Clandestinidad política.Cara y cruz de una misma historia.

Clandestinidad política.Cara y cruz de una misma historia.

Clandestinidad política.Cara y cruz de una misma historia.

La idea de dedicar un número de nuestra revista al tema de la clandestinidad tiene su origen en el papel tan relevante que esta “situación política” ha tenido y tiene en la historia y vida tanto del movimiento comunista en su globalidad, como en la del propio Partido Comunista de Euskadi y del PCE en su conjunto.
El movimiento comunista surgió en condiciones de persecución y rechazo a sus ideas y acción por parte de aquella clase dominante, a cuya desaparición llamaban los comunistas que proponían una sociedad sin clases. Por eso tal vez, aquello que recorría Europa según el Manifiesto, era un espectro, un fantasma, y no otra cosa más visible. Estaba ahí, omnipresente pero sin presencia física, atemorizando a “las potencias de la vieja Europa, al Papa y al zar, a Metternich y Guizot, a los radicales franceses y a los polizontes alemanes”, pero en una situación de clandestinidad ideológica y política que sería revolucionada con el propio llamamiento de Marx y Engels a expresar “a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas” en el famoso Manifiesto.
A partir de ahí, la historia del movimiento comunista y de todos los Partidos Comunistas del mundo ha estado fuertemente marcada por la persecución política, ideológica y física en diferentes grados y con mayor o menor virulencia y violencia en cualquier lugar del planeta. Esto ha marcado el carácter del movimiento sin lugar a dudas, y ha obligado a sus organizaciones a desarrollar una serie de características muy marcadas a la hora de existir y funcionar en situaciones de clandestinidad.
El producto de esa historia de persecución es una realidad trágica, indeseable para las y los protagonistas, y con consecuencias y desenlaces fatales para la vida de muchas mujeres y hombres entregados a la causa de un mundo mejor. Y paradójicamente, la dura realidad de la clandestinidad contiene a la vez una suerte de épica histórica personal y colectiva de gran riqueza e interés en términos sociológicos, políticos y que duda cabe, culturales. Una fuente constante de inspiración para generaciones sucesoras, un sentimiento de orgullo para la cohesión colectiva de una lucha que se hace en común y no desde el individualismo, y semilla para la regeneración partidaria de organizaciones comunistas.
En nuestro caso, a pesar de haber transcurrido ya cuatro décadas desde la última legalización del Partido Comunista, la clandestinidad es algo que sigue muy presente y que marca aún la acción y el pensamiento, de quienes militan en una organización cuyo devenir histórico ha transcurrido durante la mitad de su existencia en esa clandestinidad en la que tienen que funcionar aquellas organizaciones que son ilegalizadas, pero cuyos militantes no están dispuestos a renunciar.
No queremos que el lector se confunda; no hacemos apología de la clandestinidad, la cual es una forma de acción política para mantenerse en las condiciones más adversas, pero siempre por voluntad ajena, la de quienes impiden por la fuerza que ejerzamos nuestro derecho a la práctica política y revolucionaria. La libertad de pensamiento y la libertad de acción política deben ser un tesoro irrenunciable que hay que defender y cuidar. La práctica política de nuestras ideas es un derecho fundamental e irrenunciable que debe ser ejercido en total ausencia de persecución y censura cualesquiera que sean sus formas.
Sin embargo, la larga experiencia de la lucha de las y los comunistas en las situaciones de clandestinidad debe ser estudiada y utilizada por sus organizaciones para aportar a los mismos fines por los que se practicó esa singular acción política en dichas circunstancias. Y junto a ello, o como parte de ello tal vez, no renunciar ni a la caracterización fiel y real de una situación de gran dureza vital y orgánica para los seres humanos que la protagonizan, ni a la épica, también real que existe detrás de las luces y sombras de esa misma historia.
Ambas, la caracterización de una realidad humanamente “no deseable” y la épica de la práctica de la defensa de las convicciones en las situaciones más adversas, son partes necesarias y no sólo no contradictorias, sino complementarias de las clandestinidades políticas.

Jon Hernández

La responsabilidad del escritor

La responsabilidad del escritor

La responsabilidad del escritor

Ponencia de Gabriel Celaya en el Congreso Cultural de La Habana. Enero 1968.

Durante la década del sesenta la Poesía social entró en crisis. Creo que esto se debía, más que al agotamiento de sus posibilidades, a la gran difusión que alcanzó pese a los malos augurios con que había nacido. Al cansancio que produce cualquier corriente literaria dominante y a la proliferación de epígonos que, como ocurre siempre, acabaron por convertir en un cliché lo que había comenzado como un deslumbrante descubrimiento, debe añadirse que el clima de furor y esperanza en que había nacido la primera Poesía social se había ido extinguiendo con el paso de unos años en los que no se produjo el tan esperado cambio de nuestra Sociedad sino tan sólo una derivación hacia una incipiente sociedad de consumo. Una vez más pudo comprobarse cómo las superestructuras culturales dependen de la base socio-económica en que se producen. Así vimos cómo unos poetas que seguían creyéndose rebeldes al stablishment fueron volviéndose acomodaticios.

Creo que la última vez que me pronuncié públicamente como «poeta social» fue, un poco forzado por las circunstancias, durante mi estancia en la Cuba de Fidel.

LA RESPONSABILIDAD DEL ESCRITOR
(Ponencia en el Congreso Cultural de La Habana. Enero 1968)

Aunque los investigadores y técnicos científicos son indudablemente intelectuales, como ha subrayado Fidel, su acción es de un orden distinto a la de los escritores y artistas. Los investigadores y técnicos científicos transforman la naturaleza y la reali-
dad objetiva, y con ello hacen posible el advenimiento de un hombre nuevo. Los escritores y artistas, en cambio, actúan sobre algo tan impreciso como la conciencia de los hombres, y es modificando esa conciencia y el viejo modo de ver el mundo como contribuyen de hecho a la transformación de éste. Las dos formas de acción son igualmente valiosas, creadoras y necesarias. Es más, transformar el mundo y cambiar la conciencia son dos acciones implicadas en una misma dialéctica de lo real. No obstante hay una problemática característica del escritor.

El problema fundamental para el intelectual responsable está en la diferencia de nivel cultural y de formación que existe entre él y el Tercer Mundo, o entre él y ese otro Tercer Mundo que es gran parte del proletariado en los países industrializados capitalistas. El intelectual oscila así entre dos extremos igualmente peligrosos.

El primer extremo es el de quienes producen una literatura barata y esquemática pensando que éste es el modo de lograr la audiencia de las grandes masas. Su error es evidente. Todos sabemos que al pueblo hay que darle siempre lo mejor porque hacer otra cosa sería desconfiar de su capacidad receptiva e ignorar la maravillosa intuición artística de que da testimonio el arte popular. No podemos olvidar por otra parte que el escritor crea su público, como crea conciencia haciendo patente lo que estaba latente o informulado, y es en este sentido un educador.
No quiero decir con esto que las obras literarias deban ser obras de tesis, esquemáticas ilustraciones de ideas o cantos incondicionales a la Revolución. Cualquier tema puede tratarse de un modo revolucionario porque lo importante no está en el asunto, sino en la toma de conciencia del escritor.
Es precisamente escribiendo obras libres, siempre que entendamos con Engels que “la libertad es la comprensión de la necesidad”, como se crean, no sólo obras que por libres son mejores, sino también obras que crean más conciencia revolucionaria que las escritas sobre la falsilla de un dogmatismo. Pues no podemos olvidar hasta qué punto el infierno de la mala Literatura está empedrado de buenas intenciones. Y con obras desprovistas de calidad no se ayuda ni al Tercer Mundo, ni al pueblo de ningún país.

El otro extremo, opuesto al que critico, y no menos peligroso que él, es aquel en que se puede incurrir partiendo del principio justo de que una obra literaria debe ser ante todo una obra bien hecha. Hay quienes separan su actividad de ciudadanos y su quehacer de escritores poniendo en la primera su militancia político-social pero escribiendo al margen de cualquier preocupación de este tipo. Tal dualismo, en la situación urgente de hoy, es inadmisible y prácticamente imposible para un escritor con verdadera conciencia revolucionaria. Lo que ocurre es que en todos los países, salvo en la URSS, la mayoría de ]os intelectuales procede de la burguesía, y esa impronta no se borra con un mero cambio revolucionario de ideas, por muy sincero que éste sea. Es cierto que, como decía Marx, en un texto archiconocido «así como una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días, un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico», pero es cierto también que las actitudes dualistas que acabo de señalar son un ejemplo de la facilidad casi inconsciente con que esos intelectuales de origen burgués recaen en su condición de clase. Se repite así lo que denunciaba Lenin en los intelectuales de vanguardia de su época: «Su condición “no de casta” no excluye en lo más mínimo el origen de clase de sus ideas.»

Entiendo que es fundamental para el intelectual, no sólo en cuanto por sentido de su responsabilidad quiere ayudar al Tercer Mundo, sino también en cuanto quiere que su obra sea valiosa y significativa, mantenerse en contacto con el mundo subdesarrollado y en general con el pueblo, pero son estos quienes actualmente están haciendo la Historia. El intelectual, precisamente porque usufructa una preparación cultural superior a la del pueblo y tiene conciencia “del conjunto del movimiento histórico moderno” está obligado a levantar al pueblo y marchar un paso delante de él. Pero si creyéndose un adelantado, pierde, por suficiencia, el contacto que la vanguardia debe mantener con la base, y olvida que en ésta se halla la energía impulsora que lo moviliza todo, v también lo que el escribe, teoriza y se queda solo en su abstracción y su esteril utopismo. La participación en la lucha armada, en la lucha clandestina o en el trabajo manual, según las circunstancias, son indispensables para mantener un contacto real con el pueblo y corregir la tendencia al «mandarinismo» de los intelectuales.
Teniendo en cuenta lo que llevo dicho, entiendo que la posición correcta del intelectual responsable ante el Tercer Mundo se debe definir sobre la base de estos dos puntos:

1) El Tercer Mundo, en el plano internacional, y el proletariado dentro de los paises industrializados capitalistas, son el motor de la Historia Contemporánea, y de ese motor deben tomar su impulso los intelectuales. Sólo en la medida en que tomen conciencia de esa fuerza serán también una fuerza progresista y crearán una obra auténtica.

2) El intelectual, al sumirse en el pueblo, debe conservar despierto su sentido crítico, pues tal sentido es el que le define como intelectual, y el que precisamente le permite ayudar al mundo subdesarrollado y al pueblo en general.

Nada de «alondras mongolas» por lo tanto. Pero nada tampoco de un neutralismo que tiene más de abstención que de disposición para la critica positiva. Porque el intelectual es ante todo un hombre, y ningún hombre puede hoy día ser neutral.

Pese a los cambios naturales que con el tiempo se han pro­ducido en mi obra, los presupuestos de la Poesía social, si en­tendemos por ésta la lucha contra los mitos de la Metapoesia, la inspiración mágica, el prurito de originalidad, el personalismo, el hermetismo, el perfectismo formalista, la inmortalidad literaria, etc., me parece aún válida.

Blas de Otero; se apagó su luz,  pero nos queda su palabra.

Blas de Otero; se apagó su luz, pero nos queda su palabra.

Blas de Otero; se apagó su luz, pero nos queda su palabra.

 «José Andrés Alvaro Ocáriz, autor del libro “El Madrid de Blas de Otero”.

Blas de Otero no sólo es un buen poeta, uno de los mejores y más desconocidos de la literatura española, sino que, además, luchó por la libertad y la justicia en los oscuros años de la dictadura franquista y se convirtió en un símbolo de la España que vivía en una especie de exilio interior.

A pesar de que durante la guerra civil luchó en el ejército franquista * en Guadalajara y formó parte del destacamento que entró en Valencia, a través de su poesía pretende tender un puente entre las dos Españas para que no se vuelva a producir la tragedia de una guerra civil.

Otero nació en Bilbao en el seno de una familia acomodada, pero, a los pocos años, la familia se traslada a vivir a Madrid. Otero sale de un ambiente cerrado y clerical y descubre que el mundo no es tan siniestro como le hacían ver los jesuitas.

Aquellos hombres me abrasaron, hablo / del hielo aquel de luto atormentado, / la derrota del niño y su caligrafía / triste, trémula flor desfigurada. / Madre, no me mandes más a coger miedo / y frío ante un pupitre con estampas 1
En Madrid descubre que se puede ser feliz y allí conocerá incluso su primer amor.
Madrid, divinamente / suenas, alegres días / de la confusa adolescencia, / (…) / rotos recuerdos / de mil novecientos veintisiete, / treinta, / pueblo derramado aquel 14 / de abril, alegre, / puro, heroico Madrid, cuna y sepulcro / de mi revuelta adolescencia.
Su padre fallece en la capital y la familia tiene que volver a Bilbao. Además de estudiar, creará sus primeros poemas, que se insertan en su etapa religiosa y en los que son palpables las influencias de Fray Luis de León y de San Juan de la Cruz.
Volverá a Madrid y el contacto con miembros de la Generación del 27 va a suponer un cambio en su poesía, que se vuelve existencialista; es decir, se pregunta sobre el sentido de la vida de la persona en el mundo y sobre si esta vida tiene sentido.

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte, / al borde del abismo, estoy clamando / a Dios. Y su silencio, retumbando, / ahoga mi voz en el vacío inerte. / Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte / despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo / oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando / solo. Arañando sombras para verte. / Alzo la mano, y tú me la cercenas. / Abro los ojos: me los sajas vivos. / Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas. / Esto es ser hombre: horror a manos llenas. / Ser —y no ser— eternos, fugitivos. / ¡Ángel con grandes alas de cadenas!

Posteriormente, entrará en su etapa social, siendo uno de los principales representantes de lo que se ha denominado poesía social. Es el paso del “yo” al “nosotros”. Como expresará el propio poeta:

“Me siento terriblemente solidario de la realidad social, lo que me impide sentirme solitario. Vea usted mi dedicatoria de Pido la paz y la palabra. Es la antítesis de la famosa frase de dedicación de Juan Ramón Jiménez, “A la minoría, siempre”. Yo lo dedico a la inmensa mayoría. Y creo que no tenemos otro camino los poetas o los escritores en general. Hay que hacer el camino inverso, romper las pequeñas capillas literarias, aumentar el número de los escogidos. Yo recojo de la inmensa mayoría mis inquietudes y mis temas y también mis palabras, y lo devuelvo todo. El subjetivismo es poco provechoso aun cuando tiene una función de base. En un momento dado, antes de Pido la paz y la palabra, mi inspiración provenía de los temas llamados “eternos”, metafísicos, el hombre entre la vida y la muerte. Pero encontré mi centro de gravedad, como he dicho, y en él me apoyo. Es la España concreta, actual. Y la vuelta al Romancero y a Machado en el uso del lenguaje que entiende el pueblo.”

“Antes de Pido la paz y la palabra, el contenido de mis poemas respondía a una exigencia de tipo existencial. Mi tema era, más o menos, metafísico: el hombre entre la vida y la muerte. Los dos grandes misterios: el fuego, o la ceniza. Vea, por ejemplo Epítasis. Todos estos poemas tienen una forma fundamentalmente clásica. Hay muchos sonetos de estos en Ancia. Ahora ha arraigado en mi poesía otro tema y mi palabra ha experimentado un gran cambio: lo social aparece delante de mí como una preocupación única, acuciante, épica. Como una bocanada de aire, la presencia de los hombres en su tierra, en su entidad social y política. Y el lenguaje se acerca a ellos, y escribo con una aparente sencillez, pero sólo aparente, porque estas formas populares, estas canciones que expresan su vida, sus amores, sus penas, encierran la más alta poesía. También porque vengo de una gran literatura, en mis poemas están todos los escritores que he admirado, lo que me han nutrido y permanecen en mi voz: Fray Luis de León y Machado, entre los españoles; Whitman y Nâzim Hikmet entre los extranjeros.”

Esta realidad social le va a llevar a una nueva fe, la comunista, y esto se va a manifestar en su obra:

Apreté la voz / como un cincho, alrededor / del verso. / (Salté / del horror a la fe) / Apreté la voz. / Como una mano / alrededor del mango de un martillo / o de la empuñadura de una hoz.

Aquí, en la República Popular China, / aprendes a labrar una palabra, / abierta de par en par / para todos los hombres. / He aquí el alto horno / de Wuhán, donde muchachos llameantes / te muestran, sin palabras, tu tarea. / ¡Ah tarde donde el cielo se desploma, / deshilachado por un hacha roja! / Ancho como el Yangtsé, el poema / -agua, viento largo, puente tendiendo el brazo- / se dirige a la orilla de los hombres. / He aquí, / cielo fundido, frondas / donde un nuevo abecedario abre sus ramas. / Cantas con los soldados, / ruedas / en el cochecito de paja de los niños. / Trabajo, libertad conquistada, / saber que el poema es nuestro, que todo cuanto hablamos / viene del pueblo o al pueblo va, palabra / viva, abriéndose, cerrándose alrededor del mundo.

Niños / de la Unión / Soviética, cantad conmigo. / Vida nueva, jardín / del mundo. /Quiero vivir / y laborar, / para mí, para ti. / Niños / de España, / anudad vuestros pañuelos / a la luz roja del alba.

Porque diste sentido a nuestros pasos / sobre la tierra, / y barriste las ruinas del pasado / y arrancaste de cuajo la miseria; / porque los niños llevan en las manos / la vida nueva, / ven el porvenir con ojos claros / y beben la verdad como agua fresca; / porque plantaste un árbol y otro árbol / en las trincheras, / y es posible soñar porque el trabajo / trocó los sueños en verdades bellas. / Porque humanaste con tu luz el campo / feraz de las ideas, / brillen estas palabras desde el Báltico / a la inmensa Siberia.

América, / deja que diga: origen virgen, verso / original, / libertad conquistada, / jamás, nunca mi voz contra tu frente, / mi mano nunca frente a ti, guitarra / del océano, / paloma / con dos alas: una de guerra y otra de guerrillas. / América, cárcava de la historia, / Pueblo Nuevo / naciendo en ciegas simas, sierra madre / y maestra, / ten / mi mano y mi canción, / muchacha erguida como un fusil, / obrero / campesino de ti mismo, estatua / auténtica de la libertad, / defendida / por todos los pueblos de la tierra. / África / levanta, día a día, su diadema, / Asia se extiende soberanamente, / todos / los pueblos blanden hacia ti sus frondas, / Cuba valiente, invulnerable,/ dueña / de tu tierra, y tu aire y tu alegría.

Sirvan estas líneas para recordar “al hombre / aquel que amó, vivió, murió por dentro / y un buen día bajó a la calle: entonces / comprendió: y rompió todos sus versos,“ y que daba todos sus versos por un ser humano en paz.

*Blas de Otero cuenta así aquello: “Vino el 18 de julio… Antes de llegar a la edad militar, me incorporé a los batallones vascos. A la toma de Bilbao me quedé allí y después de pasar por un campo de prisioneros me enviaron al Regimiento de Artilleria de Logroño, y luego al frente de Levante. Mi desarrollo ideológico ha sido muy lento y por entonces no tenía las ideas muy claras. Escribía cientos de poemas que destruí casi todos.”

La mujer del cuadro.

La mujer del cuadro.

La mujer del cuadro

 “Sola y desarmada, arengaba a la gente en las plazas de los pueblos, palabras que me salían del alma”.

ANTE UN LIENZO DE PARRAGA

(Blas de Otero)

Las manos de la mujer amortiguan el rostro desolado, abatido.
El dios de la victoria se cierne sobre sus cabellos aleando tras la
garganta
y una blusa blanca recorre sus brazos pesarosos.
Perdimos Ia guerra, el tiempo, los alfileres, la puerta grande de la
casa.
Mirad la carta, el sobre asombrado, el pliego escrito a firmes trazos.
Todo es inútil, la muchacha corrió de provincia a provincia
huyendo de la victoria.
No hay atardecer, no hay fiesta, no hay pan ni lágrimas que valgan.

Estoy junto a Párraga en una callejuela del barrio latino de París,
pinta despacio, habla despacio, nuestro Velázquez encendido.
Al fondo de la puerta, una cortina cae como la desesperación
sobre la espalda de un ciego.
Una ligera, acaso brillante luz se ahoga en sí misma, la muchacha mira absortamente,
se presiente el techo sobre sus parpados.

Perdure Ia mano lenta de Párraga, empuñando el pincel que cincela el aire,
La ladera de Santa Marina vertida en agua verde,
puertos de Bermeo, caseríos entre mar y veredas,
Mundaca, rincón de Orozco, todo se perdió en la niebla,
las manos de la mujer apoyan el rostro desolado, abatido,
dorado de juventud y esperanza.

Blas de Otero, era amigo del pintor Ciriaco Párraga, y sentía una gran admiración por su obra, que manifiesta en ese poema. Un poema dedicado al cuadro “Perdimos la guerra”, en el que se retrata a una mujer melancólica. Pero, ¿quién es esa mujer? Ella y su amigo Párraga, tienen una interesante historia que contar.
La mujer es Palmira Julia Tello Landeta, y fue una imagen icónica de la participación de las mujeres de la República en la vida pública. El 31 octubre de 1936, el popular semanario “Estampa”, llevaba a su portada la imagen de una joven de pelo corto que habla con nervio, gesticulando con sus manos. Hacía apenas cuatro meses que había comenzado la Guerra Civil en España tras el alzamiento contra la II República y la revista dedicaba un número a la figura de una mujer arengando a la población. “¡Todos los hombres y mujeres en servicios de guerra y retaguardia!”, es la voz que ha sonado por barrios, mercados y fábricas de Madrid”, recogía el semanario en su primera página. Palmira Julia Tello Landeta, era un miliciana comunista de 16 años que recorrió los pueblos movilizando a la población para defender la República, que guió a las Brigadas Internacionales, que logró escapar de una muerte más que probable del Madrid de la posguerra, que pasó los casi 40 años de dictadura escondida tras un nombre que no era el suyo y luchando contra un régimen que arrinconó a las mujeres al interior de sus casas, y que ya en la democracia jamás dejó de pelear por la igualdad y la justicia. Palmira Julia se afilió a la Juventud Comunista apenas cumplió 14 años. Y pasó a la nueva organización de la JSU, Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), cuando en ella se unificaron los jóvenes socialistas y comunistas. En la JSU pasó toda la guerra, formando parte del aparato de afiliación y propaganda. “Sola y desarmada, arengaba a la gente en las plazas de los pueblos, palabras que me salían del alma. Las madres me oían pedir que dejaran a sus hijos alistarse para el frente. Podían lanzarse contra mí, iba indefensa. Y nunca, en ninguno de los pueblos por los que pasé me hicieron nada. ¡Cuando yo, a lo que iba, era a llevarme a sus hijos a la batalla!”, contaba ella.

Sus camaradas la empezaron a conocer por “Tellito” y la joven hacía de todo, lo mismo enseñaba a manejar un fusil, que se dedicaba a movilizar a la población, o guiaba a la Brigada internacional Thaelmann –formada por austríacos y alemanes–, hasta la batalla de Guadalajara. “Ella no sabía alemán pero debía haberse aprendido alguna palabra y cuando pidieron voluntarios para guiar a los internacionales, levantó la mano”.
Se casó con Ernesto Niño, un miliciano que apenas diez días después cayó en el frente de Guadalajara. Su hermano, Paco, también había muerto en 1936, nada más comenzar la guerra. Cuando la contienda parecía ya perdida para el bando republicano, “Tellito” huyó a Alicante para tratar de alcanzar alguno de los barcos que salían de España, pero se quedó a las puertas.

En abril de 1939, apenas terminada la guerra, pudo volver a Madrid, y empezó a trabajar de “sastra”. No se resignaba en la derrota, y contactó con otros compañeros para tejer redes de lucha, hasta que un día, cuando regresaba del trabajo, en la calle, una amiga le dijo que huyera. Le contó que la habían detenido y preguntado mucho por ella en comisaría, que estaba segura de que la estaban buscando. La habían soltado esa misma mañana, pero estaba segura de que la vigilaban, para usarla de anzuelo. Le urgió a que huyera de inmediato.
Quince horas después la policía se presentó en su casa y al no encontrarla se llevaron detenidas a sus dos tías, Margarita y Carmen. Su madre, Julia, llevaba varios meses presa en la madrileña cárcel de Ventas. Corría el mes de junio y la policía llevaba tiempo deteniendo a todas las mujeres que formaban parte o habían participado en la JSU. El 5 de agosto fusilaron a 13 de ellas –las conocidas como “13 Rosas”–, muchas, menores de 21 años, junto a 43 hombres.
Tellito, haciendo caso del consejo de su amiga, había escapado a Zaragoza, donde se presentó con un nombre nuevo, vasco: Amaya, en homenaje a su abuelo Lázaro Landeta, natural de un caserío de Buia, y a la hija de Dolores Ibárruri, de la que se consideraba “hija política y moral”. Como Amaya, en Zaragoza, conoció al pintor Ciriaco Párraga, comunista también, que se convirtió en su compañero el resto de su vida. Ella es la modelo del cuadro “Perdimos la guerra”, que pintó un año después de terminada la contienda.

Párraga, también tiene una historia ejemplar. Nacido en Torrelavega, emigró a Bilbao, a la que sintió siempre como su ciudad. Allí desarrolla la mayor parte de su obra artística. También fue en Bilbao donde se afilió al Partido Comunista, deslumbrado por los logros iniciales de la revolución rusa, y tras una crisis artística que le había hecho abandonar la pintura. En 1934 participa directamente en la Revolución de Octubre y es detenido por primera vez. Durante la guerra civil, pone su arte al servicio de la defensa de la república, realizando numerosos carteles políticos que poblarán las paredes y publicaciones de Bilbao hasta que la ciudad caiga en manos de los militares franquistas.

Tras la derrota republicana, es encerrado en los penales de Santoña y Castellón y al salir en libertad, Párraga se traslada a Zaragoza, donde conocerá a Tellito. Lo hace para buscar trabajo, porque un alférez al que ha retratado en la cárcel de Castellón le da una carta de presentación para Ángel García Jalón, fotógrafo oficial de Franco. Al fotógrafo le gustan mucho los dibujos y óleos de Párraga y le cede un hueco en su estudio para que le ayude a retocar e iluminar retratos. En semejante entorno, Párraga recibe un encargo estrambótico de la Academia Militar: retratar al exdirector de la misma, a Franco, al Caudillo.

Párraga, aturdido por la propuesta, no sabe qué hacer. Y lo pone en conocimiento de su mujer, Tellito, y del Partido. Ambos coinciden en que debe aceptarlo. La negativa sería motivo de sospecha y de indagaciones sobre su pasado y el de su compañera. Pero Párraga no se ve pintando al dictador durante semanas sin abalanzarse sobre él para retorcerle el cuello. Es García Jalón, con el que ha hecho amistad pese a sus diferencias ideológicas, quien le da la solución. No es necesario que le retrate en vivo, mediante tediosas y odiosas sesiones de posado. Él elegirá las fotografías en las que debe basarse para pintar al “Caudillo de verde y fajín”. Párraga pintó cuatro óleos distintos y dos carbones de Franco, dos de los cuales se mantuvieron expuestos, incluso después de la aprobación de la Constitución democrática, en la sala de banderas y el despacho del director de la Academia Militar.

En 1942 Amaya y Párraga se trasladan a Bilbao, que el pintor añoraba mucho, y donde siguió con su obra pictórica. Allí conoce a Blas de Otero, del que se hace gran amigo, con quien comparte tertulias, y al que le une, además de sus intereses artísticos, su militancia comunista. En 1958 Párraga fue encarcelado de nuevo, durante un año y medio. En la década de 1960, en su casa del barrio de Begoña bilbaíno, se celebraban reuniones clandestinas del Partido Comunista de Euskadi y se imprimían “Mundo Obrero” y “Euskadi Roja”, que se camuflaban tras los bártulos y caballetes del artista.

Redacción de Herri.

Tremenda Amparitxu

Tremenda Amparitxu

Tremenda Amparitxu

Flores amarillas porque ardían con la ternura de su novio y enemigo, su bronca y su compañero: el caballerito del que destiló al mejor poeta de la solidaridad.

Cuando compres flores amarillas en la Prospe, acuérdate de Amparitxu Gastón.
Cincuenta años resistió en el barrio: en la calle contra la dictadura del franquismo y en su casa contra el olvido de los que después se desprendieron del poeta y mucho más de la viuda. Con flores amarillas celebrábamos el cariño y el respeto de los amigos de Casa Emilio y del Balboa, buscando por los buenos bares de la vecindad el oleaje de San Sebastián que tanto necesitaban.

Flores amarillas porque ardían con la ternura de su novio y enemigo, su bronca y su compañero: el caballerito del que destiló al mejor poeta de la solidaridad.
Se tiraban las flores a la cabeza y se tiraban de cabeza a las flores cargadas de futuro.

No es fácil ser la pelea de un combatiente. No se puede olvidar que lo que se quiere no siempre se disfruta.
Es mejor que en la foto sólo la veamos a ella aunque siempre estén juntos. Es mejor porque hasta en su última hospitalización sólo se emocionó cuando el médico de guardia le dijo que compartían al poeta. Y no es justo que la recuerdes por ser su viuda cuando en realidad Gabriel es un poeta cargado de Amparitxu.

Al poeta lo enturbiaron por escribir tan humanamente: escribiría un poema perfecto si no fuera indecente hacerlo en estos tiempos. A ella por vivir con él para que él pudiera vivir de esa manera. Habría vivido con un poeta perfecto si no hubiera sido indecente hacerlo en aquellos tiempos. Por dentro no todo eran flores.
Por fuera pocas flores les regalaban. No es fácil vivir entre todos siendo imperfectos. Pero vale la pena si anunciamos algo nuevo.
Con todo me identifico/ y respiro por la herida/
y digo que mis poemas/ son un vivir otras vidas/
y un recrecerme en lo vasco/ de Amparitxu y su delicia./
Cuando lean estos versos/ no piensen en quién los firma/
sino en mi Euzkadi y mi Amparo.
Abierta y complicada, vasca y madrileña, enorme y encogida, con tantas vueltas y avenidas, Amparo Gastón Echeverría fue con su hermano a la cárcel, con el poeta a la gloria y a la envidia, en la vida como pudo y al final entre muy pocos.
Me cuesta mucho escribir lo que me duele y lo estoy haciendo a tropezones para que no se les olvide a los que lo saben, no lo oculten los que quieren ignorarlo y puedan saberlo los que tendrán pocas oportunidades de volver a oir hablar de ella. Muy cerca de dónde se empezó a escribir este periódico hay una placa popular dedicada a un poeta que en su boina lleva como en un velero a la mujer que le empujó a atreverse cuando se tropezaron sobre el peligroso escaparate de una librería. Al pasar por delante de su portal, fijate si tienen flores amarillas: es la señal de que puedes contar con ellos para no resignarte y vivir humanamente, de que puedes cantar como le gusta a Amparitxu para que en la Prospe sepan todos que, cuando buscaban a la viuda de un gran poeta, encontraron a una mujer de tremenda encarnadura.

Celaya le regaló a Gastón un poema titulado Las flores amarillas. Que lo lean como castigo los canallas sin amor. Ahora Gabriel sigue escribiendo para los dos:

“mientras en mis ojos azules de mar muerto
pasa como en un témpano lentísimo el silencio.”

José Manuel Martín Medem, Director de Mundo Obrero