Recuerdos de mi enésima detención.
“Del libro “Los ecos del silencio”
Luis Mari Ormazabal”
En diciembre de 1970, se desarrolló el proceso
1001, que enjuició a Camacho y sus compañeros, donde también se encontraba mi paisano y camarada Pedro Santisteban, adelante siempre, sin desmayar en lo que se cree.
En este mes, tuvo lugar el llamado Proceso de Burgos: Sumarísimo 31/69, en el cual se pedían seis penas de muerte para los reos: José María Dorronsoro Zeberio, Joaquín Gorostidi Artola, Francisco Javier Larena Martínez, Francisco Javier Izco de la Iglesia, Mario Onaindía Nachiondo, Eduardo Uriarte Romero.
El trabajo que realizó el Partido, fue ingente, lanzando panfletos y octavillas por las fábricas, en la calle, en concentraciones; en barricadas espontáneas volcando coches y bancos, como en Zabalburu soportando de inmediato las cargas de la policía. Hubieron bastantes huelgas, destacando la Naval de Sestao y Astilleros del Cadagua; en Eibar mataron a un joven, inmediatamente surgió una manifestación de dos mil obreros. Las manifestaciones de obreros y estudiantes surgieron por toda la geografía nacional con ímpetu, con rabia. En el extranjero la presión fue de una envergadura incontenible. Este juicio duró todo el mes fue de una tensión apasionante, todos volcados en inclinar la balanza hacia la razón de la libertad, consiguiendo que levantasen la pena capital con un indulto el día 30 de diciembre, ya in extremis. Fue un triunfo del pueblo, con la ayuda de todas las fuerzas Progresistas locales, nacionales y extranjeras. Esta vez sí vencimos al tirano sediento de sangre, se le quedó la úvula temblando, tocando a rebato amargo.
Desbordados por los acontecimientos declararon el estado de excepción, con todas las fuerzas represivas en la calle; comienza la cacería de comunistas: la bestia negra del franquismo. A mí me detuvieron el día 19 de enero de 1971, en mi domicilio por la noche, según costumbre; me llevaron esposado con las manos detrás a la comisaría de Indautxu, celda n° 1. Desde el primer momento me declaré en huelga de hambre, pues me dije que no me iban a tener 40 días como antaño, antes me tendrían que llevar al hospital.
Cuando el interrogatorio, me convencieron palpablemente de que yo era el responsable del Agit-Pro, poco me quedaba para pensar; la suerte estaba echada, me ha tocado el gordo, claro, que llevaba todas las papeletas. Inmediatamente cerré todos los circuitos y me hice cargo de todo el embolado de la propaganda, yo, era el que la recibía y el que la distribuía, se acabó el carbón. Quién es el que te la entrega. No sé, no le conocía; les di las señas imaginarias, lo que se me ocurrió, les dije que no era alto y además delgado, me traían siempre la fotografía de un tal Luis, al que conocía en el trabajo clandestino; a este hombre cuando llegó la democracia no le he vuelto a ver. Así que como no le conocía estaba la mar de tranquilo. Yo no recibía propaganda, ese trabajo lo hacía Isabel Ibarra, nunca lo supieron.
Se iban sucediendo los interrogatorios, subir las escaleras hacia la cámara de tortura me costaba, pues me encontraba débil. Llamé para que me mandaran un médico, pues les dije que me dolía la úlcera de duodeno. Llegó el doctor, con una cara de patibulario que parecía maquillada ex profeso, me auscultó y sin decirme nada me recetó unas pastillas, que me daban a su hora, las tiraba por el retrete, pues no me dolía nada: lo hice para que le contase a la policía como se desarrollaban los efectos de la huelga de hambre. Hay que luchar con todos los medios, inclusive la mentira, no se puede dejar nada al azar, la lucha, la resistencia; entonces la meta era la cárcel, cuanto antes mejor.
Más tarde metieron en la celda a algunos políticos y también comunes. Uno de los comunes tenía en otra celda a la mujer con un hijo, el niño lloraba; con el guardia de turno de la policía armada le mandamos un termo de leche y algunos bocadillos para la madre, santo remedio, el niño no volvió a llorar. Resultó, ya en prisión que este hombre practicaba la profesión de barbero, por lo tanto, no me quería cobrar el afeitado, por lo visto se sentía muy agradecido.
Los interrogatorios todos se parecen, son calcados, siempre emplean los mismos métodos; recurren a veces a movimientos tácticos, me llevaron a la celda n° 9 donde se encontraba un individuo que luego en el “trullo” resultó ser político; a la mañana siguiente me devuelven a la celda anterior. Me decían que me podían tener todo el tiempo que les diese la gana, pues estábamos en estado de excepción. Si no se dan prisa, yo, ya les tenía preparado el siguiente paso, el pedir el ingreso en le hospital, negándome a subir las escaleras por falta de fuerzas.
A los quince días me llevan al anochecer a interrogatorio, el guardia tiene que ayudarme a subir las escaleras, con una mano que me echó el teatro, de todas formas estaba muy fastidiado. Me presentan el expediente, lo leo y acto seguido lo firmo, el comisario Ballesteros me espeta sin florituras: no te creas que nos has engañado. Para mis adentros, eso está muy bien, pero mañana me voy para la “trena”, aquella velada cené con apetito. El día 3 de febrero ingreso en la Prisión de Basauri, en el departamento celular. Ya se encontraban dentro todos los detenidos por pedir la conmutación de las penas durante el Proceso de Burgos; nos juntamos unos 50 procesados.