Cuando el destino de un hombre
se juega a los dados

Julian Assange juzgado el 11 de octubre de 2019.

Al igual que el 20 de septiembre de 2019, su nombre figuraba en primer lugar para ser juzgado por extradición, pero eso se debía a que su apellido comienza por la letra A. Estaba en una lista alfabética de 21 nombres, en su mayoría varones polacos y rumanos, junto una mujer azerbaiyana. En la Corte de Magistrados de Westminster, el 11 de octubre de 2019, el secretario del tribunal, y su ayudante, prepararon la sesión en la pequeña sala número 3, mientras que el público rápidamente llenó las diez sillas reservadas detrás del cristal. Julian Assange figuraba, como hemos dicho, en la sesión entre los inmigrantes de Europa del Este que vivían en Gran Bretaña y eran reclamados por la justicia de su país, con el apoyo de las Órdenes de Detención Europeas. En la lista del 20 de septiembre, algunos de los proletarios acusados ​​de robo, estafas u otros líos y delitos de los pobres, también estaban amenazados con ser entregados a los Estados Unidos. Y Julian Assange está en la misma lista. Una extraña sensación de saberlo en compañía de los más vulnerables, de los menos conscientes de sus derechos, el proletariado europeo menos politizado. Y ese día, después de todos los insultos de esta justicia expeditiva donde los hombres son juzgados en su ausencia, los activistas de la Asociación Wikijustice tampoco esperaban verlo comparecer.

Nuestra preocupación era saber si un mínimo de defensa estaría presente para él, al contrario que el 20 de septiembre pasado. Los diez sitios para el público fueron ocupados rápidamente por Wikijustice y los miembros del comité de apoyo británico. Andrej Hunko, diputado de Die Linke, también estaba presente en el público, él un luchador por la justicia en Europa durante mucho tiempo, destacándose por su demanda para una investigación internacional independiente sobre el asesinato de 100 personas quemadas vivas en la Casa de los Sindicatos en Odessa, el 2 de mayo de 2014 durante el Maidan ucraniano. Lamentablemente, las familias de los otros acusados ​​debían contentarse con estar de pie. Desgraciadamente, para sus allegados, como para Julian Assange, la justicia británica fue rápida, seca y carente del menor análisis.

La señora Emma Arbuthnot, jueza y presidenta de la corte, tomó su puesto en el estrado y todos nos levantamos. El secretario le presentó el plan de trabajo. Julian Assange aparecía en una nueva lista del plan del día como el número 11, pero finalmente los encausados fueron presentados en un orden distinto ante el juez. El secretario del tribunal comenzó con el caso número 16, y, después de pronunciar su nombre en voz alta, llamó al acusado polaco de la prisión de Belmarsh tras haber activado el video. En la pantalla aparece un guardia que afirma que el Sr. K. está demasiado enfermo para comparecer ese día. Y eso es todo. La terrible justicia desmaterializada o la extraña apariencia del video nos devuelve a una forma de Antiguo Régimen, donde el prisionero se ha vuelto inmaterial, oculto, inaccesible. En efecto, el acusado nunca más vuelve a salir. Él no ve a su familia ni a los que le apoyan, porque la cámara no le muestra el fondo de la sala. No siente el espíritu del momento. No siente nada de la comedia humana en la que se juega su destino. Ya no es ciudadano, sino un objeto encerrado y arrastrado de abogado a juez y de juez a guardian. El Sr. K. ni siquiera sabía lo que se dijo de él en la audiencia. Él no está allí. Su familia debe creer al guardian su palabra de que está “demasiado enfermo” y es entregada a una profunda preocupación llena de interrogantes.
En tal sistema, donde el ciudadano ha desaparecido en favor del objeto encerrado, el abogado se convierte en el único garante de la humanidad del ser humano físicamente desaparecido de la vista de otros humanos. Algunos abogados luchan como leones por su cliente. El próximo acusado, también polaco, rechaza la solicitud de extradición y solicita una extensión de la libertad bajo fianza. En 5 minutos pintó la imagen de un hombre que se lamentaba de sus acciones, que ha cumplido la mitad de su condena, que trabaja, que es dueño de un pequeño negocio, y eso ha detenido a la Señora jueza, que ha encontrado la evidencia de que su negocio existe, que tiene una dirección y clientes … El joven abogado no renuncia a la pieza, no asiste impotente al proceso, pelea. Un segundo de respiro. La Señora jueza, tan severa, esboza una sonrisa. No, es rechazada su petición, los delitos de los que es culpable, las estafas y los robos, son demasiado graves para ella. Atentan contra la moral de la sociedad. Pasamos a la siguiente. Se trata de un rumano, que no está, no se sabe por qué. Luego, el dúo juez-secretario evoca el caso de H, la mujer azerbaiyana. Ella tampoco está allí y no tiene abogado. Sin embargo, se entiende que está en prisión acusada de cosas graves. Su caso se pospone, pero ¿qué será de ella si nadie cerca de ella se preocupa por ella en las profundidades de su prisión? Pienso en ella, aunque he venido por Julian Assange.

El siguiente prisionero, otro polaco, comparece en un video desde Belmarsh, la prisión. Su abogado tiene 2 minutos para explicar que “no pudo ponerse en contacto con su cliente debido a las condiciones de visita en la prisión”. Algo que no sorprende ni indigna a nadie. La juez establece la audiencia para principios de noviembre. Después llega el caso de otra mujer, J., que también es “sierva prisionera”, como lo fue Julian Assange -prisionero al servicio del sistema-, esperando que el sistema decida sobre él. Luego vino otro polaco, el número 22, cuyo nombre no está en la lista. Al igual que los demás, se aferra a esta desagradecida Inglaterra, rechaza la extradición a Polonia y solicita una libertad bajo fianza. Siempre por boca de su abogado, porque como los otros, está ausente.

Entonces la juez se levanta y nosotros también nos levantamos al ver que sale de la habitación. Creemos que es un descanso y estamos a punto de comenzar a discutir lo que hemos visto. Pero el secretario anuncia que se va a tratar el caso de Julian Assange y tomamos asiento. Nos volvemos a levantar porque llega otro juez, un hombre de unos 45 años. Y ya puede comenzar la siniestra broma política. Se enciende el video y Julian Assange aparece ante nuestros ojos. Está sentado en una silla sobre una especie de caja, en una habitación pequeña con unos cuadros detrás de él que parecen espejos. La escena podría estar sucediendo en cualquier lugar ya que el secretario del registro ni siquiera comenta en voz alta “prisión de Belmarsh” cuando establece la conexión mientras que sí lo ha hecho en el caso de los otros reclusos.

Julian Assange parece demacrado, tenso, crispado, sobre la silla, con una pierna descansando sobre la otra, con los brazos cruzados, y las manos ocultas, dobladas. Lleva una larga barba y el cabello largo gris y blanco, la misma sudadera azul desteñida y los mismos pantalones grises que llevaba en el video de April Wandsworth y que se filtró en mayo. Hace frío en esta mañana húmeda de otoño en Londres. No puedo evitar preguntarme si alguien le ha proporcionado ropa o dinero para comprar en el interior de la prisión los productos de primera necesidad a los que tiene derecho todo ser humano, incluso encerrado. Me acuerdo de mi viaje de ayer a la prisión de Belmarsh, donde los guardianes del “centro de visitantes” se negaron a certificar que había recibido nuestros paquetes con calcetines de abrigo. Es impactante verlo de esa manera y creo que nuestros calcetines enviados no son superfluos.

Julian Assange dice solo una frase, “Paul Julian Assange” y su fecha de nacimiento. Luego mantiene un aire ausente hasta el final. Se inclina ligeramente hacia adelante, mirando al suelo, como si se negara a participar en esta mascarada. No sabemos exactamente qué puede ver de la sala, probablemente sólo a su abogado, el cargo de su acusación que está en el primer plano, al secretario y al juez. No lo vemos por completo, la cámara lo corta por la cintura. Su abogado, Gareth Peirce, está aquí, llegó a las 10 de la mañana pero estuvo ausente de la sala durante la presentación de los otros casos. Habla con el juez, dura unos minutos. Me parece que no mira a Julian Assange. No gira la cabeza ni una sola vez al video y no hay entre ellos ninguna mirada o signo de connivencia. Uno tiene la impresión de asistir a una obra de teatro en la que todos los actores conocen el juego, las reglas del juego y, naturalmente, el resultado de la trama. Normal, todos se conocen porque juegan en la misma compañía del sistema judicial, mientras que nosotros asistimos a la comedia humana como espectadores indefensos. Pero éste es un hombre cuyo destino se juega a cara o cruz …

Comprendemos que Gareth Peirce está pidiendo la comparecencia física de Julian Assange en el tribunal la próxima semana, el 21 de octubre. No es una mala idea, pero pensaba que, después de nuestras consultas legales con los abogados de extradición, en esta audiencia del 11 de octubre se presentarían los argumentos de la defensa y que la audiencia de la semana posterior serviría para confrontar los argumentos de ambas partes, defensa y acusación. Después, el juez tiene 3 semanas para decidir.

La acusación está muy presente en la audiencia en la persona de una elegante mujer que habla en último lugar, sentada justo al lado de Gareth Peirce. Después de la audiencia, me explica que ella es la “abogada de la solicitud”, el abogado de la “parte opuesta”, es decir, me dice que defiende los intereses estadounidenses. Amablemente me da su nombre, Clair Dobbin. Su CV está disponible en Internet, y allí observo que su bufete está ubicado en el mismo edificio que el de Matrix Chambers, la firma de abogados (1) uno de los cuales, Mark Summers, había leído la famosa carta de las disculpas y excusas de Julian Assange en la audiencia del 2 de mayo.

El juez termina preguntándole a Gareth Peirce en voz alta: ¿No hay solicitud de libertad bajo fianza hoy? No. Gareth Peirce, el abogado de Julian Assange no pregunta nada. Quiere que todo se juegue el 21 de octubre. Su cliente fija la vista al suelo de la prisión, y no se sabe si escucha y entiende, o si está de acuerdo. Se acabó. El juez se va, nos levantamos y salimos al pasillo donde se desarrolla el resto de la comedia humana y política.

El 21 de octubre o el 18 de octubre han sido evocados en la audiencia. Debemos precipitarnos sobre la secretaría del tribunal para solicitar la confirmación de las fechas. Vuelvan mañana –nos dicen-, todavía no los tenemos en el ordenador. Gareth Peirce se queda un momento en el pasillo, a disposición de los comités de apoyo y de los periodistas ingleses. Me presento y le pregunto si puedo pedirle explicaciones. Comienza a hablarme, pero enseguida debe irse por el requerimiento del secretario del tribunal. Me ofrece hablar con su asistente.
El 21 de octubre se lanzarán los dados. ¿Qué se puede hacer para fortalecer la defensa de Julian Assange antes de que sea demasiado tarde?

Crónica de Monika Karbowska.

1. En el sistema inglés existe una jerarquía entre los abogados: los “sollicitor” son los abogados en contacto con los clientes que pueden presentar una demanda ante los tribunales de primera instancia, los “Magistrate court”. Pero para acudir al tribunal de segunda instancia, “Crown court” debe contratar los servicios de abogados más especializados, los “barrister”y debe contar con ellos. Jennifer Robinson y Mark Summers fueron los “barristers” de Julian Assange, mientras que Gareth Peirce es su abogado “sollicitor”.

Monika Karbowska

Militante del KPP (Partido Comunista Polaco)
Feminista y miembro de Wikijustice