A finales de Enero

A finales de Enero

A finales de Enero.

“ Entrevista a Javier Padilla, autor del libro.”

Herri: La historía que cuentas en tu libro es fascinante, 3 personas conectadas, Enrique, Lola, Javier, que comparten amor, compromiso y un destino trágico. ¿Cómo conociste esos hechos?
Javier: Todo comenzó con una conversación con Sergio Suárez, editor de Pre-Textos, en el Colegio Mayor Chaminade de Madrid. Sergio me habló por primera vez de Dolores (Lola) González Ruiz en enero de 2016. Lola había muerto un año antes. El obituario que escribió sobre ella Cristina Almeida me impresionó profundamente.

Herri: ¿Qué es lo más signficativo que has descubierto en la investigación para tu libro?
Javier: Hay muchas cosas que he ido descubriendo, gracias por un lado a las entrevistas que he realizado, como a los archivos consultados. Sobre todo, tuve acceso privilegiado al sumario del caso Enrique Ruano, así como a parte de su familia y su abogado. Creo que en “A finales de enero” se cuentan muchos detalles nuevos sobre el caso Enrique Ruano. Por ejemplo, cuál fue la reacción de Torcuato Luca de Tena, del que pude acceder a su archivo personal. Torcuato Luca de Tena era el de ABC, periódico que publicó un insidioso editorial sobre Enrique Ruano. En su archivo, pude ver las numerosas cartas quejándose por la cobertura de ABC. También cuál fue la arrogante respuesta de Torcuato.

Herri: ¿Ha sido muy difícil reconstruir un hecho sucedido en 1969, como el asesinato de Enrique? ¿Has encontrado facilidades o dificultades en los archivos policiales?
Javier: Ha sido muy complicado, pero sobre todo porque la policía del franquismo oscureció todo lo posible lo que ocurrió con Enrique Ruano. Tampoco ayuda que en muchas ocasiones es muy complicado acceder a los archivos públicos en España. Sin embargo, la ayuda de Margot Ruano y de José Manuel Gómez Benítez facilitó mucho mi labor. José Manuel Gómez Benítez, que fue el abogado de la familia Ruano tras la reapertura del juicio, me ayudó en la entrevista que tuvimos que aclarar muchos datos sobre el caso. Le estoy muy agradecido.

Herri: ¿Cuál fue el papel de Manuel Fraga en ese crimen?
Javier: Manuel Fraga tuvo un papel muy oscuro al participar activamente en las tergiversaciones que rodearon a la muerte de Enrique. En ese sentido, sorprende ver los honores que se le hacen en la democracia española a un hombre que se encargaba de tapar las miserias del régimen franquista. Además del caso Ruano, el papel de Fraga en tapar las otras defenestraciones del franquismo resulta lamentable.

Herri: Hubo una revisión judicial del caso Ruano, ¿Crees que se llegó a la verdad, que novedades reveló?
Javier: La reapertura del caso Ruano, veinte años después de su muerte, fue clave para que se supiera qué ocurrió. Gracias a esta revisión, se pudieron saber las numerosas irregularidades que cometieron las autoridades franquistas. Sin embargo, hubo cosas que quedaron sin poder esclarecerse del todo debido a la acción de la policía franquista.

Herri: Lola fue el amor de Enrique, y, tras su muerte, compañera de Javier. Háblanos de esas relaciones. Cómo eran esas 3 personas.
Javier: Enrique y Javier eran como la noche y el día. Eran muy diferentes en muchos aspectos de su personalidad. Javier era mucho más intelectual, mientras que Enrique era una persona más cercana y agradable. Lola era una mujer comprometida que tuvo una vida muy infeliz. Fue muy difícil reescribir las vidas de los tres. El recuerdo de las desgracias que pasaron dificultó el esfuerzo memorístico de mis entrevistados. Lola fue novia de Enrique y, unos años después de su muerte, esposa de Javier. Enrique y Javier eran buenos amigos, pero tenían una relación compleja. Enrique tenía celos de Javier en ocasiones.

Herri: ¿Cómo recibió la sociedad tu libro? ¿Crees que la transición y sus miedos taparon mucho hechos de esa zona de la historia que aborda tu libro?
Javier: El libro, gracias a la Editorial Tusquets y a haber recibido el Premio Comillas, ha sido un éxito. Sólo puedo estar agradecido. Y sí, es evidente que durante la Transición hubo episodios que siguen siendo muy incómodos. Recordar lo que ocurrió debería servirnos para poner más matices a la historia de España. No cabe duda de que la Transición tuvo muchas cosas buenas, pero también estuvo plagada de momentos oscuros que luego no se han debatido lo suficiente en la sociedad española.

Apuntes sobre la historia de la EGK

Apuntes sobre la historia de la EGK

Apuntes sobre la historia de la EGK.

“ (EGK – Juventud Comunista de Euskadi)”

En los comienzos de 1971, empezamos a constituir EGK en Bizkaia a partir de grupos de jóvenes procedentes de barrios de Bilbao: Rekalde, Otxarkoaga, Uribarri, Deusto,San Francisco. De pueblos de la margen izquierda: Baracaldo, Sestao, Portugalete, Ortuella, Trapagaran. De la margen derecha: Erandio, Getxo. Y del interior, Durango y Ermua.
En donde había cierta presencia del EPK. Procedíamos de núcleos que no compartían ni la estrategia ni la táctica de la izquierda abertzale en la lucha contra la dictadura franquista.

Manolo Otaño, guipuzcoano, persona heterodoxa con ideas renovadoras, muy dinámico e innovador para la época, fue encargado por la dirección del EPK, para coordinar los distintos grupos y darle una estructura mínima organizativa, que originaría la creación de EGK como organización juvenil. La mayor parte participábamos en asociaciones de vecinos, clubs juveniles de barrio, y grupos estudiantiles de instituto.

Las acciones contra el Proceso 1001 de CCOO de 1972 fueron el inicio de un activismo comprometido, charlas, panfletos, manifestaciones por Bilbao y alrededores.

La estructura organizativa era muy sencilla y sin apenas cabezas visibles. Desde el principio EGK se caracterizó por una sensibilidad euskaltzale, en el sentido de potenciar en lo posible la cultura euskaldun. El euskera se hizo presente en todos los panfletos. La incorporación de Josu Cepeda, uno de los pocos en aquellos días con título D de Euskaltzaindia, reafirmó el carácter euskaltzale de EGK.

A la par que en Bizkaia, se iban formando otros grupos en Gipuzkoa y Araba. Sin medios pero con mucho voluntarismo y poniendo a escote para autofinanciarnos. Nos reunimos en bares, en locales sociales, en iglesias, en el monte. Eran reuniones políticas y en las que la amistad estaba presente.

En 1974 se celebra el II Congreso del EPK en los alrededores de París, donde participamos ya como organización constituida.

En enero de 1975 convocamos una asamblea de jóvenes con participación de unos 120, en Menoio (Araba), con la intención de crear una plataforma con mínimos con otras organizaciones juveniles. Fue un acto lúdico que terminó con intervención de la guardia civil, debido a una denuncia de algún vecino por la presencia inusual de tantos jóvenes.
Enterado el Servicio de Información y tras indagar, fuimos detenidos un grupo de la izquierda abertzale de Laudio (al cual exculpamos), más los nuestros Josu Cepeda, Ángel Zorrilla y yo. Ellos quedaron libres y nosotros detenidos, interrogados, duramente torturados con el potro, el balde de agua, golpes, esposados al límite… Procesados y encarcelados.
Recuerdo la conversación en euskera, con el teniente euskaldun al mando, y los comentarios sobre la Revolución de los Claveles, en abril de 1974 en Portugal, y consecuencia de ello la persecución de la policía política, semejanza que podría suceder en España con la caída de la dictadura franquista, él se justificaba diciendo que cumplía con el código penal vigente, y que nosotros éramos elementos subversivos.

Nos sentenciaron con dos años de prisión y 10.000 pesetas de multa por asociación ilícita y reunión ilegal. Cumplimos un año y salimos con el indulto del recién estrenado Juan Carlos I.

El año 1975 no sólo marcó nuestras vidas, también marcó las de todo el país, la dictadura estaba herida de muerte y golpeaba por todos los sitios. Fue el año de la muerte del dictador Franco en la cama, del estado de excepción, manifestaciones, represión y muchas detenciones, en la cárcel de Basauri llegamos a estar el doble de presos políticos que de comunes, en algunos momentos seis presos por celda, y no los dos estipulados. También fue el año de los últimos fusilamientos de la dictadura: Baena, Sánchez Bravo, Ramón García, Txiki y Otaegi.
Pasamos varias huelgas de hambre y por las celdas de castigo.

Vivimos con entusiasmo la entrada del Vietcong en la embajada de Saigón, la galería de políticos, de la cárcel de Basauri, acogió con una ovación la noticia y dio un sonoro aplauso. Algunos militantes que fueron al II Congreso del EPK fueron detenidos.
En 1976 EGK publicó unos números de la revista AURRIDE (hermanos, sin distinción de género), siendo Josu Cepeda la cabeza visible.

Durante ese año se fueron consolidando los taldes de EGK.

En 1977 se legalizó el PC, las primeras elecciones de la llamada transición democrática resultaron frustrantes ya que el EPK no llegó al 5% de los votos y no obtuvo ningún diputado en Madrid, fue un duro mazazo para los viejos militantes y desilusionante para los jóvenes.

Los desaparecidos durante la larga lucha antifranquista recogieron los frutos y los comprometidos con la lucha se convirtieron en casi testimoniales, todo ello creó una crisis generalizada en EGK. Con las libertades democráticas surgieron los movimientos sociales, los ecologistas, el movimiento feminista, el LGTI, y muchos de nosotros, por intereses ideológicos y personales participamos en ellos.

En los siguientes años EGK queda estancada como organización. En 1981 con el Congreso del EPK, el sector mayoritario decide crear con EIA Euskadiko Ezkerra, ello precipita el final de EGK, queda un pequeño núcleo que se une al sector que sigue como EPK.

Los que nos comprometimos en ese pequeño proyecto, creo que en general aprendimos a ser solidarios y mejores personas. Esa mezcla de militancia política y a la vez amistad personal sólo se puede dar en organizaciones jóvenes y con poca estructura, donde no hay cabezas muy visibles y no existen “gurús” que manejen.

Koldo Balanzategi

El primer grupo guerrillero vasco.

El primer grupo guerrillero vasco.

El primer grupo guerrillero vasco.

“El Comandante Barroso fue detenido. El resto de los guerrilleros han pasado largos años en las prisiones franquistas”.”

El mes de Octubre de 1944 no es sino el comienzo de las incursiones en España de las guerrillas, que pasarían por dos tácticas diferentes. La improvisada, anárquica y frustrada tentativa del Bidasoa, y la lenta más meditada, más preparada llegada de pequeños grupos guerrilleros camino de distintas zonas del país. Siguiendo el minucioso plan establecido después de pasar por un curso político y de táctica de la guerra de guerrillas en la famosa escuela de Toulouse, al igual que otros muchos jefes guerrilleros, crucé la frontera clandestinamente por la provincia de Gerona para llegar a Madrid vía Barcelona.

En Madrid, tras una breve entrevista con Agustín Soroa, responsable del Partido Comunista de España en esta época de clandestinidad, me dirigí a la zona que se me asignó: Bizkaia-Gipuzkoa-Santander-Picos de Europa. Han transcurrido muchos años. Hay casos en la vida que el tiempo no los borra. Cuando fijo mi memoria en aquellos hechos de los que fui organizador y protagonista, se me forma un nudo en la garganta al recordar a los camaradas que compartíamos las responsabilidades del movimiento guerrillero, y que cayeron en combate o ante los piquetes de ejecución del franquismo: MANUEL SANCHEZ, JUAN ROS, CRISTINO GARCIA, MANUEL CASTRO, JOSE VITINI, JESUS CARRERA, LUIS WALTER, ENRIQUE ALEGRE, EUSTASIO MADROÑO, RAMON VIA, ANTONIO MEDINA, JOSE MALLO, ALGEL CARRE-RO, AGUSTIN SOROA, FERMIN ISASA, JOAQUIN PUIG, SANCHEZ VIENA, ROZA, GAYOSO, SEOANE, VILLAVOY, MUÑO, PELAYO, PICHON, MESTRE, VALVERDE, ORTIZ, ORTUÑO, NAVA, PEREGRIN, MATEO OBRA, SATURNINO LOPEZ, MIÑON, y de tantos y tantos otros que hacen interminable la larga lista de los caídos en las guerrillas y en el trabajo político, testimonian la lucha enconada de los combatientes comunistas contra la dictadura franquista por los ideales de libertad y de democracia.

Me establecí en Bilbao en casa de una admirable familia de antifranquistas en espera de la llegada de los grupos guerrilleros, los “Maquis”, como aquí se les llamó, procedentes de Francia y destinados a la zona bajo mi responsabilidad. El primero de estos grupos lo componían 10 hombres y una mujer. La mayoría de ellos habían participado en la lucha contra los alemanes en Francia, salvo Chopitea, Lapeira y Marcelo Usabiaga que habían llegado fugados recientemente de España.

Durante el mes de octubre, miembros de este grupo efectuaron varias incursiones de exploración en la zona comprendida entre Yanci y Endarlaza, al objeto de buscar las mejores vías de penetración para grupos y también para que los combatientes que habían actuado sólo en Francia, se fueran habituando a recorrer España y se fueran compenetrando con los pasos de frontera para servir posteriormente de guías. En el periodo de preparación y organización del grupo hubo discusiones que reflejaban el estado de ánimo que reinaba en aquella época en algunos jefes guerrilleros que habían actuado en Francia. Sin duda alguna, éstos vivían con el espíritu un tanto triunfalista de la lucha victoriosa contra los alemanes en Francia y minimizaban los tremendos inconvenientes que planteaba la lucha contra la dictadura franquista en España. Por ejemplo, se afirmaba que los recién llegados de España no habían vivido la lucha contra los alemanes, y que estaban influenciados por las dificultades del interior de España, que no eran tantas. Que veían poco menos que fantasmas. Uno de aquellos días fue presentado un vasco que resultó ser Lecumberri. Venía de Eibar. Anteriormente había estado en el “Maquis” en Francia. Según explicaba éste había sido enviado a España no hacía mucho tiempo, y volvía con el fin de acelerar al máximo el envío de armas de todo tipo a Eibar, afirmando que en España había tal ambiente que miles de hombres esperaban la llegada de las armas para iniciar la lucha. Entre los recién llegados de España estaba Marcelo Usabiaga, que había llegado en septiembre de 1944 fugado de un destacamento penal situado en Arrona a unos 25 km de Eibar, y mostraba su escepticismo ante tales afirmaciones, agregando que tuvo que escaparse junto con otros tres camaradas porque les llegó la noticia de que la policía venía a por ellos, a causa de unos sabotajes que se efectuaron en la fábrica de cementos donde trabajaban los presos. Esta fábrica suministraba cemento a los alemanes para la construcción de su famoso muro del Atlántico.

A pesar de las discusiones, el espíritu de lucha antifascista se impuso y se llevaron adelante la preparación y la organización de la marcha. Se dedicaron unos días al aprendizaje del manejo de los explosivos, y a la acumulación de datos y contactos en el interior de España. El objetivo principal era situar una base de guerrillas en una de las zonas montañosas de Euskadi, y si esto no fuera posible, desplazarse hacia Asturias apoyándose en el destacamento guerrillero de los Picos de Europa. La organización quedó ultimada. El jefe del grupo sería Barroso, Lapeira se encargaría de los problemas de organización, y Marcelo de la agitación y de la propaganda.

Se quedó en que nada más cruzar la frontera se establecería contacto con el responsable de las guerrillas de Irún. En Hendaya se ultimaron todos los detalles del paso con el Sr. Benac, especialista en pasos de frontera en este sector. Hubo que esperar unos días a que pasase la luna para poder desembarcar en las espaldas del monte Jaizkibel, haciendo el viaje en lancha y teniendo que cruzar la barra de Fuenterrabia. La mar estaba muy mala y no parecía probable un cambio próximo. Se decidió entonces con el Sr. Benac realizar el paso por la playa de los Frailes, en la punta de la ría de Fuenterrabia. Era muy difícil la ascensión por el acantilado que existe allí. Sin esperar más tiempo se fijó el día de la partida que se efectuó en dos grupos. Se embarcó de noche. El paso, aunque difícil, se hizo sin novedad. Pero hubo una y grave, y que a la larga fue decisiva. Consistió en haberse extraviado al escalar las rocas del acantilado un cargador de metralleta Sten. Una vez en Irún el Sr. Benac dejó al grupo en un caserío a la espera de la noche siguiente. El caserío estaba situado en el barrio de Mendelu. El grupo estableció contacto con el responsable de las guerrillas de Irún quien decidió buscar un punto de apoyo en San Sebastián. Este punto de apoyo resultó insuficiente porque no se podía pasar la noche en él. Y provocó muchos inconvenientes. Esta circunstancia obligó al grupo a separarse. Tres se fueron a Bilbao y dos se quedaron en San Sebastián, en casa de la familia de unos de los guerrilleros, Regino, a la espera de las mochilas con el armamento, y también a la espera de la llegada del segundo grupo. Estando en casa de la familia de Regino, llegó el segundo grupo, y se le envió directamente a Eibar con Lecumberri a la cabeza. También se presentó el Sr. Benac para informar que el armamento estaba depositado en lugar seguro. Al día siguiente volvió el Sr. Benac para informar que la policía andaba detrás de él en Fuenterrabia y que era preciso darse mucha prisa. Que él, como medida de precaución, se volvía rápidamente a Francia y que no volvería a España en un largo periodo. Al grupo le pareció la información muy peligrosa, pero decidió no marcharse en el momento para poder esperar a Lapeira que debía de volver de Bilbao para decidir el destino de las mochilas con las armas. Volvió Lapeira a las cuatro de la tarde, y volvió a salir para realizar algunas gestiones estableciendo nueva cita a las nueve de la noche para tomar decisiones ante las noticias dadas por el Sr. Benac en relación con los pasos de la policía. Pero a las ocho de la noche, Marcelo y Regino, los dos que quedaban en casa de los familiares de Regino en San Sebastián fueron detenidos por un grupo de policías, encabezado por Melitón Manzanas. A pesar de todo lo que hicieron para abreviar los trámites, con el fin de ganar tiempo y salvar a Lapeira que tenía que llegar a las nueve de la noche, no lo pudieron evitar. Entre el cacheo, declaraciones, golpes a granel, pasó el tiempo, y poco antes de las nueve enviaron a un agente con el coche de la policía en busca de un taxi ya que todos no cabían en un sólo coche. La fatalidad fue que Lapeira fue puntualísimo. Llegó a las nueve, no viendo nada anormal en la calle subió al piso y allí lo detuvieron junto a los otros.

Más tarde el resto de los grupos fueron cayendo uno a uno. En plena calle, en Bilbao, fue localizado el jefe del grupo el Comandante Barroso con otro guerrillero. Barroso se lanzó contra los policías, para que el que iba con él consiguiera escapar, cosa que hizo, y más adelante pudo cruzar la frontera para refugiarse en Francia. El Comandante Barroso fue detenido. Un Consejo de Guerra le condenó a muerte y fue ejecutado. El resto de los guerrilleros han pasado largos años en las prisiones franquistas.

“Combates por la libertad”
Victoriano Vicuña, alias “Julio Oria”.
Comandante de guerrilleros

La memoria y los sueños.

La memoria y los sueños.

La memoria y los sueños.

“La memoria es también el depósito donde se guardan los sueños no realizados”.

En este número de Herri hemos querido hacer un recorrido por las diversas clandestinidades con las que nuestra organización, por mantenerse siempre firme en el combate, tuvo que enfrentarse a la persecución de la dictadura franquista. Retratar las distintas vivencias y formas de clandestinidad en los diferentes periodos de lucha es una forma de reconocer el sacrificio pagado, de honrarlo, en este partido que es el de los fusilados y presos, y, a la vez, pensamos que proporciona una imagen amplia, rica, compleja, de lo que es nuestra histona.

Y una de esas clandestinidades fue la de tantas mujeres que desempeñaron un papel de apoyo a sus compañeros presos. Un papel subsidiario, menor, pero esencial para su sostén, para dar a conocer al país, la existencia numerosa de presos políticos y sus condiciones de encierro, y para ayudarles en forma de recaudación de dinero entre los vecinos, las amistades, un dinero capital para la supervivencia, para poder comprar alimentos en la prisión y no morir de hambre.

Una de las mujeres que ejemplifica este sacrificio oscuro, una de tantas, fue Bittori Bárcena. Y hablar de ella, hacer una breve semblanza de esta actividad de Bittori, nos sirve para hablar de todas, con vidas entregadas, seguramente similares.
Bittori era una obrera donostiarra de la fábrica de discos Columbia, situada en el barrio del Antiguo, en aquella posguerra un barrio proletario, lleno de fábricas. Era una obrera sencilla, humilde, sin gran formación a causa del corte en su etapa escolar de la Guerra Civil, que le pilló con trece años; pero era una obrera rebelde, inconformista, con una elevada conciencia e instinto de clase, y que no callaba ante ninguna injusticia que se produjera en el taller. A pesar de ese capitalismo duro, oscuro, y cómplice con el franquismo de la posguerra, en el que era tan difícil y arriesgado levantar la voz.

Era hija de un represaliado político, por republicano y sindicalista de la UGT, que estuvo preso después de la guerra en campos de concentración, en campos de trabajo, durante un par de años; y que se convirtió tras su salida en libertad en un represaliado social; perdiendo su anterior empleo y siéndole desde entonces muy difícil encontrar un trabajo estable, malviviendo la familia con sus trabajos precarios. Así pues, en la familia, Bittori también se nutrió de ideas izquierdistas y antifranquistas.

Bittori, en su juventud, mientras trabajaba en la fábrica de discos Columbia, comenzó a frecuentar con otros chicos y chicas de su edad un grupo montañero, que realizaba excursiones los domingos, el único día libre de la semana, a los montes de la comarca. En esa cuadrilla conoció a Roberto, hermano de Marcelo Usabiaga, quien, sabedor de sus ideas contrarias al régimen franquista, le contó que tenía un hermano preso por comunista en la prisión de Burgos, condenado a una larga pena. Bittori sintió de inmediato el deseo de solidaridad hacia ese preso, y se interesó por él. Le escribió a la cárcel, el preso le respondió, y así, poco a poco, fue creciendo ese correo de la solidaridad, encendiéndose sobre él una relación superior, una relación de amor.

Bittori visitaba a Marcelo en la prisión, en viajes que eran muy costosos para ella, ir a Burgos, hospedarse allí, para ver a su preso en unas condiciones terribles como eran las de las visitas a los presos en los años 40-50. Un locutorio separado por dos verjas metálicas separadas por un metro y medio, un pasillo por el que deambulaban los policías o funcionarios. A un lado los pesos, al otro los visitantes, que gritaban sus palabras para que pudieran ser escuchadas. Con cuidado de no decir nada ilegal pues de inmediato era silenciado y reprimido por alguno del los policías. Bittori se enamoró de Marcelo y, a pesar de que éste intentó atenuar los sentimientos de ella, para que no sufriera, dado el largo tiempo que aún le restaba de condena, no lo consiguió. Bittori siguió visitándole, escribiéndole, esperándole.

Bittori no sólo le esperó, sino que se convirtió en una de esas mujeres decisivas en la vida de los resistentes recluidos, decisivas para la divulgación de las ideas antifranquistas, para el sostén material de los presos. Ella, ellas, se ocupaban de recibir los objetos artesanales que los presos políticos fabricaban en la cárcel, y realizaban pequeñas reuniones con amigas, con vecinas, para vender esos objetos y obtener dinero para los presos. Ese dinero era muy importante para que los reclusos pudieran comprar comida en el almacén de la prisión, capital para la supervivencia, porque la alimentación de la cárcel era pésima y escasa, y si no era suplementada con más comida, conducía inexorablemente a la enfermedad. Además, esas reuniones servían para dar a conocer a la gente cercana la existencia de los presos políticos, algo que el régimen pretendía esconder. Esas reuniones eran muy arriesgadas, porque, por cuestaciones para recabar dinero para los presos políticos, había gente condena-da a largas condenas en las prisiones franquistas.

A veces esos objetos de artesanía, barcos, aviones, portarretratos, cajas de música, etc, llevaban un secreto invisible, bien escondido. Se trataba de algún mensaje escrito en miniatura sobre un papelito enrollado, para la dirección del Partido Comunista, o para Radio Pirenaica. Entonces, Bittori, o la compañera de algún preso, avisada de que tal objeto llevaba el mensaje oculto, debía extraerlo y hacerlo llegar a su destino por los canales que ya conocía.

Así también realizaban una gran labor a la causa de la resistencia antifranquista, pues esos mensajes permitían conocer la real situación de los presos de Burgos, y contarla al pueblo español a través de las ondas de la mítica Pirenaica.

Es importante mirar al pasado, para conocer y no olvidar los ejemplos de nuestras militantes como Bittori; muchas veces heroicos, gentes que estuvieron a la altura de las circunstancias, que hicieron lo que había que hacer en condiciones muy difíciles, extremas, jugándose la vida, sin pedir nada a cambio; un pasado que ha conformado nuestras señas de identidad, una identidad indoblegable anticapitalista, un pasado que constituye nuestro ADN, donde arraigan nuestras raíces.

Pero mirar atrás, a nuestra memoria, recordarla, no es sólo un ejercicio de pasado. Ni siquiera porque lo hagamos para tomar ejemplo e impulso para la lucha en nuestros héroes y heroínas. No es un ejercicio de pasado muerto, porque la memoria no es solamente un contenedor de lo sucedido, del pasado ya consumido, de lo ya vivido y acabado; sino que la memoria es también el depósito donde se guardan los sueños no realizados, los sueños que nuestros predecesores persiguieron y no consiguieron alcanzar.

Y esos sueños por conseguir siguen llamando a nuestra puerta para ser realizados, como una deuda pendiente. Siguen vivos. Así que la memoria también está cargada del porvenir para esos sueños.

Miguel Usabiaga: Arquitecto – Escritor
Director de Herri

La vida secreta

La vida secreta

La vida secreta.

“Manuel Amblard” preso político y compañero de Jesús Carrera en la cárcel de Alcalá.”

Manuel Amblard, fue un preso condenado a muerte, que compartió cautiverio con Jesús Carrera en la prisión de Alcalá. En el diario que escribió en secreto en la cárcel, ofrece un testimonio muy valioso de cómo era la vida en la clandestinidad, con sus riesgos, miedos, dificultades, miserias.

21 DE DICIEMBRE

Algunas mañanas me despertaba el rumor acompasado de soldados marchando en formación. Iban precedidos de la banda de trompetas y de gastadores que braceaban gallardamente. Cuando no, pasaban en camiones cantando a voz en grito. Yo, un fuera de la ley, presenciaba desde la ventana el aparatoso desfile escudado en mi insignificancia de insecto. También veía detenerse a los coches de la policía y bajar de ellos a los agentes, inconfundibles, para preguntar a un transeúnte o portera, antes de subir a registrar algún piso. Esto no me alarmaba demasiado, pues en la vecindad, en la casa, y hasta en el piso donde estaba, nadie, salvo dos personas, tenía noticia de mi existencia. Era un fantasma nada más.

22 DE DICIEMBRE

Cuando a los dos meses me lancé a la calle, solía salir a las seis de la mañana. Las escaleras estaban desiertas, con los cubos de la basura en las puertas de los pisos. Sólo una vez me tropecé con un basurero. El portal no estaba abierto aún. Ya fuera, en la calle, recobraba mi corporeidad.
Los primeros días me sentí como un torero que pisa el ruedo, dispuesto a jugarme la vida a cuerpo limpio. Escrutaba el rostro de los transeúntes disimuladamente y no podía evitar cierto recelo al pasar junto a los policías uniformados y con tercerola, que podían pedirme la documentación. Luego me fui acostumbrando, aunque siempre llevaba a punto la réplica y la coartada; era un transeúnte que iba de mañana a tomar el tren, o simplemente el metro, aunque nunca lo tomé por parecerme una ratonera. Me cruzaba con obreros que se dirigían al trabajo, llevando en un pañolito la tartera del almuerzo. Descubrí los bares que abrían más temprano y a qué hora exacta salían los periódicos a la calle. Me detenía a contemplar los escaparates de las librerías y los anuncios de los cines hasta en las vías más céntricas y con entera tranquilidad, pues llegué a saber que la policía secreta no madruga.

Al crecer la mañana, mi refugio habitual era El Retiro, que acabé conociendo en todos sus aspectos y en varias estaciones del año, hasta llegar a familiarizarme con sus parajes más recónditos, sólo frecuentados por solitarios y parejas. Aquellos que quedaban más alejados de los altavoces del estanque, de los monumentos pretenciosos y de los kioscos de refrescos.

Por las mañanas, los árboles se destacaban negros en la neblina, y, entre el boscaje, se filtraban rayos aislados de sol, oblicuos e inmóviles en el aire, como los que caen de las altas vidrieras de los templos. Tordos, criados en la impunidad, volaban pesadamente o corrían por la hierba.

Una de aquellas mañanas apacibles y soleadas, detuvieron allí a un perseguido. Leía un libro sentado en un banco y tenía el aspecto plácido y preocupado de un intelectual, pero se defendió a tiros. En nada pude auxiliarle; la zona en torno de él estaba totalmente acordonada por la policía, y los agentes de la social se disfrazaron con el pintoresco uniforme de los guardas de El Retiro. ¿Quién iba a sospechar de aquellos funcionarios municipales con aspecto de bandidos de opereta? Hubo tiros y sangre. Los pájaros huyeron con estrépito de ala y pico, definiendo el suceso como agresión contra su pueblo y violación del pacto. Los paseantes se dispersaron también. Pero el tiempo acabó convirtiendo la tragedia en incidente; la sangre del camino se borra con el pie. Hubo nuevos trinos y otros paseantes, que nunca supieron de aquel suceso, cruzaron por allí: sirvientas con criaturas, damas ancianas, parejas de novios, señoras con perros, solitarios. Y otro joven como aquél volvió a sentarse en el mismo banco con un libro. Acaso con otra pistola.

Sin embargo las horas más interesantes de El Retiro no son las de la mañana o las del crepúsculo, sino las del mediodía o más bien a eso de las dos o las tres de la tarde, cuando la ciudad come o está haciendo la digestión, y en el parque quedan sólo los especímenes más raros, como en las playas los restos de la resaca al retirarse la marea. Hombres que caminan leyendo libros en voz alta o que recitan; mujeres desoladas que se reclinan en los bancos de piedra con actitudes de Niobe; amantes adolescentes que se han olvidado de la hora de comer, embelesados en grabar iniciales enlazadas en los troncos de los árboles; todos antena para el paso de la nube y de las estaciones, pero insensibles al tatuaje; mendigos y gentes sin hogar que despachan su pitanza en un banco.

En una de aquellas ocasiones, cuando hacía yo también allí mi comida, para evitar los restaurantes, y estaba engullendo un bocado a hurtadillas, se me acercó otro fugitivo. Salió de entre las hojas de los helechos y las hierbas vecinas de un gran tronco; asomó primero la cabeza y me observó un buen rato. Mi inmovilidad debió inspirarle confianza, pues, con movimientos rápidos y mecánicos, se plantó al borde del sendero. Desde allí sus ojillos de azabache me observaron nuevamente. Por fin se acercó más, y sentado en sus patas traseras, atusó con las otras los cortos bigotes. Luego, de un brinco, el ratoncillo campestre quedó en medio del sendero, casi tocándome el pie. Creí que venía atraído por las migas de pan y las partículas de nuez caídas por el suelo. Pero optó por una raicilla, que no parecía tener ningún valor alimenticio. Asiéndola con ambas manos, la royó de arriba abajo, como quien toca un flautín, mientras su rabo, inverosímilmente largo, dibujaba el signo de un látigo en el suelo. Estaba ya tocando mis pies cuando una ráfaga de aire agitó el periódico que, a guisa de mantel, tenía yo sobre las rodillas. El fugitivo se puso a salvo entre el bosque, dando un salto de resorte, fue todo tan súbito, que apenas alcancé a ver por los aires su rabo y lo blanco el trasero.
En otro de estos parajes poco frecuentados de El Retiro presencié también, o mejor dicho, entreví, otro suceso cuyo sentido tardé horas en descifrar. Ocurrió al otro lado de un alto seto, tras el que yo estaba sentado, entre losas de bancos desmontados y materiales de albañilería heterogéneos. Era junto a la casa de fieras.
Dos obreros, que traían un carretillo de mano, se detuvieron a echar un cigarrillo y a charlar. O más bien a discutir. Uno de ellos dijo que no estaba dispuesto a hacer algo que les habían mandado. El otro, aunque lamentaba tener que hacerlo, decía que, de negarse, don Cecilio, el jardinero mayor, les echaría.
-Oye –exclamó el primero-, ¿has visto Blanca Nieves, esa película de dibujos del Monumental?
Después hubo risas y cuchicheos, con miradas de reojo en derredor. Acto seguido los dos obreros salieron de mi campo visual, para volver a él con un pico y una pala. Cavaron precipitadamente un hoyo y miraron en torno otra vez. A continuación desenvolvieron lo que traían entre sacos. Era una cabeza de piedra. El cuello mellado hacía suponer que fue arrancada de algún busto o estatua. Creí reconocerla. Esta cabeza vio sin duda desfilar ante ella multitudes con el puño crispado, entre tremolar de banderas. Pero ahora estaba allí, en tierra, mutilada, mirando ciegamente al cielo. Echaron otra mirada en torno y con cuidado, casi reverentemente, depositaron la cabeza en el hoyo abierto y la cubrieron de tierra. A continuación hicieron algo que me pareció sin sentido. Cogieron un pedrusco, lo posaron en el suelo, y arremetieron contra él furiosamente, destrozándolo con sus largos martillos de picapedrero. Quedó hecho trizas entre risas, chirigotas y jadeos. Luego, arrojaron los fragmentos en el carretillo y se fueron. Era ya de noche cuando dejé El Retiro. Estuve hablando unos momentos con Jesús Carrera* y me olvidé del incidente por completo. Pero al salir por la Puerta de Alcalá, me vino a la memoria la alusión a Blanca Nieves y todo se hizo claro. La madrastra —don Cecilio, el jardinero mayor—, mandó al cazador que le llevara el corazón de la niña; pero le llevó el de un cervatillo, un pedrusco cualquiera.
Jesús Carrera llegaba siempre de prisa y se iba de prisa también. Era de una cordialidad contagiosa. Con el cuello de la gabardina levantado un poco, iba y venía, recorriendo distancias incalculables casi siempre a pie, pues daba la impresión de tener poco dinero. Mas ésta y otras faltas las suplía con entusiasmo. Ahora está en una celda próxima a la mía.

23 DE DICIEMBRE

Mañana hará exactamente un año, el día de Nochebuena, a última hora de la tarde, me avisaron que la policía había descubierto mi escondrijo y venía a detenerme. Tuve que abandonarlo precipitadamente. Ya en la calle deambulé desorientado. Era la hora en que las gentes rezagadas acuden a hacer las compras de última hora para la cena tradicional. No sabía qué hacer ni a dónde ir. Tenía dinero, pero no una documentación presentable, y ésta era imprescindible para alojarse en algún hotel. Además tampoco tenía equipaje. Por otra parte, en una noche como aquella, no podía irrumpir en un hogar amigo, llevando la tragedia con mi presencia. A eso de las ocho la animación de las calles aumentó. Las confiterías, las tiendas de comestibles y de bebidas estaban abarrotadas. Pero los restaurantes, salvo algunos muy caros, donde se reservaban mesas para el cotillón, estaban cerrados y vacíos. La Nochebuena es una fiesta familiar, hogareña. Poco a poco toda la ciudad fue quedando desierta y casi a oscuras. Los cines, los teatros, dancings y cabarets, incluso las tabernas, fueron cerrando. Los comercios al fin bajaron sus persianas también y de milagro encontré una casa de comidas abierta en el Ave María.
Tuve que agacharme para pasar bajo la cortina metálica, a medio correr. El patrono me recibió con mirada hostil. Pero acaso por compasión o por el hábito de complacer, accedió a servirme. Dentro había sólo otros dos clientes.

Uno era un anciano en harapos que, mientras la patrona en la trastienda preparaba la solemne cena tradicional para la familia, me contó que se había escapado de un asilo, donde le mataban de hambre y que se dedicaba a buscar en las basuras. No en las recientes, sino en otras ya exploradas y explotadas por los concesionarios. Se lamentó de su soledad en aquella noche, diciendo pestes de los ricos y de la beneficencia pública. El segundo cliente hizo a su vez el relato de sus desdichas, pero con mayor aire de protesta. Los dos hijos que le quedaban, pues al tercero lo fusilaron, y su mujer estaban exiliados en Francia. A él no le dejaban salir de España, de modo que su hogar quedó cortado en dos por la frontera. Con el propósito de alejar la nostalgia familiar, pidió otra botella, el vino le desató la lengua y maldijo del régimen y de la caridad cristiana.

Me había llegado el turno; debía referir mi drama. Pero opté por callar y ese silencio me hizo sospechoso. Así que, como habían comido, se marcharon. El patrón vino a pedirme por segunda vez que me fuera, y su mujer salió a la puerta de la cocina, batiendo la mayonesa, para decirme con mal talante que acabara de una vez.
En la puerta los tres sin hogar volvimos a encontrarnos; pero cada cual tiró por su lado.
Eran más de las once y la ciudad estaba semidesierta, reconcentrada en sí misma, dentro de las casas. Sólo rondaban por las calles algunos mozalbetes que tañían zampoñas y cantaban a grito pelado. Ni metro ni tranvías, ni taxis. Sólo vi coches particulares a la puerta de una iglesia, fuertemente iluminada, y grupos de gentes distinguidas que entraban a la misa de medianoche. ¡La misa de gallo! ¡Calor de luces, de humanidad, villancicos! Cuando iba a entrar me di cuenta de que era una pequeña iglesia aristocrática, de gentes elegantes que todas se conocían, donde iba a llamar la atención.

A las dos de la mañana tuve una idea. Ir a la telefónica y pedir una conferencia. Sentado en el cómodo diván, esperaría hasta que amaneciera. Pero, ¿con quién iba a hablar? O mejor dicho, ¿con quién no iba a hablar? Entre todos los pueblos y ciudades de España, opté por Cuenca, capital que, para los que no tenemos en ella ni intereses ni afectos resulta casi inverosímil. Di un número al azar. La telefonista de guardia había estado de fiesta; llevaba un ramito en el pecho y tenía los ojos tiernos.
Prometió avisarme y me dispuse a dormir un rato tras las gafas y bajo el ala del sombrero, en el rincón más discreto.
Debía llevar un buen rato durmiendo cuando un ordenanza me despertó:
—¿Es usted el señor de Cuenca? — lo negué rotundamente, dispuesto a reanudar el sueño. Pero él insistió: —Tiene que ser usted, no hay nadie más esperando.
Acabé por admitirlo y espabilarme. Encerrado en una cabina, mantuve un diálogo absurdo, entrecortado con “oigas”. “¿Es el número ciento y pico? “ “No, es el doscientos y tantos”. “¿La casa del señor tal?” “No, habla con la casa del señor cual”. “Perdone, se ha equivocado la señorita”.
Cuando iba a cortar, me llegó por el alambre el ruido de la fiesta en casa del señor cual; las zampoñas y los panderos de Cuenca.
El reloj redondo de la pared marcaba las cuatro y media cuando me lancé a la calle. La ciudad seguía reconcentrada en sí misma, adormilada con la digestión de la Nochebuena o roncando con ronquido de zampoña.

* Jesús Carrera Olascoaga, hondarribitarra, exiliado en Francia tras la guerra, fue enviado por el Partido Comunista de España como su máximo responsable del interior, para cerrar las diferencias de autoridad entre clandestinidad interior y exilio, y dirigir todo el aparato de propaganda. Detenido el 15 de marzo de 1943, es torturado salvajemente durante cinco meses, un día tras otro en la DGS de la Puerta del Sol en Madrid, y no es llevado a la cárcel de Porlier hasta el 18 de agosto, donde continúa aislado durante tres meses más. El primer interrogatorio del juez se produce el 2 de noviembre de 1943, hasta entones todo han sido torturas y más torturas. Como consecuencia de ellas queda en silla de ruedas. Poco a poco comienza a moverse, pero una pierna le queda permanentemente inútil. Condenado a muerte, es ejecutado en Alcalá de Henares el 16 de enero de 1945.