Pinto FLORES para que así no se MUERAN
Recuperar el orgullo de siglos de lucha contra los elementos naturales, la opresión social y económica y la opresión patriarcal.
Con esta preciosa metáfora Frida Kahlo explicaba su voluntad de ayudar a conservar aquello que conside-raba admirable y digno de ser legado a las siguientes generaciones para que, así, también ellas lo pudieran disfrutar y admirar.
Frida ha sido estudiada, interpretada y reinterpretada en numerosas ocasiones y bajo multitud de prismas. Pero al menos hay dos características que se señalan de manera casi unánime: su perfil feminista y su interés en la cultura popular/ rural.
Y no es casualidad que ambas cuestiones vayan unidas. Las mujeres, a lo largo de la historia, los países y las distintas civilizaciones, han sido guardianas, cuidadoras y transmisoras de la cultura popular, una de cuyas máximas expresiones es, probablemente, eso que denominamos genéricamente “cultura rural” en la que el papel de las mujeres como custodias sigue estando más vigente incluso hoy día. La mujer como transmisora de saberes, tradiciones y raíces, aprendidas y enseñadas a través de canciones, historias o “fórmulas mágicas” que enseñaban a conjurar miedos y peligros.
A pesar de que en multitud de ocasiones se ha denostado esa cultura rural por ser poco elevada o reflejo de valores que transformar (conservadores, machistas), lo cierto es que esa visión de la cultura rural dejó hace tiempo de ser tan parcial. No podemos negar que el poder ejercido por fuerzas conservadoras y patriarcales ha alentado un tipo de cultura popular y rural afín a sus intereses que son, qué duda cabe, perpetuar los valores que permiten el mantenimiento del statu quo.
Sin embargo, debajo de la cultura popular que es casi, en ocasiones, poco más que un estereotipo pobre y vacío, late una enorme corriente de expresión en la que se encuentran muchos otros valores, en la que hallamos una forma de explicar el mundo fuertemente vinculada a la tierra, a los recursos, a la realidad tangible que rodeaba a nuestras hermanas de tierra (como definieron, de manera preciosa, María Sánchez y Lucía López). Una cultura escondida porque también tenía una componente fuerte de rebeldía frente a lo que era injusto: canciones de burla y rechazo a los señores, a los maridos que no compartían los trabajos y trataban mal a las mujeres, de rebeldía frente a los condicionantes sociales. Canciones que nunca se grabaron, ni llenaron teatros, pero que se transmitían por generaciones cantándose en lavaderos, cocinas y faenas en el campo.
Canciones e historias que reflejaban años de sentimientos y realidades sociales cambiantes.
Pero también hoy existe ese latido. En los bordes de nuestra sociedad, en las heridas de nuestro territorio que es eso que llamamos “la España Vaciada”, existe una cultura rural y feminista llena de vida. No piden ayuda, ni quieren que se les dé voz, porque ellas tienen su propia voz.
Es respeto y visibilidad lo que necesitamos: estar en pie de igualdad, sin estereotipos ni tutelajes.
Este 2018 celebrábamos el Año Europeo del Patrimonio Cultural y, como su propio lema indicaba, se trataba de “un año para la reivindicación, la puesta en valor, y la interpretación de todos los patrimonios culturales”. Y no es posible hablar de todos los patrimonios culturales sin contar con el mundo rural que representa el 80% del territorio del Estado Español, ocupa el 72% de la superficie total del territorio y donde encontramos el 100% de nuestro Patrimonio Natural.
Existe un extenso (aunque demasiadas veces desconocido) patrimonio arqueológico, histórico-artístico, natural, industrial, eclesiástico, civil … Un patrimonio material e inmaterial, cuyo mantenimiento supone la conservación de la identidad de un entorno y de sus habitantes, así como la garantía de su pervivencia y disfrute para generaciones futuras.
Incluso, como parte de la tan necesaria lucha contra el cambio climático y la, también, necesaria adaptación a las condiciones cambiantes en nuestro entorno, la cultura rural ha sido guardiana de sistemas de trabajo que son verdaderas fuentes de tecnología adecuada. Actualmente, estos procesos etnológicos están amenazados por el olvido colectivo debido a que se ha interrumpido el conocimiento transgeneracional de estos sistemas de trabajo, que también son fuente de creatividad artística y esta pérdida de memoria es debida en gran parte al avance de la despoblación rural.
Reconocer y admirar a Frida Kahlo también es reconocer y exprimir su mejor legado. Pintar flores para que no mueran es reivindicar, como ella misma hizo, la necesidad de poner en el centro, visibilizando, la cultura rural, popular y profundamente feminista que se hace en las heridas de nuestro territorio. Recuperando el orgullo de aquello que hacemos para celebrarnos a nosotras mismas y celebrar que estamos vivas en nuestros territorios.
Recuperar el orgullo de siglos de lucha contra los elementos naturales, la opresión social y económica y la opresión patriarcal.
Recuperar el orgullo de venir de una lucha de siglos, de abuelas que nos contaron historias.
Eva García Sempere
Exparlamentaria en el Congreso de los Diputados por Unidas Podemos.
Coordinadora federal del área de Medio Ambiente y Ecología de Izquierda Unida.