Cicatrices de la Ría.

Cicatrices de la Ría.

Cicatrices de la Ría.

“No creo que haya en la Península Ibérica nada que dé una impresión de fuerza, de trabajo y de energía como esos quince kilómetros de vía fluvial”. Pio Baroja.

La memoria en muchas ocasiones es ese espacio común
que nos sirve para autorreconocernos en una identidad compartida.

Los lugares son facilitadores de ese autorreconocimiento en una memoria colectiva. Hace más de una década desde la Fundación José Unanue comenzamos a trabajar diferentes rutas obreras por todo Euskadi para recuperar la historia del movimiento obrero y la vida cotidiana de las personas trabajadoras. Nos centramos especialmente en un período de nuestra historia, el régimen franquista, donde hacer sindicalismo de clase estaba prohibido.

Una de las primeras rutas que creamos y comenzamos a realizar fue la de la Ría del Nervión. En un momento donde la ría comenzaba a llenarse de barcos turísticos, nosotras comenzamos a contar una historia que en la mayoría de los casos se salía de los tours turísticos. En este texto no se detallarán todas las paradas, pero sí la esencia de ellas, lo que con la visita queríamos trasladar.

Pío Baroja en 1920 habla de la Ría de Bilbao en los siguientes términos: “No creo que haya en la Península Ibérica nada que dé una impresión de fuerza, de trabajo y de energía como esos quince kilómetros de vía fluvial”. Las aguas de la ría hablan de trabajo, pero también reflejaban una polarización social desde finales del siglo XIX y durante el siglo XX producida por el proceso de modernización, generando identidades diversas, algunas complementarias y otras contrapuestas. Éstas últimas llegan hasta nuestros días a través de manifestaciones culturales aL grito de “Gora Baraka, behera Neguri”, que no deja de manifestar un imaginario social de dos identidades. A través de este viaje imaginario por la ría nos centraremos en la identidad obrera a la que se hace referencia en el “Gora Baraka”.

A lo largo de la historia, la ría ha sido la observada por la población de ambas márgenes. En esta ocasión lo haremos al revés: la ría será la que mirará a las personas moradoras de sus márgenes en un momento concreto de la historia que fue el régimen franquista.

La zona baja de la ría, desde Bilbao hasta prácticamente su desembocadura, ha sido el lugar donde desde finales del siglo XIX se instalaron grandes empresas. Las personas trabajadoras de las mismas supieron organizarse incluso durante el régimen franquista. Ejemplo de ello fue una de las primeras grandes huelgas de este momento, la convocada el 1 de mayo de 1947, la cual consiguió movilizar en torno a 20.000 personas. Pararon más de 400 empresas; entre ellas Beltrán y Casado, Talleres Deusto, AHV, La Naval o Euskalduna. De ella se puede analizar cómo la Organización Sindical Española no pudo evitar la capacidad de las personas trabajadoras para organizarse. Sin embargo, sí participó activamente en la dura represión de la misma. La conflictividad fue en aumento con grandes movilizaciones como las de 1956 o 1962. Los conflictos por motivos salariales en algunas empresas no fueron un hecho excepcional, sino que pasaron a la normalidad entre 1963 y 1966. La militancia obrera del momento en Vizcaya se concentra en las grandes empresas de la ría y comenzó a emerger una nueva forma organizativa del movimiento obrero, como fueron las comisiones obreras.
Al pasear por la ría aún podemos encontrar algunos edificios de aquellas grandes empresas, algunas abandonadas, otras reutilizadas y, las menos, en actividad. Uno de los edificios que se mantienen, pero no con el uso originario, es el edificio de Artiach, primer edificio en todo el país que se construyó con el fin de albergar una fábrica de galletas en la década de los años veinte. En los años 70 trabajaban en la empresa en torno a 800 personas, la mayoría mujeres. La legislación franquista, desde el primer momento, con el Fuero del Trabajo (1938) trató de apartar a las mujeres de la actividad productiva, recluyéndolas en el hogar. Como recogía el Fuero del Trabajo, “a la mujer casada se liberará del taller y de la fábrica”, por lo que su espacio de actividad laboral se estructuraba como algo temporal y marcado con la idea de complemento al salario familiar que aportaba “el cabeza de familia”.

Aunque se podría pensar que, por las características de la plantilla, Artiach fue una empresa con poca agitación sindical, esto dista mucho de la realidad. Las galleteras fueron un colectivo de trabajadoras muy activo en la defensa de sus derechos laborales. Incluso durante el régimen franquista se movilizaron, como en los años 1956, 1976 y 1977. En esta última movilización las demandas fueron por una rebaja en el horario de los sábados, consiguiendo librar uno al mes y trabajar solamente cuatro horas los demás.

Ahora que están cayendo las grúas de La Naval, debemos recordar que fue otra de esas empresas que durante la época franquista fue referente de combatividad: grandes líderes sindicales formaron parte de su plantilla. Pero no sólo eso, la unión y la combatividad del conjunto de la plantilla fue ejemplar. Las asambleas de trabajadores/as siempre estaban abarrotadas, siendo un elemento clave para la reconstrucción del movimiento obrero tras la ilegalización del sindicalismo de clase. En ellas se discutían, se intercambiaban opiniones, informaciones y se trazaban estrategias a seguir. La explanada conocida como la “explanada roja” y el interior de la fábrica eran espacios ideales para ello. No hacían falta escenarios: la persona que hablaba para que el resto le oyera, se subía a un bidón y a modo de tablado abordaba la problemática del momento. De este modo se gestaron las grandes huelgas del franquismo. Ejemplo de ello fue la huelga del 62.

Estas personas que trabajaban en estas grandes empresas llegaron a la ría con eslóganes tales como: “¡En Vizcaya hay trabajo para todos!”. Al divisar pueblos como Sestao o Baracaldo, vemos ciudades-fábrica las cuales vieron incrementada su población de un modo brutal. Por ejemplo, en el caso baracaldés, de 36.165 personas (1940) a 117.422 personas (1981). Los mejores terrenos fueron ocupados por las grandes empresas y sus zonas colindantes de peor orografía eran ocupadas por las personas trabajadoras, como las calles Portu (Baracaldo) o La Iberia (Sestao). Estas dos calles, más allá de estar habitadas por personas trabajadoras, serán vías de tránsito para esas hordas de personas trabajadoras, no sólo a las horas de entrada y salida de la fábrica, sino también en caso de movilizaciones. Éstas personas llegaron del medio rural, desde la Vizcaya rural o de otros lugares más lejanos como Andalucía o Galicia. Pueblos como Baracaldo llegaron a tener 17 centros regionales como espacios de socialización de estas personas recién llegadas. Estas personas que llegaron desde el campo y se encontraron nuevas formas, no sólo de socialización, sino de organización del día a día basados en los ritmos fabriles, sufrieron un gran impacto. Llevar esta adaptación al nuevo medio de un modo comunitario facilitó este proceso.
Muchas fueron las personas que llegaron a Vizcaya en busca de una situación mejor, pero se encontraron con un problema que nadie les avisó: la falta de vivienda. Los planes urbanísticos y sociales fueron claramente insuficientes. Estas personas recurrieron a distintas estrategias para poder sobrevivir, como el patronaje, el vecinismo, viviendas compartidas o incluso el chabolismo. La Campa de los Ingleses, al igual que el monte Banderas o el monte Cabras, fueron espacios ocupados por las chabolas. Las condiciones de vida de estas personas eran infrahumanas, sin ningún tipo de infraestructuras, ni calidades de construcción. Mientras en la Campa de los Ingleses, como nos retrata el documental de Grau, sobrevivían los chabolistas, enfrente, en la Margen Derecha, se estaban formando las/os hijas/hijos de la burguesía vizcaína y del resto del Estado, principalmente en economía y leyes, en la Universidad Deusto. Éste es uno de esos puntos en los que la ría se convertía en barrera entre dos mundos.

Las necesidades no fueron sólo de vivienda, sino también de servicios básicos: escuelas, ambulatorios, calles asfaltadas, agua corriente… Esto llevó a las vecinas y vecinos de los pueblos obreros a movilizarse y agruparse a través de AAVV en defensa de las condiciones de vida en los barrios.

La insalubridad en estos pueblos obreros no sólo estuvo ligado a una falta de infraestructuras, sino también a una mala gestión medioambiental por parte de las empresas. El problema de la contaminación estuvo latente durante todo el siglo XX y sería un motivo de movilización de la ciudadanía. En localidades como Baracaldo, salieron contra la propuesta de instalación de una nueva planta de Amoníaco en Sefanitro. Otro ejemplo sería Erandio: el 3 de septiembre de 1969 será recordado por los vecinos/as de Altzaga y Astrabudua por la llegada de una nube tóxica. Esto provocó múltiples movilizaciones que llegaron al corte de la carretera y a la intervención de las fuerzas de seguridad en varias ocasiones. Los hechos más graves se produjeron el 28 de octubre de 1969, cuando Antón Fernández, vecino de Erandio, fue alcanzado por una bala de la policía mientras miraba desde su balcón las protestas. La mañana siguiente, se llenaron las calles de personas trabajadoras en el marco de una huelga, donde Josu Murueta resultó herido de muerte.

Los espacios laborales tampoco se caracterizaron por ser espacios seguros para la salud de las personas trabajadoras, teniendo unas malas condiciones de trabajo y una falta de medidas de protección, lo que provocó futuras enfermedades profesionales y múltiples accidentes laborales, algunos de ellos mortales. Uno de los más graves fue el sucedido el 25 de abril de 1967. En la empresa Frimotor, tras el hundimiento de su techumbre y el posterior desplome de los cuatro pisos de la factoría, fallecieron 16 trabajadores y otros muchos trabajadores resultaron heridos.
Si la ría en algunos momentos separaba dos mundos, la línea del tren Bilbao-Santurtzi paralela a la ría, unió a la Margen Izquierda y reforzó su identidad colectiva. El origen de esta línea se retrotrae a 1888 y su finalidad en un primer momento fue él del traslado de mercancías. Sin embargo, con los años se incorporó el traslado de pasajeros, hecho que provocó el fin del tranvía que realizaba un trayecto similar.

Esta línea, su diseño y sus paradas nos dicen mucho de la vida de la Margen Izquierda. El tren trasladaba a miles de personas trabajadoras desde las diferentes poblaciones a las empresas. No es casual que alguna de las paradas de éste dé directamente a las puertas de las factorías. Éste movilizaba entorno al 80 % de la mano de obra de la ría. Más allá de su función de trasporte, el tren se convertiría en un espacio de socialización y reivindicación en la época franquista. El reparto de pasquines informativos sobre multitud de temas, encuentros clandestinos y la importancia en los conflictos de la interrupción del mismo, puso al tren en un primer plano dentro de la lucha antifranquista. Además, las autoridades estarían atentas al aumento de los precios del billete, porque éste tenía un impacto directo con nuevas movilizaciones obreras.

Si el tren era el trasporte que unía la Margen Izquierda, el medio por excelencia de la clase obrera para cruzar la ría eran los gasolinos, en especial para un colectivo de trabajadoras. El trabajo femenino remunerado en muchos casos estuvo bajo la economía sumergida. Muchas mujeres de la Margen Izquierda llenaban los botes todos los días para trabajar en las casas nobles de la Margen Derecha donde trabajaban como cuidadoras, en la limpieza de hogares, escaleras… Estos trabajos, además de ser un aporte económico para las familias, en muchos casos fueron claves para la colocación de sus familiares en las grandes empresas industriales, convirtiéndose en mediadoras. El papel de estas mujeres, la dureza del trabajo y la falta de reconocimiento del mismo como tal, hizo mermar su identidad como trabajadoras.

Estas pinceladas de la ruta obrera de la ría del Nervión nos hablan de lucha por unas condiciones de vida mejores, pero también nos hablan de convivencia y de dar respuestas colectivas. La voluntad con la que diseñamos las rutas obreras de la Fundación José Unanue es reconocer la lucha de aquellas personas trabajadoras, pero también conocer su día a día. Entender que la historia de la clase obrera también es la historia de nuestros pueblos.
“Es nuestro deber revolucionario contar lo que paso en estos años”, José Unanue, trabajador de AHV y militante obrero.

 

 

 

 

 

 

 

 

Estibaliz Montero Mendoza: Secretaria de las Mujeres / Emakumeak idazkaritza. C.C.O.O. de Euskadi

 

La masacre de Ategorrieta.

La masacre de Ategorrieta.

La masacre de Ategorrieta.

 “Tenemos la obligación de recordar la masacre de Ategorrieta, en honor a la verdad, la justicia y la reparación de sus víctimas”.

El 27 de mayo de 1931,
la Guardia Civil asesinó en Ategorrieta (Donostia) a diez trabajadores de la mar de Pasaia para impedir que una manifestación pacífica, reivindicando mejoras laborales, llegara al centro de la capital guipuzcoana.

Esos diez trabajadores fueron: Julian Zurro, 19 años (natural de Castronuevo, Valladolid); Jesús Camposoto, 23 años (oriundo de Galicia); José Carnés, 32 años (natural de Corrubedo, Galicia); Manuel Pérez Allera, 34 años (vecino de Pasaia); José Novo, 25 años; Antonio Barros de 31 años; José Suárez Brión de 25 años (tripulante de un barco gallego que se encontraba en Pasaia); Manuel López Díaz 20 años (A Coruña); José Gámez; José Suárez Moreno de 31 años.
Hubo varias decenas de heridos, muchos de ellos muy graves, por lo que es muy probable que hubiera más fallecidos posteriormente.
Los hechos venían precedidos por una huelga de los arrastreros de Pasaia en la que reivindicaban mejores condiciones laborales. Éstas eran tan malas que las memorias de los pescadores que las vivieron denominaron esa época como “los años de la esclavitud”, a pesar de que la rentabilidad de la pesca entonces era muy superior a cualquier otra actividad, puesto que los barcos se amortizaban en seis u ocho viajes a los caladeros de Gran Sol.

Entre sus reivindicaciones laborales figuraban: un aumento salarial para aquellos que faenaban en Gran Sol, tener un descanso equivalente a los domingos que se trabajaban en la mar, o que la jornada laboral no fuese superior a las 15 horas de trabajo.
Posiblemente, no ha habido ningún desenlace represivo tan luctuoso como este en la historia moderna de San Sebastián. Sin embargo, este suceso es poco conocido por la ciudadanía en general, aunque sí lo es para muchas personas de Pasaia.
La prensa de la época calificó de violentos agitadores a los manifestantes, entre los que había numerosas mujeres y niños.
Una de esas manifestantes era Teresa Suárez Varela. Su testimonio sobre la masacre de Ategorrieta fue recogido en una grabación en 1995, que transcribo a continuación:
“Cuando llegamos cerca de San Sebastián, antes de llegar donde estaba la Guardia Civil con las metralletas, nos retuvieron. Vinieron dos camiones de militares, nos pararon y nos dijeron: “den la vuelta por favor, que van a morir todos, den la vuelta”. Dos viejos que iban también en la manifestación se echaron a los militares llorando y diciendo: “señor, Pasajes muere de hambre, morimos de hambre. Yo prefiero morir aquí de un disparo, que ver a mis nietos sin pan”.

Los militares no pudieron hacer nada, nada de nada. Y entonces un militar le dijo al secretario de los obreros: “lárgate que tú no te salvas”. El chico subió a los montes y se marchó. Pero se quedó un primo de él. Se parecían mucho, parecían hermanos, estaba entre las mujeres y entre los hombres en la manifestación.
Yo miraba para atrás y veía muchos hombres. A mi espalda había un chico recién casado de Trintxerpe, vecino mío; llegó un guardia y le disparó, y cuando le vi caer, grité. Se desangraba, se llamaba Lisardo; vinieron unos hombres y se lo llevaron por el monte.

A otro le entró la bala en un pulmón, eran balas de metralletas, lo cogieron también y se lo llevaron en brazos, hasta un chalecito allí cerca. Llamaron a la puerta. Se asomó un señor y al ver que llevaban a un hombre en ese estado, preguntó “¿qué pasa ahí, ¿qué son esos tiros que se oyen?”. “Por favor señor ¿usted tiene coche para llevar a este hombre que se muere al hospital?”. El señor, no sé quién era, lo metió en el coche y se marchó con él y con los otros dos.
Las balas circulaban, pero no hirieron a ninguna mujer, ¿qué puntería tenía la guardia civil? ¿eh? No hirieron a ninguna mujer. Los hombres se escondían, pero terminaban con ellos.
Pero yo cuando me volví medio loca fue cuando cayó Lisardo. Después miré a un lado y vi un guardia civil -no sé si era con una espada o con un sable- darle a un hombre en la cara, le deshizo la cara de dos golpes que le dio. Entonces grité, “usted es un criminal, ese hombre es un inocente”. Era el primo del secretario del sindicato, lo confundieron con él. El pobre murió.
Entonces yo empecé…, que ya no era yo. Miré y ya no había gente, solo una chica alta con una pancarta. Había dos pancartas: “pan para nuestros hijos que mueren de hambre”, en una. Y en otra: “suelten a los presos que son inocentes”.
Cuando vi que no había nadie detrás, sólo la otra chica y yo solas, y aquel hombre tirado con la cara deshecha, me puse tan nerviosa que avancé hasta un guardia civil, un cabo. Le agarré la correa, pero yo no me hacía la valiente, le dije que no podía más. Le dije “señor, ¿usted no tiene familia, señor?, que están matando a gente inocente, gente a la que nos están matando de hambre”.
Y me contestó él, con una mano agarrándome, y con la otra no dejaba de disparar a un hombre que había en una esquina. Los hombres se escondían, claro, porque sabían que morían.
Y me contestó él: “señora, tengo familia, hijos y nietos, pero estoy cumpliendo con mi deber”. Y le dije yo: “señor, usted está cumpliendo con el deber que le manda el gobernador, y usted tiene que hacerlo. Pero el gobernador no sabe lo que hace porque los patronos le van con mentiras, señor. Yo le digo la verdad, no llega para comer señor, los niños no tienen pan”.
Le hizo señas a un guardia, los caballos llevaban hombres a caballo con las metralletas, y otros guardias estaban de pie arrimados a los caballos.
Le hizo señas a un guardia joven, muy joven, para que me llevara a sentarme a un banco, “siéntala”, pero ¿quién me doblaba a mí las piernas? Yo estaba rígida, de loca que estaba, estaba rígida, el guardia no pudo sentarme. “Siéntese, señora, siéntese”. Me parece que él creyó que habían matado a mi marido allí, pero mi marido andaba escondido.
Por fin me sentó, animándome, animándome. Después, fue a sentar a la otra chica. Aquella chica no podía ni hablar, sólo decía “ay, ay, ay”. Ya no había gente, nos cogieron en un coche a las dos, y nos trajeron aquí, a Trintxerpe, dos guardias jóvenes, animándonos todo el camino, y nos dejaron sentadas en unas escaleras de Trintxerpe”.

El testimonio de Teresa Suárez Varela aquel 27 de mayo de hace 91 años, da una buena idea de la masacre que allí se vivió. No eran violentos agitadores, eran trabajadores y sus familias luchando por tener unas condiciones laborales que les permitieran comer, sobrevivir y tener una vida digna.
Esa lucha de clase trabajadora del mar logró mejoras en las condiciones laborales de los marineros que han llegado hasta nuestros días, pero se llevó por delante injustamente la vida de, al menos, diez hombres jóvenes.
Como decía al inicio, los medios de comunicación de la época intentaron acallar la masacre de Ategorrieta. Los titulares de la prensa local del día siguiente buscaban hacer creer que la Guardia Civil intentó paralizar actos violentos en el centro de la Bella Easo, y dejaron de comunicar sobre lo sucedido.
Sin embargo, nada más lejos de la verdad. Por eso, tenemos la obligación de contar lo que pasó, de recordar que la lucha de clases continúa, y que, como decía Marcelino Camacho, vendrán tiempos en que tendremos que defender lo logrado para que no nos lo arrebaten.
Aquella masacre de trabajadores jóvenes por mejorar sus condiciones de vida es la misma que la de las decenas de jóvenes muertos en la valla de Melilla, en el río Bidasoa, en el Mediterráneo, o en otros tantos lugares. Personas que sólo buscan un futuro mejor para ellas y sus familias porque la avaricia del capitalismo les ha despojado de lo más elemental en sus países de origen, y no tienen más remedio que salir de ellos arriesgando sus vidas por el camino.

Tenemos la obligación de recordar la masacre de Ategorrieta, en honor a la verdad, la justicia y la reparación de sus víctimas. Y de seguir luchando por un mundo en el que la vida en su conjunto sea viable. Para ello, es imprescindible tener en cuenta los límites del planeta y la necesidad imperiosa de un reparto justo y equilibrado de la riqueza, lo mismo que pedían los trabajadores asesinados el 27 de mayo de 1931 en Ategorrieta.

Arantza González: Coordinadora de Gipuzkoa de Ezker-Anitza – Izquierda Unida de Gipuzkoa.

Astigarrabía

Astigarrabía

Astigarrabía.

“Lider de la huelga de marineros y ministro comunista.”

El sindicato mayoritario entre los pescadores de Pasaia, e impulsor de la huelga general que desembocó en la masacre de Ategorrieta, era un sindicato autónomo, “La Unión Marítima”, conocida popularmente como “La Unión”, que tenía como secretario a Juan Astigarrabía Andonegui, futuro ministro comunista del Gobierno vasco durante la guerra; y una clara predominancia comunista en la dirección, al igual que la tiene otro sindicato autónomo de San Sebastián, la FLSO (Federación Local de Sociedades Obreras), dirigida por el también comunista Jesús Larrañaga.

La huelga
El conflicto desatado por la reivindicación de las mejoras laborales de los marineros y pescadores, no se había resuelto, a pesar de varios intentos de mediación entre patronal y sindicato, facilitados por los alcaldes de San Sebastián, de Pasaia, y del propio ministro de industria de la República, Albornoz; sino que, por el contrario, se había agravado con la detención de algunos marineros participantes en piquetes.

Y los pescadores, su sindicato, sus familias, decidieron realizar una manifestación hasta San Sebastián, para mostrar su unidad, exigir la libertad de los detenidos, y entregar una nota recordando sus reivindicaciones al gobernador civil. La manifestación partió de Pasaia a las diez y media de la mañana, llegó hasta el alto de Miracruz donde fue detenida por soldados del regimiento Sicilia al mando de un capitán. Las mujeres y niños que encabezaban la manifestación transmitieron a los soldados su pretensión de solicitar la libertad para sus compañeros detenidos ante el gobernador civil, y les rogaron que les dejaran pasar.

Los soldados bajaron sus bayonetas, para que las mujeres, los niños, y después los hombres, se fueran filtrando entre la tropa, ante la inacción de los militares, y de esa manera la manifestación logró pasar, ovacionando a los soldados. Doscientos metros más adelante, junto al reloj de Ategorrieta les esperaba otro obstáculo; un retén de la Guardia Civil.

Su jefe comunicó a los manifestantes la prohibición de avanzar. A continuación, la Guardia Civil realizó dos toques de atención y una descarga al aire; tras la que, sin mediar más tiempo, descargó otra de fusilería contra los manifestantes.

El comunista Astigarrabía, presente en la manifestación, contará después que, al llegar al primer cordón, el de los soldados del regimiento Sicilia, y en el forcejeo final que se produjo hasta abrirse paso, los manifestantes decían a los soldados: “¿Es que vais a disparar contra el pueblo?”, y los soldados les respondieron mostrando sus cartucheras vacías. Estaban sin munición, así que por parte del ejército se trataba de una misión sólo de amedrentamiento.
Astigarrabía contaba cómo fue su participación en los acontecimientos previos a la sangrienta manifestación:
“Yo estaba en la cárcel con otros muchos comunistas, con los Zapirain, Lizarraga, casi todo el elenco comunista de San Sebastián, donde coincidimos con los aprehendidos en un intento de asalto al Gobierno Civil, enfrente del María Cristina, hecho por los republicanos y anarquistas sin contar con nadie, y entre los cuales estaba, precisamente, el que luego habría de ser un buen camarada y un excelente guerrillero, de Irún, como era Cristóbal Errandonea. Como decía, cuando vino la República, estábamos en la cárcel, allí captamos a Cristóbal, que era uno de los asaltantes al Gobierno Civil junto con el doctor Bago, el periodista Campoamor, y con algunos más. En la cárcel, Cristóbal se dio cuenta de la discriminación de que era objeto por parte de los intelectuales y se acercaba cada vez más a nosotros, y nosotros hicimos también nuestra labor de catequesis.

Así es que entró en la cárcel como republicano y salió como comunista, y buen comunista, por cierto. Al día siguiente de proclamarse la República fuimos liberados de la cárcel, y, enseguida, me encuentro con que los pescadores de Pasajes, los de altura, formaban un sindicato de cuatro mil asociados, compuesto por sus secciones de oficio, sección de maquinistas y fogoneros, patronos de pesca y costa, marineros rasos, rederos, etc. Quieren ir a la huelga. El secretario retribuido que tenían era Zugazagoita, que luego fue director de «El Socialista». Vienen a buscarme para que me ponga al frente del sindicato, y les digo yo: «¡Pero bueno!, si la mayoría de los elementos sindicados ahí son anarquistas. ¿Cómo es que buscan a un comunista?». Dicen: «no, es que tenemos confianza en ti y tú tienes experiencia en estas cosas».

Consulto con el partido y me dicen que tenía que hacerlo. A pesar de mi amplio bagaje marinero, porque había navegado por todos los mares durante ocho años en la Marina, el sindicato exigía que uno hubiera estado enrolado en un barco pesquero. Así que me enrolé en un barco pesquero e hice un viaje hasta Castro Urdiales. Al regreso ya había cumplido una de las estipulaciones básicas del reglamento. Les dije: «El día primero de mayo vamos a declarar la huelga». Y, efectivamente, el día primero de mayo, di la orden de declarar la huelga. Y todo el mundo la suscribió como un solo hombre. Hubo sus forcejeos, hubo algunas tonterías que hicieron algunos compañeros, como aquella de traer cargado un camión de redes, cordeles, estacas, etc., hasta el propio solar, al lado del sindicato, y darle fuego allí. Y les pregunté que por qué no lo han quemado allá cerca de Orio, donde lo habían capturado, y no traerlo cerca de aquí, en Pasaia, para comprometer al sindicato. Fui a Madrid, a una conferencia que había convocado el departamento de la Subdirección de Pesca, y vi que allí de lo que se trataba era, simplemente, de ganar tiempo a ver quién se cansaba primero. Debo decir que la rentabilidad de la pesca en aquel entonces era tremendamente superior a cualquier otra actividad, puesto que se amortizaban los barcos en seis u ocho viajes a los caladeros del Gran Sol. Nosotros pedíamos, entre otras cosas, un salario para los marineros de trescientas pesetas al mes, y un descanso, cuando se llegaba a tierra, de tantos días como domingos hubieran pasado en el mar los marinos. Ésas eran las reclamaciones básicas. Como esto no se resolvía, todo era una cuestión de aguantar la cosa. Así es que yo me desplacé a Madrid y entonces se aprovechó la ocasión para levantar una campaña contra mí, diciendo que se me habían ocupado talones del Banco de Barcelona y una serie de mentiras, alentadas por el gobierno. Cuando creyeron que habían creado la atmósfera suficiente, me dejaron libre, porque no había ningún cargo contra mí. Vi que toda aquella mojiganga de conferencias en el departamento de Pesca había sido hecha para sacarme a mí de Pasajes y, mientras tanto, maniobrar en el sentido de desmoralizar a la gente. Entonces cogí precipitadamente el Exprés y me presenté en Pasajes en el momento mismo que se estaba celebrando una asamblea de pescadores. Cuando llegué, todo el mundo se puso en pie a aplaudir, y dijeron: «¡Camarada no hay otra salida que la de aguantar todavía!» «Podemos aguantar y, además, estoy seguro que ganaremos, así es que ¡adelante!», dije yo. Y efectivamente, cuando vieron que la maniobra les había fallado, empezaron las conciliaciones. Largo Caballero, que era el Ministro de Trabajo, intervino en el asunto y les dijo: «Eso se arregla en cuanto Vds. echen a Astigarrabia de la Secretaría del Sindicato». Si la cuestión se resolvía simplemente con el hecho de que yo dimitiera de mi posición, les dije: «Aceptado». Entonces yo dimití. Y la cosa se arregló, además, con la condición de que se nombrara un secretario socialista. No quiero decir qué fue lo que hizo este secretario socialista, por no envenenar más la atmósfera, suficientemente envenenada en nuestro país. Ésta era la primera huelga, la primera huelga de la República. Porque fue catorce días después de proclamarse la República, cuando se realizó precisamente esta huelga de los pescadores de Pasajes.”

La confianza a la que se refiere Astigarrabía, la experiencia por la que le querían los pescadores, se la había ganado por su prestigio como organizador de huelgas; como cuenta él mismo:

“Precisamente mi primera actuación como agitador, más que como orador, fue en relación con la Papelera de Oarso. Yo trabajaba entonces de encofrador. Había regresado de Madrid, hasta donde había sido empujado por el acoso policíaco. De cada trabajo me expulsaban, cuando la policía se enteraba de dónde trabajaba, iban donde el patrón con amenazas y hacían que se me despidiera. Así me ocurrió, cuando trabajaba en ferrocarriles.
Trabajé en varios sitios, hasta de lavacoches, y de todos me despedían. En Madrid, donde trabajé, primero de cerrajero, y luego de carpintero encofrador, me sorprendió la crisis, la famosa crisis de los años 29, 30 y 31, y tuve que regresar a San Sebastián. En San Sebastián no había tanta crisis y entré a trabajar en la construcción de la Papelera de Oarso, donde trabajaban setecientos obreros. Había mucho malestar. Yo había sido nombrado por el Partido Comunista corresponsal de un semanario, que se editaba en Madrid, llamado «La Antorcha».

En el lugar de trabajo repartíamos «La Antorcha» y todos los manifiestos subversivos que se nos ocurrían en nuestras mentes un poco soñadoras, hasta que fui englobando alrededor de mí a una serie de elementos más o menos decididos que querían provocar una huelga. Después de una serie de citaciones y explicaciones, por fin, se logró una unanimidad y se declaró una huelga general contra la constructora más poderosa que había en Guipúzcoa, Antonio Mendizabal.

Era la última huelga, podríamos decir, del período de transición, de la defenestración de Primo de Rivera y la serie de gobiernos sucesivos interinos, que se produjeron después de la retirada de Primo de Rivera. La ganamos al cien por cien y entre otras cosas obtuvimos: una elevación de salarios del treinta y cinco por ciento, porque Guipúzcoa era el lugar, la provincia de España, que, en la construcción, tenía los salarios más bajos. Y la vida más cara, como consecuencia del manejo del Concierto Económico que excluía el derecho territorial, que era muy bajo, hoy inexistente, en beneficio de los patronos. En Vizcaya durante mucho tiempo no se aplicó el derecho territorial, y sin embargo, cargaba la mano sobre los productos de consumo de masas, sobre los productos importados de la misma España, salvo alguna preferencia que se daba a Navarra para sus vinos. Siendo la provincia donde los salarios eran más bajos y los precios más altos.

San Sebastián era una ciudad muy cara, y creo que sigue siéndolo, no era de extrañar que hubiera malestar en las masas obreras y que se nos presentara un amplio frente de actuación para la pequeña minoría, que nosotros representábamos. Así es que afincamos nuestra actividad, sobre todo, en la masa sindical organizada, en la Casa del Pueblo, que era la unión sindical que englobaba sindicatos de la U.G.T., sindicatos autónomos, etc. Y tal era nuestra actividad que en todos los Congresos conseguíamos vencer a los socialistas hasta que éstos decidieron escindir el movimiento sindical local y crear su propia sindical ugetista exclusivamente. A tenor de cierto prestigio que adquirí en la dirección de la huelga de Oarso, yo tenía bastante predicamento en toda esa zona de Pasajes Ancho, Rentería, Trincherpe, etc. Y con ocasión de que Calvo Sotelo, que estaba haciendo su propaganda bajo el slogan demagógico de «antes España roja que España rota», venía a hablar en San Sebastián en el frontón Urumea, se nos planteó a ver si podíamos hacer algo para impedir que Calvo Sotelo hablara en San Sebastián. Nos quedaban veinticuatro horas para poder montar algo que impidiera el acceso a la tribuna del Sr. Calvo Sotelo, y la verdad es que conseguimos paralizar toda la zona industrial del este de San Sebastián, desde Oyarzun hasta Herrera, incluyendo Pasajes de San Juan, Molinao, Rentería y Pasajes Ancho. Ante una situación en la que parecía que iba aumentando la peligrosidad y el sentido subversivo, el Sr. Aldasoro, que era el gobernador civil de Guipúzcoa en aquel momento, puso la situación en manos de la autoridad militar.

Se declaró el Estado de Guerra, y hubo transferencia de poder del gobernador civil a la del gobernador militar. Al socaire de este Estado de Guerra, se suspendió el mitin de Calvo Sotelo, conseguimos nuestro objetivo, y, naturalmente, debo decir que no nos acompañó nadie, nadie, ni siquiera en una declaración. Los socialistas parece que adujeron que era un movimiento desestabilizador de la República, de la recién nacida, y de todas las tonterías que decían alrededor de la República. Conseguimos nuestro objetivo, y aparecí en el panorama guipuzcoano, y, sobre todo, en los donostiarras, como una especie de especialista en huelgas.”

Biografía
Hemos leído las palabras de Astigarrabía sobre la huelga de los pescadores de Pasaia, sobre su experiencia sindical, su biografía completa es muy interesante.

Nacido en San Sebastián en 1901, Astigarrabía se crío en la calle Campanario de la Parte Vieja, cerca de la subida al castillo de Urgull. Cuando tenía cinco años falleció su madre, Valentina, y su padre, afectado por la tragedia, a la que se juntó una gran crisis de trabajo en la zona, emigró a Galicia para emplearse de remachador en los astilleros de Ferrol. Su padre, Gregorio, natural de Deva, era un hombre muy ligado al mar, pescador y patrón de costa entre Donostia y Bayonne, además de dominar algunos oficios de astillero, carpintero de ribera, remachador.

Astigarrabía no marchó con su padre y quedó en Donostia al cuidado de su abuela, pasando a vivir en la calle Euskalerría, también en la Parte Vieja. Hasta que a la edad de diez años marchó a Galicia para reunirse con su padre.

Le costó adaptarse a la nueva tierra, a la nueva familia que su padre había formado en Ferrol, con una madrastra y varios hermanastros, lo que afectó a su rendimiento escolar. A los quince años, para salir de su inadaptada situación de adolescente, decide enrolarse en la Marina. Primero en el Nautilus, que era un buque escuela, una corbeta de tres palos, un primor de barco, en el que estuvo enrolado dos años, adquiriendo conocimientos de marinería y náutica, llegando a ser cabo de mar.

Con ese barco hizo varios viajes a Canarias. Después pasó a estar enrolado en el Torpedero 41, y de ahí pasó a formar parte de la tripulación del acorazado España, como señalero, y timonel. En el España viajó a América en el cuatrocientos aniversario del descubrimiento del estrecho de Magallanes. Dobló el cabo de Hornos, y navegó por el Pacífico chileno. En el servicio militar de la Marina pasó ocho años, hasta sus veinticuatro, a mediados de los años veinte, que es cuando regresa a su ciudad natal, y donde, conmovido por la revolución rusa, se interesa por el comunismo, por sus ideas, por sus fundamentos filosóficos. En 1925 entra en el Partido Comunista de España, formando con algunos miembros escindidos de la juventud socialista, la Federación Vasco-Navarra.

Su experiencia directa, psíquica como dirá él, en el comunismo, comienza en San Sebastián, en los sindicatos. Como por orden directa de la Internacional Comunista todo comunista está obligado a pertenecer a algún sindicato, en San Sebastián se organizan en la FLSO, Federación Local de Sociedades Obreras, con sede en la calle Puerto de la Parte Vieja. Es la época de la dictadura de Primo de Rivera.

Reparten folletos, hojas subversivas, lo que provoca que tenga que vivir bajo una persecución continua, política y económica, es decir, con cárcel, y expulsión de los trabajos, por las amenazas de la policía hacia el patrón que lo hubiera contratado para que lo despidieran. Miembro de la dirección del PCE; en 1935 es el primer secretario general elegido para el recién fundado Partido Comunista de Euskadi.

Durante la guerra civil será el único ministro comunista en el Gobierno vasco del Lehendakari Aguirre, siendo Consejero de Obras Públicas. Tras la caída de Bilbao y en el análisis de las causas que se produce en las filas comunistas, se le reprocha haber sido demasiado complaciente con las tesis nacionalistas de entregar la gran industria bilbaina intacta al enemigo, en lugar de destruirla, por lo que su figura política se eclipsa. Tras la derrota republicana se exilia en Panamá, y finalmente en Cuba, tras la revolución, donde imparte clases de marxismo en la universidad.

Milguel Usabiaga: Director de Herri / Arquitecto, Escritor

Comunistas y el movimiento obrero donostiarra en los años 30

Comunistas y el movimiento obrero donostiarra en los años 30

Comunistas y el movimiento obrero donostiarra en los años 30

El grupo inicial de Donostia de la Federación Vasco-Navarra del Partido Comunista de España en 1927 estaba formado por 11 comunistas que se abocaron a la organización social y sindical: Juan Astigarrabia, Jesús Miguel, Rafael Marín, Ricardo Urondo, Pastor, Moriones, Félix Cuenca, Jesús Larrañaga y los hermanos Luis, Agustín y Sebastián Zapiraín.

Se convirtieron en cuadros sindicales de los sectores de madera, comercio, alimentación, artes gráficas, metal y construcción. Trabajaban en la Federación Local de Sociedades Obreras (FLSO) de San Sebastián que tenía su sede en el número 7 de la calle del Puerto en la Parte Vieja. En mayo de 1930 participaron en el Primero Mayo que había estado prohibido por la Dictadura de Primo de Rivera. El 5 de mayo tuvo lugar una huelga de peones y de los trabajadores de la empresa de vagones Múgica.

El 15 de mayo se pusieron en huelga los trabajadores del sector de la Madera que chocaron con las fuerzas de policía. El 18 de mayo la FLSO realizó una manifestación para pedir la libertad de los obreros detenidos que salió de la Plaza de Guipúzcoa, recorrió el Bulevar y llegó al gobierno civil en la Calle Oquendo. El 2 de setiembre la policía hirió a un trabajador de pescaderías al reprimir una manifestación de este sector. El herido murió y la FLSO convocó huelga general de 24 horas en protesta por este suceso. En esta agitación se ganó gran simpatía de las masas Jesús Larrañaga Churruca como me relató para mi investigación sobre Jesús, el camarada hoy fallecido Victorio Vicuña, conocido en la resistencia como “Julio Oria”: “Donde iba se hacía querer enseguida. En sus intervenciones improvisaba. Cogía el elemento sobre el cual estaba centrada la gente y sabia conectar con el sentimiento de la gente con una habilidad tremenda”.

Frontón Urumea
El 1 de mayo de 1931 el Partido Comunista realizó un mitin en el Frontón Urumea para incorporarse a la manifestación de la FLSO por el centro de la ciudad. Abrían la marcha 14 taxis con banderas republicanas, la Banda Municipal, la bandera de la FLSO y estandartes de varios gremios profesionales. Los comunistas cerraban el cortejo cantando la Internacional y dando vivas a Rusia. En el gobierno civil entregaron un pliego de 10 puntos correspondiente al programa del partido.

Los comunistas dirigieron la huelga de pescadores de Pasajes de mayo de 1931. Juan Astigarribia era el presidente del sindicato de pescadores. Estos trabajadores sufrían duras condiciones de explotación. Pedían un salario mensual de 300 pesetas, un descanso de tantos días como domingos hubieran pasado faenando en el mar y una jornada laboral de 14 y 15 horas. Los patronos se negaron a aceptar las demandas. El día 27, más de 2.000 manifestantes caminaron de Pasai San Pedro hacia Donostia. En la cabeza una pancarta decía: “Queremos pan para nuestros hijos”. A la cabeza iban los comunistas Juan Astigarribia, Jesús Larrañaga y Luis Zapirain. En el Alto de Miracruz un cordón de soldados del Regimiento de infantería les dejaron pasar. Pero en Ategorrieta una barrera de guardias civiles abrió fuego contra los manifestantes pacíficos. Hubo una decena de muertos y una treintena de heridos. El Comité de Huelga formado por miembros del PCE y de la CNT y de los pescadores de Pasaia y Donostia convocó huelga general.

Fuerzas militares irrumpieron en una taberna de Martutene donde se reunía dicho Comité y detuvo a 11 personas. Jesús Larrañaga y dos camaradas más lograron escaparse lanzándose por un terraplén. El gobernador militar proclamó el estado de guerra en toda Guipúzcoa. El Sindicato de Obreros Vascos ligado al nacionalismo católico y el PSOE se opusieron a la huelga. El dirigente anarquista Manuel Chiapuso me contó: “Fernando Sasiaín que en aquel momento era alcalde de San Sebastián me dijo en Bayona estando un día en el Gobierno vasco que más culpable que Astigarrabia fue Larrañaga porque le insistió a Astigarribia. Según parece Astigarribia tenía reservas para hacer esa marcha sobre San Sebastian y Larrañaga fue quien le empujó”. Esta versión confirma la opinión de dirigente audaz que de Jesús me dio su camarada Sebastián Zapirain: “así como era dinámico para la acción, arrojado, sin ningún temor de nada, en otro ángulo era un hombre que todo lo tomaba con sonrisa”. Era el líder más relevante de la clase obrera de Donostia y su comarca y en medio de los acontecimientos trágicos derivados de la sublevación fascista del 18 de julio de 1936 se convertiría en el líder comunista vasco más carismático y uno de los más heroicos del Partido Comunista de España.

Las elecciones a Cortes constituyentes realizadas el 28 de junio de 1931 en la que la lista del PCE en las que estaba el secretario del Partido José Bullejos, Juan Astigarribia y Jesús Larrañaga recibió 1.301 votos, pero la influencia que el Partido iba adquiriendo en las masas iba en ascenso entre la clase trabajadora y superaba ese número de votos.

En 1932 el PCE realizó en Donostia su Conferencia Sindical a escala de toda España. 350 delegados aprobaron constituir la Confederación General de Trabajo Unitario (CGTU). Los comunistas locales no descuidaron el trabajo de agitación social. Protagonizaron audaces acciones en la ciudad para llamar la atención de la condición de los obreros desempleados y pedir que se atendiesen sus demandas. En Donostia había censados 650 obreros parados y 6.990 en el conjunto de la provincia.
Zapirain me describió el carácter del trabajo que realizaba el Partido: “Nosotros éramos más socio-políticos que político-sociales. Nuestra lucha no era si somos un partido testimonial o un partido de carreras o una alternativa de poder. Lo nuestro era resolver los problemas sociales, la revolución social. A diferencia de otros partidos, el nuestro se asentaba mucho en los sindicatos. Hacíamos mucha vida social reivindicativa y no había comunista, sobre todo en Guipúzcoa, que no tuviese a su vez un cargo sindical”.

José Antonio Egido: Sociólogo

“Lucha Obrera”, ayer y hoy.

“Lucha Obrera”, ayer y hoy.

“Lucha Obrera”, ayer y hoy.

«Hablar de la lucha obrera es hablar de la columna vertebral del movimiento comunista, tanto en el plano ideológico como en la práctica cotidiana de las organizaciones comunistas de todos los países durante más de un siglo de historia del movimiento.»

Cerramos el año con un número de HERRI centrado en un tema que no podía ser más sugerente y motivador para nuestro equipo de redacción y para nuestros colaboradores habituales. Y estamos convencidos que igual de atractivo será para nuestros lectores habituales y para aquellos que os encontráis con esta publicación por primera vez.

Hablar de la lucha obrera es hablar de la columna vertebral del movimiento comunista, tanto en el plano ideológico como en la práctica cotidiana de las organizaciones comunistas de todos los países durante más de un siglo de historia del movimiento. Si bien en este número ante la limitación lógica de espacio, nos centramos en algunos destacados conflictos obreros que se han dado en este país en el último siglo, algunos más conocidos y otros menos, pero de los cuales aún quedan cosas por decir y estudiar, como comprobará el lector a lo largo de este nuevo número de HERRI.

Todos estos conflictos sobre los que se desarrollan los artículos de nuestra última publicación de este año 2022, han jugado un papel fundamental en el devenir de la clase obrera, aunque por distintas razones unos son enormemente populares y conocidos y otros tal vez no tanto. Esperamos hacer un poco de “justicia” en este sentido al abordar determinados conflictos que estuvieron más o menos olvidados durante un tiempo, o que al menos estuvieron a la sombra de los más populares. También somos conscientes de que el lector nos podrá reprochar que faltan otros que merecen ser tratados en una revista como esta. Sin duda no le faltará razón pero la realidad material, o mejor dicho, la falta de espacio obliga a hacer una selección que no pretende ser la mejor, pero sí acertada.
También esperamos que nuestra publicación sirva para arrojar algo de luz sobre algunas cuestiones en torno a algunos de estos conflictos obreros y sus protagonistas, puesto que en ocasiones la transmisión de lo que pasó o no pasó, o del papel que jugaron algunos de sus protagonistas individuales o colectivos no ha sido siempre fiel a lo ocurrido y en no pocas ocasiones se han utilizado las diferentes interpretaciones o lecturas que de unos mismos hechos se pueden hacer, para utilizar políticamente los mismos.

En cualquier caso, para una publicación del Partido Comunista es como decíamos, un auténtico placer traer a la letra impresa algunos de los conflictos protagonistas de la historia del movimiento obrero vasco navarro del que hemos sido y somos parte protagonista de nuestro nacimiento, y que supone la sabia de la que nos nutrimos cada día en nuestras convicciones y ocupaciones políticas. Y como siempre solemos insistir, no se trata sólo de conocer nuestra historia, la historia del movimiento obrero, la historia de la lucha de clases, que también. Se trata de conocerla como parte de lo que somos y hacemos, para mantener la conciencia colectiva de ser clase trabajadora y para extraer aprendizajes que sean útiles en la lucha actual.

Mientras cerramos este número se dan numerosos conflictos obreros en nuestro país, desde las masivas huelgas del metal en Bizkaia o la lucha general de los sindicatos de clase por la subida de salarios ante una inflación desbocada provocada por los beneficios empresariales, a decenas de conflictos en pequeñas empresas o en contratas de servicios públicos externalizados. En este último caso destacan de manera especial las grandes olvidadas de la lucha obrera, las mujeres, protagonistas del conflicto de la limpieza de Osakidetza y de edificios públicos de varios ayuntamientos, del servicio de ayuda a domicilio, de las residencias de mayores y de varios conflictos importantes.

En todos estos conflictos que deben encontrar nuestro apoyo y solidaridad de clase, están presentes de alguna manera los protagonistas del 3 de Marzo, de la matanza de Ategorrieta, de la huelga de mujeres en Pamplona en los años cincuenta o de los obreros de las grandes luchas en la ría de Bilbao. Al igual que ayer, sólo podemos hoy acabar esta editorial diciendo

Gora langileon borroka.

Jon Hernández: Secretario General
del Partido Comunista de Euskadi