Método belga de construir un Partido Comunista en el siglo XXI

Método belga de construir un Partido Comunista en el siglo XXI

Método belga de construir un Partido Comunista en el siglo XXI

Llama la atención el Partido del Trabajo de Bélgica (PTB) que opera un país corazón de la OTAN y la Unión Europea.

Mientras la mayoría de los jóvenes burgueses que se hicieron altisonantes maoístas en el mayo del 68 parisino volvieron a su clase más reaccionarios que antes, un grupo de jóvenes belgas se tomaron en serio su maoísmo y bastantes se convirtieron en obreros de fábrica y crearon un partido revolucionario. “Todo el Poder a los Obreros” (TPO en francés, AMADA en flamenco con bellas resonancias en español), que en 1979 se convirtió en PTB.

Mientras la contrarrevolución acabó con el campo socialista liderado por la URSS y, de paso, con no pocos partidos comunistas, el “Estado de Bienestar”, el keinesiasmo y muchos avances sociales e ideas progresistas, el indómito pero pequeño PT belga se mantuvo fiel al socialismo. Su presidente Ludo Martens tituló en 1994, la editorial de su órgano Solidaire que “el comunismo es el porvenir de la Humanidad. Otro militante afirmó que el partido “seguirá con más fuerza que antes reivindicando la tradición comunista y el proyecto de sociedad socialista. Con la caída del campo socialista en el Este, el capitalismo ha mostrado toda su crueldad”. Había que tener muchos principios para hacerlo.

El partido realizó un esfuerzo de investigación sobre las razones de este salto atrás de la Humanidad. Se orientó en dos direcciones: mantener la confianza en el socialismo marxista y agrupar a las fuerzas comunistas del Mundo. En vez de disolverse se refuerza creando la Liga Antimperialista, su organización estudiantil que denominan en desafío al anticomunismo “Movimiento Marxista-Leninista” (MML) y aumentando su trabajo con la clase obrera y el pueblo. Las investigaciones de Ludo Martens y otros cuadros como Herwig Lerouge, Maria Macavigan que dirigía la excelente revista Études Marxistes, Michel Collon que era redactor jefe del periódico Solidaire, Jo Cottenier y otros contribuyen a cohesionar el partido y dar confianza a no pocos comunistas golpeados en sus convicciones y moral.

El anticomunismo imperante le causa un retroceso electoral. Si en 1985 para el parlamento federal tuvieron 49.000 votos, en 1991 bajaron a 30.658, un 0,51 %. Pero lejos de rendirse plantea un programa anticapitalista y para el parlamento europeo en 1994 avanza. De 28.778 votos obtenidos en las elecciones europeas de 1991 (0,5 %), año de la caída de la URSS, pasan a 58.923 (1%). Incorporan a la campaña electoral a más de 1.500 simpatizantes y su propaganda llega a 700.000 personas en el peor momento del anticomunismo. Tres ex secretarios federales del Partido Comunista de Bélgica (PCB) llaman a incorporarse al PTB y 17 militantes pasan a sus filas. El PTB supera al “movimiento roji-verde” en la parte flamenca que ofrece un blando discurso de rendición ideológica que sólo obtiene un 0,4 %.
El cambio de orientación que se produce en el VI Congreso en 2008 viene precedido por una investigación del hoy presidente del partido, Peter Mertens, sobre la situación de la clase obrera. Mertens, que en los 90 fue presidente del MML y se forma como sociólogo recupera la manera marxista de construir el programa político: sobre la base de un conocimiento exhaustivo de la sociedad que el Partido pretende dirigir al socialismo.
Fueron las investigaciones de Plejánov “El socialismo y la lucha política”, de 1883, y de Lenin “El desarrollo del capitalismo en Rusia”, de 1899, lo que les permitió elaborar el programa aprobado por el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia en 1903. Fue la investigación de Gramsci sobre la Cuestión Meridional de 1925 lo que le permitió enfocar al Partido Comunista Italiano en la vía adecuada. La investigación de Mao sobre La Revolución china y el Partido Comunista de China de 1937 la base de la línea que llevó a la toma del poder. El discurso “La historia me absolverá”, de Fidel, en 1952 se convierte en el programa de la revolución triunfante.

Mertens publica en 2005 un análisis sociológico marxista titulado “La clase obrera en la era de las multinacionales”, enfilado en desmentir las tesis revisionistas de Negri y Hardt y del entonces presidente del Partido de la Izquierda Europea (PIE) Bertinotti que negaba a la clase obrera y la necesidad de un partido que la represente y dirija. Mertens describe la clase obrera belga y su relación con los cambios económicos, tecnológicos y sociales de la era de lo que el posmodernismo llama “globalización” y el marxismo el “capitalismo imperialista a escala mundial”.
Esta investigación y reflexión colectiva conduce a su 8º Congreso, en 2008, que lo convierte en un partido comunista firme en sus principios pero a la vez flexible y renovado. El partido abandona la línea de fuerte resistencia ideológica a la contrarrevolución mundial de los 90, deja de priorizar la construcción de su cohesión porque ya la ha conseguido, y se acerca a las preocupaciones concretas de la clase trabajadora. Y no abandona el objetivo estratégico de construir una sociedad socialista libre de explotación.

La subida electoral es espectacular tras este gran cambio: si en 2006 obtienen 15 electos en las elecciones comunales, en 2012 son 47. Si en 2010 obtiene al parlamento federal 101.000 votos, en 2014 recibe 250.000 votos (3,72 %), pero en 2019 ya son 584.621 votos (8,62%) y 566.274 al Parlamento europeo, obteniendo un diputado.

En 2013 Mertens, elegido presidente del PTB, señala que el “socialismo no es un libro de recetas…no tenemos respuesta a todos los problemas, pero estamos seguros de que con la gente encontraremos las mejores respuestas”. Señala asimismo que por su organización y manera de actuar se sienten más cercanos al PC portugués que a ningún otro.

El PTB evidencia que un partido revolucionario bien organizado, que no se deje intimidar y que aprenda del socialismo científico, puede obtener un apoyo cada vez mayor en la Europa capitalista.

José Antonio Egido: Sociólogo

Carta a mi abuelo Thèo Dejace

Carta a mi abuelo Thèo Dejace

Carta a mi abuelo Thèo Dejace

“Te agradezco cada día el haberme inculcado verdaderos valores y la necesidad de comprometerse”.

Mi querido abuelo,

Me encuentro delante de una extraña tarea: hablar de ti cuando nos hemos conocido tan poco. Yo no tenía más que siete años cuando tú te fuiste, aunque los lazos que habíamos tejido eran fuertes. Estoy segura de que el equipo de Herri redactará un artículo biográfico riguroso y objetivo sobre tu vida y tus combates.
Entonces, ¿por qué no escribir simplemente una carta, esta carta que tú no recibirás nunca, pero que permitirá a los lectores interesados hacerse una idea del hombre, del amigo, del padre, del abuelo que tú eras, incluyendo algunas anécdotas recogidas en nuestra familia, o en los archivos familiares.

La primera historia que me viene a la cabeza es la imagen de un joven que acompaña a su padre a la escuela al mediodía. Porque tu padre, que era pintor de obra, había decidido asistir a la escuela vespertina para examinarse, con el fin de obtener su certificado de la escuela primaria. Y tú estabas a su lado ese día, orgulloso de él y ya muy consciente de la importancia capital de los estudios en la vida.
El amor por la lectura, por la cultura, las artes, los viajes, y la conciencia de la necesidad de informarse, de cultivarse sin olvidar de ejercer el espíritu crítico, serán valores que no te abandonarán nunca y que transmitirás a tu hija y a tu nieta años más tarde.

En agosto de 1914, tu padre, que se oponía a la guerra como Jean Jaures, porque se trataba de una guerra imperialista, será abatido. O, mejor dicho, será dado por desaparecido y no será hasta años más tarde cuando tu madre, después de innumerables búsquedas, sabrá que fue asesinado por soldados alemanes junto a otros civiles, cerca de Fort Loncin, en Ans. Tu hermano pequeño, Leonard, y tú, os encontrasteis desde entonces huérfanos de padre, y animados, cada uno a su manera, por esa rabia, contra las injusticias, cualesquiera que éstas sean.

Vuestros caracteres eran muy diferentes (tú la calma, el hombre serio, y armado de convicciones sociales bien ancladas; él, el alborotador, dotado de un gran corazón con la voluntad infatigable de pelear con aquellos que le habían quitado a su padre…) pero ambos os adorabais, y, sobre todo, os admirabais por aquello en lo que os estabais convirtiendo: en dos hombres de principios.

Después de tus estudios de instructor y profesor de educación física, a los 19 años, ejerciste muchos oficios, incluso aquel de… policía. Mama y yo nos hemos preguntado siempre de que manera habías obtenido ese puesto, que no casaba en absoluto con tus ideas. Pero bueno, los contratos de profesor no llovían y te hacía falta un trabajo alimentario para ayudar a tu madre, viuda de guerra. Sin embargo, serás relevado muy rápido.

Tu comisario no vio con buenos ojos que tú rechazaras denunciar a los vehículos mal estacionados. Se te obligó, bajo vigilancia, a poner las multas. El resultado fue que entre tus denuncias, sólo se contemplaban las de los coches de lujo, con la excepción del carro de un comerciante de verduras. En los siguientes días viste desfilar por la comisaría, con habanos y ropa elegante, a todos los propietarios ricos de los coches denunciados.

El comisario eliminó todas las multas, salvo la del comerciante de verduras. Nunca más pusiste una denuncia, a nadie. Y tu rebeldía no hizo más que crecer. Para rematar a tu comisario, te hiciste sorprender escuchando con atención el discurso del orador durante una ronda policial en el barrio universitario de Lieja, en la plaza del 20 de agosto. Y aplaudiste con entusiasmo a ese hombre, porque simpatizabas con sus palabras. Tu “pobre” comisario te convocó de inmediato para preguntarte porqué aplaudiste al orador en cuestión. “porque encontré que sus ideas eras justas”. Fue lo que le respondiste.

Fue sólo entonces cuando supiste que habías escuchado y apreciado el discurso de Joseph Jacquemotte, presidente del joven Partido Comunista de Bélgica. ¡Y ése fue el final de tu carrera en la Policía!
Tras ese periodo, ejerciste durante un tiempo otro oficio insólito para aquellos que te conocían bien: el de empleado de banca. ¡No puede ser, cuando lo oí, creía que se trataba de una broma! Tú detestabas las matemáticas, tú, el literario que prefería de lejos en tus pocos momentos libres escribir poemas, dibujar y leer.

Es imposible seguir este texto sin detenerme en la II Guerra Mundial. Tu hermano y tú os comprometisteis en la lucha contra los nazis, que habían invadido la mayor parte de Europa. Leonard se alistó en la Royal Air Force británica, la RAF, donde llegó a ser teniente aviador. Desgraciadamente cayó abatido por un as de la Luftwaffe en una misión de reconocimiento meteorológico, en 1942.

Tú no conociste el destino de tu hermano hasta tiempo después, porque entraste en la clandestinidad en 1940. Fue algo obligado: eras un resistente, miembro activo del PCB, y figurabas en una lista de personas buscadas por los nazis. Durante toda la ocupación trabajaste en la sombra, con tus camaradas y fundasteis juntos el “Frente Valón por la Liberación del País”, que se rebautizó como “Frente de la Independencia”.

Durante esos años negros, en los que el peligro amenazaba en cada instante, te escapaste por dos veces de una detención. Algunos de tus camaradas cayeron en las ratoneras, detenidos y torturados por la Gestapo, que les martirizó. Cuando bastantes años después supiste que uno de tus amigos más próximos, Constant, tenía graves problemas en un brazo como secuela de las torturas a las que fue sometido, lloraste como un niño, porque todo pasó por ti, porque los nazis esperaban que diera un nombre, el tuyo, que nunca dio.

Podría escribir páginas y páginas sobre tu militancia contra la guerra, sobre tus mandatos como diputado, como senador, como consejero municipal en la ciudad de Lieja y detallar tu trabajo de sindicalista. Pero mi objetivo no es ése. Yo prefiero que los lectores de Herri comprendan hasta qué punto fuiste animado durante toda tu vida por un ideal: aquel de la justicia social, de la igualdad de derechos para cada uno, por la voluntad de explicar las cosas de manera didáctica cuando se te preguntaba algo. Un hombre sencillo, sonriente, y al que le gustaba escuchar. Es la imagen principal que guardo de ti: un hombre de 1,78 metros, una estatura que resultaba impresionante para la niñita que te llamaba desde abajo, con los ojos. Cualquiera que haya hablado de ti, incluidas personas opuestas a las ideas comunistas que tú defendías, ha insistido en tu rigurosa honestidad, en tu simpatía y tu sencillez. Tu cargos nunca se te subieron a la cabeza, y siempre circulaste –muy mal por cierto, mi abuela se acuerda con frecuencia todavía-, en el Citroën 2CV, o 3CV, lo que era fuente frecuente de diversión entre tus conocidos.

Ahora yo soy una adulta. Tú te fuiste hace más de treinta años. Y yo me pregunto a menudo cómo habrías reaccionado frente a los acontecimientos que han agitado la actualidad desde que tú no estás: la caída del muro de Berlín, el fin de la URSS, las diversas guerras organizadas por los EEUU en Irak o en Siria, la crisis económica mundial, la subida importante de los partidos nazis o ultranacionalistas por toda Europa, sin olvidar el conflicto entre Israel Palestina, por no citar más que algunos ejemplos. Yo no puedo ni quiero responder en tu lugar. Sin embargo, aunque yo no me he afiliado a ningún partido político para militar, te agradezco cada día el haberme inculcado verdaderos valores y la necesidad de comprometerse frente a los problemas que nos conciernen a todos.

Hoy, menos que nunca, nadie puede ocultar la cabeza bajo el ala y aplicar la política del avestruz frente a las amenazas cada vez más graves causadas por las crisis políticas y sociales. En Valonia y en Bruselas, un niño de cada cuatro vive bajo el nivel de pobreza. Partidos racistas, neonazis, ganan votos en cada elección, aquí, en Bélgica, y ocupan puestos importantes en los distintos escalones políticos, locales, nacionales, o europeos.

En esta primavera de 2020, yo espero que esta carta pueda ayudar, humildemente, para que no nos olvidemos de dónde venimos, qué combates contra el fascismo, en Italia, o en España, fundamentales, librasteis tú y tus camaradas. Tú formabas parte, junto a otros, de un comité encargado de acoger en Lieja a los niños de la República española entre 1936 y 1939. Y vuestros combates contra el nazismo en el resto de Europa. Mi generación tiene una deuda enorme hacia todos vosotros, los combatientes de toda una vida….

No lo olvidemos.

Tu nieta
Aude D`Ambrosio

Profesora de francés e historia en Lieja

Thèo Dejace Biografía

Thèo Dejace Biografía

Thèo Dejace Biografía

“Lo que más aprecio de mis 22 años como parlamentario en Bruselas,
y como concejal en Lieja, es mi participación en las grandes luchas obreras”.

Nace el 7 de marzo de 1906 en Lieja, en el seno de una familia obrera. Su padre, que es pintor de obra, marxista y sindicalista, sigue en la escuela de adultos la formación primaria que no ha podido recibir en la escuela.

Su padre, cuando estalla la gran guerra en 1914, se declara antibelicista, denuncia su carácter imperialista, y da bebida y comida a los soldados, tanto belgas como alemanes, cuando suben la calle del Calvario hacia el fuerte Loncine. Es detenido y fusilado por las tropas alemanas, que nunca revelarán su arresto y su asesinato.

Su esposa queda viuda con dos hijos, Thèo de 8 años y Léonard de 5 años. Thèo se orienta en la enseñanza y termina sus estudios de maestro en la Escuela Normal de Jonfosse, Lieja, en 1925.

Le interesa la literatura, el arte, y se convierte en marxista gracias a las publicaciones de la Internacional de la Enseñanza (I.T.E) Completa su formación en la Universidad Obrera de París. Su amor por el deporte le lleva a convertirse en profesor de educación física. Sin embargo, el paro que acecha a su promoción, le hace buscarse un empleo en la policía municipal de Lieja, y luego como empleado de banca.

En 1929 consigue emplearse en un puesto adecuado a su formación como instructor de educación física. En 1940 se inscribe en el Partido Comunista y pasa a la clandestinidad. Hasta entonces era miembro de la Joven Guardia Socialista y del Partido Socialista de Lieja, del Comité de Intelectuales Antifascistas, y del Acuerdo Universal por la Paz, que en Lieja cuenta con 100.000 miembros. Continúa en la clandestinidad, para escapar de los invasores nazis, durante toda la II Guerra Mundial. Por mandato del Partido Comunista, es el promotor del Frente Valón par la Liberación del País, llamado también Frente de la Independencia. Que se desarrolla con gran éxito, y termina agrupando a todos los partidos antifascistas.

Tras la guerra, es uno de los cinco secretarios nacionales de la nueva FGTB, el sindicato donde se han unido los dos grandes sindicatos existentes. Y es uno de los fundadores de la Federación Sindical Mundial. Es miembro del Bureau Político del PCB, y elegido en 1946 diputado en el parlamento de Bélgica por Lieja, para el que es reelegido hasta 1968. Siendo nombrado en ese año senador honorario. También será concejal en Lieja hasta 1976. Desde ese año se dedica a labores de afirmación de la memoria histórica, aquella gloriosa del lucha del PCB y del Frente de la Independencia.

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Thèo Dejace en el espejo. 25 mayo 1984

He colaborado en del periódico del PCB, “Le Drapeau Rouge” (La Bandera Roja) desde 1940, y en otras publicaciones obreras y sindicales. También en el periódico “Front”, clandestino, del Frente por la Independencia, publicado durante la guerra. No tengo religión. Toda mi familia es marxista leninista y atea. Nunca fui masón.

No tengo una fortuna. Mi esposa es pensionista, y yo tengo una pensión media. Nos ocupamos de nuestra hija Yvonne, y de su niña de 2 años, Aude, y de una hermana ciega de mi mujer. Siempre he aceptado vivir con un salario más bajo que aquel de un obrero cualificado.

Lo que más aprecio de mis 22 años como parlamentario en Bruselas, y como concejal en Lieja, es mi participación en las grandes luchas obreras, y en las luchas por la democracia y por la paz, por los esfuerzos para la distensión entre el Este y el Oeste, y la solidaridad con el Tercer Mundo.

Thèo Dejace siempre mantuvo su actividad de base en la célula del PCB, “Andrè Bensberg”. Y en un Comité de barrio desde 1968, donde se unían comunistas, cristianos, socialistas, para mejorar las condiciones de vida vecinales. Impulsó, con su amigo René Klutz, grupos de solidaridad con Chile, Nicaragua, Afganistán, Angola, Mozambique, Líbano, Vietnam, Kampuchea libre, Polisario. Y dirigió el Círculo Cultural de belgas e inmigrantes, “Círculo Libertad”.

Cuando a sus 78 años los médicos de diagnosticaron arteriosclerosis y párkinson, y le recomendaron cesar su gran actividad, le costó mucho, tras sesenta años de vida entregada a la militancia. Antes de morir, dejó su deseo expreso, para sus sucesores, de que continuaran el camino de trabajar por el comunismo, la democracia y la paz.

Tres niñas en Bélgica

Tres niñas en Bélgica

Tres niñas en Bélgica

“Cientos y cientos de familias belgas fueron generosos con los Niños de la Guerra Española .”

Porque el Gobierno de la República y el Vasco lo permitían, nuestros padres, allí, en la vorágine de la guerra, podían habernos enviado a las tres niñas, a las tres Sagarzazu, bien a Inglaterra, bien a Francia, bien a México, bien a la URSS, o bien a no sé cuántos países más, exceptuando —claro está—, los del nacional social-fascismo, es decir, Alemania e Italia. Podían, sí, pero no pusieron reparos a la propuesta de Cruz Roja de enviarnos a Bélgica, esa tan pequeña y simpática nación, independizada de los Países Bajos hacía algo más de cien años.

No creo que conocieran mucho del país. Acaso y sin más argumentos, les gustó la coincidencia de la primera sílaba con la de nuestros nombres.
—¡Por favor! ¡Por favor! Reclamaba nuestra ama deslizando lágrimas el día del embarque, allí. Supongamos tres niñas: Belén, Beatriz, y Begoña. Esta última, supongamos que soy yo, la más pequeña. Supongamos también que somos hermanas, nacidas en Donosti y que, de tener una cuarta, de seguro también se llamaría Be… Acaso, Bernarda. Pero esto último no importa para la historia que deseo relatar.

En Santurce, en la dársena del puerto, allí en la escalerilla del buque “Habana” a punto de soltar amarras: ¡Que no las separen! ¡Por favor! ¡Siempre juntas a todas partes! ¡Que no las separen! Diez años tenía Belén, ocho Beatriz y seis yo; como ya he indicado, la más pequeña, la Bego. Aita lloraba por dentro, y yo, aunque aún niña, lo podía percibir. Él por fuera sonreía. Con sus manos rudas y tiernas a la par, nos acariciaba en la cabeza, a las tres.
Aita sabía que eso de —la no separación—, sería difícil, y así fue. ¡Cuidaos! ¡Cuidad de vuestra hermana! Aún es muy pequeña! —Proclamaba—. Sabía que las tres éramos pequeñas pero había que repartir responsabilidades, la mía era obedecer a las mayores.

—Regresaréis pronto, en cuanto esto termine. De aquí no nos moveremos, os estaremos esperando —decía nuestra Ama—.
Yo lo quise creer, al menos hasta que la lejanía del buque lo hizo casi imposible. Con mirada de aguilucho emocionado comprobé que, efectivamente, allí seguían. No paraban de agitar el pañuelo. Sí, allí seguían. Pero…
Pobre Ama, ¿cómo iba ella a saberlo? No podría esperarnos. Una de esas bombas, de las muchas que llovieron sobre Bilbao, acaso esa de la que nosotras pudimos librarnos, acabo con su vida, con su esperanza de recuperarnos. ¡Pobre Ama!

En Bélgica nos aguardaban familias de acogida. Gentes sencillas y solidarias, decorosas. Gentes que repudiaban el golpe militar de Franco. Gentes que deseaban dar acogida y protección a unos niños que, con toda probabilidad hubieran sido víctimas de las bombas rebeldes, de la maquinaria de muerte.

En Amberes pisamos tierra belga. De allí, un grupo de niños y niñas, aproximadamente la mitad del centenar de la primera expedición, con destino a Bruselas. En el otro medio, nosotras, las tres hermanas, con destino a Gante. Ama y Aita parecían tener razón —siempre juntas.
Sólo lo parecía.
El pequeño salón del teatro donde se produjo el reparto y aceptación de niños…, repleto. Familias bondadosas, sonrientes. Deseosas de repartir amor, amor solidario y desprendido. En esa primera distribución, más familias de acogida que niños por acoger. Familias generosas pero —y ese era nuestro caso—, obstaculizadas de acarrear al unísono con tres niñas. El deseo de nuestra Ama se hacía imposible. Tres niñas, tres familias. La mía, en su generosidad, compartiendo un reducido apartamento de un tercer piso, en un pequeño dormitorio junto a dos criaturas de aún menor edad que la mía. Éramos niños y, aunque nos adaptamos, en mi borrosidad recuerdo esas primeras semanas como días difíciles. Además de la edad y la separación de mis hermanas, el idioma era una barrera.

Cuando parecía que el tiempo conseguía borrar obstáculos, llegó la tragedia familiar. El padre, encofrador en las alturas, sufrió un grave accidente laboral. El percance lo inhabilitaba para el trabajo.

A continuación, algo inevitable, nueva familia de acogida, nuevo comienzo. Es una pena, guardo un recuerdo muy difuso de los niños, también de sus padres. Quizás, de haberse evitado el accidente, mi futuro hubiera sido distinto. ¿Mejor? ¿Peor? ¿Quién sabe?

Melchor y Brigitte, en esta ocasión un matrimonio sin niños. Con ellos crecí. En escaso tiempo el idioma dejó de ser un obstáculo. Mi nueva familia residía en Dendermonde, a unos cuarenta kilómetros. Aumentó la lejanía con mis hermanas, no volví a verlas en mucho, mucho tiempo.
Ellas siguieron en Gante hasta el final de la Guerra Civil. Luego con ayuda de Cruz Roja Internacional regresaron a Donosti, con nuestro Aita. Allí se enteraron de la tragedia del bombardeo en Bilbao, de que éramos huérfanas de madre. Dicen que aún siendo como eran niñas, recuerdan muy emotivo el reencuentro. Yo no lo hice hasta muchos años después. En la nueva familia fui tratada con mucha ternura, como si de unos padres y una hija verdadera se tratara. El cariño resultó mutuo, recíproco, en ambas direcciones.

Quizás sin ser muy conscientes, con el paso del tiempo, fueron olvidando el carácter temporal de la acogida. Eran tiempos convulsos en toda Europa, la guerra española había terminado y daba comienzo otra igual de cruel aunque de mayor envergadura. Ya no eran tiempos de regreso. Los alemanes invadían Bélgica y yo seguí creciendo, descubriendo mí mundo de acogida bajo el cobijo de Melchor y Brigitte, mis protectores, ¿mis aitas?

Ellos, al igual que cientos y cientos de familias belgas fueron generosos con los Niños de la Guerra Española. Lo fueron infinitamente más que nosotros, los europeos de ahora en la actual guerra siria, donde, sin pudor, miramos para otro lado ante la desgracia de miles y miles de niños «sin acogida»

Por aquellos días se rumoreaba que muchos padres de los niños españoles habían sido víctimas de los bombardeos y de la represión franquista. Como a un clavo ardiendo —así me lo explicaron años después—, se aferraron a la idea de apadrinar a una niña huérfana. Se equivocaron al menos en un cincuenta por ciento. Reconozco que mi corazón, al menos en el cariño que de él emana, quedó partido en dos, mitad en Dendermonde, mitad en Donosti.

Tardé muchos años en regresar a Euskal Herria. Lo hice con mi marido, un arquitecto al que conocí y del que me enamoré en la universidad de Lovaina. Los dos éramos estudiantes, naturalmente, yo ya no era la misma Begoña de entonces, la más pequeña de las tres hermanas vascas. Resultó muy pero que muy emotivo abrazar y besar, abrazar y recibir en la cabeza caricias de mi aita, abrazar y besar a Belén y a Beatriz. También juntas, relatar antiguas historias de Bélgica
Pero esa sí, esa es otra narración.

Relato inspirado en crónicas entresacadas de sus protagonistas.

Vladimir Merino Barrera
Escritor

Julien Lahaut símbolo de la moral Revolucionaria

Julien Lahaut símbolo de la moral Revolucionaria

Julien Lahaut símbolo de la moral Revolucionaria

“Un hombre que llevaba el sol en su bolsillo y daba un trocito a cada uno.”.

El movimiento obrero en Bélgica, y en concreto en Valonia, en la zona de Lieja, fue muy poderoso y combativo. Un movimiento con gran influencia comunista, que tuvo además gestos de extraordinaria solidaridad con la República española, acogiendo a muchos de los niños republicanos que fueron evacuados para protegerlos de la guerra. Y en ese movimiento obrero belga destaca el perfil de un hombre, Julien Lahaut, nuestra portada de Herri.

¿Y quién era Julien Lahaut?

Nos lo cuenta Juliette Broder, nacida en 1924, militante antifascista desde los 15 años de edad, compañera de militancia muy cercana a Julien en el PCB, y posteriormente activista en el PTB.

Toda la vida me acordaré de la mañana de 19 de agosto de 1950. Lo veo como si fuera ayer, el camarada llamando a mi puerta a las 5 de la mañana con lágrimas en los ojos para decirme que habían asesinado a Julien. Bajo el nazismo habíamos conocido esa experiencia, saber que tal o cual camarada, próximo o lejano, había desaparecido en la noche y la niebla.

Se desencadenó un amplio movimiento de solidaridad, en Francia, en Italia en Alemania, en Inglaterra, donde los obreros mostraron su indignación con huelgas, manifestaciones. Las fábricas de toda Bélgica se detuvieron, los comerciantes bajaron las persianas, y más de 300.000 personas acompañaron a Julien hasta el cementerio de Seraing. Aquellos que estuvieron presentes lo recordarán siempre. La muchedumbre de hombres y mujeres, con gente subida a los arboles, sobre los tejados, y casi todos llevando una flor roja o un trapo rojo.

Esa cólera, ese dolor, es el mismo que todavía conmueve a los obreros, comunistas o no, cuando recuerdan el asesinato de Julien. ¿Por qué? ¿Qué había tan apreciable en Julien para que el olvido no se instale en su memoria?

La historia de Lahaut es la de toda una vida al servicio de su clase, de fidelidad sin tacha a su ideal. Julien se indignaba por las mismas cosas que el pueblo, quería lo que quiere el pueblo. Por eso el pueblo se reconoció en él, porque Julien era el pueblo. Tenía en la clase obrera, en su papel, en su porvenir, una confianza que incluso en los momentos más oscuros, los más difíciles, estallaba, irradiando una confianza que era luminosa, contagiosa, educadora. Para la clase obrera Julien era alguien que estaba siempre en primera fila del combate, que se entregaba por entero. Durante toda su vida mostró a su clase el camino de su liberación.

Contar la vida de Julien Lahaut es contar la historia de las luchas obreras en Bélgica. Fue en su familia cuando vivió los primeros sufrimientos y combates de su clase. Su padre, que fundó el primer sindicato de los metalúrgicos de Cockeril, dirigió la huelga de 1891, por lo que fue despedido. La miseria se instaló entonces en su hogar, cuando Julien tenía 7 años, y jamás la olvidaría.
En 1898, a los 14 años, Julien es un obrero metalúrgico. No tarda es convertirse en un líder sindical. En todas las luchas, en las huelgas de 1902, 1908, 1913, 1919, 1920, 1921 1932, 1936, está al frente. Perseguido, detenido, y condenado, pasa 43 meses en prisión.

En 1914, millones de hombres, hermanos de clase, fueron a la muerte para que el capital internacional se enriqueciera. En cada país, los dirigentes del partido socialista aplaudieron la masacre a cambio de unas carteras ministeriales. Sólo el partido bolchevique denuncia la traición de la II Internacional, dirige el combate contra la guerra imperialista, y da la consigna de su transformación en guerra civil revolucionaria.

En Bélgica, el diputado socialista Pìerson proclama. “la guerra suspende la lucha de clases”, y la prensa socialista llama a todos a la defensa de la “pequeña” Bélgica en contra del imperialismo alemán”. Julien, desamparado como tantos obreros, lo ve todo bajo esa agresión a Bélgica; se alista, y en 1916 es enviado a Rusia, donde permanecerá 2 años. Es un momento decisivo en su vida, porque va a vivir la Revolución Rusa, que recibe con un extraordinario entusiasmo, asimilando, definitivamente, la traición de la socialdemocracia. La necesidad de la única vía revolucionaria, de la dictadura proletaria, que él va a vivir en acción, a través de los soviets.

1921 es otra fecha esencial. Fue expulsado del sindicato de metalúrgicos, del que había sido elegido secretario de la sección de Lieja en 1908, porque se negó, después de una huelga de admirable firmeza obrera, a seguir a los dirigentes socialdemócratas en su capitulación ante los patronos, Esa huelga de 1921 quedó como un ejemplo en la memoria colectiva del pueblo. 1921 es la crisis, es el paro, y es un momento en el que los patrones quieren recuperar aquello que concedieron bajo la presión en los años precedentes.

Pasan a la ofensiva, para imponer recortes de salarios, y ampliar la jornada de trabajo. En ese contexto, 9.000 obreros de Ougrée-Marihaye van a la huelga durante 9 meses. El sindicato, la federación de metalúrgicos de Lieja, apoya la huelga, pero después de 7 semanas, cede. Los católicos y liberales, que comparten gobierno con los socialistas, amenazan a éstos con que si la huelga no cesa, se les excluirá del gabinete. Los dirigentes sindicales capitulan, dicen a los huelguistas que proseguir con la huelga compromete la reconstrucción del país, que no se hace huelga en plena crisis. Ante la traición del sindicato, Julien constituye un comité de huelga, del que es elegido presidente.

A Julien se le verá por todas partes, animando a cada uno, organizando las reuniones, en la cabeza de las manifestaciones, haciendo de la “pasarela” de Seraing la roja, una tribuna que se hará famosa en todo el país. Tres meses después de ser daclarada la huelga, los dirigentes sindicales reducen a la mitad las indemnizaciones,

conduciendo a los huelguistas y a sus familias al hambre. Como solidaridad, los hijos de los huelguistas se vuelven los niños de toda Bélgica. Y son enviados a otras zonas del país, para alojarse en casas de familias obreras de Flandes, Bruselas, Valonia. Para acabar con la huelga, la burguesía prepara un golpe definitivo. Detienen a Julien y, descabezado el comité, los dirigentes sindicales ordenan la vuelta al trabajo. Los obreros han aguantado 9 meses en condiciones heroicas.

Vuelven, pero no se doblegan. Mientras Julien está en prisión, el partido socialista, llamado Partido Obrero Belga, le expulsa, bajo la acusación de haber persistido en la huelga contra sus instrucciones, y de haber señalado ante la clase obrera a aquellos que decía que la habían traicionado. Coherente con sus vivencias,, en 1923 se integra en el partido comunista.

Julien internacionalista. Dirigió la campaña de solidaridad con la República española, participando en cientos de mítines, proclamando su consigna: “después de Madrid será Praga, y después de Praga será Bruselas”. Recorrió las calles de Lieja, de Mons, de Charleroi, a la cabeza de las manifestaciones, reclamando víveres y armas para España. Denunció en el parlamento la no intervención promovida por los socialistas, lo que significaba la entrega de la España republicana a Franco. Y cuando los primeros niños españoles, arrancados del hambre y los bombardeos, llegaron a Bélgica, Julien se llevó a 3 de ellos a vivir en su casa.

Julien antifascista. El 1 de mayo de 1933 los obreros de Lieja, bajo su dirección, fueron al consulado alemán de Lieja donde, desde hacía varios días, ondeaba una bandera nazi. Entre el alboroto, aupada por la gente, la camarada Françoise Longchamp, arranca la bandera nazi. Unos días después, en la cámara de los diputados, Julien denuncia los crímenes hitlerianos, el peligro fascista, y muestra que la única vía para vencer al fascismo es la unidad en la base sobre una posición de clase, y, ante los diputados asombrados, despliega la bandera con la esvástica nazi arrancada en Lieja, la rompe en la tribuna y proclama: “Aquí tenéis la bandera nazi que en Lieja han arrancado los obreros comunistas y socialistas unidos, hagáis lo que hagáis ellos seguirán la lucha en el país contra los traidores y los lacayos de Hitler”. El embajador de Hitler protestó, los ministros belgas se disculparon sumisos, pero el pueblo comprendió que la punta de lanza de la lucha contra el fascismo, eran los comunistas

El 3 de octubre de 1935 Mussolini invadió Etiopía. Desde los escalones del pabellón italiano de la Exposición Universal de Bruselas, Julien arengó a la multitud contra el fascismo, en un momento de máxima afluencia, un domingo por la tarde. Fue arrestado, y condenado a 15 días de cárcel, pero miles de personas comprendieron su mensaje.

En 1947, cuando aquellos que promovían la guerra fría pretendían denigrar la valentía del partido comunista durante la resistencia; Julien les gritó “No toquéis al partido de los fusilados”, y su grito denunciaba a todos aquellos que callaron, a todos los que colaboraron con los nazis, con cualquier matiz que esa colaboración tuviera. Aquellos que por su vergüenza intentaban ensuciar la imagen del partido que estuvo a la cabeza de la resistencia antifascista. Una de las calumnias más difundidas era que los comunistas solo comenzaron a resistir cuando los nazis invadieron la URSS, el 21 de julio de 1944. Pero hay hechos que no se pueden negar, y que demuestran lo contrario, como la práctica de Julien. El 5 de enero de 1941, el nazi belga Leon Degrelle intentó una marcha sobre Lieja. Su error fue no haber tenido en cuenta a la clase obrera, al partido comunista, a Julien. 7.000 manifestantes con Julien Lahaut a la cabeza, se acercaron al palacio de Coronmeuse donde Degrelle terminaba su acto con un vibrante “Heil Hitler”. Soldados alemanes, con las bayonetas caladas, defendían el lugar de la concentración de Degrelle. Lo que no detuvo a los manifestantes. Los Rexistas tienen que huir, abucheados por la multitud, Degrelle en su coche, con los cristales rotos.

Por iniciativa del partido comunista, el 16 de mayo de 1941, 100.000 proletarios de la cuenca de Lieja, a pesar de la ocupación nazi, abandonaron el trabajo, con Julien al frente. Esa huelga fue un éxito desde el punto de vista de la reivindicación, y un eslabón entre la lucha reivindicativa y la lucha antifascista. El periódico clandestino “Tiempos nuevos”, del partido comunista, lo refleja: “Rebelándose contra la miseria, los huelguistas llevan una lucha altamente política, la clase obrera acaba de dar un ejemplo inestimable, ha demostrado que incluso en plena guerra, la maquina política y militar puede ser forzada a retroceder. Así, el proletariado de Bélgica, ha justificado su lugar en la dirección de la lucha popular por la independencia del país. Solo él tiene la fuerza para guiar a las masas”.

Julien es detenido en junio 1941. Comienza su calvario. Primero encerrado en la ciudadela de Huy, de donde intenta escapar 4 veces, y finalmente en los siniestros campos de Neuengamme y Mauthausen. Julien es un ejemplo de moral revolucionaria, y en los campos de la muerte es donde mejor se demuestra, donde su moral de comunista alcanzó su grado más alto. En medio de las privaciones, atormentado por el hambre, golpeado, maltratado, agotado por el trabajo, enfermo de tifus, fue digno siempre del honor que le hicieron los comunistas belgas, que, organizados en los campos, le confiaron la dirección de su movimiento. Se trataba de mantener intacto el espíritu de resistencia, el sentido político y la moral de combate, en unas condiciones abominables. Resistió al enemigo, organizó la solidaridad, mantuvo un optimismo de hierro, que supo transmitir a su entorno. Un detenido, muy alejado de las posiciones políticas de Julien, un príncipe polaco, el teniente Czetwertynski, dijo de él: “es un hombre que llevaba el sol en su bolsillo y daba un trocito a cada uno”.

“Ya está mis camaradas, no pudieron con nosotros, ahora, más que nunca, la lucha sigue”. Fue lo que dijo a sus compañeros reunidos, cuando Mauthausen fue liberado, el 28 de abril de 1945.

1950. La guerra fría. En los países capitalistas la gran burguesía saca la cabeza después de haber temblado ante la idea de que la Resistencia, el pueblo, le ajustara las cuentas tras la liberación. Pero incluso con el apoyo del imperialismo americano, la burguesía tiene mucho miedo de la clase obrera. Busca un hombre fuerte, capaz a la vez de imponer los dictados del imperialismo americano, y de domar las veleidades de la clase obrera. ¿Quién mejor que Leopold III para ese papel? El pueblo apodó a Leopold III el rey de los incívicos, que es como se llamaba a los colaboradores con el nazismo.
Leopoldo III nunca ocultó sus simpatías por la extrema derecha, y por un estado fuerte. Y esto, la clase obrera y los demócratas lo saben, y no se lo perdonan, igual que no perdonan su política de neutralidad con la Alemania nazi, ni su capitulación frente al invasor en mayo de 1940. Ni su llamamiento al pueblo belga a reemprender el trabajo con calma, bajo la ocupación. Convencido de la victoria nazi, Leopold III esperaba gobernar bajo la protección de los alemanes. Todo eso lo sabe la clase obrera, como sabe por qué la gran burguesía necesita su regreso.

Para el pueblo, rebelarse contra el regreso de Leopold III, significaba continuar la lucha contra el fascismo, contra un reinado autoritario, contra la extrema derecha, contra el dominio de las finanzas, por la democracia y la justicia social.

Y es del pueblo de quien surgió el grito de ¡Viva la República!, ese grito resonaba en Bruselas, plaza de los Mártires, en las manifestaciones, en Lieja, en Charleroi. Republica burguesa o monarquía es parecido mientras el poder siga en manos del capital. Pero la consigna

¡Viva la República! tenía un contenido progresista, antifascista, de un paso adelante, que no se escapa en ese momento ni al pueblo ni a sus enemigos.
El viernes 11 de agosto de 1950, Julien es el portavoz del pueblo, cuando hace resonar el grito ¡Viva la República! en la cámara de diputados. Y dio en el blanco, retransmitido por la radio, en el cine, en el país, en el mundo entero.

Julien supo una vez más servirse del parlamento para hacer de él una tribuna del pueblo, con destino al pueblo. Para la burguesía, para la extrema derecha, para la CIA, eso era demasiado, hacía demasiado tiempo que el viejo agitador era el obstáculo que había que eliminar. Y es lo que hicieron el 18 de agosto de 1950 a las 9,20 de la noche.

Juliette Broder