Las petroleuses, las incendiarias

Una experiencia revolucionaria en la que, por primera vez, la mujer actuó en
plano de igualdad con el hombre.

Tras la derrota comunera, haciendo gala de aquella sentencia de que la historia la escriben los vencedores, éstos, los versalleses, la reacción, divulgó una imagen tenebrosa del las mujeres de la Comuna. Unos retratos de los que se imprimieron incluso tarjetas postales, pintándolas de manera horrible, llenas de odio, sanguinarias, feroces, fanáticas dispuestas a quemarlo todo en los últimos días de la Comuna. Una metáfora que hizo mella en los historiadores más perezosos y dóciles, que ayudaron con sus textos a abundar en ella. Sin embargo, en los juicios realizados por las autoridades de Versalles, ninguna mujer comunera fue condenada como incendiaria.

En esa experiencia revolucionaria, por primera vez, la mujer actuó en plano de igualdad con el hombre. Por primera vez interviene activa y masivamente en la vida política y económica, discute de igual a igual en los Comités, las reuniones, participa en el combate, en las barricadas. Es conocido el ejemplo de Louise Michel, pero junto a ella, actuaron otras mujeres, no solas sino organizadas, y, en ese contexto de participación y efervescencia femenina, fueron dos las organizaciones de mujeres que desempeñaron un papel predominante en la Comuna: el Comité de Supervisión de Montmartre, de orientación blanquista, y la Unión de Mujeres para la Defensa de París y Socorro a los Heridos, de orientación marxista. La Unión, cuyos principios reflejaban la perspectiva revolucionaria del ala marxista de la I Internacional, se reveló como la más importante formación femenina, agrupando a más de seis mil mujeres. Se destacó no sólo por su importancia numérica, sino también por su funcionamiento muy riguroso y al mismo tiempo muy democrático. Fue capaz de guiar y organizar el profundo fermento popular entre las mujeres y fue el eslabón entre las mujeres de la ciudad y el gobierno de la Comuna. Ningún otro grupo tuvo una influencia tan extendida en toda la ciudad y tan duradera, desde su fundación hasta la caída de la Comuna en las barricadas.

La comisión ejecutiva de la Unión de Mujeres está compuesta por cuatro obreras (Nathalie Lemel, Blanche Lefèvre, Marie Leloup y Aline Jacquier) y tres mujeres sin profesión (Elisabeth Dmitrieff, Aglaé Jarry, Thérèse Colin). En la práctica, las dos grandes impulsoras de la comisión fueron Nathalie Lemel y Elisabeth Dmitrieff.

Elizaveta Loukinitcha Kouceleva nace el 1 de noviembre de 1851 en una familia noble rusa. Recibe una buena educación y habla varios idiomas. Vive en San Petersburgo, donde milita en los círculos socialistas desde muy joven, soñando con la unión de la emancipación social y de las mujeres. Se casa con el coronel Tumanovski, lo que facilita sus viajes, y en 1868 emigra a Suiza, participando en la fundación de la sección rusa de la Internacional. Delegada rusa en Londres, en 1870, frecuenta la familia de Marx y a sus colaboradores más próximos, como Engels. Marx está empeñado en aprender la lengua rusa, para conocer mejor las experiencias de la comuna rural rusa, y Elizaveta, en sus largas conversaciones, le ayuda. Elizaveta permanece tres meses en Londres, en los que participa en numerosas reuniones de la Internacional.

En marzo de 1871, tras la insurrección, Marx la envía a París para que sea la corresponsal en los acontecimientos de la Comuna, como representante del Consejo General de la Internacional. Es algo más que corresponsal, actuando bajo el seudónimo de Dmitrieff, crea la Unión de Mujeres: forma parte del comité ejecutivo de la Unión y es la ideóloga de un plan de reorganización del trabajo femenino, que solo pudo ser parcialmente desarrollado. Su acción es tan incisiva que una disposición del comité central de la organización femenina le concede la ciudadanía parisina, aguardando que la futura República le reconozca el título de ciudadana de la humanidad.

Tras luchar valientemente con armas en la llamada semana sangrienta, consigue escapar de París, refugiándo-se primero en Ginebra y volviendo luego a Rusia. En París es condenada en rebeldía a la deportación, en una prisión fortificada, por el Consejo de Guerra del 26 de octubre de 1872. En 1880 fue amnistiada. Entre 1900 y 1902 se muda para Moscú y, donde muere en 1918.

Nathalie Duval, 1827, hace sus primeros estudios en Brest, donde sus padres dirigían un café. Desde los 12 años trabaja como obrera encuadernadora. En 1845 se casa con un colega, Jérome Lemel, con quien tiene tres hijos. La familia se traslada a París en busca de nuevas oportunidades de trabajo. En la capital, Nathalie sigue trabajando como encuadernadora y participa de las huelgas que en 1864 agitaron su gremio. Forma parte del comité de huelga que exigía paridad de salarios para las mujeres y hombres; y es fichada por la policía. En 1865 se juntó a la Internacional. En 1868, después de dejar al marido, funda con otras mujeres una asociación que se ocupa de la entrada de alimentos para los más necesitados.

Durante la Comuna funda y dirige la “Unión de Mujeres para la Defensa de París y el Socorro a los Heridos”, con Elisabeth Dmitrieff. Cuando las tropas de Versalles entran en París, ella lucha en las barricadas al frente de un batallón de cerca de cincuenta mujeres, que levantan la barricada de la Place Pigalle izando sobre ella una bandera roja.

Detenida el 21 de junio de 1871, es condenada a la deportación, en una fortaleza, en Nueva Caledonia, en el Consejo de Guerra del 10 de setiembre de 1872. El 24 de agosto de 1873 embarca en el buque Virginie rumbo a su deportación, adonde llega el 14 de setiembre. Durante el trayecto, amenaza con saltar al mar si se mantiene el encierro de hombres y mujeres separados, y consigue que su encierro sea en común. Durante su prisión, su nombre aparece frecuentemente en la lista de prisioneros sujetos a sanciones, demostrando que su espíritu indomable no se doblega nunca. En las nuevas tierras se solidariza con los Kanaki, que en 1878 se revelan contra los colonizadores franceses.

Regresa a París tras la amnistía de 1880, y consigue un empleo en el periódico L’Intransigeant. Los últimos años de su vida los pasó en la pobreza y, quedándose ciega, fue acogida, en 1915, en el asilo de Ivry, donde falleció en 1921.