¡”El orden reina en Berlín”!

¡”El orden reina en Berlín”!

¡”El orden reina en Berlín”!

 

Escrito por Rosa Luxemburgo el 14 de enero de 1919, la víspera de ser asesinada por los soldados de la Caballería de la Guardia del Gobierno del SPD. Publicado en Die Rote Fanhe (La Bandera Roja) el 15 de enero de 1919.

 

El orden reina en Varsovia”, anunció el ministro Sebastiani a la Cámara de París en 1831 cuando, después de haber lanzado su terrible asalto sobre el barrio de Praga, la soldadesca de Paskievitch había entrado en la capital polaca para dar comienzo a su trabajo de verdugos contra los insurgentes.

“¡El orden reina en Berlín!”, proclama triunfante la prensa burguesa, proclaman Ebert y Noske, proclaman los oficiales de las “tropas victoriosas” a las que la chusma pequeño-burguesa de Berlín acoge en las calles agitando sus pañuelos y lanzando sus ¡Hurras! La gloria y el honor de las armas alemanas se han salvado ante la historia mundial. Los lamentables vencidos de Flandes y de las Ardenas han restablecido su renombre con una brillante victoria sobre… los 300 “espartaquistas” del Vorwärts. Las gestas del primer y glorioso avance de las tropas alemanas sobre Bélgica, las gestas del general von Emmich, el vencedor de Lieja, palidecen ante las hazañas de Reinhardt y compañía en las calles de Berlín. Parlamentarios que habían acudido a negociar la rendición del Vorwärts, asesinados, destrozados a golpes de culata por la soldadesca gubernamental hasta el punto de que sus cadáveres eran completamente irreconocibles, prisioneros colgados de la pared y asesinados de tal forma que tenían el cráneo roto y la masa cerebral esparcida: ¿Quién piensa ya a la vista de estas gloriosas hazañas en las vergonzosas derrotas ante franceses, ingleses y americanos? “Espartaco” se llama el enemigo y Berlín el lugar donde nuestros oficiales entienden que han de vencer. Noske, el “obrero”, se llama el general que sabe organizar “victorias” allí donde Ludendorff ha fracasado.

¿Cómo no pensar aquí en la borrachera de victoria de la jauría que impuso el “orden” en París, en la bacanal de la burguesía sobre los cadáveres de los luchadores de la Comuna? ¡Esa misma burguesía que acababa de capitular vergonzosamente ante los prusianos y de abandonar la capital del país al enemigo exterior para poner pies en polvorosa como el último de los cobardes! Pero frente a los proletarios de París, hambrientos y mal armados, contra sus mujeres e hijos indefensos, ¡cómo volvía a florecer el coraje viril de los hijitos de la burguesía, de la “juventud dorada”, de los oficiales! ¡Cómo se desató la bravura de esos hijos de Marte, humillados poco antes ante el enemigo exterior, ahora que se trataba de ser bestialmente crueles con indefensos, con prisioneros, con caídos!

“¡El orden reina en Varsovia!”, “¡El orden reina en París!”, “¡El orden reina en Berlín!”, esto es lo que proclaman los guardianes del “orden” cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos “vencedores” no se percatan de que un “orden” que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin. ¿Qué ha sido esta última “Semana de Espartaco” en Berlín, qué ha traído consigo, qué enseñanzas nos aporta? Aún en medio de la lucha, en medio del clamor de victoria de la contrarrevolución, han de realizar los proletarios revolucionarios el balance de lo acontecido, han de medir los acontecimientos y sus resultados según la gran medida de la Historia. La revolución no tiene tiempo que perder, la revolución sigue avanzando hacia sus grandes metas aún por encima de las tumbas abiertas, por encima de las “victorias” y de las “derrotas”. La primera tarea de los combatientes por el socialismo internacional es seguir con lucidez sus líneas de fuerza, sus caminos.

¿Podía esperarse una victoria definitiva del proletariado revolucionario en el presente enfrentamiento, podía esperarse la caída de los Ebert-Scheidemann y la instauración de la dictadura socialista? Desde luego que no, si se toman en consideración la totalidad de los elementos que deciden sobre la cuestión. La herida abierta de la causa revolucionaria en el momento actual, la inmadurez política de la masa de los soldados, que todavía se dejan manipular por sus oficiales con fines antipopulares y contrarrevolucionarios, es ya una prueba de que en el presente choque no era posible esperar una victoria duradera de la revolución. Por otra parte, esta inmadurez del elemento militar no es sino un síntoma de la inmadurez general de la revolución alemana.

El campo, que es de donde procede un gran porcentaje de la masa de soldados, sigue sin estar apenas tocado por la revolución. Berlín sigue estando hasta ahora prácticamente aislado del resto del país. Es cierto que en provincias los centros revolucionarios -Renania, la costa norte, Braunschweig, Sajonia, Württemberg-, están con cuerpo y alma al lado de los proletarios de Berlín. Pero lo que sobre todo falta es coordinación en la marcha hacia adelante, la acción común directa que le daría una eficacia incomparablemente superior a la ofensiva y a la rapidez de movilización de la clase obrera berlinesa. Por otra parte, las luchas económicas, la verdadera fuerza volcánica que impulsa hacia adelante la lucha de clases revolucionaria, están todavía -lo que no deja de tener profundas relaciones con las insuficiencias políticas de la revolución apuntadas-, en su estadio inicial.

De todo esto se desprende que en este momento era imposible pensar en una victoria duradera y definitiva. ¿Ha sido por ello un “error” la lucha de la última semana? Sí, si se hubiera tratado meramente de una “ofensiva “ intencionada, de lo que se llama un “putsch”. Sin embargo, ¿cuál fue el punto de partida de la última semana de lucha? Al igual que en todos los casos anteriores, al igual que el 6 de diciembre y el 24 de diciembre: ¡Fue una brutal provocación del gobierno! Igual que el baño de sangre al que fueron sometidos los manifestantes indefensos de la Chausseestrasse e igual que la carnicería de los marineros, en esta ocasión el asalto a la jefatura de policía de Berlín* fue la causa de todos los acontecimientos posteriores. La revolución no opera como le viene en gana, no marcha en campo abierto, según un plan inteligentemente concebido por los “estrategas”. Sus enemigos también tienen iniciativa, sí, y la emplean por regla general más que la misma revolución.

Ante el hecho de la descarada provocación por parte de los Ebert-Scheidemann, la clase obrera revolucionaria se vio obligada a recurrir a las armas. Para la revolución era una “cuestión de honor” dar inmediatamente la más enérgica respuesta al ataque, so pena de que la contrarrevolución se creciese con su nuevo paso adelante y de que las filas revolucionarias del proletariado y el crédito moral de la revolución alemana en la Internacional sufriesen grandes pérdidas.
Por lo demás, la inmediata resistencia que opusieron las masas berlinesas fue tan espontánea y llena de una energía tan evidente que la victoria moral estuvo desde el primer momento de parte de la “calle”.

Pero hay una ley vital interna de la revolución que dice que nunca hay que pararse, sumirse en la inacción, en la pasividad después de haber dado un primer paso adelante. La mejor defensa es el ataque. Esta regla elemental de toda lucha rige sobre todos los pasos de la revolución. Era evidente -y haberlo comprendido así testimonia el sano instinto, la fuerza interior siempre dispuesta del proletariado berlinés-, que no podía darse por satisfecho con reponer a Eichhorn en su puesto. Espontáneamente se lanzó a la ocupación de otros centros de poder de la contrarrevolución: la prensa burguesa, las agencias oficiosas de prensa, el Vorwärts. Todas estas medidas surgieron entre las masas a partir del convencimiento de que la contrarrevolución, por su parte, no se iba a conformar con la derrota sufrida, sino que iba a buscar una prueba de fuerza general.

Aquí también nos encontramos ante una de las grandes leyes históricas de la revolución frente a la que se estrellan todas las habilidades y sabidurías de los pequeños “revolucionarios” al estilo de los del USP, que en cada lucha sólo se afanan en buscar una cosa, pretextos para la retirada. Una vez que el problema fundamental de una revolución ha sido planteado con total claridad -y ese problema es en esta revolución el derrocamiento del gobierno Ebert-Scheidemann, en tanto que primer obstáculo para la victoria del socialismo-, entonces ese problema no deja de aparecer una y otra vez en toda su actualidad y con la fatalidad de una ley natural; todo episodio aislado de la lucha hace aparecer el problema con todas sus dimensiones por poco preparada que esté la revolución para darle solución, por poco madura que sea todavía la situación. “¡Abajo Ebert-Scheidemann!”, es la consigna que aparece inevitablemente a cada crisis revolucionaria en tanto que única fórmula que agota todos los conflictos parciales y que, por su lógica interna, se quiera o no, empuja todo episodio de lucha a sus más extremas consecuencias.

De esta contradicción entre el carácter extremo de las tareas a realizar y la inmadurez de las condiciones previas para su solución en la fase inicial del desarrollo revolucionario resulta que cada lucha se salda formalmente con una derrota. ¡Pero la revolución es la única forma de “guerra” -también es ésta una ley muy peculiar de ella-, en la que la victoria final sólo puede ser preparada a través de una serie de “derrotas”!

¿Qué nos enseña toda la historia de las revoluciones modernas y del socialismo? La primera llamarada de la lucha de clases en Europa, el levantamiento de los tejedores de seda de Lyon en 1831, acabó con una severa derrota. El movimiento cartista en Inglaterra también acabó con una derrota. La insurrección del proletariado de París, en los días de junio de 1848, finalizó con una derrota asoladora. La Comuna de París se cerró con una terrible derrota. Todo el camino que conduce al socialismo -si se consideran las luchas revolucionarias-, está sembrado de grandes derrotas.

Y, sin embargo, ¡ese mismo camino conduce, paso a paso, ineluctablemente, a la victoria final! ¡Dónde estaríamos nosotros hoy sin esas “derrotas”, de las que hemos sacado conocimiento, fuerza, idealismo! Hoy, que hemos llegado extraordinariamente cerca de la batalla final de la lucha de clases del proletariado, nos apoyamos directamente en esas derrotas y no podemos renunciar ni a una sola de ellas, todas forman parte de nuestra fuerza y nuestra claridad en cuanto a las metas a alcanzar.

Las luchas revolucionarias son justo lo opuesto a las luchas parlamentarias. En Alemania hemos tenido, a lo largo de cuatro decenios, sonoras “victorias” parlamentarias, íbamos precisamente de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue, cuando llegó el día de la gran prueba histórica, cuando llegó el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora derrota política y moral, un naufragio inaudito, una bancarrota sin precedentes. Las revoluciones, por el contrario, no nos han aportado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevitables han ido acumulando una tras otra la necesaria garantía de que alcanzaremos la victoria final en el futuro.

¡Pero con una condición! Es necesario indagar en qué condiciones se han producido en cada caso las derrotas. La derrota, ¿ha sobrevenido porque la energía combativa de las masas se ha estrellado contra las barreras de unas condiciones históricas inmaduras o se ha debido a la tibieza, a la indecisión, a la debilidad interna que ha acabado paralizando la acción revolucionaria?

Ejemplos clásicos de ambas posibilidades son, respectivamente, la revolución de febrero en Francia y la revolución de marzo alemana. La heroica acción del proletariado de París en 1848 ha sido fuente viva de energía de clase para todo el proletariado internacional. por el contrario las miserias de la revolución de marzo en Alemania han entorpecido la marcha de todo el moderno desarrollo alemán igual que una bola de hierro atada a los pies. Han ejercido su influencia a lo largo de toda la particular historia de la Socialdemocracia oficial alemana llegando incluso a repercutir en los más recientes acontecimientos de la revolución alemana, incluso en la dramática crisis que acabamos de vivir.

¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco, a la luz de las cuestiones históricas aludidas más arriba? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción?

¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masas berlinesas y la indecisión, las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de los datos peculiares del más reciente episodio.

La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han hecho de esta “derrota” una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta “derrota” florecerá la victoria futura.

“¡El orden reina en Berlín!”, ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya “se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto” y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas:
¡Fui, soy y seré!

*La destitución el 4 de enero del izquierdista, miembro del USPD Emil Eichhorn del cargo de presidente de la policía por parte del gobierno, porque se había opuesto a actuar contra obreros manifestantes durante la Crisis de Navidad.

Como tú Rosa Luxemburgo

Como tú Rosa Luxemburgo

Como tú Rosa Luxemburgo

Cien años han transcurrido desde tu fallecimiento, nadie puede predecir el futuro, aun así, tras otros cien, de seguro tu nombre será recordado.

Rosa, flor de pétalos, flor de espinas.
Naciste en la Polonia del imperio ruso, en la Polonia de los zares, corría el año 1871. Al igual que tantos, desde niña aprendiste a sobrevivir a sus mezquindades, a sus usuras. Años después, la gran Alemania sería tu destino. Con Gustav Lübeck firmaste en matrimonio, lo era de conveniencia, nada más, conseguiste la nacionalidad, era el objetivo mutuo, pactado. Tu amor, el amor pasional lo tenías reservado a Leo Jogiches; en la vida, en la lucha, caminasteis juntos durante años, hasta los últimos días. La socialdemocracia, representando en ella el ala más radical, fue tu primera militancia en el nuevo país. Tu obsesión: oposición tajante a las guerras nacionalistas. Nunca aceptaste la patria como trampa, como reparto impositivo e injusto del bien común, ese que pretende unificar a los de «arriba» y a los de «abajo». A lo sumo, ante la guerra, internacionalismo como seña de identidad —decías.

De cerca conociste la Revolución Soviética, visitaste a Lenin, fraguasteis amistad, también discrepancias. Felicidad por el revolcón al imperio zarista y, acierto en la resistencia a las crueles guerras imperialistas. Desencuentro en la interpretación de la llamada Dictadura del Proletariado, del papel del Partido y del pueblo en la andadura hacia futuros más gloriosos. Defendiste que, la libertad en exclusiva para los que apoyan al Gobierno y al Partido, no es tal. Defendiste que la libertad lo es, siempre que la pueda disfrutar quien piensa de manera diferente.

Corta vida tuviste —qué pena—. Si la barbarie, la brutalidad de los adversarios no hubiera llamado a tu puerta, a pesar de tu quisquillosa salud, con arrugas en el rostro, con voz anciana, con visión de futuro enriquecida del pasado, mucho después, acaso con cien años, explicarías con sabiduría el porqué de tanta incongruencia. Qué pena.

Amaste a los desprotegidos. Hasta el final, hasta la hora última, cuando el soldado Otto Runge, en el Berlín agitado, en el Hotel Edén, a culatazos pretendió romper tu cráneo. Como siempre habías hecho en vida, a eso, aunque por poco tiempo, también resististe —eras dura de pelar—. El malvado Otto no acertó a consumar el designio. Otro militar, el teniente Kurt Vogel (siempre militares), habría de ser quién completara el encargo. Un tiro a la cabeza y… ¿Misión cumplida? ¡No! Aún faltaba el primero de los estribillos de la ignominia. Cerca del Puente Cornelio, en uno de los canales del río Spree, amarrada tu hechura a un saco de piedras, tú, Rosa Luxemburgo, en el fondo embarrado asentabas tu sufrido cuerpo. 15 de enero de 1919, cuarenta y siete años. Y, a continuación… ¿Misión cumplida? ¡Tampoco! Aún faltaba el segundo de los estribillos: «Linchamiento de las masas» rezaba en el informe oficial. Qué pena.

Del compañero de partido, Karl Liebknecht, parlamentario y, al igual que tú, opuesto a la financiación alemana para participar en la Primera Guerra Mundial, se informó a la población de la inevitable aplicación de «ley de fugas». Horas antes, ese mismo 15 de enero, también en el Hotel Edén, el amigo Karl, tras el culatazo de rigor, en vehículo fue traslado al parque Tiergarten. Allí, a sangre fría sería rematado de un disparo en la cabeza. El cuerpo, abandonado sobre la tierra fría y húmeda, se deshacía del interés para los malvados.

El tuyo, Rosa, flotando en el canal, aparecería dos semanas después. Ambos, asesinados por soldados prusianos. Leo Jogiches, el lituano, el amante fiel de Rosa, quiso investigar, llegar hasta el final, denunciar los delitos. No se lo permitieron, fue arrestado y, escasamente dos meses después, el diez de marzo, ejecutado. Alemania había perdido la Gran Guerra, era tiempo de responsabilidades, tiempo de revolución ante la cicatería del Kaiser. La nueva Alemania, a trompicones, sin mayores miramientos, renacía del pasado. Luego, el futuro cercano, fue lo que fue.

Cien años han transcurrido desde tu fallecimiento, nadie puede predecir el futuro, aun así, tras otros cien, de seguro tu nombre será recordado.

Rosa, nombre bello, insignia de libertad, también de resistencia. Trece tuvimos aquí, en nuestra guerra, hermosas y valientes. Como tú, víctimas de la sin razón, fusiladas en Madrid, la más joven dieciocho años, la más veterana veintinueve. «Trece Rosas»

Como tú, heroicas.
Como tú, delicados pétalos, combativas espinas.
Como tú, Rosa.

Vladimir Merino, Escritor

 

El voto contra los créditos de guerra

El voto contra los créditos de guerra

El voto contra los créditos de guerra

En la segunda Sesión de guerra del Reichstag, del 2 de diciembre de 1914, Karl Liebknecht fue el único diputado que votó contra el Presupuesto de Guerra

En la segunda Sesión de guerra del Reichstag, del 2 de diciembre de 1914, Karl Liebknecht votó contra el Presupuesto de Guerra, siendo el único que lo hizo en el Reichstag; y además elevó un documento con la explicación de su voto, que el Presidente del Reichstag se negó a autorizar que se leyera en el Parlamento, y que tampoco fue impreso en el informe de sesiones del Reichstag. El presidente lo prohibió con el pre-texto de que provocaría un escándalo.

El documento fue posteriormente enviado por Liebknecht a la prensa alemana, pero ningún periódico lo publicó.  Finalmente, el texto completo de la protesta se publicó vía Suiza, en el Berner Tagewacht.

“Mi voto contra el proyecto de Ley de Créditos de Guerra del día de hoy se basa en las siguientes consideraciones: Esta guerra, deseada por ninguno de los pueblos involucrados, no ha estallado para favorecer el bienestar del pueblo alemán ni de ningún otro. Es una guerra imperialista, una guerra por el reparto de importantes territorios de explotación para capitalistas y financieros.

Desde el punto de vista de la rivalidad armamentística, es una guerra provocada conjuntamente por los partidos alemanes y austriacos partidarios de la guerra, en la oscuridad del semifeudalismo y de la diplomacia secreta, para obtener ventajas sobre sus oponentes. Al mismo tiempo la guerra es un esfuerzo bonapartista por desorganizar y escindir el creciente movimiento de la clase trabajadora.

El grito alemán: “¡Contra el zarismo!”, fue inven-tado para la ocasión -de la misma forma que fueron inventadas las actuales consignas inglesas y francesas-, para explotar las más nobles inclinaciones y las tradiciones e ideales revolucionarios del pueblo en beneficio de agitar el odio hacia otros pueblos.

Alemania, la cómplice del zarismo, el modelo de la reacción hasta este mismo día, no tiene ninguna autoridad para erguirse en liberadora de los pueblos.
La liberación tanto del pueblo ruso como alemán debe ser obra de sus propias manos. La guerra no es tampoco una guerra en defensa de Alemania.

Sus bases históricas y su curso desde el comienzo hacen inaceptables las pretensiones del gobierno capitalista de que el propósito por el cual demanda créditos es la defensa de la Patria.

Una pronta paz, una paz sin anexiones, esto es lo que debemos exigir. Todo esfuerzo en esta dirección debe ser apoyado. Sólo fortaleciendo en forma conjunta y continua las corrientes de todos los países beligerantes que tienen tal paz como su objetivo, puede esta sangrienta carnicería ser llevada a su fin.

Sólo una paz basada sobre la solidaridad interna-cional de la clase obrera y sobre la libertad de todos los pueblos puede ser una paz duradera.

Por lo tanto, es el deber de los proletariados de todos los países llevar adelante durante la guerra una labor socialista común a favor de la paz.

Yo apoyo los créditos de ayuda a las víctimas con las siguientes reservas: voto gustosamente por todo lo que pueda llevar un alivio a nuestros hermanos en el campo de batalla así como a los heridos y enfermos, por los cuales siento la más profunda compasión.

Pero como protesta contra la guerra, contra aquéllos que son responsables por ella y que la han causado, contra aquéllos que la dirigen, contra los propósitos capitalistas para los cuales está siendo usada, contra los planes de anexión, contra el abandono y el olvido total de los deberes sociales y políticos por los cuales el gobierno y las clases son todavía culpables, voto contra la guerra y los créditos de guerra solicitados.

Berlín, 2 de diciembre de1914.

Proclamación de Karl Liebknecht, el 10 de noviembre de 1918,
en el Zoológico de Berlín, de la República Socialista Libre Alemana

(Freie Sozialistische Republik Deutschland), jurada nuevamente a las 4 de la tarde ante una multitud reunida frente al Palacio Municipal de Berlín (Berliner Stadtschloss):

Los miembros del partido* proclamamos la República Socialista Libre de Alemania; en la que no habrá más esclavos y en la que cada trabajador honrado recibirá la recompensa justa por su honesto trabajo. Las reglas del Capitalismo, que han convertido a Europa en un caos, han muerto.

Karl Liebknecht
*Liga Espartaquista

Gaudí y Rosa Luxemburgo

Gaudí y Rosa Luxemburgo

Gaudí y Rosa Luxemburgo

¿Quién es Rosa Luxemburgo? —Tú, ahora debes saber quién era Gaudí.

La casa era una esplendorosa villa del selecto barrio de Tres Torres, en la zona alta, muy cerca del prestigioso paseo de la Bonanova. Rodeando la casa permanecía un jardín que, ése sí, evidenciaba los malos tiempos, y malvivía de sus recuerdos.

El edificio era una construcción de dos pisos, más un tercero que se dibujaba dentro de las pendientes de la cubierta y, en él, entre las cosas que más nos habían llamado la atención, estaba el pequeño ascensor interior, un verdadero lujo, algo que para mí era cosmopolita. Sí, esa era la palabra que había elegido para describir al ascensor, me parecía como de otro lugar, de la urbe más moderna, como del futuro.

La casa estaba dividida en dos partes y nosotros, bueno, mi familia, compartía su parte con otra familia, una familia conocida y amiga ya desde nuestro pueblo de origen. Porque nosotros, mejor dicho, los míos, habían llegado allí escapando de Franco. Cruzaron el Bidasoa en el último momento, y desde Hendaya, por Francia, viajaron hasta Barcelona, que era una zona leal a la República, porque los míos no querían abandonar a su país.

Así que llegaron como tantos vascos, y eran, por tanto, unos refugiados. Pero fueron de los primeros y tuvieron más suerte que otros; tanta, que ahora vivían, vivíamos, en esta casa de la calle Vergós, que antes fue el hogar de una familia acaudalada que se había pasado a la zona nacional, tras la revolución, huyendo de la revolución, justo al revés que nosotros.

Otros vascos, otros refugiados, no tuvieron tanta suerte, y su alojamiento en Barcelona fue el estadio Olímpico de Montjuich. El flamante estadio en el que tuvieron que haber acontecido las Olimpiadas populares, las Olimpiadas alternativas a las de Hitler y que, prestas a inaugurarse el diecinueve de julio, se suspendieron al producirse la sublevación franquista. Ese estadio, el espacio comprendido entre la pared exterior, la fachada, y las gradas, ese interior, estaba dividido, tabicado en multitud de celdas y pasillos donde se hacinaban los refugiados.

Mi familia, los que vivían, los que viven de prestado en la villa de Vergós, son: mi hermana, mi hermano el pequeño, y mis padres. El otro hermano, el que me seguía a mí, no pudo llegar hasta Barcelona, y fue uno de los primeros caídos en la defensa de Irún. Así que el ambiente en mi casa es bastante triste. Pese a ello, pese al dolor personal, están muy fundidos con la causa que se está librando, y ese impulso colectivo levanta ciertamente el ánimo.

Mi padre, por ejemplo, ferroviario de oficio, mecánico, trabaja en los talleres del metro de Barcelona, y yo, siempre que los visito, hablo con él de este asunto tan importante.
—Pero, ¿cómo trabajáis con tan pocos alicientes, cómo puede trabajar la gente sin rendirse? —le pregunto, indagando sobre la vida en la retaguardia, sobre la moral en la escasez, con tan poca retribución.

—Trabajamos todos a fondo porque todo es nuestro, porque todo es para nosotros —es siempre su escueta y precisa respuesta.

Mi hermana Rosa, a punto de los dieciocho, trabaja en el Ministerio de la Guerra, en labores administrativas, y como mi padre, no descansa en su entrega. Sobre mi madre descansa toda la estructura cotidiana, la invención de la vida cotidiana. El comer, el orden, la limpieza, una retaguardia de la más dura. Y preparar el tabaco de mi padre. Éste, fumador impenitente, no tiene suficiente con la ración posible, y hace que mi madre recoja los restos de colillas en los andenes y pasillos del metro, ella, porque a él le da vergüenza. Luego en casa las mezcla, las hierve en agua, y así mi padre dispone de más tabaco.

Para el pequeño, de diez años, Barcelona es distinta, ve a los milicianos como algo exótico, aprende sus himnos, juega con la guerra, aunque lloró como ninguno la pérdida de su hermano, y no hubo forma de convencerlo de que iba a volver, de que solamente se había marchado por un tiempo.

Y yo, que a veces estoy en Barcelona y puedo ver a mi familia, estar con ellos, conocer esto que cuento. Pronto me marcharé a otra zona, a otra geografía, a otro lugar de combate. Ahora estoy con mi batería de cañones antiaéreos en el parque Güell, dentro mismo del parque modernista, en medio de su arquitectura, que nosotros utilizamos para el camuflaje: en los porches de la plaza principal, entre las columnas inclinadas y pintorescas de Gaudí, tenemos instalados los cañones, asomando sus tubos hacia el cielo.

—Vamos a mi batería, vamos a ver los cañones al parque Güell —le invito al pequeño, porque sé que le gusta acompañarme.

—¿Quién es Rosa Luxemburgo? —me pregunta de sopetón mi hermanito, que es un chaval despierto, que no se pierde un detalle de las tertulias familiares, que vive la ebullición de la calle en guerra, que escucha nombres nuevos.

—Tú, ahora debes saber quién era Gaudí. ¿Sabes quién era Gaudi? —le pregunto, y lo arrastro de la mano.

—Era el arquitecto del parque donde tenemos los cañones, donde has estado conmigo, donde vamos ahora, un gran arquitecto —le cuento al pequeño ante su silencio.

Gaudí, la casa de la calle Vergós, el estadio Olímpico, así era la arquitectura de Barcelona, cambiada, invadida, como la propia vida.

Relato revisado y corregido, del contenido en el libro de cuentos: “Marcelo, el hombre imposible”, Ediciones Irreverentes, con el título “La vivienda de la calle Vergós”

Miguel Usabiaga

Arquitecto – Escritor, Director de Herri

Canción ¡A LA LUCHA! ¡A LA LUCHA!

Canción ¡A LA LUCHA! ¡A LA LUCHA!

Canción ¡A LA LUCHA! ¡A LA LUCHA!

Cantante: Hannes Wader, letra y música: Popular.

 

¡A la lucha, a la lucha!
Para la lucha hemos nacido.
¡A la lucha, a la lucha!
Para la lucha estamos preparados.
¡A Karl Liebknecht le hemos prometido
a Rosa Luxemburgo tender nuestra mano!
¡A Karl Liebknecht le hemos prometido
a Rosa Luxemburgo tender nuestra mano!

Hay un hombre, un hombre,
tan firme como un roble
Ha vivido, sí,
ha vivido para ver muchas tormentas
¡Quizás mañana
sea un cadáver
como tantos otros
luchadores por la libertad!
¡Quizás mañana
sea un cadáver
como tantos otros
luchadores por la libertad!

¡No tememos, no,
los disparos de los cañones!
¡No tememos, no,
a la policía de verde!
A Karl Liebknecht hemos perdido
Rosa Luxemburgo cayó por mano asesina
A Karl Liebknecht hemos perdido
Rosa Luxemburgo cayó por mano asesina

¡A la lucha, a la lucha!
Para la lucha hemos nacido.
¡A la lucha, a la lucha!
Para la lucha estamos preparados!.
¡A Karl Liebknecht le hemos prometido
a Rosa Luxemburgo tender nuestra mano
¡A Karl Liebknecht le hemos prometido
a Rosa Luxemburgo tender nuestra mano!!

Auf, auf zum Kampf zum Kampf
Zum Kampf sind wir geboren
Auf, auf zum Kampf zum Kampf
Zum Kampf sind wir bereit
Dem Karl Liebknecht dem haben wirs geschworen
Der Rosa Luxemburg reichen wir die Hand
Dem Karl Liebknecht dem haben wirs geschworen
Der Rosa Luxemburg reichen wir die Hand

Es steht ein Mann ein Mann
So fest wie eine Eiche
Er hat gewiss, gewiss
Schon manchen Sturm erlebt
Vielleicht ist er
Schon morgen eine Reiche
Wie es so vielen
Freiheitskämpfern geht
Vielleicht ist er
Schon morgen eine Reiche
Wie es so vielen
Freiheitskämpfern geht

Wir fürchten nicht, ja nicht
Den Donner der Parolen
Wir fürchten nicht, ja nicht
Die grüne Polizei
Den Karl Liebknecht den haben wir verloren
Die Rosa Luxemburg fiel durch Mörder Hand
Den Karl Liebknecht den haben wir verloren
Die Rosa Luxemburg fiel durch Mörder Hand

Auf, auf zum Kampf zum Kampf
Zum Kampf sind wir geboren
Auf, auf zum Kampf zum Kampf
Zum Kampf sind wir bereit
Dem Karl Liebknecht dem haben wirs geschworen
Der Rosa Luxemburg reichen wir die Hand
Dem Karl Liebknecht dem haben wirs geschworen
Der Rosa Luxemburg reichen wir die Hand