Paul Ferrat

Paul Ferrat

Paul Ferrat

«Comunero de París elegido para la portada de Herri, por la fuerza atemporal de su imagen».

PAUL FERRAT. Es el comunero elegido para la portada de Herri, por la fuerza atemporal de su imagen. Nació en Bastia, Córcega, el 11 de septiembre de 1824, y llegó a Paris con cuatro años. Pertenece a la Internacional, participa en debates en clubes políticos. Miembro de la Guardia Nacional desde el 16 de marzo de 1871, es elegido para su Comité Central, y delegado como alcalde del VI arrondisement (distrito), hasta las elecciones del 26 de marzo, donde obtiene 2062 votos de los 9499 totales. Elegido jefe el 80º batallón afincado en Menilmontant, último baluarte de la Comuna. Detenido, se defiende ante el Consejo de Guerra declarando haberse comportado siempre con honor, sin haber cometido ningún acto violento. Es condenado a la deportación en una fortaleza, y enviado a la isla de Oleron, y luego a Nouamés, en Nueva Caledonia. Amnistiado en enero de 1879, muere en París el 28 de enero de 1881.

Recuerdos de mi enésima detención.

Recuerdos de mi enésima detención.

Recuerdos de mi enésima detención.

“Del libro “Los ecos del silencio”
Luis Mari Ormazabal”

En diciembre de 1970, se desarrolló el proceso
1001, que enjuició a Camacho y sus compañeros, donde también se encontraba mi paisano y camarada Pedro Santisteban, adelante siempre, sin desmayar en lo que se cree.
En este mes, tuvo lugar el llamado Proceso de Burgos: Sumarísimo 31/69, en el cual se pedían seis penas de muerte para los reos: José María Dorronsoro Zeberio, Joaquín Gorostidi Artola, Francisco Javier Larena Martínez, Francisco Javier Izco de la Iglesia, Mario Onaindía Nachiondo, Eduardo Uriarte Romero.

El trabajo que realizó el Partido, fue ingente, lanzando panfletos y octavillas por las fábricas, en la calle, en concentraciones; en barricadas espontáneas volcando coches y bancos, como en Zabalburu soportando de inmediato las cargas de la policía. Hubieron bastantes huelgas, destacando la Naval de Sestao y Astilleros del Cadagua; en Eibar mataron a un joven, inmediatamente surgió una manifestación de dos mil obreros. Las manifestaciones de obreros y estudiantes surgieron por toda la geografía nacional con ímpetu, con rabia. En el extranjero la presión fue de una envergadura incontenible. Este juicio duró todo el mes fue de una tensión apasionante, todos volcados en inclinar la balanza hacia la razón de la libertad, consiguiendo que levantasen la pena capital con un indulto el día 30 de diciembre, ya in extremis. Fue un triunfo del pueblo, con la ayuda de todas las fuerzas Progresistas locales, nacionales y extranjeras. Esta vez sí vencimos al tirano sediento de sangre, se le quedó la úvula temblando, tocando a rebato amargo.
Desbordados por los acontecimientos declararon el estado de excepción, con todas las fuerzas represivas en la calle; comienza la cacería de comunistas: la bestia negra del franquismo. A mí me detuvieron el día 19 de enero de 1971, en mi domicilio por la noche, según costumbre; me llevaron esposado con las manos detrás a la comisaría de Indautxu, celda n° 1. Desde el primer momento me declaré en huelga de hambre, pues me dije que no me iban a tener 40 días como antaño, antes me tendrían que llevar al hospital.

Cuando el interrogatorio, me convencieron palpablemente de que yo era el responsable del Agit-Pro, poco me quedaba para pensar; la suerte estaba echada, me ha tocado el gordo, claro, que llevaba todas las papeletas. Inmediatamente cerré todos los circuitos y me hice cargo de todo el embolado de la propaganda, yo, era el que la recibía y el que la distribuía, se acabó el carbón. Quién es el que te la entrega. No sé, no le conocía; les di las señas imaginarias, lo que se me ocurrió, les dije que no era alto y además delgado, me traían siempre la fotografía de un tal Luis, al que conocía en el trabajo clandestino; a este hombre cuando llegó la democracia no le he vuelto a ver. Así que como no le conocía estaba la mar de tranquilo. Yo no recibía propaganda, ese trabajo lo hacía Isabel Ibarra, nunca lo supieron.

Se iban sucediendo los interrogatorios, subir las escaleras hacia la cámara de tortura me costaba, pues me encontraba débil. Llamé para que me mandaran un médico, pues les dije que me dolía la úlcera de duodeno. Llegó el doctor, con una cara de patibulario que parecía maquillada ex profeso, me auscultó y sin decirme nada me recetó unas pastillas, que me daban a su hora, las tiraba por el retrete, pues no me dolía nada: lo hice para que le contase a la policía como se desarrollaban los efectos de la huelga de hambre. Hay que luchar con todos los medios, inclusive la mentira, no se puede dejar nada al azar, la lucha, la resistencia; entonces la meta era la cárcel, cuanto antes mejor.

Más tarde metieron en la celda a algunos políticos y también comunes. Uno de los comunes tenía en otra celda a la mujer con un hijo, el niño lloraba; con el guardia de turno de la policía armada le mandamos un termo de leche y algunos bocadillos para la madre, santo remedio, el niño no volvió a llorar. Resultó, ya en prisión que este hombre practicaba la profesión de barbero, por lo tanto, no me quería cobrar el afeitado, por lo visto se sentía muy agradecido.

Los interrogatorios todos se parecen, son calcados, siempre emplean los mismos métodos; recurren a veces a movimientos tácticos, me llevaron a la celda n° 9 donde se encontraba un individuo que luego en el “trullo” resultó ser político; a la mañana siguiente me devuelven a la celda anterior. Me decían que me podían tener todo el tiempo que les diese la gana, pues estábamos en estado de excepción. Si no se dan prisa, yo, ya les tenía preparado el siguiente paso, el pedir el ingreso en le hospital, negándome a subir las escaleras por falta de fuerzas.

A los quince días me llevan al anochecer a interrogatorio, el guardia tiene que ayudarme a subir las escaleras, con una mano que me echó el teatro, de todas formas estaba muy fastidiado. Me presentan el expediente, lo leo y acto seguido lo firmo, el comisario Ballesteros me espeta sin florituras: no te creas que nos has engañado. Para mis adentros, eso está muy bien, pero mañana me voy para la “trena”, aquella velada cené con apetito. El día 3 de febrero ingreso en la Prisión de Basauri, en el departamento celular. Ya se encontraban dentro todos los detenidos por pedir la conmutación de las penas durante el Proceso de Burgos; nos juntamos unos 50 procesados.

Apuntes sobre la historia de la EGK

Apuntes sobre la historia de la EGK

Apuntes sobre la historia de la EGK.

“ (EGK – Juventud Comunista de Euskadi)”

En los comienzos de 1971, empezamos a constituir EGK en Bizkaia a partir de grupos de jóvenes procedentes de barrios de Bilbao: Rekalde, Otxarkoaga, Uribarri, Deusto,San Francisco. De pueblos de la margen izquierda: Baracaldo, Sestao, Portugalete, Ortuella, Trapagaran. De la margen derecha: Erandio, Getxo. Y del interior, Durango y Ermua.
En donde había cierta presencia del EPK. Procedíamos de núcleos que no compartían ni la estrategia ni la táctica de la izquierda abertzale en la lucha contra la dictadura franquista.

Manolo Otaño, guipuzcoano, persona heterodoxa con ideas renovadoras, muy dinámico e innovador para la época, fue encargado por la dirección del EPK, para coordinar los distintos grupos y darle una estructura mínima organizativa, que originaría la creación de EGK como organización juvenil. La mayor parte participábamos en asociaciones de vecinos, clubs juveniles de barrio, y grupos estudiantiles de instituto.

Las acciones contra el Proceso 1001 de CCOO de 1972 fueron el inicio de un activismo comprometido, charlas, panfletos, manifestaciones por Bilbao y alrededores.

La estructura organizativa era muy sencilla y sin apenas cabezas visibles. Desde el principio EGK se caracterizó por una sensibilidad euskaltzale, en el sentido de potenciar en lo posible la cultura euskaldun. El euskera se hizo presente en todos los panfletos. La incorporación de Josu Cepeda, uno de los pocos en aquellos días con título D de Euskaltzaindia, reafirmó el carácter euskaltzale de EGK.

A la par que en Bizkaia, se iban formando otros grupos en Gipuzkoa y Araba. Sin medios pero con mucho voluntarismo y poniendo a escote para autofinanciarnos. Nos reunimos en bares, en locales sociales, en iglesias, en el monte. Eran reuniones políticas y en las que la amistad estaba presente.

En 1974 se celebra el II Congreso del EPK en los alrededores de París, donde participamos ya como organización constituida.

En enero de 1975 convocamos una asamblea de jóvenes con participación de unos 120, en Menoio (Araba), con la intención de crear una plataforma con mínimos con otras organizaciones juveniles. Fue un acto lúdico que terminó con intervención de la guardia civil, debido a una denuncia de algún vecino por la presencia inusual de tantos jóvenes.
Enterado el Servicio de Información y tras indagar, fuimos detenidos un grupo de la izquierda abertzale de Laudio (al cual exculpamos), más los nuestros Josu Cepeda, Ángel Zorrilla y yo. Ellos quedaron libres y nosotros detenidos, interrogados, duramente torturados con el potro, el balde de agua, golpes, esposados al límite… Procesados y encarcelados.
Recuerdo la conversación en euskera, con el teniente euskaldun al mando, y los comentarios sobre la Revolución de los Claveles, en abril de 1974 en Portugal, y consecuencia de ello la persecución de la policía política, semejanza que podría suceder en España con la caída de la dictadura franquista, él se justificaba diciendo que cumplía con el código penal vigente, y que nosotros éramos elementos subversivos.

Nos sentenciaron con dos años de prisión y 10.000 pesetas de multa por asociación ilícita y reunión ilegal. Cumplimos un año y salimos con el indulto del recién estrenado Juan Carlos I.

El año 1975 no sólo marcó nuestras vidas, también marcó las de todo el país, la dictadura estaba herida de muerte y golpeaba por todos los sitios. Fue el año de la muerte del dictador Franco en la cama, del estado de excepción, manifestaciones, represión y muchas detenciones, en la cárcel de Basauri llegamos a estar el doble de presos políticos que de comunes, en algunos momentos seis presos por celda, y no los dos estipulados. También fue el año de los últimos fusilamientos de la dictadura: Baena, Sánchez Bravo, Ramón García, Txiki y Otaegi.
Pasamos varias huelgas de hambre y por las celdas de castigo.

Vivimos con entusiasmo la entrada del Vietcong en la embajada de Saigón, la galería de políticos, de la cárcel de Basauri, acogió con una ovación la noticia y dio un sonoro aplauso. Algunos militantes que fueron al II Congreso del EPK fueron detenidos.
En 1976 EGK publicó unos números de la revista AURRIDE (hermanos, sin distinción de género), siendo Josu Cepeda la cabeza visible.

Durante ese año se fueron consolidando los taldes de EGK.

En 1977 se legalizó el PC, las primeras elecciones de la llamada transición democrática resultaron frustrantes ya que el EPK no llegó al 5% de los votos y no obtuvo ningún diputado en Madrid, fue un duro mazazo para los viejos militantes y desilusionante para los jóvenes.

Los desaparecidos durante la larga lucha antifranquista recogieron los frutos y los comprometidos con la lucha se convirtieron en casi testimoniales, todo ello creó una crisis generalizada en EGK. Con las libertades democráticas surgieron los movimientos sociales, los ecologistas, el movimiento feminista, el LGTI, y muchos de nosotros, por intereses ideológicos y personales participamos en ellos.

En los siguientes años EGK queda estancada como organización. En 1981 con el Congreso del EPK, el sector mayoritario decide crear con EIA Euskadiko Ezkerra, ello precipita el final de EGK, queda un pequeño núcleo que se une al sector que sigue como EPK.

Los que nos comprometimos en ese pequeño proyecto, creo que en general aprendimos a ser solidarios y mejores personas. Esa mezcla de militancia política y a la vez amistad personal sólo se puede dar en organizaciones jóvenes y con poca estructura, donde no hay cabezas muy visibles y no existen “gurús” que manejen.

Koldo Balanzategi

El primer grupo guerrillero vasco.

El primer grupo guerrillero vasco.

El primer grupo guerrillero vasco.

“El Comandante Barroso fue detenido. El resto de los guerrilleros han pasado largos años en las prisiones franquistas”.”

El mes de Octubre de 1944 no es sino el comienzo de las incursiones en España de las guerrillas, que pasarían por dos tácticas diferentes. La improvisada, anárquica y frustrada tentativa del Bidasoa, y la lenta más meditada, más preparada llegada de pequeños grupos guerrilleros camino de distintas zonas del país. Siguiendo el minucioso plan establecido después de pasar por un curso político y de táctica de la guerra de guerrillas en la famosa escuela de Toulouse, al igual que otros muchos jefes guerrilleros, crucé la frontera clandestinamente por la provincia de Gerona para llegar a Madrid vía Barcelona.

En Madrid, tras una breve entrevista con Agustín Soroa, responsable del Partido Comunista de España en esta época de clandestinidad, me dirigí a la zona que se me asignó: Bizkaia-Gipuzkoa-Santander-Picos de Europa. Han transcurrido muchos años. Hay casos en la vida que el tiempo no los borra. Cuando fijo mi memoria en aquellos hechos de los que fui organizador y protagonista, se me forma un nudo en la garganta al recordar a los camaradas que compartíamos las responsabilidades del movimiento guerrillero, y que cayeron en combate o ante los piquetes de ejecución del franquismo: MANUEL SANCHEZ, JUAN ROS, CRISTINO GARCIA, MANUEL CASTRO, JOSE VITINI, JESUS CARRERA, LUIS WALTER, ENRIQUE ALEGRE, EUSTASIO MADROÑO, RAMON VIA, ANTONIO MEDINA, JOSE MALLO, ALGEL CARRE-RO, AGUSTIN SOROA, FERMIN ISASA, JOAQUIN PUIG, SANCHEZ VIENA, ROZA, GAYOSO, SEOANE, VILLAVOY, MUÑO, PELAYO, PICHON, MESTRE, VALVERDE, ORTIZ, ORTUÑO, NAVA, PEREGRIN, MATEO OBRA, SATURNINO LOPEZ, MIÑON, y de tantos y tantos otros que hacen interminable la larga lista de los caídos en las guerrillas y en el trabajo político, testimonian la lucha enconada de los combatientes comunistas contra la dictadura franquista por los ideales de libertad y de democracia.

Me establecí en Bilbao en casa de una admirable familia de antifranquistas en espera de la llegada de los grupos guerrilleros, los “Maquis”, como aquí se les llamó, procedentes de Francia y destinados a la zona bajo mi responsabilidad. El primero de estos grupos lo componían 10 hombres y una mujer. La mayoría de ellos habían participado en la lucha contra los alemanes en Francia, salvo Chopitea, Lapeira y Marcelo Usabiaga que habían llegado fugados recientemente de España.

Durante el mes de octubre, miembros de este grupo efectuaron varias incursiones de exploración en la zona comprendida entre Yanci y Endarlaza, al objeto de buscar las mejores vías de penetración para grupos y también para que los combatientes que habían actuado sólo en Francia, se fueran habituando a recorrer España y se fueran compenetrando con los pasos de frontera para servir posteriormente de guías. En el periodo de preparación y organización del grupo hubo discusiones que reflejaban el estado de ánimo que reinaba en aquella época en algunos jefes guerrilleros que habían actuado en Francia. Sin duda alguna, éstos vivían con el espíritu un tanto triunfalista de la lucha victoriosa contra los alemanes en Francia y minimizaban los tremendos inconvenientes que planteaba la lucha contra la dictadura franquista en España. Por ejemplo, se afirmaba que los recién llegados de España no habían vivido la lucha contra los alemanes, y que estaban influenciados por las dificultades del interior de España, que no eran tantas. Que veían poco menos que fantasmas. Uno de aquellos días fue presentado un vasco que resultó ser Lecumberri. Venía de Eibar. Anteriormente había estado en el “Maquis” en Francia. Según explicaba éste había sido enviado a España no hacía mucho tiempo, y volvía con el fin de acelerar al máximo el envío de armas de todo tipo a Eibar, afirmando que en España había tal ambiente que miles de hombres esperaban la llegada de las armas para iniciar la lucha. Entre los recién llegados de España estaba Marcelo Usabiaga, que había llegado en septiembre de 1944 fugado de un destacamento penal situado en Arrona a unos 25 km de Eibar, y mostraba su escepticismo ante tales afirmaciones, agregando que tuvo que escaparse junto con otros tres camaradas porque les llegó la noticia de que la policía venía a por ellos, a causa de unos sabotajes que se efectuaron en la fábrica de cementos donde trabajaban los presos. Esta fábrica suministraba cemento a los alemanes para la construcción de su famoso muro del Atlántico.

A pesar de las discusiones, el espíritu de lucha antifascista se impuso y se llevaron adelante la preparación y la organización de la marcha. Se dedicaron unos días al aprendizaje del manejo de los explosivos, y a la acumulación de datos y contactos en el interior de España. El objetivo principal era situar una base de guerrillas en una de las zonas montañosas de Euskadi, y si esto no fuera posible, desplazarse hacia Asturias apoyándose en el destacamento guerrillero de los Picos de Europa. La organización quedó ultimada. El jefe del grupo sería Barroso, Lapeira se encargaría de los problemas de organización, y Marcelo de la agitación y de la propaganda.

Se quedó en que nada más cruzar la frontera se establecería contacto con el responsable de las guerrillas de Irún. En Hendaya se ultimaron todos los detalles del paso con el Sr. Benac, especialista en pasos de frontera en este sector. Hubo que esperar unos días a que pasase la luna para poder desembarcar en las espaldas del monte Jaizkibel, haciendo el viaje en lancha y teniendo que cruzar la barra de Fuenterrabia. La mar estaba muy mala y no parecía probable un cambio próximo. Se decidió entonces con el Sr. Benac realizar el paso por la playa de los Frailes, en la punta de la ría de Fuenterrabia. Era muy difícil la ascensión por el acantilado que existe allí. Sin esperar más tiempo se fijó el día de la partida que se efectuó en dos grupos. Se embarcó de noche. El paso, aunque difícil, se hizo sin novedad. Pero hubo una y grave, y que a la larga fue decisiva. Consistió en haberse extraviado al escalar las rocas del acantilado un cargador de metralleta Sten. Una vez en Irún el Sr. Benac dejó al grupo en un caserío a la espera de la noche siguiente. El caserío estaba situado en el barrio de Mendelu. El grupo estableció contacto con el responsable de las guerrillas de Irún quien decidió buscar un punto de apoyo en San Sebastián. Este punto de apoyo resultó insuficiente porque no se podía pasar la noche en él. Y provocó muchos inconvenientes. Esta circunstancia obligó al grupo a separarse. Tres se fueron a Bilbao y dos se quedaron en San Sebastián, en casa de la familia de unos de los guerrilleros, Regino, a la espera de las mochilas con el armamento, y también a la espera de la llegada del segundo grupo. Estando en casa de la familia de Regino, llegó el segundo grupo, y se le envió directamente a Eibar con Lecumberri a la cabeza. También se presentó el Sr. Benac para informar que el armamento estaba depositado en lugar seguro. Al día siguiente volvió el Sr. Benac para informar que la policía andaba detrás de él en Fuenterrabia y que era preciso darse mucha prisa. Que él, como medida de precaución, se volvía rápidamente a Francia y que no volvería a España en un largo periodo. Al grupo le pareció la información muy peligrosa, pero decidió no marcharse en el momento para poder esperar a Lapeira que debía de volver de Bilbao para decidir el destino de las mochilas con las armas. Volvió Lapeira a las cuatro de la tarde, y volvió a salir para realizar algunas gestiones estableciendo nueva cita a las nueve de la noche para tomar decisiones ante las noticias dadas por el Sr. Benac en relación con los pasos de la policía. Pero a las ocho de la noche, Marcelo y Regino, los dos que quedaban en casa de los familiares de Regino en San Sebastián fueron detenidos por un grupo de policías, encabezado por Melitón Manzanas. A pesar de todo lo que hicieron para abreviar los trámites, con el fin de ganar tiempo y salvar a Lapeira que tenía que llegar a las nueve de la noche, no lo pudieron evitar. Entre el cacheo, declaraciones, golpes a granel, pasó el tiempo, y poco antes de las nueve enviaron a un agente con el coche de la policía en busca de un taxi ya que todos no cabían en un sólo coche. La fatalidad fue que Lapeira fue puntualísimo. Llegó a las nueve, no viendo nada anormal en la calle subió al piso y allí lo detuvieron junto a los otros.

Más tarde el resto de los grupos fueron cayendo uno a uno. En plena calle, en Bilbao, fue localizado el jefe del grupo el Comandante Barroso con otro guerrillero. Barroso se lanzó contra los policías, para que el que iba con él consiguiera escapar, cosa que hizo, y más adelante pudo cruzar la frontera para refugiarse en Francia. El Comandante Barroso fue detenido. Un Consejo de Guerra le condenó a muerte y fue ejecutado. El resto de los guerrilleros han pasado largos años en las prisiones franquistas.

“Combates por la libertad”
Victoriano Vicuña, alias “Julio Oria”.
Comandante de guerrilleros

La memoria y los sueños.

La memoria y los sueños.

La memoria y los sueños.

“La memoria es también el depósito donde se guardan los sueños no realizados”.

En este número de Herri hemos querido hacer un recorrido por las diversas clandestinidades con las que nuestra organización, por mantenerse siempre firme en el combate, tuvo que enfrentarse a la persecución de la dictadura franquista. Retratar las distintas vivencias y formas de clandestinidad en los diferentes periodos de lucha es una forma de reconocer el sacrificio pagado, de honrarlo, en este partido que es el de los fusilados y presos, y, a la vez, pensamos que proporciona una imagen amplia, rica, compleja, de lo que es nuestra histona.

Y una de esas clandestinidades fue la de tantas mujeres que desempeñaron un papel de apoyo a sus compañeros presos. Un papel subsidiario, menor, pero esencial para su sostén, para dar a conocer al país, la existencia numerosa de presos políticos y sus condiciones de encierro, y para ayudarles en forma de recaudación de dinero entre los vecinos, las amistades, un dinero capital para la supervivencia, para poder comprar alimentos en la prisión y no morir de hambre.

Una de las mujeres que ejemplifica este sacrificio oscuro, una de tantas, fue Bittori Bárcena. Y hablar de ella, hacer una breve semblanza de esta actividad de Bittori, nos sirve para hablar de todas, con vidas entregadas, seguramente similares.
Bittori era una obrera donostiarra de la fábrica de discos Columbia, situada en el barrio del Antiguo, en aquella posguerra un barrio proletario, lleno de fábricas. Era una obrera sencilla, humilde, sin gran formación a causa del corte en su etapa escolar de la Guerra Civil, que le pilló con trece años; pero era una obrera rebelde, inconformista, con una elevada conciencia e instinto de clase, y que no callaba ante ninguna injusticia que se produjera en el taller. A pesar de ese capitalismo duro, oscuro, y cómplice con el franquismo de la posguerra, en el que era tan difícil y arriesgado levantar la voz.

Era hija de un represaliado político, por republicano y sindicalista de la UGT, que estuvo preso después de la guerra en campos de concentración, en campos de trabajo, durante un par de años; y que se convirtió tras su salida en libertad en un represaliado social; perdiendo su anterior empleo y siéndole desde entonces muy difícil encontrar un trabajo estable, malviviendo la familia con sus trabajos precarios. Así pues, en la familia, Bittori también se nutrió de ideas izquierdistas y antifranquistas.

Bittori, en su juventud, mientras trabajaba en la fábrica de discos Columbia, comenzó a frecuentar con otros chicos y chicas de su edad un grupo montañero, que realizaba excursiones los domingos, el único día libre de la semana, a los montes de la comarca. En esa cuadrilla conoció a Roberto, hermano de Marcelo Usabiaga, quien, sabedor de sus ideas contrarias al régimen franquista, le contó que tenía un hermano preso por comunista en la prisión de Burgos, condenado a una larga pena. Bittori sintió de inmediato el deseo de solidaridad hacia ese preso, y se interesó por él. Le escribió a la cárcel, el preso le respondió, y así, poco a poco, fue creciendo ese correo de la solidaridad, encendiéndose sobre él una relación superior, una relación de amor.

Bittori visitaba a Marcelo en la prisión, en viajes que eran muy costosos para ella, ir a Burgos, hospedarse allí, para ver a su preso en unas condiciones terribles como eran las de las visitas a los presos en los años 40-50. Un locutorio separado por dos verjas metálicas separadas por un metro y medio, un pasillo por el que deambulaban los policías o funcionarios. A un lado los pesos, al otro los visitantes, que gritaban sus palabras para que pudieran ser escuchadas. Con cuidado de no decir nada ilegal pues de inmediato era silenciado y reprimido por alguno del los policías. Bittori se enamoró de Marcelo y, a pesar de que éste intentó atenuar los sentimientos de ella, para que no sufriera, dado el largo tiempo que aún le restaba de condena, no lo consiguió. Bittori siguió visitándole, escribiéndole, esperándole.

Bittori no sólo le esperó, sino que se convirtió en una de esas mujeres decisivas en la vida de los resistentes recluidos, decisivas para la divulgación de las ideas antifranquistas, para el sostén material de los presos. Ella, ellas, se ocupaban de recibir los objetos artesanales que los presos políticos fabricaban en la cárcel, y realizaban pequeñas reuniones con amigas, con vecinas, para vender esos objetos y obtener dinero para los presos. Ese dinero era muy importante para que los reclusos pudieran comprar comida en el almacén de la prisión, capital para la supervivencia, porque la alimentación de la cárcel era pésima y escasa, y si no era suplementada con más comida, conducía inexorablemente a la enfermedad. Además, esas reuniones servían para dar a conocer a la gente cercana la existencia de los presos políticos, algo que el régimen pretendía esconder. Esas reuniones eran muy arriesgadas, porque, por cuestaciones para recabar dinero para los presos políticos, había gente condena-da a largas condenas en las prisiones franquistas.

A veces esos objetos de artesanía, barcos, aviones, portarretratos, cajas de música, etc, llevaban un secreto invisible, bien escondido. Se trataba de algún mensaje escrito en miniatura sobre un papelito enrollado, para la dirección del Partido Comunista, o para Radio Pirenaica. Entonces, Bittori, o la compañera de algún preso, avisada de que tal objeto llevaba el mensaje oculto, debía extraerlo y hacerlo llegar a su destino por los canales que ya conocía.

Así también realizaban una gran labor a la causa de la resistencia antifranquista, pues esos mensajes permitían conocer la real situación de los presos de Burgos, y contarla al pueblo español a través de las ondas de la mítica Pirenaica.

Es importante mirar al pasado, para conocer y no olvidar los ejemplos de nuestras militantes como Bittori; muchas veces heroicos, gentes que estuvieron a la altura de las circunstancias, que hicieron lo que había que hacer en condiciones muy difíciles, extremas, jugándose la vida, sin pedir nada a cambio; un pasado que ha conformado nuestras señas de identidad, una identidad indoblegable anticapitalista, un pasado que constituye nuestro ADN, donde arraigan nuestras raíces.

Pero mirar atrás, a nuestra memoria, recordarla, no es sólo un ejercicio de pasado. Ni siquiera porque lo hagamos para tomar ejemplo e impulso para la lucha en nuestros héroes y heroínas. No es un ejercicio de pasado muerto, porque la memoria no es solamente un contenedor de lo sucedido, del pasado ya consumido, de lo ya vivido y acabado; sino que la memoria es también el depósito donde se guardan los sueños no realizados, los sueños que nuestros predecesores persiguieron y no consiguieron alcanzar.

Y esos sueños por conseguir siguen llamando a nuestra puerta para ser realizados, como una deuda pendiente. Siguen vivos. Así que la memoria también está cargada del porvenir para esos sueños.

Miguel Usabiaga: Arquitecto – Escritor
Director de Herri

La vida secreta

La vida secreta

La vida secreta.

“Manuel Amblard” preso político y compañero de Jesús Carrera en la cárcel de Alcalá.”

Manuel Amblard, fue un preso condenado a muerte, que compartió cautiverio con Jesús Carrera en la prisión de Alcalá. En el diario que escribió en secreto en la cárcel, ofrece un testimonio muy valioso de cómo era la vida en la clandestinidad, con sus riesgos, miedos, dificultades, miserias.

21 DE DICIEMBRE

Algunas mañanas me despertaba el rumor acompasado de soldados marchando en formación. Iban precedidos de la banda de trompetas y de gastadores que braceaban gallardamente. Cuando no, pasaban en camiones cantando a voz en grito. Yo, un fuera de la ley, presenciaba desde la ventana el aparatoso desfile escudado en mi insignificancia de insecto. También veía detenerse a los coches de la policía y bajar de ellos a los agentes, inconfundibles, para preguntar a un transeúnte o portera, antes de subir a registrar algún piso. Esto no me alarmaba demasiado, pues en la vecindad, en la casa, y hasta en el piso donde estaba, nadie, salvo dos personas, tenía noticia de mi existencia. Era un fantasma nada más.

22 DE DICIEMBRE

Cuando a los dos meses me lancé a la calle, solía salir a las seis de la mañana. Las escaleras estaban desiertas, con los cubos de la basura en las puertas de los pisos. Sólo una vez me tropecé con un basurero. El portal no estaba abierto aún. Ya fuera, en la calle, recobraba mi corporeidad.
Los primeros días me sentí como un torero que pisa el ruedo, dispuesto a jugarme la vida a cuerpo limpio. Escrutaba el rostro de los transeúntes disimuladamente y no podía evitar cierto recelo al pasar junto a los policías uniformados y con tercerola, que podían pedirme la documentación. Luego me fui acostumbrando, aunque siempre llevaba a punto la réplica y la coartada; era un transeúnte que iba de mañana a tomar el tren, o simplemente el metro, aunque nunca lo tomé por parecerme una ratonera. Me cruzaba con obreros que se dirigían al trabajo, llevando en un pañolito la tartera del almuerzo. Descubrí los bares que abrían más temprano y a qué hora exacta salían los periódicos a la calle. Me detenía a contemplar los escaparates de las librerías y los anuncios de los cines hasta en las vías más céntricas y con entera tranquilidad, pues llegué a saber que la policía secreta no madruga.

Al crecer la mañana, mi refugio habitual era El Retiro, que acabé conociendo en todos sus aspectos y en varias estaciones del año, hasta llegar a familiarizarme con sus parajes más recónditos, sólo frecuentados por solitarios y parejas. Aquellos que quedaban más alejados de los altavoces del estanque, de los monumentos pretenciosos y de los kioscos de refrescos.

Por las mañanas, los árboles se destacaban negros en la neblina, y, entre el boscaje, se filtraban rayos aislados de sol, oblicuos e inmóviles en el aire, como los que caen de las altas vidrieras de los templos. Tordos, criados en la impunidad, volaban pesadamente o corrían por la hierba.

Una de aquellas mañanas apacibles y soleadas, detuvieron allí a un perseguido. Leía un libro sentado en un banco y tenía el aspecto plácido y preocupado de un intelectual, pero se defendió a tiros. En nada pude auxiliarle; la zona en torno de él estaba totalmente acordonada por la policía, y los agentes de la social se disfrazaron con el pintoresco uniforme de los guardas de El Retiro. ¿Quién iba a sospechar de aquellos funcionarios municipales con aspecto de bandidos de opereta? Hubo tiros y sangre. Los pájaros huyeron con estrépito de ala y pico, definiendo el suceso como agresión contra su pueblo y violación del pacto. Los paseantes se dispersaron también. Pero el tiempo acabó convirtiendo la tragedia en incidente; la sangre del camino se borra con el pie. Hubo nuevos trinos y otros paseantes, que nunca supieron de aquel suceso, cruzaron por allí: sirvientas con criaturas, damas ancianas, parejas de novios, señoras con perros, solitarios. Y otro joven como aquél volvió a sentarse en el mismo banco con un libro. Acaso con otra pistola.

Sin embargo las horas más interesantes de El Retiro no son las de la mañana o las del crepúsculo, sino las del mediodía o más bien a eso de las dos o las tres de la tarde, cuando la ciudad come o está haciendo la digestión, y en el parque quedan sólo los especímenes más raros, como en las playas los restos de la resaca al retirarse la marea. Hombres que caminan leyendo libros en voz alta o que recitan; mujeres desoladas que se reclinan en los bancos de piedra con actitudes de Niobe; amantes adolescentes que se han olvidado de la hora de comer, embelesados en grabar iniciales enlazadas en los troncos de los árboles; todos antena para el paso de la nube y de las estaciones, pero insensibles al tatuaje; mendigos y gentes sin hogar que despachan su pitanza en un banco.

En una de aquellas ocasiones, cuando hacía yo también allí mi comida, para evitar los restaurantes, y estaba engullendo un bocado a hurtadillas, se me acercó otro fugitivo. Salió de entre las hojas de los helechos y las hierbas vecinas de un gran tronco; asomó primero la cabeza y me observó un buen rato. Mi inmovilidad debió inspirarle confianza, pues, con movimientos rápidos y mecánicos, se plantó al borde del sendero. Desde allí sus ojillos de azabache me observaron nuevamente. Por fin se acercó más, y sentado en sus patas traseras, atusó con las otras los cortos bigotes. Luego, de un brinco, el ratoncillo campestre quedó en medio del sendero, casi tocándome el pie. Creí que venía atraído por las migas de pan y las partículas de nuez caídas por el suelo. Pero optó por una raicilla, que no parecía tener ningún valor alimenticio. Asiéndola con ambas manos, la royó de arriba abajo, como quien toca un flautín, mientras su rabo, inverosímilmente largo, dibujaba el signo de un látigo en el suelo. Estaba ya tocando mis pies cuando una ráfaga de aire agitó el periódico que, a guisa de mantel, tenía yo sobre las rodillas. El fugitivo se puso a salvo entre el bosque, dando un salto de resorte, fue todo tan súbito, que apenas alcancé a ver por los aires su rabo y lo blanco el trasero.
En otro de estos parajes poco frecuentados de El Retiro presencié también, o mejor dicho, entreví, otro suceso cuyo sentido tardé horas en descifrar. Ocurrió al otro lado de un alto seto, tras el que yo estaba sentado, entre losas de bancos desmontados y materiales de albañilería heterogéneos. Era junto a la casa de fieras.
Dos obreros, que traían un carretillo de mano, se detuvieron a echar un cigarrillo y a charlar. O más bien a discutir. Uno de ellos dijo que no estaba dispuesto a hacer algo que les habían mandado. El otro, aunque lamentaba tener que hacerlo, decía que, de negarse, don Cecilio, el jardinero mayor, les echaría.
-Oye –exclamó el primero-, ¿has visto Blanca Nieves, esa película de dibujos del Monumental?
Después hubo risas y cuchicheos, con miradas de reojo en derredor. Acto seguido los dos obreros salieron de mi campo visual, para volver a él con un pico y una pala. Cavaron precipitadamente un hoyo y miraron en torno otra vez. A continuación desenvolvieron lo que traían entre sacos. Era una cabeza de piedra. El cuello mellado hacía suponer que fue arrancada de algún busto o estatua. Creí reconocerla. Esta cabeza vio sin duda desfilar ante ella multitudes con el puño crispado, entre tremolar de banderas. Pero ahora estaba allí, en tierra, mutilada, mirando ciegamente al cielo. Echaron otra mirada en torno y con cuidado, casi reverentemente, depositaron la cabeza en el hoyo abierto y la cubrieron de tierra. A continuación hicieron algo que me pareció sin sentido. Cogieron un pedrusco, lo posaron en el suelo, y arremetieron contra él furiosamente, destrozándolo con sus largos martillos de picapedrero. Quedó hecho trizas entre risas, chirigotas y jadeos. Luego, arrojaron los fragmentos en el carretillo y se fueron. Era ya de noche cuando dejé El Retiro. Estuve hablando unos momentos con Jesús Carrera* y me olvidé del incidente por completo. Pero al salir por la Puerta de Alcalá, me vino a la memoria la alusión a Blanca Nieves y todo se hizo claro. La madrastra —don Cecilio, el jardinero mayor—, mandó al cazador que le llevara el corazón de la niña; pero le llevó el de un cervatillo, un pedrusco cualquiera.
Jesús Carrera llegaba siempre de prisa y se iba de prisa también. Era de una cordialidad contagiosa. Con el cuello de la gabardina levantado un poco, iba y venía, recorriendo distancias incalculables casi siempre a pie, pues daba la impresión de tener poco dinero. Mas ésta y otras faltas las suplía con entusiasmo. Ahora está en una celda próxima a la mía.

23 DE DICIEMBRE

Mañana hará exactamente un año, el día de Nochebuena, a última hora de la tarde, me avisaron que la policía había descubierto mi escondrijo y venía a detenerme. Tuve que abandonarlo precipitadamente. Ya en la calle deambulé desorientado. Era la hora en que las gentes rezagadas acuden a hacer las compras de última hora para la cena tradicional. No sabía qué hacer ni a dónde ir. Tenía dinero, pero no una documentación presentable, y ésta era imprescindible para alojarse en algún hotel. Además tampoco tenía equipaje. Por otra parte, en una noche como aquella, no podía irrumpir en un hogar amigo, llevando la tragedia con mi presencia. A eso de las ocho la animación de las calles aumentó. Las confiterías, las tiendas de comestibles y de bebidas estaban abarrotadas. Pero los restaurantes, salvo algunos muy caros, donde se reservaban mesas para el cotillón, estaban cerrados y vacíos. La Nochebuena es una fiesta familiar, hogareña. Poco a poco toda la ciudad fue quedando desierta y casi a oscuras. Los cines, los teatros, dancings y cabarets, incluso las tabernas, fueron cerrando. Los comercios al fin bajaron sus persianas también y de milagro encontré una casa de comidas abierta en el Ave María.
Tuve que agacharme para pasar bajo la cortina metálica, a medio correr. El patrono me recibió con mirada hostil. Pero acaso por compasión o por el hábito de complacer, accedió a servirme. Dentro había sólo otros dos clientes.

Uno era un anciano en harapos que, mientras la patrona en la trastienda preparaba la solemne cena tradicional para la familia, me contó que se había escapado de un asilo, donde le mataban de hambre y que se dedicaba a buscar en las basuras. No en las recientes, sino en otras ya exploradas y explotadas por los concesionarios. Se lamentó de su soledad en aquella noche, diciendo pestes de los ricos y de la beneficencia pública. El segundo cliente hizo a su vez el relato de sus desdichas, pero con mayor aire de protesta. Los dos hijos que le quedaban, pues al tercero lo fusilaron, y su mujer estaban exiliados en Francia. A él no le dejaban salir de España, de modo que su hogar quedó cortado en dos por la frontera. Con el propósito de alejar la nostalgia familiar, pidió otra botella, el vino le desató la lengua y maldijo del régimen y de la caridad cristiana.

Me había llegado el turno; debía referir mi drama. Pero opté por callar y ese silencio me hizo sospechoso. Así que, como habían comido, se marcharon. El patrón vino a pedirme por segunda vez que me fuera, y su mujer salió a la puerta de la cocina, batiendo la mayonesa, para decirme con mal talante que acabara de una vez.
En la puerta los tres sin hogar volvimos a encontrarnos; pero cada cual tiró por su lado.
Eran más de las once y la ciudad estaba semidesierta, reconcentrada en sí misma, dentro de las casas. Sólo rondaban por las calles algunos mozalbetes que tañían zampoñas y cantaban a grito pelado. Ni metro ni tranvías, ni taxis. Sólo vi coches particulares a la puerta de una iglesia, fuertemente iluminada, y grupos de gentes distinguidas que entraban a la misa de medianoche. ¡La misa de gallo! ¡Calor de luces, de humanidad, villancicos! Cuando iba a entrar me di cuenta de que era una pequeña iglesia aristocrática, de gentes elegantes que todas se conocían, donde iba a llamar la atención.

A las dos de la mañana tuve una idea. Ir a la telefónica y pedir una conferencia. Sentado en el cómodo diván, esperaría hasta que amaneciera. Pero, ¿con quién iba a hablar? O mejor dicho, ¿con quién no iba a hablar? Entre todos los pueblos y ciudades de España, opté por Cuenca, capital que, para los que no tenemos en ella ni intereses ni afectos resulta casi inverosímil. Di un número al azar. La telefonista de guardia había estado de fiesta; llevaba un ramito en el pecho y tenía los ojos tiernos.
Prometió avisarme y me dispuse a dormir un rato tras las gafas y bajo el ala del sombrero, en el rincón más discreto.
Debía llevar un buen rato durmiendo cuando un ordenanza me despertó:
—¿Es usted el señor de Cuenca? — lo negué rotundamente, dispuesto a reanudar el sueño. Pero él insistió: —Tiene que ser usted, no hay nadie más esperando.
Acabé por admitirlo y espabilarme. Encerrado en una cabina, mantuve un diálogo absurdo, entrecortado con “oigas”. “¿Es el número ciento y pico? “ “No, es el doscientos y tantos”. “¿La casa del señor tal?” “No, habla con la casa del señor cual”. “Perdone, se ha equivocado la señorita”.
Cuando iba a cortar, me llegó por el alambre el ruido de la fiesta en casa del señor cual; las zampoñas y los panderos de Cuenca.
El reloj redondo de la pared marcaba las cuatro y media cuando me lancé a la calle. La ciudad seguía reconcentrada en sí misma, adormilada con la digestión de la Nochebuena o roncando con ronquido de zampoña.

* Jesús Carrera Olascoaga, hondarribitarra, exiliado en Francia tras la guerra, fue enviado por el Partido Comunista de España como su máximo responsable del interior, para cerrar las diferencias de autoridad entre clandestinidad interior y exilio, y dirigir todo el aparato de propaganda. Detenido el 15 de marzo de 1943, es torturado salvajemente durante cinco meses, un día tras otro en la DGS de la Puerta del Sol en Madrid, y no es llevado a la cárcel de Porlier hasta el 18 de agosto, donde continúa aislado durante tres meses más. El primer interrogatorio del juez se produce el 2 de noviembre de 1943, hasta entones todo han sido torturas y más torturas. Como consecuencia de ellas queda en silla de ruedas. Poco a poco comienza a moverse, pero una pierna le queda permanentemente inútil. Condenado a muerte, es ejecutado en Alcalá de Henares el 16 de enero de 1945.

 

 

Enrique Ruano, estudiante antifranquista, luchador  que dio su vida por la Libertad y la democracia.

Enrique Ruano, estudiante antifranquista, luchador que dio su vida por la Libertad y la democracia.

Enrique Ruano, estudiante antifranquista, luchador que dio su vida por la Libertad y la democracia.

“Por Margot Ruano, hermana de Enrique, para Herri. 12 abril 2021”

Debo decir que el escribir éstas líneas me causa un profundo sentimiento de una larga ausencia y de tristeza por tener que escribirlas, porque nunca tenían que haberse escrito, porque la muerte de Enrique es la expresión última de la injusticia, de la violencia criminal gratuita e impune para sus autores materiales, y de quienes la justificaron, cubrieron, falsearon o mintieron a la hora de informar sobre ella, y en las páginas de imprenta de los diarios de 1969 intentaron desacreditar su vida y en el colmo de la vileza, arrastrar su honor, para justificar su suicidio, puesto que no podían hablar de un asesinato político porque vivíamos en dictadura.
Las muertes por ideas políticas son absolutamente rechazables, la de Enrique Ruano fue cruel e incomprensible, solo justificable en el contexto de la dictadura franquista.

El asesinato de Enrique el 20 de enero de 1969, dejó una huella que nunca podrán borrar, y su memoria, el testimonio de su sacrificio por la democracia, quedó anclado para siempre en la memoria de una gran generación de universitarios y demócratas, convirtién-dose en un símbolo de la lucha por la libertad, porque quienes le arrebataron la vida, sólo consiguieron convertirle en un ejemplo para las futuras generaciones de luchadores por la democracia.

No hay palabras que pudieran mitigar el dolor y el sufrimiento de sus padres y hermanas, así como de su compañera Lola González Ruiz; esta muerte nos afectó, muchas veces sin entender nada, y mi padre murió a consecuencia del “dolor infinito por la muerte incomprensible e inasumible de su hijo Enrique”, 6 años más tarde, en 1975. Mi madre me dijo “no se muere de pena ni de tristeza por la muerte de un hijo” y luchó por sus 2 hijas hasta el 2002 en que falleció.

1
Quiero destacar en este artículo las palabras de Álvaro Gil Robles, Profesor de Derecho de la UCM y muy amigo de Enrique:
“Discutíamos sobre literatura, marxismo, el movimiento universitario, la resistencia al franquismo y la necesidad de llegar a establecer en España una verdadera democracia, era un verdadero demócrata, un intelectual por formación y creía en la necesidad de un compromiso activo para alcanzar un día el fin de la dictadura. Realizaba un análisis marxista, pertenecía al FELIPE, (Frente de Liberación Popular,) pero jamás le escuché sobre el pasar de la resistencia y la acción pacífica contra la dictadura, al uso de violencia alguna”.
Enrique no murió por algo estéril o vano, murió y luchó por construir un futuro en paz y libertad, es como una vieja canción revolucionaria, su canción, nuestra canción y mañana la seguiremos cantando junto a Enrique, porque jamás silenciarán su voz….
Enrique fue siempre un auténtico corredor de fondo, luchó por sus grandes pasiones, amó la libertad, la política y la vida hasta el final, la lectura, el cine… era generoso, solidario, compañero, amigo de sus amigos, fue ante todo persona, “un gran ser humano”, coherente y fiel a su ideología, le gustaba debatir, participar, compartir y aprender siempre, y todo ello iba constituyendo su bagaje político, social y humano.
Enrique tenía una gran ansiedad que compartía con todos nosotros, ese hacer las cosas muy deprisa, como “si el tiempo le fuera a arrebatar su propio tiempo”, su búsqueda, su curiosidad y su capacidad para vivir la vida y llegar a amarla.
Enrique hablaba de la Vida, no de la muerte, apostó por la vida, por esa pequeña cuota de felicidad que tenemos permitida, y lo arriesgó “todo”, pagando un alto precio, su propia vida, y se la arrebataron, pero a pesar de ello, venció día a día, sin límites en su entrega, venció en su batalla final porque no pudieron silenciar su voz, siendo fiel a sus proyectos y quizá a sus sueños.

2
Enrique luchó para que las generaciones futuras nacieran en libertad y democracia. Ya sabemos que no vivieron estos hechos, y que muchos de ellos los desconocen, porque no habían nacido, pero deben aprender y llegar a conocer esta parte de la historia de nuestro País, y ser conscientes de lo que hemos vivido y luchado. Estos jóvenes han nacido en democracia (fecha clave: 20 de noviembre de 1975, muerte de Franco), y no les ha costado conquistar la Libertad, como a nosotros, la generación anterior. El peligro radica en que no sean conscientes de estos años de la historia de nuestro País, de su País, y no lleguen a valorarlo, pero yo tengo la esperanza de que luchen por una Sociedad y un futuro mejor, lleno de paz y libertad.

Fueron tiempos de “lucha y esperanza”, como escribió Manuel Garí, gran amigo de Enrique y compañero político del F.L.P. y asimismo, finalizó una de sus intervenciones políticas con “unos versos de Luis Llach, de hace años,

Campanadas a media noche.
Asesinos de razones, de vidas,
Nunca tengáis reposo a lo largo de vuestros días,
Y que en la muerte, os persigan vuestras memorias.

Enrique sabía que los tiempos estaban cambiando, como cantó Bob Dylan en aquella década de los años 60, y que lo firme hoy, no sería firme mañana, como nos dejó escrito en su Loa a la dialéctica “Bertolt Brecht”.
Los estudiantes en 1969, creíamos poder cambiar el curso de la historia, al igual que los universitarios franceses en Mayo del 68 ante las barricadas en la Sorbonne, en Paris, aunque en ambos países, las luchas tuvieron trágicos resultados, pero para Europa fue un año decisivo y asimismo para los estudiantes de nuestro País, y esta lucha política quedó profundamente arraigada en Enrique y Lola.

3
La historia de la vida de Enrique estaría inacabada si no escribiéramos en estas líneas, del gran amor de Enrique y Lola. Viví este amor entre Enrique y Lola, en aquellos duros y sombríos tiempos, en esos años de Facultad, 1967, 1968 y 1969.
Sé que se amaron y este fue el amor más importante de sus vidas, amor que se prolonga hasta su detención el 17 de enero de 1969, en el que fueron conducidos a la Puerta del Sol, sede de la brigada político social (BPS), siendo sometidos durante 3 días a numerosos interrogatorios por dicha brigada, y Enrique fue llevado a un piso en la c/General Mola 60, hoy Príncipe de Vergara de Madrid, para efectuar un Registro en dicho piso y cuando descendía por las escaleras interiores de dicha Dirección General de Seguridad, Enrique se encontró con mi madre y le dijo “yo estoy bien pero cuidad mucho a Lola” y bajo la cazadora de Enrique, colgada en una pared vacía y fría de la celda que había ocupado Enrique, estaba escrita la palabra “Lola”, quizá como última palabra de expresión de amor hacia ella.

Una hora más tarde, Enrique Ruano era asesinado por la brigada político social, policía del régimen franquista, arrojándole por el patio interior desde el 7º piso, de dicha vivienda, habiéndole disparado con anterioridad durante el registro negativo efectuado, como describe el Fallo de la Sentencia de 19 de julio de 1996 de la Audiencia Provincial, Juzgado de Instrucción nº 5 de Madrid, Sumario 6/69 (emitiendo un Voto Particular, en que se habla de la “bala” inserta en el cuerpo de Enrique, que no constó en la autopsia falseada de 1969) , y sí consta cuando se efectúa una nueva autopsia, reabierto el Sumario, en democracia, el 20 de enero de 1989. No hay palabras para muertes tan crueles como injustas.
4
La vida de Lola, transcurre entre sus “dos grandes amores”, Enrique Ruano, asesinado el 20 de enero de 1969, y Javier Sauquillo, Abogado Laboralista, casado con ella, asesinado el 24 de enero de 1977 en los Asesinatos de los Abogados Laboralistas de Atocha, en Madrid, donde Lola vio morir a Javier y a sus compañeros, quedando ella gravemente herida, y no recuperándose durante toda su vida, la cual llevó con una dignidad íntegra y en silencio, pero como escribió Pedro Altares “jamás doblegarán la voluntad de Lola”, fue una gran luchadora política por la libertad y la democracia, hasta su muerte.

Como veréis, todos los “Hechos o Asesinatos” transcurren durante el mes de Enero, el 20 de enero de 1969 Asesinato de Enrique Ruano, el 24 de enero de 1977 Asesinatos de Atocha, donde muere Javier Sauquillo y 4 compañeros de despacho, y hoy, 42 años más tarde, como si hubieran quedado “balas retardadas en la recámara” en las pistolas de los asesinos, como escribió su amigo y periodista José María Calleja, muere Lola González Ruiz, el 27 de enero de 2015, de un cáncer de pulmón
A “Finales de Enero”, de Javier Padilla, nos habla de un Enero helador marcado por estos hechos desgarradores, nos habla de una gran historia, tres vidas truncadas y una tragedia, dos de ellos asesinados muy jóvenes, Enrique y Javier, nos habla de un tiempo en la historia de nuestro País, y de una prensa amordazada por la dictadura, de Lola anclada en el pasado y la muerte, nos habla de los que no tuvieron voz y hoy no viven, y del miedo al olvido y de la Transición.

Blas de Otero; se apagó su luz,  pero nos queda su palabra.

Blas de Otero; se apagó su luz, pero nos queda su palabra.

Blas de Otero; se apagó su luz, pero nos queda su palabra.

 «José Andrés Alvaro Ocáriz, autor del libro “El Madrid de Blas de Otero”.

Blas de Otero no sólo es un buen poeta, uno de los mejores y más desconocidos de la literatura española, sino que, además, luchó por la libertad y la justicia en los oscuros años de la dictadura franquista y se convirtió en un símbolo de la España que vivía en una especie de exilio interior.

A pesar de que durante la guerra civil luchó en el ejército franquista * en Guadalajara y formó parte del destacamento que entró en Valencia, a través de su poesía pretende tender un puente entre las dos Españas para que no se vuelva a producir la tragedia de una guerra civil.

Otero nació en Bilbao en el seno de una familia acomodada, pero, a los pocos años, la familia se traslada a vivir a Madrid. Otero sale de un ambiente cerrado y clerical y descubre que el mundo no es tan siniestro como le hacían ver los jesuitas.

Aquellos hombres me abrasaron, hablo / del hielo aquel de luto atormentado, / la derrota del niño y su caligrafía / triste, trémula flor desfigurada. / Madre, no me mandes más a coger miedo / y frío ante un pupitre con estampas 1
En Madrid descubre que se puede ser feliz y allí conocerá incluso su primer amor.
Madrid, divinamente / suenas, alegres días / de la confusa adolescencia, / (…) / rotos recuerdos / de mil novecientos veintisiete, / treinta, / pueblo derramado aquel 14 / de abril, alegre, / puro, heroico Madrid, cuna y sepulcro / de mi revuelta adolescencia.
Su padre fallece en la capital y la familia tiene que volver a Bilbao. Además de estudiar, creará sus primeros poemas, que se insertan en su etapa religiosa y en los que son palpables las influencias de Fray Luis de León y de San Juan de la Cruz.
Volverá a Madrid y el contacto con miembros de la Generación del 27 va a suponer un cambio en su poesía, que se vuelve existencialista; es decir, se pregunta sobre el sentido de la vida de la persona en el mundo y sobre si esta vida tiene sentido.

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte, / al borde del abismo, estoy clamando / a Dios. Y su silencio, retumbando, / ahoga mi voz en el vacío inerte. / Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte / despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo / oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando / solo. Arañando sombras para verte. / Alzo la mano, y tú me la cercenas. / Abro los ojos: me los sajas vivos. / Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas. / Esto es ser hombre: horror a manos llenas. / Ser —y no ser— eternos, fugitivos. / ¡Ángel con grandes alas de cadenas!

Posteriormente, entrará en su etapa social, siendo uno de los principales representantes de lo que se ha denominado poesía social. Es el paso del “yo” al “nosotros”. Como expresará el propio poeta:

“Me siento terriblemente solidario de la realidad social, lo que me impide sentirme solitario. Vea usted mi dedicatoria de Pido la paz y la palabra. Es la antítesis de la famosa frase de dedicación de Juan Ramón Jiménez, “A la minoría, siempre”. Yo lo dedico a la inmensa mayoría. Y creo que no tenemos otro camino los poetas o los escritores en general. Hay que hacer el camino inverso, romper las pequeñas capillas literarias, aumentar el número de los escogidos. Yo recojo de la inmensa mayoría mis inquietudes y mis temas y también mis palabras, y lo devuelvo todo. El subjetivismo es poco provechoso aun cuando tiene una función de base. En un momento dado, antes de Pido la paz y la palabra, mi inspiración provenía de los temas llamados “eternos”, metafísicos, el hombre entre la vida y la muerte. Pero encontré mi centro de gravedad, como he dicho, y en él me apoyo. Es la España concreta, actual. Y la vuelta al Romancero y a Machado en el uso del lenguaje que entiende el pueblo.”

“Antes de Pido la paz y la palabra, el contenido de mis poemas respondía a una exigencia de tipo existencial. Mi tema era, más o menos, metafísico: el hombre entre la vida y la muerte. Los dos grandes misterios: el fuego, o la ceniza. Vea, por ejemplo Epítasis. Todos estos poemas tienen una forma fundamentalmente clásica. Hay muchos sonetos de estos en Ancia. Ahora ha arraigado en mi poesía otro tema y mi palabra ha experimentado un gran cambio: lo social aparece delante de mí como una preocupación única, acuciante, épica. Como una bocanada de aire, la presencia de los hombres en su tierra, en su entidad social y política. Y el lenguaje se acerca a ellos, y escribo con una aparente sencillez, pero sólo aparente, porque estas formas populares, estas canciones que expresan su vida, sus amores, sus penas, encierran la más alta poesía. También porque vengo de una gran literatura, en mis poemas están todos los escritores que he admirado, lo que me han nutrido y permanecen en mi voz: Fray Luis de León y Machado, entre los españoles; Whitman y Nâzim Hikmet entre los extranjeros.”

Esta realidad social le va a llevar a una nueva fe, la comunista, y esto se va a manifestar en su obra:

Apreté la voz / como un cincho, alrededor / del verso. / (Salté / del horror a la fe) / Apreté la voz. / Como una mano / alrededor del mango de un martillo / o de la empuñadura de una hoz.

Aquí, en la República Popular China, / aprendes a labrar una palabra, / abierta de par en par / para todos los hombres. / He aquí el alto horno / de Wuhán, donde muchachos llameantes / te muestran, sin palabras, tu tarea. / ¡Ah tarde donde el cielo se desploma, / deshilachado por un hacha roja! / Ancho como el Yangtsé, el poema / -agua, viento largo, puente tendiendo el brazo- / se dirige a la orilla de los hombres. / He aquí, / cielo fundido, frondas / donde un nuevo abecedario abre sus ramas. / Cantas con los soldados, / ruedas / en el cochecito de paja de los niños. / Trabajo, libertad conquistada, / saber que el poema es nuestro, que todo cuanto hablamos / viene del pueblo o al pueblo va, palabra / viva, abriéndose, cerrándose alrededor del mundo.

Niños / de la Unión / Soviética, cantad conmigo. / Vida nueva, jardín / del mundo. /Quiero vivir / y laborar, / para mí, para ti. / Niños / de España, / anudad vuestros pañuelos / a la luz roja del alba.

Porque diste sentido a nuestros pasos / sobre la tierra, / y barriste las ruinas del pasado / y arrancaste de cuajo la miseria; / porque los niños llevan en las manos / la vida nueva, / ven el porvenir con ojos claros / y beben la verdad como agua fresca; / porque plantaste un árbol y otro árbol / en las trincheras, / y es posible soñar porque el trabajo / trocó los sueños en verdades bellas. / Porque humanaste con tu luz el campo / feraz de las ideas, / brillen estas palabras desde el Báltico / a la inmensa Siberia.

América, / deja que diga: origen virgen, verso / original, / libertad conquistada, / jamás, nunca mi voz contra tu frente, / mi mano nunca frente a ti, guitarra / del océano, / paloma / con dos alas: una de guerra y otra de guerrillas. / América, cárcava de la historia, / Pueblo Nuevo / naciendo en ciegas simas, sierra madre / y maestra, / ten / mi mano y mi canción, / muchacha erguida como un fusil, / obrero / campesino de ti mismo, estatua / auténtica de la libertad, / defendida / por todos los pueblos de la tierra. / África / levanta, día a día, su diadema, / Asia se extiende soberanamente, / todos / los pueblos blanden hacia ti sus frondas, / Cuba valiente, invulnerable,/ dueña / de tu tierra, y tu aire y tu alegría.

Sirvan estas líneas para recordar “al hombre / aquel que amó, vivió, murió por dentro / y un buen día bajó a la calle: entonces / comprendió: y rompió todos sus versos,“ y que daba todos sus versos por un ser humano en paz.

*Blas de Otero cuenta así aquello: “Vino el 18 de julio… Antes de llegar a la edad militar, me incorporé a los batallones vascos. A la toma de Bilbao me quedé allí y después de pasar por un campo de prisioneros me enviaron al Regimiento de Artilleria de Logroño, y luego al frente de Levante. Mi desarrollo ideológico ha sido muy lento y por entonces no tenía las ideas muy claras. Escribía cientos de poemas que destruí casi todos.”

La mujer del cuadro.

La mujer del cuadro.

La mujer del cuadro

 “Sola y desarmada, arengaba a la gente en las plazas de los pueblos, palabras que me salían del alma”.

ANTE UN LIENZO DE PARRAGA

(Blas de Otero)

Las manos de la mujer amortiguan el rostro desolado, abatido.
El dios de la victoria se cierne sobre sus cabellos aleando tras la
garganta
y una blusa blanca recorre sus brazos pesarosos.
Perdimos Ia guerra, el tiempo, los alfileres, la puerta grande de la
casa.
Mirad la carta, el sobre asombrado, el pliego escrito a firmes trazos.
Todo es inútil, la muchacha corrió de provincia a provincia
huyendo de la victoria.
No hay atardecer, no hay fiesta, no hay pan ni lágrimas que valgan.

Estoy junto a Párraga en una callejuela del barrio latino de París,
pinta despacio, habla despacio, nuestro Velázquez encendido.
Al fondo de la puerta, una cortina cae como la desesperación
sobre la espalda de un ciego.
Una ligera, acaso brillante luz se ahoga en sí misma, la muchacha mira absortamente,
se presiente el techo sobre sus parpados.

Perdure Ia mano lenta de Párraga, empuñando el pincel que cincela el aire,
La ladera de Santa Marina vertida en agua verde,
puertos de Bermeo, caseríos entre mar y veredas,
Mundaca, rincón de Orozco, todo se perdió en la niebla,
las manos de la mujer apoyan el rostro desolado, abatido,
dorado de juventud y esperanza.

Blas de Otero, era amigo del pintor Ciriaco Párraga, y sentía una gran admiración por su obra, que manifiesta en ese poema. Un poema dedicado al cuadro “Perdimos la guerra”, en el que se retrata a una mujer melancólica. Pero, ¿quién es esa mujer? Ella y su amigo Párraga, tienen una interesante historia que contar.
La mujer es Palmira Julia Tello Landeta, y fue una imagen icónica de la participación de las mujeres de la República en la vida pública. El 31 octubre de 1936, el popular semanario “Estampa”, llevaba a su portada la imagen de una joven de pelo corto que habla con nervio, gesticulando con sus manos. Hacía apenas cuatro meses que había comenzado la Guerra Civil en España tras el alzamiento contra la II República y la revista dedicaba un número a la figura de una mujer arengando a la población. “¡Todos los hombres y mujeres en servicios de guerra y retaguardia!”, es la voz que ha sonado por barrios, mercados y fábricas de Madrid”, recogía el semanario en su primera página. Palmira Julia Tello Landeta, era un miliciana comunista de 16 años que recorrió los pueblos movilizando a la población para defender la República, que guió a las Brigadas Internacionales, que logró escapar de una muerte más que probable del Madrid de la posguerra, que pasó los casi 40 años de dictadura escondida tras un nombre que no era el suyo y luchando contra un régimen que arrinconó a las mujeres al interior de sus casas, y que ya en la democracia jamás dejó de pelear por la igualdad y la justicia. Palmira Julia se afilió a la Juventud Comunista apenas cumplió 14 años. Y pasó a la nueva organización de la JSU, Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), cuando en ella se unificaron los jóvenes socialistas y comunistas. En la JSU pasó toda la guerra, formando parte del aparato de afiliación y propaganda. “Sola y desarmada, arengaba a la gente en las plazas de los pueblos, palabras que me salían del alma. Las madres me oían pedir que dejaran a sus hijos alistarse para el frente. Podían lanzarse contra mí, iba indefensa. Y nunca, en ninguno de los pueblos por los que pasé me hicieron nada. ¡Cuando yo, a lo que iba, era a llevarme a sus hijos a la batalla!”, contaba ella.

Sus camaradas la empezaron a conocer por “Tellito” y la joven hacía de todo, lo mismo enseñaba a manejar un fusil, que se dedicaba a movilizar a la población, o guiaba a la Brigada internacional Thaelmann –formada por austríacos y alemanes–, hasta la batalla de Guadalajara. “Ella no sabía alemán pero debía haberse aprendido alguna palabra y cuando pidieron voluntarios para guiar a los internacionales, levantó la mano”.
Se casó con Ernesto Niño, un miliciano que apenas diez días después cayó en el frente de Guadalajara. Su hermano, Paco, también había muerto en 1936, nada más comenzar la guerra. Cuando la contienda parecía ya perdida para el bando republicano, “Tellito” huyó a Alicante para tratar de alcanzar alguno de los barcos que salían de España, pero se quedó a las puertas.

En abril de 1939, apenas terminada la guerra, pudo volver a Madrid, y empezó a trabajar de “sastra”. No se resignaba en la derrota, y contactó con otros compañeros para tejer redes de lucha, hasta que un día, cuando regresaba del trabajo, en la calle, una amiga le dijo que huyera. Le contó que la habían detenido y preguntado mucho por ella en comisaría, que estaba segura de que la estaban buscando. La habían soltado esa misma mañana, pero estaba segura de que la vigilaban, para usarla de anzuelo. Le urgió a que huyera de inmediato.
Quince horas después la policía se presentó en su casa y al no encontrarla se llevaron detenidas a sus dos tías, Margarita y Carmen. Su madre, Julia, llevaba varios meses presa en la madrileña cárcel de Ventas. Corría el mes de junio y la policía llevaba tiempo deteniendo a todas las mujeres que formaban parte o habían participado en la JSU. El 5 de agosto fusilaron a 13 de ellas –las conocidas como “13 Rosas”–, muchas, menores de 21 años, junto a 43 hombres.
Tellito, haciendo caso del consejo de su amiga, había escapado a Zaragoza, donde se presentó con un nombre nuevo, vasco: Amaya, en homenaje a su abuelo Lázaro Landeta, natural de un caserío de Buia, y a la hija de Dolores Ibárruri, de la que se consideraba “hija política y moral”. Como Amaya, en Zaragoza, conoció al pintor Ciriaco Párraga, comunista también, que se convirtió en su compañero el resto de su vida. Ella es la modelo del cuadro “Perdimos la guerra”, que pintó un año después de terminada la contienda.

Párraga, también tiene una historia ejemplar. Nacido en Torrelavega, emigró a Bilbao, a la que sintió siempre como su ciudad. Allí desarrolla la mayor parte de su obra artística. También fue en Bilbao donde se afilió al Partido Comunista, deslumbrado por los logros iniciales de la revolución rusa, y tras una crisis artística que le había hecho abandonar la pintura. En 1934 participa directamente en la Revolución de Octubre y es detenido por primera vez. Durante la guerra civil, pone su arte al servicio de la defensa de la república, realizando numerosos carteles políticos que poblarán las paredes y publicaciones de Bilbao hasta que la ciudad caiga en manos de los militares franquistas.

Tras la derrota republicana, es encerrado en los penales de Santoña y Castellón y al salir en libertad, Párraga se traslada a Zaragoza, donde conocerá a Tellito. Lo hace para buscar trabajo, porque un alférez al que ha retratado en la cárcel de Castellón le da una carta de presentación para Ángel García Jalón, fotógrafo oficial de Franco. Al fotógrafo le gustan mucho los dibujos y óleos de Párraga y le cede un hueco en su estudio para que le ayude a retocar e iluminar retratos. En semejante entorno, Párraga recibe un encargo estrambótico de la Academia Militar: retratar al exdirector de la misma, a Franco, al Caudillo.

Párraga, aturdido por la propuesta, no sabe qué hacer. Y lo pone en conocimiento de su mujer, Tellito, y del Partido. Ambos coinciden en que debe aceptarlo. La negativa sería motivo de sospecha y de indagaciones sobre su pasado y el de su compañera. Pero Párraga no se ve pintando al dictador durante semanas sin abalanzarse sobre él para retorcerle el cuello. Es García Jalón, con el que ha hecho amistad pese a sus diferencias ideológicas, quien le da la solución. No es necesario que le retrate en vivo, mediante tediosas y odiosas sesiones de posado. Él elegirá las fotografías en las que debe basarse para pintar al “Caudillo de verde y fajín”. Párraga pintó cuatro óleos distintos y dos carbones de Franco, dos de los cuales se mantuvieron expuestos, incluso después de la aprobación de la Constitución democrática, en la sala de banderas y el despacho del director de la Academia Militar.

En 1942 Amaya y Párraga se trasladan a Bilbao, que el pintor añoraba mucho, y donde siguió con su obra pictórica. Allí conoce a Blas de Otero, del que se hace gran amigo, con quien comparte tertulias, y al que le une, además de sus intereses artísticos, su militancia comunista. En 1958 Párraga fue encarcelado de nuevo, durante un año y medio. En la década de 1960, en su casa del barrio de Begoña bilbaíno, se celebraban reuniones clandestinas del Partido Comunista de Euskadi y se imprimían “Mundo Obrero” y “Euskadi Roja”, que se camuflaban tras los bártulos y caballetes del artista.

Redacción de Herri.

Tremenda Amparitxu

Tremenda Amparitxu

Tremenda Amparitxu

Flores amarillas porque ardían con la ternura de su novio y enemigo, su bronca y su compañero: el caballerito del que destiló al mejor poeta de la solidaridad.

Cuando compres flores amarillas en la Prospe, acuérdate de Amparitxu Gastón.
Cincuenta años resistió en el barrio: en la calle contra la dictadura del franquismo y en su casa contra el olvido de los que después se desprendieron del poeta y mucho más de la viuda. Con flores amarillas celebrábamos el cariño y el respeto de los amigos de Casa Emilio y del Balboa, buscando por los buenos bares de la vecindad el oleaje de San Sebastián que tanto necesitaban.

Flores amarillas porque ardían con la ternura de su novio y enemigo, su bronca y su compañero: el caballerito del que destiló al mejor poeta de la solidaridad.
Se tiraban las flores a la cabeza y se tiraban de cabeza a las flores cargadas de futuro.

No es fácil ser la pelea de un combatiente. No se puede olvidar que lo que se quiere no siempre se disfruta.
Es mejor que en la foto sólo la veamos a ella aunque siempre estén juntos. Es mejor porque hasta en su última hospitalización sólo se emocionó cuando el médico de guardia le dijo que compartían al poeta. Y no es justo que la recuerdes por ser su viuda cuando en realidad Gabriel es un poeta cargado de Amparitxu.

Al poeta lo enturbiaron por escribir tan humanamente: escribiría un poema perfecto si no fuera indecente hacerlo en estos tiempos. A ella por vivir con él para que él pudiera vivir de esa manera. Habría vivido con un poeta perfecto si no hubiera sido indecente hacerlo en aquellos tiempos. Por dentro no todo eran flores.
Por fuera pocas flores les regalaban. No es fácil vivir entre todos siendo imperfectos. Pero vale la pena si anunciamos algo nuevo.
Con todo me identifico/ y respiro por la herida/
y digo que mis poemas/ son un vivir otras vidas/
y un recrecerme en lo vasco/ de Amparitxu y su delicia./
Cuando lean estos versos/ no piensen en quién los firma/
sino en mi Euzkadi y mi Amparo.
Abierta y complicada, vasca y madrileña, enorme y encogida, con tantas vueltas y avenidas, Amparo Gastón Echeverría fue con su hermano a la cárcel, con el poeta a la gloria y a la envidia, en la vida como pudo y al final entre muy pocos.
Me cuesta mucho escribir lo que me duele y lo estoy haciendo a tropezones para que no se les olvide a los que lo saben, no lo oculten los que quieren ignorarlo y puedan saberlo los que tendrán pocas oportunidades de volver a oir hablar de ella. Muy cerca de dónde se empezó a escribir este periódico hay una placa popular dedicada a un poeta que en su boina lleva como en un velero a la mujer que le empujó a atreverse cuando se tropezaron sobre el peligroso escaparate de una librería. Al pasar por delante de su portal, fijate si tienen flores amarillas: es la señal de que puedes contar con ellos para no resignarte y vivir humanamente, de que puedes cantar como le gusta a Amparitxu para que en la Prospe sepan todos que, cuando buscaban a la viuda de un gran poeta, encontraron a una mujer de tremenda encarnadura.

Celaya le regaló a Gastón un poema titulado Las flores amarillas. Que lo lean como castigo los canallas sin amor. Ahora Gabriel sigue escribiendo para los dos:

“mientras en mis ojos azules de mar muerto
pasa como en un témpano lentísimo el silencio.”

José Manuel Martín Medem, Director de Mundo Obrero