El primer grupo guerrillero vasco.

El primer grupo guerrillero vasco.

El primer grupo guerrillero vasco.

“El Comandante Barroso fue detenido. El resto de los guerrilleros han pasado largos años en las prisiones franquistas”.”

El mes de Octubre de 1944 no es sino el comienzo de las incursiones en España de las guerrillas, que pasarían por dos tácticas diferentes. La improvisada, anárquica y frustrada tentativa del Bidasoa, y la lenta más meditada, más preparada llegada de pequeños grupos guerrilleros camino de distintas zonas del país. Siguiendo el minucioso plan establecido después de pasar por un curso político y de táctica de la guerra de guerrillas en la famosa escuela de Toulouse, al igual que otros muchos jefes guerrilleros, crucé la frontera clandestinamente por la provincia de Gerona para llegar a Madrid vía Barcelona.

En Madrid, tras una breve entrevista con Agustín Soroa, responsable del Partido Comunista de España en esta época de clandestinidad, me dirigí a la zona que se me asignó: Bizkaia-Gipuzkoa-Santander-Picos de Europa. Han transcurrido muchos años. Hay casos en la vida que el tiempo no los borra. Cuando fijo mi memoria en aquellos hechos de los que fui organizador y protagonista, se me forma un nudo en la garganta al recordar a los camaradas que compartíamos las responsabilidades del movimiento guerrillero, y que cayeron en combate o ante los piquetes de ejecución del franquismo: MANUEL SANCHEZ, JUAN ROS, CRISTINO GARCIA, MANUEL CASTRO, JOSE VITINI, JESUS CARRERA, LUIS WALTER, ENRIQUE ALEGRE, EUSTASIO MADROÑO, RAMON VIA, ANTONIO MEDINA, JOSE MALLO, ALGEL CARRE-RO, AGUSTIN SOROA, FERMIN ISASA, JOAQUIN PUIG, SANCHEZ VIENA, ROZA, GAYOSO, SEOANE, VILLAVOY, MUÑO, PELAYO, PICHON, MESTRE, VALVERDE, ORTIZ, ORTUÑO, NAVA, PEREGRIN, MATEO OBRA, SATURNINO LOPEZ, MIÑON, y de tantos y tantos otros que hacen interminable la larga lista de los caídos en las guerrillas y en el trabajo político, testimonian la lucha enconada de los combatientes comunistas contra la dictadura franquista por los ideales de libertad y de democracia.

Me establecí en Bilbao en casa de una admirable familia de antifranquistas en espera de la llegada de los grupos guerrilleros, los “Maquis”, como aquí se les llamó, procedentes de Francia y destinados a la zona bajo mi responsabilidad. El primero de estos grupos lo componían 10 hombres y una mujer. La mayoría de ellos habían participado en la lucha contra los alemanes en Francia, salvo Chopitea, Lapeira y Marcelo Usabiaga que habían llegado fugados recientemente de España.

Durante el mes de octubre, miembros de este grupo efectuaron varias incursiones de exploración en la zona comprendida entre Yanci y Endarlaza, al objeto de buscar las mejores vías de penetración para grupos y también para que los combatientes que habían actuado sólo en Francia, se fueran habituando a recorrer España y se fueran compenetrando con los pasos de frontera para servir posteriormente de guías. En el periodo de preparación y organización del grupo hubo discusiones que reflejaban el estado de ánimo que reinaba en aquella época en algunos jefes guerrilleros que habían actuado en Francia. Sin duda alguna, éstos vivían con el espíritu un tanto triunfalista de la lucha victoriosa contra los alemanes en Francia y minimizaban los tremendos inconvenientes que planteaba la lucha contra la dictadura franquista en España. Por ejemplo, se afirmaba que los recién llegados de España no habían vivido la lucha contra los alemanes, y que estaban influenciados por las dificultades del interior de España, que no eran tantas. Que veían poco menos que fantasmas. Uno de aquellos días fue presentado un vasco que resultó ser Lecumberri. Venía de Eibar. Anteriormente había estado en el “Maquis” en Francia. Según explicaba éste había sido enviado a España no hacía mucho tiempo, y volvía con el fin de acelerar al máximo el envío de armas de todo tipo a Eibar, afirmando que en España había tal ambiente que miles de hombres esperaban la llegada de las armas para iniciar la lucha. Entre los recién llegados de España estaba Marcelo Usabiaga, que había llegado en septiembre de 1944 fugado de un destacamento penal situado en Arrona a unos 25 km de Eibar, y mostraba su escepticismo ante tales afirmaciones, agregando que tuvo que escaparse junto con otros tres camaradas porque les llegó la noticia de que la policía venía a por ellos, a causa de unos sabotajes que se efectuaron en la fábrica de cementos donde trabajaban los presos. Esta fábrica suministraba cemento a los alemanes para la construcción de su famoso muro del Atlántico.

A pesar de las discusiones, el espíritu de lucha antifascista se impuso y se llevaron adelante la preparación y la organización de la marcha. Se dedicaron unos días al aprendizaje del manejo de los explosivos, y a la acumulación de datos y contactos en el interior de España. El objetivo principal era situar una base de guerrillas en una de las zonas montañosas de Euskadi, y si esto no fuera posible, desplazarse hacia Asturias apoyándose en el destacamento guerrillero de los Picos de Europa. La organización quedó ultimada. El jefe del grupo sería Barroso, Lapeira se encargaría de los problemas de organización, y Marcelo de la agitación y de la propaganda.

Se quedó en que nada más cruzar la frontera se establecería contacto con el responsable de las guerrillas de Irún. En Hendaya se ultimaron todos los detalles del paso con el Sr. Benac, especialista en pasos de frontera en este sector. Hubo que esperar unos días a que pasase la luna para poder desembarcar en las espaldas del monte Jaizkibel, haciendo el viaje en lancha y teniendo que cruzar la barra de Fuenterrabia. La mar estaba muy mala y no parecía probable un cambio próximo. Se decidió entonces con el Sr. Benac realizar el paso por la playa de los Frailes, en la punta de la ría de Fuenterrabia. Era muy difícil la ascensión por el acantilado que existe allí. Sin esperar más tiempo se fijó el día de la partida que se efectuó en dos grupos. Se embarcó de noche. El paso, aunque difícil, se hizo sin novedad. Pero hubo una y grave, y que a la larga fue decisiva. Consistió en haberse extraviado al escalar las rocas del acantilado un cargador de metralleta Sten. Una vez en Irún el Sr. Benac dejó al grupo en un caserío a la espera de la noche siguiente. El caserío estaba situado en el barrio de Mendelu. El grupo estableció contacto con el responsable de las guerrillas de Irún quien decidió buscar un punto de apoyo en San Sebastián. Este punto de apoyo resultó insuficiente porque no se podía pasar la noche en él. Y provocó muchos inconvenientes. Esta circunstancia obligó al grupo a separarse. Tres se fueron a Bilbao y dos se quedaron en San Sebastián, en casa de la familia de unos de los guerrilleros, Regino, a la espera de las mochilas con el armamento, y también a la espera de la llegada del segundo grupo. Estando en casa de la familia de Regino, llegó el segundo grupo, y se le envió directamente a Eibar con Lecumberri a la cabeza. También se presentó el Sr. Benac para informar que el armamento estaba depositado en lugar seguro. Al día siguiente volvió el Sr. Benac para informar que la policía andaba detrás de él en Fuenterrabia y que era preciso darse mucha prisa. Que él, como medida de precaución, se volvía rápidamente a Francia y que no volvería a España en un largo periodo. Al grupo le pareció la información muy peligrosa, pero decidió no marcharse en el momento para poder esperar a Lapeira que debía de volver de Bilbao para decidir el destino de las mochilas con las armas. Volvió Lapeira a las cuatro de la tarde, y volvió a salir para realizar algunas gestiones estableciendo nueva cita a las nueve de la noche para tomar decisiones ante las noticias dadas por el Sr. Benac en relación con los pasos de la policía. Pero a las ocho de la noche, Marcelo y Regino, los dos que quedaban en casa de los familiares de Regino en San Sebastián fueron detenidos por un grupo de policías, encabezado por Melitón Manzanas. A pesar de todo lo que hicieron para abreviar los trámites, con el fin de ganar tiempo y salvar a Lapeira que tenía que llegar a las nueve de la noche, no lo pudieron evitar. Entre el cacheo, declaraciones, golpes a granel, pasó el tiempo, y poco antes de las nueve enviaron a un agente con el coche de la policía en busca de un taxi ya que todos no cabían en un sólo coche. La fatalidad fue que Lapeira fue puntualísimo. Llegó a las nueve, no viendo nada anormal en la calle subió al piso y allí lo detuvieron junto a los otros.

Más tarde el resto de los grupos fueron cayendo uno a uno. En plena calle, en Bilbao, fue localizado el jefe del grupo el Comandante Barroso con otro guerrillero. Barroso se lanzó contra los policías, para que el que iba con él consiguiera escapar, cosa que hizo, y más adelante pudo cruzar la frontera para refugiarse en Francia. El Comandante Barroso fue detenido. Un Consejo de Guerra le condenó a muerte y fue ejecutado. El resto de los guerrilleros han pasado largos años en las prisiones franquistas.

“Combates por la libertad”
Victoriano Vicuña, alias “Julio Oria”.
Comandante de guerrilleros

La memoria y los sueños.

La memoria y los sueños.

La memoria y los sueños.

“La memoria es también el depósito donde se guardan los sueños no realizados”.

En este número de Herri hemos querido hacer un recorrido por las diversas clandestinidades con las que nuestra organización, por mantenerse siempre firme en el combate, tuvo que enfrentarse a la persecución de la dictadura franquista. Retratar las distintas vivencias y formas de clandestinidad en los diferentes periodos de lucha es una forma de reconocer el sacrificio pagado, de honrarlo, en este partido que es el de los fusilados y presos, y, a la vez, pensamos que proporciona una imagen amplia, rica, compleja, de lo que es nuestra histona.

Y una de esas clandestinidades fue la de tantas mujeres que desempeñaron un papel de apoyo a sus compañeros presos. Un papel subsidiario, menor, pero esencial para su sostén, para dar a conocer al país, la existencia numerosa de presos políticos y sus condiciones de encierro, y para ayudarles en forma de recaudación de dinero entre los vecinos, las amistades, un dinero capital para la supervivencia, para poder comprar alimentos en la prisión y no morir de hambre.

Una de las mujeres que ejemplifica este sacrificio oscuro, una de tantas, fue Bittori Bárcena. Y hablar de ella, hacer una breve semblanza de esta actividad de Bittori, nos sirve para hablar de todas, con vidas entregadas, seguramente similares.
Bittori era una obrera donostiarra de la fábrica de discos Columbia, situada en el barrio del Antiguo, en aquella posguerra un barrio proletario, lleno de fábricas. Era una obrera sencilla, humilde, sin gran formación a causa del corte en su etapa escolar de la Guerra Civil, que le pilló con trece años; pero era una obrera rebelde, inconformista, con una elevada conciencia e instinto de clase, y que no callaba ante ninguna injusticia que se produjera en el taller. A pesar de ese capitalismo duro, oscuro, y cómplice con el franquismo de la posguerra, en el que era tan difícil y arriesgado levantar la voz.

Era hija de un represaliado político, por republicano y sindicalista de la UGT, que estuvo preso después de la guerra en campos de concentración, en campos de trabajo, durante un par de años; y que se convirtió tras su salida en libertad en un represaliado social; perdiendo su anterior empleo y siéndole desde entonces muy difícil encontrar un trabajo estable, malviviendo la familia con sus trabajos precarios. Así pues, en la familia, Bittori también se nutrió de ideas izquierdistas y antifranquistas.

Bittori, en su juventud, mientras trabajaba en la fábrica de discos Columbia, comenzó a frecuentar con otros chicos y chicas de su edad un grupo montañero, que realizaba excursiones los domingos, el único día libre de la semana, a los montes de la comarca. En esa cuadrilla conoció a Roberto, hermano de Marcelo Usabiaga, quien, sabedor de sus ideas contrarias al régimen franquista, le contó que tenía un hermano preso por comunista en la prisión de Burgos, condenado a una larga pena. Bittori sintió de inmediato el deseo de solidaridad hacia ese preso, y se interesó por él. Le escribió a la cárcel, el preso le respondió, y así, poco a poco, fue creciendo ese correo de la solidaridad, encendiéndose sobre él una relación superior, una relación de amor.

Bittori visitaba a Marcelo en la prisión, en viajes que eran muy costosos para ella, ir a Burgos, hospedarse allí, para ver a su preso en unas condiciones terribles como eran las de las visitas a los presos en los años 40-50. Un locutorio separado por dos verjas metálicas separadas por un metro y medio, un pasillo por el que deambulaban los policías o funcionarios. A un lado los pesos, al otro los visitantes, que gritaban sus palabras para que pudieran ser escuchadas. Con cuidado de no decir nada ilegal pues de inmediato era silenciado y reprimido por alguno del los policías. Bittori se enamoró de Marcelo y, a pesar de que éste intentó atenuar los sentimientos de ella, para que no sufriera, dado el largo tiempo que aún le restaba de condena, no lo consiguió. Bittori siguió visitándole, escribiéndole, esperándole.

Bittori no sólo le esperó, sino que se convirtió en una de esas mujeres decisivas en la vida de los resistentes recluidos, decisivas para la divulgación de las ideas antifranquistas, para el sostén material de los presos. Ella, ellas, se ocupaban de recibir los objetos artesanales que los presos políticos fabricaban en la cárcel, y realizaban pequeñas reuniones con amigas, con vecinas, para vender esos objetos y obtener dinero para los presos. Ese dinero era muy importante para que los reclusos pudieran comprar comida en el almacén de la prisión, capital para la supervivencia, porque la alimentación de la cárcel era pésima y escasa, y si no era suplementada con más comida, conducía inexorablemente a la enfermedad. Además, esas reuniones servían para dar a conocer a la gente cercana la existencia de los presos políticos, algo que el régimen pretendía esconder. Esas reuniones eran muy arriesgadas, porque, por cuestaciones para recabar dinero para los presos políticos, había gente condena-da a largas condenas en las prisiones franquistas.

A veces esos objetos de artesanía, barcos, aviones, portarretratos, cajas de música, etc, llevaban un secreto invisible, bien escondido. Se trataba de algún mensaje escrito en miniatura sobre un papelito enrollado, para la dirección del Partido Comunista, o para Radio Pirenaica. Entonces, Bittori, o la compañera de algún preso, avisada de que tal objeto llevaba el mensaje oculto, debía extraerlo y hacerlo llegar a su destino por los canales que ya conocía.

Así también realizaban una gran labor a la causa de la resistencia antifranquista, pues esos mensajes permitían conocer la real situación de los presos de Burgos, y contarla al pueblo español a través de las ondas de la mítica Pirenaica.

Es importante mirar al pasado, para conocer y no olvidar los ejemplos de nuestras militantes como Bittori; muchas veces heroicos, gentes que estuvieron a la altura de las circunstancias, que hicieron lo que había que hacer en condiciones muy difíciles, extremas, jugándose la vida, sin pedir nada a cambio; un pasado que ha conformado nuestras señas de identidad, una identidad indoblegable anticapitalista, un pasado que constituye nuestro ADN, donde arraigan nuestras raíces.

Pero mirar atrás, a nuestra memoria, recordarla, no es sólo un ejercicio de pasado. Ni siquiera porque lo hagamos para tomar ejemplo e impulso para la lucha en nuestros héroes y heroínas. No es un ejercicio de pasado muerto, porque la memoria no es solamente un contenedor de lo sucedido, del pasado ya consumido, de lo ya vivido y acabado; sino que la memoria es también el depósito donde se guardan los sueños no realizados, los sueños que nuestros predecesores persiguieron y no consiguieron alcanzar.

Y esos sueños por conseguir siguen llamando a nuestra puerta para ser realizados, como una deuda pendiente. Siguen vivos. Así que la memoria también está cargada del porvenir para esos sueños.

Miguel Usabiaga: Arquitecto – Escritor
Director de Herri

La vida secreta

La vida secreta

La vida secreta.

“Manuel Amblard” preso político y compañero de Jesús Carrera en la cárcel de Alcalá.”

Manuel Amblard, fue un preso condenado a muerte, que compartió cautiverio con Jesús Carrera en la prisión de Alcalá. En el diario que escribió en secreto en la cárcel, ofrece un testimonio muy valioso de cómo era la vida en la clandestinidad, con sus riesgos, miedos, dificultades, miserias.

21 DE DICIEMBRE

Algunas mañanas me despertaba el rumor acompasado de soldados marchando en formación. Iban precedidos de la banda de trompetas y de gastadores que braceaban gallardamente. Cuando no, pasaban en camiones cantando a voz en grito. Yo, un fuera de la ley, presenciaba desde la ventana el aparatoso desfile escudado en mi insignificancia de insecto. También veía detenerse a los coches de la policía y bajar de ellos a los agentes, inconfundibles, para preguntar a un transeúnte o portera, antes de subir a registrar algún piso. Esto no me alarmaba demasiado, pues en la vecindad, en la casa, y hasta en el piso donde estaba, nadie, salvo dos personas, tenía noticia de mi existencia. Era un fantasma nada más.

22 DE DICIEMBRE

Cuando a los dos meses me lancé a la calle, solía salir a las seis de la mañana. Las escaleras estaban desiertas, con los cubos de la basura en las puertas de los pisos. Sólo una vez me tropecé con un basurero. El portal no estaba abierto aún. Ya fuera, en la calle, recobraba mi corporeidad.
Los primeros días me sentí como un torero que pisa el ruedo, dispuesto a jugarme la vida a cuerpo limpio. Escrutaba el rostro de los transeúntes disimuladamente y no podía evitar cierto recelo al pasar junto a los policías uniformados y con tercerola, que podían pedirme la documentación. Luego me fui acostumbrando, aunque siempre llevaba a punto la réplica y la coartada; era un transeúnte que iba de mañana a tomar el tren, o simplemente el metro, aunque nunca lo tomé por parecerme una ratonera. Me cruzaba con obreros que se dirigían al trabajo, llevando en un pañolito la tartera del almuerzo. Descubrí los bares que abrían más temprano y a qué hora exacta salían los periódicos a la calle. Me detenía a contemplar los escaparates de las librerías y los anuncios de los cines hasta en las vías más céntricas y con entera tranquilidad, pues llegué a saber que la policía secreta no madruga.

Al crecer la mañana, mi refugio habitual era El Retiro, que acabé conociendo en todos sus aspectos y en varias estaciones del año, hasta llegar a familiarizarme con sus parajes más recónditos, sólo frecuentados por solitarios y parejas. Aquellos que quedaban más alejados de los altavoces del estanque, de los monumentos pretenciosos y de los kioscos de refrescos.

Por las mañanas, los árboles se destacaban negros en la neblina, y, entre el boscaje, se filtraban rayos aislados de sol, oblicuos e inmóviles en el aire, como los que caen de las altas vidrieras de los templos. Tordos, criados en la impunidad, volaban pesadamente o corrían por la hierba.

Una de aquellas mañanas apacibles y soleadas, detuvieron allí a un perseguido. Leía un libro sentado en un banco y tenía el aspecto plácido y preocupado de un intelectual, pero se defendió a tiros. En nada pude auxiliarle; la zona en torno de él estaba totalmente acordonada por la policía, y los agentes de la social se disfrazaron con el pintoresco uniforme de los guardas de El Retiro. ¿Quién iba a sospechar de aquellos funcionarios municipales con aspecto de bandidos de opereta? Hubo tiros y sangre. Los pájaros huyeron con estrépito de ala y pico, definiendo el suceso como agresión contra su pueblo y violación del pacto. Los paseantes se dispersaron también. Pero el tiempo acabó convirtiendo la tragedia en incidente; la sangre del camino se borra con el pie. Hubo nuevos trinos y otros paseantes, que nunca supieron de aquel suceso, cruzaron por allí: sirvientas con criaturas, damas ancianas, parejas de novios, señoras con perros, solitarios. Y otro joven como aquél volvió a sentarse en el mismo banco con un libro. Acaso con otra pistola.

Sin embargo las horas más interesantes de El Retiro no son las de la mañana o las del crepúsculo, sino las del mediodía o más bien a eso de las dos o las tres de la tarde, cuando la ciudad come o está haciendo la digestión, y en el parque quedan sólo los especímenes más raros, como en las playas los restos de la resaca al retirarse la marea. Hombres que caminan leyendo libros en voz alta o que recitan; mujeres desoladas que se reclinan en los bancos de piedra con actitudes de Niobe; amantes adolescentes que se han olvidado de la hora de comer, embelesados en grabar iniciales enlazadas en los troncos de los árboles; todos antena para el paso de la nube y de las estaciones, pero insensibles al tatuaje; mendigos y gentes sin hogar que despachan su pitanza en un banco.

En una de aquellas ocasiones, cuando hacía yo también allí mi comida, para evitar los restaurantes, y estaba engullendo un bocado a hurtadillas, se me acercó otro fugitivo. Salió de entre las hojas de los helechos y las hierbas vecinas de un gran tronco; asomó primero la cabeza y me observó un buen rato. Mi inmovilidad debió inspirarle confianza, pues, con movimientos rápidos y mecánicos, se plantó al borde del sendero. Desde allí sus ojillos de azabache me observaron nuevamente. Por fin se acercó más, y sentado en sus patas traseras, atusó con las otras los cortos bigotes. Luego, de un brinco, el ratoncillo campestre quedó en medio del sendero, casi tocándome el pie. Creí que venía atraído por las migas de pan y las partículas de nuez caídas por el suelo. Pero optó por una raicilla, que no parecía tener ningún valor alimenticio. Asiéndola con ambas manos, la royó de arriba abajo, como quien toca un flautín, mientras su rabo, inverosímilmente largo, dibujaba el signo de un látigo en el suelo. Estaba ya tocando mis pies cuando una ráfaga de aire agitó el periódico que, a guisa de mantel, tenía yo sobre las rodillas. El fugitivo se puso a salvo entre el bosque, dando un salto de resorte, fue todo tan súbito, que apenas alcancé a ver por los aires su rabo y lo blanco el trasero.
En otro de estos parajes poco frecuentados de El Retiro presencié también, o mejor dicho, entreví, otro suceso cuyo sentido tardé horas en descifrar. Ocurrió al otro lado de un alto seto, tras el que yo estaba sentado, entre losas de bancos desmontados y materiales de albañilería heterogéneos. Era junto a la casa de fieras.
Dos obreros, que traían un carretillo de mano, se detuvieron a echar un cigarrillo y a charlar. O más bien a discutir. Uno de ellos dijo que no estaba dispuesto a hacer algo que les habían mandado. El otro, aunque lamentaba tener que hacerlo, decía que, de negarse, don Cecilio, el jardinero mayor, les echaría.
-Oye –exclamó el primero-, ¿has visto Blanca Nieves, esa película de dibujos del Monumental?
Después hubo risas y cuchicheos, con miradas de reojo en derredor. Acto seguido los dos obreros salieron de mi campo visual, para volver a él con un pico y una pala. Cavaron precipitadamente un hoyo y miraron en torno otra vez. A continuación desenvolvieron lo que traían entre sacos. Era una cabeza de piedra. El cuello mellado hacía suponer que fue arrancada de algún busto o estatua. Creí reconocerla. Esta cabeza vio sin duda desfilar ante ella multitudes con el puño crispado, entre tremolar de banderas. Pero ahora estaba allí, en tierra, mutilada, mirando ciegamente al cielo. Echaron otra mirada en torno y con cuidado, casi reverentemente, depositaron la cabeza en el hoyo abierto y la cubrieron de tierra. A continuación hicieron algo que me pareció sin sentido. Cogieron un pedrusco, lo posaron en el suelo, y arremetieron contra él furiosamente, destrozándolo con sus largos martillos de picapedrero. Quedó hecho trizas entre risas, chirigotas y jadeos. Luego, arrojaron los fragmentos en el carretillo y se fueron. Era ya de noche cuando dejé El Retiro. Estuve hablando unos momentos con Jesús Carrera* y me olvidé del incidente por completo. Pero al salir por la Puerta de Alcalá, me vino a la memoria la alusión a Blanca Nieves y todo se hizo claro. La madrastra —don Cecilio, el jardinero mayor—, mandó al cazador que le llevara el corazón de la niña; pero le llevó el de un cervatillo, un pedrusco cualquiera.
Jesús Carrera llegaba siempre de prisa y se iba de prisa también. Era de una cordialidad contagiosa. Con el cuello de la gabardina levantado un poco, iba y venía, recorriendo distancias incalculables casi siempre a pie, pues daba la impresión de tener poco dinero. Mas ésta y otras faltas las suplía con entusiasmo. Ahora está en una celda próxima a la mía.

23 DE DICIEMBRE

Mañana hará exactamente un año, el día de Nochebuena, a última hora de la tarde, me avisaron que la policía había descubierto mi escondrijo y venía a detenerme. Tuve que abandonarlo precipitadamente. Ya en la calle deambulé desorientado. Era la hora en que las gentes rezagadas acuden a hacer las compras de última hora para la cena tradicional. No sabía qué hacer ni a dónde ir. Tenía dinero, pero no una documentación presentable, y ésta era imprescindible para alojarse en algún hotel. Además tampoco tenía equipaje. Por otra parte, en una noche como aquella, no podía irrumpir en un hogar amigo, llevando la tragedia con mi presencia. A eso de las ocho la animación de las calles aumentó. Las confiterías, las tiendas de comestibles y de bebidas estaban abarrotadas. Pero los restaurantes, salvo algunos muy caros, donde se reservaban mesas para el cotillón, estaban cerrados y vacíos. La Nochebuena es una fiesta familiar, hogareña. Poco a poco toda la ciudad fue quedando desierta y casi a oscuras. Los cines, los teatros, dancings y cabarets, incluso las tabernas, fueron cerrando. Los comercios al fin bajaron sus persianas también y de milagro encontré una casa de comidas abierta en el Ave María.
Tuve que agacharme para pasar bajo la cortina metálica, a medio correr. El patrono me recibió con mirada hostil. Pero acaso por compasión o por el hábito de complacer, accedió a servirme. Dentro había sólo otros dos clientes.

Uno era un anciano en harapos que, mientras la patrona en la trastienda preparaba la solemne cena tradicional para la familia, me contó que se había escapado de un asilo, donde le mataban de hambre y que se dedicaba a buscar en las basuras. No en las recientes, sino en otras ya exploradas y explotadas por los concesionarios. Se lamentó de su soledad en aquella noche, diciendo pestes de los ricos y de la beneficencia pública. El segundo cliente hizo a su vez el relato de sus desdichas, pero con mayor aire de protesta. Los dos hijos que le quedaban, pues al tercero lo fusilaron, y su mujer estaban exiliados en Francia. A él no le dejaban salir de España, de modo que su hogar quedó cortado en dos por la frontera. Con el propósito de alejar la nostalgia familiar, pidió otra botella, el vino le desató la lengua y maldijo del régimen y de la caridad cristiana.

Me había llegado el turno; debía referir mi drama. Pero opté por callar y ese silencio me hizo sospechoso. Así que, como habían comido, se marcharon. El patrón vino a pedirme por segunda vez que me fuera, y su mujer salió a la puerta de la cocina, batiendo la mayonesa, para decirme con mal talante que acabara de una vez.
En la puerta los tres sin hogar volvimos a encontrarnos; pero cada cual tiró por su lado.
Eran más de las once y la ciudad estaba semidesierta, reconcentrada en sí misma, dentro de las casas. Sólo rondaban por las calles algunos mozalbetes que tañían zampoñas y cantaban a grito pelado. Ni metro ni tranvías, ni taxis. Sólo vi coches particulares a la puerta de una iglesia, fuertemente iluminada, y grupos de gentes distinguidas que entraban a la misa de medianoche. ¡La misa de gallo! ¡Calor de luces, de humanidad, villancicos! Cuando iba a entrar me di cuenta de que era una pequeña iglesia aristocrática, de gentes elegantes que todas se conocían, donde iba a llamar la atención.

A las dos de la mañana tuve una idea. Ir a la telefónica y pedir una conferencia. Sentado en el cómodo diván, esperaría hasta que amaneciera. Pero, ¿con quién iba a hablar? O mejor dicho, ¿con quién no iba a hablar? Entre todos los pueblos y ciudades de España, opté por Cuenca, capital que, para los que no tenemos en ella ni intereses ni afectos resulta casi inverosímil. Di un número al azar. La telefonista de guardia había estado de fiesta; llevaba un ramito en el pecho y tenía los ojos tiernos.
Prometió avisarme y me dispuse a dormir un rato tras las gafas y bajo el ala del sombrero, en el rincón más discreto.
Debía llevar un buen rato durmiendo cuando un ordenanza me despertó:
—¿Es usted el señor de Cuenca? — lo negué rotundamente, dispuesto a reanudar el sueño. Pero él insistió: —Tiene que ser usted, no hay nadie más esperando.
Acabé por admitirlo y espabilarme. Encerrado en una cabina, mantuve un diálogo absurdo, entrecortado con “oigas”. “¿Es el número ciento y pico? “ “No, es el doscientos y tantos”. “¿La casa del señor tal?” “No, habla con la casa del señor cual”. “Perdone, se ha equivocado la señorita”.
Cuando iba a cortar, me llegó por el alambre el ruido de la fiesta en casa del señor cual; las zampoñas y los panderos de Cuenca.
El reloj redondo de la pared marcaba las cuatro y media cuando me lancé a la calle. La ciudad seguía reconcentrada en sí misma, adormilada con la digestión de la Nochebuena o roncando con ronquido de zampoña.

* Jesús Carrera Olascoaga, hondarribitarra, exiliado en Francia tras la guerra, fue enviado por el Partido Comunista de España como su máximo responsable del interior, para cerrar las diferencias de autoridad entre clandestinidad interior y exilio, y dirigir todo el aparato de propaganda. Detenido el 15 de marzo de 1943, es torturado salvajemente durante cinco meses, un día tras otro en la DGS de la Puerta del Sol en Madrid, y no es llevado a la cárcel de Porlier hasta el 18 de agosto, donde continúa aislado durante tres meses más. El primer interrogatorio del juez se produce el 2 de noviembre de 1943, hasta entones todo han sido torturas y más torturas. Como consecuencia de ellas queda en silla de ruedas. Poco a poco comienza a moverse, pero una pierna le queda permanentemente inútil. Condenado a muerte, es ejecutado en Alcalá de Henares el 16 de enero de 1945.

 

 

Enrique Ruano, estudiante antifranquista, luchador  que dio su vida por la Libertad y la democracia.

Enrique Ruano, estudiante antifranquista, luchador que dio su vida por la Libertad y la democracia.

Enrique Ruano, estudiante antifranquista, luchador que dio su vida por la Libertad y la democracia.

“Por Margot Ruano, hermana de Enrique, para Herri. 12 abril 2021”

Debo decir que el escribir éstas líneas me causa un profundo sentimiento de una larga ausencia y de tristeza por tener que escribirlas, porque nunca tenían que haberse escrito, porque la muerte de Enrique es la expresión última de la injusticia, de la violencia criminal gratuita e impune para sus autores materiales, y de quienes la justificaron, cubrieron, falsearon o mintieron a la hora de informar sobre ella, y en las páginas de imprenta de los diarios de 1969 intentaron desacreditar su vida y en el colmo de la vileza, arrastrar su honor, para justificar su suicidio, puesto que no podían hablar de un asesinato político porque vivíamos en dictadura.
Las muertes por ideas políticas son absolutamente rechazables, la de Enrique Ruano fue cruel e incomprensible, solo justificable en el contexto de la dictadura franquista.

El asesinato de Enrique el 20 de enero de 1969, dejó una huella que nunca podrán borrar, y su memoria, el testimonio de su sacrificio por la democracia, quedó anclado para siempre en la memoria de una gran generación de universitarios y demócratas, convirtién-dose en un símbolo de la lucha por la libertad, porque quienes le arrebataron la vida, sólo consiguieron convertirle en un ejemplo para las futuras generaciones de luchadores por la democracia.

No hay palabras que pudieran mitigar el dolor y el sufrimiento de sus padres y hermanas, así como de su compañera Lola González Ruiz; esta muerte nos afectó, muchas veces sin entender nada, y mi padre murió a consecuencia del “dolor infinito por la muerte incomprensible e inasumible de su hijo Enrique”, 6 años más tarde, en 1975. Mi madre me dijo “no se muere de pena ni de tristeza por la muerte de un hijo” y luchó por sus 2 hijas hasta el 2002 en que falleció.

1
Quiero destacar en este artículo las palabras de Álvaro Gil Robles, Profesor de Derecho de la UCM y muy amigo de Enrique:
“Discutíamos sobre literatura, marxismo, el movimiento universitario, la resistencia al franquismo y la necesidad de llegar a establecer en España una verdadera democracia, era un verdadero demócrata, un intelectual por formación y creía en la necesidad de un compromiso activo para alcanzar un día el fin de la dictadura. Realizaba un análisis marxista, pertenecía al FELIPE, (Frente de Liberación Popular,) pero jamás le escuché sobre el pasar de la resistencia y la acción pacífica contra la dictadura, al uso de violencia alguna”.
Enrique no murió por algo estéril o vano, murió y luchó por construir un futuro en paz y libertad, es como una vieja canción revolucionaria, su canción, nuestra canción y mañana la seguiremos cantando junto a Enrique, porque jamás silenciarán su voz….
Enrique fue siempre un auténtico corredor de fondo, luchó por sus grandes pasiones, amó la libertad, la política y la vida hasta el final, la lectura, el cine… era generoso, solidario, compañero, amigo de sus amigos, fue ante todo persona, “un gran ser humano”, coherente y fiel a su ideología, le gustaba debatir, participar, compartir y aprender siempre, y todo ello iba constituyendo su bagaje político, social y humano.
Enrique tenía una gran ansiedad que compartía con todos nosotros, ese hacer las cosas muy deprisa, como “si el tiempo le fuera a arrebatar su propio tiempo”, su búsqueda, su curiosidad y su capacidad para vivir la vida y llegar a amarla.
Enrique hablaba de la Vida, no de la muerte, apostó por la vida, por esa pequeña cuota de felicidad que tenemos permitida, y lo arriesgó “todo”, pagando un alto precio, su propia vida, y se la arrebataron, pero a pesar de ello, venció día a día, sin límites en su entrega, venció en su batalla final porque no pudieron silenciar su voz, siendo fiel a sus proyectos y quizá a sus sueños.

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Enrique luchó para que las generaciones futuras nacieran en libertad y democracia. Ya sabemos que no vivieron estos hechos, y que muchos de ellos los desconocen, porque no habían nacido, pero deben aprender y llegar a conocer esta parte de la historia de nuestro País, y ser conscientes de lo que hemos vivido y luchado. Estos jóvenes han nacido en democracia (fecha clave: 20 de noviembre de 1975, muerte de Franco), y no les ha costado conquistar la Libertad, como a nosotros, la generación anterior. El peligro radica en que no sean conscientes de estos años de la historia de nuestro País, de su País, y no lleguen a valorarlo, pero yo tengo la esperanza de que luchen por una Sociedad y un futuro mejor, lleno de paz y libertad.

Fueron tiempos de “lucha y esperanza”, como escribió Manuel Garí, gran amigo de Enrique y compañero político del F.L.P. y asimismo, finalizó una de sus intervenciones políticas con “unos versos de Luis Llach, de hace años,

Campanadas a media noche.
Asesinos de razones, de vidas,
Nunca tengáis reposo a lo largo de vuestros días,
Y que en la muerte, os persigan vuestras memorias.

Enrique sabía que los tiempos estaban cambiando, como cantó Bob Dylan en aquella década de los años 60, y que lo firme hoy, no sería firme mañana, como nos dejó escrito en su Loa a la dialéctica “Bertolt Brecht”.
Los estudiantes en 1969, creíamos poder cambiar el curso de la historia, al igual que los universitarios franceses en Mayo del 68 ante las barricadas en la Sorbonne, en Paris, aunque en ambos países, las luchas tuvieron trágicos resultados, pero para Europa fue un año decisivo y asimismo para los estudiantes de nuestro País, y esta lucha política quedó profundamente arraigada en Enrique y Lola.

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La historia de la vida de Enrique estaría inacabada si no escribiéramos en estas líneas, del gran amor de Enrique y Lola. Viví este amor entre Enrique y Lola, en aquellos duros y sombríos tiempos, en esos años de Facultad, 1967, 1968 y 1969.
Sé que se amaron y este fue el amor más importante de sus vidas, amor que se prolonga hasta su detención el 17 de enero de 1969, en el que fueron conducidos a la Puerta del Sol, sede de la brigada político social (BPS), siendo sometidos durante 3 días a numerosos interrogatorios por dicha brigada, y Enrique fue llevado a un piso en la c/General Mola 60, hoy Príncipe de Vergara de Madrid, para efectuar un Registro en dicho piso y cuando descendía por las escaleras interiores de dicha Dirección General de Seguridad, Enrique se encontró con mi madre y le dijo “yo estoy bien pero cuidad mucho a Lola” y bajo la cazadora de Enrique, colgada en una pared vacía y fría de la celda que había ocupado Enrique, estaba escrita la palabra “Lola”, quizá como última palabra de expresión de amor hacia ella.

Una hora más tarde, Enrique Ruano era asesinado por la brigada político social, policía del régimen franquista, arrojándole por el patio interior desde el 7º piso, de dicha vivienda, habiéndole disparado con anterioridad durante el registro negativo efectuado, como describe el Fallo de la Sentencia de 19 de julio de 1996 de la Audiencia Provincial, Juzgado de Instrucción nº 5 de Madrid, Sumario 6/69 (emitiendo un Voto Particular, en que se habla de la “bala” inserta en el cuerpo de Enrique, que no constó en la autopsia falseada de 1969) , y sí consta cuando se efectúa una nueva autopsia, reabierto el Sumario, en democracia, el 20 de enero de 1989. No hay palabras para muertes tan crueles como injustas.
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La vida de Lola, transcurre entre sus “dos grandes amores”, Enrique Ruano, asesinado el 20 de enero de 1969, y Javier Sauquillo, Abogado Laboralista, casado con ella, asesinado el 24 de enero de 1977 en los Asesinatos de los Abogados Laboralistas de Atocha, en Madrid, donde Lola vio morir a Javier y a sus compañeros, quedando ella gravemente herida, y no recuperándose durante toda su vida, la cual llevó con una dignidad íntegra y en silencio, pero como escribió Pedro Altares “jamás doblegarán la voluntad de Lola”, fue una gran luchadora política por la libertad y la democracia, hasta su muerte.

Como veréis, todos los “Hechos o Asesinatos” transcurren durante el mes de Enero, el 20 de enero de 1969 Asesinato de Enrique Ruano, el 24 de enero de 1977 Asesinatos de Atocha, donde muere Javier Sauquillo y 4 compañeros de despacho, y hoy, 42 años más tarde, como si hubieran quedado “balas retardadas en la recámara” en las pistolas de los asesinos, como escribió su amigo y periodista José María Calleja, muere Lola González Ruiz, el 27 de enero de 2015, de un cáncer de pulmón
A “Finales de Enero”, de Javier Padilla, nos habla de un Enero helador marcado por estos hechos desgarradores, nos habla de una gran historia, tres vidas truncadas y una tragedia, dos de ellos asesinados muy jóvenes, Enrique y Javier, nos habla de un tiempo en la historia de nuestro País, y de una prensa amordazada por la dictadura, de Lola anclada en el pasado y la muerte, nos habla de los que no tuvieron voz y hoy no viven, y del miedo al olvido y de la Transición.

Uxue A. Educadora social en una residencia.

Uxue A. Educadora social en una residencia.

Uxue A. Educadora social en una residencia.

“Reproducción de la entrevista realizada por la revista de la Juventud Comunista “Agitación” a Uxue A, educadora social en una residencia de Iruña.”

La asistencia y cuidado a los mayores es un sector conocido por su alta privatización y consecuente precarización. En Nafarroa esta situación no es diferente, ya que casi la mitad de las plazas residenciales que se ofertan (un 46’7% en 2018) se encuentran gestionadas por empresas privadas. Un sector del ámbito de los cuidados, tradicionalmente asociado a la esfera del hogar y totalmente feminizado e invisibilizado, que no por casualidad sufre de condiciones laborales que distan mucho de ser dignas.
Hablamos con Uxue, educadora social que trabaja en una residencia privada para la asistencia a personas mayores desde hace unos meses, como cuidadora gerontológica.

Si hay algo que caracteriza a las crisis sanitarias es la histeria y la desinformación. ¿Cómo se ha estado gestionando esto desde las instituciones de la Comunidad Foral a la hora de dar directrices y de establecer protocolos que protejan tanto a pacientes como al personal de las residencias?

Los problemas a la hora de la comunicación y el establecimiento de directrices es la desconexión de las instituciones sanitarias con las trabajadoras de las residencias, ya que la mayoría son privadas y que si por algo se caracterizan son por sus pésimas condiciones laborales (aprovechándose de un trabajo no profesionalizado, invisibilizado y feminizado), la supeditación del cuidado a el interés económico y en este momento, en dónde centran las prioridades estos centros a la hora de aplicar las medidas preventivas. En definitiva, es la externalización de los servicios de cuidados una de las principales problemáticas, si no la más importante, que existe en este sentido.
La máxima de los centros ha sido mantener el número de usuarios intacto, la reducción de ciertos servicios externos de la residencia debido a las normas de acceso y salida, y que responden en primera instancia a garantizar los beneficios por encima de cualquier otro aspecto. En este sentido hemos sido las propias trabajadoras las que hemos tenido que aterrizar los protocolos generales de prevención (tanto de usuarios, como de trabajadoras), ya que la residencia no contaba ni siquiera con protocolos mínimos de seguridad en materia de prevención de riesgos y la planificación de la gestión de la crisis que había realizado era cuanto menos, insuficiente.
Esto ha implicado grandes problemáticas, por una parte, la sobrecarga de trabajo al tener que establecer los protocolos de prevención de contagio, que no es labor de la plantilla sino de la empresa. Y por otra, porque las trabajadoras no tenemos la formación suficiente en Prevención de Riesgos Laborales y una deficiente o mala aplicación de ciertas medidas podría haber supuesto un problema de salud pública, de la que por supuesto, nos habríamos responsabilizado nosotras ya que la empresa no ha querido garantizar las condiciones de seguridad necesarias.

¿Cómo consideras que es la situación respecto a las condiciones de seguridad?

Una de las mayores problemáticas es que la plantilla de cuidadoras gerontológicas está exclusivamente formada por mujeres. Debido a la precarización e invisibilización del sector, no gozamos de condiciones de seguridad, pero en general tampoco de unas condiciones laborales dignas.
Más allá de las problemáticas derivadas de la aplicación de protocolos de seguridad y Equipos de Protección Individual se sigue observando en la gestión del centro una cierta pasividad a la hora de reflexionar sobre la seguridad del centro ante un problema de salud pública. Se nos han garantizado los EPI adecuados, pero a base, primero de planificarlos nosotras y segundo, presionando continuamente a la empresa para que hiciese una planificación en torno al abastecimiento.
Hemos tenido turnos en los que a mitad de jornada nos hemos quedado sin material suficiente para continuar desarrollando nuestro trabajo, y muchas veces nos hemos tenido que exponer al contagio, ya que no podíamos dejar, por ejemplo, a usuarios sin satisfacer necesidades básicas como la higiene. Este tipo de situaciones nos lleva directamente a la necesidad de poner en el espacio público la centralidad de la vida como un asunto prioritario. La calidad de vida de nuestras mayores por una parte, y la nuestra como trabajadoras tienen que ser el centro de la acción del servicio de una residencia.

Hablando de derechos laborales, ¿Cómo ha repercutido la situación del COVID-19 en la carga de trabajo del personal sanitario? ¿Cómo lo está gestionando la empresa para la que trabajas?

Cuando se inició el estado de alarma y la residencia decidió cerrar al exterior las instalaciones, la empresa también dio de baja a las compañeras de la plantilla que formaban parte de la población de riesgo, lo que supuso disminuir la plantilla de cuidadoras gerontológicas casi a la mitad. A priori esto fue una decisión compartida, ya que garantizaba la seguridad de aquellas trabajadoras sensibles y desde las instituciones se flexibilizó la contratación para el sector sociosanitario.
Sin embargo, dicha flexibilización se priorizó exclusivamente durante las primeras semanas a la sanidad pública, lo que provocó que la plantilla que quedamos tras las bajas tuviera que asumir ese trabajo. Las trabajadoras sociosanitarias, una vez más, somos las grandes olvidadas. Esto se tradujo en la imposición de horas extra de fuerza mayor y distribución irregular de las jornadas laborales, llegando a tener, por ejemplo, jornadas de 12 horas repartidas en horarios de mañana, tarde y noche (entrar de 06:00 a 14:00 y 16:00 a 20:00 y múltiples variantes).

A esta sobrecarga de trabajo se sumaba al aumento de ratios por cuidadora y una disminución absoluta de la calidad de atención al cuidado de las personas mayores que se encuentran en la residencia. La salud laboral de las plantillas se ha visto enormemente afectada, tanto física como psicológicamente.
Las excesivas jornadas y su irregularidad no solo han provocado problemas de fatiga y agotamiento, así como problemas articulares debido al tipo de trabajo que se realiza, sino que el uso de las propias EPI de forma tan continuada también ha provocado problemas de salud. La coyuntura de crisis sanitaria, los contagios dentro de la residencia y el miedo que ha provocado dicha situación, la formación insuficiente ante un riesgo biológico de estas características, la falta de atención psicológica, la incompatibilidad de conciliación fuera de la jornada laboral, lidiar con situaciones altamente traumáticas (muertes de usuarios, la repercusión de la crisis en la salud mental de los usuarios y el efecto sobre nuestro trabajo, etc.)… se ha traducido en la aparición de problemas psicológicos como altas tasas de ansiedad, e incluso depresión, dentro de la plantilla.
La gestión del centro no ha existido, se ampara continuamente en el estado de alarma para justificar que la salud de la plantilla mejorará cuando se recupere la normalidad, en vez de poner a nuestra disposición, por ejemplo, un servicio de atención psicológica. Pero con esta justificación se ahorra la necesidad de aplicar medidas y dedicar recursos económicos a que se garantice la salud de la plantilla.

¿Qué experiencias de organización entre las trabajadoras se han dado en tu centro de trabajo? ¿Crees que se dan las condiciones para que se pueda organizar a la plantilla en vuestro centro?

La primera semana de estado de alarma unas cuantas trabajadoras nos juntamos al finalizar un turno para hablar sobre cómo estaba la situación en la residencia, aunque no teníamos como objetivo conformarla como un espacio de organización. Todas estábamos preocupadas por la responsabilidad que recaía en nuestros hombros, y la incertidumbre con la que trabajábamos. Decidimos que, si la empresa no iba a garantizar nuestra seguridad, debíamos hacerlo nosotras. Y ahí empezó todo y a pesar de la situación de miedo e incertidumbre en las que nos vemos inmersas a día de hoy, hemos decidido que la organización debe tener carácter permanente.

La garantía de que la asamblea continúe después del cese del estado de alarma pasa necesariamente por los cuidados, uno de los objetivos principales de las asambleas, después de cohesionarnos para hacer frente a las negligencias de nuestro centro. El aliento que suponía la unidad de la plantilla fue la que permitió, en mayor medida, que pudiéramos analizar que la situación que estábamos viviendo nada tenía que ver con la crisis sanitaria sino con nuestra posición como mujeres y sobre todo como clase trabajadora. Y es que, en realidad, nuestro sector siempre ha tenido unas condiciones laborales pésimas.

La organización no ha cesado en ningún momento, manteniendo reuniones periódicas y realizando interlocuciones con la empresa para llegar a acuerdos, sobre todo en materia preventiva y de salud, ya que son las cuestiones más prioritarias actualmente. A pesar de la sobrecarga de trabajo que supone la organización y la situación que estamos viviendo, los cuidados y el apoyo entre la plantilla son el oxígeno necesario para no cesar en nuestra propia escalada de organización, que tenemos muy claro que seguirá creciendo poco a poco.