Poemas a Rosa Luxemburgo «Bertold Brecht»

Poemas a Rosa Luxemburgo «Bertold Brecht»

Poemas a Rosa Luxemburgo

 

«Bertold Brecht»

 

día siguiente todo Berlín sabía que la mujer que en los últimos veinte años había desafiado a todos los poderosos y que había cautivado a los asistentes de innumerables asambleas, estaba muerta. Mientras se buscaba su cadáver, un Bertold Brecht de 21 años escribía:

“ La Rosa roja ahora también ha desaparecido.
Dónde se encuentra es desconocido.
Porque ella a los pobres la verdad ha dicho.
Los ricos del mundo la han extinguido.”

Pocos meses después, el 31 de mayo, se encontró el cuerpo de una mujer junto a una esclusa del canal. Se podían reconocer los guantes de Rosa Luxemburgo, parte de su vestido, un pendiente de oro. Pero la cara era irreconocible, ya que el cuerpo hacía tiempo que estaba podrido. Fue identificada y se le enterró el 13 de junio. Bertold Brecht escribió su epitafio en su tumba:

Aquí yace enterrada
Rosa Luxemburgo,
una judía de Polonia,
luchadora de vanguardia de los obreros alemanes, asesinada por encargo
de los opresores alemanes.
¡Oprimidos, enterrad vuestra discordia!

La revolución de Eugen Leviné

La revolución de Eugen Leviné

La revolución de Eugen Leviné

 

Todos los comunistas somos cadáveres “de permiso”. De esto tengo plena conciencia. No sé si se extenderá “mi permiso” o si tendré que unirme a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg.

 

Coincidiendo con el primer aniversario de la revolución rusa, contagiado por la revuelta de los marinos de Kiel, que se amotinaron, se negaron a zarpar en una maniobra de guerra encubierta, en los albores del armisticio, e izaron las banderas rojas en los navíos; y por la revuelta que tenía lugar en Berlín obligando a abdicar al káiser Guillermo II; el 7 de noviembre de 1918, el Consejo de obreros y soldados de Munich, declaraba abolida la monarquía bávara y proclamaba la República de Baviera. Alemania era una monarquía imperial formada a su vez por las monarquías de sus antiguas reinos, Prusia, Sajonia o Baviera. Se declaraba un estado libre dentro de la revolución que tenía su curso en toda Alemania. El Consejo de obreros y soldados de Munich eligió como presidente de la República a Kurt Eisner, un veterano socialdemócrata del ala izquierda del partido. Un respetado periodista, editor de Worwarts! (¡Adelante!). Se volvió pacifista durante la guerra, lo que le valió la cárcel por traición, y su posterior abandono del partido para unirse al partido socialdemócrata independiente, cercano a los spartaquistas. El asesinato de Kurt Eisner, a finales de febrero, tiroteado por un ultraderechista de la nobleza, el conde Von Arco, fue seguido por la decisión del Consejo de Obreros y Soldados (llevado a cabo por 234 a 70 votos, con oposición comunista) de proclamar una república socialista independiente. Fue formado un gobierno de socialdemócratas, y socialdemócratas independientes, como Ernst Toller, y anarquistas, entre ellos el reputado intelectual Gustav Landauer que se encarga de Cultura y Educación. El 7 de abril de 1919 Baviera fue proclamada una republica soviética. El 13 de abril, después de la revuelta de la guarnición de Munich, los comunistas se unieron al Gobierno, que iba a ser derrocado casi un mes después, por la acción militar del 3 de mayo, cuando las tropas enviadas por Noske, quien también estuvo detrás del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, entraron en Munich a sangre y fuego. 9.000 soldados a los que se sumaron 3.000 Freikorps, paramilitares ultranacionalistas y derechistas, causando cientos de muertos, entre ellos Gustav Landauer, asesinado brutalmente a culatazos el 2 de mayo, abandonando su cadáver desnudo. El dirigente que tomó las riendas en ese segundo periodo real de gobierno soviético en Baviera, entre el 13 de abril y el 3 de mayo, fue Eugen Leviné, un revolucionario profesional, una sacrificado para la causa, con una vida de leyenda.

Nacido en una rica familia judía rusa el 19 de mayo de 1883, en San Petersburgo, se trasladó a Wiesbaden con su madre tras la muerte de su padre, cuando tenía tres años. Preparado por su madre para ser un joven distinguido de la alta sociedad, como correspondía a su posición, muy pronto rompió con ella, y renunció a un porvenir sin preocupaciones por su adhesión revolucionaria, a pesar de todas las presiones de su familia. Su futura mujer Rosa, lo conoció en 1910 en Heidelberg, una ciudad entonces rebosante de revolucionarios rusos exiliados. Rosa cuenta cómo fue. “En su círculo estaba Alexandre Steinberg, futuro ministro de justicia en el gobierno de Lenin; estaba Kamkov, un célebre dirigente de los socialistas revolucionarios rusos, pero la figura legendaria era él, Eugen Leviné”. Participante en la revolución rusa de 1905, es detenido y tras 6 meses de cárcel, se marcha de la ciudad para no comprometer a sus camaradas. Gracias a sus dotes como orador se dedica a la propaganda por las ciudades de provincias, Vítebsk, Smolensk, Briansk y Minsk. Es una tarea dura, tenaz, en la que contrae la malaria, viajando sin cesar de un sitio a otro, a veces de andando, sin descansar en camas confortables, muchas días sin comer apenas, todo ese sacrificio con el fin de sacar de la apatía a la gente, aclarar sus ideas, sembrar las semillas del socialismo. En 1907 es detenido de nuevo, en Minsk, torturado, y tras varios meses en la cárcel sin proceso, es puesto en libertad. Viaja a Alemania, a Heidelberg, donde estudia Derecho. Había pasado de sus simpatías por los socialistas revolucionarios rusos, los eseristas, al partido socialdemócrata bolchevique, el partido de Lenin. Cada vez más comprometido con la causa revolucionaria, se dedica a divulgar estas ideas por toda Alemania. Su debut como revolucionario profesional, por el Rhur y Renania, fue coronado por un éxito que le granjeó un enorme prestigio entre los obreros. Se lo contaba así a su esposa: “No venían a familiarizarse con las ideas comunistas. En el mejor de los casos, lo hacían impulsados ​​por la curiosidad característica del momento de las revueltas revolucionarias. A veces era recibido con silbidos y otras con arrebatos, pero nunca dejé de calmar la tormenta. A menudo tenía que hacer el papel de domador de leones”.

Forma parte del núcleo de la Liga Spartacus, con Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht, Max Levien, Leo Jogiches, Paul Levi, Wilhelm Pieck, Julian Marchlewski, Hermann Duncker, Hugo Eberlein, Paul Frölich, Wilhelm Pieck, Ernest Meyer, Franz Mehring y Clara Zetkin, que en diciembre de 1918 se transforman en el Partido Comunista Alemán (KPD). Cuando el 4 de enero de 1919 el canciller alemán socialdemócrata, Ebert, destituye al jefe de la policía de Berlín, Emil Eichhorn, estalla la revuelta. Eichhorn era un socialista independiente, que tenía una gran popularidad entre los trabajadores revolucionarios de todos los ámbitos y filiaciones, por su integridad personal y su genuina devoción a la clase trabajadora. Su nombramiento en noviembre fue considerado como un baluarte contra la conspiración contrarrevolucionaria y una espina en la carne de las fuerzas reaccionarias. Los trabajadores de Berlín recibieron la noticia de que Eichhorn había sido destituido con un enorme enfado. Sentían que se lo quitaban de en medio por estar a su lado, defendiéndolos, frente a los ataques de derecha. Eichhorn respondió negándose a desocupar la sede de la policía. Insistió en que había sido designado por la clase obrera berlinesa y sólo podía ser removido por ella. Aceptaría la decisión sólo si venía del Consejo Ejecutivo de Trabajadores y Soldados de Berlín.

Los trabajadores salieron en masa a las calles, llamados por el partido comunista, los socialistas independientes, e incluso algunos socialdemócratas indignados con el gobierno de Ebert-Scheidemann. Acudieron armados a la central de policía para defender a Eichhorn, y ocuparon la sede del periódico Worwarts socialdemócrata, hartos de sus mentiras sobre la violencia de los spartaquistas. Eugen Leviné fue el encargado de dirigir el nuevo diario Worwarts, que se llamó Worwarts Rote ( Adelante Rojo!) Leviné es el responsable del diario, y también del edificio, convertido en refugio y hospital, pues los heridos no podían ser llevados a los hospitales, donde eran detenidos o rematados. Las reivindicaciones no quieren en ese momento la caída del gobierno, sino la restitución de Eichhorn. Pero Ebert llama al ejército, a los Freikorps, paramilitares derechistas, para sofocar la rebelión. El 13 de enero la revuelta había sido aplastada, y casi todos sus líderes detenidos o muertos, como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.

Leviné que era, después de Rosa y Karl el dirigente más odiado por la policía, consiguió escapar y llegar a Brunswick, donde se esconde con el nombre de Berg, y desde allí, camuflado, va a Rusia, a comienzos de marzo, para participar en la fundación de la III Internacional. Al regresar de Moscú, la dirección berlinesa del partido le envía a Múnich para constituir y ordenar el partido comunista bávaro. Es un joven formado, enérgico, dotado de gran astucia política, el que según el historiador Sebastián Haffner “podría ser considerado, pues tenía las cualidades para serlo, el Lenin o el Trotski alemán”. El joven sensible, idealista, y educado, es capaz de presentarse en Múnich como un revolucionario radical, autoritario, no como un soñador romántico. Ello es porque quiere desactivar el primer intento de República soviética, ya que entiende que aún no se dan las condiciones. Su análisis, en un escrito del 4 de abril de 1919, es un anuncio exacto de todo lo que va a ocurrir:

“Acabo de enterarme de sus planes. Nosotros, los comunistas, tenemos una profunda sospecha sobre una república soviética iniciada por el ministro socialdemócrata Schneppenhorst y hombres como Durr, que hasta ahora han combatido el sistema soviético con todo su poder y fuerza. En el mejor de los casos, podemos interpretar su actitud como el intento de los líderes en bancarrota de congraciarse con las masas mediante una acción aparentemente revolucionaria, o peor, como una provocación deliberada.

Sabemos por nuestra experiencia en el norte de Alemania que los socialdemócratas a menudo intentaron provocar acciones prematuras que son las más fáciles de aplastar.

Una república soviética no puede ser proclamada en una mesa de conferencias. Se funda después de una lucha de un proletariado victorioso. El proletariado de Múnich aún no ha entrado en la lucha por el poder.
Después de la primera intoxicación, los socialdemócratas aprovecharán el primer pretexto para retirarse y así traicionar deliberadamente a los trabajadores. Los (socialistas) independientes colaborarán, luego dudarán, luego comenzarán a vacilar, a negociar con el enemigo y, sin darse cuenta, a convertirse en traidores. Y nosotros, como comunistas, tendremos que pagar por vuestra empresa con sangre.”

Leviné sabe que la victoria no es posible, pero asume su sacrificio, por los triunfos futuros, porque el proletariado sólo aprende a través de sus derrotas. Cuando asume el poder, sabe que se está inmolando, pero también conoce que es posible la revolución en la cercana Austria, y en Hungría, donde ya se ha iniciado. Baviera debe resistir aguantar, para ver si llega el momento encadenado de la revolución en todo Centroeuropa.
El historiador marxista, Eric Hobsbawm, dice de él: “Leviné, un profesional de la revolución lúcido, escéptico y eficiente entre los amateurs nobles que viven el sueño de la liberación, y los militantes confundidos, sabía que estaba perdido, pero también que tenía que luchar. Leviné, en el momento de asumir la dirección del Consejo bávaro, a pesar de las reticencias iniciales del Partido Comunista Alemán sobre la proclamación de la República Soviética de Baviera, advierte que desde ese momento el partido estaría en “la vanguardia de la lucha”, contra cualquier intento contrarrevolucionario, e insta a los trabajadores a elegir “delegados sindicales revolucionarios” para defender la revolución; deben -dirá Levliné a los trabajadores-, “elegir a los hombres consumidos por el fuego de la revolución, llenos de energía y agresividad, capaces de una rápida toma de decisiones, mientras que al mismo tiempo posean una visión clara de las verdaderas relaciones de poder, por lo tanto capaces de elegir sobriamente y con serenidad el momento de la acción”

Leviné, a pesar de la declaración triunfalista de su compañero Max Levien, observa que, aunque gobiernan, poco ha cambiado en los primeros días:

“En el tercer día de la República Soviética, en las fábricas, los trabajadores se esfuerzan y se emborrachan como nunca antes con los capitalistas. En las oficinas están los mismos funcionarios reales. En las calles, los viejos guardianes armados del mundo capitalista mantienen el orden. Las tijeras de los especuladores de la guerra y los cazadores de dividendos aún no desaparecen. Las presiones rotativas de la prensa capitalista todavía resuenan, arrojando veneno y hiel, mentiras y calumnias a la gente que anhela la claridad revolucionaria. Ni una sola institución de la burguesía ha sido desarmada, ni un solo trabajador ha sido armado”
Se pone manos a la obra de inmediato, y ordena la expropiación de pisos de lujo para entregarlos a las personas sin hogar. Se reparten miles de armas a los obreros. Se dictan las órdenes para que las fábricas sean administradas por consejos conjuntos de trabajadores y propietarios, y para que el control de la industria sea realizado por parte de los trabajadores. Leviné, como los bolcheviques habían hecho en Rusia, establece unidades de la Guardia Roja para defender la revolución. “Debemos acelerar la construcción de organizaciones de trabajadores revolucionarias. Debemos crear consejos de trabajadores a partir de los comités de fábrica y el vasto ejército de desempleados”.
Las posiciones de ambos dirigentes de la comuna bávara parecen tener eco en los dos saludos, tan dustintos, que enviaron Zinoviev y Lenin. El primero cargado de retórica.

Al Comisario del Pueblo para Asuntos Extranjeros, Múnich.
En nombre del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, envió mi caluroso saludo a través de ustedes al proletariado de Baviera, quienes han fundado la Republica Soviética. Estamos profundamente convencidos de que no está lejano el tiempo en que Alemania sea enteramente una República Soviética. La Internacional Comunista es consciente de que en Alemania están combatiendo en los puestos más responsables, donde el destino inmediato de la revolución proletaria en todas las partes de Europa será decidido.
¡Viva el proletariado alemán y su Partido Comunista! ¡Viva la revolución comunista mundial!
Presidente del Consejo Ejecutivo de la Internacional Comunista, G. Zinoviev.

Mientras que el de Lenin, lleno de preguntas concretas, parece cargado de las mismas preocupaciones que asolaban a Leviné. Sabe que una revolución triunfante debe tomar medidas revolucionarias desde el primer día, si no lo hace está perdida, ante el adversario y frente a las masas. Ésta es una enseñanza de plena vigencia y actualidad ante el auge de movimientos populistas que al llegar al poder disuelven todas sus propuestas para que nada cambie.

Saludo a la República Soviética de Baviera.
Agradecemos su mensaje y, por nuestra parte, saludamos de todo corazón a la República Soviética de Baviera. Les pedimos encarecidamente que nos den información más frecuente y más concreta sobre qué medidas han adoptado para luchar contra los verdugos burgueses, los Scheidemann y Cía.; si han creado soviets de obreros y empleados en los distintos barrios de la ciudad (Munich, ndr.); si han armado a los obreros y desarmado a la burguesía; si han aprovechado los depósitos de ropas y otros artículos para prestar una inmediata y amplia ayuda a los obreros, y sobre todo a los peones agrícolas y a los pequeños campesinos; si han expropiado las fábricas y los bienes de los capitalistas de Munich, así como también las haciendas capitalistas en sus alrededores; si han cancelado las hipotecas y los pagos de arriendos de los pequeños campesinos; si han duplicado o triplicado el salario de los peones agrícolas y los obreros no cualificados; si han confiscado todas las existencias de papel y todas las imprentas a fin de poder imprimir volantes y periódicos populares para las masas; si han implantado la jornada de 6 horas, con dos o tres horas diarias de instrucción sobre cómo administrar el Estado; si han hecho entregar a la burguesía de Munich sus viviendas sobrantes para instalar inmediatamente a los obreros en cómodos apartamentos; si han tomado en sus manos todos los bancos; si han tomado rehenes de las filas de la burguesía; si han implantado raciones más elevadas para los obreros que para la burguesía; si han movilizado a todos los obreros, tanto para la defensa como para la propaganda ideológica en las aldeas vecinas. La más rápida y amplia aplicación de estas medidas y otras análogas, acompañadas de la iniciativa de los soviets de obreros, de peones agrícolas y, aparte, de los pequeños campesinos, contribuirá a fortalecer la situación de ustedes. Es necesario gravar a la burguesía con un impuesto extraordinario y asegurar enseguida y a cualquier precio un mejoramiento efectivo en la situación de los obreros, los peones agrícolas y los pequeños campesinos.
Con los mejores saludos y deseos de éxito.
Lenin.

Leviné consiguió escapar a la entrada de las tropas en Múnich entre el 1 y el 3 de mayo. Se escondió. El 12 de mayo le escribió a Rosa Leviné: “Por fin puedo enviarte algunas palabras, mi amor, querida. Estuviste todo el tiempo a mi lado y mi corazón se regocijó cuando pensé en el último período de nuestra vida. Durante todo el tiempo, en esas horas desesperadas, horas de terror, estaba lleno de esos recuerdos. Recordé nuestras conversaciones, las palabras, los besos y caricias. No estés triste, Oslishechko*. Estoy alegre y lleno de energía. A pesar de toda la angustia, estoy mirando al futuro con confianza. En cuanto a nosotros, espero firmemente que estemos juntos muy pronto. Y junto con el niño antes de mi partida”
Ese mismo día, Leviné fue arrestado. La celda de Leviné se dejó abierta con la esperanza de que los guardias lo mataran a golpes. Según su esposa: “Los soldados patrullaban constantemente los pasillos, entraban a su celda y lo mantenían en un estado de terror y gran suspense”. Un guardia le dijo a su esposa: “nos dijeron que su marido ordenó la ejecución de 10.000 guardias de prisión y policías”. Era la misma táctica del embuste que usaron contra los spartaquistas berlineses.

En el juicio, Leviné dio ejemplo de su temple revo-lucionario, prescindió de su abogado y se defendió el mismo con gallardía y lucidez ante cada acusación, Leviné defendió su actuación con orgullo:

“La revolución proletaria no tiene necesidad de terror para sus fines; detesta y aborrece el asesinato. No necesita estos medios de lucha, ya que no lucha contra individuos sino contra instituciones. ¿Cómo surge la lucha? “¿Por qué, habiendo ganado el poder, construimos un Ejército Rojo? Porque la historia nos enseña que cada clase privilegiada hasta ahora se ha defendido por la fuerza cuando sus privilegios han estado en peligro. Y porque lo sabemos, porque no vivimos en las nubes. Porque no podemos creer que las condiciones en Baviera sean diferentes, que la burguesía bávara y los capitalistas se permitirían ser expropiados sin lucha, nos vimos obligados a armar a los trabajadores para defendernos contra la embestida de los capitalistas desposeídos”.

Y aceptó su sentencia una sentencia que no era jurídica, como él indicó, sino política, y que ya estaba dictada de antemano.

“Todos los comunistas somos cadáveres “de permiso”. De esto tengo plena conciencia. No sé si se extenderá “mi permiso” o si tendré que unirme a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. En cualquier caso, espero su veredicto con serenidad y paz interior. Porque sé que, sea cual sea su veredicto, los eventos no pueden detenerse … Pronuncie su veredicto si lo considera oportuno. Sólo me esfuerzo por frustrar su intento de manchar mi política. La actividad, el nombre de la República Soviética con la que me siento estrechamente vinculado y el buen nombre de los trabajadores de Múnich. Ellos, y yo junto con ellos, todos hemos tratado de hacer lo mejor que podemos saber y entender. Para cumplir con nuestro deber hacia la Internacional, la Revolución Mundial Comunista”.

Condenado a muerte, el gobierno socialdemócrata rehusó su indulto, querían acabar con él, como con Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, acabar con el ejemplo de los que no se rinden, doblegan, de los líderes de la revolución alemana. Leviné fue fusilado en la prisión de Stadelheim el 5 de julio de 1919.
Ese revolucionario abnegado, que había ocultado por la causa su fibra más romántica, era el mismo que escribió a Rosa en una de sus primeras cartas:

“Hemos alcanzado un grado de felicidad que nunca se superará. Todo parece alcanzar sentido y significado. Me despierto contigo, camino contigo todo el día, me acuesto y mi brazo derecho te espera con alegría y ternura … Gracias. Por hacerme joven de nuevo, por enseñarme a amar tan profundamente, a brillar y a amar, y por amarme, por el regalo de tu amor tierno, delicado, apasionado”.

Y quien, en el último encuentro con su esposa, antes de morir, le dirá: “Pronto terminará todo. Eres tú quien sufrirá más. Pero no lo olvides: no debes vivir una vida sin alegría. Debes pensar en nuestro hijo. No debe cargar con una madre infeliz.”

 

“El asesinato de Rosa Luxemburg”

“El asesinato de Rosa Luxemburg”

“El asesinato de Rosa Luxemburg”

Tragedia y farsa por“Lara Fiegel” .

Lara Fiegel, relevante historiadora cultural britá-nica, reseña el libro de Klaus Gietinger, The Murder of Rosa Luxemburg (Un cadáver en el canal Landwehr) Verso Books, Londres, 2018), recién traducido al inglés del original alemán aparecido en 1993.

“He aquí un mundo en desorden”, canta el coro en una obra inacabada que comenzó Bertolt Brecht en 1926, “¿Quién está dispuesto entonces/ A ponerlo en orden?”. Rosa Luxemburg era la respuesta, pero no tuvo oportunidad de ponerse manos a la obra. Ella y su compañero espartaquista, el dirigente Karl Liebknecht, fueron brutalmente asesinados en enero de 1919, justo cuando parecía haber llegado su momento.

Alemania se había rendido, 40.000 marineros alemanes se habían amotinado en Kiel y había huido el káiser, dejando que el Partido Socialdemócrata (SPD) se hiciera con el control en lo que bautizaron como una revolución. Pero para la Liga Espartaquista (comunistas escindidos del SPD) esto no era suficiente. Alemania tenía que seguir a Rusia en una transformación a gran escala. El SPD había traicionado a los trabajadores al votar en favor de la guerra en 1914 (Liebknecht fue el único miembro del Reichstag en votar en contra), quedando paralizado por las combinaciones de conservadurismo,  indecisión y rotundo pánico. El 4 de enero, el gobierno destituyó al jefe de policía, de simpatías comunistas, desatando una extendida huelga general, que se convirtió en violenta cuando el gobierno dio instrucciones al GKSD (una unidad paramilitar de élite [la Garde-Kavallerie-Schütze-Division]) de eliminar a los comunistas, provocando que los espartaquistas apremiaran a una revuelta armada. El 15 de enero, el GKSD capturó a Luxemburg y Liebknecht en Berlin; a las pocas horas estaban muertos.

¿Quién los asesinó? En la época, el GKSD afirmó que había sido una multitud iracunda. Quedó claro enseguida que fue el GKSD el que había llevado a cabo los asesinatos, pero la identidad de los asesinos siguió siendo incierta. En 1993 Klaus Gietinger publicó en Alemania un libro [Eine Leiche im Landwehrkanal. Die Ermordung Rosa Luxemburgs (Un cadáver en el canal Landwehr. El asesinato de Rosa luxemburg)] que identificaba a los militares concretos responsables de dar las órdenes y apretar el gatillo. Se publica ahora en inglés coincidiendo con el centenario de los asesinatos, en traducción de Loren Balhorn.
El asesino de Luxemberg fue identificado como Hermann Souchon, un oficial del GKSD. Al entrar Luxemburg en el coche que la transportaba a la cárcel, Otto Runge le golpeó en la cabeza con la culata del rifle y Souchon le puso una pistola en la sien izquierda y disparó. Murió al instante y su cuerpo fue arrojado a un canal por el oficial de transportes Kurt Vogel. El asesinato lo había ordenado Waldemar Pabst, primer oficial de Estado Mayor del GKSD, que se adjudicó la responsabilidad de los asesinatos en una serie de entrevistas tristemente célebres en los años 60, declarando que “los tiempos de guerra civil tienen sus propias leyes” y que los alemanes deberían agradecérselo tanto a él como a Gustav Noske, ministro de Defensa del SPD, “¡y puestos de rodillas, levantarnos monumentos, y bautizar con nuestros nombres calles y plazas!”.

La Historia se repite “primero como tragedia y luego como farsa”, como decía Marx, y Gietinger es bueno a la hora de mostrar el absurdo de la farsa que siguió al asesinato. Se celebraron una serie de juicios en los que los dirigentes del SPD se confabularon con los asesinos, nombrando como jueces a sus colaboradores. En mayo de 1919, el tribunal decidió que Runge había tratado de matar a Luxemburg y Vogel le había pegado un tiro, pero les condenó a una pena de dos años, dado que no lograron averiguar quién les había dado muerte. Cuando Vogel huyó a Holanda, las autoridades no pidieron su extradición, aterrados de que pudiera revelar la identidad de sus cómplices. De manera escandalosa, hasta en la Alemania Occidental de los años 60, cuando Pabst reveló que el asesinato lo había ordenado él, el gobierno emitió un comunicado en el que calificaba el doble homicidio de “legítima ejecución”. En ese momento, Pabst divulgó que Souchon había sido el asesino, pero Souchon recurrió a la audaz medida de querellarse por difamación. El tribunal asignado para juzgar el caso se atuvo a los registros totalmente imprecisos del juicio de 1919, de modo que ganó el caso. Este libro proporciona, así pues, un sello importante a estos años, al demostrar, con la ayuda de diagramas y documentos, que el culpable fue Souchon.

Gietinger está menos versado en la exploración del significado de los asesinatos, que parece pensar podemos tomar como algo sabido. Aunque hay un nuevo prólogo, la editorial Verso no ha pensado en cómo hacer pertinente el libro para los lectores británicos o para 2019, dejando a un lado las cuestiones importantes de lo que pudiera significar hoy su muerte para nosotros. Gietinger nos dice que estos asesinatos constituyeron “una de las grandes tragedias del siglo XX”. Pero ¿por qué? ¿Qué podrían haber logrado Luxemburg y Liebknecht si se les hubiera dejado vivir?

En 1919, la revolución con la que soñaban no parece que fuera tan inminente como temía el SPD. En primer lugar, los líderes espartaquistas estaban divididos respecto a cómo provocarla. Luxemburg seguía estando a favor de la democracia parlamentaria, y deseaba participar en las elecciones y lograr un respaldo mayoritario, mientras que Liebknecht estaba a favor de la acción directa y deseaba lanzarse a la calle. No tenían un modelo claro a seguir. Ella pensaba que la revolución había resultado fallida en Rusia debido a la centralización del poder llevada a cabo por Lenin y la eliminación de la oposición. “La libertad para los que apoyan al gobierno solamente, para los miembros de un partido solo (…) no es libertad en absoluto”, escribió en La revolución rusa en 1918. Consideraba que Lenin y Trotski estaban equivocados al pensar que la transformación socialista podía seguir una “fórmula prefabricada”, cuando de hecho la fórmula del cambio económico, social y jurídico yacía “oculta en las nieblas del futuro”. Si iba Alemania a emular a Rusia, si el comunismo iba a ser el fenómeno internacional que ella creía que tenía que ser, eso iba a llevar a su tiempo, y la huelga general en Alemania no podía ser más que un primer paso tentativo.

¿Le habrían concedido este tiempo los espartaquistas, aunque el SPD hubierse estado preparado para ello? Parece improbable. No obstante, tiene razón Gietinger al calificar de tragedia sus muertes. Fue este un momento en el que lo “Sozial” del nombre del SPD significaba algo, en un sentido en que no lo significaba “sozialismus” en el nacionalsocialismo. Muchos de los protagonistas clave del asesinato de Luxemburg terminaron convirtiéndose en aliados de Hitler, que describió a Noske como “un roble entre estas plantas socialdemócratas”. Pero en un entorno político más mezclado, sus tendencias nacionalistas y autoritarias podrían haberse visto sofrenadas, y sus tendencias socialistas podrían haber alcanzado mayor ascendiente. ¿Y si Alemania se hubiera fragmentado en sus antiguos estados, permitiendo que una selección de sistemas políticos se dieran unos contra otros? ¿Y si los aliados hubieran sido menos severos en las condiciones de paz? ¿Y si la visión de un mundo internacionalista que había dado lugar al nacimiento de la Liga de Naciones hubiese resultado más convincente? ¿Y si  hubiera regresado Luxemburg a Rusia, su tierra natal, y hubiese tratado de influir en los acontecimientos?

Resulta fácil todavía sentir la presencia de Luxemburg como un fantasma que obsesiona a Europa. Hay muchos mundos alternativos en los que habría podido marcar la diferencia, con su combinación de carisma, capacidad expresiva y lógica, su voluntad de aprender del pasado y seguir siendo optimista acerca del futuro, su compromiso dual con lo local y lo internacional. Gietinger escribe que cuando el SPD hundió el cuerpo de Luxemburg en el canal de Landwehr, “hundió con ella a la República de Weimar”. No explica por qué es este el caso, pero es uno de los diversos momentos de duelo en este libro, intrusiones que son bienvenidas entre la escrupulosidad forense. Y desde luego, junto a Luxemburg podemos llorar un mundo en el que la izquierda radical tenía un papel que desempeñar en el gobierno democrático y en el que los principios internacionalistas y pacifistas seguían siendo más importantes que la autodeterminación nacional.

The Guardian, 9 de enero de 2018

 

“El verdadero enemigo de las masas está en nuestros sótanos”

“El verdadero enemigo de las masas está en nuestros sótanos”

“El verdadero enemigo de las masas
está en nuestros sótanos”

 

Entrevista a “Klaus Gietinger” por Loren Balhorn.

 

Reproducimos aquí una entrevista que, aunque no representa la línea editorial en cuanto al análisis de la realidad soviética, es de sumo interés pues esclarece asuntos aún velados sobre los asesinatos de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, certificando por fin, con su investigación, los nombres de los culpables concretos; y también porque nos hace pensar en la hipótesis de qué hubiera sido Europa si no hubieran sido derrotadas las revoluciones de Alemania, Italia, Hungría. Un movimiento comunista multifocal, no dependiente de la exportación del modelo único bolchevique; desarrollado también en la realización del socialismo por capacidades y personalidades como las de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, las de Antonio Gramsci, Giorgy Lukács, o Bela Kun.

Entrevista a Klaus Gietinger
por Loren Balhorn

Enero de 2019 marca el centenario del asesinato de dos figuras del socialismo alemán, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht. Como parte de un conjunto más amplio de medidas represivas contra la Revolución Alemana ocurridas en ese invierno y primavera, esa violenta respuesta desde arriba selló el destino de la Revolución y acabó con el experimento socialista democrático del país sólo unos meses después de su comienzo. Quién había sido exactamente el responsable de los asesinatos del 15 de enero de 1919 es algo que siguió envuelto en el misterio durante casi ocho décadas, hasta que el cineasta y guionista Klaus Gietinger comenzó a rastrear los archivos y descubrió una enormidad de pruebas que implicaban al capitán Waldemar Pabst y a varias personalidades destacadas del Partido Socialdemócrata (SPD). Loren Balhorn, miembro de la Fundación Rosa Luxemburg, y traductora de su libro al inglés, charló con él acerca de la Historia, de la socialdemocracia y sobre lo que pueden enseñarnos hoy ambas cosas.

Su libro acerca del asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, Eine Leiche im Landwehrkanal – [Un cadáver en el canal Landwehr], apareció recientemente en una segunda edición revisada, y la traducción inglesa la publica en enero de 2019 Verso Books con el título de The Murder of Rosa Luxemburg [El asesinato de Rosa Luxemburg]. ¿Está satisfecho con el éxito que ha tenido hasta el momento?
Sí, es mi libro de no ficción de mayor éxito. Si se cuentan todas las reimpresiones, va ya por la cuarta edición.

¿Cómo llegó a interesarse por la historia de la Revolución de Noviembre? Al fin y al cabo, usted es en realidad guionista y cineasta.

En 1989 vi una película hecha en 1969 para televisión, sobre el asesinato, realizada por Dieter Ertel y Theo Mezger, que sigue todavía oficialmente prohibida, y me di cuenta de que había aún un montón de preguntas por responder. Efectué algunas investigaciones, descubrí información nueva y quise en un principio realizar una película con todo ello. Pero ningún canal de televisión se mostró interesado, de modo que seguí investigando y acabé, en cambio, escribiendo un libro.

¿Ve algún paralelismo entre su profesión y la del historiador?

Sí, cuando se trabaja en documentales o películas históricas, tienes también que llevar a cabo una ingente investigación y resumir mucho.

¿Puede contarnos algo de lo que fue la investigación como tal? ¿Cuáles fueron los hallazgos más apasionantes?

Bueno, lo primero es que conseguí acceder a los papeles del hombre que dio la orden del asesinato, el capitán Waldemar Pabst, que seguían siendo inaccesibles en aquel momento, y demostré quién de los oficiales del Freikorps había sido el que en realidad apretó el gatillo. También identifiqué las complicidades de la dirección del Partido Socialdemócrata (SPD) de la época, lo que constituía y constituye un descubrimiento sensacional.

La izquierda sabía desde hace ya tiempo que los social-demócratas y el Freikorps [los “cuerpos voluntarios”] habían sido responsables de los asesinatos. ¿Qué descubrimientos nuevos contiene su libro? ¿Cambia algo de la anterior comprensión historiográfica?

Que la dirección del SPD estuviera implicada no era hasta entonces más que un rumor. Sin embargo, aporté pruebas que demostraban este extremo.

En el libro describe los asesinatos de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht como “una de las mayores tragedias políticas” del siglo XX. ¿Qué le mueve a afirmar esto? ¿No sucedieron acontecimientos significativamente más trágicos de la historia alemana sólo 20 años después?

Luxemburg y Liebknecht eran figuras míticas de la auténtica izquierda. La cúpula directiva del SPD se había movido desde hacía mucho tiempo a la derecha merced a su pacto con los viejos poderes y las fuerzas armadas, pero muchos partidarios del SPD veneraban a ambos líderes espartaquistas. Ellos dos nunca hubieran permitido la estalinización del KPD. Luxemburg se mostró contraria a ingresar en la Comintern y criticó el terror de Lenin y Radek. Hasta Liebknecht se habría mostrado remiso a aceptar una mera vanguardia de la clase obrera.

Ambos trataron de ayudar a las masas a tomar conciencia y no intentaron subestimarlas. La izquierda de Alemania y de Europa habría seguido un camino más independiente. Habría existido la oportunidad de denunciar a los dirigentes derechistas del SPD. No se habría cimentado la división de la izquierda. Que eso hubiera evitado el fascismo y el estalinismo ya es otro cantar, pero habrían sido mayores las posibilidades de que así sucediera.

¿Cree que Rosa y Karl representaban verdaderamente la clase de amenaza que temía Pabst? Al fin y al cabo, muchos trabajadores se mostraron en última instancia satisfechos con el retorno a la paz y la tranquilidad en cuanto abdicó el káiser y se introdujo la democracia parlamentaria. ¿Había realmente alguna posibilidad de revolución en Alemania en 1918–19?

Creo que está usted formulando la pregunta de modo incorrecto. Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht (no me gusta abreviar sus nombres usando sólo el de pila) eran una amenaza para el capitalismo, y los asesinaron por esta razón. No porque fueran una amenaza a la democracia: nunca lo fueron. No eran bolcheviques en el sentido de Lenin y Trotski, ni ordenó el capitán Pabst que los mataran porque fuesen presuntamente una amenaza a la democracia. Hizo que los mataran porque eran una amenaza para el sistema del que era  servidor, el del imperialismo prusiano-germano, el de la guerra y la dominación mundial, que la dirección del SPD había apoyado activamente desde 1914.

Escribió usted no hace mucho en  -WOZ – [Die Wochenzeitung] que el SPD debería de una vez por todas “aceptar la responsabilidad” del asesinato de ambos y de haber extinguido la Revolución de Noviembre. ¿Lo entiende como una exigencia política real, o más como un arma polémica contra un partido político neoliberal y decrépito?
El SPD es un partido en declive que dentro de diez años ya no existirá. Está despuntando un nuevo fascismo que tendrá un aspecto distinto del que hemos conocido con anterioridad, más oculto y sutil, pero capaz de seducir  de nuevo a las masas. Con la misma fuerza con la que creo en que el SPD no puede echarle la culpa a nadie más que a sí mismo, lamento profundamente, sin embargo, que le estén reemplazando la Alternative für Deutschland (AfD) y los Verdes neoliberales.

Los Verdes son un partido hipócrita de gente de elevados ingresos que tiene dos coches, gente que siempre traiciona sus ideales cuando entra en el gobierno. Los Verdes cumplieron en quince años lo que le llevó al SPD 150. Robert Habeck, uno de sus nuevos dirigentes y autor oficial, escribió hace unos diez años una mala obra de teatro sobre el levantamiento de los marineros en la que legitimaba a figuras proto-fascistas como Gustav Noske (SPD), que fue directo responsable del asesinato de Luxemburg y Liebknecht.

No hay que desperdiciar saliva con la AfD. Esta gente va a tomar el poder en la mitad oriental de Alemania. Lo que falta es un partido antifascista de masas. El SPD representaba ese partido al menos desde la II Guerra Mundial, pero perdió este elemento últimamente en su fase neoliberal (en coalición con los Verdes), que se inició en 1998.

¿Qué puede aprender la gente joven de esta trágica historia? ¿Quizás hace ya demasiado tiempo como para que sea hoy pertinente?

Es buena cosa que la Revolución de Noviembre haya regresado al menos parcialmente a la atención pública en 2018. Todavía hay quien no ha cejado en esta democracia y critica el capitalismo. Lo que pueden aprender los jóvenes es eso que dijo una vez Elias Canetti acerca de las masas: el verdadero enemigo de las masas no está a las puertas, sino en nuestro propio sótano. Tenemos que trabajar mejor a la hora de luchar contra él.

Rosa Luxemburg Stiftung, 2 de enero de 2019

Klaus Gietinger  guionista, director cinematográfico e historiador radicado en Frankfurt, ha publicado varios libros sobre el fascismo alemán y el movimiento comunista, así como una historia de los accidentes de automóvil. Su película más célebre es un clásico de 1985, Daheim sterben die Leut [La gente muere en casa].

Loren Balhorn: traductora al inglés de su libro,
“Un cadáver en el canal Landwehr” , en Verso Books.

 

Liebknecht y Luxemburgo en Euskadi

Liebknecht y Luxemburgo en Euskadi

Liebknecht y Luxemburgo en Euskadi

Comandantes invisibles de dos batallones que los comunistas vascos organizaron para enfrentarse a las tropas franquistas.

Cuando Milton Wolff, el legendario Coman-dante de la Brigada Lincoln en la Guerra Civil, volvió a España, tras la desaparición de la dictadura franquista, fue invitado a varios homenajes, organizados para celebrar su visita por las asociaciones republicanas. En todos ellos, los republicanos españoles repetían las mismas palabras, agradecían solemnemente a Milton, y en su nombre a todos aquellos norteamericanos de la Lincoln, que vinieran a combatir aquí por la libertad. Milton, para sorpresa de la mayoría, les reprobaba el gesto, y contestaba: “No, no sois vosotros quienes nos lo tenéis que agradecer, al contrario, somos nosotros los que tenemos que agradeceros, al pueblo español, que nos permitierais luchar a vuestro lado contra el fascismo”.

Recordando esto, imaginamos a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht como Comandantes invisibles de dos batallones que los comunistas vascos organizaron para enfrentarse a las tropas franquistas. Eran los primeros albores de la guerra, aunque ya se tenía el amargo sabor de la derrota en Irún, Donostia, en Gipuzkoa, y en el repliegue hacia Bizkaia, aquellos milicianos de las MAOC guipuzcoanas, de la Compañía Roja de Alza, de la Bala Roja, de los combatientes de Eibar; de la pionera columna de Larrañaga; más los comunistas de Bizkaia; y los de las merindades burgalesas y la Rioja, que escapaban del ejército sublevado, se organizaron en batallones; bautizando a dos de ellos con el nombre de la pareja mártir de comunistas alemanes: el batallón Rosa Luxemburgo, y el batallón Karl Liebknecht. Los imaginamos llenos de orgullo capitaneando en la sombra las dos formaciones, continuando la batalla que abandonaron en Berlín. Bajo sus banderas, unos ochocientos milicianos por cada batallón, marcharon al frente, en Villareal de Alava, en Markina, en Sollube, en Peña Lemona, en la defensa de Bilbao, en Cantabria. Dejando cientos de bajas y muertos. Fueron batallones ejemplares, cohesionados por la fuerza de los ideales que a buen seguro sus Comandantes invisibles, Karl Rosa, les insuflaban.

Aquella fue una guerra en la que el componente ideológico era decisivo. En la aplastada revolución alemana, Karl y Rosa, también Leviné, subrayaron la importancia de la necesaria madurez y preparación revolucionaria en el proletariado para alcanzar la victoria, sin ella se perdería. Aunque los comunistas librarían la batalla con honor, incluso sabedores de su derrota. Sabían que era un eslabón encadenado a las luchas precedentes y futuras, que enseñarían el camino. Y de esa enseñanza de Berlín, de las derrotas, tomó nota la República, y la principal fuerza que la defendió, los comunistas. Por eso se instauraron los Comisarios políticos en los batallones, no con un fin punitivo, represor, como el revisionismo histórico, al que nada le interesa la verdad, y la derecha, tantas veces dicen; sino con el fin primordial de llevar la conciencia al último hombre de cada batallón de porqué se luchaba, para hacerle ver que luchaba por sus intereses de clase, que la joven República, con su potencial de transformación social, era la suya, era suya. Y así imaginamos a Karl y a Rosa también como Comisarios políticos de sus dos batallones, transmitiéndoles sin descanso la idea de que participaban en una batalla decisiva, que se jugaban acabar con la explotación capitalista; insistiendo hasta la saciedad, en cada hombre y mujer, que sólo contando con sus propias fuerzas podrían obtener la victoria, que la clase obrera sólo puede conseguir la liberación por sí misma, haciendo ella la historia, con su movimiento. Lo comprendieron con un precio muy alto, el de sus vidas, pero quedó su ejemplo de claridad, de fidelidad a la clase trabajadora frente a los traidores. En España, en Euskadi, se trataba de conseguir que cada combatiente diera lo mejor de sí, por él, para él, por su propia causa, y que sintiera ese combate como tal, como suyo, por eso y para eso nacieron los Comisarios. Así lo entendía Leviné; pocos meses después del asesinato de Rosa y de Karl, así comprendía la fuerza de la clase obrera consciente, revolucionaria, y el papel de sus líderes.

“Los trabajadores pelearán cualquiera que sea nuestra instrucción. Un revolucionario no está menos dispuesto a dar su vida para defender el honor de su causa que el patriota que lucha hasta la última zanja y prefiere la muerte antes que rendirse. Los trabajadores solo despreciarían a un líder que cayera por debajo de sus propias normas de honor revolucionario, habiendo predicado, sin embargo, de antemano, el sacrificio de armas. Puede parecer irracional, pero no se lograron grandes logros sin este espíritu”.

Era lo que habían aprendido en Berlín. Y aquí, en Euskadi, os decimos, Rosa y Karl, lo mismo que nos dijo Milton Wolff: “Gracias por habernos contado las enseñanzas de la revolución, gracias por permitirnos usar vuestra bandera, y gracias por el honor de dejarnos pelear con vosotros como Jefes, como Comisarios, como Comandantes”.

Y a buen seguro ellos nos habrían contestado con un escueto y preciso grito:

¡Abajo las fronteras!