La responsabilidad del escritor

Ponencia de Gabriel Celaya en el Congreso Cultural de La Habana. Enero 1968.

Durante la década del sesenta la Poesía social entró en crisis. Creo que esto se debía, más que al agotamiento de sus posibilidades, a la gran difusión que alcanzó pese a los malos augurios con que había nacido. Al cansancio que produce cualquier corriente literaria dominante y a la proliferación de epígonos que, como ocurre siempre, acabaron por convertir en un cliché lo que había comenzado como un deslumbrante descubrimiento, debe añadirse que el clima de furor y esperanza en que había nacido la primera Poesía social se había ido extinguiendo con el paso de unos años en los que no se produjo el tan esperado cambio de nuestra Sociedad sino tan sólo una derivación hacia una incipiente sociedad de consumo. Una vez más pudo comprobarse cómo las superestructuras culturales dependen de la base socio-económica en que se producen. Así vimos cómo unos poetas que seguían creyéndose rebeldes al stablishment fueron volviéndose acomodaticios.

Creo que la última vez que me pronuncié públicamente como «poeta social» fue, un poco forzado por las circunstancias, durante mi estancia en la Cuba de Fidel.

LA RESPONSABILIDAD DEL ESCRITOR
(Ponencia en el Congreso Cultural de La Habana. Enero 1968)

Aunque los investigadores y técnicos científicos son indudablemente intelectuales, como ha subrayado Fidel, su acción es de un orden distinto a la de los escritores y artistas. Los investigadores y técnicos científicos transforman la naturaleza y la reali-
dad objetiva, y con ello hacen posible el advenimiento de un hombre nuevo. Los escritores y artistas, en cambio, actúan sobre algo tan impreciso como la conciencia de los hombres, y es modificando esa conciencia y el viejo modo de ver el mundo como contribuyen de hecho a la transformación de éste. Las dos formas de acción son igualmente valiosas, creadoras y necesarias. Es más, transformar el mundo y cambiar la conciencia son dos acciones implicadas en una misma dialéctica de lo real. No obstante hay una problemática característica del escritor.

El problema fundamental para el intelectual responsable está en la diferencia de nivel cultural y de formación que existe entre él y el Tercer Mundo, o entre él y ese otro Tercer Mundo que es gran parte del proletariado en los países industrializados capitalistas. El intelectual oscila así entre dos extremos igualmente peligrosos.

El primer extremo es el de quienes producen una literatura barata y esquemática pensando que éste es el modo de lograr la audiencia de las grandes masas. Su error es evidente. Todos sabemos que al pueblo hay que darle siempre lo mejor porque hacer otra cosa sería desconfiar de su capacidad receptiva e ignorar la maravillosa intuición artística de que da testimonio el arte popular. No podemos olvidar por otra parte que el escritor crea su público, como crea conciencia haciendo patente lo que estaba latente o informulado, y es en este sentido un educador.
No quiero decir con esto que las obras literarias deban ser obras de tesis, esquemáticas ilustraciones de ideas o cantos incondicionales a la Revolución. Cualquier tema puede tratarse de un modo revolucionario porque lo importante no está en el asunto, sino en la toma de conciencia del escritor.
Es precisamente escribiendo obras libres, siempre que entendamos con Engels que “la libertad es la comprensión de la necesidad”, como se crean, no sólo obras que por libres son mejores, sino también obras que crean más conciencia revolucionaria que las escritas sobre la falsilla de un dogmatismo. Pues no podemos olvidar hasta qué punto el infierno de la mala Literatura está empedrado de buenas intenciones. Y con obras desprovistas de calidad no se ayuda ni al Tercer Mundo, ni al pueblo de ningún país.

El otro extremo, opuesto al que critico, y no menos peligroso que él, es aquel en que se puede incurrir partiendo del principio justo de que una obra literaria debe ser ante todo una obra bien hecha. Hay quienes separan su actividad de ciudadanos y su quehacer de escritores poniendo en la primera su militancia político-social pero escribiendo al margen de cualquier preocupación de este tipo. Tal dualismo, en la situación urgente de hoy, es inadmisible y prácticamente imposible para un escritor con verdadera conciencia revolucionaria. Lo que ocurre es que en todos los países, salvo en la URSS, la mayoría de ]os intelectuales procede de la burguesía, y esa impronta no se borra con un mero cambio revolucionario de ideas, por muy sincero que éste sea. Es cierto que, como decía Marx, en un texto archiconocido «así como una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días, un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico», pero es cierto también que las actitudes dualistas que acabo de señalar son un ejemplo de la facilidad casi inconsciente con que esos intelectuales de origen burgués recaen en su condición de clase. Se repite así lo que denunciaba Lenin en los intelectuales de vanguardia de su época: «Su condición “no de casta” no excluye en lo más mínimo el origen de clase de sus ideas.»

Entiendo que es fundamental para el intelectual, no sólo en cuanto por sentido de su responsabilidad quiere ayudar al Tercer Mundo, sino también en cuanto quiere que su obra sea valiosa y significativa, mantenerse en contacto con el mundo subdesarrollado y en general con el pueblo, pero son estos quienes actualmente están haciendo la Historia. El intelectual, precisamente porque usufructa una preparación cultural superior a la del pueblo y tiene conciencia “del conjunto del movimiento histórico moderno” está obligado a levantar al pueblo y marchar un paso delante de él. Pero si creyéndose un adelantado, pierde, por suficiencia, el contacto que la vanguardia debe mantener con la base, y olvida que en ésta se halla la energía impulsora que lo moviliza todo, v también lo que el escribe, teoriza y se queda solo en su abstracción y su esteril utopismo. La participación en la lucha armada, en la lucha clandestina o en el trabajo manual, según las circunstancias, son indispensables para mantener un contacto real con el pueblo y corregir la tendencia al «mandarinismo» de los intelectuales.
Teniendo en cuenta lo que llevo dicho, entiendo que la posición correcta del intelectual responsable ante el Tercer Mundo se debe definir sobre la base de estos dos puntos:

1) El Tercer Mundo, en el plano internacional, y el proletariado dentro de los paises industrializados capitalistas, son el motor de la Historia Contemporánea, y de ese motor deben tomar su impulso los intelectuales. Sólo en la medida en que tomen conciencia de esa fuerza serán también una fuerza progresista y crearán una obra auténtica.

2) El intelectual, al sumirse en el pueblo, debe conservar despierto su sentido crítico, pues tal sentido es el que le define como intelectual, y el que precisamente le permite ayudar al mundo subdesarrollado y al pueblo en general.

Nada de «alondras mongolas» por lo tanto. Pero nada tampoco de un neutralismo que tiene más de abstención que de disposición para la critica positiva. Porque el intelectual es ante todo un hombre, y ningún hombre puede hoy día ser neutral.

Pese a los cambios naturales que con el tiempo se han pro­ducido en mi obra, los presupuestos de la Poesía social, si en­tendemos por ésta la lucha contra los mitos de la Metapoesia, la inspiración mágica, el prurito de originalidad, el personalismo, el hermetismo, el perfectismo formalista, la inmortalidad literaria, etc., me parece aún válida.