La tribuna de Lenin de El Lissitzky

La tribuna de Lenin de El Lissitzky

La tribuna de Lenin
de El Lissitzky

Una de las imágenes más relacionadas con la iconografía de Lenin es la de estar en la calle, en una tribuna elevada hablando al público ante una concentración numerosa de personas. Con la llegada del nuevo estado social tras la revolución de octubre y la posterior guerra civil, el nuevo orden debía transmitir su ideario a una población mayoritariamente analfabeta, circunstancia a la que su unía la extensión del país, con los medios de comunicación mínimos propios de la época.

Esto obliga a replantearse las nuevas formas comunicación y de expresión que debían guiar y responder a las necesidades políticas. Una de estas nuevas formas fueron los trenes de “agitprop”. Hubo barcos, pero los trenes fueron el principal vehículo utilizado, una infraestructura que ya se había utilizado durante la guerra civil. Estos trenes se desplazaban a través del país dotados con una biblioteca, un aula, una cantina, una sala para el partido, una sala de proyecciones, y una imprenta. Su llegada a los remotos lugares suponía un desembarco deslumbrante: los vagones iban totalmente decorados exteriormente con imágenes de una propaganda política colorida, se proyectaba cine (por primera vez en muchos sitios), y se realizaban mítines con oradores. Además, la pequeña imprenta, permitía la generación y duplicación de carteles propagandísticos, que eran arrojados por las ventanas, a medida que el tren pasaba por pueblos y aldeas.

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Junto a las necesidades de llevar el ideario, la cultura, a la población, se formula una nueva estética para todas las acciones, como reflejo del nuevo orden. La vanguardia artística entiende que el artista puede ser un agente más del cambio social en esa revolución, y se compromete a fondo. La cartelería se concibe con una utilización nueva de la imagen, en pintura, fotografía, o combinadas ambas en fotomontajes. Y no sólo la que contiene un fin político, sino que abarca a todos los ámbitos sociales y sus necesidades; traduciéndose en anuncios de películas, portadas de libros, anuncios de comidas, tabaco, etc.

Uno de los aspectos centrales de la nueva comunicación era la realización de mítines, para los que se utilizaban tribunas de madera provisionales, llamadas arengarios. La novedad principal es que en estos actos se unían la voz y el cine; con el planteamiento de primar los sentidos de la vista y el oído, para llegar al máximo número de asistentes. Para ello se investiga en varias líneas: Alexander Rodchenko proyecta kioscos de prensa en los que su cubierta servía como tribuna para oradores y con mástiles para la colocación de carteles. Gustav Klutsis, fotógrafo, diseña tribunas de cine-foto, y radio oradores, elementos urbanos en los que se ubicaban aparatos de radio con distintos altavoces para lograr mayor alcance.

Estas labores las desarrollan multitud de artistas en muchos campos, englobados en lo que se denomina “constructivismo”. Uno de ellos es El Lissitzky (1890-1941): arquitecto, fotógrafo, diseñador de carteles, escenógrafo, comisario de exposiciones, etc. Un artista total, que plantea claramente la cultura de la imagen como vehículo del mensaje.

El Lissitzky, ruso de origen judío, se había formado como arquitecto en la Alemania de Weimar, y era profesor de la Vhujtemas (talleres de enseñanza superior de Arte y técnica). Sus investigaciones formales, experimentales, nunca perderán de vista el contexto político y social, y tanto en las exposiciones que organiza, como en la literatura que escribe, argumenta que son las necesidades sociales nuevas, nacidas del régimen socialista, las que originan la nueva arquitectura tanto en formas, como en necesidades: clubs obreros, nueva vivienda comunitaria, fábricas, etc. Su trabajo de organizador de la parte rusa de la Exposición de la Prensa de Colonia (Pressa) en 1928, es considerado un punto de inflexión para otras exposiciones soviéticas en occidente, por su innovadora pantalla justo en la entrada, las imágenes crudamente realistas de la vida soviética y por sus audaces consignas políticas.

“La tribuna de Lenin” de El Lissitzky es seguramente una de las imágenes más icónicas de la arquitectura constructivista soviética de este periodo, junto a la Torre de la III Internacional de Tatlin, y al pabellón de la URSS de Melnikov para la Exposición de París de 1925.

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El proyecto de “La tribuna de Lenin” se redacta en 1929, y propone un arengario para oradores de carácter universal. No está proyectada para ningún sitio en concreto, y aunque está reflejado el propio Lenin en los dibujos de la obra, deberíamos recordar la simbología que dicha imagen representa, tal como apunta el poeta Maiakovsky, “cuando hablamos de Lenin nos referimos al partido”. Se ha señalado que El Lissitzky contribuyó sobremanera a la utilización de la imagen de Lenin como parte de la mitología soviética, casi al mismo nivel que la hoz y el martillo.
“La tribuna Lenin” es una construcción de unos 25 metros de alto –altura similar a un edificio de 6 plantas–, formada por una estructura inclinada de barras, en apariencia metálicas, apoyada sobre un dado macizo de hormigón. Toda la construcción está coronada por un gran plano vertical blanco de unos 5 metros de alto, sobre en el que se ha escrito “PROLETARIN” (Proletarios), plano con una triple función: por un lado el panfletario, sirviendo de apoyo de la cartelería política; como pantalla sobre la que proyectar textos, imágenes o cine; y por último para funcionar como amplificador de la voz del orador hacia los asistentes. En un nivel inferior al panel pero en la parte alta de la estructura, se sitúa una plataforma cerrada con paneles de fibrocemento sobre la que se situaba el orador, en la imagen original, el propio Lenin. Completando la instalación otra plataforma móvil, un ascensor, dotada también de un mecanismo de elevación y recogida del gran plano superior, según se desprende de las secciones dibujadas.

La importancia de este objeto arquitectónico, radica en el nuevo sistema de referencias arquitectónicas utilizadas. La nueva arquitectura soviética toma unos referentes nuevos: los de las estructuras industriales. La tribuna se perfila casi como una grúa industrial. Así lo expresa Ginzburg, arquitecto ruso de gran peso en la arquitectura de esa época, refiriéndose a la arquitectura residencial: “la arquitectura industrial, al estar más próxima a las fuentes del entendimiento moderno de la forma, debe ejercer su influencia sobre la arquitectura doméstica, que es la más tradicional y estancada de todas. Es de la arquitectura industrial, más que de cualquier otra cosa, de la que podemos esperar unas indicaciones realistas, sobre cómo pueden encontrarse estos caminos. De lo que estamos hablando aquí es de añadir al paisaje ya existente de la modernidad (la maquina y las construcciones ingenieriles e industriales) el último eslabón de la cadena arquitectónica: unos edificios residenciales y públicos que estén a la altura de esas construcciones”

La nueva arquitectura soviética ejerció una clara influencia en Europa. En un periódico francés, con motivo de una exposición de arquitectura soviética, se señala su fascinación de ésta por conceptos nuevos y diferentes, como el hecho de “oponer el hierro y la madera, materiales proletarios, a la aristocracia de la piedra”. La arquitectura moderna europea también estaba seducida por el vidrio y el acero, pero su utilización venía determinada por su posibilidad de construir espacios diáfanos y muros ligeros, no como una valoración del material en sí mismo, como postulan los constructivistas, para los que el material es mensaje con voz propia.
El interés de una obra, no construida, como “La tribuna de Lenin”, está en su carácter de manifiesto, en el que se aúnan las nuevas técnicas con la poética de lo productivo, y también como símbolo de la ideología como elemento de producción artística.

Lorenzo Goikoetxea: Arquitecto 

Como redactó Lenin  el Decreto sobre la tierra.

Como redactó Lenin el Decreto sobre la tierra.

Como redactó Lenin
el Decreto sobre la tierra.

“Monté los revólveres, pensando que podían irrumpir en la vivienda
y detener o matar a Vladimir Ilich”.

Cuando el Palacio de Invierno fue tomado por las tropas revolucionarias, bolcheviques,Vladimir Ilich, que estaba muy inquieto por la lentitud de acción de nuestros jefes militares, respiró al fin aliviado y, rodeado de sus viejos amigos políticos, se presentó en la sesión del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado, que esperaba la culminación de los acontecimientos.

No se puede comparar con un trueno, fue algo más grande, verdaderamente impresionante: una tromba de sentimientos humanos agitó la sala cuando Vladimir Ilich apareció en la tribuna. Se abrió la sesión. Y resonaron de nuevo los vivas, las aclamaciones, los gritos de júbilo… Así, impetuosa, rebosante de fogoso entusiasmo, transcurrió la histórica y famosa sesión.
Se terminaron por fin todos los asuntos y, a altas horas de la noche, nos dirigimos hacia mi vivienda, para pernoctar allí. Cenamos un poco; después de cenar, procuré facilitar todo lo necesario para el descanso de Vladimir Ilich, que estaba excitado, pero evidentemente rendido de cansancio. A duras penas, se consiguió convencerle de que aceptase mi lecho, en una pequeña habitación independiente, donde tenía a su disposición una mesa escritorio, papel, tinta y libros.

Yo me acosté en la habitación contigua, en el diván, y decidí no dormirme hasta que no estuviera completamente seguro de que Vladimir Ilich dormía ya. Para mayor seguridad, cerré bien, con todas las llaves, cadenas y cerrojos las puertas de entrada y monté los revólveres, pensando que podían irrumpir en la vivienda y detener o matar a Vladimir Ilich, pues era aquélla nuestra primera noche, y podía esperarse cualquier cosa. Como prevención, anoté inmediatamente en un papel los números que yo conocía de los teléfonos de los camaradas, del Smolny, de los comités distritales obreros y de los sindicatos, no fuera a ser que se me olvidasen con las prisas.

…Vladimir Ilich, en su habitación, ha apagado ya la luz eléctrica. Presto atención para comprobar si duerme. No se oye nada. Empiezo a conciliar el sueño y estoy a punto de quedarme dormido, cuando, de pronto, se enciende la luz en la habitación en que se encuentra Vladimir Ilich. Oigo que se levanta casi sin hacer ruido; entreabre silencioso la puerta de mi cuarto y, cerciorado de que yo “duermo” (huelga decir que yo estaba en vela), se acerca cauteloso, de puntillas, para no despertar a nadie, a la mesa escritorio; se sienta frente a ella, abre el tintero y, después de extender unos papeles, se abisma en el trabajo…
Escribía, tachaba, leía, hacía acotaciones, se ponía de nuevo a escribir, y, por último, empezó, al parecer, a pasar en limpio. Alboreaba ya, se percibían los grises clarores de la tardía alba otoñal petrogradense, cuando Viadímir Ilich apagó la luz, se acostó en el lecho y se quedó dormido.

Por la mañana, a la hora de levantarse, advertí a todos los de la casa que no hiciesen ruido, porque Vladimir Ilich había estado trabajando toda la noche y sin duda estaría sumamente cansado. De pronto, cuando nadie lo esperaba, salió de la habitación completamente vestido, enérgico, lozano, animoso, alegre y bromista.
—¡Les saludo en el primer día de la Revolución Socialista!
—dijo a todos, y su rostro no denotaba el menor cansancio, como si hubiera dormido magníficamente, pero en realidad, sólo había disfrutado de dos o tres horas de sueño, todo lo más, después de una jornada de veinte horas de espantoso trabajo. Cuando todos se reunieron para tomar el té y salió del cuarto Nadiezhda Konstantínovna -que también había pasado la noche con nosotros-, Vladimir Ilich sacó del bolsillo unas hojas de papel, escritas ya en limpio, y nos leyó su famoso “Decreto sobre la tierra”.
—¡Ahora, sólo hace falta promulgarlo, darlo a conocer y difundirlo ampliamente! ¡Y que prueben entonces a volverlo atrás! Se quedarán con las ganas, no habrá Poder alguno capaz de quitar este decreto a los campesinos y de devolver la tierra a los terratenientes. Ésta es una importantísima conquista de nuestra Revolución de Octubre. La revolución agraria será llevada a cabo y consolidada hoy mismo.
Cuando alguien le dijo que aún habría en los distintos lugares toda clase de desórdenes y luchas en torno a la tierra, respondió al instante que todo eso eran ya menudencias que se arreglarían, siempre que se comprendiese el verdadero fondo de la disposición y se penetrase en él. Y empezó a explicar con detalle que aquel decreto sería especialmente aceptable para los campesinos por haberlo basado en las peticiones contenidas en todos los mandatos de los campesinos a sus diputados y que habían sido recogidas en las recomendaciones generales al Congreso de los Soviets.
—Pero todos ésos eran socialrevolucionarios. Y por consiguiente, dirán que les hemos copiado —hizo notar uno de los presentes.
Viadímir Ilich se sonrió:
—Que lo digan. Los campesinos verán claro que nosotros apoyaremos siempre todas sus justas reivindicaciones. Debemos acercarnos por completo a los campesinos, a su vida y afanes. Y si se ríen algunos mentecatos, que se rían. Nunca hemos pensado entregar a los socialrevolucionarios el monopolio sobre los campesinos. Somos el principal partido del gobierno, y, después de la dictadura del proletariado, la cuestión campesina es la más importante.

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Aquel mismo día, por la tarde, había que promulgar en el Congreso el “Decreto sobre la tierra”. Se decidió pasarlo inmediatamente a máquina y entregarlo a la imprenta, para que apareciese al día siguiente en los periódicos. En el mismo momento se le ocurrió a Viadimir Ilich la idea de hacer público el Decreto y de que fueran insertados en todos los periódicos con carácter obligatorio, todos los comunicados del gobierno.
Se acordó imprimir inmediatamente el “Decreto sobre la tierra” en librito aparte, con una tirada de no menos de cincuenta mil ejemplares, y distribuirlo en primer término entre los soldados que volvían a las aldeas, pues por conducto de ellos el Decreto llegaría con la mayor rapidez a lo más profundo de las masas. El acuerdo fue magníficamente cumplido en los días siguientes.
Poco después nos dirigimos a pie hacía el Smolny; luego, tomamos el tranvía. Vladimir Ilich, al ver el orden ejemplar que reinaba en las calles, estaba resplandeciente de alegría. Con impaciencia, esperó la llegada de la tarde. Después de la aprobación por el Segundo Congreso de los Soviets de Rusia del “Decreto sobre la paz”, Vladimir Ilich dio lectura con singular claridad al “Decreto sobre la tierra”, que fue aceptado con entusiasmo y por unanimidad.
En cuanto lo aprobaron, lo envié con unos mensajeros a todas las redacciones de Petrogrado, y a otras ciudades lo mandé sin demora, por correo y telégrafo. Nuestros periódicos lo habían compuesto previamente, y por la mañana temprano lo leyeron ya centenares de miles, millones de personas. Toda la población trabajadora lo acogió con júbilo. La burguesía lo recibió con silbidos de serpiente y ladridos de rabia en todos sus diarios. ¿Pero quién hacía caso de ellos entonces?
Vladímir Ilich estaba gozoso.
—Solamente esto —decía—, dejará ya huella en nuestra historia para muchos, muchísimos años. La época de fecunda labor creadora revolucionaria se iniciaba con gran éxito. Durante largo tiempo, Vladimir Ilich siguió mostrando su interés por el “Decreto sobre la tierra”; deseaba saber de continuo cuántos ejemplares del mismo, aparte de los periódicos, se habían repartido entre los soldados y los campesinos. El librito con el Decreto era reeditado muchas veces y distribuido gratuitamente en multitud de ejemplares no sólo en las capitales de provincia y cabezas de distrito, sino en todos los subdistritos municipales de Rusia.
El “Decreto sobre la tierra” llegó a ser, verdaderamente, conocido por todos. Quizá ninguna ley haya tenido en nuestro país tan amplia difusión como la alcanzada por este Decreto, que constituye una de las leyes fundamentales de nuestra nueva legislación, socialista, a la que Vladimir Ilich dedicó tantas fuerzas y energías y a la que concedía tan enorme importancia.

Vladimir Bonch-Bruévich
Colaborador de Lenin
Jefe de la Secretaría del Consejo de
de Comisarios del Pueblo

La llegada de Lenin a Petersburgo.

La llegada de Lenin a Petersburgo.

La llegada de Lenin a Petersburgo.

“Entre los compañeros se hablaba de la llegada de un marxista procedente
de la región del Volga, dotado de grandes conocimientos”.

Vladimir Ilich llegó a Petersburgo en el otoño de 1893, pero no trabé relación con él inmediatamente. Entre los compañeros se hablaba de la llegada de un marxista procedente de la región del Volga, dotado de grandes conocimientos; más tarde me trajeron un cuaderno dedicado a la cuestión de los “mercados” que, por el estado en que se hallaba. se veía que había pasado por muchas manos. En el cuaderno se exponían, de una parte, las concepciones de un marxista de Petersburgo, el tecnólogo Herman Krassin, de otra, las del compañero recién llegado del Volga. El cuaderno estaba doblado por la mitad: en un lado exponía sus puntos de vista H. Krassin con una caligrafía desaliñada, con borrones e intercalaciones; en el otro lado, cuidadosamente, sin ningún borrón, exponía sus observaciones y objeciones el compañero del Volga.

La cuestión de los mercados interesaba mucho en aquel entonces a todos nosotros, jóvenes marxistas.

En los círculos marxistas petersburgueses de la época había empezado a cristalizar una tendencia particular, que sustancialmente consistía en comprender los procesos de la evolución social como algo mecánico, esquemático. Según esta concepción de la evolución social, las masas, el proletariado, no desempeñaban papel alguno. Se arrojaba por la borda la dialéctica revolucionaria del marxismo, no quedaban más que el esquema muerto de las “fases de la evolución”. Naturalmente, en la actualidad no le costaría nada a un marxista cualquiera refutar esa concepción “mecánica”, pero en aquel tiempo la cuestión afectaba mucho a nuestros círculos marxistas petersburgueses. Estábamos todavía muy mal formados; los partidarios de la interpretación “mecánica” enfocaban habitualmente la cuestión de un modo muy abstracto.
Desde entonces han transcurrido más de treinta años. EI cuaderno aludido, por desgracia, no se ha conservado. De lo único que puedo hablar es de la impresión que nos produjo a todos nosotros.

El marxista recién llegado planteaba la cuestión de los mercados de un modo muy concreto, establecía una relación directa entre dicha cuestión y los intereses de las masas, y por la forma en que el problema era enfocado, se tenía la clara impresión de hallarse ante un marxismo vivo que analizaba los fenómenos en su situación concreta y en su desarrollo.

Todo ello incitaba a conocer más de cerca al recién llegado, a conocer más en detalle sus puntos de vista.
Vi solamente a Vladimir Ilich a fines de la cuaresma. Se decidió organizar una reunión de algunos marxistas petersburgueses, junto con el compañero del Volga, en el Ojta, en casa del ingeniero Klasson, uno de los marxistas preeminentes de Petersburgo y con quien dos años antes formaba yo parte de un círculo marxista. Por motivos de clandestinidad, se escogió como pretexto de la reunión la celebración de una pequeña fiesta íntima a base de blini . A la reunión mencionada acudieron, además de Viadímir Ilich, Klasson, Y. P. Korobko, Serebrovski, S. I. Radchenko y otros; también se esperaba a Potresov y Struve, pero si la memoria no me engaña, no acudieron. Recuerdo uno de los momentos de la discusión. Se hablaba de la orientación que era preciso seguir. No había modo de hallar un lenguaje común. Uno de los reunidos —Schevliaguin, creo recordar—, dijo que era muy importante la labor en el comité para la lucha contra el analfabetismo. Viadimir llich se rió con una risa seca y maliciosa, una risa que después no le oí más.

“¿Qué puedo decir? Si hay alguien que quiere salvar a la patria en el comité para la lucha contra el analfabetismo, es libre de hacerlo. No le opondremos ningún obstáculo”…

La observación maliciosa de Vladímir Ilich era compren-sible. Había venido con el fin de ponerse de acuerdo sobre la manera de ir conjuntamente a la lucha y como respuesta oía un llamamiento a la difusión de los folletos del comité para la lucha contra el analfabetismo.

Más tarde, cuando tuvimos una amistad más íntima, Vladimir Ilich me contó en cierta ocasión cuál había sido la actitud de la “opinión” (de los liberales) con respecto a la detención de su hermano mayor. Todos los conocidos se apartaron de la familia de los Ulianov. Dejó incluso de frecuentar la casa un viejo profesor que antes iba todas las noches a jugar al ajedrez. Por aquel entonces no existía aún la línea férrea hasta Simbirsk. La madre de Vladimir Ilich tenía que trasladarse en carruaje hasta Sizrani para ir a Petersburgo, donde su hijo se hallaba preso. Mandaron a Vladimir Ilich a buscar a un acompañante; nadie quiso efectuar el viaje con la madre del detenido. Vladimir Ilich decía que esta cobardía general le produjo entonces una impresión muy fuerte.

Estos acontecimientos vividos durante su juventud indudablemente ejercieron influencia en la actitud de Vladímir Ilich con respecto a la “opinión”, a los liberales. Las circunstancias le habían dado la ocasión de conocer muy pronto el verdadero valor del charlatanismo liberal.
Es conocido el punto de vista de Vladímir Ilich sobre los liberales, su desconfianza hacia ellos, su afán constante por desenmascarados… He citado sólo algunos extractos que se refieren al mismo año en que tuvo lugar la reunión en casa de Klasson.

Naturalmente, en la “fiesta familiar” no se llegó a ningún acuerdo. Vladímir Ilich habló poco; más que nada, observaba a los reunidos. Gentes que se consideraban marxistas acabaron por sentirse incómodos bajo la mirada penetrante de Ilich.

Al regresar a casa desde el barrio de Ojta, por la orilla del Neva, me hablaron por primera vez del hermano de Vladímir Ilich, a quien éste amaba mucho. Ambos tenían muchas preferencias y hábitos comunes; tanto el uno como el otro sentían la necesidad de quedarse solos con el fin de tener la posibilidad de concentrarse. Habitualmente vivían juntos, y cuando les visitaba alguno de los numerosos primos o parientes, la frase preferida de los muchachos era la siguiente: “Hacednos el favor de librarnos de vuestra presencia”. Los dos hermanos sabían trabajar tenazmente, los dos tenían un espíritu revolucionario. Pero, probablemente, se manifestaba en ellos la diferencia de edad. Alejandro Ilich no le contaba todo a Vladímir Ilich.
El hermano era naturalista. El último verano que pasó en casa se consagraba a la preparación de una disertación sobre los anélidos y trabajaba constantemente con el microscopio. Para aprovechar el máximo de luz se levantaba al apuntar el alba e, inmediatamente, se entregaba al trabajo. “No, mi hermano no será un revolucionario, pensaba yo en aquel entonces —contaba Vladímir Ilich—, un revolucionario no puede consagrar tanto tiempo al estudio de los anélidos”. No tardó en convencerse de su error.

El destino del hermano ejerció indudablemente una profunda influencia sobre Vladímir Ilich. En ello desempeñó, sin embargo, un gran papel el hecho de que en aquella época Vladímir Ilich había ya reflexionado mucho por su propia cuenta y había decidido por sí mismo la cuestión de la necesidad de la lucha revolucionaria.

Si no hubiera sido así, el destino del hermano le habría causado únicamente un profundo dolor o, en el mejor de los casos, le hubiera estimulado a seguir la senda que su hermano había escogido. En las condiciones en que se hallaba, el destino del hermano estimuló la actividad de su pensamiento, contribuyó a forjar en él una serenidad extraordinaria, el acierto de contemplar la verdad cara a cara, de no dejarse llevar ni un momento por la frase, por la ilusión, en una palabra, forjó en él una rectitud extraordinaria en el modo de enfocar todas las cuestiones.

Nadezhda Krupskaia

“Los diez mandamientos del proletario”.

“Los diez mandamientos del proletario”.

“Los diez mandamientos
del proletario”.

1 No permitas que Kolchak, Denikin o Mannerheim aplasten tu poder. No permitas que echen a tus sindicatos de sus sedes, a tus comités de las fábricas y plantas, a tus hijos de los campamentos infantiles, a tus apoderados de la ya tomada fortaleza del capital: los bancos.

2 Clava el ojo al fusil que está en tus manos. Si te quedas sin él, acortarás tu vida indefensa y tus enemigos te escupirán a la cara.

3 Mantente alerta en todo momento, en el frente y en la retaguardia. Puesto que están espiándote tras la esquina aquellos a quienes derribaste y de cuya esclavitud te liberaste. Te han aplastado durante siglos y van a imponerte una carga aún más cruel, si dejas que te cojan por sorpresa.

4 No toques al campesino medio en tu lucha contra el kulak. Dirige toda tu fuerza contra los ricos, no toques a los medios y ayuda a los pobres.

5 No permitas que el hambre te aplaste. Defiende el Volga, libera el Don y el Kubán de terratenientes, refuerza el poder de los Soviets en Ucrania.

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6 Siembra en la ignorancia de los pueblos, para que los pobres sepan que son tus hermanos, que estás con ellos y a su favor. Lanza contra el pueblo cientos de vagones llenos de tus ideas y de tus palabras. De lo contrario, tus hermanos no te comprenderán.

7 Sé fuerte. Protege a tu partido, multiplica sus fuerzas y haz que crezca, como harías con tu flor favorita. Construye organizaciones como las abejas construyen sus panales. Mantente fiel al partido hasta el final. Porque sólo de esta forma vas a vencer.

8 No confíes en tus enemigos, quienes te invitan a vestir de nuevo el yugo autoritario. Tu camino es difícil. El hambre te atormenta y mata a tus hijos. El viejo orden va en tu contra. Pero ahora te has convertido en tu amo y señor. Ahora eres libre. Ahora puedes construir tu propia vida.

9 No dejes escapar el poder de entre tus manos. No entregues fortalezas que ya has tomado. Aguanta el asedio. Observa: las llamas abrazan al mundo entero. Los pueblos se alzan en un gran levantamiento. Los proletarios húngaros ya caminan codo con codo a nuestro lado. Los obreros de Alemania, Austria e Italia atacan las bases de su propio capitalismo. En Francia e Inglaterra se remueve el mar popular. Muere el viejo mundo de opresión, depravación y violencia.

10 Sé duro como una roca en la última y decisiva lucha. Haz todos los esfuerzos para vencer a Kolchak y a Denikin. Aniquila sin piedad a todos los enemigos del pueblo. Recuerda: el mundo entero observa temblando nuestra lucha. Nuestra victoria será la victoria de los oprimidos del mundo entero.

¡Aprieta con fuerza el fusil! ¡Cierra filas!
¡Más altas las banderas rojas!

Comité Ejecutivo Central Panruso de los Soviets de Diputados obreros, campesinos, militares y cosacos.
1920

 

Apuntes sobre la cuestión de la mujer.

Apuntes sobre la cuestión de la mujer.

Apuntes sobre la cuestión de la mujer.

“No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.”

Lenin, en “Materialismo y empiriocriticismo”, plantea
una cuestión general y muy importante: que las causas motrices del devenir histórico, especialmente de la moderna sociedad burguesa, no vienen dadas a la conciencia de los seres humanos que hacen la historia. Lenin lo explicaba así:

“Todo propietario es consciente de que cambia ciertos productos por otros, pero esos productores, y esos propietarios, no son conscientes de que con ello modifican el ser social. Setenta eminencias como Marx no bastarían para abarcar la suma de esas modificaciones con todas sus ramificaciones en la economía capitalista mundial.

Todo lo más que se ha podido hacer es descubrir las leyes de estas modificaciones y demostrar en lo principal y fundamental la lógica objetiva de estas modificaciones y de su desarrollo histórico; lógica objetiva no en el sentido de que una sociedad de seres conscientes, de seres humanos, haya podido existir y desarrollarse independientemente de la existencia de los seres conscientes […], sino en el sentido de que el ser social es independiente de la conciencia social de los hombres. Del hecho de que uno vive, tiene una actividad económica, procrea y fabrica productos que intercambia se forma una cadena de sucesos objetivamente necesaria, una cadena de desarrollo independiente de su conciencia social, que ésta no abarca jamás en su totalidad. La tarea suprema de la humanidad es abarcar esta lógica objetiva de la evolución económica (de la evolución del ser social) en sus rasgos generales y fundamentales con objeto de adaptar a ella, tan clara y netamente como le sea posible y con el mayor espíritu crítico, su conciencia social y la conciencia de las clases avanzadas de todos los países capitalistas”.

Con Lenin vemos, por tanto, que hay una tarea suprema de investigación, de esclarecimiento, que no tiene como destino un puñado de cabezas, sino la humanidad; lo cual no puede ser sino un largo proceso histórico. Esa tarea consiste en comprender cómo se transforma el ser social; una transformación que la ejercen los seres humanos mucho más allá de su conciencia.

En “La ideología alemana” comprobamos, a través de Marx y Engels, que para entender esto: “No se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. […] No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.”

También en “La ideología alemana” se señala que la forma de organización familiar es uno de los cuatro factores esenciales de la historia del ser humano. Que la familia es parte del proceso de vida y que hay que estudiarla en sus conexiones reales y efectivas en cada época histórica (no según cierta idealización). Que la familia había sido en el origen la única relación social, pero que con el desarrollo de nuevas relaciones en el devenir histórico, pasó a ocupar un lugar secundario. Vimos que la economía doméstica y la propiedad privada guardaban algún tipo de relación.

En “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Engels nos conduce a través de los principales procesos históricos humanos. Todo lo que se resumía en “La ideología alemana” casi 40 años antes, se exponía aquí con más detalle y precisión. De nuevo se nos recordó que “según la teoría materialista, el factor decisivo en la historia es, a fin de cuentas, la producción y la reproducción de la vida inmediata. Pero esta producción y reproducción es de dos clases. De una parte, la producción de medios de existencia, de productos alimenticios, de ropa, de vivienda y de los instrumentos que para producir todo eso se necesitan; de otra parte, la producción del hombre mismo, la continuación de la especie. El orden social en que viven los hombres en una época o en un país dados, está condicionado por esas dos especies de producción: por el grado de desarrollo del trabajo, de una parte, y de la familia, de la otra. Cuanto menos desarrollado está el trabajo, más restringida es la cantidad de sus productos y, por consiguiente, la riqueza de la sociedad, con tanta mayor fuerza se manifiesta la influencia dominante de los lazos de parentesco sobre el régimen social.”

Con Engels vemos los tipos de organización familiar. La cuestión central es cómo se transformó la vida social y la familia cuando la división sexual del trabajo preexistente entró en relación con la aparición de la propiedad privada: la mujer fue convertida en esclava procreadora de los herederos legítimos del hombre. Dando un salto de decenas de siglos, también vimos lo que supone la industria moderna como productora de valores de uso domésticos y como proceso laboral que absorbe fuerza de trabajo femenina. “La emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo privado. La emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante. Esta condición sólo puede realizarse con la gran industria moderna, que no solamente permite el trabajo de la mujer en vasta escala, sino que hasta lo exige y tiende más y más a transformar el trabajo doméstico privado en una industria pública “.

Como ya nos había dicho Lenin, los seres humanos al hacer su historia modifican sus condiciones de vida alcanzando incluso al margen de su propia conciencia, alcanzando consecuencias nunca planeadas. Esas modificaciones siguen produciéndose hoy en día. La historia no se detiene. La vida inmediata se sigue transformando desde que el modo de producción capitalista domina la producción social. En el Manifiesto decían Marx y Engels: “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen viejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”.

El modo de producción capitalista, con su dinámica, desarrolla la producción social y al propio proletariado. Con ello, afianza las condiciones de su superación. La mujer, con diferencias antagónicas entre la mujer proletaria y la burguesa, ve también alterada su posición en el trabajo privado y en el trabajo social (y en la propiedad privada, en el caso de las clases poseedoras). Esta posición, que aún hoy se modifica generación tras generación, debe ser estudiada meticulosamente. Recordemos que, tal y como decía Marx en el prólogo de la “Contribución a la crítica de la economía política”, la base real de una sociedad (y de sus leyes y sus concepciones ideológicas) es la estructura total de sus relaciones de producción, las cuales vienen determinadas por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Si esas fuerzas productivas y esas relaciones de producción se modifican en alguna parte de la estructura total, no cabe duda de que se producirán cambios sociales de peso. De modo que, para seguir entendiendo la situación de la mujer, debemos captar la lógica objetiva del proceso social general y, dentro de éste, comprender el lugar de la mujer obrera, pequeñoburguesa y burguesa (y realidades precapitalistas, de haberlas) en las relaciones de producción de los medios de vida y de los seres humanos. Dónde está en el conjunto del trabajo de nuestra sociedad. Y no sólo el lugar en el que está, sino la dinámica en curso: de dónde viene y hacia dónde tiende la posición que ocupa. Si perdemos de vista el proceso, el movimiento, entonces el análisis encalla y nos impide obrar revolucionariamente (el Manifiesto también es un ejemplo vívido de cómo el marxismo capta procesos y, a partir de la comprensión de estos, traza los objetivos políticos, los cuales están materialmente determinados por las condiciones efectivas y sus condiciones de superación).

Así pues, visto que la producción social repercute enormemente en la organización de la familia y en la posición de la mujer, ahora es necesario comprender aspectos esenciales del modo de producción capitalista. Conocer sus dinámicas es la premisa para seguir comprendiendo la situación de la mujer moderna, que es mayoritariamente la mujer proletaria, pero no sólo. Comprender el análisis marxista del trabajo asalariado es un requisito indispensable para analizar la posición de la mujer, tanto proletaria como burguesa.

David Fuentes
Militante del PCE-EPK y miembro del Seminario
de El Capital de la UPV-EHU de Sarriko, Bizkaia.