Carta a mi abuelo Thèo Dejace
“Te agradezco cada día el haberme inculcado verdaderos valores y la necesidad de comprometerse”.
Mi querido abuelo,
Me encuentro delante de una extraña tarea: hablar de ti cuando nos hemos conocido tan poco. Yo no tenía más que siete años cuando tú te fuiste, aunque los lazos que habíamos tejido eran fuertes. Estoy segura de que el equipo de Herri redactará un artículo biográfico riguroso y objetivo sobre tu vida y tus combates.
Entonces, ¿por qué no escribir simplemente una carta, esta carta que tú no recibirás nunca, pero que permitirá a los lectores interesados hacerse una idea del hombre, del amigo, del padre, del abuelo que tú eras, incluyendo algunas anécdotas recogidas en nuestra familia, o en los archivos familiares.
La primera historia que me viene a la cabeza es la imagen de un joven que acompaña a su padre a la escuela al mediodía. Porque tu padre, que era pintor de obra, había decidido asistir a la escuela vespertina para examinarse, con el fin de obtener su certificado de la escuela primaria. Y tú estabas a su lado ese día, orgulloso de él y ya muy consciente de la importancia capital de los estudios en la vida.
El amor por la lectura, por la cultura, las artes, los viajes, y la conciencia de la necesidad de informarse, de cultivarse sin olvidar de ejercer el espíritu crítico, serán valores que no te abandonarán nunca y que transmitirás a tu hija y a tu nieta años más tarde.
En agosto de 1914, tu padre, que se oponía a la guerra como Jean Jaures, porque se trataba de una guerra imperialista, será abatido. O, mejor dicho, será dado por desaparecido y no será hasta años más tarde cuando tu madre, después de innumerables búsquedas, sabrá que fue asesinado por soldados alemanes junto a otros civiles, cerca de Fort Loncin, en Ans. Tu hermano pequeño, Leonard, y tú, os encontrasteis desde entonces huérfanos de padre, y animados, cada uno a su manera, por esa rabia, contra las injusticias, cualesquiera que éstas sean.
Vuestros caracteres eran muy diferentes (tú la calma, el hombre serio, y armado de convicciones sociales bien ancladas; él, el alborotador, dotado de un gran corazón con la voluntad infatigable de pelear con aquellos que le habían quitado a su padre…) pero ambos os adorabais, y, sobre todo, os admirabais por aquello en lo que os estabais convirtiendo: en dos hombres de principios.
Después de tus estudios de instructor y profesor de educación física, a los 19 años, ejerciste muchos oficios, incluso aquel de… policía. Mama y yo nos hemos preguntado siempre de que manera habías obtenido ese puesto, que no casaba en absoluto con tus ideas. Pero bueno, los contratos de profesor no llovían y te hacía falta un trabajo alimentario para ayudar a tu madre, viuda de guerra. Sin embargo, serás relevado muy rápido.
Tu comisario no vio con buenos ojos que tú rechazaras denunciar a los vehículos mal estacionados. Se te obligó, bajo vigilancia, a poner las multas. El resultado fue que entre tus denuncias, sólo se contemplaban las de los coches de lujo, con la excepción del carro de un comerciante de verduras. En los siguientes días viste desfilar por la comisaría, con habanos y ropa elegante, a todos los propietarios ricos de los coches denunciados.
El comisario eliminó todas las multas, salvo la del comerciante de verduras. Nunca más pusiste una denuncia, a nadie. Y tu rebeldía no hizo más que crecer. Para rematar a tu comisario, te hiciste sorprender escuchando con atención el discurso del orador durante una ronda policial en el barrio universitario de Lieja, en la plaza del 20 de agosto. Y aplaudiste con entusiasmo a ese hombre, porque simpatizabas con sus palabras. Tu “pobre” comisario te convocó de inmediato para preguntarte porqué aplaudiste al orador en cuestión. “porque encontré que sus ideas eras justas”. Fue lo que le respondiste.
Fue sólo entonces cuando supiste que habías escuchado y apreciado el discurso de Joseph Jacquemotte, presidente del joven Partido Comunista de Bélgica. ¡Y ése fue el final de tu carrera en la Policía!
Tras ese periodo, ejerciste durante un tiempo otro oficio insólito para aquellos que te conocían bien: el de empleado de banca. ¡No puede ser, cuando lo oí, creía que se trataba de una broma! Tú detestabas las matemáticas, tú, el literario que prefería de lejos en tus pocos momentos libres escribir poemas, dibujar y leer.
Es imposible seguir este texto sin detenerme en la II Guerra Mundial. Tu hermano y tú os comprometisteis en la lucha contra los nazis, que habían invadido la mayor parte de Europa. Leonard se alistó en la Royal Air Force británica, la RAF, donde llegó a ser teniente aviador. Desgraciadamente cayó abatido por un as de la Luftwaffe en una misión de reconocimiento meteorológico, en 1942.
Tú no conociste el destino de tu hermano hasta tiempo después, porque entraste en la clandestinidad en 1940. Fue algo obligado: eras un resistente, miembro activo del PCB, y figurabas en una lista de personas buscadas por los nazis. Durante toda la ocupación trabajaste en la sombra, con tus camaradas y fundasteis juntos el “Frente Valón por la Liberación del País”, que se rebautizó como “Frente de la Independencia”.
Durante esos años negros, en los que el peligro amenazaba en cada instante, te escapaste por dos veces de una detención. Algunos de tus camaradas cayeron en las ratoneras, detenidos y torturados por la Gestapo, que les martirizó. Cuando bastantes años después supiste que uno de tus amigos más próximos, Constant, tenía graves problemas en un brazo como secuela de las torturas a las que fue sometido, lloraste como un niño, porque todo pasó por ti, porque los nazis esperaban que diera un nombre, el tuyo, que nunca dio.
Podría escribir páginas y páginas sobre tu militancia contra la guerra, sobre tus mandatos como diputado, como senador, como consejero municipal en la ciudad de Lieja y detallar tu trabajo de sindicalista. Pero mi objetivo no es ése. Yo prefiero que los lectores de Herri comprendan hasta qué punto fuiste animado durante toda tu vida por un ideal: aquel de la justicia social, de la igualdad de derechos para cada uno, por la voluntad de explicar las cosas de manera didáctica cuando se te preguntaba algo. Un hombre sencillo, sonriente, y al que le gustaba escuchar. Es la imagen principal que guardo de ti: un hombre de 1,78 metros, una estatura que resultaba impresionante para la niñita que te llamaba desde abajo, con los ojos. Cualquiera que haya hablado de ti, incluidas personas opuestas a las ideas comunistas que tú defendías, ha insistido en tu rigurosa honestidad, en tu simpatía y tu sencillez. Tu cargos nunca se te subieron a la cabeza, y siempre circulaste –muy mal por cierto, mi abuela se acuerda con frecuencia todavía-, en el Citroën 2CV, o 3CV, lo que era fuente frecuente de diversión entre tus conocidos.
Ahora yo soy una adulta. Tú te fuiste hace más de treinta años. Y yo me pregunto a menudo cómo habrías reaccionado frente a los acontecimientos que han agitado la actualidad desde que tú no estás: la caída del muro de Berlín, el fin de la URSS, las diversas guerras organizadas por los EEUU en Irak o en Siria, la crisis económica mundial, la subida importante de los partidos nazis o ultranacionalistas por toda Europa, sin olvidar el conflicto entre Israel Palestina, por no citar más que algunos ejemplos. Yo no puedo ni quiero responder en tu lugar. Sin embargo, aunque yo no me he afiliado a ningún partido político para militar, te agradezco cada día el haberme inculcado verdaderos valores y la necesidad de comprometerse frente a los problemas que nos conciernen a todos.
Hoy, menos que nunca, nadie puede ocultar la cabeza bajo el ala y aplicar la política del avestruz frente a las amenazas cada vez más graves causadas por las crisis políticas y sociales. En Valonia y en Bruselas, un niño de cada cuatro vive bajo el nivel de pobreza. Partidos racistas, neonazis, ganan votos en cada elección, aquí, en Bélgica, y ocupan puestos importantes en los distintos escalones políticos, locales, nacionales, o europeos.
En esta primavera de 2020, yo espero que esta carta pueda ayudar, humildemente, para que no nos olvidemos de dónde venimos, qué combates contra el fascismo, en Italia, o en España, fundamentales, librasteis tú y tus camaradas. Tú formabas parte, junto a otros, de un comité encargado de acoger en Lieja a los niños de la República española entre 1936 y 1939. Y vuestros combates contra el nazismo en el resto de Europa. Mi generación tiene una deuda enorme hacia todos vosotros, los combatientes de toda una vida….
No lo olvidemos.
Tu nieta
Aude D`Ambrosio
Profesora de francés e historia en Lieja