Apuntes sobre la cuestión de la mujer.

“No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.”

Lenin, en “Materialismo y empiriocriticismo”, plantea
una cuestión general y muy importante: que las causas motrices del devenir histórico, especialmente de la moderna sociedad burguesa, no vienen dadas a la conciencia de los seres humanos que hacen la historia. Lenin lo explicaba así:

“Todo propietario es consciente de que cambia ciertos productos por otros, pero esos productores, y esos propietarios, no son conscientes de que con ello modifican el ser social. Setenta eminencias como Marx no bastarían para abarcar la suma de esas modificaciones con todas sus ramificaciones en la economía capitalista mundial.

Todo lo más que se ha podido hacer es descubrir las leyes de estas modificaciones y demostrar en lo principal y fundamental la lógica objetiva de estas modificaciones y de su desarrollo histórico; lógica objetiva no en el sentido de que una sociedad de seres conscientes, de seres humanos, haya podido existir y desarrollarse independientemente de la existencia de los seres conscientes […], sino en el sentido de que el ser social es independiente de la conciencia social de los hombres. Del hecho de que uno vive, tiene una actividad económica, procrea y fabrica productos que intercambia se forma una cadena de sucesos objetivamente necesaria, una cadena de desarrollo independiente de su conciencia social, que ésta no abarca jamás en su totalidad. La tarea suprema de la humanidad es abarcar esta lógica objetiva de la evolución económica (de la evolución del ser social) en sus rasgos generales y fundamentales con objeto de adaptar a ella, tan clara y netamente como le sea posible y con el mayor espíritu crítico, su conciencia social y la conciencia de las clases avanzadas de todos los países capitalistas”.

Con Lenin vemos, por tanto, que hay una tarea suprema de investigación, de esclarecimiento, que no tiene como destino un puñado de cabezas, sino la humanidad; lo cual no puede ser sino un largo proceso histórico. Esa tarea consiste en comprender cómo se transforma el ser social; una transformación que la ejercen los seres humanos mucho más allá de su conciencia.

En “La ideología alemana” comprobamos, a través de Marx y Engels, que para entender esto: “No se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. […] No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.”

También en “La ideología alemana” se señala que la forma de organización familiar es uno de los cuatro factores esenciales de la historia del ser humano. Que la familia es parte del proceso de vida y que hay que estudiarla en sus conexiones reales y efectivas en cada época histórica (no según cierta idealización). Que la familia había sido en el origen la única relación social, pero que con el desarrollo de nuevas relaciones en el devenir histórico, pasó a ocupar un lugar secundario. Vimos que la economía doméstica y la propiedad privada guardaban algún tipo de relación.

En “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Engels nos conduce a través de los principales procesos históricos humanos. Todo lo que se resumía en “La ideología alemana” casi 40 años antes, se exponía aquí con más detalle y precisión. De nuevo se nos recordó que “según la teoría materialista, el factor decisivo en la historia es, a fin de cuentas, la producción y la reproducción de la vida inmediata. Pero esta producción y reproducción es de dos clases. De una parte, la producción de medios de existencia, de productos alimenticios, de ropa, de vivienda y de los instrumentos que para producir todo eso se necesitan; de otra parte, la producción del hombre mismo, la continuación de la especie. El orden social en que viven los hombres en una época o en un país dados, está condicionado por esas dos especies de producción: por el grado de desarrollo del trabajo, de una parte, y de la familia, de la otra. Cuanto menos desarrollado está el trabajo, más restringida es la cantidad de sus productos y, por consiguiente, la riqueza de la sociedad, con tanta mayor fuerza se manifiesta la influencia dominante de los lazos de parentesco sobre el régimen social.”

Con Engels vemos los tipos de organización familiar. La cuestión central es cómo se transformó la vida social y la familia cuando la división sexual del trabajo preexistente entró en relación con la aparición de la propiedad privada: la mujer fue convertida en esclava procreadora de los herederos legítimos del hombre. Dando un salto de decenas de siglos, también vimos lo que supone la industria moderna como productora de valores de uso domésticos y como proceso laboral que absorbe fuerza de trabajo femenina. “La emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado. La emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante. Esta condición sólo puede realizarse con la gran industria moderna, que no solamente permite el trabajo de la mujer en vasta escala, sino que hasta lo exige y tiende más y más a transformar el trabajo doméstico privado en una industria pública “.

Como ya nos había dicho Lenin, los seres humanos al hacer su historia modifican sus condiciones de vida alcanzando incluso al margen de su propia conciencia, alcanzando consecuencias nunca planeadas. Esas modificaciones siguen produciéndose hoy en día. La historia no se detiene. La vida inmediata se sigue transformando desde que el modo de producción capitalista domina la producción social. En el Manifiesto decían Marx y Engels: “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen viejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”.

El modo de producción capitalista, con su dinámica, desarrolla la producción social y al propio proletariado. Con ello, afianza las condiciones de su superación. La mujer, con diferencias antagónicas entre la mujer proletaria y la burguesa, ve también alterada su posición en el trabajo privado y en el trabajo social (y en la propiedad privada, en el caso de las clases poseedoras). Esta posición, que aún hoy se modifica generación tras generación, debe ser estudiada meticulosamente. Recordemos que, tal y como decía Marx en el prólogo de la “Contribución a la crítica de la economía política”, la base real de una sociedad (y de sus leyes y sus concepciones ideológicas) es la estructura total de sus relaciones de producción, las cuales vienen determinadas por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Si esas fuerzas productivas y esas relaciones de producción se modifican en alguna parte de la estructura total, no cabe duda de que se producirán cambios sociales de peso. De modo que, para seguir entendiendo la situación de la mujer, debemos captar la lógica objetiva del proceso social general y, dentro de éste, comprender el lugar de la mujer obrera, pequeñoburguesa y burguesa (y realidades precapitalistas, de haberlas) en las relaciones de producción de los medios de vida y de los seres humanos. Dónde está en el conjunto del trabajo de nuestra sociedad. Y no sólo el lugar en el que está, sino la dinámica en curso: de dónde viene y hacia dónde tiende la posición que ocupa. Si perdemos de vista el proceso, el movimiento, entonces el análisis encalla y nos impide obrar revolucionariamente (el Manifiesto también es un ejemplo vívido de cómo el marxismo capta procesos y, a partir de la comprensión de estos, traza los objetivos políticos, los cuales están materialmente determinados por las condiciones efectivas y sus condiciones de superación).

Así pues, visto que la producción social repercute enormemente en la organización de la familia y en la posición de la mujer, ahora es necesario comprender aspectos esenciales del modo de producción capitalista. Conocer sus dinámicas es la premisa para seguir comprendiendo la situación de la mujer moderna, que es mayoritariamente la mujer proletaria, pero no sólo. Comprender el análisis marxista del trabajo asalariado es un requisito indispensable para analizar la posición de la mujer, tanto proletaria como burguesa.

David Fuentes
Militante del PCE-EPK y miembro del Seminario
de El Capital de la UPV-EHU de Sarriko, Bizkaia.