

Esto lo escribía Marx en abril de 1871, unas semanas antes del grande y sangriento mes de mayo…
Los insurrectos que se lanzaron a la obra “loca” de tomar el cielo por asalto (septiembre de 1870) “debieron haber emprendido inmediatamente la ofensiva contra Versalles”.
“No se debía haber empuñado las armas” en diciembre de 1905, para defenderse por la fuerza contra los primeros intentos de arrebatar las libertades conquistadas… |
¡Sí, no en vano se comparaba Plejánov con Marx!
“El segundo error —continúa Marx en su crítica de carácter técnico—, consiste en que el Comité Central” (es decir, la dirección militar; tomen nota, pues se trata del CC de la Guardia Nacional) “renunció demasiado pronto a sus poderes…”
Marx sabía prevenir a los dirigentes contra una prematura insurrección. Pero ante el proletariado que asaltaba el cielo, adoptaba la actitud de consejero práctico, de participante en la lucha de las masas que elevan todo el movimietto a un grado superior, a pesar de las teorías falsas y los errores de Blanqui y Proudhon.
“De cualquier manera —escribía Marx—, la insurrección de París, incluso en el caso de ser aplastada por los lobos, cerdos y viles perros de la vieja sociedad, constituye *la proeza más gloriosa de nuestro partido desde la época de la insurrección de junio”.
Y Marx, sin ocultar al proletariado mi uno solo de los errores de la Comuna, dedicó a esta proeza una obra que hasta hoy día es el mejor guía para la lucha por el “cielo”; y el espanto más temido por los “cerdos”, liberales y radicales.
Plejánov dedicó a diciembre una “obra” que se ha convertido casi en el evangelio de los demócratas constitucionalistas.
Sí, no en vano se comparaba Plejánov con Marx. Kugelmann respondió a Marx, manifestándole, por lo visto, algunas dudas, haciendo alusiones a lo desesperado de la empresa, al realismo en oposición al romanticismo; en todo caso, comparaba la Comuna, la insurrección, con la manifestación pacífica del 13 de junio de 1849 en París.
Marx inmediatamente (el 17 de abril de 1871), da una severa réplica a Kugelmann.
“Naturalmente —escribe—, sería sumamente cómodo hacer la historia universal si la lucha se pudiese emprender sólo con infalibles probabilidades de éxito”.

En septiembre de 1870, Marx calificaba la insurrección de locura. Pero, cuando las masas se sublevan, Marx quiere marchar con ellas, aprender al lado de las masas, en el curso mismo de la lucha, y no dedicarse a darles consejos burocráticos. Marx comprende que los intentos de prever de antemano, con toda precisión, las probabilidades de éxito, no serían más que charlatanería o vacua pedantería. Marx pone, por encima de todo, el que la clase obrera crea la historia mundial heroicamente, abnegadamente y con iniciativa. Marx consideraba a la historia desde el punto de vista de sus creadores, sin tener la posibilidad de prever de antemano, de un modo infalible, las probabilidades de éxito, y no desde el punto de vista del filisteo intelectual que viene con la moraleja de que “era fácil prever…, no se debía haber empuñado…”

Marx sabía apreciar también el hecho de que hay momentos en la historia en que la lucha desesperada de las masas, incluso por una causa sin perspectiva, es indispensable para los fines de la educación ulterior de estas masas y de su preparación para la lucha siguiente.

A nuestros quasi-marxistas actuales, a los que gustan citar a Marx al tuntún, con el único fin de utilizar su apreciación del pasado y no de aprender de él a crear el futuro, les es completamente incomprensible, incluso ajena en principio, semejante manera de plantear el problema. Plejánov ni siquiera pensó en ella al emprender, después de diciembre de 1905, la tarea de “frenar…”

Pero Marx plantea precisamente este problema, sin olvidarse en lo más mínimo de que, en septiembre de 1870, él mismo consideraba como locura la insurrección.

“Los canallas burgueses de Versalles —escribe Marx—, plantearon ante los parisienses la alternativa: aceptar el reto a la lucha o entregarse sin luchar. La desmoralización de la clase obrera en este último caso habría sido una desgracia mucho mayor que el perecimiento de cualquier número de líderes”,

Con esto terminaremos nuestro breve esbozo sobre las enseñanzas de una política digna del proletariado, tal como nos las ofrece Marx en sus cartas a Kugelmann.

Lenin
Del prefacio de las “Cartas de C. Marx a L. Kugelmann”.
5 de febrero de 1907

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

10 razones para estudiar la Comuna de París en el siglo XXI.

Seguramente el lector desconoce que en 1871 la clase trabajadora de París instauró de manera revolucionaria en 1871 el primer Estado obrero socialista de la Historia. Antes hubo algunos embriones estatales impulsados por objetivos de justicia social. Pero la Comuna de Paris fue la primera experiencia en la era del socialismo con la bandera roja al frente. Experiencia ahogada en sangre con miles de muertos, encarcelados y deportados por la burguesía.
Para avanzar en la formación ideológica comunista, en la reflexión política y en la acción colectiva consciente hay algunas razones importantes que justifican dedicar tiempo en este 2021 a estudiar de la mano de Marx, Engels y Lenin esta grandiosa experiencia histórica.

1.- Conocer el método de Marx, Engels y Lenin de realizar el análisis político.
Marx a través de su obra “La guerra civil en Francia”, Engels a través de la introducción de dicha obra y Lenin a través de toda una serie de reflexiones expuestas en artículos, discursos y libros desde 1905 hasta 1919 construyeron un método científico que combina los análisis politológicos con los sociales para indagar en las razones profundas de los procesos sociales. La politología burguesa que se estudia hoy en las facultades convencionales se concentra en la apología del sistema capitalista, en vaciar de contenido el análisis científico y en ocultar las contradicciones sociales porque cuestionan, los pilares en los que se asienta el sistema: la propiedad, ya no sólo simplemente privada, sino en manos de una oligarquía financiera cada vez más reducida y poderosa de los grandes medios de producción, ya completamente monopolizados. El sistema capitalista acepta todo, cualquier novedad en materia de género, modas, ideologías delirantes, banalidades, medio ambiente o incluso forma estatal. Pero es intransigente en los puntos centrales de la reflexión de estos tres genios teórico prácticos.
2.- Descubrir que la Comuna privó a la burguesía del poder político y militar para implantar una verdadera democracia.
El Consejo de la Comuna lo formaron concejales elegidos por sufragio universal en los distritos de Paris. Responsables ante el pueblo y revocables en todo momento. Algunos eran famosos como el escritor Jules Valles o el pintor Gustave Courbet, otros desconocidos como el zapatero Gaillart o el estudiante Rigoux. Su primer decreto fue abolir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado, señala Marx en “La guerra civil en Francia”. La Policía fue convertida en un órgano de la Comuna revocable en todo momento ¿Ha perdido actualidad que el pueblo controle la violencia pública y no la burguesía?

3. Estudiar la organización democrática que planea el primer Estado obrero.
La Comuna fue un órgano ejecutivo y legislativo al mismo tiempo. Abolió el Estado burgués e implantó dos medidas revolucionarias. Primera: todos los cargos administrativos, judiciales y de enseñanza fueron elegidos por el sufragio universal. Los electores podían revocar en todo momento a sus elegidos. Se abolió la casta de burócratas, maestros y jueces al servicio del sistema burgués. Segunda: todos los funcionarios altos y bajos eran retribuidos como los demás trabajadores. Se acabaron los enormes salarios, privilegios, pensiones vitalicias y “puertas giratorias” hacia los consejos de administración de las grandes empresas que hoy son la recompensa capitalista a sus administradores políticos, ya sean presidentes, ministros o diputados. Engels denuncia en 1891 el sistema de partidos burgueses que se convierten en “señores” y dueños de la sociedad y del pueblo. Ya en EEUU se instalaron “dos grandes cuadrillas de especuladores políticos” que en el siglo XXI en España son los partidos y coaliciones del sistema, bipartidismo o multipartidismo, muchos de ellos apoyados de distintas maneras por el gran capital. Engels recuerda que en una república democrática burguesa o bajo la monarquía “el Estado no es más que la máquina para la opresión de una clase por otra”

4.- Abaratar los costos de la administración pública
La Comuna al rebajar los gastos de representación y los grandes salarios de los altos funcionarios y al abolir el ejército permanente hizo una gestión pública más barata. De plena actualidad frente a los abundantes casos de malversación de fondos, altos gastos, robos al erario e inversiones ajenas al interés público.

5.- Invalidar el axioma superado de la fingida “independencia judicial”
Axioma sagrado para la democracia burguesa según el cual el poder judicial debe ser “independiente” de todo poder ejecutivo. Principio que fue revolucionario cuando lo planteó Montesquieu en el siglo XVIII contra la arbitrariedad de los tribunales del rey absolutista, pero contrarrevolucionario cuando sirve para el law fare, la farsa judicial orquestada para defender a la clase dominante. No es más que, dice Marx, una “fingida independencia” ya que la judicatura está sometida al poder político y económico por vía de las leyes vigentes que deben aplicar y que expresan intereses clasistas y además por vía de las componendas de las fuerzas en el poder para imponer a sus agentes al frente de los tribunales. Los magistrados, insiste Marx, “habían de ser funcionarios electivos, responsables y revocables”.

6.- Crear una economía al servicio de la sociedad
Hoy, cuando los servicios públicos, el gas, la electricidad, el teléfono, internet, la construcción, las obras públicas, la vivienda, la sanidad, las pensiones, los bancos, la industria, el transporte, el ocio, la alimentación, las medicinas, el comercio… están cada vez en manos de grandes monopolios cobra actualidad el decreto de la Comuna de ocupar las fábricas abandonadas por sus dueños y entregarlas a cooperativas obreras. Marx dice que la Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería “convertir la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, las tierras y el capital, que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado”. Seguramente el socialismo pasa por grandes monopolios públicos controlados por la clase trabajadora y una red auxiliar de pequeñas empresas cooperativas.

7.- Estudiar la primera experiencia dirigida por la clase obrera.
Marx observa que fue la “primera experiencia en que la clase obrera fue abiertamente reconocida como la única clase social capaz de iniciativa social”. Frente a la estafa posmoderna que reemplaza el concepto “clase” por “multitud” este análisis sigue vigente hoy.

8.- Analizar la propuesta de liberar la enseñanza y la ciencia de los prejuicios de la clase burguesa.
Mientras la enseñanza y educación básicamente reproduce la ideología de la clase dominante plenamente vigente esta propuesta de la Comuna.

9.- Eliminar el chovinismo nacional para construir la unidad internacional de los trabajadores
Marx enfatiza el rechazo de la Comuna al chovinismo nacionalista que envenenaba y lo sigue haciendo hoy la unidad de los explotados. Dice que Prusia robó dos provincias francesas pero la Comuna “anexionó a Francia los obreros del mundo entero… Concedió a todos los extranjeros el honor de morir por una causa inmortal”. La Comuna designó al obrero húngaro Leo Frankel su ministro de trabajo y a dos obreros polacos sus jefes militares. Es un adelanto de las grandes epopeyas internacionalistas: las Brigadas Internacionales en la guerra de España, las misiones militares cubanas en apoyo de Argelia, Congo, Angola, Namibia, Etiopia y Sudáfrica y la ayuda soviética a España, Corea, Cuba, Vietnam y Afganistán.

10.- Conocer las limitaciones de la Comuna, pero su absoluta necesidad
Como dijo Lenin la Comuna se limitó a una sola ciudad, sufrió de la incomprensión del resto de los trabajadores de Francia y estuvo guiada por dos fracciones de los socialistas franceses, los blanquistas y los proudhomistas (también había jacobinos, anarquistas bakuninistas y otras) que no sabían lo que hacían. Hubo que esperar a la Revolución soviética para que el Estado obrero y campesino, el Estado soviético, se extendiese a todo un inmenso país y a una federación de repúblicas. Lenin en su “Enseñanzas dela Comuna” destacó dos errores de la Comuna: no haber expropiado el Banco de Francia y no haber derrotado militarmente sin titubear al gobierno burgués. Aun así, fue una experiencia revolucionaria que empujó toda una oleada de luchas que condujeron a la Revolución soviética en 1917, a la resistencia antifascista de los años 30 y 40, a la derrota del nazismo en 1945, a la Revolución china en 1949, a luchas anticolonialistas y a victorias de la clase trabajadora. De hecho, la Comuna aún derrotada, marcó la construcción histórica de un proletariado francés combativo que en el siglo XXI asombra al mundo con su rebelión de los “chalecos amarillos”, de un partido comunista que trata de reconstruirse, de un pensamiento marxista que sigue influyente a pesar de las victorias capitalistas y retrocesos revolucionarios.

De manera que la Comuna de París es un gran hito de la lucha de los oprimidos y explotados por construir un Mundo socialista que conserva vivas sus enseñanzas.

José Antonio Egído: Sociólogo

La bandera roja y la Comuna

La bandera roja y la Comuna

La bandera roja y la Comuna

“Aquella enseña con la que se le atacaba, bajo la que entregaba tantas víctimas, pasó a ser su símbolo, la bandera de la República mundial”.

En mayo de 1871 fue derrotada, hace 150 años, La Comuna de París. Las tropas de Versalles aplastaron a sangre y fuego a los insurrectos parisinos. Fusilaron a centenares en el famoso Muro de los Federados del cementerio de Père-Lachaise, y condenaron a miles a la prisión, al destierro. Carlos Marx, Engels, Lenin, consideraron este movimiento como el primer ensayo de un gobierno obrero de la historia, e incitaron ardientemente a su estudio, para asimilar sus enseñanzas, las de sus avanzadas leyes en los dos meses de gobierno, y las de la derrota. Y entre todas las conexiones que desde nuestra identidad revolucionaria establecemos con La Comuna, destaca una de carácter simbólico que conviene recordar. Se trata del origen de la enseña revolucionaria por excelencia, la bandera roja, la que protagoniza todas las luchas obreras, la que preside nuestros actos en cada 1º de mayo, la que colorea las manifestaciones que, antes de la pandemia, poblaban las calles, la que ensalza nuestros sueños de liberación, por la que muchos dieron la vida. Y la bandera roja tiene su origen en La Comuna.

Espartaco, el esclavo que se rebeló contra Roma, se envolvía en una toga roja para celebrar sus victorias, los campesinos alemanes ondearon banderas rojas en su revuelta de 1524; pero no fue ahí donde se incardinó como emblema de los desposeídos, de los parias, sino en La Comuna. Lo que no es muy conocido es que antes, la bandera roja había sido una bandera de orden. Tras la Revolución Francesa de 1789 se produjeron conflictos sociales en los que los gremios, los artesanos, comenzaron a manifestarse públicamente, en las calles, expresando sus protestas por las reivindicaciones no atendidas. La lucha de los panaderos parisinos, por ejemplo, fue muy extensa y dura. Ante los desordenes que estos conflictos ocasionaban, la Asamblea Nacional decretó una ley marcial. Y en esa ley se decía que la bandera roja era el símbolo, en cada pueblo o ciudad, de su promulgación. Era la bandera que debían enarbolar las tropas antes de cargar contra las manifestaciones populares. En 1791 la Guardia Nacional cargó, precedida por una bandera roja, contra una protesta republicana en lo que se ha conocido como la masacre del Campo de Marte.

El pueblo estaba acostumbrado a ser reprimido bajo esa enseña, pero ocurrió que subvirtió el orden, y asoció la bandera roja a la revolución y a la emancipación popular, que ya tenía aspiraciones socialistas, federalistas, uni-versales. El símbolo, aquella enseña con la que se le atacaba, bajo la que entregaba tantas víctimas, pasó a ser su símbolo arrebatado, la señal de que acabaría toda opresión y reinaría la verdadera fraternidad. Así que ese símbolo de violencia estatal se convirtió en el símbolo del sacrificio, de la lucha. Fue así paulatinamente, hasta que La Comuna de Paris, victoriosa, arrió la tricolor e izó la bandera roja en el ayuntamiento de Paris, que en ese momento contaba con más de dos millones de habitantes, adoptando la bandera roja como su bandera, la bandera de la República mundial, tal y como la designó en uno de sus decretos, la bandera de todos los trabajadores del mundo. Y ese significado universal, de clase, muy pronto se extendió por todos los países.

El decreto de la Asamblea Nacional, indicando la bandera roja como estandarte de la represión, decía:
“Paris. Sesión del miércoles 21 de octubre de 1789
Ley marcial contra los atropellos

Art. I.— En el caso en el que la tranquilidad pública esté en peligro, las autoridades municipales estarán obligadas, en virtud del poder que han obtenido de su población, a declarar que la fuerza militar debe ser desplegada inmediatamente para restablecer el orden público, bajo pena de responder de ello personalmente.
Art. II.— Esta declaración se hará exponiendo en las principales ventanas del Ayuntamiento, y en todas las calles, una bandera roja, y al mismo tiempo las autoridades municipales requerirán a los jefes de las guardias nacionales, tropas regulares y policías, prestar su colaboración.
Art. III.— Con la señal de la bandera, todas las aglomeraciones, con o sin armas, se consideran criminales, y deben ser dispersados por la fuerza.
Art. IV.— Las guardias nacionales, tropas regulares y policías, serán obligadas a marchar inmediatamente, comandadas por sus oficiales, precedidas por una bandera roja y acompañadas al menos por una autoridad municipal.

La siguiente revolución obrera triunfante, la Revolución de Octubre soviética, la adoptó como su bandera para una nación de naciones, abiertamente internacionalista. Y dos banderas rojas de La Comuna parisina llegaron al Moscú revolucionario. Una provenía del comunero francés Edouard Vaillant, que la salvó y conservó. Se exilió en Londres donde se hizo amigo de Marx, siendo uno de los dirigentes de la I Internacional. Fundador de la sección francesa de la internacional obrera, la SFIO, que se transformó en el partido comunista en 1920 en el congreso de Tours, y heredó esa bandera, que fue a parar a la sección comunista del XX distrito de Paris. Esta sección, en reunión del 24 de mayo de 1924, decidió confiar ese símbolo, recuerdo de las luchas del proletariado parisino, al soviet de Moscú. Confiarla en custodia, añadiendo: “hasta el día en el que la clase obrera francesa conquiste el poder”. El 25 de mayo miles de parisinos desfilaron ante la bandera colocada como despedida, antes de viajar a Moscú, en el muro de los Federados. La misión fue encomendada a la delegación francesa al V Congreso de la Comintern, celebrado entre el 17 de junio y el 8 de agosto de 1924. La entregó el obrero metalúrgico Alfred Costes, en un acto celebrado con todos los honores en un campo de aviación de Moscú, ante 400.000 manifestantes y autoridades soviéticas, Antipov, Zinoviev, Frunze, quien dirá en el acto: “está bandera está ahora en manos seguras”. La bandera fue llevada por Antipov y Costes al interior del mausoleo de Lenin, abierto el 1 de agosto, donde veló el cadáver junto a las banderas del Comité Central bolchevique y de la Comintern.

Posteriormente fue llevada al museo Lenin. La otra bandera de La Comuna fue adquirida por el Instituto Marx-Engels creado en Moscú, que se ocupó de buscar a través de todo el mundo, materiales de los grandes precursores del socialismo, de la lucha de los trabajadores, de todos los movimientos revolucionarios. Bujarin se encargó personalmente de parte de esos trabajos, desplazándose a Alemania, para adquirir las obras y trabajos manuscritos completos de Marx. El representante soviético en Paris, compró, en 1928, una bandera roja del 67 batallón de los Federados de La Comuna. Esta bandera permaneció en el Instituto Marx-Engels hasta la creación en 1962 del museo Marx-Engels, donde quedó expuesta. La bandera no permaneció siempre en las vitrinas del museo moscovita, sino que, en 1964, fue enviada al Cosmos a bordo de la nave Voskhod 1, la primera que se envió al espacio con una tripulación colectiva, formada por tres cosmonautas. Y como reliquias de un credo revolucionario, el Voskhod 1 llevó a bordo un retrato de Marx, uno de Lenin, y la bandera de La Comuna.

La bandera roja de La Comuna dotó a la primera generación de soviéticos de un genuino sentido de pertenencia a un movimiento universal, el de la lucha internacional por el comunismo, por la emancipación proletaria en todo el mundo. Sirvió para definir, a los primeros soviets, quiénes eran y de dónde venían. Lo mismo por lo que nos sigue sirviendo a nosotros; es la memoria y el sueño, que no es sino aquello peleado y aún no alcanzado, por lo que seguimos en pie, siendo rojos y coherentes.

Miguel Usabiaga: Arquitecto -Escritor,
Director de Herri