La Protesta de los lunes

La Protesta de los lunes

La Protesta de los lunes

El escenario electoral, la derrota de Trump, el asalto al Capitolio, la esperanza en Biden, ha situado a los EEUU en el foco de la actualidad. Vladimir Merino nos recuerda la otra historia de ese país lleno de contradicciones. Una historia de racismo que está aún presente cada día en sus calles.

Recordará el lector que en el número 11 de ERRI, escribía sobre trece hermosas flores; rosas para más seña. Flores que sin ser de invernadero, superaron con creces la muralla del tiempo, el cerco del olvido. Y así debe ser.

En este número, sin duda porque lo merece, una nueva flor, también, y qué coincidencia, rosa al igual que las anteriores, ocupa mi atención. Un 1 de diciembre marcaría el origen de un cambio histórico allí donde Rosa (ahora con mayúscula) vivía, o mejor, sobrevivía.
Pero no adelantemos acontecimientos, situemos primero el contexto y hagámoslo en primera persona:
—Me llamo Rosa Louise McMCauley Parks, para los amigos dejémoslo en Rosa Parks —más corto, más sencillo—. Mi lugar de nacimiento, Alabama, EE.UU., un 4 de febrero de 1913, y claro, no será difícil imaginar que mi fallecimiento también tiene fecha establecida. Con el corazón ya cansado, me retiré de este mundo nada menos que con noventa y dos años, un 24 de octubre de este nuevo siglo, en el año 2005, en la ciudad de Detroit. Como veis, no hace tanto.

Yo trabajaba de costurera en unos grandes almacenes de Montgomery. Para salvar la distancia con mi domicilio de varios kilómetros, el autobús de línea era mi medio de desplazamiento, también el de muchos y muchas trabajadoras como yo. Todos los días, para ir y para regresar, todos los días el autobús amarillo. Éste, no era un medio de transporte cualquiera, no al menos en cuanto a las reglas de uso marcadas por la compañía. Por una razón que enseguida referiré, por la puerta delantera, junto al chofer, ascendía, abonaba mi billete y, de inmediato, estaba obligada a descender e incorporarme al autobús por la puerta trasera. Además, esta operación era de necesidad realizarla con premura, de lo contrario —y en alguna ocasión me ocurrió—, por las prisas o porque el conductor era un mal nacido, en el tránsito, el vehículo arrancaba dejándome en tierra. No fui yo por entonces la única víctima de semejante desaforo.

En el interior, los asientos… ¡Ay, los asientos!, que tampoco eran cualquier cosa. Las primeras filas para los blancos, las últimas para el resto, que además éramos aproximadamente el 75% de usuarios (negros, mestizos, amarillos, colorados…). En medio, una amplia fila indeterminada para uso aleatorio, eso claro, siempre que un «blanquito» dispusiera de asiento. En caso contrario, la persona de color —o sea yo—, por ley, estaba obligada a cederlo realizando el trayecto de pie o cuando menos…, a la trasera del autobús amarillo. Esto, en mis desplazamientos diarios, ocurría a menudo. Ocurría hasta que un buen día, un uno de diciembre de 1955 me dije para mí ¡Hasta aquí hemos llegado! Y se armó el lío, el alboroto.

Sucedía que ese día todos los asientos estaban ocupados. En una parada intermedia vi ascender a un joven blanco. Junto a mí, de pie, sujeto a la barra superior y en silencio, se limitaba a mirar por las ventanillas del autobús amarillo. Yo, también mirando hacia el exterior pero con el rabillo del ojo a la espera de acontecimientos, observaba al joven. El muchacho, indiferente a las reglas al uso, probablemente ensimismado en sus quehaceres, nada reivindicaba, nada exigía. Todo silencio, total tranquilidad hasta que…, todos los presentes, a través del espejo retrovisor pudimos observar cómo se retorcía el colmillo del chofer. Tiempo le faltó al muy legalista y autoritario empleado de la Compañía para, en el primer arcén detener el autobús exigiendo de inmediato que cediera mi asiento. Las piernas me temblaban, aún así…
¡Señor, señor! ¿Quién me iba a decir la que se organizó por tan poca cosa? ¿Dónde estaba escrito que mi negativa a ceder el asiento a un joven que ni siquiera lo había reclamado, sería el trampolín hacia una nueva y esperanzadora etapa para ese 75% de usuarios del autobús amarillo? Y sin embargo, así ocurrió. Naturalmente, fui arrestada, juzgada y condenada por transgredir la ordenanza municipal. Pero…, la que se armó.
Yo pertenecía a una asociación en favor de los derechos civiles de los afroamericanos. Mis compañeros comenzaron una protesta por mi arresto.
«En protesta por el arresto y el juicio, estamos pidiendo a todos los negros que no suban a los autobuses el lunes. Puedes faltar a clase un día. Si trabajas, coge un taxi o camina. Pero por favor: que ni los niños ni los mayores cojan ningún autobús los lunes».
La protesta de los lunes duró 381 días y la ley cambió. El Tribunal supremo de EE.UU. declaraba inconstitucional la segregación racial en los autobuses.
¡Señor, señor! Quien me lo iba a decir. No tenía ni idea de lo que mi acción podría provocar. Es quizás la demostración de que, cualquier acción por pequeña que sea en defensa de los Derechos Humanos, siempre suma; siempre ayuda a cambiar las leyes injustas.
En Montgomery, encabezando la protesta de los autobuses públicos, allí estaba un joven de veintiséis años, el apenas conocido Martin Luther King. Trece años después, qué dolor, qué gran desolación me produjo su asesinato. Ya lo he mencionado, yo fallecí en la cama con noventa y dos años; el pobre, con treinta y nueve, lo hizo de varios disparos al pecho. Se había desplazado a Memphis en apoyo de una huelga de basureros de color. Cobraban un dólar y setenta centavos por hora, sólo si las condiciones climatológicas permitían la labor. A los trabajadores blancos no se les aplicaba semejante restricción.

Lo dicho: Cualquier acción en defensa de los Derechos Humanos, por pequeña que sea, siempre suma. Más en mi país y en los tiempos actuales. Tiempos en que desde mi retiro observo con tristeza que no se ha avanzado tanto como sería de esperar. Que sólo las leyes, aunque necesarias, no son suficientes para cambiar la mentalidad de tantos energúmenos. Los desfavorecidos, allí en el lugar donde estemos, debemos seguir defendiendo nuestro derecho a la igualdad. A no ceder a la arrogancia y abuso de los supremacistas de todo y variado tipo.

En homenaje a Rosa Parks, rosa de un color muy especial.

Vladimir Merino Barrera

Cultura vasca con «alma roja»

Cultura vasca con «alma roja»

Cultura vasca con «alma roja»

En el año 2019 el área ideológica del Partido Comunista de Euskadi-EPK ponía en marcha la recuperación de la revista ERI, una publicación histórica del Partido que era elaborada, editada y vendida en Euskadi por el partido allá por los años treinta y que tuvo una importante repercusión e influencia en las capas obreras más concienciadas de nuestro país. Una publicación caracterizada por una concreta y cuidada estética como herramienta de difusión de las ideas.

La idea, surgida de la cabeza de su actual director Miguel Usabiaga estaba exenta de cualquier tipo de intencionalidad nostálgica, pero sí pretendía conectar el espíritu y la estética de la publicación de los años treinta con una nueva publicación que fuera capaz de hacerse atractiva en los poblados kioskos y librerías del siglo XXI.

Porque como ya hemos explicado en editoriales previas, ERI no aspira a ser una publicación de consumo interno para quienes militan en el Partido Comunista, ni tan siquiera una publicación para ser adquirida por quienes simpatizan con el PCE-EPK o se encuentran entre los votantes “fieles” de Izquierda Unida o de las coaliciones con Podemos. ERI aspira a ser una revista de pensamiento, cultura y política atractiva para quienes se acercan a un kiosko sin necesidad de responder a la pregunta “¿Y tú de quién eres?”.

La primera etapa de esta vuelta de la revista culminó el pasado mes de Diciembre de 2020 con la publicación del número doce de la publicación dedicado a Lenin, poniendo así un pequeño broche al objetivo cumplido de mantenernos en los kioskos de cara al público y garantizar la continuidad de ERI en una segunda etapa que pueda basarse en los aciertos y en la corrección de los errores de los primeros doce números.

Desde el consejo de redacción de ERI somos conscientes de que no hubiéramos llegado hasta aquí si la revista no tuviera sus lectores que acuden a por ella al kiosko, ni sin aquellos que la leen u ojean prestada por alguien. Por eso queremos aprovechar este número trece, primero de la segunda etapa de ERI tras su regreso, para agradecer a quienes os habéis acercado a adquirirla y también a quienes la estáis leyendo sea cual sea la forma en la que ha llegado a vuestras manos. Y también para animaros a seguir haciéndolo en adelante.

En esta ocasión volvemos con una publicación centrada en el mundo de la cultura como ya hiciéramos en los números sobre Pablo Picasso o Frida Kahlo. Si bien, en esta ocasión hablaremos de un ámbito mucho más cercano, hablaremos de la cultura desde casa, desde nuestra casa, desde nuestro país, nuestra cultura, nuestra historia… la cultura vasca en la que la tradición comunista tiene su lugar indiscutible y que queremos poner en valor y recordar.

La interrelación entre el PCE y el mundo de la cultura es conocida y ha sido prolija y constante desde los años treinta hasta la actualidad con momentos especialmente intensos y protagonistas de gran relevancia nacional e internacional. Esa relación ha sido también una de las señas de identidad del movimiento comunista en muchos países, y el de los vascos no lo ha sido en menor medida, aunque también aquí como en otras partes ha sido desprovista de su alma roja por el relato oficial.

De ahí la necesidad de ERI de recuperar esa parte de nuestra cultura que no se entiende sin su alma roja.
El asunto da para muchos números de nuestra publicación por lo que hoy no hacemos más que comenzar con una mirada a algunos protagonistas muy concretos y a una disciplina cultural concreta, pero ambos –autores concretos y disciplina concreta–, como parte de una larga historia y un universo cultural muy amplio y también muy heterogéneo, pero caracterizado precisamente por ese “alma roja” al que aludimos anteriormente.

Jon Hernández

Secretario General
del Partido Comunista de Euskadi

 

La jarra de leche.

La jarra de leche.

La jarra de leche.

“La puerta de la calle siempre quedaba abierta. Por si
llegaba algún militante en fuga, con sueño y con hambre”.

Soy de los que dan mucha importancia a la trayec-toria, a la coherencia en la vida de una persona. Me importa la fidelidad a los principios. Destaco al que se mueve por lealtad a sus ideas, sacrificándose por ellas sin pedir nada a cambio. Sé que ése no es un camino fácil, que a lo largo de la vida, las dificultades, el cansancio, el trabajo tenaz de los adversarios, los cantos seductores de las sirenas, esos seres mitológicos y siempre falsos, fantásticos, nos incitan pera alejarnos de nuestra elección, para dejar de caminar, para sentarnos, detenernos, abandonar. Por eso me interesa conocer esa intrahistoria de las dificultades, la que forja el carácter, en la que las grandes personas, las grandes de verdad, salen fortalecidas, convirtiéndose en un ejemplo. Y esas pruebas del camino igualan al militante y al líder, a quien es merecedor de tal honor en nuestro movimiento, los someten con el mismo rigor.

Por eso me gusta mirar a Lenin bajo ese prisma, como lo hice con Gramsci, otro superviviente, intacto a pesar de cárceles, exilio, y penalidades, igual que lo podemos hacer con tantos y tantas camaradas que se dejaron la juventud en la lucha, por la República, en nuestra Guerra Civil, en las prisiones, camaradas anónimos que superaron todos los exámenes y las pruebas de lealtad, de coherencia, y que, con toda seguridad, murieron en paz, sin nada, pero con la satisfacción del deber cumplido para aportar su granito de arena en construcción del socialismo, esa sociedad nueva, más libre, más igualitaria. Y aquellos bolcheviques, con Lenin a la cabeza, mostraron un espíritu de sacrificio que probablemente no haya sido igualado por ningún grupo de hombres y mujeres nunca, en ningún lugar. Pasaron calamidades inimaginables, largos destierros en Siberia, exilios durante décadas, cárceles, ejecuciones, y todo eso, lejos de amilanarlos, los forjó. Nunca dejaron de estudiar, de escribir, de organizarse, a pesar de estar separados por miles de kilómetros. Y la consecuencia de la constancia de aquellos revolucionarios rusos, fueron una inteligencia y un valor desconocidos, únicos, de los que todavía tenemos mucho que aprender. Por eso me parece interesante ilustrar alguno de esos pasajes de la vida, de la vida terrenal, difícil, sencilla, la de cada día, de Lenin y de sus camaradas, donde se muestra esa capacidad para superar las adversidades, los riesgos.
Tras la derrotada revolución rusa, en diciembre de 1905, una intensa y cruel represión se cernió sobre todo el imperio zarista. Muchos revolucionarios fueron detenidos, otros desterrados a Siberia, y otra parte huyó al extranjero. Lenin escapó a Finlandia, y se instaló en una vieja casa de campo, llamada Vasa, en Kuokkala, cerca de Petersburgo, propiedad de otros bolcheviques, los Leiteizen. En aquel momento la policía no se entrometía mucho en Finlandia, no quería meter la nariz allí, para no molestar el frágil equilibrio que se tenía con los fineses, porque entonces el Gran Ducado de Finlandia formaba parte del imperio ruso. Esa casa, la Vasa, incómoda, descuidada, servía desde hacía tiempo como refugio para los revolucionarios, aprovechándose de la laxitud de la policía. Lenin fue alojado en un cuarto de la planta baja donde montó de inmediato su oficina política. Allí escribía sus artículos para la prensa, y allí se entrevistaba con otros miembros del Comité Central, y con los diputados bolcheviques en la II Duma, que llegaban para cambiar impresiones, para recibir sus consejos. Porque desde Kuokkala Lenin dirigía la actividad de los bolcheviques, de los que aún operaban en la legalidad, escribiendo en los periódicos permitidos, y de los que lo hacían en la clandestinidad. Con Lenin se instaló su compañera, Nadezhda Krupskaia, y poco después su hermana María Ilichna y la madre de Nadezhda. Más tarde llegaron los Bogdanov, que se acomodaron en el piso superior, e Innokenti.

Cada día llegaba de Petersburgo un compañero que traía a Lenin periódicos, libros, cartas, que éste analizaba con fruición, a veces con alegría porque comprobaba su buen rumbo, otras con exasperación pues veía cómo se perdían en minucias y se alejaban de lo necesario. Lenin daba mucha importancia a este aspecto, el de la prensa, el de ser capaces de llegar a la gente con las ideas, para conquistar su deseo, su corazón, para la causa de la emancipación obrera. Y después de ese rápido examen de lo recibido, Lenin le entregaba a ese compañero su artículo, para que lo llevara a Petersburgo. Para el periódico legal “Dielo”, o para el ilegal “Proletario”, que editaban en el suburbio petersburguense de Viborg, desde donde era distribuido clandestinamente por los barrios obreros. Por la noche regresaba a la Vasa Nadezhda, que se pasaba el día en Piter, como popularmente llamaban a Petersburgo, también en labores militantes. Se reunía con los contactos en el comedor del Instituto Tecnológico, para pasar inadvertidos entre la multitud de comensales. De regreso, por la noche en la Vasa, llevaba a Lenin noticias varias de sus encuentros, además de sus percepciones sobre lo que había visto y oído en la ciudad, y algunos encargos. Muchas noches lo encontraba preocupado por el curso de los acontecimientos, agobiado por estar alejado del foco. Porque Lenin, a pesar del estrecho contacto que tenía con los compañeros en Kuokkala, ardía en deseos de ir a Petersburgo, y con frecuencia caía en un estado de ánimo cercano al abatimiento. En esos momentos necesitaba una distracción. Lo mismo les pasaba a sus compañeros de casa, Bogdanov, Leiteizen, Nadezhda; en esos momentos se ponían a jugar a las cartas con pasión, donde descargaban su impotencia. Cuando en esas ocasiones se presentaba algún compañero de Petersburgo para entregar o recibir algún encargo, se sentía confundido y perplejo al ver allí a destacados miembros del Comité Central, entregados con pasión al juego de los naipes.

En Kuokkala, en la Vasa, llevaban una vida austera, una vida de trabajo, de estudio. La casa, la Vasa, era un verdadero hogar de acogida. Cualquier proscrito, cualquier militante bolchevique que se viera impelido a huir de Piter, de Viborg, de esa zona de la Rusia del norte, perseguido por la policía, escapaba hacia Finlandia, y sabía que allí tenía su casa. Cada día, después de estudiar, de escribir, de cenar, Lenin y Nadhezha ponían sobre la mesa del comedor una jarra de leche, pan, y con unas sábanas preparaban una cama sobre el sofá. Y la puerta de la calle siempre quedaba abierta. Por si llegaba algún militante en fuga, con sueño y con hambre. Muy a menudo, cuando Lenin se levantaba por la mañana se encontraba en el comedor a compañeros que habían llegado por la noche.

Poco a poco, la represión, tras el reflujo revolucionario, fue acentuándose, la policía zarista buscaba incesantemente a Lenin, y Kuokkala, tan cerca de Piter, dejó de ser un lugar seguro. Así que se alejó de allí, marchando primero a la también finlandesa Stirsuden, donde con menos presión política, Lenin y Nadezha disfrutaron durante una temporada de largos paseos por el bosque, junto al mar, incluso de paseos en bicicleta, que gustaban mucho a Lenin. Pero el cerco sobre Lenin se estrechaba, y tampoco Stirsuden era un lugar seguro; así que los compañeros mandaron a Lenin, esta vez en soledad, a la Finlandia más alejada de Rusia, a una aldea llamada Ogliú, cerca de Helsinki, refugiándole en casa de dos hermanas. Buscado por la policía por todos los sitios, pensaron que allí seguía sin estar a salvo y que debía escapar fuera del imperio, a Suecia. Como la vigilancia en su búsqueda era extrema, la salida no podía realizarse por la vía habitual, tomando un barco de vapor hasta el país vecino. Lenin debía ir caminando hasta una isla, ya fuera de Finlandia y del alcance de la policía rusa, donde tomar el vapor a Estocolmo. Hasta la isla había que recorrer más de tres kilómetros a pie por un lago helado, que, aunque era diciembre, no ofrecía plenas garantías para caminar sobre él. Nadie quería acompañar a Lenin. Finalmente dos campesinos fineses, que habían bebido más de la cuenta, se atrevieron y lo acompañaron. La travesía estuvo al borde de acabar en tragedia, con la muerte de Lenin y de sus dos compañeros. Mientras caminaban, el hielo comenzó a resquebrajarse y ceder bajo sus pies. El azar salvó a Lenin ese día, que, viéndose ante la fatalidad exclamó:

“¡Qué modo tan estúpido de morir!”

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Miguel Usabiaga

Arquitecto – Escritor
Director de Herri

El Joven Lenin

El Joven Lenin

El Joven Lenin

“En diciembre de 1895 es detenido y pasa algo más de un año en prisión, y es condenado a tres años de destierro en Siberia (1897-1900)”.

Vladimir Ilich Uliánov nació el 22 de abril de 1870 en la ciudad de Simbirsk (actual Uliánovsk), sobre el curso medio del Volga, en el corazón de la gigantesca Rusia. Creció en el seno de una familia de clase media acomodada de la Rusia de la época. Su padre era profesor de física y matemáticas y fue ascendiendo en la administración hasta llegar a ser inspector de escuelas de la provincia, y posteriormente ascendiendo a director de educación. Su madre fue maestra. Ambos fueron personas muy cultas e ilustradas y gracias a ello Lenin, desde muy pequeño, adoptó la costumbre y el gusto por el estudio y la lectura. El encargado de sus estudios en el instituto de Simbirsk fue el padre de Alexander Kerenski, cuyo gobierno derribaron los bolcheviques en 1917.

Su infancia y adolescencia habían transcurrido felizmente, cuando sucedieron dos acontecimientos que le marcarían profundamente. En 1886, cuando tenía 16 años, falleció su padre. Apenas un año después, en mayo de 1887, fue ejecutado su hermano mayor Alexander con sólo 21 años, por haber participado en un complot para asesinar al zar Alejandro III.

Alexander abrazó ideas revolucionarias siendo muy joven y se unió a los Narodniki (la corriente revolucionaria preponderante entre los 60 y los 80 del siglo XIX) quienes defendían las acciones terroristas. Cuando murió su hermano, Lenin afirmó “No, no es así como tenemos que hacer las cosas”. Una característica de su personalidad era sacar conclusiones políticas incluso de sus tragedias personales. La ejecución de su hermano dejó una huella imborrable en aquel joven de 17 años, ya que admiraba y quería profundamente a su hermano mayor. El primer tomo del El Capital, que Lenin leyó a los 18 años, era de su hermano mayor.
En agosto de 1887 ingresó en la Facultad de Derecho de la universidad de Kazán. Sin embargo, cuatro meses después, fue expulsado junto con varios compañeros por participar en unos disturbios estudiantiles. Desde esa expulsión, siempre estuvo bajo la atenta vigilancia de la policía zarista. No se le permitió acceder a ninguna otra universidad, y hasta casi cuatro años después no tuvo la autorización para inscribirse como alumno externo a distancia, en la universidad de San Petersburgo. En 1891 se examinó, obteniendo la máxima calificación en todas las asignaturas y quedando el primero de todo el grupo de alumnos externos. Poco después, el joven Ulianov trabajó un tiempo en el despacho de un abogado liberal, llevando la defensa de campesinos acusados de haber cometido pequeños robos y delitos, originados por la terrible miseria que padecían.
En otoño de 1893 su familia se traslada a Moscú, y él se instala en San Petersburgo, donde conocerá, en la primavera de 1894, a Nadezhda Kruspskaya. Juntos pasarían toda clase de penalidades en la vida revolucionaria que les unió para siempre (la condena y el destierro a Siberia, la amargura del exilio, la continua persecución policial, los intensos combates políticos, las derrotas y las victorias, etc.)
En San Petersburgo, Lenin comenzó a trabajar como abogado, pero la mayor parte del tiempo la dedicaba a la actividad revolucionaria. Se unió a un grupo de intelectuales marxistas quienes establecían contacto con agrupaciones de obreros de fábricas de la ciudad, y escribe. En 1894 publicó de forma clandestina la que se considera como su primera obra de importancia, ¿Quiénes son los “amigos del pueblo”?. En este escrito, Lenin hace una feroz crítica a los Narodniki y plantea la creación de un partido político socialdemócrata ruso. En 1895 escribió el folleto La ley sobre las multas. En este folleto daba un brillante ejemplo de cómo aproximarse a los trabajadores de grado intermedio de la época, y sobre la base de sus necesidades, conducirlos paso a paso a la cuestión de la exigencia de la lucha política.
En el verano de 1895 viaja a Suiza para conocer a varios intelectuales y revolucionarios rusos exiliados, los padres del marxismo ruso, Plejánov y Axelrod. Su idea era que facilitasen literatura marxista para introducirla en Rusia de forma ilegal. A su vuelta a San Petersburgo funda la “Unión de lucha para la emancipación de la clase obrera”, en donde se fusionaron todos los círculos obreros marxistas de la ciudad. Comienza también una intensa actividad propagandística de elaboración y distribución de panfletos y octavillas con textos y proclamas revolucionarias. En palabras de Krupskaya “…fue precisamente durante este período de trabajo en San Petersburgo cuando Vladimir Ilich se fogueó como conductor de las masas trabajadoras”.
En diciembre de 1895 es detenido y pasa algo más de un año en prisión, y es condenado a tres años de destierro en Siberia (1897-1900).
En Siberia, Lenin se dedicó casi por entero al estudio y la escritura. Fue allí donde terminó la ingente obra que había iniciado durante el año que estuvo en la cárcel, El desarrollo del capitalismo en Rusia, que fue publicado en 1899.
En mayo de 1898, Krupskaya también es condenada al destierro en Siberia, al mismo lugar donde se encontraba Lenin. Conviven juntos el resto del destierro, y aprovechan para casarse. Una vez liberado de su destierro, Lenin marcha ilegalmente al exilio, primero a Alemania, y luego a Suiza. Funda el periódico Iskra (La Chispa) cuyo primer número se editó en diciembre de 1900. Un medio para difundir las ideas y teorías revolucionarias del marxismo combativo que ellos defendían, distribuyendo cada número en Rusia de forma clandestina.

Durante su exilio, Lenin combate el auge de los llamados “economistas”, “oportunistas” o “marxismo legal”. Derrotado el populismo del movimiento narodniki, habían surgido en el marxismo corrientes influenciadas por el alemán Bernstein. Estas corrientes defendían propuestas reformistas en las que lo único que se perseguía era luchar por mejoras económicas y salariales, ir mejorando las condiciones de los obreros poco a poco a través de vías parlamentarias de la democracia burguesa, renunciando para ello a la lucha revolucionaria y a la conquista del poder por el proletariado.

En diciembre de 1901, en un artículo de la revista Zaria comenzó a firmar con el seudónimo “Lenin”. Entre finales de 1901 y comienzos de 1902, escribe una de sus obras más importantes, Qué hacer. Entre abril de 1902 y abril de 1903 Krupskaya y Lenin viven en Londres, desplegando una enorme actividad política entre numerosos revolucionarios rusos exiliados. Veían la diferencia entre los barrios del proletariado y las zonas burguesas. Cuenta Krupskaya: “Observando estos estridentes contrastes, entre la riqueza y la pobreza, Ilich solía murmurar con los dientes apretados, y en inglés: “¡Two nations!”.
En abril de 1903 dejaron Londres para asentarse en Ginebra, hasta 1905, desde donde regresaron a San Petersburgo ante la llegada de la revolución de 1905.

Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR)

En marzo de 1898 tiene lugar en Minsk la fundación del Partido Socialdemócrata Ruso (POSDR), celebrándose su I Congreso. Aunque apenas pudieron asistir delegados, porque los jóvenes líderes del marxismo ruso, Lenin, Martov, como muchos de sus camaradas, se encontraban presos en Siberia.
Este I Congreso no logró promulgar unos estatutos ni un programa. La falta de resultados del Congreso condujo a la necesidad de convocar uno nuevo en el que se aprobase un programa y se decidiese la organización del partido.
Cinco años más tarde se convocó el II Congreso del POSDR en julio de 1903 en Londres.
“iCuánto había deseado este congreso Vladimir Ilich! Durante toda su vida asignó un significado excepcionalmente grande a los congresos del partido. Consideraba que el congreso del partido era la autoridad suprema. Ante él todas las personalidades debían ser descartadas; nada debía ser ocultado y todo ser dicho abiertamente. Para los congresos del partido Ilich siempre realizaba una completa preparación y meditaba cuidadosamente sus discursos”. Cuenta Krupskaya.

El objetivo de este II Congreso era unificar el programa de partido, sin embargo ocurrirá casi lo contrario y pasará a la historia porque surgirán las dos facciones del marxismo ruso, y donde emergió Lenin como gran líder político. Los postulados de Lenin obtendrán la mayoría, y las tesis lideradas por Martov fueron minoritarias. En ruso, bolchevique siginifica “miembro de la mayoría” y menchevique, “miembro de la minoría”. Los bolcheviques apostaban por un partido de cuadros formados comprometidos y disciplinados con pocos miembros, pero bien preparados, mientras que la facción liderada por Martov, Axelrod y Plejanov defendía un partido más abierto, de simplemente simpatizantes. La principal cuestión fue la toma de poder y la dictadura del proletariado, los leninistas defendían la dictadura del proletariado. Los mencheviques se oponían, apostando por fórmulas de alianzas con la burguesía y vías parlamentarias dentro de las democracias burguesas, para desde esta vía ir avanzando hacia el socialismo por fórmulas democráticas. Sin embargo, a pesar de esta división, aunque bolcheviques y mencheviques tuvieron sus propios órganos de dirección y sus puntos de programa, el POSDR siguió existiendo como único partido. No fue hasta 1912 cuando se separaron definitivamente en dos organizaciones.

Al finalizar el II Congreso, Lenin cuenta con 33 años, una persona relativamente joven en cuanto a edad, pero sin duda con un amplio e intenso recorrido político y revolucionario y sobre todo una gigantesca experiencia como activista y agitador revolucionario, y ya convertido en líder político de los bolcheviques, el ala izquierda del POSDR en aquel momento.

David Armendáriz Núñez (Graduado en Geografía e Historia y militante del PCE-EPK)

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El derecho a la verdad.

El derecho a la verdad.

El derecho a la verdad.

“La «conspiración» está ya en la organización «visible» como tal, en el sistema capitalista.”

En qué punto estamos entonces hoy, de acuerdo con los criterios de Lenin?

En la era de lo que Habermas designó como “die neue Undurchsichtlichkeit”* [«la nueva opacidad»], nuestra experiencia cotidiana es más mistificadora que nunca: la propia modernización genera nuevos oscurantismos, la reducción de la libertad se nos presenta como la llegada de nuevas libertades.

La percepción de que vivimos en una sociedad de elecciones libres, en la que tenemos que elegir hasta nuestros rasgos más «naturales» (la identidad étnica o sexual), es la forma de aparición de su exacto contrario, de la AUSENCIA de verdaderas opciones**. La última moda de películas de «realidad alterna», que presentan la realidad existente como uno de los múltiples resultados posibles, señala una sociedad en la que las elecciones ya no importan realmente, quedan trivializadas.

En estas circunstancias, habría que poner especial cuidado en no confundir la ideología dominante con la ideología que PARECE imperar. Más que nunca, habría que tener en cuenta la advertencia de Walter Benjamin de que no basta con preguntar cómo una teoría (o arte) determinado declara situarse con respecto a las luchas sociales; habría que preguntar también cómo funciona efectivamente EN estas propias luchas. En el sexo, la actitud de hecho hegemónica no es la represión patriarcal, sino la promiscuidad libre; en el arte, las provocaciones en la línea de las célebres exposiciones «Sensación» SON la norma, el ejemplo de un arte integrado por completo en el establishment. Ayn Rand llevó esta lógica a su consumación, complementándola con una especie de giro hegeliano, es decir, reafirmando la propia ideología oficial como su propia y mayor transgresión, como en el título de uno de sus últimos libros de no ficción, “El capitalismo, ese ideal desconocido”, o en su lema «altos directivos, la última especie estadounidense en peligro de extinción».

A decir verdad, en la medida en que el funcionamiento «normal» del capitalismo supone cierto tipo de abjuración de su principio básico de funcionamiento (el modelo del capitalista actual es alguien que, después de haber generado beneficio de manera despiadada, comparte a continuación una porción de este mismo beneficio con generosidad, haciendo grandes donaciones a iglesias, a víctimas de abusos sexuales o étnicos, etc., y haciéndose pasar así por alguien humanitario), el acto máximo de transgresión consiste en afirmar este principio, privándolo de su baño humanitarista. Uno se ve tentado, por lo tanto, a darle la vuelta a la undécima tesis de Marx: la primera tarea hoy en día consiste precisamente en NO sucumbir a la tentación de actuar, de intervenir de manera directa para cambiar las cosas (que a continuación acaba inevitablemente en un callejón sin salida de imposibilidad debilitante. «¿Qué puede uno hacer contra el capital global?»), y en dedicarse, en cambio, a cuestionar las coordenadas ideológicas hegemónicas. En suma, nuestro momento histórico es todavía el de Adorno:

A la pregunta de «qué habría que hacer?», en la mayoría de los casos no puedo en verdad sino contestar con un «no lo sé». No puedo sino intentar analizar con rigor lo que hay. En esto hay quien me reprocha: cuando ejerces la crítica, estás a tu vez obligado a decir cómo habría que hacerlo mejor. Esto es lo que considero, sin lugar a dudas, un prejuicio burgués. Ha sucedido muchas veces en la historia que las mismas obras que perseguían objetivos puramente teóricos transformaron la conciencia y, por lo tanto, la realidad social.

En la actualidad, si uno sigue una llamada directa a actuar, esta acción no se realizará en un espacio vacío, será una acción INSCRITA en las coordenadas ideológicas hegemónicas: los que «realmente quieren hacer algo para ayudar a la gente» se meten en aventuras (sin duda honorables) como Médicos sin Fronteras, Greenpeace, campañas feministas y antirracistas, que no sólo se toleran sin excepción, sino que incluso reciben el apoyo de los medios de comunicación de masas, aun cuando entren aparentemente en territorio económico (por ejemplo, denunciando y boicoteando empresas que no respetan las condiciones ecológicas o que utilizan mano de obra infantil): se las tolera y apoya siempre que no se acerquen demasiado a determinado límite. Este tipo de actividad proporciona el ejemplo perfecto de interpasividad: de las cosas que se hacen no para conseguir algo, sino para IMPEDIR que suceda realmente algo, que cambie realmente algo. Toda la actividad humanitaria frenética, políticamente correcta, etc., encaja con la fórmula de «¡sigamos cambiando algo todo el tiempo para que, globalmente, las cosas permanezcan igual!». Si los Estudios Culturales predominantes critican el capitalismo, lo hacen de la forma codificada ejemplar de la paranoia liberal de Hollywood: el enemigo es «el sistema», la «organización» oculta, la «conspiración» antidemocrática, NO simplemente el capitalismo y los aparatos estatales.

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El problema de esta postura crítica no sólo estriba en que sustituye el análisis social concreto por la lucha contra fantasías paranoicas abstractas, sino también en que —en un gesto paranoico típico—, redobla innecesariamente la realidad social, como si hubiera una Organización secreta DETRÁS de los órganos capitalistas y estatales «visibles». Lo que habría que aceptar es que no hace falta una «organización (secreta) dentro de la organización»: la «conspiración» está ya en la organización «visible» como tal, en el sistema capitalista, en el modo en que funcionan el espacio político y los aparatos del Estado.

Slavoj Zizej.
Filósofo
Extracto de su libro: “Repetir Lenin”

*Véase Jürgen HABERMAS, Die Neue Unübersichtlichkeit, Frankfurt am Main, Suhrkamp Verlag, 1985.
** Me baso aquí en Anna KORNBLUH, «The Family Man», manuscrito inédito, UCLA, marzo de 2001.